Número 42 Mayo 2019 Año 10
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Índice
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Mensaje de Rectoría
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Póster
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Ese silencio
-20-
El sigilo sin ti
-6-
Primavera
-24-
¿Qué es el silencio?
-8-
Lo que hallé en el silencio
-26-
Un ruido en el silencio
-10-
Las dos caras del silencio
-28-
La vida al borde del silencio
-12-
Mi silencio
-30-
XXI siglos de silencio: las mujeres de la literatura
-14-
El silencio de un pesimista
-33-
Convocatoria
-16-
Dices más que mil palabras
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Directorio
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Mensaje de
Rectoría Texto: Dra. Lourdes Lavaniegos Ilustración: Dayane Cuatepotzo
El silencio no necesita diccionario para explicarse y sin
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embargo es el gran olvidado del mundo actual. Estamos tan habituados al sonido, que discriminamos lo que queremos escuchar y cerramos los oídos a todo lo demás, por muy ruidoso que sea. Hay quien afirma que el término guarda relación con “semilla”, cosa que dudan los expertos; pero, aunque la raíz etimológica no coincida, el silencio es la tierra más nutritiva para sembrar aspectos humanos valiosos que de otra manera no fructificarían. En el silencio nos asomamos a lo inconmensurable de la divinidad; en el silencio, los enamorados encuentran su más profunda unión, los padres acarician la frente del pequeño dormido y él sueña a todo color. Desde el silencio brota la chispa interna de la creatividad y se renueva la espiral de la fuerza vital. En el silencio encontramos cómo nutrir el espíritu, curar una herida, tomar decisiones o cambiar de rumbo. Resulta una paradoja que nos acobardemos ante lo que nos podría generar infinidad de riquezas, pues hay que llenarse de valor para apartarse del sonido y enfrentarse al “uno mismo” que somos tú y yo hoy y así provocar, el mucho más perfecto, “uno mismo” que estamos llamados a ser. ¡Shhh… hagamos silencio!
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Texto: María Fernanda Romo Vázquez Ilustración: Sebastián Benítez
Mataba tu ausencia, porque con ella
llevaste todo lo que podría significar un sonido. Teníamos días en donde únicamente gritábamos, hacíamos ruido, no aprovechábamos el rico silencio que provocaba el mirarnos a los ojos y con ello evocar los más hermosos sentimientos. Ahora nada resuena, ni siquiera mi andar. Es un eco vacío, lleno de sentimientos, de emociones que aún me cuesta descifrar. Y esta misma ausencia cuestiona, hace que me pregunte, ¿en qué momento silencio y ausencia comenzaron a rimar? Sinónimo de calma, antónimo de alboroto, analogía para la paz, también para lo penoso. Connota una afonía denota mi dolor. Es el abismo, la inocencia, de aquello que la mente recordó. De lo inocente que es el ser humano, dado a que piensa que el silencio es no evocar sonido alguno.
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Texto: Blanca Arteaga Arana Ilustraciรณn: Grechel Chรกvez
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Ciudad de México, tres de la tarde, vein-
tinueve grados centígrados. El metro, que a estas horas ya trabaja a marchas forzadas, está a reventar; por las ventanillas, inútilmente abiertas, entra el bochornoso aliento de la garganta subterránea. Arriba de nosotros, una primavera anticipada llena las calles de jacarandas y de vestidos con piernas desnudas que disfrutan del viento ocasional que sopla en estos días. Pero aquí abajo, esa primavera ficticia no es más que miradas de agobio, gotitas de sudor evaporándose de la frente, un roce de pieles húmedas que comienza a ser intolerable, el calor ocupa todo, ocupa el aire, ocupa los escasos espacios vacíos; el calor, ese pasajero silencioso. Vamos de estación en estación con la esperanza de que el vagón se vacíe, pero eso nunca sucede. Sube una madre, lleva a su hijo en silla de ruedas, nos hacemos a un lado aunque eso signifique la pérdida del último espacio vital que nos queda. Ella le pregunta: “¿Te acuerdas qué dibujito tiene la estación donde nos bajamos?”, él, que tendrá unos 17 años, le responde pero no alcanzo a oír la respuesta, la madre le dice que no, que es otro; lo corrobora viendo el esquema del trayecto. “Sí, tienes razón,
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es el que decías”, y él hace cara de: “Te lo dije”, pero ella, detrás de él, no puede verlo. Estoy frente a ellos, les miro, el hijo me mira y me sonríe, yo le sonrío también. En una sonrisa nos decimos nuestros nombres, en otra nos quejamos del calor, en otra nos reímos de la gente. Y así se nos va el trayecto, en una conversación de miradas y sonrisas que nadie comprende. Nos detenemos, la madre sigue hablando, la gente sigue subiendo, nos reacomodamos, una señora con una bolsa más grande que ella se interpone entre nosotros, sólo cuando el conductor frena de golpe y la inercia nos obliga a movernos, se vuelven a encontrar nuestras miradas y continuamos la conversación momentáneamente, volvemos a la posición inicial, nos perdemos. En la siguiente parada, baja un número considerable de gente, entre ellos la señora de la bolsa gigante. Puedo ver entonces que la madre anuncia a su hijo que en la siguiente estación también deben bajarse, el hijo asiente con la cabeza, me mira triste y en lugar de sonrisa me dice adiós moviendo la mano, le sonrío y mi mano también se despide, una tristeza pequeñita me humedece la garganta. Se abren las puertas, nos miramos por última vez y los veo alejarse mientras el bullicio, de una avalancha de personas, viene a devorarme. Ninguna de ellas sospecha que el silencio es el lenguaje de las miradas.
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Texto: Fernanda Sánchez Orduño Ilustración: Jocaveth González
Estado de ausencia absoluta de sonido.
Usualmente lo utilizamos en diferentes aspectos de nuestra vida diaria, sin siquiera darnos cuenta: en la lectura de textos, en la música en conversaciones; sin embargo, como seres humanos, el silencio lo hemos ocupado más que como una simple herramienta en nuestra vida cotidiana. Te has preguntado, ¿por qué en algún momento o punto de nuestra vida decidimos alejarnos de todo y entrar en un estado de completo silencio? ¿Qué tiene de especial? ¿Qué hemos encontrado en él? Personalmente, he encontrado en el silencio la paz y tranquilidad en los momentos de mayor dificultad; cuando ya no podía, cuando ya no quería, cuando estaba a punto de dejarlo todo, a nada de rendirme y marcharme. El silencio me hizo razonar y reflexionar. Me permitió analizar por lo que estaba pasando, me permitió adentrarme en lo más profundo de mi ser en busca de respuestas a las preguntas que yo misma me había planteado. Me obligó a buscar
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una salida, una solución, me obligó a ser fuerte. El silencio me encontró. Maravillosa herencia estoica. Pero no todo silencio en la vida viene del mal, de igual forma me he topado con silencios en los que encontré la satisfacción, la alegría, el amor, Momentos en los que caí en cuenta de la fortuna que me sonríe. Aquel silencio con el que me senté a disfrutar de uno de mis libros favoritos, aquel silencio que se produjo en el momento exacto de haber lanzado una mirada a la persona que me volvió loca de una forma alucinante, ese silencio que sólo encontré al ir a un estreno de película o una galería de mi artista favorito, ese silencio que encontré en un abrazo reconfortante. El silencio me encontró, de nuevo. Podría enumerar incontables situaciones, positivas y negativas, y es ahí donde nos convertimos en el silencio; él nos encuentra porque nos transformamos en esa ausencia, quietud, en la circunstancia que nos hace callar, ser testigos y ladrones de
cualquier sonido que perturbe esa atmósfera donde no es necesario oír o decir. La reflexión trasciende porque he hallado algo en él que me deja cierta tranquilidad ante la calamidad y la satisfacción, una exhalación acompañada con paz por la libertad de no tener que entregarme a la acción, de relacionar la nada con el mismo silencio, y no refiero a una nada existencial, sino al acto solemne de no hacer nada. Para resaltar aún más esta idea, Óscar de la Borbolla menciona: “No hay manera de hablar más que con aquellos con quienes ya no hace falta hablar. No tiene sentido mostrar nada, declarar nada, porque quienes son capaces de verlo son los mismos que ya lo miraban así”. Es aquí donde nos hallamos, donde nos volvemos a encontrar, y donde el silencio nos vuelve a unir. He encontrado en el silencio mucho más de lo que pude haber imaginado, y el silencio me ha encontrado más veces de las que pude haber contado. Y está completamente bien lo que yo hallé en él.
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Detrás de cada silencio existe
algo que nunca se termina por conocer, lo secreto, lo prohibido que morirá en el olvido o vivirá en el recuerdo. El silencio nos mata poco a poco, despacito y sin darnos cuenta. El silencio es el acto más cobarde cometido a diario. En él residen los pensamientos más profundos, esos que no se le cuenta a cualquiera, que reservas para ti. Residen mis sueños más locos jamás contados y abundan los sentimientos guardados en las entrañas, sin embargo, escapan de vez en cuando. Se esconden las mejores historias, las mejores experiencias y las mejores personas. Las grandes historias de amor nacen en él,
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condenadas por la cobardía, han de morir antes de vivir. Detrás de un silencio hay un olvido constante y un recuerdo inevitable. Detrás de cada silencio hay un verso nunca escrito, un beso nunca dado, un te amo nunca expresado. Te he dicho te quiero de mil formas antes de pronunciar una palabra, y es que te quiero por todo lo que nos decimos cuando callamos; mientras nuestros corazones pactan en secreto un segundo encuentro, y nuestras miradas se cruzan penetrando nuestra alma, desemboca una sonrisa que intentamos disimular sin éxito. Maldito sea el silencio de los buenos, de los que aman con restricciones, de los poetas muertos, de los artistas exiliados, de los corazones solitarios. Maldito sea el silencio de los malos, de los que callan ante la injus-
ticia y el dolor. Maldito sea el silencio de los que viven con miedo como si estuvieran atrapados, encarcelados y condenados. Maldito sea el silencio de los indiferentes, aquellas personas a las que todo les viene igual, planas, carentes de sentido. Pobres de mis hermanos muertos en vida, pues no han de conocer la libertad que es nacer cantante, poeta, bailarín; de gritar lo que se siente, de explotar de amor, de escribirle a las cuatro de la mañana, de besar y abrazar en cada oportunidad. Sin embargo, bendito sea el silencio en el que nos reencontramos después de habernos perdido, después de haber amado a todos menos a nosotros mismos. Bendito sea el silencio en el que te escuchaste por primera vez e ignoraste a los demás. Ben-
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Texto: Huric Andrea Aguilar Ballesteros Ilustración: Montserrat Álvez López
dito sea el silencio en el que has encontrado las respuestas que tanto habías buscado en el ruido de las calles y de la gente. Bendito el silencio en el que te diste cuenta que todavía no podías rendirte, que todavía podías dar más, entregarte más. Bendito el silencio que te reconstruyó después de haber estado roto, sin remedio. Bendito sea el silencio en el que nos disfrutamos y nos amamos sin decirnos nada, porque ya lo sabemos todo. Bendito sea el silencio donde encontraste a Dios y te llenaste de fuerza y fe. Bendito el silencio en el que te diste cuenta de quiénes soportan tu libertad y no le tienen miedo a tu locura. Seamos ambivalentes, para escuchar hay que callar, para crecer hay que hablar. El silencio, la ausencia y el encuentro.
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Texto: I’mTheNewKath
Tan frío, tan denso, tan lleno de coraje y
sufrimiento tenemos al silencio. Un abismo de emociones infiltradas dentro de este. ¿Cuántas veces no hemos descifrado el silencio de alguien? Saber que esa persona se está hundiendo, ahogándose, suplicando por ayuda con tan solo una mirada. El silencio desgarra, por dentro te mata, te consume. ¿De qué sirve el silencio cuando tienes ruido en la cabeza? Pensamientos que te atrapan y dejan sin nada… Indagando en tu ser, quema por dentro las brasas ardientes del fuego que te envuelve, las cortinas pasan de ser rosas a azules, las paredes te encierran presagiando el dolor. Angustia, desesperación y soledad… todo en conjunto, corriendo desesperadamente por salir del laberinto de esta. Me cuesta respirar, tengo la respiración entrecortada, pesada, la cabeza me palpita y tengo un gran peso en la espalda.
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Ilustración: Montserrat Álvarez López
Una, dos, tres veces sentía las palpitaciones sobre mi sien, los párpados me pesan, arde, lo puedo sentir. El ruido en mi cabeza taladra mis sentidos, sentí mi vista nublarse, pude ver cada marca, cada cicatriz, cada laceración al borde de mis caderas; rosas frescas, recién hechas, invaden con el silencio lo más recóndito de mi ser. ¿Por qué no podemos ver lo rota que está una persona? Los que hemos quedado deshechos podemos saber que, detrás de ese silencio, miles de emociones ansían con salir a la luz. Las ganas de romper todo, de sacarlo, de llorar hasta deshidratarte… de liberarte. Ansío con ganas el día en el que deje de doler, que deje de sentir, el día en el que el silencio no sea esa sombra que atormenta a cada paso que doy, aquel depredador gigante que me acecha en cada movimiento, que me deje de seguir.
Con el paso del tiempo, puedo declarar que el silencio se ha vuelto un amigo cercano, siempre me manifiesta la realidad, no lo que quisiera oír. ¿Cuántas veces hemos llamado a alguien que no está solo para oír su voz a través del contestador? A través de ese silencio sepulcral, aferrándonos a un sueño para no sentirnos solos, para tratar de seguir adelante, rascando con fuerza un motivo para sentirte vivo. Aferrándote a lo primero que encuentras para llenar ese vacío que deja… pero todo lo que queda es el silencio. Aquel que está detrás de una conversación, detrás de una partida o de una incomodidad. Todo desemboca en un mismo punto: el silencio.
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Texto: Juan Pablo Randell R. Ilustración: Anahí González Cruz
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Así, de repente, se quedó parado en
medio de la habitación; todo estaba en completa calma, sus pensamientos iban y venían como una locomotora fuera de control, el sudor comenzaba a salir como un río sin control, el nistagmo era casi perturbador si no fuera porque no había nadie más que pudiera contemplar tan desconcertante escena. Intentó dar un paso, no pudo, su mente lanzó, entre todas las ideas que iban y venían, una pregunta que frenaría su seguro descarrilamiento, ¿qué pasa a través del silencio?, ¿quién pasa? Es la calma que precede a la desgracia. Cerró los ojos, trató de concentrarse en la primera pregunta; tenía, como todos cuando tratamos de responder una pregunta, un pensamiento automático, programado, por supuesto que no había nada en el silencio, por eso representaba un sinónimo de la nada, de la ausencia de todo. Pero, ¿y él?, era parte de la nada, él era nada, y lo sabía. Se sentó en la silla que había colocado en medio de la habitación, se llevó las manos al rostro y meditó con mayor profundidad; si él era nada, y eso lo hacía parte del silencio, quería decir que podía estar en todas partes donde no hubiera nadie. Se nombró así mismo genio, se regocijó al creer que había resuelto el adagio chino sobre el ruido que hace un árbol en el bosque cuando cae y no hay quien lo escuche. Regresó a su pensamiento y trató de
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definir el silencio, no podía concretarlo, de hecho, no pensaba que existiera la posibilidad de pensar en algo que jamás había tenido presente, incluso en el mayor de los silencios hay respuestas físicas del cuerpo, el tinnitus, el palpitar del corazón, la respiración, la contracción involuntaria del cuerpo. No le gustó esa premisa, lo que desencadenó un ataque de pánico. Volvió en sí. Lo que pasa a través del silencio es el ruido, y eso es el problema, es lo que rompe la perfección de la ausencia, lo que acaba con la nada, lo que da origen a la palabra, y en ese origen, a todo lo que conocemos. Qué denigrante, qué carga tan pesada para quienes no desean llevarla en hombros, en cambio sus hombros siempre habían sostenido eso por ellos, mal agradecidos, engreídos, inconscientes. Maldita sea la hora en el que el silencio fue destruido, extraído de la perfección y condenado al imperio del sonido, y todo para qué, por unos miserables que no entienden su propósito, que incluso creen que tienen uno, que su deseo es tan grande que los ciega de la verdad. Se golpeaba la cabeza con rabia, las ideas lo invadían, era un virus que se apoderaba de su cuerpo, y este inició la respuesta a la segunda pregunta: ¿quién pasa? Ahora le era más claro, su cuerpo contribuía a esa imperfección, atentaba contra el silencio y su nada, no podía
ser nada mientras el sonido saliera de sí. Pasó un tiempo, y en la casa no se oía un solo ruido, de vez en cuando golpecitos por el vaivén de algo, pero era tan disimulado que ni un perro podría percibir tan ínfimo sonido. Cada vez era más difícil pensar, las ideas iban de más a menos, se le nublaba la vista, no se le hizo extraño, estaba exhausto. Quería concluir antes de que el sueño le ganara, y llegó a esto: todos pasamos por el silencio, nos volvemos perfectos a ratos, pero somos necios, irracionales y queremos el ruido, el sonido que nos consuela y nos ilusiona, nos ata a la mentira de la vida, y parece que todos están satisfechos con esa decisión; pero no él, de entre todos esos conformistas, él salía de esa normalidad, quería quedarse en el silencio, ya no deseaba dar pasos. El silencio se fue apoderando de la atmósfera, ese vaivén cada vez era más lento y por supuesto menos perceptible. La noche cayó, el silencio se hizo presente unas horas. Cuánta perfección, tanta que nadie podía apreciarla y ahí radicaba su utopía, su ser y no estar para otro ser, el silencio le cierra la puerta a la vida porque no es bienvenida con todo y su alboroto. Salió el sol y el silencio se retiró; volvió a pasar, y así como aquel hombre, el silencio fue asesinado nuevamente, como todos los días, por unos gritos ensordecedores, la vida, que aclamaba su miedo al silencio.
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Dices tanto cuando me miras fijamente, dices más cuando
me abrazas fuertemente, dices todo cuando sonríes dulcemente ¡Oh, querida! Esas lágrimas que recorren poco a poco tu piel me dicen tanto; esos gestos que se forman en tu cara cuando alguien te ha hecho enojar me expresan todo; tu forma tan peculiar de caminar y la cara que haces cuando estás concentrada haciendo algo; esas mejillas que se ponen coloradas cuando mueres de pena; tus manos que empiezan a temblar cuando sientes que te han invadido los nervios y ese apretón que me das fuertemente al saber que el pánico te ha vencido; tu manera de ser y comportarte con los demás ¡Oh, querida! Me dicen tanto. Los suspiros que das cuando empiezas a recordar y los bostezos que se apoderan de ti cuando tus pensamientos no te han dejado dormir me dicen todo; la expresión que haces al ver que algo te ha gustado; esas muecas tan únicas de ti que me ayudan a descubrir que he ganado la discusión; la forma en que acaricias tu cabello y esa manera de sostener fuertemente el frente de tu cara me dicen más... El tic que tienes al morder tus uñas y el cruzar de tus pies cuando te encuentras aburrida; las mil y un posiciones que haces cuando no te sientes cómoda en un solo lugar y las señales que haces con tus manos para comunicarme algo; el baile que creas para mostrar que te encuentras inmensamente feliz y la seriedad de tu cara que me indica que algo no te parece; las canciones que susurras al tener los audífonos puestos por el miedo a que alguien más escuche tu desafinada voz. Eso, querida, me manifiesta todo… El placer que muestras al sentir en tu boca la delicia que te genera alguna comida en particular; el aspecto tan natural que concibes cuando te sientes insegura; los ojos tan desesperantes que causas al escuchar algo que te desagrada; tu forma de callar en todo momento; la manera que dices todo sin siquiera mover tus labios; los ingenios que tienes
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Texto: Glenda Hernández Ilustración: Lupita Morales
cuando alguien te ha aturdido de tanto hablar; la manera en que mueves la cabeza para afirmar las cosas aunque no tengas idea de qué estás afirmando y tus ideas tan soñadoras cuando te encuentras a solas… El silencio que le muestras a los demás y el ruido que llevas dentro; las formas tan tiernas de demostrar que algo o alguien te importa y tu delicada melancolía que reluce solo con pocas personas, el dolor que te causa algo y los daños que buscas evadir constantemente; lo que piensas cuando estás ausente y la emoción que derrochas cuando estás determinada a lograr una cosa en específico; tu manera de convencerme de algo y tu modo tan particular de dormir ¡Oh, querida! Cuánto me dices… Me dices más que mil palabras, me expresas todo sin siquiera hablar, querida… Tu silencio lo entiendo tanto que he aprendido a valorar las palabras que salen de tu boca y las ganas que tienes cuando me quieres contar algo; he aprendido a valorar también tus silencios y a llenarme de las esperanzas que tienes por las cosas y las personas; he aprendido a apreciar tu ingenuidad y a reconocer la inocencia de tu ser… ¡Oh, querida! He aprendido a escuchar lo que me dices sin siquiera decírmelo.
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Es como tener ojos y no ver, no escuchar pero sentirlo.
- Anรณnimo
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Texto: Malu Alveli Ilustración: Nelly Solano
Puedo pasar las tardes del ocaso pensando en lo que fue, en lo que pudo ser o sim-
plemente no será. Sin embargo, la lluvia, que se deja ver entre mi ventana, me incita a recordar todos esos momentos en los que tú y yo compartimos lo verdaderamente hermoso de la vida; ese tiempo perfecto en donde fusionamos nuestras miradas, caricias, sentimientos y emociones desbordadas que sellaban con besos y ternura infinita nuestro amor. Todo pintaba muy bien, mi instinto de mujer me decía que tú eras el amor que tanto había esperado, el que siempre estuvo ahí conmigo para protegerme, amarme y respetarme; sin embargo, no fue así. De repente comenzaste a cambiar. Me sentí atada de pies y manos ante tanto control, ya no era yo. Tú me mentiste al decir que me amabas y por eso eras de esa manera conmigo. Tu cariño me comenzó asfixiar, empecé a tenerte miedo por tus chantajes y amenazas en las cuales yo era la culpable, porque al menos eso tú me hacías creer, o lo asumía como verdad. Dejé de convivir con mis amistades, mi carácter cambió, deje ser sonreír y me perdí en un abismo que no tenía salida, ya no me vestía como antes, mi apariencia física comunicaba otra cosa que no era esa mujer femenina y romántica que siempre fui. No me daba cuenta de lo que realmente pasaba porque prefería seguir en una posición cómoda y escudándome de que la gente cambia y las circunstancias también, que tú me tratabas así porque me amabas, sí me amabas con toda tu alma, y yo era tu princesa, la que siempre soñaste.
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De pronto, tus palabras y caricias me incomodaban, eran agresivas, hirientes, despiadadas y descalificabas cada uno de mis actos, siempre tenías la razón en todo; sin pensarlo yo te inyectaba más poder al decir que si a cada uno de tus reclamos y restricciones, no fue una violencia física, pero sí fue una violencia psicológica de la que me costó mucho trabajo darme cuenta. Cada día eran menos mis ganas de seguir viviendo porque nada te parecía, porque yo siempre era la que fallaba y estaba mal. Me hundí en la tristeza y desolación. Lo más cruel era que me callaba, permanecía en un sigilo total, quizá por vergüenza o por miedo; era un dolor tormentoso, porque finalmente me había entregado a ti y te había dado todo lo
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mejor de mí. No tenía el coraje para enfrentarte y decirte que no quería esto, que ya no más, porque soy valiosa como tú y merezco que me traten bien y me amen. Era como una rosa que sin riego poco a poco se marchita, pierde su color, su forma y acaba secándose. Así me sentía, sin salida. El bombardeo de los medios con tanto estereotipo social me enajenaba, de tal forma que consideraba todo esa basura normal. Pero el dolor se prolongaba cada vez más, era una agonía que no terminaba y de la cual no sabía cómo escapar. Pero fue esa noche cuando estábamos en tu auto y tú me comenzaste a tocar de una forma que no pude aceptar más, te grite y dije: “¡No! ¡No quiero eso!”, me jalaste del brazo y comencé a llorar. Con toda fuerza, que no entiendo de dónde salió, abrí la puerta del auto, corrí y corrí sin destino. Esa noche lloré mucho y pude reflexionar que no estaba bien lo que había pasado y debía ponerle fin, fue así cuando decidí que yo era la dueña de mi vida y ya no tenía por qué estar hipnotizada ante ti. Recuerdo que esa noche mi teléfono no dejaba de sonar, fueron muchas llamadas registradas y quedaron como evidencia de tu desesperación por seguir teniendo el control; para rematar, al siguiente día me fuiste a visitar a casa, pero jamás salí y mi madre te pidió no volver a molestarme. En la escuela seguiste insistiendo, tu actitud me ponía a pensar en aquel cachorro de león que se mostraba tierno pero en cualquier momento sacaría la garra, gracias a la entereza que saqué de mí no caí nuevamente en tu trampa. Hoy lo puedo contar sin temor, por eso lo comparto con ustedes, porque quizá han pasado por algún momento así en su vida; les puedo decir que como mujeres hay que valorarnos y sacar toda nuestra fuerza interior para no caer en este tipo de situaciones que nos pongan en riesgo, porque el amor es libertad.
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Texto: Karla Verónica Cuellar Cordero Ilustración: Ixchel Estrada
El silencio es cuando no existe ningún ruido,
ninguno. Creo que puede llegar a ser bueno, pero también malo. Bueno en el sentido de que a veces necesitamos estar solos, pensar las cosas, para poder tomar buenas decisiones. Tener silencio te ayuda incluso a pensar en tus problemas y encontrar una buena solución, a tener paz y serenidad. Incluso el silencio se ha tomado como un arte. En particular, a mí me ayuda a tener paz, a encontrarme a mí misma, incluso me ayuda a tranquilizarme cuando estoy muy estresada. Cuando estoy enferma lo único que quiero es estar en silencio y poder descansar, porque en realidad creo que el silencio sirve para poder descansar el cuerpo y la mente, por eso es que cuando nos acostamos para poder dormir tiene que haber silencio. De igual manera, el silencio en exceso puede
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generar soledad, y también se tiene que tomar en cuenta que no siempre debemos de tenerlo, ni mucho menos alejarnos del ruido que generan las personas, su momento llegará solo. El silencio puede generar soledad que desemboca en depresión, trayendo con ella consecuencias que pueden ser graves como provocar una respuesta negativa en el sistema endocrino y está ligada a un mayor riesgo de sufrir enfermedades cardíacas o cáncer, igual se demostró que corren el riesgo de morir prematuramente. Pero el silencio puede ser un acto de respeto en muchas ocasiones, por ejemplo, cuando una persona habla las demás deben estar en silencio por respeto y cordialidad; también puede ser cuando estás en un velorio, el mayor tiempo posible debes de estar en silencio o cuando estás en una biblioteca, tienes que guardar silencio para que las demás personas puedan estudiar, leer o lo que sea que estén haciendo en este lugar.
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Por medio del silencio igual puedes compartir tranquilidad con otra persona, es decir, cuando estás atravesando un mal momento hay veces que solo tienes que abrazar a alguien y no decir nada más. O cuando estás con tu pareja el simple hecho de que los dos se abracen sin decirse nada puede ayudar a demostrar o transmitir muchas cosas o más bien sentimientos. Puede demostrar interés cuando vas a un museo y alguna obra de arte te interesa, solo la observas en silencio y piensas quizá por qué es tan importante o cómo se llevó a cabo su elaboración. Pero así como puede demostrar interés igual podría significar desinterés, este acto es una de las mejores formas de hacerlo. El silencio por parte de alguien en una relación puede generar que las personas se alejen. Ver el amanecer, el atardecer, las estrellas, el mar, las montañas o cualquier otra obra natural se vuelve más interesante cuando se hace en silencio. Te puede ayudar, hace que te encuentres a ti mismo pero, si se hace en exceso, puede ser malo. Como obra de arte, aunado a un sentimiento, es una de las mejores experiencias que se puede tener, recordando siempre que éste puede ser malo y bueno.
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Texto: Gerardo Pérez “Pachuli” Ilustración: Evelyn Murguía
Para un músico (como yo) el único silencio que se considera es el de la notación musical en todos sus valores posibles, ya sea de unidad, mitad o cuarto. Solo por mencionar los más conocidos. El silencio, para un amante de la música (me incluyo), también existe en nombres de algunas bandas o canciones. Por ejemplo, me hace ruido en la cabeza el nombre de aquel grupo español de los 80’s liderado por un muchachito ñango y greñudo, de nombre Enrique Bunbury, ¿les suena? Hablo de los Héroes del Silencio, que de silenciosos no tienen nada, y de héroes ya después lo discutimos al calor de unas chelas o con el espíritu del vino.
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“Vaga el mundo por el tiempo a la par del viento en el gran silencio” El gran silencio es una rola apestosa, según su autor Redrogo, Rockdrigo, Rodrigo González, de la cual unos chuntaros regiomontanos se agarraron y se colgaron para nombrar así a su proyecto musical y ponerte a bailar el Chuntaro Style. (Antes de continuar pido un minuto de silencio para el Maese Rockdrigo González, el Sacerdote Rupestre). Pongámonos más serios y vamos con la pieza: 4’33’’ (cuatro minutos con treintaitrés segundos) de John Cage. Éste camarada tuvo el atrevimiento de “componer” el silencio. ¡Pero qué grandes los tenía este carnal para hacer semejante barbaridad!
Me han contado, porque no he tenido el chance de presenciarlo, que es de lo más curioso estar en la presentación en vivo de la pieza; llega un pianista muy fufurufo a sentarse al piano, coloca una supuesta partitura y se queda sentado frente a ella como si la virgen le hablara durante cuatro minutos y sus respectivos segundos, según lo que quieras que dure la fermata (guiño a mis camaradas músicos). Hay gente que se mal viaja y no cacha lo que está sucediendo, hay quienes lo contemplan, muy mamones, a los mal viajados y existen otros (como yo) que les parece un mentada de madre muy bien aplicada. En fin, solo vine a hacer ruido donde se supone tenía que haber un silencio sepulcral.
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uchas veces he caminado sin tener algún rumbo que seguir; muchas veces he buscado algo sin saber qué es; he querido decir algo sin saber cómo pronunciarlo. Muchas veces hemos creído que dejarlo todo a la deriva sería lo mejor en momentos difíciles, creemos que abandonar nuestros sueños y lo que más anhelamos en la vida sería lo mejor para no llevarnos desilusiones de nuestra propia imagen; empezamos a alejarnos de la gente que más está con nosotros, a todos aquellos a los que les abrimos nuestro corazón y los dejamos conocer un mundo que nosotros hemos creado, solos, a nuestra propia manera y a nuestro propio sentir. Es terrorífico darnos cuenta que vamos viviendo estando muertos, que nuestro andar no tiene un propósito y que nuestra trayectoria no tiene un destino ni un camino marcado; es frustrante ver como la vida pasa y no te das cuenta de las oportunidades que estás dejando pasar, que todo aquello que algún día juraste lograr hoy lo quieres dejar. Impresiona la manera en la que nos queremos rendir a la primera, a veces no nos percatamos que nuestra luz se está apagando, pero está bien, está perfectamente bien, porque conoces lo que es estar en el suelo, lo que se siente estar derrotado y a veces es necesario estar ahí para darte cuenta de tus errores y que la vida aún no te ha ganado la batalla, que esto apenas es el comienzo de un viaje largo, de una trayectoria hacia la victoria y que de mil maneras la vida te está diciendo levántate. Te limpias las lágrimas y empiezas a tomar valor, te levantas y luchas, comienzas a enfrentarte a ti mismo, a conocer tus capacidades y poner a prueba tus debilidades.
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Texto: Vanessa Rivera Ilustración: Sebastián Benitez
El camino es duro y no es fácil, pero se puede recorrer en aquellos momentos más difíciles de nuestra vida debemos tener nuestra motivación arraigada a nuestro ser, que no nos haga conocer la derrota. Seamos nuestra propia fortaleza, seamos nuestro propio orgullo, el mundo no te espera; el mundo no te dirá quién eres realmente; el mundo te recordará por qué estás aquí, deja de escuchar tus reproches y empieza a admirar tus logros, deja de hacer lo que te digan y haz lo que tú digas.
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Es importante tener presente que los sueños se pueden hacer realidad y que no eres lo que la gente cree, eres lo que te tú crees, eres lo que te has propuesto, estas en cada momento de pequeñas partes de la vida de los demás; recuerda que así como existen personas que te quieren ver rendir, también hay quienes dicen “levántate que yo te necesito”. Mírate y recuerda que no eres un nada, eres un todo; se quien quieras ser sin lastimar a los demás. Vive la vida, porque no eres un gato de siete vidas; sonríe, porque no eres una magdalena para llorar; comparte, porque no eres un egoísta que solo piensa en sí mismo;
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se fiel, aunque no seas un perro, nunca sabrás quien volverá a hacer el intento de volver a creer en la humanidad contigo; ama, porque incluso la bestia pudo hacerlo; llena de alegría, porque existe el karma y lo que das recibes; apoya, porque nunca sabrás cuando y de quien lo necesitarás; quiere, porque también se vale hacerlo; prueba de todo, pero nunca te empaches; se feliz, incluso si te sientes solo, a veces de la soledad nacen los artistas, nacen los llamados “genios”. Ama a tus seres queridos porque nunca sabrás cuando será la última vez que los verás, pelea por tu felicidad, conserva tu motivación, defiende tus sueños y metas, crea nuevas cosas; experimenta lo que es la plenitud, conoce las cualidades que posee tu alma, conoce cada rincón de tu ser; recuerda que no fuiste hecho para el mundo, el mundo fue hecho para ti, que las cosas por muy difíciles que se vean tienen salida y no son para siempre, que esto solo es uno de los obstáculos que encontrarás en la carrera de la vida Tampoco te apresures a cosas que aún no te corresponden vivir, todo a su tiempo y disfruta cada momento porque no se repite dos veces. No seas ni finjas alguien que no eres solo por sorprender o quedar bien con una persona, sé tú mismo, y recuerda que por algo estás aquí. Eres fuerte, eres noble, eres el ser más hermoso del mundo, no te opaques tú mismo, tienes talento, tienes la capacidad, tienes la entrega, tienes las ganas, solo te falta creerlo y lo tienes todo para brillar así que hazlo que un brillo como el que tú tienes se debe admirar y recuerda que no eres uno más de los que se rinden pero sí uno más de los que gana y aprende.
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XXI siglos de silencio: las mujeres de la literatura Texto: Milka Arellano Salgado Ilustración: Jorge Alvarado
R ecuerdo, desde muy pequeña, un constante debate escolar
sobre la supremacía de alguno de los dos géneros, ya que por alguna extraña razón, históricamente en un contexto social y, lo que es más penoso, educativo, existe la creencia de que esto siquiera representa un tema válido. Durante todo mi camino estudiantil esta misma conversación se repitió y repitió, evolucionando en épocas, espacios e interlocutores, siempre frenando mi participación tras el encallejonamiento resultante de este mismo argumento: “el nombre de las mujeres no aparece en la historia”. Bastó un largo recorrido escolar, terminar una carrera universitaria, moverme de provincia, el número 221 de una Tierra Adentro y la movilización mundial de diversos grupos feministas para que esa constante duda que acechó mi construcción como adulta por fin resultara en un término que le diera una explicación lógica a esta misteriosa desaparición. Breviario cultural no autorizado. Bropiating, en pocas palabras, significa “llevarse el crédito de una idea generada por una mujer”, y conforma uno de los cuatro micromachismos más comunes entre la relación de ambos. Un micromachismo refiere al conjunto de prácticas sutiles y cotidianas que interponen el poder del dominio masculino atentando contra la autonomía femenina en diversos grados. La palabra fue acuñada en 1991 por Luis Bonino Méndez, psicoterapeuta español, quien se dio a la tarea de reunir en un solo término situaciones que ya eran estudiadas pero que respondían como “violencia blanda”. Partiendo de este breviario cultural, se podría decir que el bropiating daba explicación a todas esas omisiones históricas
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que intelectualmente han alejado tanto a mujeres como a hombres de gozar de un conocimiento silenciado y sepultado bajo el peso de concepciones sociales machistas. Sin embargo, y pese a la buena nueva, tampoco podría cuadrarme esto de que así de fácil miles mujeres a lo largo de la historia habían cedido crédito y aportación al hombre en cuestión. En el año 2015 Tim Burton presenta la película Big Eyes, que cuenta la historia real de Walter Keane, aclamado pintor de la década de los cincuentas, y Margaret Keane, su esposa, y el talento detrás de cada uno de los cuadros que le dieron a él un lugar en la historia del arte. Un claro caso de bropiating en el siglo XX. A partir de esta secuencia de imágenes, nombres como Sidoine-Gabrielle Colette y Delmira Agustini, escritoras, despojadas de su nombre y con relaciones de pareja conflictivas, fluyen automáticamente develando no sólo la extensión del machismo artístico en términos territoriales sino el nacimiento de lo que, a mi parecer, se convertiría en una clara táctica para hacer llegar sus textos al público: el seudónimo. Burlando el bropiating. Después de un inicio de 2019 ajetreado, donde las mujeres aún tenemos que preocuparnos por cosas como el acoso, la legalización del aborto o un salario igualitario mientras trabajamos, estudiamos y tenemos una familia, era evidente que el uso del seudónimo como recurso editorial sigue vigente. Pregúntale a J.K.Rowling. La escritora de origen inglés que tras una complicada situación económica arrastrando sus manuscritos de una editorial a otra, convirtió sus siglas en un juego de hombre/mujer que le permitiera a su
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público, por consejo de la industria, acercarse a su obra pese al género de la autora. “Mis editores, los que publicaron Harry Potter, me dijeron: ‘Pensamos que este es un libro que atraerá a muchos niños y niñas, ¿podríamos usar tus iniciales en vez de Joanne?’”, explicó Rowling en una entrevista con Christiane Amanpour, de CNN. La misma Joanne Rowling ha declarado su disgusto por haber tenido que modificar su nombre bajo las circunstancias sexistas de un mundo editorial cerrado a la creatividad femenina, acto que tomó fecha en plena década de los noventas y principios de este siglo. Una de las escritoras cuyas palabras acompañaron la infancia de miles de niñas y niños alrededor del mundo reavivando el gusto por la lectura, tuvo que modificar su nombre por el filtro editorial, mientras que a cambio, ella les daría siete libros con 450 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo y la base de una de las franquicias cinematográficas más exitosas de la historia. Otro polémico hecho que llevó el uso del seudónimo a nuevos niveles, fue el caso JT Leroy y Laura Albert. Jeremiah “Terminator” LeRoy era una joven promesa de la escritura, que a sus cortos 21 años ya había firmado para la realización de tres novelas y se había convertido en autor de culto. Todo el mundo quería conocer al “chico” detrás de esa vida de drogas y prostitución que englobaba cada uno de sus escritos, siendo así como este personaje andrógino de gafas oscuras y peluca rubia sale a la luz. Durante seis años Laura Albert, verdadera creadora de todos los textos bajo la firma Leroy, y Savannah Knoop, la persona tras la peluca, que con unas cuantas apariciones públicas y frases torpes engatuzó desde Bono hasta Winona Ryder, pusieron los círculos editoriales más selectos de cabeza con un escritor que nunca existió físicamente. Tras el destape de este alter ego, Laura Albert, quien en algún momento fuera puesta al nivel de Truman Capote, fue demandada por 116.500 dólares y reducida a the biggest literary hoax of all time por todos los medios de comunicación. La idea romántica del mundo editorial.
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“¡Pero si tan buenos eran sus libros no importaría que una mujer fuera la autora!”, reclamarían muchos de mis contactos de Facebook. En 2015, la escritora estadounidense Catherine Nichols hizo el experimento de enviar uno de sus manuscritos a agentes literarios utilizando un seudónimo masculino, a lo que resultó 17 de 50 respuestas positivas. El mismo mecanismo fue realizado una vez más pero ahora utilizando su verdadero nombre, recibiendo solo 2 respuestas positivas de 50 intentos. En términos de conocimiento referente a cualquier área, hay un sesgo implícito, a veces inconsciente, -micromachismo- a favor de la autoridad masculina y ese es un argumento que en siglos ha cambiado muy poco. Pero no es sólo el clásico machismo que ha frenado la literatura femenina, sino su suma con otro ingrediente aún más reciente denominado segmentación de mercado. ¿Por qué un libro como Harry Potter tenía que ser escrito por un misterioso personaje sin género? Porque de acuerdo a los parámetros que segmentan los contenidos entre literatura para mujeres y literatura para hombres, la pluma femenina sólo puede desarrollarse en limitados temas, así seas Jane Austen y tu obra sea un claro retrato social y económico. De esta manera es como los contenidos de cualquier rama y para mujeres de cualquier edad se ven encasillados y empaquetados en chick flicks soltados masivamente para su consumo. Así es como hemos llegado al siglo XXI, que si bien no se puede negar el avance que significa que 7 mil mujeres puedan tomar las calles de la CDMX, tampoco se puede esconder el hecho de que términos como bropiating no tengan siquiera una traducción al español. Ya sea un retraso editorial en términos de igualdad de género, la naturalización de los micromachismos por hombres y mujeres, o la necesidad de usar un seudónimo para hacerse caber en el escaparate, grandes mentes femeninas han sido borradas del mapa, pasadas desapercibidas y limitadas a un silencio irracional que les acompañó hasta sus últimos días. Ahora ya podemos decir que éste fenómeno ya tiene un nombre y que las historias mágicas de una mujer pueden llegar a millones de personas, pero esto sólo es el inicio de lo mucho que nos queda por hacer.
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