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Podrías morir pero nunca tuviste solo una vida, un solo amor, por RAGGS

HISTORIA GENERAL DEL AMOR. Autorx: Salò Tomoe Odar Jiménez. Editorial Nostoi, San Juan de Lurigancho. Año: 2021. Páginas: 44

Podrías morir pero nunca tuviste solo una vida, un solo amor

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escribe: RAGGS

Lo mató su amor a Apolo, diría alguno; fue un accidente infortunado, pensaría otro. Pero el amanerado ojo desde el equilibrio del taco sobre el vaivén del género dice que fue el viento celoso de Céfiro que le dio el golpe a la pobre Jacinto, por rechazarlo y preferir los hombros de su mejor amante, el gran dios de la juventud y la belleza. Y si queremos seguir calzados en nuestro sesgo divergente, reinterpretaremos la pictórica referencia de la portada de Historia general del amor —el cuadro «La muerte de Jacinto» (The Deaht of Hyacinth - 1771, Benjamin West)—, como un pleito de locas de barrio de las divinas, entre amantes dioses sodomitas; como los apasionados amantes ensoñados de los poemas ofrecidos por Salò Tomoe en las tres secciones del libro digital disponible en: https://tinyurl. com/HistoriaGeneralDelAmor.

De variados referentes clásicos, desde la aludida portada inspirada en un pasaje de las Metamorfosis del poeta romano Ovidio, cuyo tema central es la transformación, el primer proyecto editorial de la autora, pintora, ilustradora e investigadora de poesía, recibió una mención honrosa en el Concurso Bienal de Poesía Escuela de Literatura (2020) de la UNMSM, está compuesto por una docena de poemas —como los apóstoles— confeccionados con apreciable delicadeza en su estilo, que lo llevaría a uno a pensar, en cierta forma, en la escritura de salmos bíblicos; y, por el lado del cuidado en la sucesión de los episodios/poemas, ordenados bajo la numeración romana, a las composiciones literarias tradicionales como las coplas, cantos juglares, por ejemplo.

Esta inclinación por las figuras líricas antiguas se presenta desde un inicio con el uso del latín, en el primer apartado titulado «Lacrimae rerum» (Lágrima de las cosas), tomado de la Eneida, gran poema del también romano Virgilio. Aquí, encontramos dos poemas, luego del primer versículo del libro de Génesis como epígrafe, se trata de «Primer sueño» que establece el sedoso tono de lenguaje mitológico y cantar épico aparentemente adoptados en la propuesta. En sus primeras líneas, toma la mano de una cita procedente del Siglo de Oro, de Luis de Góngora, para arremeter con una oración/invocación al «señor de la tierra» en aparente gratitud por «los mares y la tierra»”, porque le permite «beber y reinar», y ostentar «la juventud que yo amo, / la eternidad que yo amo»; un señor que sería dios creador, «luz y sombra» (nacimiento y muerte), al que se le impone la conciencia del posible ángel poeta, que nos revela que «ya no puedo, señor, con esta luz y esta sombra, / con este cielo de heces con esta muerte que pasa / rodando día a día y arrastrando con el pecho / la armadura de un ángel sin alas y sin brazos». Aquel ángel caído ha despertado del horror de la complacencia y la contemplación para descender a otros reinos, a la realidad donde dolor y amor se identifican entre sí en un solo cuerpo: el deseo; y pasar a otros dioses, a otras manos, a nuevas muertes: «Y después me permites el deseo más puro, / el más hondo de todos, oh señor de la tierra: / ¿Me permites morir en cada uno tus tronos / con el corazón que amo ardiendo bajo el mío?». En el siguiente poema, homónimo a esta parte del libro, podemos pensar en el ángel liberado que ha visto morir «todo aquello que busqué y todo aquello que amo», acaso lo pasado: «el mundo que lancé contra mi sombra», para dar paso a ese amor que «arde en mí como el ángel / más violento de todos por la rosa en mi costado».

Esa imagen de una rosa incrustada al costado, en las costillas, origen católico del hombre, se evocaría como fruto eterno de belleza y delicadeza, apuntaría más hacia lo femenino que a la vanidad («yo que amo a mi corazón lo mismo que amo al cielo»), la que nos traslada al segmento más extenso de la publicación, que abarca siete poemas, denominado «Aunque es de noche». Bajo la sombra, el ángel transformado pasa de reino a reino, ha descubierto el lugar donde el rey de la vida ensaya sus «hondos movimientos» y le pide: «no me niegues, amado, ese valle imposible, / no me niegues jamás esa torre infinita, / donde el sol ha llenado tu sonrisa de anillos» («Reino de vida»); para luego, en «Exilio del mundo», reafirmarse esclavo elícito del placer: «no cambio la cadena de tu sexo», consecuente con su obsesivo anhelo de unión a lo divino, al «dios enamorado», alejado de los juicios, la resignación y la inocencia: «ya nada que recuerde la inocencia en tu sexo / que reina en un eclipse de luna y esmeralda», «y nada que socave la sombra entre los lirios / muy lejos de flecha maligna del pantano, / donde el buey y la serpiente agachan la mirada».

Seguido emergen «Deus ex machina» y «Séptimo círculo», donde, sugiriendo elementos griegos, nuestro amante de los dioses se ofrece al que «bien conoce mi nombre y mi agonía», se revela a lo establecido, a los mandamientos y doctrinas contra el cuerpo indefinido, «no detengas tu sexo, oh corcel imposible, / en la piedra recuesta tu pasión de leopardo / y la tabla que el cielo lanzó contra el hombre / que corría desnudo por la luz de su cuerpo; / no detengas tu sexo o diamante desnudo, / que la noche ha encerrado en su velo de sombras», «llévame con tu forma de hombre / que la noche ha ocultado el movimiento de un ángel». Los poemas con los que cierra esta sección se cubren de un tono más romántico, de tierno homoerotismo. «Quiero soñar en tus brazos / con el amor más hermoso, / el que es eterno y es puro como un planeta de hielo», «y luego hundirme en tu sexo de dios enamorado», nos dice en «Del amor eterno»; «Duerme amado mío, no te despierte la noche / que agoniza llameando en su brazo de papiro / hasta que el alba te llame / en esa hora en que brillas como el arco del cielo», sentencia en «Swan song» (Canto de cisne).

El cronista de la idílica pasión divina concluye su historia del amor con tres poemas en «Extirpación de la idolatría», como un after, the walk of shame, después de compartir fluidos, miembros y frotes animales, para llegar al placer final, a la «Mort merveilleuse», el último orgasmo en que «esta vez sí me dirías yo te amo / como a un mundo que se apaga / en el oído» («El mundo perdido»); mientras se pregunta en el poema final, «Ubi sunt», por el paradero de los fenecidos amantes, un treno griego a los «esqueletos inmateriales» —como menciona en un poema previo—, cuyo amor sostiene aún el mundo. «¿Qué es lo que ha quedado de ti?», se pregunta reescribiendo un poco las coplas del poeta español Jorge Manrique, «Qué hago ahora de esta rosa y esta llaga, / qué hago ahora con la luna en la mejilla, / qué hago ahora con el mundo que has dejado / en mis ojos como un ángel convertido». Sigue viajando por los reinos, hermoso ángel, comparte tu sexo por las torres que iluminan el cielo de heces, ábrete y satisfácete; el señor guarda a todos los que lo aman. Podrías morir pero nunca tuviste solo una vida, un solo amor, y eso es la eternidad. / /

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