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Cuando quise ser yo, por Mariajosé Manrique
Cuando quise ser yo
escribe: Mariajosé Manrique1
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Es una tarde cualquiera y, como cualquier tarde, dos amigos caminan de regreso de la escuela por un camino que han hecho cientos de veces. El chico deja en casa a su compañera como de costumbre, aunque tenga que tomar un gran desvío asegurándose que llegue bien, no quiere mañana o más tarde ver en las noticias que le ocurriera alguna desgracia.
Si eres mujer, desde que entras a la secundaria es incómodo y peligroso salir o ir por la calle sin un hombre al lado, porque le tienen más respeto a la propiedad de ese hombre, que ti misma como ser humano.
Tendría tan solo 12 años cuando el primer silbido me hizo sentir humillada y el primer piropo no deseado me causó asco. Fue ahí cuando decidí cambiar mi ropa y tratar de pasar lo más inadvertida posible para solucionar el problema, como si fuera mi culpa que aquellos hombres me degradaran, cosificaran y sexualizaran, incluso si no cumplía sus estereotipos imposibles de belleza y, sobre todo, aún siendo una niña.
A todas las mujeres, desde pequeñas, nos enseñan cómo evitar, sin éxito, las agresiones tanto verbales como físicas, responsabilizándonos por estas. Sin embargo, nadie, en ningún momento, les enseña a los agresores a no agredir. Por el contrario, a estos se les excusa y, peor aún, se les celebra aquellas actitudes por el simple y estúpido hecho de tener un sobrevalorado pene.
Volviendo al inicio, a aquella tarde normal de martes, aquella tarde normal para cualquiera excepto para esa chica de 13 años que está al borde de un ataque de pánico al ver rebuscada su habitación y con una madre furiosa en medio del caos con sus secretos más oscuros en la mano. ¿Qué podría haber encontrado para que estuviera tan enojada? Ni drogas, cigarros o alcohol, sino poemas de amor, que seguramente de no estar dirigidos a otra chica no habrían causado tantos problemas.
Actualmente tengo 19 años, puedo asegurar que esa tarde marcó un antes y un después, y que es causante de la mayoría de mis actitudes al día de hoy, porque fue derribar y reestructurar mi mundo.
1 Mariajosé Manrique es estudiante de Literatura de la Universidad Nacional Federico Villarreal, persona en proceso de deconstrucción, insomne voluntaria y amante de los animales.
Recuerdo cómo lo negué todo a punto de llorar por más obvio e innegable que fuera, cómo fui invalidada y eso, conociendo a mi madre, me pareció la mejor posibilidad, como me sentía enferma de angustia de lo que iba a ocurrir después, y, como temía, los días siguientes no fueron mejores. Llenos de discusiones constantes por cualquier estupidez, fui alejada de mis amigos, me cambiaron de escuela, lo peor fue aprender a guardarme las cosas y crear un muro entre yo y las personas que deberían supuestamente ser mis mejores amigos. Algo está jodido en el mundo cuando el amor genera aversión, odio, violencia y hasta muerte.
Luego de meses, lo que parecía ser un tema olvidado, causó en mí una curiosidad peligrosa y me pregunté ¿por qué yo había reaccionado tan mal? Yo no veía nada de malo en mí y en que me gustara aquella niña tan linda que me trataba tan bonito. Supe que los demás no lo verían así, había crecido oyendo comentarios negativos al respecto, que nunca me parecieron correctos, pero que nunca había hecho nada por detener. Era aquella opresión la que estaba equivocada y yo había sido cómplice con mi silencio todas esas veces que hacían chistes fuera de lugar, que criticaban a los vecinos o familiares, que usaban palabras peyorativas para referirse a cualquiera que no cumpliera con sus expectativas heteronormadas. Había estado aterrada frente a los gritos y a aquella necesidad de aprobación parental, pero ya no iba a tolerar algo que sabía que estaba mal, no me sentía segura, pero debía intentarlo, empezar de algún modo a cambiar esas conductas por lo menos en mí, y dejar de hacer el mismo daño que me hicieron.
A los 14, adaptada en una nueva escuela, descubrí el feminismo. La intención del profesor de religión definitivamente no fue que nos interesáramos por este, sino todo lo contrario, pero mientras más despotricaba contra estas mujeres que trataban de cambiar un mundo de hombres a un mundo para todes, más me interesaba saber qué tenían para decir.
Todo esto se habló por la única razón de que habría una marcha «provida», la cual estaría pasando por encima del derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo y era indispensable la asistencia para aprobar el curso de religión. Ese bimestre jalé religión por no asistir, me parecía insólito cómo por una nota querían obligarnos a fomentar la opresión y cómo creían que teníamos la edad suficiente para parir, pero no para recibir educación sexual.
El siguiente año tuvieron que cambiarme de escuela de nuevo, por la falta de amigos y el hecho de que, de alguna manera, todos sabían mi sexualidad y se creían con el derecho de opinar sobre ello para bien o para mal, a mi madre le pareció un rumor ofensivo. Pero para mí, que lo supieran, era lo de menos. ¿Por qué tendría que esconderme? Ofensivo era que algunos chicos hicieran comentarios subidos de tono al respecto, me parecía indignante. ¿Quiénes demonios se creían? ¿Y quién demonios les había mentido que, por el simple hecho de tener un pene, del cual tanto presumían y que ni siquiera sabían utilizar, las chicas tenían que caer rendidas a sus pies? Pero de poco o nada sirvió, ya que al cabo de unos meses volvió a ocurrir lo mismo con mis nuevos compañeros. La importante diferencia es que en aquel nuevo lugar encontré amigas que me defendieron, me apoyaron y se abrieron a deconstruirse junto a mí de mano de una profesora que dijo las palabras correctas en el momento correcto.
Actualmente tengo 19 años y sigo en ese proceso. Reconozco que aún hay veces que busco aprobación general, pero intento superarlo y expresarme lo más libremente que puedo, educarme y crecer, defender mis ideas, soñar mucho y buscar generar un ambiente seguro y justo para todas las personas que me rodean. / /