Cromomagazine naranja

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CROMO MAGAZINE de Escuela de Color

julio / 2013


CROMOM

de Escuela

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#7/N


AGAZINE

a de Color

Naranja


Intro: Mara Lobse

Pilar del Río + José Alberto Lópe

Juan José Iglesias + Stefan Tur

Eduardo Flores + Luciana Crepald

Pepe Petenghi + Juan Costu

Rosa Mª Estremera + José Luis López Mora

Rosa de la Corte + Gabriel Kiellin

Rosario Pérez Cabaña + Orlando Korz

Sara Castelar Lorca + Lola Herrer

Pablo Juliá + Kik

Antonio Martínez Ares + Carmen Romer

Javier Warleta + Víctor Castill 4

Eduardo Formanti + Paula Garrid

Carmen Valladolid + Darío Enríque

Santiago Moreno + Jaime Domíngue

Lucía Benítez Eyzaguirre + Blanca Gorta

José Antonio Villero + Capacer

Daniel López García + María Góme

Israel Santamaría + Lucía Romer

Toto Cano + Manolo Cácere

Santiago Pérez + Tim Bisku

Inmaculada Jiménez Gamero + Isabel Fernánde

Claudio Celestino + Tony Simó

Miguel Albandoz + Chencho Zoca


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ÍN DI CE


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l naranja es el color de la alimentación y de la transformación. Es un color cálido y estimulante. El color de las puestas de sol en la playa, de las calabazas, las zanahorias, las naranjas... de los chalecos salvavidas en el mar, del fuego que se hace de leña, de los presos en distintas cárceles, del Budismo y el Dalai Lama. Un color optimista que estimula la creatividad y anima a la actividad.

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O

alimentos ingeridos y lo de energía y alimento p que procesa los suceso la vida y los transform aprendizaje y mejora. Un resuena con el naranja saludablemente el alim lo que obtenemos, dig en experiencia saluda en expansión, en crea En el Budismo, el colo iluminación, lo supremo nada de esto se llega sin d las propias experiencias nos es útil y enriqueced que ya no contiene alim nos pudrirían el corazó también las entrañas.

Un color no muy utilizado en nuestra cultura a excepción de la publicidad, que lo utiliza para persuadirnos de que aquello que nos venden es garantía de diversión, brillantez, felicidad, sociabilidad, expansión, juventud, entretenimiento o comunicación. En altas dosis puede resultar estridente, por lo cuál se suele utilizar combinado con colores como el negro o el blanco que le otorgan fuerza sin caer en lo chirriante. El naranja es un color a través de la combin En un sentido más energético y fisiológico, primarios: el magenta el naranja es el color que se corresponde con lugar al rojo; y una seg el Segundo Chackra, situado entre el pubis rojo (un color que irrad y el ombligo, encargado de los fluidos y de (color asociado a la a la alimentación; si se desequilibra produce dando así lugar entre lo dificultades en los procesos digestivos de naranja. De manera que nuestro organismo y también respecto a encontramos su compl la asimilación de las situaciones no muy del azul verdoso. Cuand agradables de nuestra vida. Es el color de vez de que el naranja la transformación, aquella que procesa los complementan no pude


os transforma en fuente para el cuerpo; la misma os que nos ocurren en ma en experiencias de n segundo chakra sano a y nos permite digerir mento de la vida, tomar gerirlo y transformarlo able, en crecimiento, ación de algo mejor. or naranja simboliza la o, la perfección. Pero a digerir verdaderamente s, aprovechando lo que dor, y dejando ir aquello mento sino toxinas que ón, la razón y de paso

Mara Lobser

y ver una puesta de sol sobre el mar... Para mí, que no nací en Asia, la máxima expresión de belleza que poseo del naranja es la de un atardecer en la playa con el Sol bajando hacia el mar mientras el cielo se tiñe de naranjas, rojos, amarillos, volviendo la arena dorada y cálida. Un momento de transformación donde los haya. Un tiempo intermedio, propio, exquisito, que marca que el día acaba. Si puedes pararte a contemplar la puesta de sol, entonces puedes respirar profundo y sentir que todo lo que haya pasado ése día, por intenso, amargo, ácido, soso, duro, crudo, dulce, glorioso, pesado, aburrido, pegajoso, seco, triste, alegre, doloroso...sea lo que sea, puede ser suavizado, puede ser integrado. En ése momento un cielo que se baña en el océano te enseña sus mil matices anaranjados, como el durazno, como el azafrán, como las espigas del cereal tostado... te envuelve y le dice a tu alma “Mira, así como el día y su luz todo pasa...esto también, ahora descansa...”. Y algo en nosotros ha sido abrazado, un poco curado. No hay mayor muestra de transformación, de lo cíclico, de la vida-­‐ muerte-­‐vida que experimentamos cada día que contemplar humildemente un atardecer y dejarse conmover.

terciario. Se consigue nación de dos colores y el amarillo, que dan gunda combinación de dia fuerza) con amarillo alegría por excelencia) os dos a la bondad del e en la gama cromática lementario en la línea do leí esto por primera y el azul verdoso se Y todo ello está por naturaleza teñido de e evitar cerrar los ojos naranja...


Texto: Pilar del Río / Imagen: José Alberto López

El color naranja

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Para quienes de los colores solo sabemos lo que se ve, el naranja es el color de una fruta y también, dicen, de un afán de compartir. Hay alegría en ese color, algo que podría ser un intento de alborozo que nace en el interior del pigmento y se manifiesta y expande en partículas aromáticas. El naranja es un color perfumado e intimo, pese a su aparente imposición. Es un color tímido, que no aparece en el paisaje como el azul o el negro, ni como el verde, solo lo hace en contadas ocasiones, cuando el espíritu alcanza un grado de libertad que no necesita justificación. Tal vez el naranja sea el color de estar vivos cuando la vida no es una evidencia sino una conquista sobre el tiempo. No es un color fácil el naranja, sin embargo expresa la eclosión que los seres humanos desean que ocurra en sus vidas, una vez, varias veces, las suficientes para saber que se ha vivido y mereció la pena.


El naranja está asociado a fachadas de casas que nacieron para acoger por dentro y por fuera, al sol y a la fruta más redonda. No es un color innecesario o fortuito aunque quizá necesite ser aprendido, como la música o la pintura. El naranja, pese a otorgarse, requiere de espíritu y de voluntad: esa es su grandeza y su limitación.


Texto: Juan José Iglesias / Imagen: Stefan Turk

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Me asalta tu cálido recuerdo en las formas que atrapan la nostalgia de tu cuerpo luminoso. Eres superficie, insinuados volúmenes, color vivo que despierta en mi retina el dibujo lejano del tejido de tu ropa y del sol que alumbró nuestros últimos estíos. Todo se vuelve anaranjado en mi recuerdo abstracto de ti, en la evocación de la fruta carnosa y casi olvidada de tus labios, de tus breves sandalias hundiéndose en las playas de los insólitos veranos soñados. Un meteoro naranja ha surcado súbitamente el cielo plomizo que se cierne sobre los cuchillos del tiempo y me ha traído el fugaz espejismo de tu rostro naranja, de tus ojos naranja, de tu pelo naranja, de tus uñas naranja sobre el paisaje naranja de la juventud perdida. Y ahora eres sólo a mis ojos un esquema clavado en la memoria, hiriendo la mirada con las líneas naranjas que te envuelven y te hacen nada, siempre y todo en un único momento. Un todo naranja que excita mis pupilas rendidas al color naranja de tu cálido recuerdo sobre el que amanece la esperanza promisoria e improbable de un rotundo y cálido sol anaranjado.



Texto: Eduardo Flores / Imagen: Luciana Crepaldi

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Esta vez te pediré que lo hagas despacio. ¿Has encendido la luz? No, ya veo que no y que tiemblas. Despacio te he dicho. Por favor. Sí, mírame de ese modo o como quieras, pero hazlo como te digo, despacio, tus dedos sostienen la mitad de este mundo en estos momentos. No me digas que tienes frío, no vuelvas a hacerlo. Sin supieras cuán necesario es tu cuerpo desnudo junto al mío, estos cuerpos blancos sobre blanco lecho y en lo alto esa estrella suspendida por tu brazo erizado. No lo hagas todavía, no. Lo sé todo, así que no digas nada. Es doloroso, sí, pero observa este momento vivido y detén todo aquello que ahora es remoto y que no escuchamos. Quiero saber que estás preparada. No, no es ninguna otra cosa que imagines. Es justamente lo que ves, y créeme, nada es más necesario. Ahora yo siento lo que la palma de tu mano sujeta y sólo ahora puedes ver su lento latido. No sé si lo estamos haciendo bien, como tampoco entiendo la lágrima que se escapa de tu ojo. ¿Acaso creías que iba a ser fácil? Nadie más que tú ha pedido esto y ahora, por favor, ha llegado el momento, aprieta despacio, poco a poco, y no cierres tus entrañas. Llevaré mi mano tras la tuya y juntos será más fácil. Ves, ya puedo sentirlo en mi garganta, y sé que tus labios se humedecen brillantes. Y aprietas cada vez con más fuerza y es el dolor del mundo lo que se escurre entre tus finos dedos de suaves falanges ahora coloreadas. Verás que nunca termina, ten paciencia y cierra los ojos y dime si no es maravilloso que nuestras manos fundidas se bañen de toda vida y toda muerte. Todas estas gotas presurosas nada dicen que no sea que tú y yo somos esas gotas como somos el fruto alzado como somos tú y yo, la misma cosa. Aprieta más fuerte y ya casi hemos


terminado. Ves, no ha sido más que un abrir y cerrar de ojos. Ya nada es como antes, lo sé por tu sonrisa abierta, por tu agitación y la firmeza de tu brazo que no siente ya frío alguno. Eres feliz y yo lo soy contigo, pero no hemos terminado. No la sueltes. Eres preciosa, más que antes; estás llena, inundada de pronto, eres algo más que vida y te necesito. Ya casi estamos, son necesarios cada uno de estos segundos de contemplación. Veo que no puedes dejar de apretar. Ha llegado el momento entonces. Hagamos el amor.


Texto: Pepe Petenghi / Imagen: Juan Costus

Hacer las cosas porque sí, porque te salen así, es donde reside el arte. Juan Costus pintó ese perritoro de naranja. ¿Y qué? El naranja no es un color, es un estado de salud y de fuerza, en el que el amarillo alivia la fiebre del rojo. En el naranja no se confía demasiado, es un color poco seguro. Y ahí reside su éxito. Hace falta mucho valor para el naranja: con el naranja ni se viste, ni se suplica, ni se ama, ni se sufre. Pero eso sí, con el naranja no es preciso dar explicaciones. 14

El color naranja es también un lugar en el que el rojo pierde la vergüenza. El naranja nunca ha estado de moda, pero queda el consuelo de que tampoco ha servido para la guerra. El naranja es insensato y un poquito perverso. El naranja no es un asunto de longitudes de onda, ni de espectros ni nada de eso, el naranja es vigor y desprecio, dos por el precio de uno. El naranja es, en fin, una zanahoria budista. Ahí nos queda ese perritoro naranja fluorescente: se apagan las luces y se encienden los Costus.



Texto: Rosa María Estremera / Imagen: José Luis López Moral

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Los sueños naranja de tu paisaje Arrastrándome, llegué hasta el ámbar de tus fines, para encontrarte entre las huellas de tu ausencia que sobre las secas y olvidadas mieses, recostaba el cuerpo inexistente de tu vida y tu simiente. El ángelus naranja de tu ocaso impregnó la soledad tosca de mis ojos, que buscaba cómo fundirse entre tú campo y las infinitas luces… Aquél rezo obró el milagro y mi cuerpo, casi inerte, te encontró escondido por brisas de espigas entre naranjas de verbos y versos candentes. Exhausta, llegué a las paces de tus destierros. Y me transforme en tu tierra y en tu aire, y me mezcle con lo eterno de tus campos para beber de los sueños naranjas de tu paisaje.


Texto: Rosa de la Corte / Imagen: Gabriel Kielling

Prólogo La vida es una superficie grande, coloreada de infinitas tonalidades. Cada color representa las emociones sentidas durante un tiempo determinado, durante ese recuerdo guardado por alguna razón. Esta forma de clasificar los sentimientos se entiende cuando sabemos que la mayor y mejor parte de la vida se desarrolla en nuestro interior. El mundo exterior es un lugar de experiencias inevitables, donde todo queda registrado, ordenado y codificado con total subjetividad. A través del filtro de la sensibilidad, las vivencias atraviesan esa delgada línea algo indefinida que separa el universo interno del mundo real.

Recuerdos en naranja 18

Entre precipitadas y vagas formas surge su imagen. Imposible recordar su nombre. Pero sí recuerdo que aquella tarde de junio él se convirtió en el color naranja dentro del panel grande y colorido que conformaba mi alma. No lo dudé. Su pelo como la candela y su olor agridulce me ayudaron a concederle este color. Pero no fueron solo sus cabellos de cobre, también colaboró la belleza del crepúsculo vespertino. Me acuerdo que estábamos frente a la bahía en el mirador de madera pintado de blanco. A los dos nos gustaba aquel mirador desde el que se contempla el mar y, sobre él, las pequeñas embarcaciones de recreo y el horizonte hermosísimo, lleno de luz rojiza, en cuya línea desaparecía el globo redondo, voluptuoso, dejando resplandores anaranjados y pequeñas nubes suspendidas en el cielo turquesa. La puesta de sol estaba teñida de una gama cromática espectacular, destacaba el naranja que se reflejaba en sus cabellos y en sus ojos pardos. Ese día, el mundo existía únicamente de esa perfecta tonalidad viva, impetuosa...


También, mi falda naranja se balanceaba al capricho del viento del sur. Todo sucedió en un instante, en aquellos eternos segundos su mirada y su voz se impregnaron de oscuros matices para decir que lo nuestro había acabado y ese momento único, claro, mágico se desvaneció y se tornó de repente negro, en un líquido lamento de sombras. Él fue mi primer amor y mi primera decepción. Mientras persistió mi duelo estuvo habitando sin color en un mundo caído… Hasta hoy, que nuevamente lo he descubierto henchido de luz y su recuerdo llega nítido e irrumpe fuertemente en la misma pieza del panel grande, colorido, que da forma a mi ser; y él vuelve a surgir naranja, espléndidamente naranja.


Texto: Rosario Pérez Cabaña / Imagen: Orlando Korzo

Donde los ojos no están

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Un río de raíces atraviesa el manto de la tierra tiñendo de tigres el subsuelo. Lejos de las mareas busco manos a las que agarrarme, garras que se muevan en el humus enredando los cabellos de los muertos. Con ellos tejo redes para pescar duraznos en las corrientes subterráneas donde los ojos no están. A la hora inexacta donde el sol es devorado sudan las lombrices sus brillos yeminales. Entonces los tigres tocan los tambores y anuncian cada tarde mi llegada. Yo me siento en la luz y me alimento de palabras como dientes: Y cuando al fin florecieron espigas en mis dedos, tú ya no estabas para calmar tu hambre.



Texto: Sara Castelar Lorca / Imagen: Lola Herrero

La propia morada

Pasajero del zinc, ave furiosa del atardecer, idioma de la herrumbre donde se desgaja el incendio. Habitas en el óxido y en la melancolía, sueñas con la voz tostada del desierto y crujes como crujen los lobos en la soledad del precipicio.

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Ven a mí, roza la blancura y vuélvela azafrán, ven a la fruta, a la gravedad del ojo, al púbico temblor de los alambres o al árbol que en la huida reconstruye su selva. Hay una guarida calándose de lumbre y metales que lloran su memoria bajo la mordedura cítrica del cobre.



Texto: Pablo Juliá / Imagen: Kiki

En el centro de la imagen, dos profundas manchas negras nos miran rompiendo el color apastelado y naranja de la túnica que esconde el cuerpo de una mujer. Nos inquieta esa mirada que rompe la calma.

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Profundo erotismo en la saharaui que destapa con la mano derecha la túnica y que la izquierda, paralela al pliegue levantado, permite con una leve insinuación, mostrar el contorno ceñido de una pierna. Pero nada de eso podríamos ver sin la intensa mirada de esos ojos almendrados, única ventana real de esa mujer que, más que enseñarnos su interior nos interroga, nos aborda y fotografía desde lo más recóndito, nos denuncia. Es un búnker, como los que hay en las playas costeras, de defensa. En vez de cemento, es un grácil cuerpo en sutil movimiento, como una danza en las arenas que no son de playa sino del desierto y en vez de casetas viscontianas, nos encontramos con dos jaimas que nos hablan de una mujer en un poblado excluido de su tierra. Belleza ficción de una realidad cruda que los tonos, el lugar, la suavidad de un color naranja, nos roba el contexto y nos hace disfrutar de la plasticidad de una imagen. Kiki ese buen fotógrafo gaditano sabe escoger la luz, el atardecer, el color y, nos da el reflejo de la tarde en la hammada, y ese color melancólico, triste y que esconden un reproche, en el centro de la fotografía, en forma de dulce pastel color naranja con dos manchas negras



Texto: Antonio Martínez Ares / Imagen: Carmen Romero

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Como te lo digo te lo cuento. ¡Fitetú cómo me he quedao! Abdica I se va. Camilo Sexto se enfada con Felipe; normal. Mariano sigue creyendo en las encuestas que él mismo paga. Alfredo no sabe cómo Rubalcaba esto. Rosa de España se sigue haciendo un lío con su marca blanca agaviotada. Se lleva la coleta. Botín no sabe qué es una coleta pero intuye que es malo para el negocio y llama a Alfredo y Nonianoniano: al fin y al cabo el Monopoly es suyo. Rosa de España no es convocada. Del Bosque apuesta de nuevo al falso 9. Willy cree haber encandilado a Maya. Maya no necesita a Meyer para llevarse el pastel al fondo a la izquierda. La calle de Soraya está más alegre… Pendemos de un hilo. Menos mal que la música nos salva.



Texto: Javier Warleta / Imagen: Víctor Castillo

Sacrificio

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Morirás una tarde naranja de la próxima primavera. El lugar no lo conoces aún, el claro del bosque a la entrada de la cueva, el rumor casi imperceptible del riachuelo que camina entre los álamos, insuficiente para acallar tus gritos, para diluir tu sangre derramada. El bosque entero será perturbado por tu sacrificio. Pero sólo el bosque. Su silencio será también sacrificado, roto en mil pedazos, en mil bandadas de murciélagos ciegos y espantados batiendo las alas contra las paredes de la gruta y contra el cielo naranja del atardecer de la próxima primavera. No encontrarás rostros familiares, sólo siluetas que te golpearán con palos y piedras, absurdas máscaras que sólo hablarán para nombrarte, para que entiendas que no hay error posible, que eres tú, y no otro, el elegido. Morirás sin prisa y sin motivo, piedra a piedra y palo a palo, y cuando todo haya acabado, cuando tú hayas acabado, nos quitaremos las máscaras y nos sentaremos en la hierba a esperar a que los murciélagos, apaciguados, retornen a la cueva, y el rumor del arroyo al silencio del bosque, y el sol naranja desaparecerá en el horizonte, como prueba irrefutable de que el mundo sigue girando, impertérrito, sin ti, y de que tu sacrificio, como todos los sacrificios, habrá sido en vano.


Imagen cortesĂ­a de GalerĂ­a Blokker (Madrid)


Texto: Eduardo Formanti / Imagen: Paula Garrido

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Hoy te he vuelto a ver. Ha sido de repente cuando buscaba entre las cosas inútiles que guardo en mi desván y me topé con mi viejo radiocasete. He cerrado los ojos y te he vuelto a ver bailar frente a mí como entonces, cuando las aceras de las alamedas de esta ciudad estaban salpicadas de mustias naranjas agrias como nuestro destino. Corrían los años ochenta y el tiempo parecía una roca de sal, un absurdo abalorio perecedero y sin trascendencia. Tú bailabas y bailabas, y yo te miraba embelesado, mientras introducía cintas de Queen y The Police con mis dedos temblorosos en mi radiocasete. Tú te multiplicabas en torno a mí, duplicabas tu belleza, tu cuerpo, tu hambre de carne, mi carne. Bajo una enorme luna preñada de zumo prohibido, danzabas para mi, ausente, ensimismada, elucubrando, quizás, la manera menos cruel de anunciarme que aquella hermosa noche sería la última que estaríamos juntos. La última noche que nos amaríamos como dos posesos, antes de que, definitivamente, regresaras con él y me olvidaras para siempre. Ya no quedan naranjos en las alamedas de esta ciudad, sólo farolas de metal de mortecina luz anaranjada. Ni siquiera la enorme luna de sangre que pende del cielo es la misma. Ya no queda música, solamente tu recuerdo danzando sobre la eterna herida del desgarro que me produjo verte partir de mi vida, sin mirar atrás, con un adúltero beso mío prendido en tus labios. El implacable paso de los años cambió el mundo, cambió mi sino y resquebrajó mi piel hasta borrar la última huella de mi juventud, mas nunca pudo deshacer la imagen de


la mujer que bailó para mí durante toda una noche de primavera, la única primavera que he vivido jamás. No, ya no puedo sentir el olor amargo de las naranjas al abrir los párpados de mi balcón. Ya no queda nada a mi alrededor, sólo la abrumadora nostalgia de otra época, de otra vida que, tal vez, no existió; que, tal vez, simplemente soñé. Sin embargo, hoy he cerrado los ojos y mi memoria se ha poblado de ti y, por unos instantes, te he vuelto a ver danzando a mi alrededor, presagiando una infinita e irrepetible noche de amor, lujuria y deseo.


Texto: Carmen Valladolid / Imagen: Darío Enríquez

Nanay

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A veces urge un puente un Golden Gate Naranja de la China NO apresurar el vuelo Sí rodear nuestro refugio de pétalos giratorios Salir bien envueltos no sea que en un repique de cabeza el trampolín se nos presente relamiendose los labios A veces urge comer A veces urge garrote en mano una necesidad sin nombre Para cuando llegan los pájaros era tarde el truco retrocedía a su manga con urgencia de quiróptero A veces sólo trozos de ceros y unos por el suelo nos dan la clave para no saltar y sin tregua el viaducto se camufla de animal tierno de orejas corazón A veces urge morir porque la muerte sin trance ya nos custodia Nos habla en sánscrito con palabras azafrán que ayudan a la renuncia por su alto precio Las Naranjas de la China se mudaron bajo el puente y a veces urge recordarlo



Texto: Santiago Moreno / Imagen: Jaime Domínguez

La señal

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Andaba ajetreada buscando un camino, una dirección hacia donde dirigirse. Caminaba rápidamente por un gran pueblo, una urbe solamente imaginada, que sólo existía en la cabeza de un amigo loco. Había intentado hacer tiempo para coger el bus 14 hacia el centro, pero las puertas se cerraron en sus narices y decidió darle una puñalada al bolsillo y hacer uso del claustrofóbico Tubo. Y decidió perderse. Por primera vez, podía elegir desorientarse alegremente, ya que no había lugar al que llegar; únicamente existía el zarandeo de una máquina pestilente y decenas de zombies con expresión circunspecta. La estación de Victoria estaba en obras, lo cual ayudó a dar tensión al momento, y hacer la desorientación más real. ¿Qué era aquello?, ¿qué hacía allí?, ¿qué buscaba realmente?... nada, todo era nada, nada por lo menos esperado, ni nada de lo que buscaba se hallaba en aquel lugar asfixiante. El frío empezó a hacer mella dentro del pantalón vaquero insuficiente que vestía, y recordó la sensación del calor en la piel tras un largo día de playa sin factor solar. En el río se había formado una pequeña playa, y al percatarse de la instantánea, ella quiso guardar el momento para intentar buscar la belleza en el primer paisaje. Al darse cuenta de lo forzado de la situación, siguió caminado. No llegaba a ningún lado, de repente todo era un bucle gris de túneles, pasajes, construcciones a medio terminar y gente ajetreada que parecía estar muy ocupada, lo cual la hizo reírse sola al imaginar que quizás, a todos les ocurría lo mismo que a ella. No iba a encontrar lo que buscaba, no por lo menos hoy, su primer día. Mañana lo intentaría de nuevo, así que decidió volver. Desanimada, tonteaba con un juego


mental en el camino hacia la parada del bus a King Cross, esperando una señal de la ciudad que le dijera que mañana sería mejor, que todo iría bien y que ya no necesitaría perderse. Fue entonces cuando la vio y supo que era ella... El color surgió en el gris ceniza de aquel día de invierno. Allí estaba. El sol naranja de los atardeceres de otoño que tanto le gustaban; justo ese momento en el que todo se vuelve irrealidad en el ocaso. Eso era, ¡era la señal!... Estaba en casa. Aquella chaqueta naranja le había dado esperanza.


Texto: Lucía Benítez Eyzaguirre / Imagen: Blanca Gortari

Cromofobia Cromofobia: así se conoce el miedo irracional y enfermizo al color. El miedo, lo morboso y lo absurdo se acercan a menudo a la enfermedad. El puritanismo dieciochesco y la austeridad europea nos contagiaron uno de los prejuicios más absurdos del planeta. La cromofobia negaba lo bueno y lo bello, nos alejó de los sentimientos cuando nadie sabía que el pensamiento es también emocional. Los colores, por su resistencia a entrar en el mundo de la palabra, se vieron aociados con lo vulgar, lo aniñado, lo femenino o lo étnico. 36

Se instauró así lo siniestro y lo superficial, en la vaga esperanza de controlar el miedo al color. El espíritu burgués lo impuso a arquitectos y artistas, y la cultura fue depurando su estética hasta que, poco a poco, se instaló la vida cotidiana, en el trabajo, en los uniformes laborales, en la simpleza de la oposición del blanco y negro, a veces matizado de azuloscurocasinegro o de gris marengo o carbón. La vista ciega y obtusa desviaba así el desorden y la libertad. Pero los aires cálidos del sur no han olvidado su estilo pasional y nos siguen invitando a pensar, a imaginar el color negado.



Texto: José Antonio Villero / Imagen: Capacero

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Si de mirar tu mirada se encajara en la silueta escasa de palabras donde se despeja el horizonte, perezosa estancia malhablada, entre burbujas de luz y mil destellos plaff, puff estallan perezosas como buscando una razón al círculo eficaz de su presencia, glup, glup se ahogan cobardes en la arena y así indefensas se embadurnan convertidas en croquetas de verano, finalizan más pronto que tarde su aventura dibujando en el color naranja, de piel varada la figura amable del pensador eterno, anónimo vigía que nada aguarda, acaso tu atención, mi poema inocente y un viaje tal vez hacia ninguna parte. Si de mirar tu mirada se encajara…



Texto: Daniel López García / Imagen: María Gómez

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En el ocaso las mujeres van a morir. Cada día cuando el sol se traspone al horizonte, el único género vivo observa cómo toda la tierra se inunda de una luz agria y amarga. En el momento en que el crepúsculo es madurez en su piel, abandonan el poblado y dejan en sus tiendas velas iluminadas que confunden con sus manos. Se dirigen hacia el bosque que rodea la aldea para elegir un árbol por el que deslizan sus cuerpos cítricos, trepadoras por sus troncos hasta alcanzar la copa, donde al instante se acomodan en el centro. Tras ellas han corrido sus hijas, una por cada madre, que buscan sus miradas ya separadas para siempre. La mujer, ahora amante, celosa de los frutos los alcanza con deseo de propiedad desconocido y los tira hacia abajo por necesidad de soledad entre el follaje. Desde el suelo, las niñas los reúnen uno tras otro, fruta de color acibarado, hasta que no queda ninguno, y vuelven al poblado con el penúltimo rayo de sol que se une a las incipientes lámparas que las otras encendieron, esbozando el camino de regreso a casa. Cuando el penúltimo rayo no existe, las mujeresamantes conocen su dicha que es breve, ya que el vespertino definitivo emerge para irradiarlas con una última fuerza, convirtiendo sus figuras ahora en luz tenue que las acoge y aleja más allá de la noche que se impone: mortal metamorfosis. Al alba, la antigua niña es mujer nueva que extrae el jugo elemental de la fruta coloreada, y llegado el nuevo día salen al unísono todas de sus tiendas, y se dirigen al bosque donde bajo su árbol descubren en el suelo flores blancas, restos de nocturnos amores, que han sido simiente de una nueva niña, hija-hermana sobre la tierra, a la que recogen y dan de mamar en las chozas, lactancia color naranja, que les da vida en pleno día y las convierte en resplandor moribundo al llegar la siguiente noche.



Texto: Israel Santamaría / Imagen: Lucía Romero

Distopía vespertina — ¿Crees que tu hija y tus nietos se seguirán acordando de ti?

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Abelardo encajó aquella pregunta con toda la deportividad del mundo, pese al escalofrío inicial que había experimentado al oírla. Los ojos se le humedecieron mientras contemplaba ese muro anaranjado que una vez llamó hogar, ese bastión infranqueable al otro lado del río que, envuelto en una niebla entintada por el crepúsculo estival, componía una estampa de lo más hermosa en la que solo hallaba amargura. Esa era su antigua ciudad, un paraíso perdido que el astro rey tornaba en una visión idílica con su fulgor agonizante. Un lugar de ensueño al que nunca podría regresar. — No —le respondió—. Los hombres como tú y como yo solo merecemos morir sin formar parte del recuerdo de nadie. Menos aún de nuestros seres queridos. Sus iris debían estar teñidos de ese naranja incandescente que lo imbuía todo. Naranjas debían ser también las lágrimas que recorrieron sus arrugadas mejillas.



Texto: Tono Cano / Imagen: Manolo CĂĄceres

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Los caminos de un naranja propio del atardecer, ese momento que comienza cuando la luz deja de quemar ofreciendo iluminar cĂĄlidamente ciertos puntos de partida para una felicidad efĂ­mera que suele acabar en noche, aunque raras veces florezca.



Texto: Santiago Pérez / Imagen: Tim Biskup

Flores de té Nunca pensé que tuvieras freesias en el pelo, pero ¿quién iba a creerte si lo decías? Nadie. Había que verlo y ya está. No me culpes, no te culpes por ello. No son tiempos de fe, ésta es una época táctil, tiempos de piel, días de cristal. La tuya conserva las marcas del obangje, ¿también su traviesa maldad? No me atrevo a tocarte para saberlo, me basta mirar tus ojos ciegos. 46

Tu alma poblada de hibiscos azulea en la negritud iluminada de soles naranjas. Enraizada en el infierno, la oscuridad seca tus lágrimas y las convierte en té de amapolas, añoranza de libertad. Regaste Africa con ellas. Con ellas crecen bajo el sol sanguino tus palabras, niña perdida de la madrugada, demonio errante en busca de luz. Llora si quieres, llora una lluvia que limpie tu soledad, que aclare tu destino. Y cuando nazcas de nuevo, libre de tu condena, entra de nuevo en esta casa, hija mía.


Imagen cortesĂ­a de GalerĂ­a Blokker (Madrid)


Texto: Inmaculada Jiménez Gamero / Imagen: Isabel Fernández

El acorde cromático del color naranja se asocia instintivamente a los colores del amanecer, donde la vida recién estrenada se expone con otros dos colores que son los causantes de su existencia. Rojo y amarillo se amalgaman en un horizonte de juventud y se contraponen para dar lugar al color de la esperanza y la alegría. Isabel Fernández crea ese estímulo con su obra, nos ofrece con un simbolismo floral de colores brillantes, una gran impresión de sensaciones de calor y equilibrio.

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Con su visión artística consigue de modo automático que en el cerebro se produzca un efecto vigorizante y de estimulación mental de placer. Cuando el naranja es creado mediante su fusión indiscutiblemente, en nuestro interior se armonizan las emociones a través de aquello que miramos, porque el color va mucho más allá de la mera complacencia estética. Después de rodearnos de colores anaranjados, nos impregnamos de sabiduría, claridad de ideas, bienestar, placidez, y al mismo tiempo de vitalidad.



Texto: Tony Simón / Imagen: Claudio Celestino

Naranja Érase una vez una sabana con un bello atardecer, la monocromía reinaba en los lares. Una calidez nirvana de la perfección donde los sentidos corrían a flor de piel. Los vellos erizados al probar el jugo que lamía el suelo incesante. Érase una vez un paraíso de tierra árida, las aves recorrían el cielo con el sol asomado a su balcón, los leones rugían en armonía celestial con la bella obra del Dios templado. 50

Érase una vez un jugo de cornalinas y de diamantes que se concentraban tras una corteza áspera. Brillantes ámbar en un paraje bañado por la recogida del carruaje de Apolo. Érase una vez una obra destruida por hombres de pieles solares, conquistada y exprimida hasta la saciedad. Fue una vez hermosa y madura, ahora absorta en recuerdos intermitentes.



Texto: Miguel Albandoz / Imagen: Chencho Zocar

¿Me pone una certeza, por favor?

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¡Ay, qué jartura de campaña! Hastiado de tanto falserío, de tantas sonrisas sujetadas con gota y media de pegamento sobre rostros pétreos, de tantas promesas huecas surgidas de corazones de trapo, de tanto mensaje aprendido, repetido, masticado, deglutido, regurgitado y desprovisto de sentido, de tanta cerveza sin y tanta foto con, tanto servidor que se sirve y para nada sirve, tanto embuste correcto, tanto engaño dogmático, tanta mentira oficial, me asomo al abismo y, en busca de una certeza, le grito al eco: ¡¿De qué color es una naranja?!




WE THEM Mara Lobser / Pilar del Río / José Alberto López / Juan José Iglesias Stefan Turk / Eduardo Flores / Luciana Crepaldi Pepe Petenghi / Juan Costus / Rosa Mª Estremera / José L. López Moral Rosa de la Corte / Gabriel Kielling / Rosario Pérez Cabaña Orlando Korzo / Sara Castelar Lorca / Lola Herrero / Pablo Juliá Kiki / Antonio Martínez Ares / Carmen Romero / Javier Warleta Víctor Castillo / Eduardo Formanti / Paula Garrido / Carmen Valladolid Darío Enríquez / Jaime Domínguez / Santiago Moreno Lucía Benítez Eyzaguirre / Blanca Gortari / José Antonio Villero Capacero / Daniel López García / María Gómez / Lucía Romero Israel Santamaría / Toto Cano / Manolo Cáceres / Santiago Pérez Tim Biskup / Inmaculada Jiménez Gamero / Isabel Fernández Claudio Celestino / Tony Simón / Miguel Albandoz / Chencho Zocar Galería Blokker (Madrid)


CROMO MAGAZINE de Escuela de Color

Dirección José Alberto López Diseño y maquetación Paco Mármol

www.escueladecolor.com


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