La Espera

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LA ESPERA [ CUENTO MIX ]

Autores: Fernando Vecchiarelli, Nat Gaete, Cristtoff Wolftown Imรกgenes: DamasArt


Ella estaba terminando, casi agotada los quehaceres domésticos que le consumían parte del día, todo su tiempo, su vida, las manecillas del reloj habían girado lo suficiente para descubrir que ya no era joven, según marcaba la aguja pequeña, pero que no era vieja aun como indicaba la mayor, estaba en la edad gris, en ese claroscuro de la pasión adormecida sin edad. Se miró por tercera vez en el espejo de la sala, todo estaba en su lugar un poco más bajo que al principio de su creación, pero todo estaba firme todavía. Seguía esperando una caricia nueva, especial, la del príncipe encantado, que la vendría a rescatar de este encierro de hastío y desolación. Un golpe seco en el ventanal llamó su atención, otro, y luego otro... Curiosa se fue acercando al ventanal, algo le decía a través del latir especial que su corazón empezó a marcar apenas escuchado ese tintinear del vidrio, que su vida iba a cambiar. Como una autómata estiró los pliegues inexistentes de su falda y arregló su cabello, la coquetería de una mujer jamás muere, ni siquiera cuando ya sabe que el tiempo de fruto exhuberante ha pasado, femenina se es desde el primer respiro hasta el último hálito. Ya frente al cristal, apartó la gasa blanca que lo abrigaba, llovía, el vapor del calor del hogar había empañado los vidrios y las gotas de lluvía se estrellaban formando una telaraña traslúcida que impedía la visión primera. Los dedos de su mano izquierda comenzarona danzar sobre el vaho esfumándolo lentamente del cristal, divisaba entre el tejido del agua una figura, alzó el rostro siguiendo a los dedos que se dirigían hacia arriba desvistiendo al ventanal frío del vapor y de pronto, entre esas gotas de agua bendita sus ojos se estrellaron contra la mirada hechicera que se abría paso entre el cristal y reclamaba en los ojos de Antonia una bienvenida... Aun perpleja, notó la bañaba un tibio y dulzón sudor entre su sien y sus pechos, sonrojándole su tez aun rígida, aun esperanzada a esta espera que ya resonaba a eterna pero que, de un instante a otro, había resurgido por entre los cristales y que la tenía deshaciéndose entre rubores y alegría incontenibles. Era él, a quien los años habían alejado, a quien su cuerpo, pese al sentir diario del paso del tiempo, había esperado, a quien su mente guardaba y sus entrañas atesoraban perfecto recuerdo tal y como fuese ayer la última vez que se amaron y que, una mañana fría y lluviosa, como ésta, los había dejado al uno sin el otro, a una subyugada espera incondicional a la promesa de dos seres que, antes de despedirse, forjaron en su lecho, la más grande pasión que hoy, su destino se encargaba de retornar a su puerta..a la que sus pasos, en franco desdén la dirigían, sintiéndose volar, agradeciendo el hielo en sus manos al sostener la manilla que le quemaba la piel, haciendo ver que no estaba dormida, era real, estaba por abrir aquella puerta que permaneció por tantas lunas cerrada aguardando ser por dentro abierta, como Antonia, en estos momentos pretendía, aunque los segundos se sentían aun mas eternos... Su mano temblaba, ya no de temor, sino por esa eterna pasión que recorría su piel desde el fondo mismo de su alma, rejuvenecida por la eterna esperanza tantas veces soñada, de abrazarse a él, al hombre que esperaba detrás de la puerta, último bastión que la separaba de su cautiverio, de la monotonía de una vida sin amor.


Antonia jaló con firmeza y decisión la manilla, con la misma firmeza y con la misma fuerza de voluntad que le pedía a gritos... Tómame amor, seré tuya esta vez para siempre, por toda la eternidad, has de mi una hoja en la tormenta de la lujuria sin medida, como si fuera tu esclava, has de mi lo que quieras, invéntame un pecado nuevo que recorra mi cuerpo penetrando en cada intersticio de mi humanidad, provocando pequeñas muertes para renacer en ti, quemando mis entrañas, consumiendo mi carne hasta convertirla en cenizas del paraíso perdido. Antonia Jaló de la manilla… Y el metal se deshizo en su mano fundiéndose al calor de su amor… En realidad la manilla se rompió por la excesiva fuerza del tirón, la puerta nunca se abrió, desesperada intentó patearla y solo consiguió lastimarse el dedo del pie. En un grito de dolor trastabilló cayendo sobre una silla cercana, empujo la mesa de servir que arrojó la lámpara sobre el cortinado, su cuerpo se desparramó sobre la alfombra casi desvanecida, alcanzó a escuchar tras la puerta la voz de su amado alejándose. - Puta madre… ¿Se abrá enojado, que no me quiere abrir? No, no creo que se haya enojado, quizás esté un poco molesta. Asumo que no fue muy de caballero el haberla dejado por partir tras Susana, pero qué iba a hacer un hombre como yo, toda pasión, todo fuego, en esa noche de vaudeville cuando la diva Jiménez me lanzó en pleno show una pluma de su traje de vedette con una invitación a beber champaña en su camerín, terminada la función. Sí, ya sé que dejarla sentada allí en pleno teatro excusando un ir al baño y no regresar más hasta hoy, después de diez años, no es para tanto enojo y rencor. No, andá, ella sabía que es la única mujer que he amado, que es la única a quien daría mi vida. Antonia sabía que mi carne era débil, pero que siempre regresaría a ella, a su cuerpo tibio, a su boca de frambuesa, a su forma de cocinar y amar... No, cómo se iba a enojar por un desliz pequeño como ese... No, y bueno si se enojó es porque jamás me quiso, es porque no me amaba tanto como para perdonarme este tiempito en silencio...No, sería una mal nacida, enojarse conmigo, que soy el hombre de su vida... ¿Y si se hubiera casado? No, imposible, imposible... - Antonia, amor abríme la puerta, que te amo, que he regresado a ti- Se sentían los gritos de Roberto tras la puerta, urgidos, necesitados de que Antonia le abriera sus brazos, le hubiera esperado y que estuviera allí para él como siempre dispuesta a amarlo sin condiciones, sin compromisos, sin papeles de por medio. - Antonia, mi amor, abríme, te lo suplico. ...Semi-inconciente, Antonia escuchaba a lo lejos el murmullo de Roberto y algo parecido a unos gritos. Más aquella alfombra, que desde el suelo la había cogido con sus tentáculos e invitado en repentina y feroz forma a unírsele en su apego al suelo, la tenía postrada, inmovilizada y con su mano herida. Solo sus párpados obedecían a un lerdo movimiento, pero no podía articular palabra alguna. Su corazón, aun más roto que sus huesos, provocaba manantiales de dolor. Haber estado a centímetros de su amado, casi abriéndole su puerta luego de tan descabellada espera y este destino incierto se lo alejaba denuevo, como aquella noche en que debió regresar sola a casa, pensando que estaría con otra, que se lo había tragado la noche, quizás muerto, quizás perdido en sus miedos..¡todo por nada! –maldita sea, gritaba dentro de su ahogada y golpeada cabeza. Sintió que abría la puerta, 1 ó 2 pasos inseguros la traspasaban, pero al parecer el muy tarado solo miró al frente y se dio por vencido, pensando que ella ya no vivía ahí y que estaría invadiendo la morada de nuevos dueños…y cerró, cerraba la puerta y se marchaba. Ella a 3 pasos a la izquierda, tras la puerta, botada junto a su antiquísima lámpara, tan atesorada, botada por la bofetada de un Dios a quien ya no entendía..a quién desde hoy, rehuiría.


Ahora recordaba aun más, fuera de toda utópica y bella espera, que él siempre fue un tanto retrasado, incapaz de mirar más allá ¡Estúpido hombre! –se dijo más de alguna vez, y ello fue la antesala a la noche en que lo perdería, pues hablaron de la famosa Susana, esa perra que aquella tarde desplegaría sus plumas una vez más, meneándoles la cola a una galería de bobos mediocres que pagaban el precio que fuese, por admirarla con la boca abierta, dejando de lado a la compañía que llevases, ese día, fue su turno. Duelen los huesos de un alma herida por punzantes huesos que se habían adherido a su cuerpo como esquirlas, pero su Roberto, ahora sí no volvería, ahora sí debería tragarse todo deseo guardado, todo bello recuerdo. ¡Si salgo de esta, me follaré inclusive al jardinero! –pensó, mientras la invadía el sueño. Roberto se marchaba con una angustia que le oprimía el pecho, con un ardor en sus entrañas que quemaban su ser, producto de haber estado tan cerca de su amada Antonia…Eso, o los tomates al ajillo con chile que había ingerido al mediodía y que repetía en un eterno reflujo desde su estómago, hicieron detener su marcha. ¿Podía terminar así tan profundo amor? ¿Era este el final? ¿Debía tomar un antiácido? Muchos eran los interrogantes, y solo una respuesta golpeaba como olas de un embravecido mar destruyendo las costas mismas de su corazón. ¡Si! ¡Si! Definitivamente si…Tomaría un antiácido. Pero esa sola idea le reflotó del fondo de su alma atormentada la visión de los ojos de Antonia reflejados tras el cristal, y un nuevo interrogante perforó su cuerpo. ¿Se habría apresurado en irse, de esa casa? ¿Tal vez Antonia estaba en otra habitación temerosa, escondida, pensando que ante la irrupción en su vivienda por alguien con bajas intenciones, dispuesto a abusar de ella y en un acto de locura sexual, arrancarle la ropa y saciar sus más bajos instintos animales y primarios, lo mejor era esconderse? …En verdad llovía torrencialmente y el agua calaba sus huesos, más la acides, y las ganas de sexo, lo impulsaron a volver sobre sus pasos, ya no lo detenía el miedo a irrumpir en una morada ajena, debía ir por Antonia por el calor reparador de sus brazos de su cuerpo de su sexo profundo y dulce…Pero sobre todo por un antiácido, que ella siempre llevaba consigo. Corrió como un adolescente bajo la lluvia sin importarle nada, corrió, trastabilló se golpeó el codo, en el húmedo pavimento. Y así mojado adolorido y con una acides de los mil demonios, pateó la puerta de la casa de Antonia al grito atormentado de: ¡Mi amor! Regresé… Fue ese grito quien la sacó de la inconciencia, de ese tormento de imágenes del pasado que circulaban como carrusel por su cabeza mientras estaba tendida en el suelo, fue ese grito envuelto en la voz profunda que no había cambiado en esa década de ausencia, el que actuó como sal aromática que la trajo de golpe al presente. Se despertó Antonia como si fuera la bella durmiente besada por el príncipe allá en el bosque. Pero sabía que ella no era la princesa ni Roberto el héroe de antaño, la vida los había hecho concerse ya maduros y ahora, malévola ella, los hacía reunirse cuando ambos habían traspasado la línea de los cincuentas, en ese tiempo en que los sueños rosas deben quedar en el pasado para que no cieguen la razón ni hagan perder la cabeza y menos, la decencia. Allí estaba Roberto terminando de cantar sus palabras, mirándola toda, extendiéndole las manos, sonriéndole seductor. Allí estaba ella, conteniendo la respiración, preguntándose si estaría con el cabello ordenado, tratando de hacer menos tensa la situación, intentando salir de la ridícula pose en que se encontraba lo más seductora y digna posible.


Poco a poco Antonia se da vuelta, hasta quedar recostada sobre su costado y dibujando círculos sobre el parqué, sonríe, ronroneando le dice a Roberto: ¿ te acuerdas, amor, de esos días de campo en que nos tirábamos en la hierba? Amor, cómo no he de acordarme. Si hubiese soñado que esta perra suerte nos juntaría de tan alocada manera, luego de haber estado aquí mismo afuera destilando agua hasta por mis pestañas, me habría lanzado de cabeza por la ventana y lleno de esquirlas yacería a tu lado saciando estas locas ganas de ti que traigo acumuladas solo para Ti, guardadas. Ven, levántate cariño. Necesito verte, de pie, toda. Necesito abrazarte, sentir tu calor, tu regazo. Verás me secunda una tormenta infernal que no me ha dado tregua día y noche, pero se ha encargado, tras algún que otro accidente natural, de hacerme llegar a tu morada y al fin, rompiendo pesares que he sobrellevado a cuestas, llegar a Ti, amor de mi vida. ¡Estás hermosa, Antonia! Y no, no es solo un halago, ni el frío que en mis huesos se ha anidado. No creas que buscaba encontrar la piel tersa de antaño que tan locamente me amó, ni mucho menos estuvieras de gala esperándome sonriente con la mesa puesta a la luz de las velas. He encontrado, justo a la mujer de la cual sigo enamorado, aquella que ha envejecido como yo pero que en sus ojos me ha sabido responder sin hablar, que lo nuestro verdaderamente no ha terminado, que merecía llegar tan lejos, que el tiempo, a pesar de la lejanía y de una maldita acidez que lleva varios días, sabría recompensar mis errores tras recapacitar una y mil veces. ¡Es una locura vernos en este estado a ambos, no crees! – murmuró Roberto – y soltaron una carcajada cómplice y duradera, y entre risa y risa abrazados, cayeron juntos sobre la alfombra, entre risa y risa, cuerpo a cuerpo se miraron, rieron y rápidamente desgarraron sus ropas que volaron hacia diferentes lados. La puerta aun entreabierta, azotaba su madera contra la pared producto del viento y el agua que se colaba cual testigo, cual vecino hambriento de verles retocer, admirando la vitalidad con la que se entremezclaban por toda la entrada, sin importarles mas nada, de pronto el frío se transformó en infierno y el duro suelo, en una cama de agua XL donde todo era cancha. Se olvidaron los años pasados, los recuerdos, malos ó buenos, se olvidaron de sí mismos, Ella de su mano herida, Él de su agria acidez, Ella convertida en la más puta entre las putas, Él, en el más indómito corcel, ambos ardiendo, besándose como en aquellos tiempos, Ella entregada disfrutándolo, devorándolo. Él, ya dentro de Ella mordiéndose los labios de placer – le repetía al oído - ¡Antonia, no tienes idea cómo te dejaré, mujer! ….. Y en verdad no tenía idea, la menor idea, de lo que a metros de ellos estaba ocurriendo. La tormenta que azotaba la zona estaba tomando una magnitud inusitada, el viento se arremolinaba y poseso se convertía en tifón, arrasando todo a su paso, los primeros techados de tejas volaban e impactaban en los vehículos estacionados en el vecindario, las sirenas de alerta trepidaban agudas ensordeciendo a humanos y bestias. Antonia y Roberto giraban como en un carrusel poseído por el placer eterno de sus cuerpos y almas enamoradas, buscando los diferentes ensambles de sus histriónicos cuerpos, Antonia gruñía como tigre en celo y Roberto gritaba su placer, con el sonido gutural y primario de un cerdo degollado. -Espérame mi amor ya estoy llegando, gritó Antonia con el rostro desencajado y sus cabellos alborotados. -Si...Si...Mi diosa, terminemos juntos, acabemos juntos, enajenado Roberto repetía. La pequeña muerte una vez más se presentaba en el cuerpo y sexo unificado de los amantes, el éxtasis total y definitivo...


Antonia giró su cabeza hacia el extraño sonido que comenzaba a inquietarla, un golpe seco, y otro, que provenían de la puerta de entrada, hasta que vio aparecer el filo agudo y brillante del hacha que despedazaba las maderas del portal, un brazo uniformado con el escudo de los bomberos se introdujo en la manilla e intentaba abrir el cerrojo que trababa desde dentro la vivienda... Atónita ante esa situación que la arrancaba del nirvana siente que su cabeza comienza a girar como los brazos de ese tifón que estaba asolando la ciudad, gira su cabeza, su cuerpo se desvanece y todo se va a negro… - A la hoguera, a la hoguera con la bruja ramera - gritaba el gentío que, en las afueras del castillo, aprisonaba el cuerpo de la mujer en esa noche. El frío de enero en Francia le horadaba los huesos a la mujer y el miedo a perecer en las llamas del fuego que los hombres hacían arder para exculpar su ignorancia, hacían temblar a Michelle y encomendarse a sus dioses. Lloraba y pedía clemencia, trataba de zafarse de las manos de sus captores, de us sjueces, hombres tan ignorantes que no podían apreciar sus artes, ese poder divino que le había sido dado para ayudar a sanar soledades y pieles curtidas por las guerras interminables sumadas a la peste y al miseria de la época. La ira del cielo asolaba a la tierra, y ella era el cordero expiatorio que esa noche sería ofrecido para quitar el castigo de dios en la aldea. Crueles manos la comenzaron a arrastar hacia el centro de la plaza, bajo los gritos de esa jaur+ia hakmbirenta en donde se distinguían la voz agudas de las muejres decentes pidiendo la muerte para la ramera. Despierta cariño, despierta –dulcemente intentaba Roberto, semidesnudo, reincorporarla tras su desmayo. Ambos apostados sobre el césped en la plazoleta central del pueblo, a unos metros de casa, la que resaltaba por entre las demás con cada llamarada aun más anaranjada y por los estridentes estallidos continuos que de ella emanaban, producto de baldes de pintura y acrílicos que Antonia utilizaba para crear en 2 de las habitaciones. Despierta, amor – seguía insistiendo, mientras le daba su calor protegidos con una manta que le había sido facilitada por una vecina que, asombrada de verle desnudo y con su virilidad a flor de piel, se la había quitado a su propia hija con el pretexto de verle mas de cerca, ya que se encontraba tiritando de frió y con la mujer en brazos buscando buen recaudo. El sueño ó mas bien pesadilla de Antonia, ciertamente la tenía como protagonista, pero tuvo su clímax en el momento justo en el que ambos llegaban explotando sus propios deseos, recogiéndose mutuamente. Fue la más extraña y candente coincidencia, pues el pueblo entero ardía en llamas tras la caída de un rayo sobre uno de los almacenes de combustible, lo que, podrán imaginar, desencadenó un fiero ardid de lenguas de fuego cayendo dispares sobre los tejados de cada casa aledaña, explotando barriles en el aire, aun con la tormenta que acechaba, aun con la lluvia, todo y por doquier, estaba en llamas, como en la cuna del mismo Averno. El cuerpo de bomberos sucumbía a los esfuerzos mancomunados de todo el mundo, por intentar salvar vidas y gentes por tantos años viviendo tranquila, por tantos años entre ellas conocidas. Fue por casualidad que llegaron justo a tiempo a casa de Antonia, frente a la histeria colectiva pero que tras ingresar a la fuerza para buscar entre escombros a una dueña de casa introvertida y muy encargada por varias familias, se encontraron la sorpresa más grande e inédita que jamás se esperaron ver..


Los amantes desnudos descansaban de la agotadora comunión de cuerpos y almas, mientras que las solícitas vecinas los rodeaban; Una de ellas se atrevió a preguntar amparada por la sonrisa cómplice de las otras. -Antonia ¿qué te ha sucedido mujer? ¿Cómo es posible que no te hayas dado cuenta del desastre? Antonia mareada por el humo y el sexo desenfrenado se abrazó a Roberto, sin mediar palabra, lo beso profundamente, como solo ella sabía. Un grito de algarabía se elevó desde las gargantas de las mujeres que miraban con sana envidia la escena. Grito que puso en alerta al atento cuerpo de bomberos, que ante la confusión; apuntaron las mangueras de alta presión sobre Antonia y Roberto. El grueso chorro de agua como una columna griega se estampó en la desnudes de esos seres que se amaban sin pudor. Roberto fue a dar por el impacto a uno de los techos de las casas linderas, ingresando con fuerza por una ventana del dormitorio de una octogenaria, abuela de un carabinero retirado ya de la fuerza. La pobre mujer que era sorda como una tapia, ni enterada estaba de lo que a su alrededor estaba ocurriendo, y dormía en su cama matrimonial plácidamente. Enorme fue su sorpresa al ver que un hombre semidesnudo caía abruptamente en su lecho rompiendo la ventana y envuelto en un misterioso líquido, dejando una sensación de humedad en su anciano cuerpo. La pobre mujer ya despierta se aferró con fuerza a Roberto y gritó -¡Gracias Dios! ¡Escuchaste mis plegarias! Antonia por la misma fuerza del agua, había volado y aterrizado en los fuertes brazos de un bombero que para más datos era Nigeriano y Negro (si no me lo van a creer, pero conocí un Nigeriano Blanco) El voluntario al verla así toda mojada y totalmente desnuda pensó... ...¿Donde diablos dejé la tarjeta del cirujano plástico? Esta mujer sí que necesita unos cuántos retoques... …aunque –pensó para sus adentros- todo esto del incendio me ha tenido tan prendido, que con ó sin retoques me sirves de igual forma, mujer ! Dicho aquello, recibió una rauda pero aprobadora mirada de Antonia que ya extasiada al máximo ante un día taaaan especial, en un segundo saltó de emoción tan solo de imaginarse cabalgando a tamaño Negro. Total..si Dios le estaba regalando todo esto tan abruptamente, lo mínimo que podría hacer, sería acoger todo con máxima entrega!! Fue así como Negrito la tumbó sin pensarlo 2 veces, regalándole el mejor cachondeo que Antonia podría haber recibido. De Antonia mejor no hablar ni acordarse por ahora. Tras soportar los embates interminables de su hombrón, en adelante, solo quería servir hasta de esclava, olvidándose de Roberto y de toda vida pasada.


¿Que fue de Roberto? –se preguntarán. Pobre Roberto. Vejado por los años de una viejita voraz que al sentirse rechazada lo arañó de pies a cabeza, obligándolo a salir corriendo sin ropas por las calles encendidas del pueblo y buscando a hurtadillas por si lograba dar con su amada Antonia, pero sin suerte ni fortuna. Nadie en el pueblo le ayudó, sino fue todo para peor, pues los compañeros de aquel Nigeriano, le recomendaron se fuera de momento y lejos. Todo daba a entender que habría sido su llegada, la que provocó tan desafortunados sucesos para un tranquilo pueblo y corría desde ya, grave peligro de llegar a ser linchado. Todos los bomberos reían por dentro. Al fin el Negrito había encontrado cobijo a tantas ganas sin saciar que venia manteniendo y de las que ni las putas querían llegar a ser testigos, pues del susto devolvían el dinero y se encerraban con pestillo, dejándolo siempre solo. Pero hoy, hoy fue un gran día para el cuerpo de Bomberos. Hoy gracias a aquel incendio, se estrenaron mangueras y carros nuevos….y así también, se estrenó la suerte de un Negrito Nigeriano de corazón muy bueno, tantas veces rechazado pero que justamente hoy, también estrenaba su caudal de deseos sobre la única mujer del pueblo dispuesta a regalarle más de una mirada; dispuesta a mantenerle bienvenido, dispuesta…siempre dispuesta a saciarle todas sus negrillas ganas !!


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