Corpus Litterarum Quinta Edición

Page 1

Número 05

enero 2014

La revista literaria de las Nuevas Voces

POESÍA • CUENTO • ENSAYO

MAYRA SANTOS FEBRES

Microrrelatos: Teoría y Práctica

Frank Báez

entrevista

MANIFIESTO ASTÉNICO Juan Antonio

Olmedo López-Amor

Consejitos

DE REDACCIÓN Y ESTILO

Libros

FAVORITOS 2013


¡M

EDITORIAL

i más cálido saludo! Cuando Corpus Litterarum me publicó en sus primeras ediciones, no creí en la posibilidad de estar donde estoy. Ya, al fin, parte del magnífico equipo. Es un orgullo ver y poder decir que nuestra revista ya no está en baby-steps. Esta es nuestra quinta edición, producto del esfuerzo de mis compañeros y de ustedes, los incansables escritores, que forman el mundo de las nuevas voces. Estoy muy agradecido por las oportunidades que me ha dado Corpus. Una de ellas, crecer como lector, seguido de crecer como escritor, y la mayor y más importante: aprender. Desde la tercera edición, que fue cuando entré al equipo, he tenido la oportunidad de compartir con autores que me han enseñado mucho. De Carmen R. Marín aprendí que las huidas hay que salvarlas, de Luis Negrón lo hermoso que puede ser un hombre afeminado, y de Frank Báez aprendí que el proceso de escritura comienza con el momento que descubrimos nuestra particular forma de ver la vida. He vivido experiencias inimaginables para el chico de la olvidada tierra de poetas, mi pueblito. Esta edición también viene con su toque especial. Durante estos últimos cinco meses, E.J. y Sandra B. asistieron a un taller de microcuentos que ofreció Mayra Santos-Febres en la Universidad de Puerto Rico. Para esta edición logramos reunir a la mayor parte de estudiantes que tomaron el taller, y compilamos los mejores trabajos que realizaron durante el semestre. Creo que encontrarán realmente interesante que el género, siendo tan compacto, pueda resultar tan abarcador, tanto en los temas como en las técnicas narrativas y recursos literarios con los que se puede adornar. Quiero extender mi agradecimiento, primero que nada, a nuestra editora invitada Mayra Santos-Febres por el apoyo que ha brindado en esta quinta edición y por lo mucho que el equipo entero de Corpus Litterarum se ha beneficiado de ese taller. Gracias también a Frank Báez por regalarnos un rato de su tiempo y concedernos una entrevista. Luego, gracias a Sandra B. por depositar toda su confianza en mí como Editor y Relacionista Público, a E.J. y a Julio por aceptarme con brazos abiertos. A David Caleb Acevedo y a Cindy Jiménez-Vera por la fe que han tenido en nosotros y el respaldo incondicional a la revista desde sus primeros pasos. Gracias a los autores que comparten su talento con nosotros y a nuestros lectores asiduos. Esta revista está hecha pensando en ustedes. Es con muchísimo orgullo que les presento nuestra Quinta Edición, la primera edición publicada en el 2014, de su revista Corpus Litterarum. Raymond P. Meléndez-Miranda, Editor

Editores Editor y Diseñador Gráfico Editor y Relaciones Públicas Diseñador de Medios Web Investigación

E. J. NIEVES SANDRA B. VALENTÍN MEDINA JULIO A. GARCÍA ROSADO RAYMOND P. MELÉNDEZ-MIRANDA E. J. NIEVES SANDRA B. VALENTÍN MEDINA

es una revista que tiene como fin proveer un espacio de publicación para la producción literaria de las nuevas voces, tanto de estudiantes universitarios como también del público general que desean darse a conocer en el mundo literario. PUEDE ENVIARNOS SUS PREGUNTAS Y COMENTARIOS A: Email: revistacorpuslitterarum@gmail.com Blog: www.corpuslitterarum.weebly.com

SÍGANOS EN Facebook: Corpus Litterarum: La Revista de las Nuevas Voces

Los textos publicados en esta revista son de la autoría de cada autor/ra; por lo que los derechos de propiedad intelectual les pertenecen exclusivamente a esto/as. Tales escritos son publicados aquí con la autorización correspondiente, y con el propósito de su exposición y lectura. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita del titular del Copyright, bajos las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante venta. Si usted está interesado en la publicación de alguno de los escritos, es necesaria la autorización expresa del/la autor/ra.


44

4 20

especial de corpus Microrrelatos: Teoría y Práctica Mayra Santos-Febres

POESÍA 4

E.J. Nieves Sandra B. Valentín Medina

Marilourdes Acevedo Román

Petición del telescopio

20

desde el escritorio Ángeles y vaqueros

Julio A. García Rosado

reseña

Manifiesto asténico

Juan Antonio Olmedo López-Amor

Julio A. García Rosado

Libros recomendados por Corpus Litterarum

Miguel Ángel de Jesús

Poema por tu muerte

Lino Berberena

Epifanía

José Muratti Toro

42

Vida en frío

Zylia Zoé Ramírez

Mi viejo roble

Samantha Ordaz

44

secciones

Consejitos de redacción y Estilo

Fruta madura

Betzabeth Waleska

Tríptico al silencio

entrvista

Intercambiando Postales: Frank Báez

48 cuentos 12 13 14 15 16 17 18

Día de los santos Lydibel Águila

Moscas y abejas

Luis R. Cosme-Cerpa

El mantra de tu piel José Muratti Toro

Íconos de la ufología Cindy Jiménez-Vera

Una niña muy flaca con pantalones anchos Amsel Arnau Torres

En el fondo del pozo

Egidio Colón Archilla

En la oscuridad

Luis Cintrón

En Ponce se quedó Ana G. López

Big Bang

Miguel Ángel de Jesús

46 48

26 27 28 32 33 35 38 39 40


ESPECIAL DE CORPUS

microrrelatos: Teoría y Por Mayra Santos-Febres Escritora

El microcuento es uno de los géneros de mayor auge en este principio de milenio literario. Su historia es compleja. Muchos señalan el inicio del desarrollo y escritura del microcuento con la publicación, en 1955, de Cuentos breves y extraordinarios, por Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Entre los practicantes del género se puede mencionar a figuras míticas de la literatura latinoamericana tales como Jorge Luis Borges (El hacedor), Julio Cortázar (Historias de Cronopios y de Famas), Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Max Aub, Ana María Shua, Luisa Valenzuela. En México, Juan José Arreola, y Augusto Monterroso crearon las condiciones para que el microrrelato adquiriera mayor fuerza y relevancia en el campo literario internacional. Luis Felipe Lomelí es considerado, junto con Monterroso, el autor del cuento más corto en español: El emigrante. Anteriormente, Monterroso había establecido la marca mundial de la brevedad con la publicación de El dinosaurio. El cuento lee: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Luis Felipe Lomeli lo superó en su cuento El emigrante: «¿Se le olvida algo? Ojalá». El florecimiento del microcuento como género de pujanza y relieve literario, sin embargo, es reciente. La Revista Quimera, que desde sus inicios en 1980 se ha constituido como la revista literaria más importante en lengua castellana, fue pionera en valorar, estudiar y difundir el género. En 2002 dedicó dos números monográficos al microcuento. En febrero de 2003 se creó una sección fija (coordinada por Neus Rotger) dedicada a la publicación de microrrelatos inéditos. Con el ánimo de contribuir al fortalecimiento del género en Puerto Rico, la revista Corpus Litterarum ha decidido publicar una selección de microrrelatos resultado del Taller Literario dirigido por esta servidora, titulado Microrrela-

4

Corpus Litterarum

to: Teoría y Práctica de la Narrati va (UPRagosto-diciembre 2013, ESPA 4020). La experiencia de dirigir dicho taller fue enriquecedora tanto para los escritores «in training» como para mí, y mi propia escritura y reflexión de práctica literaria. Comenzamos a explorar los inicios de la narrativa: practicando la escritura del mito y la fábula como géneros que apuntan hacia la brevedad, que establecen las pautas fundamentales de lo que hoy conocemos como estructura narrativa. Trabajamos el microcuento de terror, de fantasía, histórico, erótico, detectivesco, y exploramos cómo los subgéneros del cuento se adecuaban a los requerimientos de brevedad del microrrelato. También estudiamos a fondo a microcuentistas clásicos y contemporáneos, tales como Ana Maria Shua, Augusto Monterroso y Fernando Iwasaki y Juan Carlos Méndez Guedes, para así mirar el desarrollo del microcuento a lo largo de su corta historia literaria. Lo que hoy presenta la revista Corpus Litterarum es el resultado de nuestros trabajos. Esperamos que el lector lo disfrute y que estas publicaciones motiven a los publicados a que sigan entrenándose como futuros escritores. Muchos, definitivamente, tienen madera para convertirse en sólidos practicantes de este y otros géneros literarios.

10 de enero de 2014 San Juan, Puerto Rico


y Práctica

EJERCICIO I: Blancanieves en Nueva York Blanca Nieves en NY Steven Adams …ya eran esas horas de la noche en Brooklyn en las cuales los desperdicios tóxicos habían desvanecido todos nuestros estándares. Todavía no habíamos tocado, pero el «show» comenzaba como dentro de veinte. Somos una banda punk, para el que no lo sepa, y nos llamamos Perversión Minúscula. Demás está añadir que somos enanos y que estamos bien ponchaos; pero esto es cosa aparte. Ahora mismo lo único que me pasa por la mente es conectar con Blanca Nieves, y no sabemos dónde carajo conseguirla. Sin Blanca allí, el show sería un desastre. Finalmente, se me ocurrió preguntarle al batero de la banda, Mordío Gruñonson, si tenía alguna idea del posible paradero de Blanca, y, efectivamente, nos dirigió hasta allá. Entre venidas y Avenidas finalmente llegamos a la quinta, donde encontramos a Bruja Pimpinela, quien custodiaba a Blanca. Le pedimos de favor que nos dejara janguiar con Blanquita hoy, tú sabes, para pompiarnos en el show. Bruja cedió bajo la condición de que le diéramos veinte pesitos a cambio. Perversión Minúscula nunca había tenido un performance más energético que el de esa noche. EJERCICIO II: Monstruos cotidianos Monstruo aleluya Hadasa Mercado Cortés Me senté en el único asiento que había en la ama. Para mi mala suerte, me tocó al lado de ella. Mientras sus ojos juzgadores miraban mi falda corta, con mi pequeño Raúl sentado encima, me fijé en ella. Tenía el pelo gris, un pequeño bigote, una falda larga que, seguramente, escondía un bosque nunca talado y en su cartera sobresalía el libro sagrado al cual indudablemente no practicaba lo escrito. Mi pequeño estaba muy inquieto y tuve que regañarlo. Fue ahí que la señora le sonrió y le dijo: «¡Ay, qué mala es mamá, ¿verdad?! Háblame a mí, cariño, ¿qué quieres decir?» Y mi hijo le respondió: «¿Tú eres hombre o mujer?» La señora se bajó en la próxima parada. Gloria sea a la curiosidad de los niños. Monstruos literarios Hadasa Mercado Cortés Al verla desnuda, no le faltó mucho tiempo a Dr. Jekyll para que le saliera su Mr. Hyde. Monstruos cotidianos Krystel Bravo Suena tu teléfono. Suena otra vez. Sales del cuarto. Verificas en tu cartera que tengas todas las cosas. Tomas la llamada. Era él otra vez, pero contestas despreocupada. «Amor, ya estoy de camino a casa, tranquilízate.» El auricular zumba con los tonos graves de su preocupación, pero tú ni cuenta das. Desconectas la llamaCorpus Litterarum

5


da. Te montas en el carro. Arreglas tu maquillaje usando el retrovisor y conduces hasta tu casa. Entras por la puerta. El hogar está oscuro y frío, como donde no se prende ni una lámpara en todo el día. Sobre la mesa del comedor hay una nota. La lees: «La costumbre arrasó con tu conciencia hacen meses. Te amo, pero ya no puedo más.» Sueltas el papel, un temblor baja por tu espalda hasta el frío revolver presionado sobre tu espina. Suena el teléfono. Suena otra vez. Nadie contesta. Los «límbers» José R. Rivera Belaval Don Alberto vende límbers en la casa de la esquina. Los vende las veinticuatro horas a veinticinco centavos, y los niños pueden jugar en su patio cerca del río. Para comprar hay que entrar a la casa. Para entrar a la casa hay que quitarse los zapatos. Don Alberto, el viejo militar, es muy estricto con la limpieza, pero no importa, porque hay alfombras en todos los cuartos, y en algunos es de plástico. Los padres de los niños del barrio le han dicho a sus hijos que no vayan a esa casa, todos los padres menos los padres de tres niños, ya esos no les dicen nada. Padrastro, ¡Mamá no lo sabrá! Harry Y. Delgado Rodríguez No podía dormir solo. Él ya no estaba en la casa, pero su recuerdo lo levantaba todas las mañanas. Ocho pies, gordo y peludo, lo obligaba a introducir en su inocente boquita la masa asquerosa que hacía temblar su pequeño cuerpo de cinco años. Todas las mañanas, el niño llamaba gritando y llorando a su madre para que le hiciera compañía. EJERCICIO III: Fábula Los cisnes Juan Botta En el lago habían ocurrido los hechos y los cisnes desaparecieron. Fueron los conejos los primeros en darse cuenta, ya que estos intercambiaban la comida por pequeños vuelos cortos hacia el parador del oeste. Tan pronto comenzó el rumor, los animales enloquecieron, ya que cada uno de los habitantes del lago tenía algo que ver con los cisnes. Miraron por el cielo esperando su llegada. Luego de un tiempo, las ardillas comenzaron a investigar y supusieron que los cisnes habrían abandonado el lago por aburrimiento. Los castores dejaron de construir represas, dejando el agua fluir ya que comenzaron a desilusionarse con la idea del lago. Los peces nadaron y descubrieron las vertientes. Las ardillas corrieron hacia el pantano y decidieron atravesarlo para ver qué más habría del otro lado. Los lagartos y lombrices dejaron sus hogares y todos los animales, casi todos, migraron. Los conejos, sin embargo, con lágrimas brotando de sus ojos viendo a los demás partir, decidieron quedarse; sabían que los cisnes volverían. Pasaron días y los conejos comenzaron a desanimarse y poco a poco se debilitaban. Con sus últimos suspiros

6

Corpus Litterarum

hablaron entre sí y alguno sugirió que se habían equivocado, que tendrían que haberse marchado con los demás, que quizá ahora estuvieran felices en otro lugar. En ese instante, escucharon el sonido único del aleteo de un grupo de cisnes. El silencio colmó la espera y allí en el cielo volaban diez cisnes con su grandeza y su esplendor, con sus alas contoneándose en el aire y el sol robándoles el lado izquierdo. Los conejos miraron mientras los cisnes pasaban; fue sublime y decisivo, todos entendieron que se habían quedado esperando tan solo para presenciar ese momento. Un cisne tras otro, la formación de la victoria que recordaba aquel momento de gloria en que todos los animales estaban juntos en el lago antes de que ocurrieran los hechos, antes de que los cisnes desaparecieran. Minutos antes de la explosión un conejo recordó en voz alta lo maravilloso que se sentía volar. El León y el Cheetah Waldo Santana Érase una vez un rey león que hacía carreras con animales del reino que él escogía. Los animales seleccionados siempre eran los débiles, los lentos, los enfermos. El león hacía esta carrera para vanagloriarse y para darle una falsa esperanza a los animales de que serían libres de la esclavitud si le ganaban. Nadie lo podía vencer. Los perdedores trabajaban doble. Todos los animales del reino abucheaban su injusticia en secreto hasta que pensaron en una solución: ir a donde el cheetah del reino y decirle que retara al rey. El cheetah, al principio, no quería involucrarse, pero luego vio todos los animales que morían de hambre y cansancio, y decidió: «el rey y yo tendremos una carrera». Llegó el día de la selección. El león llegó a escoger su próxima víctima. Escogió un cerdo: «Tú vas a correr conmigo mañana». El cheetah se paró frente al cerdo: «Seamos tú y yo». El león, para no mostrarse intimidado: «Eh, sí, vamos tú y yo», dijo. El león se enfureció y mandó a capturar en la noche al cheetah. Metió al cheetah en un hoyo sin comida ni bebida. Entonces, mandó a buscar seis venados: «Dicen que este gato es rápido. Vamos a ver cuán rápido es sin comer». Y así fue, el cheetah no comió durante toda la noche ni el próximo día. Ya era el día de la carrera. Sacaron al cheetah del hoyo y lo llevaron hasta un valle plano. El que llegara al final del valle ganaría. Antes de llegar, el león se comió tres venados más para irse a la segura. Luego, el león llegó y los dos se posicionaron. Los guardias gritaban por el rey, y el reino por el cheetah. El cheetah tenía las patas dobladas por la debilidad. El león estaba brincando listo para empezar. Entonces, un lobo aulló y comenzaron la carrera. El león le pasó al cheetah y empezó lo más rápido posible. El cheetah pensó en la opresión de los animales y se dijo: «Tú puedes», y empezó a correr más rápido. Un dolor en las costillas atacó al león. Se quejó y desaceleró su paso buscando aire. El cheetah se sentía débil pero sin fatiga. Le pasó por el lado al león. El león se enojó y corrió lo más rápido posible ignorando su dolor y su falta de aire. Pero el cheetah se alejó del león. Cuatro pasos del león eran dieciséis del cheetah. El cheetah llegó a la meta y frenó poco a poco. El reino animal lo alabó. El león llegó a la meta y detuvo su paso. No podía hablar; estaba buscando aire. Su corazón iba a mil latidos por segundo. De repente, el león sintió un dolor en el pecho; no lo pudo aguantar y se cayó al piso. Los guardias del león renunciaron. El cheetah se paró encima del cuerpo del león: «No más injusticia». Todo el pueblo lo enalteció. «Ahora habrá comida de sobra para todo el reino», dijo al mirar al león en el piso.


EJERCICIO IV: Mitos y leyendas Microcuento del génesis José Camacho Se halló en la infinidad una estrella silente. Llevaba eones contemplando la oscilación incesante del éter. Una extraña temeridad suscitó el vuelco de ella sobre sí misma, lo que causó un estruendo ensordecedor. Y tras lo que pareció un caos inmarcesible hubo un hermoso reposo. Del efluvio acaeció el Absoluto. Energía incandescente y potencialidad infinita dilucidaron la creación de las cosas. Esparció el miasma a los confines más lejanos dejando a lo propio y a lo virtuoso cerca de sí. Todo fue para su beneplácito. Y con la obra acabada, perfecta, con todas las particularidades que la distinguen, se dispuso a pensarse a sí mismo en concentración perenne. Génesis Juan Botta Al sentir el estruendo, se abrieron los predios, crujieron los átomos y el abismo pensó la idea de existir. El preámbulo de la vida se había dado como un juego y al azar; dentro de una uña éter habían sucumbido cinco mercaderes del olvido. Ellos lo hicieron por amor a la nada y así predijeron el destino. Con ayuda de la pena el abismo llamó a la nueva materia esclava y esta creció con amor. Del junte de las partes surgió el día, que significa la ausencia de la sal. De la misma forma nació la noche y es todo lo contrario. Luego, la nada ya no era la nada, sino un conjunto de promesas. El misterio estaba en el propósito; he aquí el nacimiento de los primeros hijos de la creación con el fin de explicar la existencia misma. Se les dio la tarea de poblar los terrenos en conjunto, como grupo. Fueron inventados de la misma piel del cielo, con los colores de la tierra y el fango, para que se mezclen y avasallen el abismo con sus hijos y sus olores y sus derechos. Era un época donde todo estaba claro, salvo el inframundo. Se abrió paso a las divergencias, y la nada no creyó que era bueno. Encima de cada individuo primo volcóse un poder invisible, un derrame profano que era el contrario a la función. Se le llamó reino debacle a lo subatómico de la creación, que dio paso al ente del desarraigo, del odio y la enfermedad. Hecho el cielo y el día y la noche como la conocemos, se insetaron las dudas en el espacio ahora habitado por estas criaturitas antagónicas y melodramáticas. Personajes que sembraron el mirar de reojo y el cruzar de vereda: así como la mar, así como el peregrinaje y lo prohibido. Con un abrir y cerrar de puertas tenemos un mundo entero de nieve sobre arena, con los jugadores perfectos que desconstruyen y articulan, que beben y mueren, que nacen y temen. El génesis de los vellos L. Gabriel Morales Guzmán En un principio, la desnudez de los humanos no causaba sorpresa alguna. La variedad era poca. Las diferencias de tamaño y colores eran lo único distintivos, hasta que nació un pequeño

llamado Pubis con una extraña melena entre las piernas. Pubis creció y sus pelos se regaron, llenando de misterio su piel. El deseo y la envidia colmaron los corazones de muchos. Por este motivo, un grupo de hombres profanaron su cuerpo y le arrancaron los pellejos. Luego tiraron sus restos a los leones, y su exótica piel fue reducida a simple carbón. Nadie confesó la atrocidad, y una herida quedó ante el vacío de su piel. Para ese grupo de personas compensar tal acto, se mutilaron con fuego cada parte que extrañaron de Pubis, sacrificaron los leones y tomaron las pieles para fundirlas con sus partes sensibles y ocultar sus heridas. Desde entonces, sus descendientes se afeitan o esconden sus pelos para fingir que no tienen nada que ver con los profanadores. Sin luz José R. Rivera Belaval Nació una mujer sin miedo. Ni guerreros valientes ni niños inocentes lograban comprenderla; mucho menos, imitarla. Nació una mujer capaz de retar hasta su Dios, aquel que con su ojo de fuego miraba el mundo desde arriba. Era pecado sin condena mirar, poner la vista sobre el ojo de Dios. Solo se podía mirar el ojo creador mientras dormía, y su flama era de agua. La mujer tenía los ojos azules como diosa durmiente, y esto la irritaba. Ella dedicó sus días a mirar al mirador sin parpadear a pesar de que el fuego distante la quemaba de cerca. Aunque se le quemaran las ideas, ella seguía clavando sus ojos en el mar en el que no se puede nadar. Hasta que, molesto por la soberbia, el creador inventó un castigo deslumbrante: ceguera por exceso de luz. Chupacabras/cabra lover Steven Adams Soy la cosa criatura más horrible del jardín de Dios o del Diablo, depende del día; y tengo una historia tanto asquerosa como justificable. Mi edad la desconozco, pero debo estar rondando entre los veinte y los setenta años. La única certeza que tengo es que fue alrededor de los veinte que comenzó la jodienda por la cual hoy soy el protagonista de fábulas portorras. Salí del campo a los dieciocho y volví al campo a los veintitrés, después de una estadía de cinco años en la mugre metropolitana. Durante este tiempo pasé no mucho menos de quinientas desilusiones, y, al menos, cuatrocientas mujeres utilizaron mi alma como papel higiénico. Ahora, acá en la tranquilidad del campo, no me ha quedado más remedio que evolucionar de víctima a victimario. Honestamente, la ha pasado cabrón desde entonces. Quizás te preguntes quiénes y por qué son mis víctimas, y la respuesta es sencilla… Tras un último intento fallido de acostarme con un humano decidí una noche meterme quince gotas de ácido en un monte de Aibonito. En la cúspide del viaje apareció esta jevota con cuatro patas y dos cuernos buscando acción. Fui tan rudo haciéndole el amor que le saqué los genitales de sitio; dio un grito tan fuerte que se le explotó la yugular. Me asustó este evento. Sin embargo, no pude parar de hacerlo y llegó al punto de la adicción. El resto, mis hijos, ya es leyenda. Corpus Litterarum

7


EJERCICIO V: Terror Las muñecas de Sandrita Ymalai M. Maysonet Eran hermosas. Vestidas con trajecitos de fina tela; rostros perfectos y ojos brillantes. Siempre bonitas, arregladas y con sonrisa discretas. De aspecto inocente pero sin almas. Colocadas con delicadeza para una inocente fiesta de té. Esperaban a la niña para que jugara con ellas. No tardó mucho en volver. Su trajecito estaba manchado de rojo y todo arrugado, sin embargo, ella traía una sonrisa de alegría. —Traje aperitivos —dijo. Tomó su lugar y puso los dedos de sus padres en la mesa. Las muñecas, como siempre, solo miraron y guardaron silencio. Azul Nicole Seijo Tres meses fueron suficientes para que el olor a putrefacto fuese imposible de soportar. Tomé una vara y se la atravesé por el costado. Le saqué los gusanos, le cepillé los dientes, le peiné el cabello y le arreglé el bigote. Luego, me perfumé completa, como lo hacía para él cada noche. Me acomodé a su lado, tomé su mano y, al entrelazar mis dedos entre los suyos, volví a ver el frasco casi vacío en el buró. Solo bastó una gota para convencerlo de quedarse a mi lado. Siempre tendría a mi único amor. Alz se olvidó Astrid M. Cruz Entras a tu apartamento y cierras la puerta. Allí te quedas, apoyándote contra la puerta. Nadie te recibe. Ni siquiera tienes una llamada perdida en el celular. El apartamento está vacío y ahora te das cuenta, como siempre. Crees que está en el baño y vas corriendo hasta allí, pero no hay nadie. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuatro años? Todavía esperas y seguirás esperando. El problema es que no te acuerdas. Esa noche, hace cuatro años, le pusiste fin a tu historia. EJERCICIO VI: Monjas asesinas Intrusión letal Desirée González Acevedo Ella daba vueltas por su habitación, esperando con anticipación. La noche anterior, una de las niñas se había levantado en medio de la noche y había presenciado su momento de pasión con el Padre Ángel. Al ver su cara de asustada, Sor Juana gritó. Su amante lo confundió con un grito de placer. Esa noche, no pudo dormir y tomó una decisión. Sabía lo que tenía que hacer. Esperó a que el silencio reinara por los pasillos y, con cuchillo en mano, se adentró en el cuarto de la niña.

8

Corpus Litterarum

EJERCICIO VII: Histórico El día en que el mundo casi se pierde de las extraordinarias obras de artes de Frida Kahlo Cyn Obé Recuerdo el día 17 de septiembre de 1925. Saliendo de la escuela, le aguanté la mano. Le dije que tenía un mal presentimiento y le pedí que se quedara conmigo. Luego de contemplarme unos minutos en silencio, Frida sonrió, me dio un beso, me dijo que todo estaría bien y caminó a montarse en aquel bus. Minutos más tarde escuché la conmoción y el estruendo de su colisión. Entre metales torcidos, escarcha, sangre y gritos, nació la artista. EJERCICIO VIII: Pornográfico Sangre podrida Krystel Bravo Él cerró la puerta y apagó las luces del cuarto. La única luz encendida provenía de las caricaturas del televisor. Se arrodilló frente a mí; su rostro sobre mi falda, y plantó los ojos sobre los míos. Abrió mis piernas lentamente, y, en un movimiento brusco, comenzó a besarme. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, reaccionando al calor de la fricción de su lengua. Apreté los parpados, confundidos y encendidos por algo tal vil como exasperante. Él se detuvo y se sentó sobre la butaca. Abrió sus propias piernas y esperó. Mi mente tiró cuerdas para detenerme, pero mi cuerpo reaccionó ante el implicado mandato. Me arrodillé tal como lo había hecho él mientras se desabrochó el pantalón y, tímidamente, sacó parte de su miembro. Se lo acaricié sin demora mientras en mi cabeza se fermentaban preguntas sin contestación. Las reacciones químicas no necesitan instrucciones para responder; así pues mi boca serpenteó por su tronco hasta saborear su cabeza, obedeciendo aquel instinto maltrecho. En el preciso instante en que mi ser se rendía ante aquella falta, él se lo sacó de mi boca, me sentó en la silla y se sentó en la suya. Dirigió su mirada hacia el televisor y dijo en voz baja: —¿Sabes que esto está mal, verdad? Respondí fría y confundida, sin poder comprender la razón de mi desilusión. Odiándome por ello... —Sí, lo sé. El silencio que reinó después me supo a condena, a la autoflagelación de quien vive su vida sin ser denunciado por su peor pecado. Nos enfocamos en mirar las caricaturas sin una palabra más, hasta que mami llegó poco después a recogernos. Mi secreto Joshua J. Rivera Avilés Me gusta que se tarde mamando. Por eso, antes de recogerlo, me hice una paja. Hoy lo voy a poner a tragar. Todavía hay gente que odia lo que tenemos; por eso, cuando paso a buscarlo, me hago pasar por su familia. En el carro, le agarro la mano y la pongo en mi bicho. Ya sabe lo que quiero,


pero no dice nada. A veces es un poco tímido. Llegamos a la casa. Le quito la camisa y luego la mía. Lo comienzo a besar mientras le quito el resto. Lo empujo a la cama. Le quito su bóxer y comienzo a frotarle el bicho. Estoy orgulloso de su bicho; es un lindo bicho. Lo sorprendo como le gusta. Lo amarro a la cama. Eso lo pone bellaco. Me quito mi pantalón y justamente cuando va a decir algo, lo agarro por el pelo y lo pongo a chupar. —¿Te gusta tragar leche? No te entendí… Repítelo… Su dicción es horrible cuando mama. Ya casi me lo pela de tanto tiempo enjosicao, pero él no protesta porque sabe que no me gusta. Definitivamente, la paja funcionó. Que cabrón se siente. ¡Ah! Que rico. Que sensación. ¡Ah! me vengo, me vengo, me vengo, me… Lo veo confundido. No sabe qué hacer con el semen entre los dientes, y le insinúo: —Traga. El líquido espeso en sus dientes pasa por su lengua, garganta, manzana hasta descansar en su estómago… Bello. Romántico. Respiro profundo y… me toca complacerlo. Lo amarro de espaldas. Yo sé que le fascina. Le castigo las nalgas, se las abro y comienzo a montarlo a caballo. Poco a poco, al potro, para que no le duela. Un latigazo y acelera. Más rápido. Más, más, más. Se escuchan los aplausos de mi cintura con sus nalgas. Relincha de dolor y le ordeno que grite papi. — ¡Ay, papi! ¡Ay! ¡Ay! El sudor inunda nuestros poros. El semen en todas partes. La sangre del látigo. Las lágrimas de placer. Una cascada de fluidos que cae entre las sábanas mojadas… De repente, escucho el carro de su madre. Él también. No estaba previsto; es muy temprano. Me asusto. Se está estacionando. —¡Vístete! Cambio las sábanas. Limpio el piso. Me visto. Él se pone el uniforme de la escuela y le digo. —Dile a tu mai que dije yo que tengo hambre y me cocine. Microcuento porno José Camacho Llevaba tiempo buscando consuelo: un pingoteo salvaje. De solo pensarlo se estremecía. Estaba que trepaba paredes la putita. Y se lo llevó a la cama una noche para que la atendiera. Le tocaba la chochita calientita y ronroneaba. Ponía su boca allí para comenzar el besuqueo. ¡Sí, sí, dame lengüita ahí!, decía mientras le rozaba con la puntita de la lengua. ¡Mmmmm sí, cómetela así!, exclamaba bellaca cuando le chupaba el gajo. Y así pasaron las horas. Estuvo glorioso. Sin embargo, el permanecía callado. —¿No vas a decir nada? ¿Te gusto verdad? A mí me encantó. ¡Me volaste los sesos! Pero ¿por qué no me hablas? ¡Anda, di algo! —¡woof! —¿Qué? No entendí. —¡woof, woof! —¿Ah? ¿Qué te pasa payaso? Y despertó con el hocico del perro entre sus piernas. Lo acarició sonriendo y, tiernamente, le dijo: «Tú siempre me haces sentir mejor. Gracias». Este le respondió con

una lamida en la mejilla, y prosiguió la faena de babearla todita en donde no le daba el sol. Microcuento Porno Luis Armando Vega El sábado pasado, al salir temprano del trabajo, exhausta, llegué a mi casa. Al entrar a la casa, me dí cuenta de que la puerta de mi hijo estaba abierta. Al percatarme, el pendejo estaba con su novia en lo que creía era su primera experiencia sexual. Solo recuerdo cuando Alex le decía: «Cabrona, vírate que en cuatro me gusta más». En ese momento dije: «¡Carajos, tienen trece años, eso esta mal!». Pero ella seguía gritando: «Alex, no pares, cógeme el culo, cabrón, que ya casi llego». Mi hijo la viraba, la volteaba, se la mamaba y la pendeja gemía como puta barata. Alex le metió la mano dentro del pelo pa’ que ella se lo mamara, y él decía: «Sí, Ana, qué rico, sigue, hija ‘e puta», mientras ella, sin casi respirar, le mamaba esa pelota ‘e bicho. Luego, él le chupaba las tetas, le cogía la crica. Yo también me la cogía, hasta que no pude aguantar más y me vine tan cabrón que me mojé hasta el culo. EJERCICIO IX: Detectivesco Diarios, Reportes y otras cosas más Luis Armando Vega —Todas las noches pienso si será correcto. En las mañanas antes de ir a trabajar, en el desayuno, y observando a mi esposa, reflexiono acerca de ello. Me subo al coche y me dirijo a la oficina repitiéndome a mí mismo: «Todos tenemos problemas; algunos son comunes y otros existenciales». Tengo tanto trabajo que siento que me desconecto de la vida real. Mis padres tuvieron la culpa; me lo dieron todo y me lo quitaron todo. Siempre quisieron que fuese esto que soy ahora, un prodigioso bancario que no sabe qué hacer con su vida. Viviendo del sufrimiento ajeno. Esperanzado de que algún día pueda emprender un viaje e irme con mi amada a La Habana a vivir la vida que quiero. Dejar el trabajo sería la mejor decisión que pueda tomar, salir del círculo vicioso y dedicarme a amar, a soñar. —Los jueves en la tarde antes de dormir en no sé dónde busco qué comer. A veces, las personas buscan ayudarme, «jodidos bastardos», no saben cuánto los desprecio. Por culpa de ellos es que estoy en la calle. Con sus limpios trajes, enajenados de la vida, si supieran el hambre que paso entre las calles. Me miran y siento su miedo, su asco hacia mí. Es tanto el odio que se respira por aquí que hasta yo he comenzado a odiarme. La vida se ha vuelto gris y el mundo es una ilusión de desengaños. ¿Hasta cuándo soportaré este martirio? Pero os juro que un día me conocerán. Ese día me glorificarán y mirarán con desprecio a otros. Ese día será mi venganza, y nadie podrá ignorarme más nunca. —Fue el pasado viernes en esa calle tan oscura entre edificios. En unos de los callejones se encontraba un hombre bien parecido. Al parecer era ejecutivo: 6’3 de altura, delgado y tez clara. Yo lo observaba desde el vehículo todos los viernes. Salía del edificio a eso de las 9:49 p.m., y se encontraba con quien sería el principal sospechoso. El callejón era pequeño; botes de basura por todos lados. Estaba oscuro, solo una luz que encendía instantáneamente, par de gatos, ratas, cigarros a medias. La noche Corpus Litterarum

9


seguía oscura. Par de aves en la repisa, silencio. La noche más oscura. Un gran silencio. »A eso de las 10:30 p.m., mucha sangre corría en el alcantarillado, par de extremidades desmembradas. El hombre ya no tenía ojos, y el corazón era la cena de las ratas. »Dieron las 7:55 a.m. Llegó la esposa del occiso, llegó el detective Ramírez, llegó la policía y se toparon con el cuerpo. Asombrados, quedaron con las atrocidades que le hicieron al joven ejecutivo. Nadie pensó que alguien como él fuese ejecutado de esa forma. »Forense detectó huellas en el cuerpo. Encontraron sangre que no coincidía con la de la víctima, por lo que se llevó a investigar. »A las 8:22 a.m. se encontró a la persona que coincidía con el adn de la sangre; al parecer la persona se llamaba Joaquín Pedreira, un deambulante que robaba en la ciudad. Fue encontrado y arrestado a varios bloques del callejón. Lo encontraron cortado y con armas blancas en la mano. Lo llevaron a la comisaría. Más tarde, 9:44 p.m., este se suicidó en la celda. Coincidieron las versiones con los hechos y el caso fue archivado. Víctima y agresor, ambos muertos. —Mi esposo llegó a altas horas en la noche. Trabajó incansablemente. Se parecía mucho a mi padre, los amo tanto. A veces, me siento sola y no tengo ni a quién expresárselo. Lo mismo le pasaba a mi madre; es increíble ver cómo escogemos esposos parecidos a nuestros padres, y a su vez queriendo evitarlo. Nuestros padres tienen bastante influencia en nosotros, a tal punto que nos quieren dominar. Mi infancia fue así, terriblemente fui manipulada por mis padres. Mi padre era como mi esposo, un amor; casi nunca estaba en casa, pero cuando estaba, quería siempre mandar. Mi madre era otra cosa, terca, egoísta y maltratante. Un día, en mi adolescencia, quiso golpearme frente a mis amigos. Fue vergonzoso; pensé que sería la burla por siempre. Tuve tanto coraje que me encerré en mi cuarto por horas. Al dormir fui a la cocina, envenené el café y me fui de casa. Al amanecer, me enteré que mis padres, ambos, habían muerto. Me entristecí al saber que mi padre también había muerto. Lo amaba tanto, pero no me prestaba tanta atención. Huí del país y nunca se supo nada. —En la jornada del viernes salí tarde de trabajar. Decidí tomar el tren para poder llegar a mi destino. Cuando de repente veo a esta bella dama a mi lado; era de clase alta y bien parecida. Comenzamos a hablar, hasta que le ofrecí tomar un trago y accedió, por lo que nos bajamos en la próxima parada. Desahogamos nuestro males, hasta que accedió a que la llevara a mi apartamento. De camino le contaba las cosas que veía en estos callejones. Eran las 9:49 p.m. Como de costumbre, me encontré al ejecutivo merodeando. Al instante, él se sorprendió al vernos. Yo me sorprendí más al ver a mi esposa allí. »Yo me encargué de él, su esposa de la mía… Lo demás, lo escribí en el reporte. EJERCICIO X: Ambientación Girasoles Laura I. Miranda Esperabas en el mostrador mientras te daban la información del cuarto. Se escuchaba un alboroto en el pasillo azul claro. La gente arrastraba los pies. No sonreían, a pesar de las estrellas de colores que adornaban las paredes. El olor a antibiótico era insoportable, al igual que las irritantes lu-

10

Corpus Litterarum

ces del techo. Miraste por curiosidad al cuarto cien. Estaba pintado igual que el pasillo, decorado con nueves y con un sonriente sol. Las luces fluorescentes estaban apagadas, pero las cortinas color mantequilla parecían abiertas, dejando entrar la luz de la mañana. A pesar del frío insoportable, le daba un aspecto cálido al ambiente. En la cama, se abultaba una sábana rosa de Barbie. Te dio la impresión que se movía levemente. A pesar del ruido del pasillo, se sentía el silencio del cuarto. Lo único que se escuchaba era el lento, pero constante pito de un pulsómetro. Al lado de la cama había una mesa de noche con tres vasijas de girasoles. Sobre el cabezal de la cama flotaba un gran globo amarillo metálico. Al pie de la cama descansaba un enorme perro blanco de peluche. En el piso, al lado de la cama, notaste un pequeño zafacón plástico. Un viejo asiento de cuero reposaba en la esquina del cuarto, en donde dormía una señora regordeta y pelinegra «407» Aterrizaste con la voz de la enfermera y seguiste tu camino. Eran las cuatro de la tarde cuando llegaron a relevarte. Saliste del ascensor, trotando por el pasillo en dirección al vestíbulo. Pasando el mostrador, no pudiste resistir la tentación de mirar de nuevo al cuarto cien. El globo, las flores y el peluche habían desaparecido. Te detuviste. El pulsómetro ya no pitaba y la sábana de Barbie estaba doblada encima de la cama vacía. Diste un paso hacia el cuarto, pero te detuviste cuando una enfermera te pasó por el lado y entró. Pasó tiernamente su mano por encima de la cama, agarró la sábana y se fue. Saliste de tu trance y seguiste caminando. Quisiste mirar hacia atrás para observar el cuarto de nuevo. Te dio la impresión de haber visto girasoles en el zafacón, pero nunca pudiste confirmarlo con certeza. EJERCICIO XI: Obituarios Auto-Obituarios José R. Rivera Belaval III – Joe Hoy se murió un cabrón. Esto incluye todos los sentidos de la palabra y todas las esquinas de los triángulos. Murió de dolor de cabeza. Se le dedicaron tres cajas: una para el cuerpo ausente, otra para los sobrehuesos de su cráneo y la tercera para sus transgresiones, que fue lo último que se supo de él. II – José Murió tratando de evitarlo. En caminos desempolvados se le hacía fácil perderle el trazo. Nunca se supo de nada que hiciera que valiera la pena recordar. III – Belaval «Y otro crimen quedará sin resolver». Aprendió lo que era perder. Pidió que lo quemaran porque no le gustaban las cremas. Pidió que sus cenizas las hicieran tinta y que con ellas escribieran tu nombre junto al de él, en algún muro de las calles que caminaron juntos. Murió porque no pudo olvidar. IV – Raul’s Resuelves Service Se fue a la quiebra por falta de cobros. Vagabundeando anduvo un rato mientras pagaba los pecados que cometió por falta de soledad. El mejor amigo de todo el que necesitaba cierta ayuda existencial. Murió de cansancio. De cuando en


vez, su fantasma se anima y se pasea entre los que también están exhaustos. Se ríe en momentos inapropiados, o, por lo menos, eso hacía. Se le reconoce, en particular, que se le debían muchos cafés. V – Bon-Zy Capaz de seguir un culo por años. Se dice que parecía un pequeño árbol japonés. Construía castillos y mataba dragones. De día era un Pitirre y de noche un pez Beta. Murió atragantado con el mundo pensando que se lo podía comer. VI – Nirvana Porque todos debemos aspirar a ser mejor que alguien más o morir en el intento. Murió de pena y un escopetazo en la cara. Y eso es como pedir disculpas por dolores que no causaste. Siempre quiso amaestrar este idioma. VII – No.2 En Tu Lista «Vuelvo a casa temprano, hermano. Nada salió como lo esperaba…» Escuchó cantar su historia letra por letra. Hizo mucho en muy poco tiempo. Notablemente, se convirtió en cazador de peces gordos. Murió en brazos de luz sin poder pensar. Tenía los pies rotos y los vasos vacíos. VIII – Mr. B Un día llegamos a la conclusión de que yo era un gato. Pues me maté ocho veces para pasar mi última vida contigo. EJERCICIO FINAL: Serie de microcuentos El espectacular mundo del Tren Urbano Cyn Obé I Entre los chillidos de las vías y el metal de las ruedas escuché un teléfono detrás de mí, seguido por murmullos y, finalmente: —¿Quién es ese y qué hace llamándote a estas horas? —¿Y qué hace llamándote? Te he dicho que no tiene que estar llamándote. Déjame ver ese... —Deja eso chico. Baja la voz. Tú siempre con estas escenas en público. El viraje del vagón logró que con el reflejo del sol mañanero yo viera sus caras a través del cristal. Eran un par de ancianos que apenas se agarraban bien del asiento mismo.

pero ella, la mamá, lucía un impecable blower y maquillaje retocado. Mascaba su chicle enredao en la lengua, que continuaba haciéndonos partícipes de aquella molestosa conversación telefónica que ya ni recuerdo lo que decía. CUPEY lll Era de esos momentos que no había ni un asiento vacío; todos los sudores, alientos y cansancios se agarraban a los tubos del techo. —Oye, pero tú ere bien bonita. Tú no me diga a mi que nunca te han metío mano. Tú tienes que estar bien bellaca en algún momento. Óyeme, hermanita, mírame, mírame a los ojos y dime que nunca has chichao. Ese Dios tuyo es un cabrón; mira lo jodío que estoy. ¡Qué me mires, te digo! El tecato hostigaba a la monja con insistencia. Ante la mirada atónita de los que aquello presenciábamos, la monja, jovencita y asustada, solo se persignaba y rezaba con tal fuerza que parecía pedirle a Dios que se tragara aquel tren con todos sus pecados. UNIVERSIDAD lV Baja con dificultad las escaleras de la Lázaro. Tiene un bulto que parece pesado, y una joroba hace de su paso dificultoso. No imagino cuánto se tarda de aquel segundo piso a la estación. Baja con igual velocidad; supongo que pasarán varios trenes desde que comenzó el trayecto hasta allí. Pasa todo el día escondido entre la colección puertorriqueña y la del caribe. Me lo encuentro todos los días. No tiene idea de mi curiosidad, que crece a medida que lo veo. Se sienta frente a mi; su olor distintivo me confirma que su piel lleva añejada décadas. No devuelve mi sonrisa; nunca lo hace. Solo carga su bulto, sus recuerdos y mi curiosidad. BAYAMÓN

SAGRADO ll Ni el incesante ruido de las vías subiendo a Cupey pudo el tren librarse de aquel espectáculo. Ella, con sus uñas con Shellac, vociferaba a todos a través de su iphone, a la vez que buscaba en la cartera Britto un juguito Capri Sun. El bebé en el coche, mocoso sin camisa ni zapatos, gritaba gustoso de lo que veía. Su cara embarrada de un anaranjado emplaste. El coche sucio, el niño despeinado, Corpus Litterarum

11


Fruta Madura Betzabeth Waleska Tus labios me acechan, de mi boca se desprende un hilo que llega hasta mi vientre; revuelve mis entrañas cada veinticuatro horas. Mi pecho se abre al contacto de tus manos cual fruta madura; tu boca que me devora sin clamor, yo que caigo rendida. La mañana toca a la puerta de lo acaecido, encuentra a la mujer desparramada, esculpida por esa boca desnuda, plena, erguida... Tiemblo como mazo de espigas al viento en ese momento cuando tu risa escarlata se posa en mis caderas me inquieta. Usurpa la sombra de mi cuerpo abandonada al parpadeo de tus dedos cuando recorres mi columna. Te instalas en mis huesos, me ardes en las noches, te alojas en los recintos de mi espalda y enmudeces sobre mis senos. Susurras, a través del silencio, el relámpago de palabras que la luz naciente decapita.

12

Corpus Litterarum


Tríptico al silencio Marilourdes Acevedo Román Si me notan dispersa debe ser que la psicología no ha podido dar con la raíz de mi silencio Mayda Colón

I Más allá de lo que los ojos no ven es el silencio. El espejo no miente. La que se asoma no me reconoce. ¡Ha pasado tanto tiempo! Perdida en el piélago de sus ojos los (des)encuentros, un tú a tú de inquietas miradas. En el espejo quedaron colgados los adjetivos. II Dice que de noche no duermes. Penélope tejiendo y des-tejiendo tu mortaja. Tanto silencio te ensordece. A lo lejos el lento paso de las hormigas, sobre la mesa, cóctel de medianoche. Ambien para dormir las penas. III Una casa muda. La mecedora rue-que- que-rue-que , adentro llueve nostalgia. El vientre plano, los pechos secos, los dedos que tocan la nada, la cicatriz del disimulo. Tu recuerdo despierta si cierro los ojos.

Corpus Litterarum

13


Petición del telescopio Miguel Ángel de Jesús Solo te pido un cuerpo: tan fugaz como la lágrima del Universo quebrantado, tan volátil como la nova atrapada entre el sigilo de tus pestañas que cubren el vacío de tus ojos. Solo te pido un cuerpo: la cúpula de tus pechos erectos por el olvido helado de un cometa que cruza por la izquierda, la onda de una materia desconocida que se aloja en tus labios como si volvieran a un hogar. Solo te pido un cuerpo: Seamos astros en colisión, dimensiones encontradas, vida y muerte en un tiempo, imposibles a la existencia. Solo pido tu cuerpo, solo pido la noche.

14

Corpus Litterarum


Poema por tu muerte Lino Berberena “A Julia Constancia Burgos, porque, ante un anhelo y en algún 1953 escogió morir consigo misma, abandonada y sola.” Ojalá que de la nada no resulte el indolente que se somete a lo sublime con aires de valiente. ¿Por qué recibiste con los brazos abiertos esa luz cegadora? Después de tanto vivir y de tanta hermosura te entregaste al estupor de una cuneta neoyorquina y la manzana devoró a la poeta a quien hoy le doy mis letras. Ojalá, Silvio te cante al oído otro ojalá para que te traiga de vuelta alguna vez y de ese modo la brisa nos regrese la esencia esparcida en el puente para entonces, interponer un clavel entre el cielo y la sombra y por el resto de mis días perderme junto a ti en el Rió Grande de Loíza.

Corpus Litterarum

15


Epifanía José Muratti Toro De pronto todo se vuelve más claro. Las verrugas amontonadas en tu alma comienzan a desvanecerse y sientes un alivio leve que se esparce como anillos en el agua de una fuente; como al sacarte una espina, la piel agradece. Te miras en el espejo que hay detrás de tus ojos y ves cómo se dispersan las tinieblas, y una luz tenue disuelve las sombras, el peso de una cicatriz que permanece abultada y latente, incapaz de cerrar definitivamente. Reconoces el umbral de tantos miedos, de tanta furia, de tantas ruinas. Esta vez tiene un rostro opaco y frío, una respiración entrecortada y seca, unos pies de barro blanco y un pecho que ansía un aire que ya no le pertenece. Te parece extraño que tanta oscuridad habite en ese rostro que tanta claridad prometió un día, un instante, un siglo atrás cuando sentiste que contigo nacía el amor que define Universo y traza sendas y cambia destinos para siempre. Tratas de retener su imagen para definir sus facciones, los motivos de su llegada, las razones de su partida al decidir quedarse, las raíces de sus caprichos, su impotencia, sus hálitos de deseo, de ensayar constancias, sus desquicios, sus renuncias, sus violencias. Pero ya es tarde. La luz engulle la penumbra como el mar se apropia las huellas en la arena. Nunca pensaste que se iría, que no estarías. La extraña e «insoportable liviandad de ser» se invierte y sientes que tu alma se despega de esa materia inerte que ya no te requiere. El amanecer luce más claro. El cielo te abraza con su azul más limpio, más diáfano, más terso. Su imagen se traga a sí misma, llevándose sus sombras, tus sombras, y sientes que eres dueño de un espacio y un tiempo que te arrebataron; que de aquí en adelante puedes vivir lo eterno.

16

Corpus Litterarum


Vida en frío Zylia Zoé Ramírez Hay algunos que salen corriendo antes del frío Y es que ven que la vida ofrece desafíos Pero también no pueden entender Que sus padres no van a volver Y no pasan mas de dos segundos Preguntándose cuando dormirán Por que saben que la vida en el frío Es como un río desembocado No se sabe a donde van, No se sabe de donde vendrán Hay gente que sale corriendo en la lluvia Cuando ven que hay dos gotas de agua Y pierden mucha energía pensando en el que dirán No se sabe de donde vendrán No se sabe a donde van.

Corpus Litterarum

17


Mi viejo roble Samantha Ordaz Qué triste mañana de primavera, al saber que tu sombra acaparadora ya no está. Todas tus hojas, hasta la última, han caído al césped… húmedo porque el cielo ha llorado tu partida. Y con lágrimas en mis ojos, me despido en el silencio. No habrán más solanos que carguen con tu dulce voz, ni palabras alentadoras que me traigan los rayos del sol, que se calaban entre tu hermoso follaje. Y con espinas en mi corazón, por esas rosas que llevo conmigo, para ti, me despido en el silencio. Guillermo Abraham Ordaz Talavera (2/11/1930 – 4/5/2013)

18

Corpus Litterarum


Escribe sobre un evento histórico de tu interés. Hazlo desde el punto de vista del primer reportero que llega al lugar.

Escribe sobre aquella vez que pudiste volar.

Escribe un microcuento sobre tu personaje favorito de la niñez, ubicado en otra época o en otro mundo.

Escribe una escena en la que las oraciones no sobrepasen las dieciocho palabras y los párrafos no sobrepasen las cincuenta palabras.

Corpus Litterarum

19


ENTREVISTA

INTERCAMBIANDO POSTALES Por E.J. Nieves, Sandra B. Valentín Medina

Para esta quinta edición, entrevistamos a nuestro hermano isleño Frank Báez, escritor dominicano, aunque este se niegue a admitirlo y prefiera llamarse más bien ciudadano. Desde muy joven comenzó a escribir y a interesarse por la literatura porque consideraba que: «Era una manera muy interesante de ver el mundo y comprenderlo». Ha publicado los libros Jarrón y otros poemas (2004), Págale tú a los psicoanalistas (2007), En Rosario no se baila cumbia (2011) y En Granada no duerme nadie (2013) con los que ha ganado diversos premios. Postales es su poemario más reciente, y fue publicado en Puerto Rico bajo el sello Editorial de Erizo. Creando puentes con nuestra isla hermana, nos dimos cita con Frank vía webcam y esto fue todo lo que nos contó…

E.J.: ¿Cómo es tu proceso de escri- llamente se van, se borran, hasta que tura? yo me encuentro con algo que es lo que estaba buscando y con lo que me Frank: Mi proceso de escritura yo quiero quedar. Es un poco también, creo que consiste en que no tengo un en la poesía, de la forma en que yo proceso de escritura bien claro, en el quiero decir, lo que es muy diferente sentido de que no es tan sistemático a tú plantear una idea o una imagen, como debería ser o como a mí me gus- y eso no quiere decir que sea la más taría que fuera. Porque sería buenísi- preciosista, la mejor en términos esmo si uno pudiera escribir de tal hora téticos, pero sí de la manera particua tal hora. Pero a mí, de verdad, no lar en que yo quiero decir las cosas. me funciona. Yo he tratado y, a veces, Que eso a mí me parece que es una sí lo hago, pero por poco periodo de buena distinción. Una cosa es que un tiempo. Ahora bien, lo que sí me gus- discurso funcione muy bien en térta mucho es tomar notas, tomar mu- minos formales y, digamos, estético chísimas notas y escribir en cuaderno. y otra cuando entra ya esa mano del Creo que el proceso de escritura no es artista que quiere plantear una cosa solo cuando tú te sientas a decir «voy o plasmar algo de su punto de vista, a escribir un poema o voy a escribir de su propia individualidad. Entonun cuento». Sino que el proceso de ces, en ese sentido sí me da un trabajo escritura se encuentra cuando tú es- encontrar cuál es esa individualidad tás escribiendo una carta o cuando a partir de la referencia que yo tengo. tú estás tomando una nota en la calle. Yo pienso que todo está relacionado E.J.: En algunos poemas mencionas a de alguna manera. Pero no solo eso, Baudelaire y a Poe. ¿Qué tanto han yo me iría un poquito más allá. Tam- influenciado ellos en tu poesía y qué bién cuando estás teniendo una con- otros mencionarías? versación con otra gente, que tú un poco sientes y comprendes lo que tú Frank: Claro, son influencias. Hay quieres decir y como que de alguna muchísimos autores que son inmanera tú lo sacas de la cabeza como fluencias. Pero aquí, en cuanto a si lo sacaras de una tómbola de ideas Baudelaire y a Poe, hay una idea de o frases para usarlas posteriormente. ellos en términos de la modernidad, Yo pienso que el proceso de escritura de lo que ellos representan. A veces, implica todo eso, la mirada: de qué cuando hablas de Baudelaire tú estás manera tú miras las cosas, cómo tú hablando de cierta modernidad, de las miras de otra forma. En mi caso cierta postura ante la poesía. Cuanel proceso de escritura puede ser que do tú hablas de Poe tú hablas de exyo escriba un poema treinta veces, trañeza, tú hablas un poco del lado cuarenta veces, hasta que comprenda oscuro, del lado más terrible del ser qué de verdad es lo que me intere- humano, del lado, digamos, de pesa de ese poema, porque puede que sadillas, lo macabro y todo eso. Enhaya un montón de cosas que senci- tonces, a veces, no es esencial que tú

20

Corpus Litterarum

Frank Báez

lo cites para parecer que eres intelectual ni nada de eso. Sino que a veces son referencias que son parte de la cultura. ¿Quién no conoce a Edgar Allan Poe y a Baudelaire y lo asocia directamente con la poesía que hacen? Entonces, yo lo veo más en ese sentido. Sandra B.: En muchos de tus poemas el tema central que trabajas es la poesía misma, la situación del poeta y la literatura. ¿Crees que podríamos llamar tu poesía «metapoesía»? Y si consideras que ese el caso, ¿qué propones al reflexionar sobre el arte mismo?


FOTO SUMINISTRADA

ellos, tienen humor, tienen emociones, les llega, tienen toda esa sensación. Es un poco de tratar de hacer malabares, entrelazar realidades entre lo visible y lo invisible. Son esas ambivalencias. De pronto, tú tienes un poema de la Marilyn Monroe que es un personaje travesti y eso, pero es un travesti que se va transformando, que va buscando su identidad, su personalidad pero es un poema divertido. Tú no tienes ni que saber que todo tiene que ver con la identidad, de que está hablando de los dominicanos, que está hablando de la poesía dominicana. La idea es que el lector no sepa nada de eso. Quizás, si le interesa, lo indague luego, si tiene interés. Pero que en el momento cuando le llegue el poema, que este funcione independientemente de eso. Ese es mi punto, de que si tú, de alguna manera, logras que toda esa disquisición, toda esa rareza que tú tienes encima, logra funcionar en un contexto, en una lectura, y el lector se siente satisfecho y llega a emocionarse, a sentir cierta empatía con lo que estás leyendo. Yo creo que eso es lo que al final se busca. Y, claro, el libro está lleno de muchas referencias que a veces me dan miedo. Muchísimas citas tergiversadas y todos esos juegos. Por ejemplo, muchos de los poemas están construidos a partir de bromas que no son bromas. Bueno, yo los veo como bromas, pero en sí son retos intelectuales. E.J.: En «Ars Poética» la voz lírica destrozó al pájaro/poema porque lo apretó demasiado. ¿Qué es apretar demasiado un poema?

Frank: Yo diría que sí. A veces, a mí me da como miedo porque la poesía yo la siento como muy autoreferencial, pero también hay demasiado sobre poesía. Siento que los poemas son demasiado sobre poesía y, a veces, yo no creo que eso sea tan bueno porque pienso que el poema tiene que ser entretenido, tiene que llegar a la gente. No todo el mundo tiene que leerse a Roland Barthes para poder leer poesía. Entonces, yo sentí que esa poesía que se hacía anteriormente, de la generación anterior acá en república dominicana, como en otros sitios, era muy referencial, muy hermética, como que le cerraba un poquito las

puertas al lector común. Ahora bien, tengo todas esas preocupaciones, la preocupación del lenguaje, la preocupación de identidad, del poema como acto de trascendencia vital, de que con el poema yo estoy contando lo que me rodea, mi entorno y hacia dónde voy. Todo eso me interesa, pero ¿qué le importa eso al lector, verdad? Entonces, aquí viene la parte que a mí me parece que… está toda esa parte, ponte, hasta espiritual o de indagación o filosófica, como sea. Pero está la otra parte que es sencillamente entretenimiento, de que la gente va a leer estos poemas porque tienen gracia, porque se pueden relacionar con

Frank: El problema, a veces, de la poesía, y es un poco lo que estábamos hablando anteriormente, es cuándo tú debes de soltar, ¿verdad? Ahora bien, si tú agarras al pájaro y lo sueltas de inmediato, no vas a llegar a quedarte con el canto porque es un poco como el canto, de qué manera tú puedes agarrar el canto del pájaro. Si te quedas y lo aprietas mucho vas a terminar destrozándolo; acabas destruyendo el canto. Yo creo que el juego es un poco de qué manera tú puedes atrapar ese canto y lograr plasmarlo en el papel, en la lírica, en el poema, en lo que estás escribiendo. Es eso, de qué manera tú puedes atrapar la poesía y que se quede en lo que estás escribiendo. Me parece que eso en sí es el trabajo poético por excelencia. De qué manera se puede Corpus Litterarum

21


FOTO SUMINISTRADA

agarrar ese canto y que se sienta en lo que estas escribiendo. Generalmente, no pasa. Uno acaba destrozándolo o, sencillamente, no lo agarras. Pero en sí, cuando yo digo que lo puedes destrozar en el sentido de la escritura, porque todo tiene que ver con la escritura directamente, de qué manera puedes encontrar la palabra adecuada, de qué manera tú vas a lograr plasmar la idea que tú tienes en la cabeza. Yo puedo tener como un ejército de ideas, puedo organizarlas en pelotón, como tú quieras. Ahora bien, ¿cómo esa idea yo la voy a lograr plasmar en el poema? Puedo tener un montón de ideas; a veces tengo muchísimas ideas y tanta idea tengo que acabo haciendo. Lo difícil es lograr darle la forma, encontrar dónde esa palabra se va a combinar con otra y va a lograr esa potencia o esa fuerza poética. Ahí es que está el problema. Y eso es lo que da trabajo: el ejercicio poético, el ejercicio de escritura. Es difícil; no hay nada más placentero que cuando tú logras que algo de eso funcione, cuando logras que esas palabras se unan y se logren esas combinaciones tú tienes, ¡pow!,

22

Corpus Litterarum

un poema. Eso da mucho deleite por una hora hasta que te cansas y te das cuenta que el poema era malísimo, y fue como una ilusión. E.J.: En algunos poemas se plantea el tema de la realidad vs. la irrealidad, como por ejemplo en el poema «Poemo». Aquí los niños azuzan al cuervo para que vuele, pero este bien puede estar o no donde está. ¿Cuán necesaria es esta pugna entre los dos elementos para lograr expresar aquello que es difícil de expresar en la poesía? Frank: La poesía es, sobre todo, expresar lo que no está ahí o lo que la gente no está pendiente. No es que no esté ahí, es que la gente no está pendiente. El poeta, en ese sentido, es un tipo que señala un sitio, y todo el mundo se da cuenta de lo que hay ahí. Todo el tiempo estaba ahí, pero no se dan cuenta hasta que él lo señaló… Es un poco como eso, lo que siempre ha estado ahí y de qué manera se descubre. Pienso que los poemas siempre tienen ese juego entre lo que sería visible y lo invisible. Si tú

solamente hablas de lo invisible, de lo abstracto, como que necesita algo de concreción para darle forma, para que tú comprendas donde van las cosas; de manera que eso invisible pueda verse. Si solo contamos lo invisible es demasiado etéreo, demasiado poco manejable y, al final, tú no llegas a aprehenderlo. Sin embargo, cuando lo visible te lleva a presentar de alguna manera lo que está oculto, lo que sería invisible, a partir de esa realidad, a mí me parece que es mucho más sencillo. Por eso, yo siento que la poesía tiene que tener eso de realidad, esos detallitos totalmente reales que tú logras captar. Me acuerdo un poema que creo que se llama La luz del mundo, y es, sencillamente, que él va montado como en uno de esos minibuses en su pueblo, Santa Lucía, y están escuchando Bob Marley, y él empieza a hablar de su gente. Entonces, es sencillamente una crónica de lo que está pasando en el momento y un alegato muy triste de aquellos que se han quedado sin tierra, pero muy sutil. Al final, el poema se llama: La luz del mundo; y tú sientes como que hay una


luz que se va filtrando por el poema, pero él no lo va diciendo claramente, sino que eso está ahí, y lo que él te va contando es muy manejable, pero está eso oculto, esta eso misterioso. A mí me gusta un poco eso de que la poesía, a partir de todos esos elementos cotidianos y reales de que todos

formamos parte, podamos filtrar esos detallitos que vienen de otro lado, que vienen de otra dimensión. De qué manera esos detallitos hacen que toda la realidad se altere, de que el cuadrado se vuelva circular y todo ese tipo de cosas. Son esos momentitos, esas cositas. Con ese lenguaje

claro, llano, yo creo que se puede aprehender, porque sino resulta muy complejo y muy hermético. Sandra B.: El poema «Postales» enumera momentos de la vida de muchas personas. ¿Conociste a todas esas personas? Frank: Sí. Esa estructura estaba ahí. Cuando era niño había un programa que daban en la radio que se llamaba: Radio Guarachitas. Era un programa de bachata, en ese entonces cuando la bachata no era famosa. Eso lo oía la muchacha que trabajaba en mi casa. Ella ponía ese programa y siempre había un momento en que la gente mandaba saludos. Entonces, yo siempre pensé que era simpático. Un programa donde mandaba saludos a muchísima gente. Yo me dije: «¿Por qué tú no puedes hacer

Corpus Litterarum

23


eso como una poesía?». A mí lo que me remite es a ese programa donde la gente se manda saludos. Un saludo a Pedro, que se acaba de casar. O lo hacían a los militares: al Sargento Rodríguez, que acaba de entrar al servicio militar. A mí me da mucha gracia eso. Postales es quizá un homenaje a eso. Yo lo que hice fue que empecé a buscar un montón de referencias de cosas que me habían pasado y de cosas que le habían pasado a otra gente, que son terribles pero que de alguna manera me emocionaba. Yo te puedo decir que la mayoría de la gente yo la conozco. Hay muchos que yo les cambié el nombre porque son muy terribles y se pueden poner bravos; pero la mayoría sí son referencias. Cuando yo me sentaba a escribirlos, me acordaba y las trasladaba. La mayoría son historias de do-

que nos llegan las postales de fuera y también son postales que nosotros mandamos hacia otros lados. Entonces, ese es el jueguito, el del libro, esa influencia de cosas, de encuentros y desencuentros, a mí me parece que tiene mucho de ese libro. Y la última, la que habla del evangelio, que dice: «Atiendan su cartón que Dios está cantando BINGO», ese es un evangélico que va cerca de mi casa, y a mí me gustó mucho. Siempre pensaba que ese era el final perfecto para un libro.

minicanos en general, pero también hay gente de otras partes que yo he conocido, que he sabido de su historia. Era un poco como eso, mandar saludos con el cariño como una postal. «Mira lo que le pasó a tal persona» y eso, pero siempre con eso del cariño. Yo no sé si ustedes conocen, ya que ustedes también son isleños, la idea de las postales. Te mandaban la postal de Nueva York con la Estatua de la Libertad, y la mamá de qué sé yo quién escribía eso. Y, al final, lo único que tú tenías era esa postal que te mandaba la mamá desde otro sitio del mundo con el nombre escrito. Es nuestra realidad, la realidad de

puede decir que hay algo que tú puedas romper. Aquí todavía la poesía está organizada en mafia; y eso, a veces, cuando tú no perteneces a ninguna, es que hay un problema. Yo diría que es la misma poesía porque, al final, el problema de la poesía es que no la lee nadie. Yo quisiera que se leyera más, pero en términos de la academia lo que se tiene es una idea muy superficial de lo que está escrito ahí. Es como si solamente hubieran visto la parte de arriba y no les interesara llegar a analizar el trabajo relacionado con las referencias de poesía que hay ahí, pero también con lo que está sucediendo literaria-

E.J.: Obviamente, en tu poesía rompes ciertos convencionalismos literarios. ¿Cómo ha sido tu experiencia con la crítica formal?

FOTO por CINDY JIMÉNEZ-VERA

Frank: Yo no creo que rompa tanto. Cuando tú piensas en Vallejo, no se

24

Corpus Litterarum

mente hoy día o con la realidad dominicana o la realidad de la que yo vengo. Pero también de la experiencia libresca y todo eso. Por otro lado, eso te sirve y me sirve a tener cierta libertad con lo que estoy haciendo. A medida que tú sientes como que la gente empieza a hacerte el coro, a decir que tú estás haciendo tal cosa o estás en tal búsqueda, quizá si tú quisieras ser transgresor dejas de serlo. Porque ya te conviertes en vitrina donde tú vas a trabajar tales cosas y estos son los elementos de tu poesía. Todo lo contrario. A veces, la poesía es tú lanzarte a lo desconocido con lo básico: tronco, palmeras, piedra. Tú lanzarte al vacío con eso y cruzar el Canal de la Mona. Ese es el punto. Al final, imagínate a los grandes poetas… ¿Quién le hizo una crítica a Baudelaire? Nunca le llegaron a hacer una crítica. Hablando de gente ya como más sofisticada, por no decirte de un montón de escritores que ni se entendía lo que estaban diciendo en el momento. Además, creo que no vale la pena tanto escucharlos; a mí me interesa más otra cosa. A mí me interesa más los homenajes que salen de las obras, que una obra tuya influya en otro artista que cree otra cosa, o de un lector que desarrolle algo, que un lector te diga que un texto tuyo le ayudó a hacer un cuento o una crónica. En ese sentido, sí yo he leído varios textos que son textos que salen de experiencias mías, de textos míos que le llegan a otra gente que lo convierte en otra cosa, que los usan como vehículo para desarrollar otras cosas. Eso sí me interesa, porque eso hace que tu literatura se sienta viva. Cuando tú sientes que la literatura toca a alguien así y le llega, sí hay un poema que habla de esa trascendencia y eso. Es un poema que yo le dedico a la sobrina mía que se llama Liza Marie lee mis poemas. Es un poco planteando que quizá ella va a ser la última lectora que yo voy a tener cuando ya yo esté desapareciendo, y eso es bello. A veces pensamos que tenemos que escribir poesía y que nos van a leer durante trescientos años, y no. Probablemente vamos a desaparecer a los cuatro años de haber publicado un libro. Lo que generalmente pasa es que nadie vuelve a leer. Entonces, el ejercicio literario es muy triste y tenemos que atenernos a la moda, a la crítica, a lo que tenemos cerca, a la gente que de verdad le llega lo que tú escribes, ese tipo de


cosas. Y si escribimos para esa gente, con esa limpieza de corazón, con esa sinceridad, con ese amor, quizá ahí está la trascendencia, y tú no vas a enterarte nunca de que te leyeron durante quinientos años o lo que sea. No sé quién va a tener ese privilegio. Acuérdate de que esos privilegios son errores. Al final, mucha gente pudo relacionarse con eso y esa es una experiencia muy linda. Entonces, es un poco quedarse en esa sencillez. Y eso hace también sentir: ¿para qué escribo? ¿Cuál es la función de la poesía? ¿Para qué yo me siento a escribir un poema? ¿A quién yo le estoy comunicando algo? ¿Quiénes son tus lectores? ¿Tus lectores son tus amigos? ¿Son tus hermanos? ¿Eres tú? La misma pregunta que se hacía Baudelaire. ¿Por qué escribimos? Yo quisiera que todo el mundo leyera los poemas y los críticos escribieran cosas buenas. ¿Quién no quisiera eso? Por otro lado, ¿de qué sirve? Eso no sirve para nada en la creación. Te sirve para subirte el ego, te sirve para que te dé buena mesa en los restaurantes, tal vez, para que te inviten a festivales de poesía. Cuando tú te sientas a escribir de noche, yo no creo que sirva de mucho. Quizá te sirva más la prosa. La prosa depende mucho del favor de los lectores. Cuando uno pasa tres, cuatro años escribiendo una novela sobre un hecho histórico y no te la lee nadie, tú puedes acabas suicidándote. Un poema, cuando tú lo escribes, tú convocas otras cosas, no tiene nada que ver con el éxito. Tiene que ver más con la soledad, con tu destino aquí en esta Tierra, con tu viaje. Sandra B.: Santo Domingo está muy presente en tu poesía; escuchamos sus murmullos, vemos sus lucecitas y sus sombras. Pareciera existir algún deseo entre palabras, alguna intención intrínseca de que ocurriera un movimiento, un cambio que no ha ocurrido aún. ¿Qué cambio necesita? Frank: Esa es una pregunta muy compleja. Mira, claro, yo vengo de aquí. La crianza que yo tengo es la dominicana. Y, claro, uno quisiera como que las cosas estuvieran mejor. Yo no sé, en término poético, cómo tú puedes hacer eso. Yo creo que siempre, el mejor aporte que tú puedes hacer, artísticamente, es ser lo más genuino, sincero y honesto posible con lo que está sucediendo en

tu entorno. O sea, no ser juez. Se oye como raro decir eso de ponerte de parte de algo. Yo creo que es más interesante tú y poder contar qué está pasando, cómo es el entorno y todo ese tipo de cosas. Cuáles son esos detallitos, que son las cosas invisibles que nadie está viendo, ¿verdad? Pero que tú puedes señalar. Es un poquito eso. Y yo pienso que, a veces, eso hace un aporte grandísimo contra tu época, dejar registro de lo que quedó, en término poético, ¿verdad? Estoy hablando en término poético porque como ciudadano, claro, uno debiera estar luchando contra toda injusticia y las corrupciones y todo ese tipo de cosas. ¡Y qué bueno! Yo creo que sí. Lo que hay en esos poemas es que un poco retrata todo ese entorno, eso que un viví aquí, que es el sitio en el que he vivido, y de qué manera he tratado como de, no sé, sobrevivir, vivir acá y quizás, también, mostrar la experiencia de otra gente que hay en el entorno, de otra gente que está muy cercana a mí. E.J.: Tus textos han sido parcialmente traducidos al inglés, al sueco y al francés. Háblanos sobre esa experiencia. Frank: Ha sido buena. Yo me acuerdo de un tipo me mandó unos poemas que habían traducido al sueco y fueron lindos. Imagínate, al sueco. Yo ni entendía lo que decía. Y eso fue buenísimo. Y después hay un poema de la Marilyn que lo publicaron en Estados Unidos y me fue muy bien. Ahí me contactó un poeta sudafricano que hizo posteriormente una traducción al africano de ese poema,

que fue rarísima, imagínate. Y hay varios que los han traducido a varios idiomas. Es de verdad una experiencia muy gratificante que la gente los entienda. Ahora mismo va a salir un libro que va a ser en inglés y en español; es como una antología de poesía mía. La idea es que salga ahora a principio de año, y estoy muy contento, imagínate. La experiencia ha sido muy buena. He tenido también esa experiencia de que otras personas lean los poemas míos en otros idiomas y he visto cómo es que funciona, y la gente se lo goza. Eso de verdad también es muy gratificante cuando tú sientes que tu poesía trasciende el lenguaje. Yo creo que la mejor experiencia que he tenido ha sido con eso. Que a mí me tradujera una persona al inglés, por ejemplo, una persona que es muy buen poeta y muy buen traductor; entonces, ya eso hace una diferencia muy grande. Y yo pienso, en ese sentido, que me gustaría también señalarlo, que, a veces, con el afán de llegar a otro público se hacen traducciones malísimas de los textos. Los textos se pierden por eso. Y tú piensas como que ¡qué bueno que tú cumpliste!, que llegaste; pero el trabajo de traducción es muy complicado. Toma mucho tiempo. Y no es solamente tú saber los lenguajes, es conocer bien ambos. Sobre todo, al que vas a traducir, y tener buen manejo de ese lenguaje. Sandra B.: ¿Tienes algún proyecto nuevo sobre la mesa del que nos quieras contar? Frank: Bueno, creo que hay un libro ahí que estoy haciendo sobre Puerto Rico, que es sobre crónicas y Nueva York, y que va ser parte de una trilogía de crónicas que yo venía escribiendo. Eso quiero terminarlo ya. Tengo lo que les dije de ese libro de traducción. También estoy escribiendo unos poemas nuevos, y hay una idea de una novela con la que llevo hace tiempo trabajando. Bueno, voy a seguir con lo del Hombrecito y la banda. Mil cosas, siempre. E.J.: Fank, para nosotros ha sido muy bueno compartir contigo este ratito. Muchas gracias. Frank: No, gracias a ustedes, de verdad. Y a su orden para cualquier cosa. Si vienen para acá, me avisan. Corpus Litterarum

25


Día de los santos Lidybel Aguila Hay diferentes santos aquí. Desde el santo puta hasta el santo pendejo. Muchos de ellos andan bailando salsa, merengue o bachata. Bailan de todo, menos reggaetón. Otros se quedan sentados pellizcando pedazos de comida, gotas de alcohol, fumando marimba, intercambiando visiones de mundo. Un santo reflexiona sobre el fin del planeta y lo que implica su catastrófico final para la raza humana. Otro santo se encuentra callado, inerte en un rincón, y todos han visto que ha muerto. Pero… no les importa. Mezcla, diversidad pura. Aquí se es o no se es. También se puede ser de todo. ¡Qué más da! Estamos sumergidos en otra dimensión. Esto ya ha dejado de ser una fiesta para convertirse en un culto de adoración. Estamos protegidos por otros santos que andan en la misma búsqueda. Búsqueda que es nuestra. Y llegamos a la cima, llegamos a ese punto de la noche en que dejamos de ser nosotros para pasar a ser todos. Nos ponemos de pie y nos desnudamos mirando y tocando cada parte de nuestros cuerpos. Y sobra la luz, sobra la luz y se apaga dejando de ser una piedra en el camino. El televisor sigue encendido con salsa de Celia Cruz y las imágenes de lo que fue su último concierto. Y bailamos desnudos. Giramos en vuelta y vuelta. Nos tomamos de la mano, de la cintura y del rostro. Somos capaces de recordar nuestros nombres; la desnudez de cada cual es tal que ha permitido descifrar cada secreto escondido, de haber alguno. Risas... que se convierten en ecos. Son lamentos borincanos, porque hoy somos santos. Hoy somos inmortales, pero mañana no sabemos. Y no pensamos en el mañana, aunque lo mencionamos sutilmente en cada movimiento de nuestros labios. Seguimos respirando, respirando humo. Seguimos bailando, conversando sobre nuestros autores favoritos. Seguimos tristes porque se acabará el planeta y no avanzan a decir la fecha exacta de su final. Seguimos soñando en la espera de

26

Corpus Litterarum

que esos sueños se hagan realidad. Y de pronto, uno de esos santos, de forma silenciosa, saca su papel y lápiz. Documenta fragmentos de lo sucedido, fragmentos que han nacido en su cabeza y desea inmortalizarlos en un papel. Ese santo escribía, escribía hasta que se cansó porque se dio cuenta de que el resultado no era lo que esperaba. Ese colapso, esa masacre, ese genocidio de ideas que fueron tan perfectas en un inicio. Y las tomó fuerte, las ahorcó y ellas trataban de gritar que no querían estar sobre el papel, que eran felices tal cual y como se encontraban. Querían seguir en la bailanta con Celia, o en la esquina, calladas sin decir nada, solo observando. Y entonces las ideas murieron de un paro cardiaco en el punto final. En ese momento, los santos se elevaron, desaparecieron uno a uno haciendo fila para llegar al cielo. Allá en las nubes no pudieron pasar por la puerta del paraíso pues Dios les dijo: «Su lugar es en la tierra, en la fiesta». Cuando los santos bajaron, ya era tarde; no sabían porque la flor había muerto. Cada uno tomó caminos distintos. Unos se quedaron llorando entre los escombros de aquella fiesta, otros se fueron a dormir, otros a hacer el amor, otros en búsqueda de otra fiesta para convertirla en culto. Otros se suicidaron porque sabían que llegaría otro día y dejarían de ser inmortales. Dejarían de ser santos. Otro día ha llegado. Recuerdo, y podría jurar que ellos también han de estar recordando, los restos de la noche en que se celebró el día de los santos entre las cuatro paredes de aquel apartamento riopedrense. Por mi parte, sigo siendo cruel asesina de las ideas en un intento de contemplar su perfección nuevamente. En estos intentos de inmortalizar sus figuras en la blancura de este nuevo mundo que las ha necesitado desde siempre, pues se encontraba plano y vacío. Llegan cada tres minutos, en múltiplos de cincuenta. Y seguirán muriendo lentamente… las veré desangrarse sobre mi suelo hasta que llegue el próximo día de los santos.


Moscas y abejas Luis R. Cosme-Cerpa Hay un cierto placer en la locura, que solo el loco conoce. Pablo Neruda Despierto. Sin querer hacerlo. ¿Para qué abrir los ojos y vivir mi vida?, si total, la basura de ayer sigue apestando igual hoy. «Lo mejor que se han inventado es un día después de otro». Sí, claro, esa es la falacia más grande que nos dicen para consolarnos en tiempos de tormento. Agarro el pantalón y me visto para ir al baño antes que cualquiera. Despierto. Son las 6:00 a.m., «…lo mejor que se han inventado es un día después de otro». Agarro el pantalón y me visto para ir al baño antes que cualquiera, pero ya está ocupado. Son las 6:00 am; anoche perdí mi alma. Mi cuarto está repleto de moscas y abejas,

signo de la tajante maldición que me ha tocado durante estos últimos meses. Anoche, mientras visitaba una amiga, sentí en el hombro el piquete de una abeja, pero nada me había apuñalado. Después de despedirme de ella, mientras caminaba a mi apartamento, comencé a sentir un vacío existencial que culminó en lágrimas amargas y un coctel de quemante whisky y píldoras para dormir. Dormí…, eso creo. Despierto. Sin querer hacerlo. Y en mi boca reside el amargo sabor del ajenjo. El áspero gusto metálico de mi lengua se entremezcla con la saliva seca de tanto roncar para no tener

pesadillas. Agarro el pantalón y me visto para ir al baño antes que cualquiera. «Lo mejor que se han inventado es un día después de otro». Las malvadas moscas y abejas se han apoderado de mi cuarto; sin esperanza, las miro porque sé que son parte de mi maldición. El baño ya fue reclamado. Me quito el pantalón y me acuesto otro rato más para ver si se desvanecen los insectos. Despierto nuevamente. Son las 6:30 a.m. ahora.

Agarro el pantalón y me visto para ir al baño. Lo mejor que se han inventado es media hora después de las seis. No hay moros en la costa; el baño está desocupado. La ducha está inundada de abejas y moscas, signo de la tajante maldición que he acarreado durante estos últimos meses. Me ducho para purificar mi espíritu. Recuerdo que mi alma se perdió anoche y golpeo con rabia las paredes. Despierto a las 6:30 porque decidí tomarme una siesta de media hora. Las abejas hacen su revoloteo cerca de mis oídos mientras las moscas pasan sus húmedas patas por mi erizada piel. Sin moverme, las miro porque sé que son parte de mi maldición. La luz apenas entra a mi cuarto, pero puedo ver los insectos moverse en cada rincón. «Lo mejor que se han inventado es un día después de otro». Agarro el pantalón y me visto para ir al baño; ya está desocupado. Me ducho entre las malvadas moscas y abejas. Seco mi inhumano cuerpo con una toalla rota y apestosa. Regreso a mi cuarto; ya no hay insectos. Agarro la ropa para irme pal carajo, digo mi trabajo. Me visto de negro porque estoy de funeral por mi alma perdida. Mis cavernosos ojos ahora tienen la mirada de una muñeca de porcelana. Estoy vacío… solo. Despierto, despierto otra vez, me aseo y me visto. «Lo mejor que se han inventado es un día después de otro». Me dirijo al trabajo sintiéndome vacío… Las abejas revolotean dentro de mi cabeza. Las moscas pasan sus húmedas patas por mi putrefacto cerebro. Sin esperanza, me sonrío porque sé que son parte de mi locura…

Corpus Litterarum

27


Siempre he detestado los tatuajes. Lejos de reflejar una independencia de criterio o un sacarle el dedo a las convenciones, me parecían una forma algo exhibicionista de hacerse notar con símbolos que solo algún monje que transcribe del sánscrito al tibetano podría entender o si no, intentaban plasmar mujeres probablemente agredidas u olvidadas como la Virgen de la Guadalupe, o la «madre querida, no te olvidaré nunca», o Yolanda, quienquiera que fuese Yolanda, una pobre diabla que nació cuando Pablo Milanés hizo su tercer concierto con Silvio, y sus padres quisieron no olvidar esa sublime experiencia. Creo que me hecho claro. Detesto los tatuajes. Tengo la fortuna de trabajar en el Viejo San Juan. Digo fortuna porque ahí puedo trabajar y salir a almorzar, merendar o darme una copa de intergaláctica variedad en restaurantes centenarios y fondas chic, y de paso festejar los sentidos con toda clase de arquitectura, murales, grafiti y especímenes de antigua o mileniense opulenta fisonomía que entretienen los sentidos y le despejan las telarañas a las hormonas. La vieja ciudad tiene la cualidad de ser un pueblo pequeño dentro de una zona histórica dentro de una gran urbe dentro de un súper-mercado de consumo de bisutería, toda clase de artesanías exhibiendo la bandera patria, bares de mediana o poca monta donde conseguir cómplices para saciar mixtas atrasadas de corte carnal, y una especie de boulevard de jangueo para la juventud famélicamente sobrealimentada, estridentemente muda, desesperadamente mantenida, que encuentra en «la nota» el sentido de la vida que evadió a filósofos y santos por igual. Creo que no dejo lugar a dudas. Detesto el Viejo San Juan. Deslumbrado por los atardeceres deslumbrantes sobre la bahía, y a la vez aborrecido por los hedores de la juerga de la noche anterior, decidí sentarme en un banco cerca de la Casa Rosada, en los predios de El Morro. Me encanta cómo el azufre de la central eléctrica de Palo Seco matiza los últimos rayos del sol sobre Isla de Cabras y le enriquece los naranjas y las magentas y los amarillos mientras escapan del azul cielo metálico que corre tras el sol dejándonos sin luz y sin estrellas, cortesía de la contaminación lumínica de Cataño. Me puse el walkman y me puse a escuchar a Ana Belén, que siempre me ha parecido que le canta a una mujer en Lía, no sé, excentricidades mías (no digo mariconerías porque siempre aparece quien dice que uno dijo). Sé que soy la última persona en el hemisferio que todavía usa walkman, pero qué puedo decir, me quedé en la época en que Yoko y Ringo se fueron por su cuenta como solistas. Regresando por la Calle del Cristo, pasé frente al shop de tatuajes que queda al lado de Coach, en la esquina de la calle San Francisco. Seguí de largo, pero algo me llamó la atención. Sentada de espaldas a la puerta, esta… mujer se dejaba tatuar la espalda semidesnuda, sin emitir sonido. «Eso tiene que doler como el cará», pensé. Miré a todos lados para ver si alguien me estaba viendo pegado al cristal de la vitrina, como niño frente a una dulcería. El «artista» me vio y me hizo un gesto de «entra» con la mano enfundada en un guante de látex azul. Nuevamente miré a ver si se refería a mí. Volvió a llamarme con la mano con la máquina rotativa. Decidí entrar. 28

Corpus Litterarum

El mantra

José E. Mu


de tu piel

uratti Toro

La mujer se viró a ver quién era y me sonrió con una mezcla de inocente picardía y súplica de apoyo moral. «Duele como el carajo», dijo. «Pero ¿cómo está quedando?», me preguntó como una niña que pregunta cómo le quedan las cancanes. «Impresionante», me escuché decir como con un suspiro. Carraspeé y traté de engolar la voz para no sonar tan pajuato. «Una obra de arte», añadí esta vez con más seguridad. El artista me guiñó un ojo, enjugó su badana azul de sudor, y se dobló sobre la espalda sedosa, bronceada, tersa en la cual el tatuaje comenzaba a florecer entre lágrimas de sangre, literalmente, y detallados diseños que individualmente parecían un encaje en una mantilla asturiana y en su conjunto un intricado mosaico marroquí. Entre el ruido rotativo de la máquina de tatuar la escuché susurrando algo ininteligible. Miré al artista quien me señaló con la cabeza unas palabras escritas sobre un pedazo de papel blanco que tenía pinchado en un tablón de edicto de caucho entre decenas de fotos con tatuajes de todos los colores y tamaños. La frase decía: «Om mani padme hum». La anoté en mi mente y traté de seguir la cadencia con que ella la musitaba bajo el minitaladro que le construía en la espalda un catálogo de formas geométricas y concéntricas que me recordaban los techos en los jardines de la Alhambra. Me quedé hasta el final. Era la una de la mañana cuando se levantó de la pequeña cama donde yacía boca abajo; me miró directamente a los ojos y con una voz que me sonó gruesa y dulce a la vez, me dijo: «Eres el primero en verlo completo. Te envidio y, a la vez, te agradezco que te hayas quedado. ¿Te gustó?». Me tardé en contestarle. Estaba como hipnotizado. Su nariz perfilada, su maquillaje acentuado alrededor de ojos lánguidos, sus labios carnosos, sus hombros sedosos, tersos, bronceados, sus manos estilizadas, sus carnes de mujer madura, su piernas recias, sus pies desnudos, meticulosamente arreglados… Todos me robaron el aliento, y apenas pude decir: «Nunca había visto cómo se hace un tatuaje y es fascinante». Su cara me trasmitió una mezcla de curiosidad y defraude. Añadí atropelladamente: «Pero no compara con la belleza de tu diseño. ¿Es de un tamiz árabe o sefardita?». Su semblante cambió y me pareció que su piel adquiría el halo de las vírgenes medievales o las modelos que usaron los pintores medievales… ¿Por qué divago tanto? ¿A quién se me parece? ¿Qué tienen esos ojos lánguidos que no me permiten cambiar la vista? ¿Dije que aborrezco los tatuajes? Le pagó al artista, quien me miró con cara de «¿vamos contigo?», dijo «Buenas noches» y salió calle San Francisco abajo pisando los adoquines con un rítmico bamboleo de caderas continentales bajo su strapless negro y su falda índigo con ruedo justo debajo de las rodillas; su cabello corto rozando aquellos hombros sedosos, tersos, bronceados, cubiertos con papel celofán para proteger el encaje de la bóveda en la Mezquita Azul de Estambul que se derramaba espalda abajo como el brocado en las alas de un ángel negro. La seguí a una distancia prudente. Nunca miró hacia atrás a pesar de la hora. Iba ensimismada en su decisión de romper con todas las mores y sus pudendas pañoletas y advertencias de lo que puede y no puede hacer con su propio cuerpo una mujer. Le perdí el rastro en el Corpus Litterarum

29


estacionamiento municipal, y me senté en los bancos, desconcertado, confundido. ¿Por qué ella? Ella con el enorme tatuaje que le cubría la espalda sedosa, bronceada, tersa como un encaje de duelo. Ella con su voz ronca y dulce a la vez. Ella con dedos largos y sus uñas pintadas y el lustre del rubor sobre unas mejillas que debían haber conocido tantos labios y muchos boleros y ¿cuántas barbas…? Me sorprendí murmurando: «Om mani padme hum». Amanecí en el banco frente a Café Cuatro Sombras. No recuerdo cuándo me moví. Conduje hasta mi casa. Me bañé, me vestí, regresé al Viejo San Juan y me senté en los bancos frente a la Catedral a esperar que el artista de los tatuajes abriera el establecimiento. El soborno para que me diera su teléfono me costó media quincena de salario. Llamé. Contestaron del Colegio Santa María de los Milagros en Río Piedras, cerca de Buen Consejo. Me estacioné en una de las calles aledañas a esperar a que saliera todo el mundo. Salió como a las seis, cuando ya oscurecía. La seguí hasta una urbanización cerrada en Trujillo Alto. Al otro día fui a la escuela. Esperé a que entrara y le pregunté a uno de los estudiantes quién era. «Misis Rosado, la trabajadora social», me dijo el chico mientras corría hacia los salones. Busqué todas sus referencias a través de la Asociación de Trabajadores Sociales. Hice un perfil. Dónde estudió. Con quién se casó. Cuántos hijos tuvo. Cómo se llamaban sus mascotas. Cuándo visitaba a sus padres. Su nueva pasión: el yoga. Ahí sería. Me matriculé en las clases que daban frente a la bahía del Condado los sábados por la tarde, a la que asistía con su amiga Glenda Lee. —¡Hey! —me dijo—. Tú eres el del negocio del tatuaje ¿verdad? —¿Del tatuaje? —Me hice el tonto—. Ah, sí. ¿Te gustó como te quedó? —Sí. Todo el mundo me le echa flores. Bueno todo el mundo de mi círculo de amistades. —Se viró y miró a Glenda Lee—. Si Sister Gladys se entera, me bota y después infarta. Con curiosidad añadió: —Qué casualidad, tú por aquí… Digo, en la clase de yoga. Nunca te había visto. —Llevo años diciendo que lo voy a hacer, y un compañero de trabajo me dijo que aquí era bueno por los atardeceres. Así que decidí dar el paso —mentí descaradamente. Comenzamos a dar caminatas alrededor de la bahía después de las clases. La invité a tomar café. Me invitó a desayunar. Se divirtió muchísimo con mis fobias. Yo con su sentido del humor. Me parece que todo lo que dice es gracioso. Bueno, casi todo. Un sábado por la tarde en mi apartamento, se sentó en el sofá sillón y enganchó los pies acicalados de spa, con sus dedos largos y sus uñas rojo-capa-de-torero, en la baranda. Se quedó mirando el horizonte, muy callada mientras sorbía una copa de Merlot con hielo y Ginger Ale. Luego viró el cuerpo para ponérseme de frente y me dijo: —La yoga no fue casualidad, ¿verdad? —No —le contesté bajando la vista. —¿Me seguiste aquella noche? —Sí. —¿El artista de tatuajes te dio mi teléfono y averi30

Corpus Litterarum

guaste dónde trabajaba? —Sí. —¿Por qué? ¿Por qué me buscaste? —No lo sé. Odio los tatuajes. Pero al ver el tuyo aquella noche, no sé, me congelé. Fue como si me hubiese transportado a otro mundo donde esas formas se desplazaban por todos los techos y tú me esperabas en todas las puertas. Empecé a soñarte, envuelta en velos, danzando dentro de una carpa en algún desierto en el medio oriente. Te soñaba contorsionándote como una enorme serpiente con caderas y con manos y con pies. Tus pestañas me provocaban un sueño liviano y sobresaltado del que me despertabas pasándome el filo de una enorme espada curva sobre el pecho. Amenazabas con dejarla deslizarse por mi torso hasta mi ingle, y con una explosión blanca despertaba asustado, sudado, tembloroso, agarrándome entre las piernas lo que temía me habías cercenado. Luego los sueños se volvieron más apacibles. Te metías en mi cama durante la noche y me despertaba un ronroneo que sonaba a Om mani padme hum. —¿De dónde sacaste ese mantra? —preguntó sobresaltada. —Estaba colgado de la pared en la tienda donde te hicieron el tatuaje. Me pareció que era lo que murmurabas.

—¿Y qué más? —¿Qué más? No hay más. Desde ese día trato de descifrarte, de entenderte, de colarme en tus pensamientos, en tus sensaciones, en los códigos que te hacen ser como eres. Quiero, algún día, amanecer en ti. Se me acercó y me besó tan levemente, que sentí que se me derretían los labios bajo los de ella. Me besó la mejilla, el filo de la quijada, el vértigo de mi cuello. Mi cuerpo comenzó a temblar descontrolado. Le tomé la cara con las manos y la besé como ella a mí. Recorrí sus mejillas, su nuca, su hombro… y sentí la textura de su tatuaje en la punta de la lengua. La recosté sobre mis piernas y comencé a recorrer cada línea, cada borde, cada contorno geométrico de aquel tatuaje sagrado que le bajaba por la espalda y se derramaba por debajo de su brazo y se extendía como un lirio de encajes negros hasta su seno descubierto que parecía flotar sobre los labios de la flor. Comencé a acariciar su piel toda, la seda dilatada de sus hombros sedosos, tersos, bronceados, el algodón alisado de su torso, sus largos dedos de pianista, la mullida escalada de sus caderas, la recia suavidad de sus muslos, la carnosa pulpa de sus piernas, el rojo distendido de sus pies desnudos, la húmeda sonrisa bajo su pelvis… —¡Martín! ¡Martín! ¡Despierta Martín! —Los gritos


parecían alejarse y acercarse simultáneamente—. ¡Martín! ¡Sal! ¡El apartamento se está quemando! ¡Martín! Me levanté súbitamente y comencé a ahogarme con el humo que se desparramaba por toda mi habitación. Noté que estaba desnudo. Agarré mis espejuelos, el celular y la sábana y corrí hacia la puerta. Quité los tres pestillos y salí. Afuera estaba Salvador y los vecinos mirándome con cara de espanto. —Me quedé dormido —fue lo único que se me ocurrió decir. —¿Y ese símbolo en la puerta? —preguntó Salva, aprensivo. Miré y lo que vi me espeluznó. La tinta negra cursiva leía: Om Ma Ni Pad Me Hum. —¡Esas son frases satánicas! —Se persignó doña Casilda. —Él siempre ha sido medio raro —gruñó don Esteban. —Martín, ¿qué es eso? —murmuró Salvador. —Quiere decir: «el camino de la verdad». Es un mantra tibetano que me enseñaron en la clase de yoga. Lo anoté ahí como un símbolo de mi nueva identidad budista —dije poco convincentemente. —Siempre ha sido raro —repitió don Esteban. —Para mí que son versos satánicos —sentenció doña

Casilda. —Brother, vamos a buscarte ropa —dijo Salvador—. Por ahí vienen lo bomberos y van a dejar esto hecho un cagaero. Miré hacia la puerta de mi apartamento y me pregunté: «¿Quién habrá escrito eso ahí?». Una vez afuera, Salva me montó en su güincha Ford, me llevó a su casa, me dio ropa y esperó en la sala con cara de fin del mundo. —¿Qué carajo pasó en tu apartamento, Martín? —¿De qué me hablas? —Llevo tres días llamándote y no contestas el fóquin teléfono. En el trabajo nadie sabe de ti. Les dije que tu mamá sigue enferma y que te fuiste a Lares y que donde vive tu vieja no hay señal… Toda esa mierda para salvarte el culo, canto ‘e cabrón, ¿y me preguntas que de qué hablo? Vete a la mierda, Martín, o me dices qué carajo está pasando o te llevo de vuelta y te las entiendes con los vecinos y con el maniyer del edificio que debe estar como ciempiés meao, después que le quemaste el apartamento y te fuiste huyendo como una sabandija. —Coño, Salva, no es pa’ tanto —dije bajitito. —Bueno ¿y qué pasó? —No me vas a creer, pero… no sé. El jueves por la noche paré en un sitio de estos de tatuajes en la Calle del

Cristo. Estaban tatuando a esta hembrota, que… bueno, mejor ni te cuento. La cuestión es que la seguí cuando salió y cuando dobló por la Tetuán, al llegar a la esquina, sentí que me habían echado como un polvo, no sé, como cuando soplas harina, que se forma como una nube de polvo, pues así. Y de ahí… pues no recuerdo nada más… Me miró con cara de «vete al carajo, Martín, no te creo». No dijo nada. Al rato me asaltó: —¿Y ese tatuaje que tienes en el arco del pie? Me miré el arco del pie izquierdo y, en efecto, tenía un tatuaje de una frase en algún idioma oriental que no reconocí. —No sé, Salva, no sé… Entonces, como cuando las luces de los carros se materializan por la neblina de la sierra de Cayey, unas imágenes transparentes, sin sonido, comenzaron a filtrárseme por la frente. Me pareció verme como desde el techo, boca arriba en la cama del tatuajero, y la mujer tatuada sentada a mi lado con una amplia sonrisa, mirándome lánguidamente, musitando con una voz entre gruesa y dulce: «Om Ma Ni Pad Me Hum, Om Ma Ni Pad Me Hum, Om Ma Ni Pad Me Hum»… Las próximas imágenes las confesé a Salva, quien me miraba cada vez más espantado. —Aquella noche desperté en mi habitación, y la mujer tatuada estaba montada sobre mí, de espaldas. Lo único que podía ver era aquel tatuaje islámico, empapado de sudor, ondulando sobre mí como un ángel de alas negras, arrastrándome hacia un túnel cuya luz se alejaba a toda prisa, hasta que los terremotos de sus amplias caderas sobre las mías me sacudieron como un volcán que reventaba con estertores nucleares, y me sumí en un sueño profundo, denso, oscuro. —De ahí no supe más, hasta que tus gritos me sacaron de aquella magma espesa en la que no supe cómo entré o porqué regresé. ¿Me embrujaría la mujer tatuada? Me hipnotizó con el tatuaje de su espalda? ¿Me endrogó con sus polvos mágicos? Salva se me quedó mirando y me dijo: —Ajá. Pues ¿quieres que te lleve de vuelta a tu apartamento, al trabajo, al psiquiátrico? —Llévame al Colegio Santa María de los Milagros en Río Piedras, cerca de Buen Consejo. Ella es trabajadora social allí. —Martín, en Río Piedras no hay un Colegio Santa María de los Milagros. —¿Cómo puedes estar tan seguro? —Martín, yo vendo pupitres y escritorios para escuelas, ¿no te parece que sabría? —Pues al shop de tatuajes en la Calle del Cristo. —Brother, en la Calle del Cristo no hay un establecimiento de tatuajes. Eso cerró hace dos años cuando el lío de los curas que sorprendieron tatuándose diseños pornográficos en el pecho. Lo miré como quien mira lo que supone sea un extraterrestre. —Entonces, ¿dónde carajo estuve…, qué me pasó? —No sé, mano, pero el tatuaje ese que tienes por toda la espalda debe haber dolido como el carajo. Me quité la camisa, me miré en el espejo de la sala y vi el tatuaje de la mujer de los hombros sedosos, tersos, bronceados, que me cubría toda la espalda. Corpus Litterarum 31


Íconos de la ufología Cindy Jiménez-Vera Se busca astrobiólogo que dicte una conferencia en el Congreso mundial de fotografía del espacio. Debe sufragar los gastos de su propio billete de avión, el hospedaje y los viáticos diarios. La austeridad es un fenómeno intergaláctico. Interesados favor de enviar un retrato no alterado en el que usted posa junto a un Premio Nobel o junto a la tumba de un casi ganador del Premio Nobel y sonríe.

32

Corpus Litterarum


Una niña muy flaca con pantalones muy anchos Amsel Arnau Torres Me dijo que yo parecía un modelo, y supuse que de esos de revistas. Así me gritó ella desde lejos, pero le piché al principio porque no es cierto, de modelo no tengo ni una uña. Reaccioné como siempre que alguien me llama en la calle, con suspicacia. Tengo esta manía desenfrenada de que, en cualquier momento, alguien me va a asaltar; no puedo evitarlo. Las tantas cosas que pasan en este país me tienen ya sugestionado. Lo reconozco, es difícil sacarme ese prejuicio. Se me acercó. Vi su silueta escurrirse entre los carros del parking. De nuevo aquella voz de mujer, una voz medio atrofiada, tan atrofiada como el cuerpo que definí después, cuando no tuve más remedio que pararme. Pude haber entrado al carro; tenía la puerta abierta y bastaba un simple empujón, pero no lo hice. La esperé acercarse. Miré hacia todos lados por si había alguien más cerca. Había visto en la noticias que algunos rufianes se ponían de acuerdo para asaltar a la gente. Uno de ellos hacía el acercamiento, te decía cualquier cosa para llamar la atención y te daba conversación. Entonces, el compinche se acercaba sigiloso y ahí te daban el golpe. Sin embargo, tras mirar y mirar con buen disimulo, no vi a nadie. La mujer estaba frente a mí. Volvió a preguntarme lo mismo, que si yo era un modelo, y yo le pregunté que si un modelo de qué. Y ella me dijo que yo estaba muy lindo, que tenía que ser modelo. Eso me abrumó de nuevo. Me le quedé mirando. Estudié todos sus movimientos y, por si acaso, presté mucha atención a su mirada, por si se desviaba de mi algún instante. Significaría alguna señal para su cómplice, si lo tenía en verdad. Se mantuvo fija en mí y volvió a adularme el cuerpo y la cara y la ropa. Pero yo estaba vestido de lo más Corpus Litterarum

33


normal: una camisilla medio tirá, medio gastá por el uso, y creo que un desgarre o dos debía de tener. El pantalón era de estar por ahí, de usarlo por lo menos para ir a echar gasolina o a comprar alguna mierda a la farmacia, lo que ahora era el caso. Hasta chancletas tenía yo puestas. Modelito my eye! Ésta seguro quería algo; pedir chavos sería lo más obvio. Ella no tenía aspecto andrajoso como tal. No estaba sucia. No vestía con lujo, claro, más bien normal como yo, pero no estaba sucia. Su cuerpo era super flaco. Los mahones le quedan anchos y la blusa estaba más gastada que mi camisilla. Parecía ropa que alguien le hubiera regalado, alguien buenagente y consciente de regalar algo en buen estado. Continuó hablando y le noté más claro el acento venezolano. Dijo que yo le parecía muy lindo, y que tenía cara de nene bueno, y yo, que no soy un santo, pues no la contradije porque no era tiempo de ponerme a explicar mis malas decisiones en la vida. Nadie es perfecto, chilin con eso. Continuó con que por eso había venido donde mí, porque tenía hambre y no había comido en tres días, y había pedido dinero por ahí, pero nadie se había dignado siquiera darle una peseta. Me dí cuenta de que temblaba, no sé si por nerviosismo o porque de verdad tenía hambre. Yo, por lo general, le huyo a este gente porque no he tenido buenas experiencias con ellos. Son medio tramposos y siempre encuentran la manera de convencerte que le des dinero. Pero esta mujer me pareció sincera. Aún así, aunque tuviera dinero en el bolsillo, no se lo hubiera dado. Como que nunca confiaré. Y a veces pienso en lo maldito que soy por eso, pero es que no confío. Le contesté que había comprado con la ATH, y que no tenía efectivo, pero que si quería yo iba y le compraba comida. Es aquí donde pensé que me saldría con alguna rebascá, pero no. Se emocionó como una niña a la que le traes la sorpresa que en su vida esperaba. Se llevó las manos a la boca, con los ojos abiertos, realmente emocionada. Y lo reconozco, me conmovió. Me llovieron en la cabeza un montón de ideas, de imágenes, de culpas. Controlé mis emociones, no quise parecer melodramático. Me comporté y le pregunté que de qué se antojaba, de cuál de los fast foods tenía ganas. Y ella, con una humildad avasalladora, me preguntó que si podía ser de Kentuky. Asentí y dije que no había problema, que por favor me esperara en algún lugar que la pudiera ver de regreso. Ella me señaló un letrero; se sentaría en el murito rodeado de grama verde, donde la sombrita refrescaba del sol. Me monté en el carro y, haciéndome paso entre la congestión de tráfico, atravesé la avenida al mall cercano. Me estacioné frente al concesionario y entré y comencé la fila. Mientras estaba allí, avanzando poquito a poquito, no pude parar de pensar en la mujer, en el tiempo que había podido estar sin comer, en cuántas otras mujeres como ella habían vivido lo mismo y cuánta gente la había despachado por desconfianza. Desconfiar se ha vuelto la norma. Es verdad que hay muchos que piden solo para droga, y muchos que te reprochan y te salen con malascrianzas. Y por esos uno se vuelve desconfiado y grosero. Se pone uno insensible, y ni siquiera son capaces de mirarlos a la cara. Los he visto extender el brazo lo más lejos de sí como diciendo toma, pero no te 34

Corpus Litterarum

acerques mucho. Unas cuantas monedas de consuelo, que ni para un refresco alcanza. No pude parar de sentirme culpable por las veces que me equivoqué y los rechacé. Aquella mujer era más que una mujer; era todas las mujeres, todos los hombres también. Se me acumularon de repente. Y quise alimentarlos a todos, pero eso era algo que no podría lograr; yo era un estudiante, y no era rico. Trabajaba medio tiempo y podía ganarme la vida con poco. Al menos tenía algo valioso, mi familia, gente que se preocupaba por mí. Yo tenía una cama donde dormir, tenía un techo. Era agraciado. Compré el combo más grande que vendían y salí del negocio y me monté en el carro con la bolsa de comida. Caí de nuevo en el tráfico alocado de este país desenfrenado. Llegué al punto de encuentro y no vi a la mujer en el lugar que me había indicado. Sentí un escalofrío. Creo que maldije porque me sentí engañado. ¿Por qué no está ahí? Dí una vuelta por el parking y no la ví. Casi cuando estoy a punto de marcharme es cuando la veo que viene en dirección hacia mí. Alivio, alivio, alivio. Venía sonriendo aún emocionada; la carita de niña, el cuerpecito de esqueleto, aquellos mahones que el viento azotaba como bandera. Me estacioné. Bajé el cristal del carro, y ella me llenó de bendiciones: que si la virgen de Guadalupe te cuide, que te va a premiar algún día y otras cosas que, por la conmoción, ya ni me acuerdo. Le entregué la bolsa y ella la tomó con avidez. Más gracias y más gracias salieron de su boca. La detuve antes de que se marchara. Le pregunté que si no le molestaba que la acompañara aunque fuera un momento. Le pareció extraño mi interés, como si no lo creyera, como si nunca hubiera conocido a alguien que se hubiera interesado por ella. Sonrió y, todavía más emocionada, me dijo que le encantaría. Me bajé del carro y la acompañé a otra sombrita bajo el único árbol que había en toda el área. No sentamos en la grama; el viento soplaba con dulzura. Ella abrió la bolsa y comenzó a sacar las cosas. Estaba tan feliz, tan sonriente, tan niña; y yo allí haciendo lo más que podía hacer. Pensé y pensé tantas cosas. Sentí que algo de la culpa se me iba con el viento. Ella me miró y me bendijo de nuevo, y yo le dije que estaba bien, que no era nada, que era solo una ayudita. Comió con hambre de verdad. Mientras comía me miraba y sonreía, y yo le sonreía de vuelta. Quería hablarle, pero las palabras no me salían. Creo que cuando me dijo que yo era un ángel fue que pude hablarle. Le pregunté sobre cómo había llegado a ese punto de su vida, como había llegado a estar sola en la calle. Ella me miró cautiva por una pausa en la que percibí que los ojos se le aguaron. Pensé cortar la conversación ahí, le hablaría de otro tema, pero ella decidió contestarme cuando tragó el gran bocado que masticaba. Respondió que las cosas no le habían salido bien, que este era un país bien duro. Insistí con un gesto; de verdad me interesaba saber, que me contara su historia. Ella procedió, dejó de comer otro instante y soltó las palabras: —La vida es bien irónica, ¿sabes? Yo vine de mi país al tuyo como misionera porque quería ayudar a los deambulantes. Tragué hondo. Quise ser fuerte y no echarme a llorar, pero no pude.


En el fondo del pozo Egidio Colón Archilla

Cuando el destino me colocó en el puesto de Asistente Ejecutivo al Gerente General de aquel imponente Hotel, mi vida tomó nuevos rumbos. Fue instantáneo mi deslumbramiento con él. Llegado de Miami, con un look metrosexual, llevaba el erotismo de perfume. Exudaba sexo por los poros. Lo seguía en su aventura hotelera como un perrito faldero. Copié su forma de vestir: chaquetas cruzadas con corbatas de seda de diseñador italiano. Cuando lo vi con el reloj de oro, corrí al banco a sacar el mío. Constantemente, me llamaba para que lo acompañase a sus caminatas por el Hotel, y yo me sentía orgulloso de que nos viesen juntos y cuchicheando. Todas las tardes, él subía al gimnasio, y yo corría escaleras arriba cuando me llamaba. Me lo encontraba en shorts, todo peludo, sudoroso y agitado. Hubiese querido adueñarme de todos sus sudores y olores. Al verme frente a él, mi mirada caía en su entrepierna, que él frotaba, coqueto, mientras me daba las instrucciones de lo que debía hacer. Cada vez que me llamaba su «buddy» temblaban mis rodillas. Vivía ilusionado un sueño de posibilidades. De vez en cuanto, me tiraba migajas de afecto en la forma de conversaciones íntimas en que me revelaba que él había conocido el sexo en todas sus vertientes, o que no me creyese que su pene era gran cosa. Yo fibrilaba de placer al encerrarme en mi oficina y revisitar las conversaciones en mi mente calenturienta. Un día cualquiera recibí una llamada del Gerente; me pidió que fuese a su oficina de inmediato. Necesitaba

sentir su aprobación por todos los éxitos que estábamos logrando. Mi corazón tembló de emoción, y miles de expectativas surcaron mi mente cuando lo encontré tan atento y coqueto. Su mirada lasciva y provocadora me taladraba los sentidos. Como áspid bíblica iba enredándome hasta que llegó a su planteamiento real. La Oficina Corporativa había introducido un nuevo formato para el Programa de Opinión de Huéspedes, que incluía una recién rediseñada tarjeta de opinión. La misma se pondría en las habitaciones para que el cliente tuviese la oportunidad de evaluar su estadía en el hotel. Me comentó que había recibido el resultado del primer resumen trimestral y que, desafortunadamente, él estaba muy decepcionado por el bajo nivel de participación y el gran número puntuaciones negativas. Como el porciento total de resultados positivos formaría parte de la fórmula a usarse para los bonos de productividad anuales de nuestro Comité Ejecutivo, mientras más bajo eran los resultados, menos dinero cobraríamos. Por ende, él iba a tener la necesidad de contar con mi colaboración personal para detener el flujo negativo, asegurando la excelencia de los comentarios. «Quién mejor que yo para ayudarlo», me informó con una sonrisa monalísica que prometía nuevos y más íntimos momentos. Iluso, me dejé llevar por su cántico de sirena, y le prometí que todo mi tiempo libre lo utilizaría para motivar a los gerentes operacionales a que ofrecieran a los huéspedes las tarjetas de opinión. De pronto, me interrumpió y procedió a explicarme por qué me había llamado. Necesitaba que yo lo ayuCorpus Litterarum

35


dase a llenar las tarjetas necesarias para llegar a la cuota preestablecida. El muy cabrón había decidido cobrarme un anticipo de mis sueños eróticos. No daba crédito a su petición. Al escucharlo, mi primera reacción fue de aturdimiento, repulsión y sobresalto por su descaro al proponerme algo así. Con una voz meliflua me respondió que no me preocupase, que era una práctica común en los hoteles, que los otros hoteles lo hacían y que él siempre lo había hecho en los hoteles en que trabajó. Mientras escuchaba, en mi mente chocaban, cual carritos locos, los más dispares pensamientos. Era la primera vez en mi vida profesional que alguien se había atrevido a proponerme algo así. No podía creer que él quisiese que yo fuera su cómplice en algo tan canalla como estafar a la Corporación. Mientras hablaba, mi ídolo babilónico se despedazaba en mil pedazos. Temí que si no lo ayudaba, perdería su confianza, y mis días en el Hotel estarían contados. Obviamente, él pensaba que yo era un maricón debilucho a quien le sería fácil seducir y que terminaría aceptando su propuesta. Poco me conocía. Por el contrario, si yo no aceptaba, estaba seguro de que lo haría él mismo o buscaría otro cómplice y no tendría la oportunidad de detener el engaño. Siempre pensé que este momento de verdad absoluta entre nosotros llegaría envuelto en ardores y semen. Pero la vida juguetona me lo sirvió en un plato frío de metal y decepción. Decidí que no le permitiría a nadie robarle un centavo a la Corporación, que no se hubiese ganado con el sudor del trabajo. Yo lograría encontrar el medio para desenmascararlo. Aquel amor que me tenía a sus pies se convirtió en un odio negro azabache. Así empezó mi caída al fondo del pozo. Cada día que pasaba eran más las horas en que me encerraba en mi oficina para llenar tarjetas de opinión fraudulentas. El Gerente General se encargó de decirle al equipo de trabajo, que me miraba aturdido, que yo sería responsable de enviar las tarjetas a la Oficina Central Corporativa. Mis requisiciones de formas en blanco al almacén general del Hotel me acarrearon adicionales miradas curiosas de los empleados. Durante la primera semana, él me llamaba diariamente a su oficina para revisar mi producción. Al darse cuenta de que aún no llegaba a la cuota establecida, se mostraba alterado, perdiendo rápidamente la paciencia. Se descontrolaba de tal manera que me aterraba. Pasaron los primeros tres meses de tortura, de encierros, de mentiras, de largas horas sin sueño. Llegó la noticia de que no recibiríamos el porciento para nuestro bono pues yo había decidido que no iba a llegar a la cuota. El Gerente General se revolcaba de la rabia. Me recordó en un lenguaje áspero e insultante que yo era el responsable de que el Comité Ejecutivo se encontrase sin el porciento del bono del segundo trimestre del año. Esta reacción me provocó un severo dolor de cabeza y nauseas. Tuve que pedirle permiso para ir al baño donde vomité hasta el verde de las tripas. Internamente, me sentía satisfecho por haber logrado detener el robo. Ahora me tocaba buscar la manera de descubrirle el entuerto a la Corporación. Perdí noción del tiempo. Pasaba largas horas desesperado llenando tarjetas de opinión falsas. Un día, reci36

Corpus Litterarum

bí una llamada de la Corporación informándome que luego de haber cancelado el Sondeo de Opinión Anual de los empleados, habían decidido llevarlo a cabo. Tan pronto escuché esas palabras, se me revolcaron los intestinos. Sabía que sería otro golpe más a mi moral. Cuando fui a la oficina del Gerente a notificárselo, me asestó el golpe esperado. Yo tendría que asegurarle que no solo tendríamos la mejor participación, también los resultados más altos, aunque conllevara que yo llenase los formularios, personalmente, pues esos resultados también impactarían nuestro Programa de Bonos. Me aterraba la frialdad con que se enfrentaba al engaño. Le respondí de inmediato que los formularios vendrían numerados y registrados por empleado, aunque no era

cierto. Por ende no podría falsificarlos. Le pedí tiempo para analizar la situación y buscar una alternativa viable. Durante el resto de la semana, me llamó varias veces al día para saber si ya la había encontrado. Me di cuenta de que este era el momento que estaba esperando para sacar a relucir el proceso corrupto. Por mi experiencia con este tipo de encuesta sabía que la Oficina Central tendría muchos controles para asegurarse de la veracidad de los mismos. Decidí que usaría el mismo bolígrafo y los mismos resultados de excelencia al llenarlos. Mientras más formularios falsificaba, iba creciendo mi angustia y menguaban mis fuerzas. Esperé un fin de semana cuando él estaba fuera del Hotel y procedí a enviar el paquete con las encues-


tas, antes de que tuviese la oportunidad de revisarlos. Y me senté a esperar a que explotasen las dos bombas que tenía puestas: los comentarios de los clientes y los comentarios de los empleados. La espera me arrancaba pedazo a pedazo las pesadas cadenas que me ataban a la realidad. Las largas horas de insomnio ya estaban minando mi resistencia y mi fortaleza. Ya se acercaba el tercer trimestre del año con su correspondiente análisis para bonos. Cuando mi cordura estaba llegando al límite, recibí una llamada del Gerente Corporativo para el Sondeo de Opinión de Compañeros de Trabajo, quien me notificaba que había encontrado veinte encuestas positivas idénticas en el área del Casino y que había decidido descartarlas, a lo cual le indiqué

que lo hi-

ciese de inmediato. Al terminar nuestra conversación, supe que por fin había despertado el interés de alguien de la Oficina Corporativa. Estaba seguro de que pronto volvería a llamarme. Nuevas fuerzas de esperanza me mantenían a salvo y al borde del abismo. Procedí a preparar las tarjetas de opinión del próximo trimestre jurándome a mí mismo que pronto finalizaría mi infierno particular. Aunque los días pasaban sin escuchar del Gerente del Sondeo de Opinión, decidí que cuando llegasen los resultados de la Encuesta de Empleados, sería el momento para hacer pública la trampa. Después de tantos días de espera, me inmovilicé. Era tanto el horror que sentía que no podía respirar. No había cántico de sirena que suavizase mi descalabro

moral. No me atrevía a mirarme en un espejo: ese no era yo. El que me devolvía la mirada era un ser corrupto y asqueroso. Cuando recibí un mensaje electrónico del Gerente del Sondeo comentándome cuán baja era la participación del Hotel, pude respirar libremente luego de varios días en que escasamente llegaba el aire a mis pulmones, en que la sangre quemaba mis venas y entraba cual fuego apocalíptico en mi corazón. Me estaba rondando la verdad. El Gerente Regional de Recursos Humanos me llamó para informarme que habían encontrado más de cien tarjetas de opinión de empleados escritas con el mismo bolígrafo y con idénticos resultados. Supe que el final se acercaba. Le confesé todo y me pidió un resumen escrito de los hechos que habían llevado a la falsificación. Le dije que asumía toda la responsabilidad por lo ocurrido con el survey, pero que antes de explicárselo todo, quería reunirme con mi Director General. Esperé en su oficina hasta que llegó. Le dije que necesitaba hablar confidencialmente con él. La Oficina Corporativa había descubierto la falsificación de los formularios de opinión de empleados y que yo había asumido toda la responsabilidad. Inclusive, el Presidente de la región hotelera del Caribe ya estaba al tanto de lo ocurrido. Él procedió a decirme que estaba sobreactuando, como era mi costumbre. Que yo no había hecho nada malo. Que si él hubiese pensado que yo me lo tomaría todo tan a pecho, no hubiese buscado mi ayuda. Que si fuera el caso de que estuviese molestando a un menor o robando dinero, entonces sería otro asunto. Le dije que no quería escucharle más, pero que analizaría sus palabras. Durante la noche decidí que iba a decirle que renunciaría a mi cargo, con la esperanza que él asumiera su responsabilidad por el fraude y confesara lo ocurrido. Al otro día, pasé directamente a verlo. Le dije que lo había pensado muy bien y que había decidido asumir toda la responsabilidad por la falsificación y le presenté mi carta de renuncia. Con terror, lo escuché decirme que entendía que yo estaba física y mentalmente afectado y que había colapsado. Que debería tomarme dos semanas de descanso. Si luego seguía pensando de la misma manera, aceptaría mi carta, pero que no debería hacerlo pues yo era parte integral del equipo de trabajo del Hotel y que no era justo que tirase por la borda tantos años de labor sacrificada. Que estaba cayendo en una trampa de nuestra Oficina Corporativa. En ese momento entendí que él se daba un lavazón pilatesco de lo sucedido y que yo tendría que desenmascararlo. Salí de la oficina en un estupor… Llamé a mi Gerente Regional de Recursos Humanos y le dije que estaba listo para conversar con ellos. Confesé. Despidieron a mi Jefe y recibí la primer amonestación escrita en mi carrera profesional. No pude enfrentarme a mis compañeros de trabajo, escondiéndome en mi casa. Recibí cientos de llamadas del cabrón gerente. Lo escuché llamándome desde la acera del frente a mi casa. No pude más y caí al fondo de un pozo oscuro.

Corpus Litterarum

37


En la oscuridad Luis Cintrón A esta misma hora, por semanas, llevo sentado aquí en la misma silla, frente a la misma mesa de la panadería. Miro por la ventana con ojos altivos y pendientes, algo rojizos pero resistentes, impaciente y en su espera. Días tras días, con una, dos, tres tazas de un humeante expreso doble sin leche, llevo convenciéndome de que lo que hago no es en vano. Con las uñas de mi mano a medio cantar suplico para que las respuestas a los dolores de la inconsciencia aterricen tan pronto sea concreto el pacto con el tiempo, con el pasado, presente y futuro. Tantas noches pensando en este naufragio de emociones creado por cada situación que se me presenta de imprevisto. Películas, canciones, situaciones diarias que se pueden ver tanto en un colmado como esperando en la fila del banco. Con llantos he unido mis manos mirando al cielo en una infinidad de ocasiones, con ansiedad, con amargura, con culpa, con muchísima esperanza, como si por toda la vida hubiera vivido dentro de un maleficio. Gracias a esa voz que se condujo sin resistencia y me in-

38

Corpus Litterarum

yectó oxígeno en las venas ya bloqueadas, me convencí de que era el momento de enfrentar mi deber y dejar conocer los sentimientos genuinos que he mantenido ocultos por todos estos años. Por eso llevo un sinnúmero de días sentado en esta silla, en la misma mesa de esta panadería por donde me dicen que él pasa diariamente. Ese que abandoné cuando pequeño y de quien, por las cobardías del ser humano, me mantuve escondido por no cargar con una responsabilidad que era solo mía, como padre, como amigo, como consejero, como ejemplo a seguir. Aquí, con un reguero de emociones, espero verlo, ver a mis nietos, saber de su familia, ver cómo aprendió a hacer lo que tuve la oportunidad de enseñar y no hice. No espero que me reciba con perdones mezclados con abrazos y risas, pero al menos añoro conseguir una única mirada, mirada fija, mirada adulta, mirada que me pueda llevar al momento en que mi alma decida alzar vuelo. Apenas son las cuatro de la tarde; ya debe estar por pasar.


En Ponce se quedó Ana G. López Los otros días estaba sentado en mi casa comiendo arroz con gandules cuando recordé aquellos tiempos de chiquito. Muchas veces espiaba desde lejos a los ancianos de Los Rábanos. Me escondía entre los matorrales que separaban mi casa de la de Helena. No creo que alguno de ellos alguna vez lo notó. Amaba escucharlos hablar y quejarse de todo; cada uno era similar y diferente a la vez. Típicos ancianos puertorriqueños. Este peculiar día, Ángel, Gloria, Luisa, Helena y Don Chito estaban, como de costumbre, sentados junto a la mesa de domino bajo el árbol de flamboyán. El juego aún no había comenzado. Cada uno tenía un plato lleno de arroz con gandules, pollo frito y una raja de aguacate, que Helena y Gloria habían cocinado. Estaban callados y concentrados. De repente, Luisa, como siempre, se quejó diciendo: «Este aguacate está muy maduro». Ángel comentó: «Pa’ mi esta bueno». A Luisa no le gustaba que otro tuviera la última palabra; así que, respondió: «No dije que está malo. Solo dije que está muy maduro». Y continuaron comiendo en silencio. A quien más me gustaba escuchar hablar era a Don Chito; siempre culto y calmado, con algo inteligente y curioso que decir. Un día, me enteré que él había luchado por los derechos del puertorriqueño en sus tiempos. Me maravillé al escuchar que se reunía con Albizu. Era un verdadero patriota, amante de su isla. Para él, noté con el tiempo, que cada detalle de nuestro país era un regalo divino. Ese día, como estaba diciendo, por fin entendí por qué Don Chito era como era y hacía lo que hacía. Al terminar todos de comer Ángel, Luisa, Helena y Gloria jugaron domino. Don Chito se levantó, dio las gracias por la comida y dijo: «Ya es hora, voy a esperarla». Todos miraron hacia otro lado, ninguno queriendo decirle algo. Así mismo, Don Chito se retiró a su pequeña casita de madera. Al cabo de una hora y media, salió arregladito y perfumado; parecía que iba a ir a una boda. Se sentó en la silla mecedora, miró el reloj de bolsillo de color plata y suspiró: «Aquí estoy de nuevo, siéndote fiel; esperándote como me lo pediste aquella vez». Había transcurrido media hora cuando Jaime, el nieto de Ángel, se detuvo frente al balcón y dijo: —Buenas tardes, Don Chito.

—Buenas tardes, mijo —respondió Don Chito, meciéndose en su silla. Jaime tomó asiento en las escaleras del balcón y le contó a Don Chito acerca del día. Jaime, curioso, se atrevió a preguntarle: «Don Chito, ¿por qué es que siempre usted está a la misma hora todos los días, sentado en el balcón como y vestido como si fuera a ir a una fiesta? ¡No me diga que tiene una jeva!». A Don Chito se le aguaron los ojos. Jaime se sintió mal; no había pretendido lastimar. Momentos de silencio transcurrieron y ambos solo miraron como el viento soplaba las hojas de los árboles de flamboyán. Al rato, Don Chito habló en voz baja: «Se llamaba María, y era mi mundo. Yo era joven para cuando eso. La conocí en una de las protestas nacionales en la que estuve con Albizu. Eso fue antes de que lo arrestaran y abusaran de él. La vi desde lejos; era hermosa. Tenía el pelo castaño y los ojos eran como la miel. Aún recuerdo su olor, esa brisa fresca de playa en la noche. Recuerdo que vestía un traje rosa pálido y el pelo todo recogido. Ella se me acercó, me contó lo mucho que apoyaba la causa. Después de eso, nos encontrábamos todos los días cerca del Río Grande de Manatí. Pasábamos horas hablando del futuro y de cómo podíamos ayudar al pueblo. El 21 de marzo de 1937, recuerdo como hoy, ella llegó a mi casa. Yo estaba cuidando de mi madre, que estaba convaleciendo de neumonía. Me dijo que iba a ir a Ponce; ella tenía grandes aspiraciones y le encantaba ayudar a aquellos grandes que trataron de hacer un cambio en este país. Antes de irse, me pidió que la esperara aquí mismito donde estoy. Me dijo que me vistiera bien, que por la noche ella regresaría y nos iríamos a comer por ahí. Me hizo prometérselo. A mí me gusta cumplir mis promesas». Luego de aquellas palabras tan reveladoras de Don Chito, Jaime se quedó callado y observó las estrellas. De repente, Don Chito dijo: «Oye, ¿por qué no vas a casa de Helena? Ella y Gloria hicieron arroz con gandules, pollo frito, y creo que queda aguacate. Parece que tienes hambre». Jaime le sonrió, luego se fue a casa de Helena. Don Chito se quedó en el balconcito contemplando las estrellas, esperando a su amada. Yo me fui a mi casa a esperar otro día para espiar y conocer las historias de mis vecinos. Corpus Litterarum 39


Big Bang Miguel Ángel de Jesús Se conocieron antes del Después. Él le escavaba las entrañas mientras Ella consolidaba la unión arraigándose del pecho. A un ritmo convulsivo estallaron en translación, despidieron sus extremidades a estrellas, planetas, astros de toda fama. Fue en esa última mirada, ese último suspiro, que extendieron sus cuerpos

40

Corpus Litterarum

casi inexistentes y volaron años luz lejos de cada uno. La explosión expandió el tiempo, la materia y ellos orbitaron galaxias extrañas intentando olvidarse en cada rotación. Ella sintió un bostezo en el vientre: Dos peces estrellados nadaban al compás de un amor inconcluso.


Escritor, queremos que formes parte de la Revista de las Nuevas Voces. Contáctanos y podrías publicar en nuestra próxima edición. ¿Aficionado de la literatura? Aquí conocerás a los grandes escritores del mañana.

Portal: www.corpuslitterarum.weebly.com Email: revistacorpuslitterarum@gmail.com

Corpus Litterarum

41


DESDE EL ESCRITORIO DE Escuchaba el llavero agitarse y sacudirse el candado que mantenía la reja cerrada, así sabía cuando llegaba Samuel. Detrás, por encima del campo, surcaban otros sonidos: crujidos de hojas, bambúes chocando entre rumores ventosos. Nunca se escuchaban voces y yo me preguntaba por qué. Samuel decía que no teníamos vecinos. Esa tarde, el candado tardó en abrirse y Samuel soltó entre dientes una maldición. Llevaba meses dañado. Nos dijo una vez que ya estaba viejo, que lo cambiaría pronto, pero siempre se olvidaba. Al salir del trabajo, solo ansiaba llegar a la casa y atendernos a Marcos y a mí. Abrió la puerta con el tintineo inconfundible adherido a su mano y con la mirada seria. Se serenó al ver a Marcos con las piernas cruzadas, como los indios, en medio de la sala. Sonrió. Las llaves callaron. Soltó a un lado el bulto lleno de exámenes por corregir. Me quedé asomado por la puerta del cuarto; yo nunca lo recibía. Aún me quedaban flotando por la cabeza algunas palabras lejanas que a él no le gustaban. A pesar de que el tiempo había transcurrido, por momentos sentía deseos de repetírselas; probablemente, lo enojarían. Supuse mejor evitarme problemas. Atento a su llegada, escogí no sorprenderme demasiado. Marcos lo recibió como acostumbraba, agazapado en el piso; la espalda curvada, la cabeza casi reverenciando la alfombra. De los tres, él era el más silencioso. En ocasiones había que sacarle las palabras con pinzas. Entonces, me sorprendió que dijo: «Eeey..., viniste», con aquel suspiro emocionado. No creí que fuera para tanto. Preferí no intervenir. —¿Qué haces? —interrumpió Samuel al quitarse el chaleco, que ni se apeaba para ir a la esquina. Marcos no contestó. Cabizbajo, continuó empuñando las tijeras mientras recortaba y llenaba la alfombra de papelitos. Durante el repentino silencio de monasterio, Samuel miró la pantalla del televisor; reconoció la película. Se hastió de nuevo con las imágenes de vaqueros cabalgando por el desierto con pinta de machos rudos. —Estoy recortando ángeles —contestó Marcos—. Estoy construyendo algo. —¿Qué? —Un sueño. —¿Te sientes bien? —Claro… ¿Dónde están tus alas? —¿Qué alas? Estás muy extraño hoy. —Soy el mismo de siempre. Puede que esté soñando. —Si esto fuera un sueño, ¿por qué habrías tú de estar soñando conmigo? Noté que Samuel le quitó las tijeras a Marcos; un gesto sutil. Marcos lo miró a los ojos reprimiendo la mueca usual, ya trillada. Me pareció de momento que ninguno de ellos pensaba una idea concreta. A veces, yo tampoco tenía idea de nada, como si fuera mejor no pensar. —Vamos, vete a la cama. Marcos protestó, todavía inseguro de estar soñando. 42

Corpus Litterarum

Áng


geles y vaqueros Julio A. García Rosado Samuel lo levantó del piso, con cara de nunca haber aparecido en el sueño de nadie. Ostentó una sonrisa en medio del pasillo, aunque no pudo asegurar si servía de excusa para incomodarse menos. Marcos sonrió igual, contagiado, y no dejó de atenderlo. Me refugié en el baño cuando Samuel llevó a Marcos al único cuarto de la casa. A menudo, yo sabía cuando no era propio intervenir. Sabía en qué momento alejarme y en qué momento opinar. Opinar era delicado; llevar la contraria era peligroso. Por inoportuno solían caerme chinches. Preferí callar. De todas formas, me gustaba escuchar. Tenía todo el tiempo del mundo para hacer y decir lo que me diera la gana. Claro, en tanto estuviera Samuel en su trabajo. Durante la noche, mi silencio tendía a competir con el de Marcos. —¿Cómo estuvo tu día? —inquirió Marcos. —Estuvo bien. Aunque no pude dar todas mis clases. Todavía no estoy del todo repuesto. No creo que mañana pueda trabajar.

—Eres un desastre. No me asombró la sinceridad de Marcos; entre él y yo, él era menos cauto. Tampoco me conmovió la tranquilidad de Samuel; él sabía de quién provenía semejante acusación. Marcos le caía mejor que yo. —¿Crees que soy un mal maestro? —Eres un poco severo con ellos... Igual que conmigo. Samuel arrugó la frente. Pese a la tarde fresca, un vaho grisáceo emergió de su cuerpo y le chorreó por la piel. —No es cierto —se apresuró a contestar. —No quieres que vea mis películas. —No eres un vaquero. No vivimos en el desierto. —Claro que sí, y te voy a construir unas alas. —¿De papel? La nariz de Marcos se volvió lívida. Predominó dentro del cuarto un entramado de sombras que bailotearon como aleteos de pájaros. —¿Te avergüenzas de mí? Crees que es tonto, ¿verdad? No era la primera vez que Samuel escuchaba algo semejante. Tampoco era mi primera. Sin embargo, contrario a Samuel, volar no me parecía una estupidez. Al menos, no lo era para los pájaros. No tenía nada malo que un hombre soñara que volaba; podía hacerlo, si acaso, como los ángeles. Cualquiera podía soñar lo que le diera la gana. Podía soñar que era un vaquero. Previo a que Samuel apagara la lámpara, escuché un desaliento en su voz cuando dijo: «Duérmete, ¿quieres?». Sonó cansado. No creí, por supuesto, que se debiera por su trabajo. Me pareció otra cosa. Tal vez, al día siguiente, la situación cambiaría. Volveríamos todos a nuestras vidas de antes. Tal vez. Con los párpados caídos, Samuel entró al baño. Lo noté sumergido en pensamientos que me hubiera gustado conocer, pero me quedé en la sala. Me oculté casi agobiado por culpas ajenas. Escuché el agua de la regadera caer sobre su rostro. Yo estaba seguro de su agotamiento y su confusión. Intenté vencer el miedo. Quise hablarle. Quise que se cerciorara de mi presencia. Me acerqué con sigilo a la puerta abierta. Asomé un ojo. Las manos le cubrían la cara. Después eliminó el exceso de agua. Cerró la llave del grifo, pero se quedó quieto, respirando entrecortado, con los codos pegados a los azulejos. Sin volver la cara hacia mí, abrió la boca: —Sé que estás ahí. —Él no está bien; no debiste traerlo —le confesé; y en ese instante, mis entrañas se revolcaron—. Él no es como yo. Entre ustedes hay una distancia que no puedes acortar. —¿Tú qué sabes? —Es menor que yo. —Cuando te traje, tú eras menor que él. Se me atrofió la voz durante un segundo, pero conseguí refutarle: —Él no puede ser más de lo que cree ser. —Será lo que tiene ser; igual que tú nunca fuiste menos de lo que eres. De pronto, no logré razonar. Samuel ni se animó a mirarme. Corpus Litterarum

43


Manifiesto asténico Juan Antonio Olmedo López-Amor

Título: Manifiesto asténico Autor: Eloy Sánchez Guallart Género: Poesía Editorial: Urania Ediciones Número de páginas: 86 Año de publicación: 2012

Con la publicación de Manifiesto asténico, de Eloy Sánchez Guallart, tenemos la dicha de asistir a dos nacimientos; por un lado, el debut de Guallart en la poesía y, por otro, la aparición en el panorama editorial de Urania Ediciones, un proyecto literario que emerge con fuerza en uno de los periodos socioeconómicos más complicados de la historia.

Natural de Castellón, Eloy Sánchez Guallart (1963) es uno de los miembros de la tertulia poética castellonense El Almadar, y colabora habitualmente con sus textos en su revista Azharanía. Ha participado en las antologías de varios autores: Poetas del 15M (Séneca, 2011) y Arando versos (ACEN, 2012). Sánchez Guallart debuta en la poesía con Manifiesto asténico, que se enmarca como una ópera prima pionera en la colección Astrolabio, coordinada por la poeta y editora Amelia Díaz Benlliure. El título del poemario puede abocarnos a equívoco, ya que la astenia reflejada en él no hace justicia con el corpus final tras su lectura. La vigorosidad, el tratamiento colorista o su riqueza de imágenes no me permite aceptar que el conjunto sea un manifiesto escrito desde el decaimiento o la debilidad, sino más bien lo contrario. Intuyo que está escrito desde una fuerza interior que ser rebela contra todo ello, aunque no por ello está exento del desencanto que proporciona ser consciente de la realidad que nos rodea. Los temas centrales escogidos por el poeta castellonense para vehicular su discurso son: el amor, el ser humano y el tiempo, pero abordados cada uno desde las más variadas lecturas y gradación de hondura que su versatilidad como cantor y filósofo le confiere. El libro está dividido en tres bloques, y para diferenciarlos utiliza fragmentos de otro cantor y filósofo legendario como es Leonard Cohen; fragmentos que, dicho sea de paso, podrían haber sido traducidos al castellano. El primer bloque abre el fuego con una estrofa de la canción Suzanne, que fue la más popular del disco en que se publicó y una de las más famosas de su carrera, The Songs of Leonard Cohen (1967). No por casualidad que este disco es la ópera prima del autor canadiense que provenía de la literatura —ya había escrito dos novelas y cuatro poemarios— y se lanzaba al mundo de la música a la edad de treinta y tres años. Son tantas las analogías que Sánchez Gua-

llart encuentra en Cohen, que el poeta de Castellón decide separar cada bloque de su poemario con fragmentos de canciones del genio autor de The Partisan. El primer poema del libro lleva por título Poética; y no en vano, al mismo tiempo que inaugura la aventura en sus versos, el poeta trata de justificar las motivaciones de su escritura, un envite en el que podemos entrever tanto los temas capitales de sus preocupaciones como el patológico e impulsivo mecanismo que lo lleva a escribir casi en legítima defensa, planteamiento que ya compartiera otro excelente poeta valenciano como es Sergio Arlandis en su obra Caso perdido (Renacimiento, 2010). El poemario abarca un espectro muy amplio tanto en léxico como en puntos de vista del yo lírico; en el lenguaje, por ejemplo, encontramos desde lo sórdido y casi ordinario hasta lo más culto y refinado, pasando por una supresión de artículos y preposiciones así como un espíritu neologista que no ocultan una búsqueda estética, y convierten la lectura en ocasiones —posiblemente alambicada para algunos— sofisticada e impactante. También observo un uso anárquico de las comas y las asonancias, rasgos que exigen cierta entrega por parte del lector y que, además, confirman una concepción ultra liberal de un versolibrismo desatado que busca nuevos caminos, algo muy de agradecer en estos tiempos en los que para mucha gente está todo dicho en la literatura. En la página 34 encontramos el poema titulado Valentine´s day, y una de sus estrofas dice así: «…talle frondoso en tarro esencial/volcánica flor hierática altiva/en formas sinuosas onduladas tu ser/capicúa guía deseo inalcanzable». El agrupamiento de sustantivos y adjetivos dan buena cuenta de lo intenso de la lectura, una sucesión de imágenes, de sabores, de colores en espasmódica vorágine de sucesos y de formas. En la pagina 56 se encuentra el poema titulado Mediodía. Quizá sea una apreciación mía, pero encuentro en estos versos la misma cadencia que en la letra de una canción; por lo que intuyo cierta vocación de músico en Eloy, una inquietud que —de ser cierta—

44

Corpus Litterarum


sin duda le beneficiaría a la hora de componer poemas: «Soy un flamenco rojo en la cocina, /aquel estúpido que todavía no emigró, /soy el último habitante que declina/los verbos del fútbol y el bar. /Así se dispone en los bandos que cuelgan/de las esquinas de plomo en esta puta ciudad». La acólita visión descarnada de un mundo que acompaña a aquel que no lo asume no es

rector de fotografía. Hay guiños en sus versos a autores clásicos como cuando dice: «Espinas como labios…», o a películas míticas de géneros mucho más explícitos: «Tras la puerta verde…», «Quiméricos inquilinos…». Aunque debo confesar que mi intuición me dice que su criterio artístico le hace inclinarse más por el género de la ciencia ficción, no por nada es autor desde el año

cinismo ni crítica, sino un lenguaje fundado contra la tiranía sistémica que instaura en los corazones tanta desazón como inhumanidad. «Tanta moneda en el centro de las apáticas vidas…», «Tantos números venciendo la lágrima en un desahucio…», «La horma se ha hecho sistema/y agrieta la calidad del ser que abrió…». El poeta se indigna ante un panorama desolador, el escenario del urbanita del siglo veintiuno. No entiende el estatismo, la vida autómata, y hasta se cuestiona la utilidad de la poesía: «Tantos árboles huérfanos de abrazo/y tan poca/la utilidad de un poema». Es lícito cuestionarse hasta la validez de nuestro silencio, es comprensible que nazca la desconfianza cuando lo demás no acompaña, somos humanos, por eso son necesarias las «Proposiciones»: «Provoquemos el acto, /una fugaz rebeldía, /las manos/que encienden/e incendian/el páramo ciego». Revulsivo, fiscal acusador, díscolo sublevado, la audacia como autor de Eloy inquieta y atenaza al pensamiento, incita al movimiento y su dinámica. A lo largo de los cincuenta y tres poemas que componen este libro vamos conociendo la historia no contada por su autor, el estigma del amor, la angustia por lo efímero de estar vivo, influencias musicales, como también influencias cinematográficas. Si bien en ocasiones esas influencias se delatan textualmente en títulos como «Habitación con vistas» o «Del tiempo sin retorno o la conciencia del Replicante» hacia filmes —tan dispares— de Ivory o Scott, respectivamente, también lo hacen sutilmente en descripciones muy gráficas dignas de una cultura audiovisual. Se muestran perspectivas narradoras ubicadas con la misma precisión que colocaría sus aparatos un di-

2008 de un blog que lleva por nombre Lágrimas en la lluvia, cuyo título hace alusión al magnífico monólogo interpretado por el actor Rutger Hauer en la secuencia final de la película Blade Runner, un clásico que, sin duda, ha influido en este autor. En la página 73 encontramos el poema titulado «El poema que escribo», donde el poeta se sincera con sus lectores en su afán por atisbar nuevos senderos en el lenguaje construido con palabras y confiesa tanto su necesidad de afirmarse como disidente gramatical de una mayoría aborregada —cronopio— como su verdadera naturaleza de autor-canal más que autor-caudal. Lo ajeno de la inspiración nos nombra cauces de argumentos que no entendemos. Eloy acepta ese sometimiento de orden natural, pero no pierde la esperanza de intentar introducir sus cláusulas para mejorar las condiciones de ese contrato leonino: «El poema que escribo/se enzarza en las esquinas, /con ira costurera/ gruñe su condición disidente/ajeno a los modismos/a los pies de la manada». En definitiva, Manifiesto asténico es un viaje por las entrañas de un nuevo poeta que ofrece buenas formas y buenos contenidos, un poeta que no redunda en lo ya leído, sino que, con valentía, aspira a encontrar nuevas vertientes, algo que lo destaca de una gran masa tradicionalista que comercia con monas vestidas de seda tan héticas como pergeñadas. Espero que en el futuro podamos hablar de Sánchez Guallart como uno de los benefactores de esa raza en peligro de extinción que son los verdaderos poetas.

Corpus Litterarum

45


COLUMNA

CONSEJITOS DE REDACCIÓN Y ESTILO Por Julio A. García Rosado

E

scribimos para comunicar, pero existen diferentes tipos de textos con los que podemos comunicar la información: cartas, emails, reportajes, anuncios, disertaciones, exámenes, canciones, poesías, cuentos, etc. Dependiendo de lo que escribimos, necesitamos usar una estructura particular, una fórmula. En esta configuración incluimos la intención, el registro, la función, la forma de expresión y el estilo. La redacción creativa nos permite echar mano de múltiples recursos. Ejemplos de ello: un cuento suficientemente cercano a como hablamos día por día u otro (poco o mucho) que se aleje de lo coloquial; un escrito con un tono jovial o melancólico. Un texto puede partir de lo abstracto para llegar a lo concreto, del macro al micro o viceversa. A fin de cuentas, la elección depende de la finalidad, que puede ser, sobre otras, la de influir en el lector. En términos creativos, no me gusta creer que existe una sola manera de «hacer»; prefiero los inventos, los híbridos, la experimentación. Cuando escribimos lo que conseguimos es narrar. Lo que terminamos narrando (echemos a un lado el enfoque y la intención) no es otra cosa que la vida. Bregamos con hechos, con acciones, con personajes; todo enmarcado en un tiempo y un espacio. Interpretamos lo que nos rodea con una visión particular, y creamos una nueva realidad. El truco —si pudiéramos llamarle truco— radica en la imaginación. Esta, por supuesto, no trabaja sola; se vale de las técnicas para transformar los simples trazos del boceto en una creación concreta. Todo texto se compone de fonemas, morfemas, sintagmas, oraciones, períodos y párrafos que le sirven de soporte al tema central. La estrechez entre estos elementos contribuye a la coherencia total del texto. Las palabras forman oraciones y estas, agrupadas en períodos, forman conjuntos eslabonados (coordinantes y subordinantes) que llamamos párrafos. Precisamente, el tema que nos toca tratar en esta ocasión. Un párrafo es una unidad estructural y significativa que contiene ideas principales y otras supeditadas a esta. Las oraciones están separadas unas de otras por 46

Corpus Litterarum

un punto. No existe norma alguna que proponga límites a la extensión de un párrafo; esto queda a juicio de quien escribe. Solo como sugerencia propondría ser razonable. Tenga en cuenta que mientras más largas sean las oraciones, más se reduce la capacidad de comprensión del lector. Los párrafos extensos pueden lucir pesados, pero me gusta pensar que la extensión —larga o corta— la dictamina la temática. Lo esencial es mantener la unidad temática; que las ideas secundarias sirvan de apoyo a la principal, que la información


el verbo al final del resto de los elementos. Esto es más típico de la lengua alemana, no tanto así del español. Puede que decida emplearlo para impulsar un motivo psicológico, digamos que pretende con ello ser más expresivo, pues hágalo, pero tenga cuidado de no obstaculizar la lectura.

ESTRATEGIAS PARA TOMAR EN CUENTA • Lo modificadores, complementos y determinaciones deben estar al lado de las palabras que modifican, complementan y determinan. • El pronombre relativo debe colocarse detrás de su antecedente. • Válgase de las elipsis necesarias que agilicen la información. • Prefiera la Voz Activa a la Voz Pasiva. • El Adverbio debe estar al lado del Verbo. • No exceda el uso de cláusulas explicativas. Los párrafos se catalogan del siguiente modo: • Párrafo introductorio • Párrafo medular • Párrafo conclusivo Entremedio, si lo propicia el caso, puede intercalar: • Párrafo de enumeración • Párrafo de secuencia • Párrafo de comparación/contraste • Párrafo de desarrollo de conceptos • Párrafo de planteamiento/solución de problemas • Párrafo de causa/efecto • Párrafo de ejemplificación

LA COHESIÓN

P

luzca suelta y libre. Si prefiere las oraciones largas, estructure y puntualice correctamente; el lector se lo agradecerá. Basándonos en la premisa de que los párrafos imponen su propia fragmentación, sugiero que no los cargue demasiado. Si quiere plantear diez ideas, construya diez párrafos bien desarrollados. Procure que la información progrese a lo largo de ellos. Quiero mencionar, como un aparte importante respecto al orden de las oraciones, que debe evitar colocar

ara que exista cohesión necesita lograr unidad informativa y coherencia semántica mediante mecanismos de relación lingüística y discursiva. Se logra manejando y distribuyendo los elementos de repetición (de contenido), de avance (conectores de enunciados), de adecuación y de relación. También con el tono, la modalidad, la intensidad e, incluso, con las pausas. Se puede aprovechar la repetición sonora de las palabras, aunque, cuidado con que esto demuestre pobreza de lenguaje. Nexos oracionales: preposiciones, conjunciones, adverbios, locuciones, adjetivos, pronombre relativo «que». Nexos Léxico/semánticos: sinónimos, polisemia. Nexos oracionales: Nexos gramaticales: perífrasis, derivaciones, encadenamientos, pleonasmos, pronombres, verbos, adverbios, sintagmas, elipsis. Ya sabemos que al narrar tenemos que elegir una perspectiva. La narración consiste en la enumeración cronológica de los hechos. A esta le añadimos razones, sentimientos y justificaciones. La narración se combina con la descripción aunque predomine una u otra. Con la argumentación procuraremos persuadir al receptor de algo, sugiriendo, estableciendo grados y matices. No podemos convencer con subjetividades ni prejuicios. Tampoco podemos plantear verdades absolutas o afirmaciones categóricas. Corpus Litterarum

47


Tegucigalpa Cindy Jiménez-Vera

Salvahuidas Carmen R. Marín

Editorial: Erizo Páginas: 65

Editorial: Erizo Páginas: 61

Por Sandra B. Valentín Medina

Por Raymond P. Meléndez Miranda

P

ara hacerle cosquillas al lenguaje con la destreza que lo hace Cindy Jiménez-Vera en su libro Tegucigalpa, hay que saberse las reglas al derecho, de cabeza y en diagonal. Hay un juego poético de palabras en esta microliteratura. Encajarla dentro de un género literario específico es una tarea que honestamente creo innecesaria. Disfruté mucho este libro tal y como se nos presenta: microcuentos, micropoesía. En la contraportada David Caleb Acevedo habla incluso de «novela por omisión». Lo he leído varias veces, al derecho, de cabeza y en diagonal. Cada vez produce una lectura distinta. Tan es así que sospecho que los textos, las oraciones, las palabras, las letras hacen travesuras mientras no estoy mirando. Allá fue un adjetivo de la página diez a jugar peregrina con la esposa de un verbo de la página cuarenta. Sin avisar, Sandra abre el libro y es un libro nuevo. Tal vez las palabras se movieron, quizá se disfrazaron… ¿Yo qué sé? Sé que Tegucigalpa es un colorido bouquet de flores/globo que me tiene absolutamente fascinada.

otras recomendaciones:

• Diario de una puta humilde David Caleb Acevedo • Cuentos de vellonera Ricardo Santana • En el reino de la Garúa Emilio del Carril • Antes y después de suspirar Yolanda Arroyo Pizarro • Eslabones de un tiempo muerto Anna Lydia VegaSerova 48

Corpus Litterarum

C

ontinuamente, me abstengo de recomendar libros, pero con Salvahuidas me he topado con una pieza de valor incalculable. Corrí con mi ejemplar en la mochila desde agosto buscando cada oportunidad para recitarle las palabras de Carmen a algún extraño o algún conocido. «...se trata de un manejo particular de la lengua que busca eso que llaman el goce estético, bien sea por terrible o por maravilloso...», nos define Carmen la poesía, y esto mismo es lo que plasmó en su poemario. Salvahuidas es un té exquisito con el toque de jengibre que pica en la lengua con las palabras de la íntima conversación con Carmen R. Marín que ofrece cada una de sus páginas.


La verdad sobre el caso Harry Quebert Joël Dicker

La invención del amor José Ovejero Editorial: Alfaguara Páginas: 242

Editorial: Alfaguara Traducción: Juan C. Durán Páginas: 660

Por E.J. Nieves

Por Julio A. García Rosado

L

a invención de amor (Premio Alfaguara de Novela 2013) es una historia sobre la soledad, la identidad, sobre cómo reinventarse y reengañarse. Es un diario urbano nostálgico que expone los juegos y las ironías del amor. Aunque algunas situaciones pecan de poca verosimilitud y algunos personajes lucen medianamente planos, el suspenso de la obra toda es capaz de agarrar al lector y mantenerlo hasta el final. No puedo negar que Ovejero se sale con la suya en esta entrega; nos revela las posibles consecuencias de un acto que quizá todos hemos deseado alguna vez: ¿qué pasaría si suplantamos la vida de otra persona? Una lectura obligada.

L

a verdad sobre el caso Harry Quebert es la segunda novela de Joël Dicker, escritor suizo que, entre otros, ha ganado el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. Esta traducción fue publicada el verano del año pasado por la editorial Alfaguara. Este es un libro fascinante que captura de principio a fin. Lo comencé a leer y no lo podía soltar. Hace mucho tiempo no encontraba un libro que me causara ese efecto. Es sin duda un page-turner que agarra al lector y lo sumerge en los hechos de esta historia. Una historia llena de citas memorables y de giros inesperados que sorprenden tanto al lector como a su narrador. Es un rompecabezas que se va armando poco a poco, pero en el momento justo en que se piensa que ya está completo, aparece una nueva pieza, la más importante. La pieza final que completa el juego. Espero con muchas ansias la traducción que publicará este año Alfaguara de la primera novela de este escritor.

LIBROS PREFERIDOS DE

CORPUS LITTERARUM 2013

Corpus Litterarum

49



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.