19 minute read

Crónica desde los coloridos corredores de una escuela en Monterrico, por Tatsuya (Liz Adalia Oscata Castillo

Crónica desde los coloridos corredores de una escuela en Monterrico1

escribe: Tatsuya (Liz Adalia Oscata Castillo)2

No recuerdo que me hayan gustado los vestidos de «pequeña». Mi madre fue la que me vistió toda mi infancia, así que me vestía como «una mujer»; sin embargo, a esa edad uno no es consciente de lo que es, simplemente vives tu vida. Así yo solía vivirla, sin pensamientos, solo con una sonrisa. Era feliz supongo, inocente, más que ahora por supuesto; tal vez por eso me impactó darme cuenta que no era en realidad lo que mi madre creía. Nunca fui lo que la sociedad creía de mí.

Primer grado, en un salón en el corredor del primer piso, «una niña» inocente da sus primeros pasos a una vida fuera de casa, pasar casi 9 horas lejos de mis padres era algo nuevo, pero de cierta forma pude sobrellevarlo. Había muchas niñas, todas bonitas, todas arregladas porque era el primer día. Mi primera interacción fue con una niña, parecía de mi edad, me emocioné bastante. «Nuevos amigos» pensé. Aunque ella me trató mal, simplemente no me di cuenta, ojos y pelo igual de negros, ella era bonita.

Mis recuerdos sobre esos primeros días son difusos. Recuerdo que la mayoría de las niñas tenían el pelo largo, algunas enrulado, lo cual me parecía lindo. Desde siempre me han gustado las cosas lindas, algo de niñas ¿no es así? Lo lindo es de niñas, tal vez por eso ahora me gustan las mujeres. Sin embargo, alguien destacaba, ella/él/elle no sé qué pronombres usará ahora, pero esa persona resaltaba. Era totalmente diferente al resto, en un colegio solo de niñas, todas usaban el mismo uniforme: falda, pelo largo amarrado de manera grácil y todas con cara de niña; pero esa persona era tan diferente como yo, solo que no nos dábamos cuenta aún.

Pelo corto enmarañado, le recuerdo usando el buzo todo el tiempo, o el pantalón debajo de la falda; le gustaban cosas diferentes, ¿muñecas? Nada que ver, a esa persona le gustaban los Power Rangers tanto como a mí, aunque yo sí usaba falda y tenía el pelo largo en una media cola con un moño crema. Yo era «una niña» como las demás exteriormente, no porque me gustara vestir así, sino porque el reglamento decía que así debíamos de vernos, ser presentables. A esa persona no parecía importarle, el hecho de que éramos niños fue un gran factor, pero yo sabía que esa persona simplemente era así.

Libre. Mirarle era maravilloso y pasar tiempo juntos era magnífico. Fui muy feliz siendo su amigo en esa época, donde corríamos todos los días por el corredor del primer piso. Fue una primaria fantástica porque no pensaba en ser «una niña», no pensaba en comportarme porque «una niña» debe ser decente, no me importaba, a su lado podía ser yo, inconscientemente ya sabía quién era a esa edad.

1 Crónica realizada en el marco del curso Literatura LTGB+ Peruana. Escrita con el acompañamiento de Alex Klauer. 2 Nací en alguna clínica en el distrito de Lima, pero pasé parte de mi infancia en el Callao. Nací el 16 de abril del 2002, tengo 19 años. Soy estudiante de Lingüística y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

A Val no le importaba que lo vieran como un niño, no le importaba que otros nos miraran mal cuando jugábamos a la casita y tomaba el papel del padre y yo de la madre, no le importaba en absoluto, sonreía y eso llenaba de alegría mi corazón. ¿Me habré enamorado? Tal vez, pero no era la edad para saberlo.

Los años con Val fueron de gran importancia para mí. Porque en los años de adolescencia, en donde el papel de «una mujer» era peor que el de «una niña», me di cuenta de que los recuerdos con Val podrían darme una respuesta. Nuestros juegos, su risa, cuando tomaba mi mano para protegerme, el día que tímidamente le dije a mi madre que envolviera su regalo de cumpleaños con una envoltura azul de Power Rangers, porque sabía que le gustaba, a pesar de que mi madre me miró mal porque dije que a «ella» no le gustaba el rosa, todo ello era una pieza del rompecabezas.

El corredor del primer piso, con las sonrisas que me dejó, aunque solo fueron dos años de primaria, me ayudó a resolver la primera pregunta: ¿Quién soy yo? Con ello pude sentirlo claramente, como el sol en el patio, como el sudor en nuestros rostros por correr tanto, como el calor de sus pequeñas manos al tomar mi cara. La primera pieza del rompecabezas: no soy una niña.

Pero entonces, ¿eso significa que soy un niño? No tenía la experiencia para resolver esa pregunta aún. Además, desgraciadamente, perdí a Val. Al pasar al segundo piso, tercer año de primaria, Val ya no estaba en la escuela. Me dolió bastante, era como perder una parte de mí, perdí a la única persona con la cual era verdaderamente yo mismo, pero no lo sabía. Tenía otras amigas. Claro, no era igual. Sin embargo, no me quedé solo, o eso pensaba en ese entonces.

El corredor del segundo piso era diferente, no había un patio delante, solo era un corredor junto al barandal. No era divertido, correr de un lado a otro estaba prohibido, aunque, de todas formas, no importaba porque desde que Val se fue dejé de correr. Me convertí en la «niña» bien que ellos esperaban de mí. Me tomaban de ejemplo por estar callado en clases, por no hacer alboroto, por solo ser una «muñeca» recibía aplausos de las profesoras.

Así pasé el primer año en el corredor del segundo piso, estaba solo sin saberlo, rodeado de otros, pero aislado. Hasta que, en cuarto, llegaron dos personas que serían importantes en mi vida al igual que Val. Anne y Cloe, totalmente diferentes, pero se hicieron amigas por ser las nuevas. Con Cloe hice click al instante, con Anne fue más difícil. Cloe era más extrovertida, Anne era más callada, Cloe tenía el pelo rubio y Anne el pelo negro. Opuestas, pero no del todo, ambas de corazones puros y amables, por eso sufrieron mucho por mi culpa.

Cloe, oh, la bella e inocente Cloe. ¿Por qué te enamoraste de mí? ¿Será porque tú viste que yo era diferente? ¿Será porque viste que era diferente al igual que tú? Desafortunadamente no lo sabía en esa época, no sabía que era diferente, lo sentía, pero lo ignoraba. La lastimé por mi ignorancia, aunque hasta ahora no entiendo qué vio ella en mí. Al menos sé lo que yo vi en ella.

Sus ojos eran un enigma que me acompañó todos los años que pasamos en ese segundo piso. En la mañana eran grises, en el segundo recreo eran azules y a la salida eran verdes. Estábamos juntos todo el tiempo, si tratabas de buscarme en los recesos, siempre estaría a su lado en una banca ya sea dibujando, cantando o contando historias. Recuerdo que ella amaba mis dotes de escritor y compartíamos las mismas ideas locas, los mismos sueños. Dos mentes creativas que se enamoraron, pero uno de ellos no lo aceptó porque no sabía si le gustaban las niñas.

Mejor dicho, lo sabía y al inicio lo predicaba a los cuatro vientos desde que encontré el significado de pansexual en Google en sexto grado. Era tan inocente como para percatarme de cómo otros me miraban. Estaba tan orgulloso de ser pansexual y eso le dio alas para que ella me dijera que era

bisexual. Me acuerdo del miedo en su mirada al decírmelo, pero yo le resté importancia y solo dije que eso era genial. Era tan tonto, saliendo del clóset en medio de la clase de educación física, yo sin saber del asco en sus miradas porque estaba de espaldas, ella lo vio todo, por eso usó su voz baja.

El corredor del segundo piso, años en los cuales era feliz sin saberlo porque aún me comportaba como una «niña» pese a que todas las demás ya estaban preparándose para secundaria.

Por eso, cuando pasamos al corredor del tercer piso, al primer año de secundaria, abrí los ojos.

En ese año, en ese piso, en un nuevo corredor, ella dijo que me amaba. Ahí me di cuenta de algo, yo también le amaba, pero por primera vez sentí los ojos de los demás sobre mí. Por un lado, en su mirada había expectativa, por otro lado, había asco a mis espaldas. Por primera vez ya no gritaba a los cuatro vientos, por primera vez ya no estaba orgulloso, por primera vez bajé mi voz y susurré al lado de su oreja: «Te besaría si no estuvieran los demás».

Saben lo que significa ¿verdad?: «Sería sincero, pero… No puedo». Por lo que, más tarde, le rechacé. Todo fue una mentira, dije, cuando no lo fue. El reflector estaba sobre mí, no me gustaba esa clase de atención. Me hizo dudar, dudé de mis gustos, dudé de mí mismo. Ahí es cuando Anne entró en escena, ella fue parte importante del corredor del tercer piso.

Oh, Anne, la acogedora e inocente Anne. Le traté mal los primeros años de su llegada, no sé el por qué, tal vez era «una niña» aún, pero en sexto fue diferente. Se creó una amistad entre nosotros, no éramos muy unidos, sin embargo, me agradaba. Estuvo ahí cuando la realidad me dio una bofetada. No toda la gente te aceptará por lo que eres. No toda la gente te sonreirá por decir que eres diferente.

A Anne no le importó que yo fuera diferente, y que lo dijera en voz alta, ya que ella también lo era, solo que no lo exclamaba. Con ella tuve mi primer beso, días antes de que Cloe me confesara su amor, era primero de secundaria. Obviamente no le dije que fue mi primer beso, nos besamos en el baño porque Mabel dijo que lo hagamos. Fue imprudente, pero acepté sin pensarlo dos veces. ¿Por qué? No lo sé. Al inicio fue por curiosidad, ella había besado a bastantes chicos en su anterior escuela o eso decía, no es que me llamara la atención eso, solo quería saber cómo se sentiría besar a una chica.

La primera vez fue dulce, normal, no tuve sentimientos, solo fue suave. La segunda vez, días después de que rompí el corazón de Cloe, fue diferente. ¿No me gustaban las miradas de los demás al estar con Cloe y me iba a besar a escondidas con Anne por eso? Era tan idiota. Bueno, al menos con los labios de Anne confirmé lo que ya sabía, soy diferente, soy pansexual. Y al lado de Cloe me enteré de cómo me ve la sociedad por esa misma razón.

Días después, viví en carne propia lo que llaman homofobia. Los profesores se enteraron de mis escapadas al baño con Anne. Se lo hicieron llegar a la directora y fue ella misma en su despacho quien me recriminó. Confiaba en ella, me enseñó sobre la religión, pero me miró con asco y me trató de arpía. ¿Qué pensará su dios de ella? No lo sé, no me importa y en ese entonces tampoco lo hizo.

Era la primera vez que una persona me miraba y me decía lo enfermo y retorcido que yo era. Primera vez que alguien, que estaba a solo un paso de mí, me miraba a los ojos y me decía que yo no debía existir, que el diablo se apoderó de mí.

Mentimos, Mabel, Anne y yo mentimos. Para salir lo mejor pintados de esta situación. ¿Qué mejor que decir que internet tiene la culpa? Todos los adultos se lo creen. Solo sería una baja nota en conducta y pasamos al siguiente año. Sin embargo, perdí mi inocencia y perdí gran parte de mi confianza en mis padres. Porque, por supuesto que debía notificarles, me amenazaron para que lo hiciera. Ellos reaccionaron mejor de lo que pensé, no porque me aceptaran, sino porque ante sus ojos yo aún era «una niña» y solo erré. Al crecer encontraría el «camino de dios», dijeron. Tonterías.

Jamás encontré ese camino porque no lo necesitaba. No erré yo, ellos lo hicieron. Siempre lo supe, aunque eso no quitaba mi dolor.

Segundo año en el corredor del tercer piso, Cloe se fue. Cloe se fue y sabía que era mi culpa porque si los profesores se enteraron, todas en el salón también. Cloe no es tonta, todo el asunto también le afectó, lloró por días supongo, yo estaba en mi mundo. Aun así, pensé que podría verla, pero se fue lejos, se fue a Europa.

Era un nuevo año, un salón alejado del baño. Hice borrón y cuenta nueva, como si Cloe no hubiera existido. Anne también hizo lo mismo, como si nunca nos hubiéramos besado. Segundo año de secundaria, me di cuenta de que sería mejor ser «una chica». ¿Y qué les gusta a las chicas? Los chicos.

Ay, los chicos son otra historia. Me gustaba pasar tiempo con ellos, podía ser un chico más, aunque ellos me miraban como «una chica». Era divertido que vengan a mi casa a jugar videojuegos, salir al parque a comer chatarra, correr por las calles, hablar en general. Me sentía más suelto con ellos que con mis amigas, al lado de los chicos yo era totalmente diferente.

Pero para ellos yo solo era «una chica». ¿Amistad? Eso no existía, ellos me dejaron, pero no los culpo, soy un mal actor y el papel de «chica» no iba conmigo. Fui «la chica» que la sociedad esperaba que fuera. Fui «femenina» o lo más que podía, fui «inocente», fui «coqueta». Y también hice lo que la sociedad espera que surja entre un chico y una chica. Enamorarse, porque solo un chico y una chica pueden tener una relación ¿verdad? Se atraen mutuamente, es casi imposible una amistad entre un chico y una chica, ¿verdad? Eso decía la sociedad. Yo quería evitarme problemas así que seguí el papel.

Los chicos que conocí eran tal cual como la sociedad decía que debían ser, algunos decían que eran bisexuales, pero seguían siendo «normales». El factor de los chicos cambió el ambiente en el corredor del tercer piso, esos años de secundaria estaban llenos de dramas románticos, de chismes y de relaciones rotas. Mucho llanto y corazones rotos en esos años. Yo rompí algunos y no es algo de lo cual esté orgulloso. Muchos chicos se enamoraron de mí, a todos rechacé y a algunos les rompió el corazón eso. Era «una linda chica» ante sus ojos, me disgustaba que me vieran así, pero no sabía aún el porqué, yo solo quería amigos.

Como dije, actué muy mal como «chica», actuar no es lo mío. Fingía que ellos me gustaban solo para quedar bien, pero se notaba bastante mi incomodidad. Aun así, solo un chico me gustó en esos años, su nombre era Mateo. Él era diferente, no cumplía con los estereotipos físicos de ser un chico. Me gustaban sus facciones, era más lindo que guapo y eso me atraía. Traté de acercarme a él, sin embargo solo me veía como «una chica». Me acuerdo haber llorado muchas veces por él, porque me gustaba y no era correspondido, creo.

Aún no estoy seguro, no sé si yo le gustaba de vuelta, pero al menos hablábamos de vez en cuando, muy pocas veces la verdad. Una vez vino a mi casa junto con una amiga, vimos una película juntos. El recostó su cabeza en mi hombro, me puse muy nervioso, por inercia puse mi mano en su cabello y empecé a acariciarlo. Estaba feliz, mi corazón se sintió lleno, su cabello era muy suave y mi mano muy torpe.

Al finalizar la película le acompañé a la salida, mi corazón no paraba de latir. En la puerta se quedó viéndome unos segundos, los cuales se sintieron como una eternidad, pero luego negó con la cabeza y se despidió. Me acuerdo de que eso hizo que mi pecho doliera, me di cuenta de que solo era «una chica» más ante sus ojos, pero decidí ignorar ese hecho.

Quinto año de secundaria, el corredor del tercer piso pasó a ser mi cama, dejé de correr hace tantos años, dejé de gritar sin miedo hace tanto tiempo. Ese último año en ese corredor me cambió bastante, un salón mucho más alejado del baño.

Creo que salí con un chico ese año, se llamaba Lucas, pero todos le decían Lu. Digo que creo que salía con él porque no veo esos dos días de relación como algo serio porque acepté estar con él solo por compromiso. Era lo que supuestamente «una chica» haría. Sin embargo, estaba cansado y cuando vi la posibilidad de salir de ello la tomé.

Había una chica dentro de mi grupo de amigas, porque pese a todo aún tenía amigas, que parecía que yo le gustaba. Maia, así se llamaba, ella era linda como toda mujer, más baja que yo y un poco temperamental, sin embargo, buena persona, amable y graciosa. Maia me agradaba y en los últimos años nos volvimos más unidos.

Sabía que ella se enamoró de mí primero, pero decidí hacerme el desentendido. En la época en la que «coqueteaba» con Lu, Maia empezó a llamarme la atención. Empecé a verle diferente, dejé de verle solo como una amiga y me abrí a la posibilidad de enamorarme de ella. Hasta ahora no sé si de verdad sentí algo por ella o no, sin embargo, unas cuantas veces me imaginé besándola.

Maia confesó su amor por mi porque le obligué, internamente quería escapar de Lu, quería escapar de lo que dictaba la sociedad. Era mi primera relación con una chica siendo yo «una chica» también, fue dulce al principio, pero fuimos demasiado obvios, todo el mundo se enteró de nuestra relación. Fingía que no me daba cuenta, me hacía el tonto, decía que no me afectaba cuando en realidad las inseguridades se iban acumulando.

Lu se volvió un problema, terminé con él, pero él no tomaba un no por respuesta, por suerte éramos de colegios diferentes. Solo le ignoré y me concentré en Maia. A la sociedad no le gustó eso y todos esperaban algo de mí. Otra vez los reflectores estaban sobre mí, la única audiencia estaba en primera fila, cada uno expectante de mis movimientos, cada uno expectante de lo que iría a decir.

Grité, pero no con confianza, grité con miedo y enojo, ya no leía el guion. El corredor del tercer piso hizo eco de mi grito. Todos lo escucharon, todos lo sintieron. Yo estaba llorando, yo me estaba desmoronando. Corrí, corrí hacía el alejado baño. ¿Cuántas horas he estado encerrado allí solo y llorando?

Anne trató de protegerme, trató de ayudarme. Era muy tarde, lo vi todo. Corredores y pisos, salones y ventanas, paredes amarillas y verdes, baños con mayólicas grises, espejos sin reflejo, casilleros pequeños. Todo era una escenografía. Todas las personas en el escenario, con guion en mano me miraban preocupados. ¿Por qué dejé caer los papeles cuando los de la primera fila nos estaban observando?

Todos estaban esperando la reacción de la audiencia por mi error. Un hombre con corbata habló desde su asiento «¿Te olvidaste tu línea? Improvisa, recuerda que tu rol asignado es ser “una linda chica”». Recogí el papel del último acto.

Últimos meses de escuela, estaba solo. El odio que sentía hacia mi persona se reflejó en mi relación con los otros. Lastimé a Anne y a Maia. Todas se alejaban de mí. Empecé a temerle al corredor, no salía del salón ni para almorzar. Solo dormía en mi mesa o dibujaba en mi libreta.

Mi voz era casi un susurro. Tenía miedo. Poco a poco les temía a todos los corredores, a todos los pisos, a todos los baños. Escapé a mi casa y de ahí no salí en mucho tiempo. Ahí podía ser «una chica linda» sin problemas. Pero uno debe presentarse al menos en su graduación.

Fue el peor día. No solo la audiencia esperaba algo de mí, ahora los otros actores también. ¿Disculparme? ¿De qué? ¿Qué hice mal? ¿Es porque estoy pisoteando algunas hojas de mi guion? ¿O es porque me alejé del corredor?

El piso era negro en la graduación. Todas con anillos iguales menos los diferentes como Anne y yo. Todas con el mismo uniforme y todas sonrientes, menos yo. El uniforme me quemaba, los ojos me ardían, falta poco para que termine esta actuación.

Me gradué. La obra terminó. Se cerró el telón, pero ninguno de los actores se movió de su lugar, excepto Dan. Ella abrió el telón, saltó del escenario y sin dudar le escupió a la audiencia. «Quédense con sus malditos roles».

Volteó para mirarme, extendió su mano y pacientemente esperó a que tomara una decisión. Oh Dan, ¿cómo pude haberte olvidado? Siempre estuviste a mi lado, aunque el color del suelo cambiara. Aunque pasara de un corredor de suelo rosa, verde y amarillo a uno de color blanco con manchas negras. Aunque cambiara de piso, aunque no siempre me escondiera en el mismo baño. Tú estuviste ahí sentada a mi lado, esperando pacientemente por mi respuesta.

Porque Dan, a pesar del miedo fue sincera con sus padres, fue sincera con la sociedad y más importante, fue sincera consigo misma. Dan me demostró que ser distinto no era algo negativo porque ella es feliz siendo lo que es. ¿Cómo pude olvidarme de eso? Desde que Val se fue en primaria, me perdí.

Pero Dan me hizo recordar, me hizo recordar lo que era correr libremente por esos corredores, aunque estaba prohibido, ella se sacó los zapatos y los lanzó sin mirar atrás a lo largo del corredor del tercer piso. Su sonrisa, su mirada llena de orgullo, me tentó a hacer lo mismo. Bajé del escenario y tomé su mano, ahora estábamos corriendo, corriendo por todos los corredores y nadie podía detenernos porque solo éramos nosotros dos en la noche de mi graduación, en la noche de mi liberación, solo éramos nosotros dos riendo y gritando sin miedo.

Ese día ella usó tacos y un vestido, se veía bien en ellos, pero eso no era ella. Los tiró sin miedo, al igual que sus zapatillas porque Dan siempre decía: «Ser libre es no usar zapatos ajustados». Yo tiré mis zapatos guinda de escuela, siempre los odié. Dos actores que dejaron de actuar porque el rol que les dieron jamás fue su verdadera persona.

Ese día no lo supe, pero amé llamarme Aristóteles por una noche. Dan me llamaba así. Ese día tampoco lo supe, pero otra vez los corredores me dieron otra pieza, mejor dicho, me dieron muchas piezas: No soy una niña, no soy una chica, me gustan las mujeres, pero no significa que sea un niño, tampoco soy un chico. Soy pansexual y soy una persona. Soy válido.

Poco a poco la imagen empieza a tener forma. Mi corazón se siente calmado bajo la luz de la luna en una noche de diciembre, junto a la única persona que logró ver mi verdadero ser en ese entonces. Que Dan supiera que soy trans antes de que yo me diera cuenta aún me sorprende.

Aún faltan muchas piezas del rompecabezas porque la pregunta tiene muchas respuestas. Pero al menos sé quién soy ahora gracias a esos momentos caminando, corriendo y tropezando por esos pasillos, por los coloridos corredores del primer, segundo y tercer piso de una escuela religiosa en Monterrico. / /

This article is from: