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Travesía de ser diverse, por Asmodea Cazadora
Travesía de ser diverse1
escribe: Asmodea Cazadora2
Era el año 1987 cuando Gabriel, conquistó y engañó a Irma, una jovencita que soñaba casarse y tener su familia como su fe católica dictaba. Por otro lado Gabriel, típico macho violento, alcohólico y divorciado solo quería diversión con una chica mas de su colección. Ante eso Irma lo expulsó de su vida, pero fruto de amor y engaño una alma diversa estaba creciendo en su vientre. Nací el 1 de octubre del mismo año, bautizadx como Juan Pablo Pinto Brito, con los apellidos maternos para constatar que no tuve padre que me reclame. Irma asumió ser madre soltera y enfrentar sola la crianza de su hijx. Sin embargo los años pasaron y yo debía estudiar, ante las limitaciones económicas de Irma, se vio obligada a exigir legalmente a Gabriel que reconozca y aporte en la educación de su hijx. Cuando tuve 5 años llegó a la casa un desconocido que se presentó como mi padre y luego de decirme que pasaba de apellidarme Pinto a Guerrero, y que ya no me faltaría nada, yo aterrado solo corrí a esconderme donde mis tías maternas, dinámica que se repetirá hasta mi adolescencia cada vez que mi padre llegaba de visita mensual. Más de una vez mi madre aparecía con golpes que nunca llegué a comprender los motivos. Inicié la vida escolar, al inicio con mucha dificultad de acostumbrarme, de hecho tuvieron que cambiarme de dos instituciones, el temor a ser separadx y no volver a ver a mi madre y familia materna era demasiado. Finalmente me acoplé en la misma escuela que estudiaron los primos. Era notoria mi preferencia a jugar con las niñas y mi nerviosismo ante los niños, en especial Ricardo y Stalin, mis mejores amigos, que a mis 10 años yo ya los encontraba atractivos. Al mismo tiempo mi criterio era distinto a todo niño, por todo lo vivido, ya detestaba el machismo.
Cuando yo tenía 11 años una tarde mi madre no llegó a retirarme luego de clases como era costumbre. En reemplazo llegó mi tía, atrasada y agitada, mi madre estaba con dolor de estómago, lamentablemente no era algo pasajero y más bien fue empeorando. Luego de seis meses eran constantes las convulsiones, vómitos, ver adelgazar a mi madre y su piel amarillenta pues la bilis se regó por todo su cuerpa. Una tarde llegó mi padre a su visita mensual, y al ver a mi madre en cama se compadeció y le llevaron al médico. Luego de unos días regresó, pero la situación estaba peor. La verdad se la guardaba mi tía mayor hasta esa noche en que llegó mi padre demasiado chumado y gritó a los cuatro vientos que mi madre estaba con cáncer terminal en el estómago, mi tía lo expulsó de la casa e intentó calmar la situación pero era incontrolable el llanto de todxs, en especial los gritos de los pobres abuelos. Recuerdo que yo solo me abracé de las piernas de mi madre y le pedí perdón por todo. Ella me dijo que jamás me avergonzara de lo que soy y que no soy menos que nadie, pues toda madre sabe reconocer la diversidad de su hijx, seguido de su bendición y el último padre nuestro juntxs, que una convulsión no permitió terminarlo. Mi madre ya aceptó su destino con resignación. Le habían dado la opción de una operación que la dejaría en estado vegetal que costaba 10 mil dólares. Mi padre dijo que estaba dispuesto a pagar, pero mi madre le hizo prometer que ese dinero gastará en mis estudios, promesa que nunca se cumplió. Así aceptó su muerte.
El final se acercaba. Un tío me llevó para que no viera lo inevitable, al segundo día de estar en su casa, llegó se puso ropa negra y volvió a salir, esa noche no dormí, yo supe que mi madre había muerto. Al día siguiente vinieron a recogerme antes del entierro y alcance a ver el ataúd de mi madre.
Una semana después mi padre regresaba de vacaciones en la playa y se encontró con la noticia de que mi madre ya fue enterrada. Dijo que en unos días me llevaba con él, pues tenia una promesa que cumplir, y hasta amenazó con demandas si mi familia no aceptaba.
Intenté esconderme en casa de familiares, pero ante las
1 Crónica realizada en el marco de la convocatoria «Cronistas de la Diversidad». Escrita con el acompañamiento de Gia Lujuria. 2 Asmodea Cazadora es una artivista performática, y escritora empírica, no binarie, de Quito Ecuador. Ha resumido sus 33 años de transitar por esta munda en su aborto literario en proceso de creación Travesía de Ser Diverse, del que hoy nos comparte un fragmento. Su libro, compuesto por episodios cortos lo pueden encontrar en su blog (https://www.wattpad.com/story/189222301), agradecemos sus aportes voluntarios a la cuenta de ahorros Produbanco # 12052141700 a nombre de Juan Pablo Guerrero Pinto CI 1722899471. Gracias por apoyar su arte independiente.
amenazas y la oportunidad de darme una mejor situación económica mi familia accedió. Así se volvía realidad mi mayor temor perder a mi madre y a mi familia materna.
Ya en su casa me presentó a Cumi, la madrastra buena, y a mis dos hermanos. Me parecieron atractivos los extraños, pues mis hermanos en realidad eran los primos con los que me crié, a ellos jamás les vería con deseo carnal. A continuación me compraron ropa de marca y me entregaron mi cuarto, una inmensa jaula de oro, pues yo estaba acostumbradx a compartir una casa entre la familia materna de 12 personas. Me prohibió visitar a mi familia diciendo que era mala influencia.
Luego de un año la fe católica exigía que debía hacer la primera comunión, había que buscar padrinos, la mejor opción eran los tíos, la ejemplar familia Medina Guerrero, de buen nivel intelectual, social y económico a la vista de la sociedad. Sin embargo, a puertas cerradas había violencia intrafamiliar, machismo y traición. Al punto de obligar a la tía Guerrero a huir del país luego de una golpiza que le propinó el Sr. Medina en vísperas de la celebración del sacramento, lo correcto era que la hija mayor reemplazara a la madre, así el cruel destino me convierte en primo y ahijado de Amparo Medina, una ferviente militante pro-vida en contra de los derechos de la diversidad sexo-genérica.
Con la ayuda de mi madrastra logré terminar la escuela. Era momento de buscar colegio, mi padre solo imponía su ley y jamás se detuvo a conocerme, tal vez por no enfrentar la realidad de que su hijx no era el macho heredero de su equipo de fútbol, líder en deporte barrial y coleccionista de mujeres. Me dio dos opciones: el colegio militar o el religioso, con la esperanza de que allí enderecen mis manías, según sus propias palabras. En vista de que siempre tuve conflictos con la autoridad ni loco escogería la opción militar, por otro lado siempre tuve cierto gusto por la acción social y la religiosidad materna no me asustaba. Pues así llegué al colegio masculino Técnico Salesiano Don Bosco, a un carisma juvenil rodeado de grupos y clubes sociales, y por supuesto solo compañeros hombres, que a pesar del nivel social elevado me gustó. Por los siguientes cuatro años ese fue mi salvavidas y refugio para no permanecer en casa de mi padre, pues nunca hubo respeto y de a poco fui venciendo el miedo que infundía. Mi padre solo quería que tenga vida académica técnica y deportista, y como no rendía en ninguna de las dos, me prohibió participar en todos los grupos que intenté formar parte: teatro, periodismo, danza, ecología. Sin embargo, a escondidas, a los 14 años incursioné en el grupo misionero cristiano. A mis 17 años me había convertido en líder y apasionado por la pastoral juvenil aunque sea en teoría, pues mi primera misión la pude ejecutar luego de los 18 años. En realidad el carisma religioso era una forma de ocultar y negarme a mis preferencias homosexuales, puesto que mi entorno me había convencido que era pecado y el celibato era mi única opción para no «vivir en pecado», que era la frase usada a diario por la farisea familia paterna para juzgar todo lo disidente. Era el mes de julio del 2004, faltaban tres meses para que yo cumpla 18 años, cuando mi padre ya había perdido todo por el alcoholismo, en la pobreza extrema, al punto de pedir posada a mi abuela, el juramento a mi madre quedó en el olvido. Ya no aportaba en mis estudios ni ningún gasto y exigió que yo decidiera quedarme con él o regresar donde mi familia materna. Para eso yo ya había planeado salir de su casa en cuanto cumpliera la mayoría de edad. Media hora después de dejarme en libertad yo realicé dos llamadas, una para que mi primo llegara en camioneta y otra para avisar a la tía matriarca de la familia materna que ya regresaba a su casa. En una sábana envolví mi ropa y libros, y salí de esa casa sin una última bendición y con una deuda de tres meses de pensión en uno de los colegios mas caros de Quito. Nada importaba pues al fin podría decidir sin miedos ni persecución el destino de mi vida.
Ya en la camioneta la brisa secó mis lágrimas y me recordó lo que era la libertad. En casa de mi tía me esperaba un plato de comida con la misma sazón de la infancia y un colchón donde luego de siete años pude descansar sin insultos ni miedo a borrachos. Luego mi tía consiguió una prórroga para la deuda del colegio para que pueda seguir estudiando. Como todos los años lectivos pasé luchando en supletorios. Entre los peores estudiantes en lo académico y los mejores en disciplina. Era más que seguro que las carreras técnicas no eran lo mío, pero mi insistencia de mantenerme en aquel costoso colegio era el camino misionero, aunque ahora podía hacerlo abiertamente y aplicando el trabajo social en poblaciones rurales, aún era preso de mi sentimiento de culpa por una sexualidad reprimida. Y era la única opción que conocía para mi proyecto de vida.
En vacaciones de quinto curso debíamos hacer prácticas profesionales para continuar el siguiente año. Mientras mis compañeros aseguraban su espacio en las mejores empresas o en las empresas de sus familias, yo busqué trabajo de limpieza en el almacén de un familiar, con el objetivo de reunir dinero para la siguiente matrícula. El certificado de las prácticas profesionales fue una farsa más. Al final logré ingresar a sexto curso y una vez más mi tía me consiguió una beca tomando en cuenta mi situación económica y mi actividad pastoral en la institución. Sin embargo de nada sirvió, pues yo no lograba metas académicas ni en destrezas ni en calidad de trabajos por las limitadas posibilidades económicas. De cualquier forma continué, pero en un último escalón fue imposible rebasar, una tesis de $1500 imposibles de conseguir. Finalmente no pude graduarme en ese año. Lo que pude asegurar es el espacio misionero en la parroquia y luego de graduarme el cupo para el año de voluntariado.
Continué mi formación misionera en la misma parroquia salesiana. Allí conocí a una chica, luego de ser mejores amigos iniciamos una relación amorosa que no planeé pero tampoco me negué, debía intentar y experimentar la heterosexualidad, era la chica que todo hombre desearía: atractiva, inteligente, de familia, su madre me
apreciaba y virgen como quería llegar al matrimonio según nuestros dogmas. Yo aparentaba de respetuoso, besos y caricias sin sexo durante un año y tres meses que duró la relación, inusual en un hombre heterosexual que pasaba solo con su chica hasta tres días. La verdad era que no despertaba mis pasiones aunque jamás le fui infiel, aquella mujer se merece lo mejor del mundo. Al mismo tiempo me llegó la formación de teología de la liberación y poco a poco los sentimientos de culpa desaparecían y eran reemplazados por la necesidad de experimentar algo mas, la diversidad.
A partir de mi salida del colegio religioso a mis 19 años, conocí lo que es la explotación laboral. Un año y medio trabajé en todo lo que se puedan imaginar por salarios insignificantes y un trato denigrante, desde limpieza, ayudante de cocina, mesero, descargando camiones, etc. En mis días libres asistía a mi grupo misionero parroquial, al mismo tiempo estudiaba sexto curso en un colegio a distancia, finalmente llegó el día de la graduación. En el restaurante donde trabajaba me dieron medio día de permiso, en la mañana recibí el título de bachiller que lo doblé en cuatro partes y guardé en el bolsillo trasero, porque en la tarde debía trabajar. Nada de fiesta, ni paseo de fin de año, ni ceremonia, no sé qué será eso.
Dos meses después encargué a amigxs y familiares mis pocas cosas, renuncié a mi trabajo y obligaciones parroquiales y terminé mi relación con aquella chica, diciendo que había una vocación religiosa que discernir, la santa mujer me dijo que con Dios no iba a competir, y se despidió con un beso y una bendición. Con una maleta de ropa me fui al año de voluntariado misionero en Santa Rosa de Colimes, una población rural a 12 horas de mi Quito natal.
Colimes es un cantón con 60 recintos rurales que atender. Tierra de campesinxs humildes y muy generosxs, también bravxs, que se conocen, se cuidan entre ellxs cuando es necesario ponen orden aunque no siempre apegadxs a las leyes. Un paraíso escondido donde se conjugan la belleza y la astucia criolla. Donde la diversidad sexual siempre estuvo y a pesar del machismo, pudo escapar de la represión colonial, el lugar preciso para definir y aceptar mi diversidad pues en la parroquia varios del equipo de trabajo eran abiertamente gays y ya abrieron camino.
Antes del voluntariado ya había estado allí en dos misiones. El párroco ya conocía mi trabajo y yo algo conocía a la población. Mis labores allí eran visitar mensualmente los recintos, dar clases de catequesis y ayudar al sacerdote en las eucaristías. También atender grupos parroquiales de jóvenes y adultxs. Por último, dictar clases de religión y sexualidad en dos colegios: uno matutino muy fácil y otro nocturno con estudiantes mayores que yo y algunxs en situación de riesgo, adolescentes trabajadoras sexuales, chicxs con adicciones, un sinnúmero de casos de violencia intrafamiliar de todo tipo. Al inicio fue muy difícil ganarme su confianza y respeto, pero luego de tres meses era uno de ellxs. Como ellos me decían «solo te falta aprender a pelear y ya eres todo un colimeño». Las estrategias fueron la farra junto a ellxs y lo que llamé «el balcón de las confesiones», a la entrada de la parroquia hay un balcón donde yo me sentaba todas las noches luego de dar clases o antes de bajar a la discoteca, a observar la plaza, allí se acercaban lxs jóvenes a contarme sus problemas o solo a bromear.
Al inicio yo sinceramente pensé ser sacerdote. Luego me di cuenta que no era lo mío, encontré menos hipocresía en la vida laica que en la religiosa. Lo resumo basándome en los tres votos principales: castidad, la mayoría de religiosos mantenían relaciones afectivas y sexuales con sus colaboradorxs cercanas o solo se daban escapadas donde no les conocieran para desahogar su sexualidad; al inicio eso me causó crisis, luego comprendí que detrás de una sotana seguía existiendo un ser humano. Pobreza, pues en cada actividad pastoral el pueblo muy generoso regalaba de todo, adicional de las limosnas y costos por sacramentos; nunca pasé necesidades en ese año, mientras recordaba las carencias de laico cuando vivía en Quito. Y obediencia, algo que nunca lo logré. Eso de sacar dinero al pueblo para un obispo o decirle al pueblo que eran pecadores por ser diversxs. Jamás. Decidido, el sacerdocio no era lo mío.
Luego de los tres primeros meses y ya empapado de teología de liberación me dispuse a definir mi sexualidad, aun en el clóset, nunca estuvo en mis planes ese primer encuentro homoerótico con aquel compañero misionero. Aquel lunes de descanso coincidimos los dos solos en el templo donde desnudamos nuestros cuerpos y nuestras mentes ante el altar mayor. Destruimos dogmas y culpas para encarnar el amor al prójimo en su máxima expresión. Así empezó mi primera relación que duró tres meses, finalmente tuvo que terminar por respetar su clóset, pues yo estaba en su pueblo, y él sí tenía mucho que perder. Él decidió ocultar su bisexualidad y eso yo debo respetar en secreto su identidad, aun en la actualidad.
Luego de ello no cabía dudas, lo que me gusta son los cuerpos masculinos. En este punto cabe relatar la vida nocturna colimeña. El pueblo era pequeño y cada fin de semana acudían muchas personas, sea en carro o caballo, de recintos o cantones cercanos, pues Colimes estaba sobre toda ley. Lo que había era una discoteca tropical para parejas heterosexuales, tres bares para adultos mayores y una sola discoteca de jóvenes. Como ya mencioné yo asistía a la discoteca de jóvenes que también era la discoteca de diversidades. A los seis meses de mi voluntariado yo era instructor en el colegio y uno mas del montón en la calle. Ya los fiesteros del pueblo me ubicaban, entre ellos alguien que yo observaba desde mi balcón. Era el director de la academia de danza del pueblo que por actividades sociales nos hicimos amigos. Luego de un tiempo de saludarnos de balcón a balcón conversamos y se hizo costumbre encontrarnos en la plaza hasta la madrugada, a conversar de toda clase de temas. Hasta aquella noche en la discoteca, el estaba pasado de tragos y la gente comenzó a faltarle el respeto, prácticamente lo
llevé a su departamento cargado. Nuestras ropas quedaron en el graderío, él tenía mucha mas experiencia y me enseñó mucho, nos sorprendió el amanecer y las campanas que llamaban a misa dominical, extasiados sin haber dormido. Los encuentros fueron esporádicos pero muy apasionados. Por nuestras conversaciones yo ya sabia que él tenía una relación abierta, pues a partir de esa noche entre él y yo también había una relación abierta que duró seis meses hasta mi regreso a Quito. Él me ofreció quedarme cuidando su departamento luego de mi salida de la iglesia pues tenía que viajar y que me visitaría, pero los dos teníamos pendientes que resolver y sueños que cumplir en rumbos distintos.
A los 11 meses del voluntariado el padre llamó a reunión del equipo parroquial para conversar de los comentarios en el pueblo. Ese equipo parroquial que me recibió como un dios caído ahora me veía con asco. A mi relación abierta le habían agregado una sarta de inventos, hasta llegaron a decir que yo hacía orgías en la plaza. Y en la reunión yo acepté mi homosexualidad pero jamás delaté a mis dos amores que tuve en el pueblo. Aunque el último era evidente y por supuesto que desmentí todas las calumnias. De todas formas el padre decidió que en esa misma semana santa, que sería en un mes, llegarían los misioneros de Quito y yo regresaría con ellxs a mi ciudad. Tal cual, llegaron lxs que alguna vez fueron mis hermanxs, por mi sexualidad ahora les causaba desconfianza y hasta asco. Mi ex enamorada estaba en negación y avergonzada de haber estado con un gay. Para este punto yo conocía el origen de todas las tradiciones y dogmas del cristianismo. Había diferenciado entre lo sagrado de la espiritualidad individual y las religiones como instituciones de poder social. Así que sin dudarlo dediqué esa semana a visitar y despedirme de muy buenxs amigxs que siempre guardo en mis recuerdos. Y a vacilar con varios que se me habían escapado. Y mientras los creyentes estaban en su vigilia de sábado de gloria. Yo estaba en la discoteca en mi última fiesta colimeña y la tremenda despedida de mis jóvenes, y al final la despedida de mi amado, terminó como inició. Abrazados desnudos sorprendidos por el amarillo rojizo del amanecer. Ni quiera quise bañarme pues no quería despegarme del aroma de su cuerpo.
Ya en el bus fueron 12 horas de tensión. Entre que me ignoraban y se burlaban, pero lo peor fue cuando a mi ex novia se le ocurrió revivir la llama de aquella relación. Fui lo mas sutil posible pero el desplante inevitablemente sería doloroso. Yo opté tan solo en planear todo lo que se venia en mi regreso.
Ya en Quito en mi familia materna nadie podía recibirme. La parroquia donde serví 10 años me desconoció. La única opción era regresar a casa de la abuela paterna que estaba en sus últimos meses de vida y un tío le cuidaba. Finalmente la abuela murió y yo quedé en esa casa un tiempo. Aquel tío aceptó mi sexualidad y guardó el secreto pero el resto de la familia mantenían una religiosidad conservadora y homofóbica. Yo planeaba trabajar y tener independencia para eliminar del todo mi clóset. Pero pasó algo inesperado. La familia paterna liderando Amparo Medina, la anteriormente mencionada prima, madrina, y lideresa pro-vida, organizaron una actividad a nivel nacional alegando que lxs 14 millones de ecuatorianxs estaban en contra de los derechos de la diversidad sexo-genérica. Al ver esto me dispuse gritarle al mundo que aquella homofóbica también tenía un primo gay. Me junté a los activistas de la diversidad que estaban armando el contra plantón. Ya en la actividad el encuentro de bandos fue inevitable, y claro yo me enfrenté a mi familia. Ese mismo día fui expulsado de la familia paterna y nuevamente salí con mi ropa en una sábana, esta vez a casa de un novio que aún no conocía bien, sin embargo fue mi salvavidas. Por ello siempre digo a las familias diversxs que «la familia es el primer obstáculo o primer apoyo de todx ser humanx». Así fue como inicié mi activismo GLBTI en el año 2013, y ha sido una aventura con las más variadas experiencias, desde vivir en pobreza, y enfermedad, aguantando explotación laboral, en estos 6 años tuve el honor de conocer a varixs luchadorxs trans y gays que hace 20 años lograron la despenalización de la homosexualidad en mi país. He pasado por varixs colectivxs feministas y de diversidad, que todxs han aportado en mi formación. Lo más lindo ha sido ser apoyo, guía y confidente de nuevas generaciones, pero también he conocido el lado oscuro del activismo con organizaciones internacionales, conjuntamente al oportunismo político de turno y sus instituciones públicas, donde lo único que interesa es el dinero, el prestigio y mantener proyectos cosificando seres humanxs, convirtiéndoles en un número para justificar informes. Por todo ello decidí que mi activismo es independiente a todo partido político, desde y para la sociedad civil, formando parte de las minorías entre minorías, cuestionando y deconstruyendo a cada paso de mis tacas subversivas. Aunque estoy consciente que eso es una condena a morir en la pobreza y olvido. El camino no es fácil, pero es lo que esta inmunda necesita y clama.
Asmodea Cazadora - Juan Pablo Guerrero Pinto. / /