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César Moro y el amor

escribe: Julio Lossio

En marzo de 1938, a los 34 años, César Moro (Lima, 1903-1956) desembarca en México y empieza una de sus etapas más creativas, a la que sus biógrafos llamarán «El ciclo mexicano» o «El ciclo de Antonio». Entre otras cosas escribe, en sus primeros años en México, La Tortuga Ecuestre, El Castillo de Grisú y Carta de amor, lo mejor de su producción poética según varios autores.

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Al parecer, al poco tiempo de llegar a México conoce a Antonio.

En junio de 1976, en el número 19 de la revista Creación y Crítica se publican cinco cartas de Moro bajo el título «Cartas de amor». En el 2016, en el libro Obra Poética Completa II editado por Sur Librería Anticuaria (Moro 2016-A), se publica una más, en total seis, bajo el nombre «Cartas a Antonio».

En Eternidad de la noche. Cartas de César Moro a Emilio Adolfo Westphalen (Moro, 2020) encontramos también menciones a su relación con Antonio.

Importantes documentos, todas estas cartas, por ser unas referencias únicas de un peruano de la primera mitad del siglo XX sobre su relación homosexual, pero además porque reflejan muchos de los tópicos de la vida de dos amantes del mismo sexo que aún permanecen: el ocultamiento de Antonio, la espera de un amante que lleva una doble vida y al que no puedes llamar o visitar, la ansiedad, la soledad, la rabia, el aferrarse a una ilusión...

Al parecer la homosexualidad de Moro no era cosa que el poeta ocultaba. Ya la vemos mencionada en diatribas de Vicente Huidobro y Eduardo Anguita en la feroz polémica que tuvo Moro con el primero en 1935 (ver la reproducción de la revista Vital de Huidobro en Moro 2016-B). Y nos cuenta Mariela Dreyfus en su libro Soberanía y transgresión: César Moro (2008) que, al llegar Moro a México se vincula al colectivo «Contemporáneos» donde «Moro halló total libertad para manifestar su orientación homosexual, compartida además por varios conspicuos miembros del colectivo» (página 58).

Reproducimos aquí algunas líneas de sus cartas de 1938 y 1939 (las palabras entre corchetes son las que difícilmente se comprenden de su caligrafía, las negritas son las palabras que se encuentran subrayadas o en rojo en su manuscrito).

Domingo 23 de octubre de 1938:

“Un deseo de verdadera comunicación contigo se hace más y más urgente. A veces me parece que no somos bastante amigos, que tienes todavía muchas reservas conmigo. Quizá yo, sin quererlo, tenga la culpa.

Enteramente a la merced de tu presencia ardientemente deseada o de tu ausencia desesperadamente vivida, cuando estoy frente a tí estoy bajo tu imperio absoluto. Si estás alegre estoy alegre, si estás triste estoy triste: no tengo tiempo de pensar, sólo puedo sentir. Cuando te vas pienso y reflexiono y me avergüenzo de imaginar que puedes juzgarme egoísta, o aún peor, que puedes interpretar mi vehemencia como la voracidad elemental de la satisfacción de un deseo. Esto estaría muy lejos de la verdad. Mi afecto por ti es tan profundo, tan leal, tan puro que no puede tener uno sino múltiples aspectos.» (Cartas a Antonio, Moro 2016-A, página 339)

Miércoles 25 de enero de 1939:

«El amor en la noche. Un tumulto se anuncia, un tumulto como de sangre que se vierte. Las alas del mundo empiezan a dormir, y solo tus ojos iluminan el silencio, el gran silencio que reina a tu llegada. Y te desprendes como un árbol o como la noche, a pasos callados, como el gran caballero que aparece en los sueños. Con tu rostro severo, con el misterio y la distancia y con el gran silencio.

Yo no podré besarte, a veces dices, yo no podré besarte...

El corazón respira apenas ante el milagro repentino de tu presencia. Los ojos quisieran guardar para siempre el color de incendio de tus ojos, el resplandor de tu mirada, el exacto volumen de tu cuerpo, y devorarte y envolverte y guardarte ajeno a todas las miradas.» (Cartas a Antonio, Moro 2016-A, página 341)

Martes 28 de febrero de 1939 «medianoche»:

«Te puedo dar todos los nombres: cielo, vida, alfabeto, aire que respiro.» (Cartas a Antonio, Moro 2016-A, página 343)

Domingo 18 de junio de 1939:

«Te quiero con tu gran crueldad, porque apareces en medio de mi sueño y me levantas y como un dios, como un auténtico dios, como el único y verdadero, con la injusticia de los dioses, todo negro dios nocturno [...]

Todo sexo y todo fuego, así eres. Todo hielo y todo sombra, así eres. Hermoso demonio de la noche, tigre implacable de testículos de estrella, gran tigre negro de semen inagotable de nubes inundando el mundo». (Cartas a Antonio, Moro 2016-A, páginas 345 y 346)

Martes 20 de junio de 1939:

«A medida que va transcurriendo el tiempo (son las cuatro de la tarde) y su aparición pasa a ser del dominio de lo imposible, se percibe una especie de alivio, insensato y cobarde. Sin duda se trata de nuestro odioso instinto de conservación. Nos planteamos todas las posibilidades, aún las más horribles e hirientes para uno mismo, y así seguimos adelante con aquella estúpida e incontrolable esperanza de que muy pronto todo se va a arreglar; además de la certeza absoluta de que con su sola presencia, nuestro amor borrará hasta el menor recuerdo de esos momentos de ridícula angustia.

Voy a salir a la calle, a hacer lo que tengo que hacer, es decir, solo aquello que no debería hacer y que me permite vivir, mantener la fuerza física para soportar semejante suplicio, semejante chantaje.» (Cartas a Westphalen, Moro 2020, páginas 22 y 23)

Sábado 24 de junio de 1939:

«Las montañas de Chosica no tienen equivalente [...] una atmósfera poética por excelencia, donde escribir cosas bellas podría ser factible, donde el amor tendría su ámbito ideal y donde, al amanecer, sería tan agradable despertarse al lado del cuerpo amado, reverenciado e idolatrado. Tan solo viviendo allí -y únicamente en ese particular lugar de todo el Perú-, uno no ha de saber de nostalgias [...] Me encantaría poder llevarme para allá a mi amor y tan solo vivir ahí, bien lejos de la clerical y agobiante ciudad de Lima, lejos de sus colinas de polvo místico y de su repugnante olor a sotana.» (Cartas a Westphalen, Moro 2020, páginas 30 y 31)

Lunes 10 de julio de 1939:

«Sigo sin encontrar trabajo, lo cual me tiene muy agobiado. Mi actividad se limita a copiar a máquina algunas cosas y lograr ganar algo los días que hago copias. Si no fuere porque es en México el lugar donde vive el ser a quien amo y que me tiene atrapado, me iría del país sin remordimiento alguno.» (Cartas a Westphalen, Moro 2020, página 34)

Domingo 23 de julio de 1939:

«Prisionero por siempre de mi soledad, presento ese característico contraste entre gestos y sentimientos de la esquizofrenia. Cuando me encuentro a merced de la desgracia, cuando las manifestaciones del amor me resultan más incómodas que la ausencia, entonces no doy ni con las palabras ni con los gestos y me vuelvo más frío que un témpano de hielo. El terrible estado de indiferencia del que hablan los místicos que saben del amor, aún si de un amor indirecto y retorcido se trata, con un destinatario inexistente y absurdo, más no obstante amor. El amor no correspondido: el único que conozco. El otro no es parte de mi patrimonio. Literalmente, uno vive hambriento y con hambre de todo. Eso es lo que me tocó en suerte, mi destino.» (Cartas a Westphalen, Moro 2020, página 40)

Martes 25 de julio de 1939:

«Ahora dónde ir, dónde volver la cara, a quién contar lo que puede sufrir un ser humano que a veces desconozco y que siento como un extranjero enloquecido dentro de una casa vacía. Qué puede reservarme la vida sino la repetición constante de un solo instante, del más amargo de los instantes. Cada nuevo día que viene no hace sino traerme la misma desesperación; mi primer pensamiento, al despertar eres tú; el último al dormir eres tú. Y mi sueño no es sino una angustiosa búsqueda de ti. Sueño que te vas, que me abandonas, como si pudiera abandonarse algo que nunca se ha aceptado. Porque tú nunca me has aceptado, nunca has querido saber nada de mí.» (Cartas a Antonio, Moro 2016-A, página 348)

Miércoles 26 de julio de 1939:

“La cobardía y el [servilismo] del hombre son sumamente elásticos, se pueden soportar cargas inconcebibles. Y ¿en nombre de qué, por Dios? No hay nada más fácil que poner fin a esta lucha, a la vergüenza de seguir con vida, despertando día con día para hacer frente a los mismos gestos, a los mismos disgustos. Mi único pretexto es este amor desquiciado. Me lleva a unos niveles de tensión extrema. Tan solo un empujón más y habré perdido el equilibrio. A toda costa, contra viento y marea, me aferro a la mentira. Cierro los ojos ante la evidencia. No puedo asumir, en lo que respecta al amor, la abominable tarea del inquisidor. Lo único que sé es que existe, y eso basta. Sin embargo, las circunstancias, el empeño, la fulgurante ceguera se encuentran enfrentados en una lucha sin cuartel. No soy capaz, ni jamás podré juzgar a mi amor. Pero mucho me temo que llegará el día en que caeré abatido y entonces, puesto que me hacen a un lado, me veré forzado a apartarme y eso será el fin de todo. No más sombras, ni luz, ya nada que nombrar, cero llamadas, cero respuestas.

Nada podría ir peor.” (Cartas a Westphalen, Moro 2020, páginas 41 y 42)

Domingo 20 de agosto de 1939, «Media noche y ¼»:

«Mi funesto cumpleaños pasó sin que él se presentara. Todo el día estuve pensando en él, esperándolo, imaginando su sonrisa, anticipando lo que me diría. Pero nada. ¿Puedes creerlo? No ocurrió nada. Debo ser odiado y perseguido cuando me toca aguantar lo que soporto. ¿Cómo podría compensar mi frustrada espera? Acabo de escribirle a mi madre. Mi madre y tú, los dos únicos seres que tal vez me quieren en este mundo. Me he convertido en un monstruo infame, me siento tan desgraciado. Además, soy un cobarde. Aún estoy con vida. No tienes idea de lo que esto quiere decir: seguir con vida. Tan lejos como alcanzo a ver hacia atrás o hacia adelante, soy y he sido profundamente desgraciado. Además, aquella tenaz esperanza de verlo llegar, de saber de él. Esa esperanza que no me da tregua. Me rodeo de fetiches, de amuletos para volver más objetiva su presencia. Me invaden los presentimientos, me siento desgraciado, eso es todo, horriblemente desgraciado. Quisiera como Edipo pincharme los ojos con un broche, pero no lo hago. Soy inmensamente más desgraciado que él. ¿Cómo zafarme de esta manifiesta desgracia, [tan predecible]? No hay forma, nada. Mi cabeza estalla en mil pedazos, mi corazón se rompe, mientras a lo lejos se escucha una música, y mañana, después de haberme acostado, tendré que volverme a levantar. Ni una sola lágrima, y aún si las hubiera, ¿qué se puede hacer? He estado bebiendo, me gustaría seguir haciéndolo, empeño inútil. Mi amor sigue allí, enfrente mío.» (Cartas a Westphalen, Moro 2020, páginas 50 y 51)

Lunes 28 de agosto de 1939:

«El sábado llegó mi amor, cada vez más bello, cada vez más frustrante y más atractivo. Por la mañana lloraba viéndolo vestirse y salir, yo más ligado a él que nunca, él más dueño de sí, más aéreo, más libre. ¡La locura más absoluta! Protagonizar la dicha o la desesperanza en solitario, ante un individuo de fuego y de hielo, ante un ser tan inhumano. Soy reacio a cualquier tipo de análisis en ese ámbito. ¿Cómo intentar una justificación? No hay forma de quejarme de mi amor, de su imprescindible presencia, del tormento que conlleva el amor. ¿Qué sería de mi vida sin amor? Una vida mil veces más vacía, con una tranquilidad mucho más peligrosa y tanto más insoportable que este “morir de no morir”.

[...] Se va mi amor, ocho días transcurrirán y es posible que lo vea regresar rebosante de todos los secretos [acumulados], de toda la experiencia vivida en esos ocho días, en cambio yo frente a él, perdido y sin saber qué hacer.

Bueno no se diga más, así es el amor. Dejemos que siga su curso. ¡Que viva el amor!» (Cartas a Westphalen, Moro 2020, páginas 52 y 53)

Sábado 2 de setiembre de 1939:

«Acaba de irse, más allá de lo concebible en él se materializa toda mi desgracia y toda mi estúpida esperanza. Me quedo en México porque él está aquí, él conforma mi vida, mi pobre y miserable vida, no es más que eso, algo del todo ordinario, para nada notable, más bien totalmente trivial: tantos otros seres han amado, entre miles de individuos, yo también amo. Él sabe decir las palabras más crueles, aquellas que lo hieren a uno en lo más profundo, sin dejar salida alguna. Es la fuerza maravillosa que me impide vivir como viven los demás. Hemos vivido, hemos pasado todos por catástrofes, pero el único tema que me apasiona es él. Soy de lo peor, más débil que cualquiera, pero lo amo.

¿Qué puedo hacer? Lo amo mi querido amigo, y todavía tengo la dicha de tenerte a ti, el más querido entre todos mis amigos. Me gustaría quejarme contigo, lamentarme a través del aire.

Ya no logro curarme de un cuerpo a través de otro cuerpo, como solía hacerlo. La belleza no ha abandonado al mundo, evidentemente, más ha ido a alojarse, portadora de todos sus endemoniados encantos, en un solo ser, tanto más negro que la noche, tanto más bello que la suerte, tanto más amargo y más [tentador] que la vida en sí de los animales. Quisiera ser tiburón tigre o cualquier otro animal repugnante. Según nuestra cobarde mirada, la bestia más horrenda. Me gustaría poder prescindir de mis sentidos, pues me llevan siempre al mismo callejón sin salida: enfrente mío solo la muerte o el amor y no puedo más que reprocharme de optar por ese cruento amor.» (Cartas a Westphalen, Moro 2020, páginas 56 y 57)

Domingo 17 de setiembre de 1939:

«Siempre, para todo y en todas partes, hay que esperar. Aguardar ocho días para ver a mi amor, de prisa y corriendo, toda una larga semana para luego no poder saciar mis ansias de su presencia, de su voz, de su olor, de su mirada.

Maldita vida. ¡Que los demás busquen por otra parte sus recompensas! A mí la fama o los negocios me dejan absolutamente frío, en mi caso lo único que existe es el amor total, devastador, desesperado. Y aún así soy feliz, tremendamente feliz.» (Cartas a Westphalen, Moro 2020, página 62)

Martes 10 de octubre de 1939:

«No puedo resolverme a aceptar el hecho evidente, crudelísimo, de saberte distante, indiferente, ajeno. Lo sé, no puedo aceptarlo. Te adoro. Palabras, palabras… Nada es comparable a la sensación de mi ternura por tí; llámala de cualquier modo: justa, injusta, reprobable, monstruosa; también es un hecho innegable, más fuerte que mi muerte, más fuerte que el infierno de cada día y que la desesperación en que me debato. Es así, así será siempre.

Nada tengo que reprocharte o debiera reprocharte hasta el aire que respiro; no es tu culpa ser lo más hermoso y lo más terrible de mi vida. Tu ausencia, tu sadismo, tu indiferencia: qué cosa puedo hallar fuera de tu mundo absorbente sino el silencio y la sombra mortales en que a lo largo de los días te busco.» (Cartas a Antonio, Moro 2016-A, páginas 352 y 353)

Sábado 30 de diciembre:

«Esta noche aguardaba su presencia, vana espera. Logro vivir de esa desesperanza que prolonga mi vida; igual que un avaro cualquiera, hago cálculos, invierto a plazos mi felicidad, la pospongo y, como todos los avaros, de seguro moriré sin haberla alcanzado, así como ellos mueren sin haber gastado un centavo, postergando aquel siniestro resplandor del oro que se arroja y que está hecho para opacar cualquier cosa y todo sentimiento, el amor es un juego de aniquilación.» (Cartas a Westphalen, Moro 2020, páginas 81 y 82)

Las 5 cartas publicadas en la revista Creación y Crítica se pueden encontrar también en Moro 1980 que se puede encontrar completo en internet, aquí: https://bit.ly/3g6kkgL

Bibliografía

Dreyfus, Mariela 2008. Soberanía y transgresión: César Moro. Universidad Ricardo Palma, Lima.

Moro, César 1980. Obra Poética 1. Instituto Nacional de Cultura, Lima.

Moro, César 2016-A. Obra Poética Completa II. Sur Librería Anticuaria y Academia Peruana de la Lengua, Lima.

Moro, César 2016-B. Los anteojos de Azufre. Sur Librería Anticuaria y Academia Peruana de la Lengua, Lima.

Moro, César 2020. Eternidad de la noche. Cartas de César Moro a Emilio Adolfo Westphalen. Fondo de Cultura Económica y Casa de la Literatura Peruana, Lima. / /

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