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Quiero ser hombre?, por Paola Amézaga Lazo Cruzatt

¿Quiero ser hombre?

escribe: Paola Amézaga Lazo Cruzatt1

Es el quinceañero de mi mejor amiga, no quiero ir. No quiero ir, y no es porque simplemente no quiera, no quiero ir porque tengo que ponerme vestido, pantis y zapatos de taco. Mi mamá, uff mi mamá está contenta, pues al fin me voy a vestir como la niñita linda que según dice abdujeron los aliens cuando tenía 3 años. «Pareces un pájaro frutero» me dice, porque aún no se usaba la palabra «piraña». Yo suelo vestirme siempre con jeans y zapatillas. Siempre se estresa cuando peleamos por la ropa, pero a la vez se muere de risa cuando le digo que no es justo que yo no pueda ir en terno y zapatos.

Llegar al quinceañero es otra tortura, todas se paran juntitas como en un concurso de belleza, se paran a esperar que el más guapo o más canchero de la fiesta venga a elegir con cuál de las concursantes quiere bailar. La música comienza*, saca a la primera y si esta lo chotea, mira bien y sigue con la segunda que más le gusta y si esta también lo chotea sigue buscando a la que le diga que sí. Claro que eso solo lo pueden hacer los hombres, y yo me pregunto por qué no puedo sacar a bailar a quien yo quiera, no es justo.

Tenía quince años cuando me paré frente al espejo y me hice la gran pregunta: «¿Por qué no puedo ser hombre?» Mi hermano, cinco años mayor que yo, estaba lleno de privilegios; no tenía que lavar los platos, ni hacer nada que tuviera que ver con la casa. Él llegaba y mi mamá salía corriendo a decirle «¿papi quieres comer?, ¿tienes plata?, ¿necesitas algo?» y podría seguir acosándolo para darle todo lo que quiera. Para los juegos y la bicicleta también era igual, «él puede porque es hombre, las niñas no hacen eso». Realmente estaba harta del machismo que había en casa.

A los 5 años, en el nido «Mi primer camino» se iban a realizar diversas actividades por alguna celebración que ya no recuerdo, entre ellas había un desfile de niños y niñas; le pidieron a mi mamá que lleve una ropa de baño, pues las niñas desfilarían en ropa de baño y los niños en short y polo; cuando llegó el momento de alistarnos, le dije a mi mamá que yo no desfilaría con las niñas, que no quería salir en ropa de baño, que desfilaría con los niños o no desfilaba.

A mis cortos 5 años estaba segura de no querer salir a un escenario en ropa de baño de mujer. Ella no sabía que hacer, intentó convencerme diciéndome «pero mira qué lindas se ven las niñitas», y yo seguía que no y que no. Insistió hasta que una profesora (maravillosa) intervino en la escena, preguntó qué pasaba, mi madre le contó y ella súper dulce, se agachó a conversar conmigo y me dijo: «¿qué pasa?, prefieres desfilar con los niños», muy decididamente le dije que sí, me dio una mirada cómplice y le dijo a mi mamá: «si quiere desfilar con los niños, que desfile con los niños. No hay problema». Salí feliz al escenario junto a los niños, y vestida con short y polo como ellos.

Entonces, ¿quería realmente ser hombre? Pasé muchos días frente al espejo mirándome. ¡No podía ser hombre! Pensé en ocultar mis senos, al mirarme en el espejo me di cuenta que realmente no

1 Género no binario, nací PAS y no lo sabía, condición que desde niña me permitió sentir y percibir más el mundo, desde muy pequeña descubrí la pasión por las artes y los libros. Diseñadora y comunicadora, nacida en Lima Perú.

me molestaban, pero socialmente era lo más notorio de mi cuerpo. Me sucedía algo extraño, había días que despertaba y era muy feliz con ellos, me ponía tops y escotes donde se notaban y no tenía ningún problema, pero había días en lo que prefería que no estén, pues ir a comprar al mercado se volvía una tortura, ya que en los años 90 en el mercado de Magdalena (donde mi mamá solía ir) se agrupaban en las esquinas los hombres, ya sean camioneros o verduleros, que siempre miraban o gritaban alguna frase desagradable que te hacía sentir casi violada.

Mi madre era una mujer muy guapa y curvilínea, ir con ella al mercado no solo implicaba que me miren a mí, si no mucho peor, ¡que la miren a ella! Por esas épocas de algún modo me di cuenta de que mi mamá era mujer, y yo quería protegerla mucho más de lo normal y empecé a vestirme de manera más masculina. Me había autoconvencido que era para defenderla si alguien se quería pasar de vivo. En aquel entonces creía que verme masculina era solo eso: proteger a mi mamá, ahora entiendo que era una parte que siempre estuvo en mí.

En un inicio me ponía las camisas de mi hermano y con el tiempo, incluso mi mamá colaboró, pues cuando ella me llevaba de compras a los centros comerciales, yo me escabullía hacia la sección hombres en busca de algo que me gustara y me lo llevaba al probador, según ella no se daba cuenta que no era de mujer.

Hoy iré a una fiesta, el lugar es bastante lejos de lo habitual, iré con mis amigas de la universidad, mi mamá para variar me llevará y se quedará cerca esperando por si sucede cualquier cosa y decido irme de la fiesta.

Me bajo del carro y veo a mi amiga a unos metros en la tienda, le digo a mi mamá que se vaya y avanzo hacia la tienda, de pronto sale una chica vestida de negro con el pelo, también negro, cayendo en su rostro, dejando ver solo sus ojos verdes. Me detengo cuando ella se acerca, me da un beso en la mejilla, me dice su nombre y yo el mío, luego se va hacia la fiesta. Me quedo helada: «¿quién era?, ¿por qué me saludó si no me conoce?». Aparece mi amiga Celia y me la vuelve a presentar a lo que respondemos a la vez «sí, ya nos conocemos».

Entramos a la fiesta. Todo iba bien, pero yo no podía dejar de voltear a verla. La busco por toda la fiesta y la veo, ella me ve y sonríe, yo me volteo asustada y con roche. Inmediatamente ella se acerca al grupo y se para a mi lado, yo no me muevo, petrificada otra vez, no entiendo qué me pasa. Mientras suena una canción de Roberto Blades**, pienso en que quisiera ser hombre para sacarla a bailar, no comprendo por qué pasa eso por mi cabeza, pero no dejo de buscarla con la mirada, creo que me gusta, pero eso no puede ser. Acabó la fiesta, me voy a casa y no dejo de pensar en esos ojos verdes.

Me levanto al día siguiente muy decidida; desnuda frente al espejo, me vendo el pecho, me pongo unos jeans anchos y una camisa de mi hermano, me coloco una gorrita, me miro al espejo y me pregunto «¿me reconocerá?, ¿me veré lo suficiente masculina como para gustarle y que me haga caso?»; suena el teléfono y se revienta mi burbuja, vuelvo a ser mujer; pero sé que anoche algo cambió en mí. Creo que me he enamorado. / /

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