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Medina García
Queridos vecinos de Orellana la Vieja, somos ya un puñado los orellanenses dispersos por el mundo. A mí me ha tocado la Guyana Francesa, situada en pleno corazón de la selva, entre el norte de Brasil, Surinam (antigua Guyana Holandesa) y el Océano Atlántico. Ni la lengua ni la cultura francesas que me acompañan desde hace treinta años han permitido que pierda mi acento, que llevo encima con orgullo. Ese “deje” que alarga el final de las palabras con una parsimonia veraniega. Pero… vayamos al otro lado del Gran Charco, al corazón de la selva.
Selva amazónica: soplo de vida
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JUANA MARÍA MEDINA GARCÍA
Llueve, llueve sobre la selva con el furor de la vorágine, con la monotonía del hábito. Un hábito que no asusta al canto de los pájaros. Un canto que resuena con frescas melodías burlándose del clima y devolviendo al lugar toda su autenticidad salvaje primaria. Bocanadas verdes de soplo de vida, aroma de humus, de frenética renovación en la que se conjugan el agua y el fuego del Trópico. Un calor reconfortante sube de la tierra a modo de vapor y envuelve los cuerpos en una plácida energía renovadora, al estilo de las hojas que brotan con rapidez de las ramas, de las semillas que son plantas en un abrir y cerrar de ojos.
Descargadas de su peso, las nubes viajan juguetonas a una velocidad considerable dejándole un sitio al sol que, al traspasar las últimas gotas de agua, descompone la luz blanca en impresionantes y gigantescos arco iris dobles. La metamorfosis del paisaje celeste se opera a medida que avanza el ocaso. Las nubes se tintan de amarillos, rosas, azules, marrones y pardos en medio de una limpidez de aire puro, purísimo, filtrado por la frondosa vegetación que invade la ciudad. Algunas nubes densas forman paisajes móviles en el cielo, dejando libre albedrío a la imaginación de cada espectador que contempla con apabullante pasmo la transformación constante del paisaje estelar a modo de una película a cámara lenta. Así, la cabeza de un león saliendo del extremo de una nube se vuelve carroza de Cenicienta o un cuerpo de gigante pasa a ser grácil bailarina.
De repente, una familia de monos recorre con destreza milenaria las copas de los árboles; un bebé de perezoso baja solito de un árbol cañón, se aventura a pisar el suelo, probablemente a la búsqueda de su madre. Un paseante lo coge y lo adentra en la selva, depositándolo en un árbol cañón, los preferidos de los perezosos. Ruidos diversos y variados de animales llegan a nuestros oídos en un frenesí melodioso.
El alma está henchida con tanta hermosura: sorpresas que la naturaleza nos reserva en su constante renovación de la vida.
Y en este contexto de pasmosa belleza, de VIDA en mayúscula, en este trozo de pulmón del planeta que es la Guyana Francesa, se aglomeran varias nacionalidades, varios pueblos que han ido llegando entre los siglos XVII y XXI y que conservan su idiosincrasia original: lengua, música, cocina, etc. A los amerindios se unieron los europeos, los cuales trajeron esclavos africanos posteriormente sublevados y liberados. Son los negros marrones, los bonis, que hablan boni o businangué. En 1975 llegan a Guyana los Mong, procedentes de Laos, como refugiados políticos. Son los primeros cultivadores del territorio, cubriendo con su producción el 70 por ciento de las necesidades de la región. La emigración más abundante viene del norte de Brasil. También hay venezolanos, haitianos y, últimamente, cubanos. Boni, laosiano, francés, criollo, portugués, español, arawak, akawaio, entre otras lenguas habladas en Guyana, constituyen una armoniosa polifonía como si fueran un espejo de la frondosa diversidad de la selva.
De este modo, culturas, lenguas y tradiciones múltiples se entretejen en un territorio irrigado por cientos de ríos, enriquecido por una infinidad de plantas y animales en constante descubrimiento. En efecto, en pleno S XXI las entrañas de la selva amazónica continúan revelándonos nuevas especies de plantas y animales, sobre todo aves e insectos, hasta ahora desconocidos. Los cuatro elementos: agua, fuego, tierra y aire se conjugan como en una sola respiración para producir el misterio verde del árbol de la vida.
28 de junio de 2021, Guyana Francesa