NĂşmero 47
Noviembre 2020
AĂąo 11
Mensaje de Rectoría La última vez que temí a un virus fue el día que decidí reaccionar ante el coronavirus con precaución, pero sin miedo; recordé lo anterior: tenía cinco años y escapé aterrorizada de una jeringa cargada con la vacuna del sarampión.
Ya no puedo paralizarme como infante ante el lobo del cuento No sabemos cómo será la vida en el futuro, seguramente hay muchas cosas que vivimos por última vez, pero me niego a poner en la lista de “mi última vez” el vivir cada día con ilusión. Quiero que no queden en el pasado muchísimos detalles cuyo valor resurge ante el encierro: calentar mis manos con la taza de café en un día frío, sentir la fuerza de mis músculos, hacer galletas, empatizar con los que se asoman por mi pantalla, cuidar la plantita de jitomate que accidentalmente creció entre la hierba. Ojalá el virus y sus consecuencias pasen pronto, ojalá que no haya más virus; pero nada, puede obligarnos a dejar de sentirnos, de disfrutar, de convivir como lo que somos: seres constructores de vida plena y fraternidad.
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Mensaje de rectoría
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Busco un fantasma
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Camila
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Un último abrazo
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Un último adiós a cuadro
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Mal de curita
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Frío
30 La última vez 32
Si supiera
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Directorio
por: Perla Ángeles Zamora Ilustración Luis Alejandro Solano Balderas
Ha pasado tanto tiempo que no recuerdo si fue cierto. Probablemente fue un sueño o alguna alucinación. Han pasado casi veinte años del último recuerdo que tengo de él. Ahora, el tiempo me hace dudar de su existencia. Apenas recuerdo el color de su cabello, y no estoy segura del color de sus ojos: alguna vez los vi color miel, otras veces muy claros, no lo sé. Solo recuerdo su olor. A pesar de eso, no me importa no poder recordar el color de su cabello o el de sus ojos, ni me importa haber olvidado su nombre: con lo que no puedo vivir es con haber olvidado su voz. Por las noches, intento reconstruir sus palabras para saber cómo sonaba él. La impaciencia de no poder recordar cómo hablaba carcome mis noches y convierte ese insomnio en una penitencia insufrible. Hoy decidí acabar con aquella pesadilla y, como un perro, fui en su búsqueda con ningún otro detalle tan claro más que su olor. Me levanté temprano y emprendí el viaje, no fue una decisión planeada, pero sabía que algún día lo haría, que sería el antídoto de esas noches interminables.
Hoy es el último día que puedo hacerlo, que puedo escapar al pueblo de mis padres, frente al mar, en donde fue la última vez que lo vi. “¡Loca! Ella es una loca”, gritaban todos cuando esta mañana partí de mi departamento, a dos días de mis nupcias. Como largas sentencias coléricas, sus voces retumbaban en mi mente una y otra vez. Pero aquellos gritos no son superiores a esta pasión desmedida que me mueve y me hace actuar sin razón. Abandono las cavilaciones y manejo rápidamente hacia el sur. Conforme se acorta la distancia, mis pensamientos se convierten en una pesadumbre dolorosa y angustiante. ¿Quién era él? ¿Cuál era su nombre? ¿Por qué no puedo olvidarlo, pero tampoco recordarlo? Las respuestas las tengo que encontrar hoy. Si espero a mi boda, estas ataduras hacia mi pasado y hacia una molesta ausencia se transformarán en cadenas pesadas que acabarán conmigo y con mis seres amados. Por eso, hoy tengo que saber quién era él. Pronto, llego a la casa de mis padres, el sitio en donde lo vi por última vez. La casa está muy deteriorada y llena de recuerdos.
Entro lentamente e intento no pensar en otra cosa más que en mi objetivo para no evocar recuerdos de la infancia inservibles o una nostalgia fastidiosa. La única razón por la que no vendo esta casa es por ese único recuerdo, que tal cual piedra en el zapato, es un molesto pendiente sin resolver que debo terminar y la clave tiene que estar en esta casa. Al no encontrar alguna señal, subo a mi antigua habitación. Abro los cajones en espera de encontrar alguna foto o cualquier señal de él, pero no encuentro nada. Entonces, abro la ventana, y la brisa me recuerda a esa última vez que lo vi. Mi mente avanza a tal ritmo que ni siquiera puedo pensar en otra cosa más que en ese adiós. Construyo ese día que lo vi por última vez, como un álbum de fotografías sin coherencia, sin hilo conductor, sin tema. Esa última ocasión, yo estaba sentada frente al mar con mi mirada perdida en su inmensidad. Tenía quince años. A lo lejos, vi otro par de ojos también perdido en la inmensidad. Torpemente me dirigí a ellos y sin palabra alguna me senté a su lado. La brisa de la mañana nos mecía lentamente, en un vaivén sin ritmo, en una canción sin sonido. Me miraba y yo hacía lo mismo, como si no nos conociéramos. No pronunciamos palabras, solo estábamos perplejos ante un acontecimiento que parecía no terminar. Palabras mudas, belleza intacta, viento opaco. Como dos desconocidos, intercambiamos breves frases de cortesía que parecían una despedida. Tomó mi mano y yo tomé la suya. La seguridad que sentía estando en aquella conversación de pocas frases se derrumbaba ante la inminente despedida. Lo que más odié de ese último adiós fue que ni siquiera fue un adiós; fue una frase inconclusa, una combinación de unas cuantas palabras que no parecían un fin. Quizás esa era la razón de mi vigilia y de mi búsqueda interminable: que no fuese un adiós definitivo. Si tan solo regresara a ese día de agosto frente al mar, quizás terminaría esa última conversación con una digna despedida y con una serie de preguntas para que esclarecieran todas mis dudas. Tal vez sus respuestas pudieran eliminar esa atmósfera misteriosa que rodeaba su ser. Pero no hubo respuesta alguna y lo más desastroso de ese final fue la ausencia del mismo. por Jaqueline Ruiz Amador
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Ese recuerdo es un taladro en mi cerebro que no me permite pensar con cordura, pero que tampoco quiero apaciguar. La brisa cada vez llega más penetrante a los poros de mi piel y quisiera diluirme en ella, mezclarme en ese leve vaivén del viento y fundirme en la naturaleza. Si no tengo respuesta a mis tantas inquietudes, preferiría fundirme entre las olas para olvidar este recuerdo agobiante, para ya no sentir. Ni siquiera comprendo el motivo de mi búsqueda ya. Solo por instantes, le doy la razón a aquellas voces que me juzgan y me reprimen. Es que ni siquiera lo entiendo, soy una tonta obsesionada con los finales, con las palabras no lanzadas al aire, con la concreción firme de los hechos. Soy una loca que sigue buscando a alguien que apenas recuerda. Los que juzgaron mi huida no saben mi sentir, ni de esta búsqueda sin sentido, y afirman que hay un viejo amante al que frecuento en este pueblo. Claro, un amante. Siempre buscan una razón convincente para una huida prenupcial. Pero no hay una razón; a veces pienso que es mejor la invención del amante, a que sepan de esta búsqueda de un ser que no me recuerda, que yo no recuerdo.
Mas las lenguas que no ignoran el motivo de mi escapada me juzgan y me reprimen diciéndome que busco a alguien que no existe, que busco a una persona que debió morir hace mucho tiempo para mí, y que mi lugar está en las preparaciones mundanas de una ceremonia a la que ya dudo que asistiré. Pero tengo que hacer caso omiso a esas voces. En mi intento por distinguir entre los diferentes juicios de las lenguas y mi propio sentir, las olas me interrumpen con sílabas tenues. Escucho atentamente y percibo que, entre cortados susurros, las olas quieren pronunciar su nombre, y me estremezco. Corro hacia el mar, corro hacia el sitio en el que él sostuvo mi mano por última vez. Lentamente, mis lágrimas caen y no puedo distinguir el nombre que las olas me quieren gritar, ya no susurrar. No escucho y grito, golpeo, corro, muerdo; para escuchar tu nombre, para que las sílabas mal pronunciadas me hagan sentido y encuentre la respuesta. Me fundo entre las olas y alzo mis brazos para buscarte, mientras mis lágrimas se desbordan de mi rostro y se mezclan en el mar. Entonces, esas malditas voces que juzgan irrumpen en mi búsqueda
—¡Por favor, ayúdenme a encontrarlo! — grito a un desconocido. Todos me miran como si estuviera loca, aunque ya no dudo que lo esté. —¿A quién buscas? —me pregunta un hombre alto con acento español. Él no parece confundido, al contrario, sus ojos están perplejos ante la escena. No tengo palabras que puedan responderle. Mi ser regresa, el hormigueo comienza a cesar y las preocupaciones se apaciguan lentamente, pero mis oídos aún zumban. — ¿Buscas a tu hijo? Tranquila… dime cómo es, su nombre...en dónde estaba. Las olas callan, las voces se van, me comienzo a marear y pierdo el equilibrio y la visión. —Busco a un fantasma.
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para decirme que no existes, que eres una invención mía para retrasar lo inevitable, para no ir a mi ceremonia. Y otras voces llegan amenazantes diciendo que no te encontraré, que fuiste un efímero amor que nunca debió existir, que nunca se consumó, que ya no debo esperarte. Mas las olas quieren confirmar tu ausencia, fueron testigos de nuestras inocentes palabras que cruzamos, de nuestras breves mentiras dichas para embellecer el momento y para ser disfrutado por su condición efímera. Grito y quiero desgarrar a esas voces, quiero que se alejen porque no hay otra verdad más la que dicta las olas. Necesito la verdad, necesito saber en dónde está él. Corro hacia donde están las personas, quiero una respuesta y la quiero ahora y la necesito completa. No quiero seguir con las manos vacías. Y, como extranjera en mi propio pueblo, miro a esas personas que, perplejas ante mi agonía, me preguntan qué estoy buscando. Caminan ignorando las fuertes sílabas que pronuncian las olas, parece que no las distinguen. Necesito que ellos me digan qué quieren decir. No puedo sola. El terrible pánico, la respiración acelerada y el hormigueo insufrible me consumen.
Escrito e ilustrado por: “Chelz”
Regresando a ese cumpleaños, mi mamá siempre solía despertarme temprano con algún detalle como una cartita y un pastelito. En esa ocasión, cambió el pastelito por un precioso conejito hembra de raza Belier (tienen sus orejitas hacia abajo) al cual en un principio lo llamé “Luna”.
Esta historia es… conmovedora y muy significativa, creo que más de una persona podría sentirse identificada o incluso podría hacerle recordar algún momento especial con ese gran amigo que tiene o tuvo. Bien, todo comenzó en un cumpleaños por allá del año 2009. Yo solía ser una niña que quería tener un perrito, aunque no se podía debido al lugar donde vivía (era un lugar muy estricto, tanto que prohibían tener mascotas de cualquier tipo en los hogares), por supuesto que eso no impidió que yo tuviera mascotas pequeñas como pollitos de colores, una iguana y 2 conejitos.
Camila era demasiado inteligente. Aprendió a hacer del baño en el mismo lugar, le gustaba explorar la casa, era cariñosa y traviesa, pero aun así mi mamá le perdonó mil cables mordidos. Incluso, una vez en su etapa adulta, comenzó a crear una especie de “nido” con su propio pelaje. Al parecer quería tener crías, pero no conocíamos a alguien que tuviera un conejo macho para poder cruzarla. Todo era alegría y diversión con esa criaturita hasta que en una feria me gané otro conejito – tenía como 3 meses de nacido - en un juego de monedas, este conejito recibió el nombre “Abbey”. Desde que Abbey llegó a nuestras vidas, todo comenzó a cambiar – y no para bien -. El primer día fue algo conmovedor, Camila se acercó a Abbey y de pronto comenzó a limpiarla (como si ella fuera su cría). La aceptó de inmediato.
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Creo que la mayoría de las personas (si no es que todas) saben que el hombre tiene un mejor amigo por naturaleza, el perro. Aunque claro, no siempre debe ser un perro, algunos prefieren a los gatos, otros prefieren roedores o incluso hay quienes prefieren animales exóticos como reptiles para domesticarlos y demostrar que ellos también pueden recibir amor y cariño.
Ella era una mascota única y rara, saltaba por todos lados, mordía todo lo que encontraba (comenzó a morder una esquina de la pared de la cocina) y hacía mil travesuras, era mi alegría y mi todo. Con el tiempo le cambiamos el nombre a “Camila” y al parecer fue mucho de su agrado porque al llamarla así se acercaba a nosotros.
Conforme Abbey fue creciendo se volvió un poco “rebelde”, pues se hacía del baño en cualquier rincón del lugar donde las teníamos ni respetaba el espacio personal de Camila –solía acostarse encima de ella-. Decidimos no tomarle mucha importancia ya que creíamos que con el tiempo aprendería de Camila, pero no fue así. Un día mi mamá y yo comenzamos a notar que Camila cojeaba, al revisar sus patitas notamos que tenía una especie de herida por lo que, sin dudarlo, la llevamos al veterinario. Nos dijeron que al parecer se había lastimado con algo, pero que no le pasaría nada malo. Al poco tiempo observamos que su herida solo se hacía más grande, volvimos a ir al veterinario y en esta ocasión nos comentaron que esas heridas en su patita eran una especie de “úlceras” provocadas por algo ácido – para este punto recordamos que Abbey acostumbraba a hacerse del baño en todos lados, por lo que llegamos a la conclusión de que esa fue la razón de sus heridas -, el veterinario nos dio medicamento para que pudiera curarse. Eso solo fue el principio del fin, Camila cada vez se veía más débil, ya no comía, le costaba demasiado caminar, había perdido su brillo. Abbey, por su parte; estaba más llena de vida que todos los integrantes de la familia, por decisión propia y por la salud de Camila, decidimos separarlas – Abbey se quedó con un tío, él la cuidó muy bien por ese tiempo-.
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Un día la bañamos y la sacamos al pastito en la tarde para que se secara con los rayos del sol. Todo estaba tan tranquilo, el viento soplaba levemente, el sol calentaba a una temperatura muy agradable, el pasto se veía tan verde a pesar de estar en diciembre… pareciera que fue un día planeado por el destino para que permaneciera tan agradable. Camila permaneció cerca, se movía torpemente y al fin pudo comer un poco de pasto. Todo estuvo tan bien, yo me encontraba de espaldas al sol sentada sobre el pasto
respirando profundo y viendo a mi hermosa Camila disfrutando del momento, me hacía sentir tan bien verla comiendo ya que se encontraba muy flaquita y con poco pelo – tan malo estaba su estado que su pelo comenzó a caerse en cantidades grandes para un conejito –, simplemente me alegró verla feliz. De pronto, noté que se acercó a mi pierna y se recargó sobre ella, aún estaba húmeda por el baño, pero no me importó. Lo único que pensaba era “vas a estar bien, ya quiero verte saltando y mordiendo cables” mientras la acariciaba levemente para no lastimarla. Recuerdo que ese momento duró unos 5 minutos, hasta que decidimos volver a casa porque el viento comenzaba a soplar. Cuando la cargué, recuerdo que mi mamá me dijo “parecía como si Cami te quisiera decir algo”, yo sonreí y solo pedía que se recuperara pronto mientras la besaba en su cabecita, al entrar a casa la dejé en su lugar y me despedí de ella para ir a dormir. Sin saberlo, fue la última vez que me despedí de ella. Al día siguiente, un viernes 18 de diciembre del año 2015, mamá me despertó con lágrimas en los ojos… Camila había partido de este mundo. No sé exactamente cómo describir el sentimiento tan profundo de tristeza que me invadió, quería que se tratara de una pesadilla de la cual no podía despertar, desafortunadamente no lo fue. Con el alma hecha pedazos la abracé, la acaricié, le lloré, me destrocé. Fue uno de los momentos más difíciles de mi corta vida porque ella formaba parte de la familia, fue (y lo seguirá siendo) mi tesoro más preciado. No había un solo día en que no la recordara, en verdad fue mi todo. Un tiempo después, mi mamá me dijo que tal vez ese gesto suyo – el apoyarse sobre mi pierna ese día antes de partir – fue realmente una despedida.
por Aide Yoali Vega Valencia Ilustraciรณn Guillermo Calva Aguilar
Pasaron dos días desde que llegué, se suponía que tu llegada sería sorpresa, pero sabía que llegarías ese día, ¿por qué? no lo sé, lo sabía. A la hora que llegaste no estaba en casa, así que te hice esperar para verme. Cuando te vi una sonrisa en mi rostro se dibujó, pero al haber más visitas tenía que aguantarme las ganas de correr y abrazarte; fuiste de los últimos que saludé, pero valió la pena, nos dimos un abrazo que expresaba cuánto nos habíamos extrañado. Por un año había estado esperando un abrazo tuyo. Estábamos sentados en diferentes lugares, pero nuestras miradas se cruzaban y nuestros labios sonreían. Yo sentía paz al tenerte ahí, lo
que no sabía era si tú también lo sentías así. No habíamos hablado en los últimos nueve meses, así que no sabía nada de ti, ni tú de mí. Tenía muchas ganas de que me contaras todas tus locuras y yo de contarte todas las mías. Llegó la noche y las visitas se fueron, estábamos juntos, éramos más maduros que el año pasado y por ser el primer día en vernos después de tanto tiempo, entablamos una tímida conversación. Es normal que cuando dejas de ver y hablar con una persona por casi un año, es difícil volver a conversar con naturalidad. Pero conforme avanzaban las horas esa pena se fue evaporando y volvimos a ser los mismos de antes. Los días pasaban rápido y como siempre se volvían inolvidables, esta vez nuestra relación la sentía más fuerte que nunca y te sentía más unido a mí, más que otros años.
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Como cada año, llegué a la ciudad antes que tú, sólo que esta última vez fue todo diferente desde el principio. Sí, llegué a la ciudad, pero no en las fechas acordadas de cada año, por esa razón nos vimos menos tiempo. No era raro que la primera en llegar haya sido yo, siempre es la misma rutina, año tras año haciendo lo mismo, ya es normal. Pero siempre aprovechaba el tiempo en lo que tú llegabas.
Se aproximaba Año Nuevo, fuimos al centro comercial a hacer algo que jamás habíamos hecho juntos, fue una de las mejores salidas, diferente, porque estabas conmigo. Año Nuevo tocó a la puerta, era media noche, hora de los abrazos, fui la primera a la que abrazaste y la única a la que le dijiste palabras tan hermosas y alentadoras. Nos separamos para seguir dando abrazos. Fue un largo camino por recorrer, era demasiada familia, pero cada abrazo valía la pena. Pasaron algunos días, estas vacaciones estaban siendo de las mejores, no podía describir cuán emocionada estaba por nosotros, nos habíamos vuelto inseparables, sentía que ya nada podría ser mejor. Una noche antes de que te marcharas, tuvimos una plática profunda y extensa, sólo los dos. Fue una gran charla, pude sentir toda la confianza que me tenías. Llegando el día que te marcharías, en mi interior sentía que algo iba a cambiar después de estas vacaciones, te estabas despidiendo de todos menos de mí, no sabía si sí lo harías, así que decidí ir a otra habitación, estaba confundida del porqué no te ibas a despedir de mí; en eso entraste,
ahora sabía que te querías despedir de mi a solas. Me abrazabas mientras empezabas a despedirte con palabras, tus brazos protegían por completo mi cuerpo, sentí el beso en la frente que me diste, fueron segundos los que duró ese abrazo, pero yo lo sentí eterno y prestaba atención a todo lo que hacías y decías, porque se sentía muy real, es decir, te estabas despidiendo como si ya no me fueras a ver nunca. Así que te abracé más fuerte. Te vi marcharte, cada año lo hacía, pero esta vez sentía que mi corazón se estaba rompiendo en pedazos, tendría que esperar de nuevo un año para volver a verte. Pasaron dos semanas, chateábamos diario desde el último día que nos vimos.
Han pasado ocho meses, no sé nada de ti. ¿Cómo es que te volviste un completo extraño
para mí? Ahora me pregunto cómo será nuestro próximo encuentro si antes lo único que hacíamos era pasarla juntos. Pero tú me sacaste de tu vida, por consiguiente, yo también trato de sacarte de la mía, pero ¿cómo olvidas a una persona que formó parte de toda tu vida y que la conocías hasta en sus peores momentos? Se que no teníamos la misma sangre, pero siempre te consideré como mi hermano y tú a mí como una hermana. No sé qué haré cuando te vea otra vez, sólo puedo pensar en ese último abrazo que nos dimos, sin imaginar que exactamente sería el último.
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Un día de la nada dejaste de responder, quise saber si te ocurría algo… así que te llamé. Al contestar te sentí diferente. Empezaste a hablar, la persona que conocía de hace años parecía haber desaparecido en un parpadeo; por alguna razón me hiciste sentir que yo tuve la culpa en algo. Me dijiste que algunas cosas en tu vida estaban cambiando, que estabas intentando algo nuevo y que yo no iba a ser parte de ese cambio.
Un último adió Una entrevista a Guillermo García Pérez
Despedimos a la Revista Cuadro con esta entrevista hecha a el miembro fundador del formato de la Revista Cuadro como lo conocemos actualmente. Esta entrevista fue hecha por el equipo actual que lo conforma. Repasemos juntos un poco de la historia detrás de Cuadro, pensamientos de Guillermo sobre la metamorfosis que ha tenido a lo largo de todos estos años conforme el mismo equipo creativo fue cambiando, y consejos sobre cómo llevar a cabo un mejor resultado para una revista.
ós a Cuadro ¿Cómo comenzó todo?
¿Cuántos años estuviste en la revista? Estuve 4 años en la revista.
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Creo que al principio tuve mucha suerte de que ya hubiera un equipo y dinámica de trabajo. Y además tuve la “ventaja” de qué nadie quería entrar a ese proyecto. Entonces fue muy natural que me confiaran el trabajo de ese proyecto, aunque no tuviera experiencia previa. Además, tuvimos la suerte de que nos permitieran replantear, pero de forma bastante integral el proyecto, cómo el cambio de nombre. Antes se llamaba IMPULSA. Lo pensamos como una coherencia editorial en qué el formato fuera el nombre y el nombre tuviera su adjetivo. De esta forma el formato, nombre y adjetivo dieran toda una narrativa, que íbamos a respetar cada número. Entonces así empezamos y pudimos mantener el proyecto los cuatro años que yo estuve aquí Y creo que al final eso nos dio un cuerpo de proyecto bastante amplio. Nos dio bastante experiencia Y en lo personal me dio una base para poder animarme a hacer otro tipo de proyectos ya no sólo asociados al editorial si no asociadas a mis propias inquietudes creativas.
Cuándo sales, ¿tuviste algún encuentro de nuevo con la revista?
Llegué a ver lo que estaban haciendo otros equipos, pero de forma muy esporádica. Al trabajar en Cd. México me desconecté de forma muy rápida de la dinámica de la salida en la revista entonces lamentablemente no pude verle la evolución de la revista. Me daba curiosidad como el tiempo había repercutido en la revista. Lo que alcancé a ver de proyectos anteriores me llamaba la atención, otros proyectos atiborraban la información, colores y demás; pero nunca fue nuestra intención. Nuestro
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proyecto presentaba más aire. Nuestras revistas eran súper espaciadas con mucho espacio blanco. También las criticaban mucho eso porque asumían que incluir demasiados espacios en las páginas era equivalente a trabajar menos o como no echarle suficientes ganas, pero nosotros nunca pensamos de esa forma. Cada página de una revista es un espacio de exploración y esos espacios de exploración son necesarios, porque las revistas deben tener un ritmo de lectura. Yo creo que atiborrar una revista de alimentos signo de signo de inmadurez y falta de coherencia. Los blancos permiten un juego tipográfico. Los medios impresos deben proveer una experiencia distinta tanto visual como de lectura como de nivel táctil, la experimentación viene del tipo de papel, del peso, el gramaje.
¿Tienes experiencia trabajando en una revista 100% digital?
Si, cuando yo salí de la universidad, el equipo que hacíamos cuadro ya teníamos un despacho de diseño y comunicación. Entonces cuando yo salí les plantee que, sería interesante tener nuestra propia revista. Y obviamente como no teníamos dinero para imprimir el cauce natural fue una revista Web que se llamaba AB. Éste duró como dos o tres años. Al ver los tiempos de trabajo y las dinámicas de trabajo con los que lo hacíamos como que creíamos que debían ser iguales a las del Cuadro. Lo cual no funcionaba porque nosotros hacíamos números bimestrales cada dos meses y cada dos meses había nuevo contenido en la página. Pero era un poco absurdo porque cada formato te da sus propios ritmos de trabajo. A través de esa experiencia yo empecé a aprender las distintas necesidades de cada formato y cada medio la cual me ha servido para Tempestad. Porque Tempestad también es una revista digital la cual tiene dos salidas web e impresión
¿Cómo es que influyen las redes sociales en el diseño editorial y las revistas?
En la parte de Web influyen directamente tanto en el buen como en el mal sentido. Los medios impresos están en una situación de crisis de formato. Nadie sabe bien cómo hacer una revista, ¿que debe contener?, ¿cuál debe ser su periodicidad?, ¿qué le interesan los públicos? Todos estamos especulando sobre los públicos, pero considero que los públicos se construyen en el sentido de qué, no hay un público determinado en el que tú le tengas que dar cierto tipo de contenido, sino que tú proponiendo ese tipo de contenido reúnes a cierta cantidad de lectores que terminan conformando el público. Los medios impresos te permiten irlo construyendo y conociendo.
A través de las redes sociales estamos generando una dinámica. Pero específicamente con las redes sociales la cantidad de clics que tiene tu página es una dinámica muy desgastante y que no es buena para la profundidad de tus contenidos. Por qué cuando tú quieres vender anuncios para un sitio web lo que te piden es cantidades de visitas. Y si no tienes más de 50,000 visitantes públicos al mes ni te reciben los anunciantes, prácticamente no existes. ¿Qué hacen los medios para llegar a esos 50,000 visitantes únicos visuales? Se llama click bate que con titulares engaños solo atrapan al público, pero esto hace que la calidad de los contenidos editoriales baje; generando un círculo vicioso que sólo alimenta a la máquina bajo sus propios términos.
¿Está a favor o en contra de cambiar el nombre y formato de la revista cuadro?
Es decisión completa de ustedes tomando en cuenta que, no es sólo cambiar por cambiar. Es mejor que refleje sus inquietudes creativas y si para reflejar esas inquietudes creativas hay que cambiar todo esto, adelante.
Consejos y experiencias sobre los bloqueos creativos Yo no creo en eso; así como lo comentaba anteriormente, se construyen públicos, la creatividad también se construye. Es un trabajo constante donde se generan las propias ideas y propios procesos creativos. No hay bloqueos porque la realidad es tan compleja que en realidad creer que hay un bloqueo es no estar lo suficientemente atento. El proceso creativo me parece emocionante. Cuando hablo de Momentos críticos o crisis nunca lo digo como algo negativo. En los momentos de crisis es
cuando pueden surgir los procesos colectivos de creatividad interesantes. Creer en la intuición no es lo opuesto a la razón, inteligencia. Al contrario, la intuición está puesta para trabajar en concordancia con el mundo y te permite llegar al nivel de inconsciente para poder encontrar claves que te permita construir los procesos creativos.
Nosotros tratamos que la comunidad estudiantil participe escribiendo textos una ilustración o incluso con una fotografía, pero lo que nos ha sucedido es que no muchos se animan o al final no se integran. ¿Cuál sería o existe una manera para atraer a más gente?
Jugar con el dispositivo, escenario, contexto.
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Nosotros teníamos el mismo problema abrimos la convocatoria porque al final es una revista de la universidad y debías integrar a la comunidad universitaria. No nos enviaban muchas cosas y nos pasaba que nos enviaban textos plagiados. Todo el tiempo debíamos estar lidiando con estas dinámicas de poca participación. Nosotros lo que hacíamos era, encontrar colaboradores constantes. Entre más escribe una persona también va a ir mejorando su escritura y si tú le das espacio para que sigua escribiendo dentro de uno o dos años tendrás mejores textos Mi recomendación sería tener una base que puede ser de 5,8, 10 personas y colaboradores constantes, ya sean maestros o alumnos. Y seguido de ese proceso empezar a vincular colaboradores externos. A partir de esa base ya puedes instar a que las personas que generalmente no colaboran, colaboren. Ya tienes resuelto el grueso de tu número y no estás esperando a que participen para llenarlo simplemente lo complementas. Hacer que participen de una forma lúdica no a fuerza con un texto, integrar a la comunidad en sesiones de fotos interesantes, las conversaciones colectivas ayudan a darte ideas sobre el próximo número.
Todo pasó tan rápido. Las clases comenzaron y estaba saliendo muy bien, la última vez, salíamos a fiestas, jugábamos entre clases o durante clases, mi crush por fin había notado mi existencia gracias a un taller de la escuela, excelentes calificaciones y aprendíamos demasiado. Luego el problema se hacía un poco más real. Un día estaba con mi mejor amiga planeando lo que haríamos con el trabajo del lunes en la escuela y al otro… ya no hubo ese tal lunes en la escuela. Pasó de una manera fugaz la situación que fue similar a cuando te quitas un curita de un lugar en extremo velludo… solo que el dolor después de quitarlo continúa y continuará… posiblemente. De la nada toda la vida cambió radicalmente. Ahora, mis amigos solo eran pantallas por aquí y por allá: computadoras, celulares y tabletas con voces irregulares y con interferencias. Mi escuela ahora eran correos sin ningún orden u horario en específico. Y en mi familia todo cambiaba, era una situación en extremo distinta a nuestro día a día antes de que todo esto empezara.
Escrito por: María José Rodríguez Ilustración por: Montserrat Álvarez López
Todo fue tan rápido, tan complicado y tan inusual que no te quedaba de otra más que acoplarte. “Te aclimatas o te aclimueres… literal”. El dolor, la picazón y el ardor de ese curita quitado sin duda continúa, pero supongo que sigue siendo necesario. Por el momento me quedo con el recuerdo de la última vez que salí, que comí en la cafetería de la escuela, que vi a mis mejores amigos y básicamente, la última vez que nuestras vidas eran normales y tranquilas. Sin el temor de olvidar tu máscara o tu spray, de saludar a alguien con un apretón de manos, un abrazo o un beso. De salir a fiestas los viernes con tus amigos porque uno de ellos cumplía años, de salir con tu familia un domingo a desayunar y después pasar al cine. De vivir tu vida sin temor a contagiarte y contagiar a otros. Lo chistoso de todo esto es que en sus inicios la veías tan lejana, tan… fuera de tu universo que realmente nunca imaginaste que iba a llegar a tu zona de confort. Tan irreal que no cruzaba por tu mente que ibas a pasar por la misma situación que en otro país tan lejano al tuyo. Pero cuando llegó... fue el mismo dolor que causa un curita al quitarlo sin ningún tipo de cariño. Inesperado y molesto. Ahora vivimos con el cálido y agradable recuerdo de la última vez que no usamos un curita…
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FRIO
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por José Mauricio Vázquez Rendón Ilustración Cell Oh Phan
Suena mi alarma. Son justo las 6 de la mañana de un día jueves. Debo alistarme para ir a la escuela. Hoy entro a las 7 y tengo examen a la primera hora. Son ya las 6:40 de la mañana por lo que debo apresurarme para llegar a tiempo, pero antes de irme, me voy a despedir de mis papás. Subo las escaleras, abro la puerta de su cuarto, pero sorpresivamente siguen dormidos. Mejor no los despierto. Tomo un plumón, una hoja y escribo “Me voy papá y mamá. Nos vemos más tarde.” Salgo de mi casa listo para partir a la escuela. Es una mañana demasiado fría, parece que estamos bajo cero. Camino rápido hacia el metro para refugiarme del frío. Ya en la estación me encuentro esperando a que llegue el transporte para que me lleve a la escuela. Estoy formado para entrar al vagón en orden, pero sin avisar, llega una pareja y se pone frente mío. Les replico que de favor respeten mi lugar ya que vamos formados, pero simplemente responden con
un “Hace demasiado frío.” Siempre he sido una persona bastante pacífica, por lo que ignoro lo sucedido y dejo que pasen antes que yo. Salgo de la estación y camino directo a mi escuela. Si apresuro el paso, me dará tiempo de repasar un poco antes del examen. Llego a mi salón y soy el primero en llegar. Tomo mi asiento, saco mis apuntes y empiezo a repasar lo que vendrá en el examen. Son las 7:05 a.m., ya todos estamos en el salón, sin embargo, nadie dice una palabra. Yo tampoco lo hago ya que nunca he sido de muchos amigos. Todas las mañanas, el salón era un desorden, sólo se escuchaban gritos y saludos; pero hoy no. De seguro todos están nerviosos por el examen. Justo en ese momento entra nuestro profesor con la prueba del día. Deja sus cosas en su escritorio y se acerca al centro del salón para decir unas palabras. —Sabemos todos lo que pasó. Así que, por respeto, dejaré una prueba en cada escritorio. Tal y como debió ser.
No lo entiendo, ¿de qué rayos habla? Eso me pasa por faltar tanto a sus clases en la mañana. Ya me enteraré del chisme después. Deja mi prueba en mi escritorio y me dispongo a resolverlo. ¿Qué es esto? Veo cada ejercicio del examen, pero por más que me esfuerzo, no recuerdo nada. Vamos tonto, acabas de leer la respuesta en tus apuntes hace apenas unos minutos. ¡Haz memoria! Me digo a mí mismo sin algún resultado. Ha pasado ya una hora y no llevo nada resuelto en el examen. Ya ni para qué esforzarme. Por suerte, este examen apenas vale el 20% de mi calificación final, y llevo prácticamente 9 en todo lo demás. Será imposible reprobar, aunque tenga 0 en esta evaluación. Por lo que decido anotar solamente mi nombre, dejar la prueba en mi escritorio y salir del salón. Ya en la puerta me despido del profesor, pero sólo se queda caminando entre los pasillos revisando que nadie copie. Estoy fuera del salón cuando veo por la ventana que toma mi prueba, se tapa la boca y toma asiento en mi escritorio. ¡Vaya! parece que le impactó mucho que no respondiera nada, hasta pálido se puso.
Llego a mi siguiente clase y es más de lo mismo. Un silencio que es hasta cierto punto incómodo. El único ruido que se escucha es el de la maestra al frente presentado sus diapositivas. Y así, se repite la misma rutina entre clase y clase.
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Son ya las 3 de la tarde. Han terminado mis clases del día por lo que, antes de ir a mi casa, voy a un parque que está cerca. Me gusta mucho venir a este lugar ya que está lleno de vegetación y es demasiado tranquilo. Tomo asiento en una banca mientras observo cómo el viento mueve las ramas de los árboles. Llevo ya una hora sentado y la verdad, nunca en mi vida me había sentido tan en paz. Me siento demasiado tranquilo, sin estrés ni nada. Sólo me gustaría que hiciera más calor. De verdad parece que el sol no calienta nada. Justo antes de partir a mi casa, llega un señor con un traje bastante clásico, como de los 70’s u 80’s, de buen parecer. Se sienta a mi lado y me dice
—Vaya que se siente paz de este lado, ¿no? — Lo volteo a ver, le sonrío y asiento con la cabeza. —¿Cuánto tiempo llevas por acá? — me pregunta el hombre de traje. Supongo que quiere decir que cuanto tiempo llevo en la banca, por lo que le respondo que como tres horas. Me voltea a ver con asombro y me responde —¿Tres horas? Yo llevo ya como 30 o 40 años por acá. — Creo que este hombre debe estar drogado. —Poco a poco te acostumbrarás y lo disfrutarás. Siendo honesto, es mejor “vivir” de este lado. Lo único malo es el frío. Continúa hablando haciendo unas comillas al aíre en la palabra vivir. Me entra un poco de nervio y miedo estar a su lado, así
Quien pensaría que ayer fue el último día que podría despedirme de mis papás, saludar a mis maestros, tomar el metro, sentarme en la banca del parque, comer... Bueno, creo ahora sólo queda sentarme y descansar, por fin.
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que sigilosamente me paro de la banca y camino de forma rápida a mi casa. Mientras camino a casa, me quedo pensando mucho en lo que dijo ese hombre. ¿De qué rayos hablaba? ¿Cómo que 40 años en esta zona? ¿Y por qué razón puso entre comillas la palabra “vivir”? Tengo dos soluciones, o que de verdad estuviera muy drogado ese hombre como para hablar de esa forma, o que él y yo… ¡No! Comienzo a correr hasta llegar a mi casa. Abro la puerta de mi casa y subo corriendo a mi cuarto. En éste, encuentro a mi papá y mi mamá llorando, sujetando la nota que dejé en la mañana. Así, como si nada, todo tiene sentido.
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FotografĂa por: Dayana Olvera
Si supiera que esta fuese la última vez Que te veo salir por esa puerta, Te daría un abrazo, un beso Te llamaría de nuevo para darte más… Si supiera que esta fuera la última vez Que voy a oír tu voz Grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas Una y otra vez indefinidamente… Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo Diría te quiero Y no asumiría tontamente Que ya lo sabes. Siempre hay un mañana y la vida Nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, Pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda Me gustaría decirte cuanto te quiero Que nunca te olvidaré… -Gabriel García Márquez
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