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El amor alcanza su mayor profundidad en el momento de la separación, por RAGGS.
LAS LUCES Y LAS FLORES. Autorx: Arturo Nicolás. Ilustraciones: Ale Sotelx. Autoedición, Lima. Año: 2021. Páginas: 45
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escribe: RAGGS
Previo a los diecinueve poemas que figuran enumerados al final de la plaqueta, encontramos tres pequeños textos introductorios que parecen asentar el tono introspectivo/sentimental de la obra, así como su romántica delicadeza en la elección de los símbolos que cargan con estilo sus imágenes poéticas. El primero resulta algo parecido a una sutil epifanía del final de la búsqueda de respuestas por los límites y extremos («entre los bordes del mar y las montañas»), donde encuentra los porqués, aquellas preguntas irresueltas de lo ya asido dentro de su ser, las que son abrazadas en su indefinición para un nuevo (re)nacer. En los dos siguientes, el autor, dramaturgo, cineasta y gestor cultural transmasculine agénero, Arturo Nicolás, define los dos componentes del título: luz y flor, con seis acepciones cada una, extraídas de un imaginado diccionario universal de la ternura. Entonces, encontramos que en el mundo de la plaqueta, «flor», puede ser un «mensaje de whatsapp con stickers de buenos días», y «luz», «suavidad de acompaña despedidas». Conceptos que podemos mantener en mente a lo largo de la lectura como referencia indeleble para adentrarnos en ella y, desde su interior, leernos también en sus emociones, desde la mirada del otro/yo.
«Alerta en la superficie» abre el proyecto enunciando quizás la situación de indolencia ante las injusticias («Avanzan la siembra en / puñados de sangre, entre / saldos de injusticias») y la represión («Construyen condenas, / empapelan la ciudad y / se apresuran a cubrir / uno a uno los destellos»), que nos empujan a una especie de resignación colectiva («Abren sus gargantas, / cortan su propia voz / Replican el vendaje / y se empujan con los dientes»). A continuación, el destino, el orgullo y la muerte en lugar de la redención parecen emerger desde la fatalidad en el siguiente título: «La entrega ausente», cuando dice: «Refugio la ansiedad marca su piel, / esconde el dolor entre sus brazos. /… / Se muerde por dentro / sabe que está perdido. /… / Se abraza al cajón, olvida / que aún hay espacio / para hablar de perdón». La sensación de ser castigado por algún tipo de condena en el espacio íntimo al que a la vez debe complacer, podría desprenderse de «Creció el ruido», que dice: «Se encendió el televisor, / la quinta, los ojos / y los abrazos postergados. /… / Husmean alrededor de las casas, / avanzan sin descansar /… / Soltaron la sonrisa de metal / sobre los cuerpos cansados, / como sentencia inicial. Del descuido creció el ruido, / no queda más que sostener».
En los dos poemas siguientes, la voz habla colectiva y plural, entonando: «Ahogamos las lunas con ambas manos» («Intercambio»), y «Une a une, / les rompieron / nos rompieron / y podrían continuar» («Luces y Flores»), como un paso previo, quizás, a los tres textos sin título que afloran inmediatamente y que, como los mencionados del inicio, no están enumerados en el índice. En ellos, la fina reflexión autoral descompondría ciertas referencias a movilizaciones contra la violencia («Repetimos sus nombres / entre carteles amarillos / que contienen impresos sus rostros / frente a los faros de la ciudad infestada /… / Sus voces siempre están cerca / las escuchamos al cantar, y al defendernos / resuenan alto de pecho en pecho»).
Retomando la reflexión personal, «Otra vez» aparece como un bálsamo y una tentación por la belleza y la muerte: «A veces solo existo / como un sueño / que naufragó en el río. /… / Quiero creer que aún hay tiempo / para escuchar cómo cantan / las flores que crecen / cerca al río». Y continúa con el poema «En el espejo» («Golpeas, / retuerces el aire de los lados, / peleas contra ti / como en espejo»). Mientras que, en «Vértigo», se puede adicionar a lo anterior ciertos matices amorosos y eróticos («Raspas mi cuello y otra vez / pienso en dejarte ir / mientras vas entrando. / Nos empapamos del vértigo / y combatimos bailando / cuidando no alcanzar el corazón»), que se encienden y exhalan en los cuerpos, pliegues y aromas de los siguientes textos: «Amante espasmo» («Recoges tu olor de / mi cuerpo / ocultado el rastro / del gemido / y la sombra / que refleja tu espalda / me acaricia el ombligo»); y «El derrumbe apagó el sol» («Nos enredamos en caídas / que atraparon la brisa / sin ningún plan para escapar»).
Separada por la ilustración de una orquídea morada, la segunda sección nos recibe en clave intimista con los poemas «Agua en las sonrisas» y «Castas y espejos», que serían como una especie de control de daños emocional y creativo-artístico, pues se alude al acto de escribir para «liberar de promesas las esquinas / donde incrustamos el pecho». Este ajuste de cuentas, personal e íntimo, daría pie al discurrir de los siguientes textos que, vistos en grupo con cierta secuencia, nos acercarían a la idea de un pequeño diario de experiencias románticas revestidas de los símbolos, colores y elementos que hemos visto recorrer toda la plaqueta, y que son tiernamente evocados por Arturo.
Es bajo esta visión de cuaderno amatorio que, en el poema «Luz y recuerdos», se podría decir que se nos confiesa el origen de su deseo y escritura: «En el placer alcancé el cansancio y el olvido en múltiples voces»; y, a partir de ello, la evocación al amante se disemina en las siguientes páginas, como en «Detrás del cielo», cuando le dice a la pareja: «Si te acercas a susurrar / que sea para amarnos, /… / Cariño, acuéstate en mi pecho, / en mi sonrisa que cambia de clima». Es el amante al que busca y repele, cambiante y devastador como los fenómenos meteorológicos, en «Al vernos»: «Esquivo el frío / y te encuentro apacible / sobre las formas en las que he dormido»; y al que también espera «por si te acercas a sonreír / y me vuelvo espuma», en «Vuelo de espuma». Sin embargo, el amante y el amor son equidistantes a veces, como se reconoce en «Luz y recuerdos»: «En el amor, espinas / con antesalas dulces, / como antojos de un recuerdo», versos que no hacen más que anunciar la inefable nueva caída del amor, y el regreso del «frío» y el «cajón», alejado de la ilusiones, cercado por la conciencia, en el último poema, «Sinfonía del final»: «Me enredo en el viento / y entierro mis dedos / por postergarme / un poco más»; porque así es, porque el amor alcanza su mayor profundidad en el momento de la separación. / /