8 minute read
«¡Compórtense como señoritas!». Reseña del cortometraje Señorita (2021), de Vitalia Saravia, por Alfred Gonzáles Baloa.
«¡Compórtense como señoritas!»
Reseña del cortometraje Señorita (2021), de Vitalia Saravia
Advertisement
escribe: Alfred González Baloa
Un material audiovisual, sin importar su duración siempre tiene una razón de ser; más allá de su localidad, tiene un efecto resonancia que repercuta en el mundo a través de los ojos del espectador y la sensibilidad que genera. Criticar un corto significa desnudarlo y valorarlo; sobre todo, esa segunda acción. Esto es lo que se puede hacer luego de visualizar Señorita de Vitalia Saravia Prado, comunicadora audiovisual por la UPC, que desde su guion y dirección nos permite conocer a Romina. Una adolescente dentro de una historia que, desde una diégesis bien lograda, nos ubica en el tiempo haciendo uso de un calendario pegado en la pared señalando un 2003. Año que para el mundo del espectáculo tuvo un momento de colisión cultural al viralizar el beso entre la reina del pop, Madonna, y las princesas Christina y Britney en los premios VMAs de dicho año. Aquí nace el clímax de una historia simpática y conmovedora, que tiene como antecesor a Romina ingresando a su cuarto con su mejor amiga Carolina y donde podemos apreciar su admiración por artistas como Britney Spears, Christina Aguilera, Shakira y Paulina Rubio debido a que su espacio de la casa está forrado de afiches de las mencionadas artistas pop que protagonizaban ese año.
En los primeros cinco minutos ocurre algo esencial y/o elemental que le da fuerza a la película, y es la química entre las actrices Fabiana Valcárcel (Romina) y Zoe Arévalo (Carolina), quienes desde una focalización directa, un cara a cara, nutren sus respectivos personajes y encaran el primer diálogo entre ambas abordando un tema trasfondo que más adelante logramos entender, y que surge cuando Carolina le bromea a Romina sobre su posible gusto hacia Jorge, un chico de su clase, o el enamoramiento de este sobre ella, lo que seguidamente abre paso al ensayo de las chicas para una obra teatral de sentido religioso, lo que se deduce por el diálogo practicado y la vestimenta usada. Al tiempo que son interrumpidas por la madre de Romina, quien algo perdida con lo que observa, luego de que las chicas se juegan y bromean entre ellas, indica «Compórtense como señoritas». Y allí la primera advertencia y cercanía con el título de esta obra.
Mientras la película sigue avanzando en su tiempo fílmico, se va identificando aún más las isotopías que se desarrollan dentro de la diégesis. Una de ellas es la señalización dentro de un plano social, sobre todo para la época, cuando la mamá de Romina le indica «No entiendo por qué tu tía te ha regalado un polo de hombre» —mientras Romina la mira fijamente, pues a ella, ese polo de «hombre» le gusta. Para luego continuar indicando «Deberías empezar a pensar en vestirte como una señorita... en el colegio te van a molestar». En este punto es necesario detenerse en el año 2003, donde nos ubica la diégesis del filme y extrapolar hasta nuestro tiempo actual y es fácil observar cómo alguien debe esconder lo que es o desea usar solo para evitar que los otros le señalen. Y es de esta manera tan fresca, pero al mismo tiempo importante y con un peso más serio del que se podría imaginar, una conversación entre madre e hija, en la que la autora Vitalia Saravia nos sumerge en una ópera que nos hace ver más allá. Desde un solo espacio, ya que todo gira en la casa de Romina, nos hundimos en un mundo familiar en donde evidenciamos la ausencia del padre, pero la presencia de una madre adoctrinada desde el respeto a las normas de la iglesia; ejemplo de ello, cuando expresa «según la biblia» para indicarle a su hija el significado de la palabra prudencia y el temor a que su primogénita sea señalada o maltratada por una sociedad que no concibe espacio para lo diferente; y que, además, es un mundo en el que ella forma parte. No se puede obviar sus indicaciones hacia Romina para que esta se comporte como una señorita, tanto en actitud como en forma de vestir. Ya desde este apartado puedo dirigir la atención sobre dos puntos que no logran converger: la mamá de Romina que insiste en que se vista como una señorita y la de la adolescente refutando «No me gustan (las faldas) son incómodas».
Todo este preámbulo sirve de abreboca perfecto, pues madre e hija se encuentran en la sala arreglando la ropa, mientras se avecina el comienzo del programa de entretenimiento y variedades de Julia en donde se hablará de la noche de premiación de los VMAs, que obviamente se direccionaron en todos los medios de comunicación hacia el beso entre Britney Spears, Christina Aguilera y Madonna al ritmo de «Like a virgin». Justo un perfecto minuto 8 con 16 segundos que a través de una noticia nos muestra la verdad de Romina. Una verdad que, si bien podíamos inferir desde un inicio o, para no exagerar, por lo menos comenzar a armar las piezas de la estructura emotiva, el sentir y la identidad de género de Romina. Y la de muchas jovencitas que para ese momento se vieron reflejadas como ella en la incertidumbre (o el respaldo) de un beso lésbico en televisión abierta. Sin siquiera ellas lograr entender o comprender ese deseo hacia alguien de su mismo sexo, sin siquiera saber el valor semántico del término «lesbiana», sin poder entender cómo lo distinto es rechazado solo por no ser parte del todo común que sigue siendo protagonizado por lo que se considera «normal» en sociedades aún machistas y homofóbicas, tal como la de hace unos 50 años atrás.
Aquí, el aplauso de pie para la directora Vitalia Saravia, por ese perfecto regalo al mundo de hoy. Su decisión conectada con su creatividad y sentir puso la lupa sobre un acontecimiento del año 2003 y lo trasladó a nuestros días actuales. Así deja una abertura profunda que permite ver lo impermeable que siguen siendo algunas personas desde la mirada de la mamá de Romina, quien sorprendida, molesta y ensimismada solo dijo «¿Cómo pueden pasar eso en la tele? ¡Eran lesbianas! Vergüenza debería darles». Y así se muestra la cara de una sociedad hermética, una sociedad que peca en el irrespeto y la ausencia de empatía y tolerancia por el sentir de los otros. Ella, la mamá de Romina, quebró la esperanza de su hija, quien con una sonrisa a medias se sintió feliz e identificada con el beso lésbico entre las artistas del pop más grandes del mundo y que son referencia para miles de adolescentes. Y no se trata de que ese hecho iba a transformar a tu hijo en homosexual, pero les dio una ventana para entender que no está mal sentir distinto y conectarte sentimental y sexualmente con alguien de su mismo sexo.
Señorita es un grito de esperanza, que desde la mirada de Romina se dirige a la comprensión de que los silencios ahogan, que se adhieren en el alma y pesan. Y pesan tanto que son una cruz que brinda panoramas desolados para quienes por sentir distinto tienen que optar a seguir dentro de un clóset que oculta lo bueno de ellos, pues les niega la felicidad que merecen. En este filme predomina una solicitud de comprensión por parte de todos. Desde una narrativa sencilla, que para nada le resta valor e importancia, sino que más bien le permite conectar desde lo sublime y natural con lo que es realmente significativo. Este filme se ha ganado el respeto de la gente, razón por la que ha resultado acreedor del Premio del público en el Outfest Perú 2022. Desde una mirada muy personal y emotiva, la directora Vitalia Saravia crea los escenarios necesarios sin hacer alarde de grandes superposiciones, mostrando siempre en primer plano a no más de dos personajes a través de diálogos que no agotan ni complican el objetivo del cortometraje, sino que lo direcciona con un ritmo preciso, cauteloso y atrapante. Las acciones de los personajes se dejan entender y arropan al espectador desde la genuinidad, frescura y poder actoral —que encaja como anillo al dedo— para establecer la convergencia de todos los elementos.
Luego de ver la película, queda una necesidad imperante de no ser más de ese grupo de personas que hacen sentir a otros como a Romina, y se vean obligados a tener sus alas rotas y decir «No quiero ser así», mientras las lágrimas son poco, son apenas la punta del iceberg. Así que veamos más allá. Es más fácil dar paso a la felicidad que sentenciarla. Seamos más como Carolina, la amiga de Romina, quien desde un abrazo consuela, al mismo tiempo que acepta. / /