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Una pócima para el corazón (cuento), por Ayrton Quispe Policarpo
Una pócima para el corazón
(cuento)
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texto: Ayrton Quispe Policarpo
ilustración: Chechi Chávez
Sucedió hace ya bastante tiempo, tanto que no logro calcular cuánto, en una ciudad muy grande, de aquellas que desprenden una gran cantidad de luces de colores, de esas que hipnotizan a cualquiera que pasee por sus calles. Y hablando de calles, en estas nunca podía faltar algún comercio, uno de comida rápida, otro de ropa y así la ciudad completa era un comercio viviente. Con gente que, saliendo de su trabajo, compraba; que en sus días de descanso, compraba, era un lugar donde todo estaba envasado, donde todo se podía conseguir con visitar alguna tienda, era una ciudad tan viva, tan llena. Pero no todo era perfecto, como eran tantas personas a veces el agua no alcanzaba para todos, pero eso lo solucionaron poniendo un gran tanque de agua al centro de la ciudad.
Hablemos de Mario, era un niño no mayor a 10 años si mal no recuerdo. A él no le gustaba para nada vestir de formas tan pomposas como los otros niños en su ciudad. Con decir pomposo me refiero a vestir con lujos, llenos de plumas, pantalones caros, zapatos que brillan tanto como una estrella; tampoco le gustaba presumir de lo que tenía como sus vecinos, que lo único que hablaban era de su celular de último modelo, «que tal aplicación puede hacer esto», «que mi celular puede enviar olor», y tantas cosas que podían hacer esas benditas cosas. Mario se sentía extraño cuando iba de paseo con los que decían ser sus amigos, porque en vez de admirar el paisaje o disfrutar del juego al que iban, ellos solo se dedicaban a tomar fotos o grabar, y luego no hacían nada más que ver su celular. Mario se sentía solo, y a esto me refería con «tan vivo, tan lleno, pero tan vacío». Todos tan ocupados en las apariencias, que no les importaba el resto, solo se unían cuando pasaba algo fuera de lo normal, y si eso era algo que no les gustaba o no entendían lo hacían viral, lo hacían meme y todos se burlaban.
A Mario nadie lo entendía porque era diferente, y por eso lo excluían de los grupos que se formaban en su colegio, eso le ponía muy triste. Un día llegó a su colegio un niño nuevo de un lugar muy lejano, tan lejano que su nombre no salía en los mapas de Google. El niño se presentó con su salón. Se llamaba Dilan, a quien todos excluyeron porque no tenía celular, ni tampoco usaba ropa de alguna marca reconocida, incluso se llegó a decir que usaba ropa de dudosas procedencias.
A Mario le cayó como anillo al dedo la llegada de Dilan. Ambos jugaban mucho, eran muy cercanos, pasaban mucho tiempo juntos. Un día Mario iba a su casa y al otro Dilan se quedaba en la de Mario. Sus ojos brillaban cuando se miraban.
Eran tan unidos que hasta un día Mario sintió que cuando caminaba junto a Dilan su corazón se ponía a latir muy rápido y Dilan le confesó que a él le pasaba igual, ambos se dieron cuenta que esa sensación que les provocaba sus corazones no era mala, al contrario, se sentía muy bien y eso les gustaba.
Un día, mientras paseaban sorprendiéndose de los colores de los anuncios de las tiendas, sus manos se rozaron y sintieron que esa sensación de su corazón se hacía más fuerte, se sintieron muy felices, entonces decidieron caminar de la mano. A la gente que andaba con los ojos puestos en sus celulares por primera vez les llamó la atención algo más que un meme, era algo extraño para ellos, nunca habían visto semejante… ni siquiera conocían una palabra para lo que veían:
dos niños caminando de la mano… Como no entendían les tomaron fotos para enseñárselas a otras personas a ver si alguien entendía algo, pero como nadie entendía lo único que hicieron fue hacer memes de lo visto, todos se reían de ellos. Eso siempre pasa cuando la gente solo mira lo superficial, pero no piensa en lo que pasa dentro en el corazón.
Ah, pobres chicos, los que les pasó fue terrible. No podían ni jugar porque de inmediato se reían de ellos y, como pasa con la gente que no entiende algo, de las burlas pasaron a los insultos. Ya no podían jugar juntos sin que alguien los señalara, o les tomen más fotos para seguir burlándose. Una vez una señora se les acercó y les dio dinero para que vayan a una tienda a comprarse medicamentos porque lo que tenían de seguro era una enfermedad, que los niños a su edad deberían estar preocupados por otras cosas como un celular o la última actualización de algún juego en internet o en comprar ropa. Ellos aceptaron el dinero, primero pensaron en comprar dulces, pero como todos los miraban raro, a Mario le dio vergüenza y no quiso seguir el plan.
Mario, que no quería que siguieran burlándose de ellos, se alejó de Dilan, pero Dilan no quería alejarse, a él no le importaba. Lo único que le importaba era que se sentía bien junto a Mario. Pero las críticas pesaron más y Mario por fin dejó de ver a Dilan, y es que «esto es lo mejor, lo que ellos hacen está mal, pues es obvio, ¿cómo no lo había visto antes? Es muy tonto, la gente no debe andar sintiendo por sentir, esas cosas están mal, mejor es pasar el tiempo viendo películas en YouTube, por ejemplo».
Un día, cuando Mario caminaba por el patio del colegio, vio a lo lejos cómo unos niños se paraban cerca de Dilan riéndose, grabando, empujándolo. Mario no aguantó ver que se burlen de alguien a quien quería mucho y, llorando, agarró la mano de su amigo y ambos se fueron corriendo del colegio.
Dilan, que también lloraba, le pedía que lo suelte; pero Mario seguía pensando mientras caminaba «¿y si ellos no eran los que estaban mal?», «¿y si era la gente la que se equivocaba?». Quizás las cosas eran al revés, una vez vio en la tele que los científicos primero crean algo que no saben qué es, y luego ven para lo que sirve y así venderlo. Lo más probable es que con ellos sea igual, las cosas siempre son al revés, la ciencia lo dice.
Muy cerca del centro de la ciudad, en una calle de color morado había una tienda muy chiquita donde un hechicero de muchos años, pero que parecía bastante joven, vendía cosas de todo tipo, pero no vendía nada a menos que la persona que lo pida lo necesite.
Mario entró con Dilan de la mano a la tienda. «¿Qué hacen unos niños tan pequeños aquí?» —dijo el hechicero— «ustedes necesitan algo, pero eso no debo decirlo yo». Mario respondió contándole lo que había pasado y le preguntó si lo que sentía cuando estaba con Dilan era anormal. «Ahora nadie siente, solo ve las apariencias. Nadie piensa, parecen máquinas, parece que han olvidado cómo mirar el corazón, como lo hacen ustedes. Son tan contradictorias las personas» respondió el hechicero, que era muy paciente. «¡Señor, véndame algo para que la gente no se burle de nosotros!» Le dijo Mario, a lo que el hombre respondió que no podía darles eso, eso no era lo que necesitaban. Entonces Dilan, que había estado callado durante la conversación, dijo «entonces denos algo para que la gente vea y sienta nuestros corazones». El hechicero, respondió que eso sí podía darles, pero como era una poción especial, costaría mucho. Entonces Mario, entristecido porque no tenían dinero, miró al piso y, cuando se disponía a rendirse y dar un paso para salir de la tienda, metió la mano a su bolsillo y, ¡oh sorpresa! allí estaba el dinero que la señora les había dado para comprarse medicamentos. entonces volteó donde el hechicero y le dijo «¡Señor, deme muchas de esas pócimas!»
Mario y Dilan tenían miedo, pero no les importó nada. El hechicero les dio su bendición, y cuando un hechicero te bendice la suerte te acompaña. Ambos se escabulleron al gran tanque de agua de la ciudad, subieron a lo más alto, y desde allí vaciaron todas las pócimas (que eran muchas) que les había vendido el hechicero, riendo felices, mientras sus corazones latían a mil por segundo. Cuando terminaron, cada uno fue a su casa a dormir, a esperar a que la gente toque el agua combinada con la pócima.
Y así fue. Llegó el siguiente día, la gente se bañó, tomó desayuno, tomó agua. Mario y Dilan salieron caminando de la mano y nadie dijo nada. Estaban felices. Y más felices y sorprendidos quedaron al ver a la gente que ya no miraba su celular, ni tampoco miraba los mostradores de las tiendas. Ahora la gente se miraba a los ojos, a veces mientras caminaban veían que, como ellos, dos chicos mayores también caminaban de la mano, más adelante una chica y un chico. Cuando iban camino al colegio la señora que tiempo atrás les había dado dinero para medicamentos se les acercó muy feliz y les dijo: «Se ven muy tiernos, chicos. Me alegra ver a unos niños tan felices juntos». Los dos niños se miraron y la abrazaron con mucha fuerza, con todo su corazón.
Y así no solo Mario y Dilan, sino la ciudad entera empezó a entender al corazón y eso les hizo ser más felices. Y es que, aunque el billete que me dieron esos niños no alcanzaba ni para comprar una pócima, yo nunca niego un producto a quien lo necesite, eso también me hace muy feliz.
Y colorín colorado este cuento ha acabado. / /