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leonesa, Cándido González Ledesma
Bonifacio Álvarez Rodríguez, natural de Remolina (León), con doce años de edad inició su primer viaje, el nueve de octubre de 1930, como zagal2 o pinche de la ganadería de Juan Cuesta Fernández (abogado y terrateniente de Villanueva de la Serena) desde territorio leonés a nuestra tierra durante veinticinco o veintisiete días. En todo el itinerario se van citando las poblaciones, ríos, puertos de montaña, parajes, cordeles, ... de la cañada Real Leonesa Oriental.
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Orellana es la única población de las 45 en todo el recorrido, que se describe mínimamente en su aspecto rural y se citan algunas personas de la localidad que incluso acogen a Fafo (como familiarmente le llaman sus compañeros trashumantes, a cenar y pernoctar) en todo el trayecto desde los puertos de León hasta la finca de La Sevillana en el término municipal de Esparragosa de Lares.
Transcribimos la llegada y su paso por Orellana tal como él mismo lo manifesta en el libro, cuyo título encabeza este artículo.
“(...) —Pinche ya hemos llegado a la provincia de Badajoz. Estamos muy cerca del pueblo de Acedera (...) La verdad es que todavía faltaban dos cortas jornadas. Antes de llegar al pueblo cambiamos de dirección, y a la izquierda del poblado paramos a pernoctar.
Aún no habíamos terminado de descargar las caballerías cuando empezó a llover. Tapamos convenientemente el hato con el hule negro, cubrimos el cuerpo con el capote, buscamos donde sentarnos y mientras llovía con regular intensidad, empezamos a cenar. Escaseaba ya el fargayo3. Prácticamente quedaba sólo para un día. La leña que había en las proximidades se había mojado y a nadie se le ocurrió pensar en hacer sopas.
El nuevo día comenzó bien para mí. Cuando me llamaron y desperté, la claridad era tan fuerte que hube de cerrar y abrir los ojos de forma intermitente. Valeriano y Santiago alimentaban con leños una hoguera que habían conseguido encender (...). Terminada la elaboración de las migas, los pastores de ambos rebaños nos juntamos a desayunar. Terminada esta reunión, mi padre vistió sus mejores galas y después de impartir breves instrucciones a Eleuterio y Valeriano, como encargados de cada uno de los rebaños, marchó hacia el pueblo donde tomaría un coche de línea que lo llevaría hasta Orellana. Los demás iniciamos la penúltima jornada de andadura, con las reservas comestibles casi agotadas.
El terreno era prácticamente llano, de aspecto terroso y color pardo-rojizo, con algunas encinas espaciadas. El ganado, bien por instinto, bien por ser conocedor del terreno que pisaba, marchaba animoso. En una explanada, con algún charco originado por el agua caída la noche anterior nos paramos a comer. De pan teníamos sólo las existencias de nuestras mochilas. Las bolsas y talegos portadores de la carne curada, del chorizo y otras viandas, estaban reducidas a su mínima expresión. También las botas de vino se hallaban emparedadas (...) El pimentón y el ajo tocaban a su fin.
Entre bocado y bocado pensé en lo bien que lo tenían todo calculado los pastores; pero ahora parecía que les había fallado el cálculo de las provisiones. No pude por menos de preguntar a Secundino.
—Por lo que veo, esta noche ayunaremos. Los comestibles se acabaron.
—No te preocupes chaval. En Orellana estará tu padre con la despensa bien repleta.
De tanto hablarme de este pueblo ardía en deseos de conocerlo. Pasada la media tarde ya divisamos sus casas. Daba la sensación de ocupar bastante superficie. A lo lejos, la blancura de las paredes de sus edificios, de planta baja en su mayoría, me hicieron pensar en una ciudad de ensueño. Paramos para pernoctar a medio kilometro de las primeras casas. Allí estaba mi padre, acompañado de otro señor, de mediana edad y de nombre Ramón. Efusivamente fue saludado por todos y
CÁNDIDO GONZÁLEZ LEDESMA Cronista oficial de Orellana la Vieja
1. ÁLVAREZ RODRÍGUEZ, Bonifacio: Memorias de un zagal. Un viaje a la extremadura leonesa, 1998, Ediciones Leonesas, S.A. 2. El zagal, durante los viajes de ida y vuelta, arreaba el ganado, situándose detrás del rebaño; tenía además, que acarrar el agua y hacer las sopas. (página 14). 3. Fargayo: Rancho en frío que llevaban los pastores para su consumo durante los viajes a Extremadura. Se componía de chorizo, jamón, cecina, carne cocida, queso...
finalmente la obligada presentación del “serranillo”. Así empezó a llamarme desde el primer momento.
Mientras el extremeño contemplaba el ganado, descargamos los jumentos. Tapamos con esmero los hatos por si llovía y finalmente mi padre distribuyó al personal en dos turnos para la cena que estaba al parecer, ya preparada en casa de Ramón, que regentaba uno de los bares del pueblo4. Mala impresión me produjeron las primeras viviendas. Edificios de adobe o tapial, no comparables a las edificaciones de piedra de la montaña leonesa. Sin embargo, la blancura de sus paredes le daba un saneado aire de elegancia y pulcritud. Las calles que pisábamos estaban empedradas de forma un tanto rudimentaria y en lamentable estado de abandono. De todas formas mi impresión puede no resultar del todo exacta, pues era de noche y el alumbrado mínimo.
El piso de la casa del señor Ramón era de tierra pisada. Dentro, en la cocina, la esposa del dueño preparaba la cena, dando los últimos toques a la misma. Ante nuestra presencia, se limpión las manos en el delantal y fue tendiendo su diestra a todos los llegados y fijando sus ojos en mí dijo:
—Con que éste es el serranillo. ¿Qué tal el viaje?
—De todo ha habido, señora.
Acto seguido me dio un abrazo y un beso. En verdad, yo estaba nervioso, pues tenía la pretensión de hacerme el importante, dando la sensación de chico educado. En los descansos del día, todos nos habíamos cambiado de ropa interior, procurando presentarnos al menos aseados. Después de las preguntas y respuestas de rigor pasamos al comedor. La cena consistió en patatas con arroz y después carne frita. En aquellas época no estaba a la usanza el postre. Cuando ya habíamos cenado y estábamos dispuestos a marchar, la dueña se dirigió a mi padre, pidiéndole que me dejara dormir en su casa. La invitación fue aceptada de buen grado, máxime sabiendo que estaba recién mudado y que Ramón tenía un hijo de mi edad. Aquella noche compartimos cama. Salí hasta la puerta de entrada para desearles buenas noches, advirtiendo que en la calle llovía con intensidad. El anfitrión les proporcionó unos paraguas.
A la mañana siguiente, me levanté, llegué hasta la cocina y allí me despedí de Ramón y su esposa. En la calle estaba mi padre con el burro Jalbiega, que únicamente llevaba puesta la albarda y las alforjas vacías. Cruzamos una plazuela, ascendimos por una calle estrecha, giramos por otra hacia la izquierda y frente a un portón nos paramos. Llamamos y un hombre sonriente, con una bata enharinada nos franqueó la entrada.
—Todo está listo, le dijo a mi padre con voz un tanto atiplada.
Se introdujeron en el edificio y al poco salieron; mi padre con dos latas de aceite y el otro con un saco de pan recién amasado y bien cocido. En las bolsas de las alforjas se introdujeron los envases de aceite y terciado sobre la albarda el saco repleto de comestible 5 . Siguiendo la misma calle, pronto salimos al campo y un poquito por debajo, pero muy cerca, marchaban
4. Bar de Ramón El Churro, en la calle Real donde actualmente está el Bar El Capitán. 5. El aprovisionamiento se realizó en la casa de Juan Fernández El Ruche que con sus hijas hacía panes para los pastores serranos, residía en la calle Santo Domingo.
ya los rebaños en dirección al río Guadiana. Les dimos alcance y antes de llegar al caudaloso torrente fluvial, se hizo una parada. Los pastores se abastecieron de condumio. Un mollete por barba. También los perros acudieron presurosos para devorar los mendrugos que les tocaron en suerte.
Ante un caudal de agua tan imponente yo quedé un poco perplejo. ¿Cómo pasaremos? Los Rabadanes de ambos rebaños, acompañados del tío Victoriano, tomaron las caballerizas por el ronzal, y se dirigieron por un estrecho camino existente en la margen del río, hasta llegar a un lugar donde se levantaba una humilde caseta, de donde salió un hombre alto y flaco, tocado con un mugriento sombrero y que en su diestra blandía una larga vara o pértiga. Flotando sobre el agua estaba amarrada un barca. A uno y otro lado del caudal se levantaban dos postes de madera gruesos y fuertemente empotrados en el suelo. Una maroma metálica unía ambos puntales en toda la anchura del río, separado por encima del mismo como dos metros. La barca, de aproximadamente cuatro metros de largo por tres de ancho, también estaba construida de gruesos tablones de encina y en los dos extremos superiores, unos dispositivos metálicos sustentaban unas poleas por las discurría un gruesa maroma.
En primer lugar fueron introducidos en la balsa la mitad de las caballerías y cuando ya estaban acomodadas, soltó el barquero amarras. Apoyó un extremo de la pértiga en tierra y con un ligero esfuerzo, animales y barca fueron deslizándose dentro del agua. Después el patrón, dejando caer al suelo el palo, tomó con su mano izquierda el andarivel y fue llevando la nave, palmeándola, hasta la orilla opuesta. Seguidamente el barquero volvió por otro cargamento, también de asnos. Después le llegó el turno al ganado ovino. Las ovejas entraban en la barca precedida de un manso, debidamente adiestrado como cabestro, al que se le ataba una cuerda a los cuernos y mansamente seguía al pastor, con un suave tirón del ramal. En cada viaje se transportaban de cuarenta a cincuenta reses. Terminadas las lanares, pasó el ganado cabrío, y cuando ambos rebaños estaban en tierra, en la margen izquierda del Guadiana, el mayoral pagó los servicios del barquero y todos nos pusimos en movimiento hacia Los Terrines. (...)”.
De Terrines pasaron a la finca de La Sevillana donde “(..) apareció ante mis ojos la silueta cónica del chozo, con su pared circular, completamente blanca. Nuestra futura residencia, durante los próximos siete meses, me pareció un palacio en comparación con los chozos existentes en la montaña leonesa”.
APÉNDICE: Itinerario trashumante:
Provincia de León: Remolina, Otero, Valle de las Casas, Corcos, Llamas de Rueda, Villaverde de la Chiquita, Villamuñio, El Burgo Ranero, Albires, Joarilla de las Matas.
Provincia de Valladolid: Mayorga, Ceinos de Campos, Medina de Rioseco, La Mudarra, Simancas, Valdestillas, Villalva de Adaja, Moraleja, La Zarza, Ataquines, Muriel de Zapardiel. Provincia de Ávila: Arévalo, Moraña Baja, Cabizuela, Horcajuelo, Pasarilla de Rebolar, Sanchicorto, Blacha, Cepeda, Puerto del Pico, Venta del Obispo, Cuevas del Valle, Arenas de San Pedro.
Provincia de Cáceres: Jarandilla, Talayuela, Navalmoral de la Mata, Romangordo, Puerto de Miravete, Torrecillas de la Tiesa, Aldeacentenera, Madroñera, Zorita, Madrigalejo.
Provincia de Badajoz: Acedera, Orellana la Vieja, finca La Sevillana.