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Ataúdes y raíces, por Franco Yactayo

Ataúdes y raíces1

texto y foto: Franco Yactayo

Soy carne fresca...

No necesito un sugar daddy. Nunca he sido bueno con ellos, y no es que no me exciten (ya lo he comprobado, ñam), solo que sostener un vínculo sexo-afectivo con alguien mucho mayor me ha hecho sentir en desventaja, como si ellos me opacaran con su mayor experiencia y personalidad. En cambio, me nace otorgarles otro espacio en mi vida, uno que a las bebitas nos han dejado hueco: ancestres, maricas mayores que estén ahí para aconsejarnos (en lugar de solo querer cacharnos). Esto lo hablaba con uno de mis hermanitos a mitad de la pandemia. Él me cuenta siempre de los tíos que lo buscan desde los 15 años. Yo a esa edad tuve mi primer flaco, uno de 20, y ahora siento que en ese entonces me faltó carácter para preferir el afecto de su alma por sobre su cuerpo, o para decirle «cuídame, no me caches».

De regreso al vientre...

Estaba por las Italias con la excusa de llevar un curso de intercambio, pero en realidad fui a visitar a mi mami, a quien no veía hace un par de años. Ella, a diferencia de mí, sí aprovechó y se chapó a su sugar daddy, un italiano. Entre ellos hay cariño, así que en su momento les di mi bendición... Estando allá, de Milán hacia Roma, las redes sociales me contaban que los italianos están como su comida, pero también que el nuevo bicho me estaba pisando los talones.

¿Acaso ahora me persiguen más virus que hombres? ¡Qué dirían mis ancestres! Me pregunto por elles porque la sangre y la herencia me las fueron imponiendo desde muy chiquito, y aunque he querido romper con esto, nunca dejé de pensar en quienes (se) han venido antes de mí, de quienes (me) vengo… En realidad, no había tenido rastro de elles hasta ahora. Imagínate, pues, date cuenta que a tus ancestres no les vas a sacar del clóset, sino del ataúd.

Por suerte existe une Diosite Marica que nos ampara, y lo digo porque las de mi generación hemos podido cubrir esta falta de ancestres con la dicha de tener algunes amigues mayores, a veces amantes, y también personajes de la Historia (la Historia Marica, obviamente). Entre les últimes, hay mártires de lucha, cientistas (en portuñol, pero solo porque se lee bonis) y por supuesto, artistas...

Lloro un poquito cada vez que escarbo en las vidas de la Lamebel o la Reynoso, la Chavela Vargas o la César Moro. Y a nuestra profeta, la Campuzano, que Diose la tenga siempre travesti por las siglas de las siglas. Me hago lágrimas de haber querido que me consuelen con una charla y unos tragos aquellas veces que me dejaron roto, que me cuenten algo suyo y me digan que todo iba a estar bien, que yo aún era un cabrito muy tierno como para rendirme ante el dolor.

Quizá era inevitable, siempre fue tarde, para que en el rosedal que me habita el alma crezcan afiladas espinas que ahora me adornan hasta la pinga.

1 Crónica realizada en el marco de la convocatoria «Cronistas de la Diversidad». Escrita con el acompañamiento de Arturo Dávila Zelada.

El autor de esta nota, Franco Yactayo.

Escarbamos, desenterramos...

En marzo llegué de vuelta a las Limas que tanto amodio, y lo hice justo a tiempo para que nos encierren. Qué amargo ha sido el sabor del hilo del tiempo estos nueve meses desde mi viaje al primer mundo, y ahora mi mami me pregunta para qué quiero entrar en sintonía con mis ancestres acerca de su posibilidad de haber sido maricas, pero me lo pregunta en voz baja porque en la familia ese tema está prohibido.

Ella ha puesto en pausa su sueño eurocentrista durante unos meses para venir y visitar a la familia de nuestra hermosa Ica, llena de arena y de gente arenosa. Mi mami extraña demasiado su tierra. Yo también lo hago. Después de todo, allá tuve mi primera caída de las escaleras cuando era un bebé (y lo que no recuerdo, no dolió). También fui testigo del huayco del 98. Recuerdo que se anunciaba frente a nosotros como si fuera un pasacalle. Esa fue la primera vez que presencié a la naturaleza reclamar sin temor lo que es suyo. Yo era chiquito, mi familia perdió muchas cosas, y el huayco... estaba regio el maldito.

En Ica vivíamos en el tercer y último piso de la casa familiar, toda una mansión criolla en un barrio de gente bien a mitad del desierto. Urbanización Sol de Ica, al frente de un colegio, y frente al colegio nuestro jardín, lleno de arbustos, hierbas, flores y algunos árboles. Cada que era temporada, los primos y tíos trepábamos el árbol más alto para cosechar buena cantidad de pacaes. Cada tanto, la bisabuela Matilde recogía algo de manzanilla o hierbaluisa del jardín para las horas del té. El bisabuelo Ricardo siempre estaba fuera, entre el trabajo y otras de sus familias.

Un día, hasta la cocina del primer piso se escuchó un estruendo que venía casi del cielo. Mi mami dejó caer las ollas del susto para emprender una maratón por las escaleras, y al encontrarme no supo si estallar de rabia o de risa: Yo estaba a mitad de jornada cruzando el patio, arrastrando el cubo gigante que mis padres tenían de televisor en su cuarto para llevarlo hacia el mío. La pantalla de vidrio la estaba pasando rico, frotándose con el piso… Para mi mami, eso calzó perfecto con las noches en las que me escapaba de mi cuarto para salir al patio a mirar a los periquitos que ella tanto cuidaba. Los liberé a todos, uno por uno, y así ella llegó a la conclusión de que había parido o a un niño muy malcriado o a un loquito. Sí a todo.

Ella tiene mucho de qué quejarse conmigo y de mí, pero le consta que nuestras vidas de novela son herencia purita. Cuando era chiquita, andaba con su carnerito por todos lados en el pueblo de Changuillo, la hacienda de papá Ricardo donde ella vivió buena parte de su niñez. Su mamá, Hermelinda, salió de su pueblo natal, Palpa, para buscar oportunidades en el extranjero y dejó toda su vida detrás, incluyendo a su hija. Su papá, Francisco, había hecho casi lo mismo, con la diferencia de que él prefirió vivir en Lima. Mi mami entonces quedó a cargo de Matilde, por ratos en Sol de Ica y otras veces en Changuillo... Un día su carnerito desapareció. Luego, en la cena, la familia la felicitó entre risas y relamidas por lo bien que lo había cuidado.

Ella se quedaba siempre viendo el atardecer acompañada del sonido de los cuculíes, entre naranjos, cultivos de yuca y el canal que resplandecía al ritmo de su caudal. Eso fue lo más cercano a la libertad que mi mami vivió a esa edad, porque cada que empezaba a perder noción del tiempo, resonaban los gritos de Matilde con cuchara de palo, escoba o manguera en mano. La querían harto, pero la trataban como a una chacha no pagada, como a Cenicienta en perpetuo bucle de medianoche, porque si tenía algún segundo libre para suspirarle a la vida, Matilde se lo cobraba.

En Sol de Ica el trato no mejoraba, acercarse a la ventana para ver jugar a la muchachada del barrio ameritaba sus jalones de mechas. No la dejaban acercarse al teléfono ni ver televisión, y así, sin haber tenido nunca una muñeca, pasaron los años para que mi mami pueda por fin liberarse de la abuela. No fue la mayoría de edad la determinante, sino el haber quedado embarazada a sus 19 años. De ave enjaulada a madre y esposa, tradición maldita.

Desde entonces, mis padres y yo hemos crecido juntos, tratándonos casi como hermanos entre risas y discusiones. Su matrimonio eventualmente terminó, quizá porque la heterosexualidad y la monogamia son proyectos fallidos, pero sobre todo porque la infidelidad dejó una marca indeleble en sus corazones nobles, tan fuerte como el golpe de un taco aguja en la cabeza tras una noche de presuntos besuqueos extramaritales, o como la llamada del amante atendida por mi padre.

Nada nos detuvo y celebramos el inicio del siglo mudándonos a Lima. Yo estaba alegre porque nunca me entendí con Matilde, o no lo suficiente, pero también devastado porque me alejaron de mis raíces muy pronto. Plantita triste me quedé, que en Lima no brilla el Sol de Ica, ni se puede salir a jugar libremente porque radica el temerle a la calle... Extraño el tronco del barrio bajo la luna llena con cientos de larvas ascendiendo, todo un cuento surreal, como los mitos iqueños de brujas, duendes y la sirena en el oasis. No extraño a Matilde callándome siempre, diciendo que en la familia no hay vagos, ladrones ni maricones. Dudo.

La vida en Lima resultó bastante ruidosa, solo me tomó una década acostumbrarme. Mi papá estuvo recurseándose con lo que había, que por suerte no era poco, y mi mami aprovechó para mantenerse cerca a su padre siempre ausente, ahora omnipresente. Al menos con eso ella estaba contenta, aunque por supuesto que se extrañaban las fiestas interminables en casa de Matilde. Ahí bajaba toda la familia, siempre con un nuevo miembro para conocer o con el cual reencontrarse. Lo mejor es que Matilde quedaba neutralizada por el calor de familia y por la música que sonaba más fuerte que sus gritos.

Bajo la tierra que me parió...

Estamos en una charla de dos horas con mi mami, qué parlanchina se ha puesto. Su vida da para un par de libros, mínimo, no solo acerca de su infancia entre Changuillo y Sol de Ica, sino también con lo que hemos protagonizado de la mano, incluyendo el día en que se le rompió el corazón al contarle que soy cabrito. Crucificada quedó del dolor. Ella siempre había procurado transmitirme la sentencia hacia lo no heterosexual, otra maldita tradición familiar.

Eso daba mala vibra, o al menos eso decían mis tías cada que podían, Matilde incluida. Una vez estaban conspirando para hacer juntas uno de sus rituales favoritos: ir a la peluquería. Al momento de decidir a dónde, descartaron inmediatamente el salón de belleza donde acababan de contratar a un cabrito, según ellas para evitar que se les peguen energías negativas. Años después, mi mami decidió ignorar aquel dicho para arreglarse para mi bautizo. El chico que la atendió de seguro se había enterado del veneno homofóbico que salía de la boca de mi familia porque no dejaba de cepillar los rizos de mi mami con ira. Ella le pidió lagrimeando que sea más delicado, y él respondió: «Si quieres ser bella, que te duela».

Después de eso, la familia tenía aún más ganas de seguir con esa actitud, y mi mami se había sumado al club de tías anti-maricas (Diose nos libre). Aun así, este tipo de discursos no son un caso aislado en ellos. Por si el asco a lo no heterosexual no bastaba, también eran afines a discursos machistas, clasistas y aunque duela en la belleza admitirlo, hasta racistas. No me sorprende que no se sepa de ancestres maricas. Estoy seguro que apenas imaginaron salir del clóset alguna vez. Jamás podré compensar todo eso, solo espero no vivir nuevamente una situación como la que pasé con mi mami aquella vez.

Realmente sentí cómo su alma se quebraba. Vi en sus ojos un abismo que apagaba el Sol... Silencio total. Alguien había muerto, y en el momento no supe si era ella o yo. Al tercer día, resucitó. Nos sentamos a almorzar, y me dijo: «Tienes que cuidarte mucho, por favor... Todos los hombres son iguales. Dicen que te quieren y te prometen el mundo, pero solo quieren una cosa. Así son

de pendejos». Y me quedé tan conmovido que no pude detener su remate: «Tú tampoco estés de pendejo, que ya te conozco».

Ya han pasado unos años desde entonces, pronto será una década. Tenerla frente a mí a pesar de la pandemia es toda una bendición, así que aprovecho y le explico que incluso el cariño de madre no basta para llenar este vacío, que ser un chiquille no heterosexual me hace sentir desconectado del resto de esta familia. ¿Siendo cabro, cómo confiarle a algún familiar del huevón con el que estoy tirando o del pata que me agarró de huevón? No han sabido qué decirme, cómo aconsejarme, consolarme e incluso ni quieren escuchar esas cosas. Es difícil que el cariño y la empatía lleguen hasta donde la carne propia no lo ha hecho... Ser heterosexual es una huevada, pero ser marica es otra huevada.

... busco une ancestre...

Cada vez me queda más claro que bajo esta tierra yacen voces que fueron forzadas a guardar silencio, que gritan en negativo por el miedo de haber sido y amado. En mi sala, en cambio, está pasando todo lo contrario. Mi mami comparte conmigo esta emoción de reencontrarnos, preguntarnos y contarnos de todo. Felizmente el departamento es chiquito porque estamos llevando la plática de los muebles rancios de la sala hacia las ollas viejas en la cocina y viceversa. Por ratos perdemos la ilación de lo que hablamos y no solo porque sean demasiados temas, sino también porque es un pecado cocinar mal.

En el proceso, le cuento que mi primera vez fue un trío; de cuando atrasé sin querer a mi mejor amigo de la secundaria con un pre-universitario que acabábamos de conocer; que abrí la boca más de la cuenta respecto a un secreto que él me confió y que años después pagué con su desprecio cuando lo visité en su casa; de mis manoseadas de madrugada frente a la iglesia de La Recoleta, y algunas anécdotas con uno que otro chico con el que salí y que ella conoció.

Ella quería contarme algo en especial, pero se hizo esperar. Me adelantó que era algo que nunca antes había dicho. Quizá era respecto a lo que hace un tiempo me contaron de un ancestro marica. Él falleció antes que yo naciera y al parecer todos en la familia acordaron no hablar jamás de aquella vez que lo encontraron en la cama con un jovencito. No me quedó claro si todos se enteraron de ello, o si quedó como secreto entre un par de testigos. A mí me lo dijeron solamente porque querían que tenga en cuenta que hacer esas cosas trae sufrimiento a la familia.

Creo estar listo para que me confíe lo que me quiere decir, así que le pregunto por mi ancestro y si es que sigue vivo. Hasta donde supe, él presentaba a su amante como su ahijado o algo así… ¿Cómo se habrá conocido con mi ancestro? ¿Habrá salido del clóset? ¿Será de mente abierta, o todo un facho? ¿Qué pasó realmente el día que los encontraron desnudos? ¿Cómo se sintió y qué sentía por mi ancestro? ¿Se arrepiente de haberse metido con un hombre casado? ¿Tendrá quizá algún nieto de mi edad que me pueda presentar? ¿Habría que preguntar, no?

¡No, jamás! Solo una persona podría saberlo, pero a su edad me preocupa que si se le toca el tema, se nos va. Aun así, mi ansia insiste. Le digo a mi mami lo que siento, que el desierto de Ica me ha parido y que, aunque de chiquito me trajeron a esta capital, mis raíces nunca dejaron de buscar el camino de vuelta a esas arenas.

Ella me cambia de tema y me propone acompañarla a Italia para vivir plenamente, libre para ser y para amar. No niego que lo he pensado. Después de todo, ya he disfrutado de la compañía de un cura del Vaticano cuando fui, así que imagino que aún hay muchas experiencias esperándome...

Pero que se joda el primer mundo allá, yo me quedo a joderme acá. Lo único que pido es encontrar algún rastro de la sangre marica que me antecede...

«Ya, te voy a contar. Esto pasó hace muchos, muchos años en Changuillo, cuando era una chiquita, y es algo que nunca, jamás me he atrevido a hablar con nadie. Es que tú sabes cómo son tus tías, pues. Esos temas... No, no, no, para nada se tocan, y si intentan hablarles de eso, no, te mandan a callar en una. Con mis tíos es distinto porque son hombres, pero todo lo toman a la broma. Y yo en realidad nunca me había permitido pensar en esto hasta hace un tiempo, después de tener mi primer orgasmo a los 32 años. Es que nadie nunca me enseñó lo que era sentir eso. Antes, pues, se acostumbraba a hablar de sexo solo con el esposo, si él quería, y quizá con el ginecólogo... En fin, tuve mi primer orgasmo mientras habíamos dejado reproduciendo una película para adultos, y en eso me quedo mirando una escena donde enfocan a la chica. Luego me quedé pensando, haciendo memoria porque nunca me había pasado algo así. Excepto que hay algo que pasó en la chacra que nunca conté a nadie, y en realidad era un juego entre amiguitas [...]».

Era ella, Crista resucitada, yo de su vientre y ella raíz. Bajo esta tierra aún quedan voces dispuestas a brotar, recordar, vivir, y a ya no callar.

Gracias, mami. / /

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