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Devenir en mí misma: Un testimonio, por Esthefany Lozano
Devenir en mí misma: Un testimonio
escribe: Esthefany Lozano1
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Mi proceso de deconstrucción ha sido acompañado de avances y retrocesos. Después de todo, autoidentificarse como feminista es solo uno de los primeros pasos dentro de un viaje sumamente largo. Sin embargo, algo que he sabido desarrollar con el tiempo es cuestionar constantemente, tanto a lo que me rodea como a mí misma. Y creo que el tiempo en el cual más he aprendido a hacerlo y crecí como persona fue durante mi periodo universitario.
Cuando inicié mis estudios en la universidad, me encontraba en una etapa de mi vida a la cual podría catalogar como contradictoria. Si bien ya había iniciado mi viaje en el feminismo tiempo atrás, no había logrado encontrar un lugar físico en donde compartir mis dudas, experiencias, conocimientos o reflexiones. Sumado a ello, yo era una persona tímida que le costaba alzar la voz y expresar opiniones, especialmente, frente a mucha gente y más si esta era desconocida. Me sentía atrapada, quería expresarme, pero al mismo tiempo no quería ser escuchada ni percibida. Y, a pesar de que un espacio universitario se puede interpretar como un lugar lleno de nuevas perspectivas y conocimientos, la universidad me recibió con un conservadurismo más puro que aquel que experimenté en el colegio. Aunque durante todo el tiempo que duraron mis estudios de pregrado escuché comentarios misóginos y homofóbicos, el primer año fue sin duda alguna el que más me sorprendió y bajoneó.
En aquel año, a uno de los docentes no le bastaba con persuadir a las estudiantes mujeres para que no realizaran estudios de género, porque según él ya había demasiados y no eran tan necesarios, sino que cada que tenía la oportunidad lanzaba comentarios sexistas y misóginos, los cuales muchas veces disfrazaba de «bromas» u «opiniones». «Opiniones» que nadie buscaba rebatir o cuestionar en clase, incluida yo. No porque pensara que él estuviera en lo correcto, sino porque la idea de contradecir a un profesor en un espacio que recién estaba explorando y rodeada de personas prácticamente desconocidas me generaba una sensación de angustia. Y así como yo sentía incomodidad para responder, mis compañeros y compañeras debieron sentir algo parecido, ya que no recuerdo haber alcanzado a escuchar alguna queja al respecto.
1 Edith Esthefany Lozano Rodríguez es egresada de la carrera de Antropología por la Universidad Nacional Federico Villarreal y es integrante del Colectivo de Estudios Feministas y Género UNFV.
Sin embargo, recuerdo muy bien que en aquel año resonaba una noticia grotesca acerca de una violación grupal hacia una menor edad. El caso fue difundido una y otra vez por la prensa durante semanas hasta que apresaron a cada una de las personas involucradas. Como era de esperar, mi profesor no era ajeno a las noticias, por lo que en una de sus clases no tuvo mejor idea que escabullir una de sus «opiniones» cuando estaba tratando de explicar el deber de un forense en este tipo de casos. «Me disculparán, pero si a ella le pasó eso es porque era una puta», alegó el profesor casi susurrando. Esto era, tal vez, porque, si bien estaba convencido de lo que estaba diciendo, también sabía que no era «políticamente correcto». «¿Qué hacía en una fiesta llena de hombres? Era una puta». El salón entero permaneció en silencio. No me animé a alzar la mano, solo me quedé sorprendida y molesta, mirando a mi alrededor, esperando que alguien dijera algo. Esto último nunca sucedió.
Es claro que para la sociedad es mucho más fácil culpabilizar a individuos por una problemática social que escudriñarse a sí misma. Inclusive si se catalogan como «enfermos» o «psicópatas» a los violadores, muchas veces no se deja de señalar a la víctima y justificar el destino que enfrentó. Siempre hay una responsabilidad en la mujer: porque si no eres santa, entonces eres puta. Y eso está marcado en la pedagogía sobre la sexualidad en nuestro país y esto, a su vez, alimenta la cultura de la violación. Y así, aunque nos parezca repugnante, nuestro silencio al respecto invisibiliza el problema. Probablemente aquel profesor piense que dijo una «verdad incómoda», después de todo, nadie lo contradijo. Y me pregunto cuántas otras estudiantes al igual que yo han permanecido calladas en las aulas para no incomodar al resto. Cuántas no tenían o no conocían un espacio seguro. Cuántas empiezan su camino en el feminismo en soledad y se preguntan si realmente pueden ser feministas.
Anécdotas como estas abundan y no solo las mías, sino de muchas otras estudiantes. Muchas veces tan solo nos hacen ruido; otras, nos enfurecen e indignan. Muchas veces callamos por miedo, vergüenza o incluso porque lo hemos normalizado. Todo es parte de nuestro proceso de aprender y desaprender, el cual nunca termina. También es parte de ganar confianza y seguridad en nosotras, en lo que creemos y por lo que luchamos. Y así como muchas empezamos solas este camino largo de deconstrucción, tengo por seguro que en el recorrido encontramos compañía entre nosotras. / /