En un santiamén - cuento

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PRINCIPIO DEL CUENTO

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oy, al cruzar el paso de cebra, no podía ni imaginar que un cuento me estaba esperando en la acera opuesta. Allí es-

taban ellos, agachados y mirando hacia el interior de la alcantarilla; ellos formaban parte ya de muchos de mis cuentos, así que me acerque a saludarles.

—¿Qué pasó? —le dije al pequeño duende. Pero él no contestó; lo hizo su hermana, el hada Airam. —Su espada está en el fondo del pozo oscuro (solo los que no tienen fantasía, verían una sucia alcantarilla).

Estaba claro que el troll negro, dueño de la profundidades, se había encaprichado de una de las espadas del duende (no era la primera vez) y

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aprovechando la cercanía de este a sus dominios, sacó su mano invisible y se la arrebató, llevándosela hacia sus reinos. Pero el hada madre estaba cerca y hasta el malvado troll conocía la ira del hada madre cuando alguien osaba atacar a algún habitante de su reino, por lo que en su huida precipitada, cayó la espada y esta quedó colgada en un saliente de la roca que cerraba la boca oscura del abismo. El duende lloraba y lloraba mientras el hada Airam hacía todo lo posible por consolarle. El hada madre intentaba encontrar el conjuro que consiguiera alargar sus manos para poder llegar a la espada, pero cuando estaba a punto de alcanzarla... ¡el troll desde el otro extremo la hundió mas en las profundidades!.

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—Ahora si que no podremos recuperarla —dijo el hada Airam. El hada madre les miró, les sonrió y les dijo: —Este troll no se va a salir con la suya. Seguidme…

(Escrito por Flor Méndez)

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SIGUIENDO EL HILO DEL CUENTO DE FLOR

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uzbelia no podía dejar que Airam y su pequeño hermano Isul dejaran de creer en la magia; ese era el mayor de los te-

soros del corazón de un duende. Como hada madre, no podía eludir su responsabilidad, me contó al oído.

Sabía que su magia en esta ocasión le serviría de poco, pero aún podía utilizar otros poderes (hadaesfuerzo, duendeesperanza, elfoilusión o

todosauna) y otros tesoros hadamadrinos para lograr su cometido; así que no se lo pensó dos veces y se puso en movimiento.

—Venga, vamos, pongámonos en marcha —dijo. —¿Vienes con nosotros, Flor? —me preguntó Airam.

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—No, yo no puedo ir —contesté—. Soy muy grande; el troll me vería y, además, no podré seguiros por los sitios pequeños. Y no tengo tiempo, no puedo faltar al trabajo así como así. Por más que me gustaría, tendré que quedarme con las ganas. —Si quieres venir, si de verdad lo deseas, no debes preocuparte por eso —dijo el hada madre mientras agitaba su varita mágica y tocaba mi muñeca con ella— ¡Carabá, carabén, reloj san-

tiamén! Solucionado, mientras lleves ese reloj, todo el tiempo que permanezcas en nuestro mundo durará un segundo en el tuyo y serás tan pequeña como un duendeadulto. En ese mismo instante, la ciudad se convirtió en un hermoso bosque de flores de todos los colores, mariposas y árboles enormes de grandes hojas y frutos brillantes.

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—¡¡¡Oooh, qué belleza!!! —exclamé muy contenta. Era maravilloso estar en el mundo de los cuentos en persona y no sólo con la imaginación. —¿Podemos ir ya a por mi espada o seguimos con tonterías de mayores? —interrumpió Siul impaciente. —Tienes razón, no podemos perder más tiempo. Seguidme —-dijo Luzbelia echando a correr.

Los demás la seguimos sin dudar a través del bosque durante un largo recorrido, girando a derecha e izquierda en varias ocasiones hasta llegar frente a un gran árbol de anchura desmedida. Luzbelia habló al árbol en un idioma que yo no conocía y, para mi asombro, el árbol quebró su corteza para dejar paso a dos enormes ojos color cereal y una gran boca sin dientes bajo ellos.

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—Hace tres vueltas de relojeternidad que nadie me hablaba. Gracias por venir, Luzbelia. Dime, ¿qué deseas de este anciano árbol? —Querido mago Olecram, necesito ir a las profundidades —contestó—. La semilla de magia ha dejado de crecer en el corazón de este duende. Debo encontrar al troll negro y enfrentarme a él antes de que sea demasiado tarde. —¡Oh, no! No podemos consentir que eso pase o yo también dejaría de existir. Ningún árbol parlanchín sobrevivirá si un elfo, duende o hada deja de creer en la magia. Abriré la puerta a las profundidades para vosotros,

pero por favor

tener muuuuucho cuidado, es muy peligroso. Un nuevo encantamiento hay en el mundo oscuro. Buscad en el espejo. En vosotros está la respuesta.

A Luzbelia no le dio tiempo a preguntar nada más. El árbol hizo desaparecer ojos y boca y

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abrió en su base una puerta. Nos adentramos por ella a un lugar oscuro y bajamos por una escalera de raíces hasta muy, muy abajo. Cada vez estaba más y más oscuro. Tanto que Siul comenzó a llorar y a lamentarse. —¡Buaaaah, buaaaah, no hay nada que hacer! ¡Nunca encontraré a oscuras mi espada!, ¡no habrá nada que podamos hacer! Luzbelia intentó encender la punta de su varita con palabras mágicas, pero sólo se encendió una débil luz que apenas se percibía. —Cuanto más pierde Siul su fe en la magia, menos poderes tengo yo. Así va a ser imposible hacer nada —me explicó el hada madre justo en el momento en que Airam se puso a llorar como su hermano.

De pronto, me di cuenta de qué estaba pasando. No sólo Siul perdía su fe; también lo hacían el

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hada madre y Airam. Tenía que hacer algo rápido para devolverles la esperanza y la ilusión o todo esfuerzo sería inútil. Entonces, me acordé de algo.

—Esperad, tengo la solución —dije palpando el contenido de mi bolsillo por encima del pantalón—. Yo tengo un poco de magia de mi mundo que nos podrá ayudar durante un rato —anuncié mientras sacaba mi móvil (por suerte, lo tenía a tope de carga). —¿Eres un hada madre? —preguntó Airam esperanzada. —¡Qué tonta eres, Airam! Las hadas sólo existen en nuestro mundo. Será un truco para hacernos callar —dijo Siul, pesimista. —Tienes razón, no soy un hada y, mucho menos, un hada madre. Soy una CUENTACUENTOS — repliqué, dando importancia a mi cargo—; en mi mundo las hadas nos llamamos así. Y en vez de

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varita, tenemos otras armas mágicas... En la mano tengo una que se llama móvil y tiene dentro una luz especial para mundos oscuros. Justo en ese momento, encendí la linterna de mi móvil. Lo primero que vi fue la cara de sorpresa de Siul. En sus ojos, se instaló un brillo especial en el mismo instante en que la varita de Luzbelia se encendía.

Lo había conseguido. En el corazón de Siul, Airam y el hada madre volvía a crecer la semilla mágica.

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A MEDIO CONTAR DEL CUENTO

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abíamos caminado por la gruta fantasmagórica un buen trecho cuando escuchamos ruido delante de nosotros. Pa-

ramos para escuchar. —¡Es él! —susurró el hada madre—. Esperad aquí. Voy a echar un vistazo. Cuando regresó, nos anunció, preocupada y temerosa, que era el troll negro más grande que jamás había visto.

—Será difícil acabar con él. Con un solo manotazo, podría matarnos —advirtió. —¿Has visto mi espada? —preguntó Siul en voz baja.

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—No, no la he visto —contestó Luzbelia—, pero la encontraremos, tranquilo. Para eso hemos venido. Aunque me temo que primero tendremos que enfrentarnos al troll negro. Pero, ¿cómo? Por algún extraño encantamiento, ha doblado su tamaño desde la última vez que le vi. —¡Claro! Debe ser el encantamiento al que se refería el gran árbol —recordó Airam. —Es cierto —añadí yo— "Buscad en el espejo. En vosotros está la respuesta", dijo después el árbol parlanchín. Luzbelia, ¿has visto algún espejo cerca del troll? —Sí, sí que lo hay. Hay un espejo con forma de estrella al fondo de la gruta. Me asusté al verme reflejada en él. Al principio, pensé que era otro troll —respondió el hada madre. —Tenemos que mirarnos en ese espejo y descubrir el hechizo para que el troll vuelva a ser pequeño y podamos enfrentarnos a él. Pense-

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mos un momento a ver qué se nos ocurre

aconsejé. —No hace falta pensar mucho —anunció Luzbelia—, yo puedo pasar sin ser vista. Usaré mis poderes de invisibilidad y llegaré hasta el espejo a ver si averiguo algo. Vuelvo en un momento —Y tal cual lo decía, se difuminó entre las sombras. Airam, Siul y yo nos quedamos con la boca abierta y, expectantes y sobrecogidos por si no volvía, esperamos su regreso pacientemente. No nos atrevíamos a asomar la cabeza por la entrada horadada en la roca, por si nos veía el troll negro; así que no nos quedó más remedio que esperar en silencio sin saber nada de lo que ocurría en la gruta. Al cabo de un rato, como Luzbelia tardaba demasiado, me asomé a ver qué pasaba. Mi ánimo se vino abajo; ¡el troll negro había atrapado al

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hada madre y la tenía encerrada en una garrafa de plástico. Me fijé bien y me di cuenta que el bote era de mi mundo. Según pude leer en la etiqueta, ¡era una garrafa de aceitunas de Jaén!

Eso me devolvió a la mente que mi mundo era otro paralelo al que me envolvía gracias al reloj santiamén y que, en él, yo era de un tamaño igual o mayor al del troll negro; de modo que, no tenía otra solución que quitarme aquel reloj y volver a ser grande, aunque fuera un rato al menos. Antes de eso, tracé un plan con los pequeños. —Airam, me quitaré el reloj para hacerme grande y enfrentarme al troll negro. Mientras tanto, deberás acercarte al espejo a ver qué averiguas sobre el encantamiento —dije—. Tú, Isul, mientras tanto, tendrás que buscar la manera de hacer un agujero en el recipiente donde está en-

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cerrada Luzbelia. Ahí encerrada corre el peligro de quedarse sin aire, y abrir el bote será imposible para ti, es demasiado grande. —Pero, Flor, si te quitas el reloj, llegarás tarde a ese sitio que has dicho —me recordó Airam. —Eso no importa ahora, ya me inventaré una buena excusa. Al fin y al cabo, soy una cuentacuentos —respondí.

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LLEGANDO A COLORÍN

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e quité el reloj santiamén y volví a mi tamaño natural. De pronto, la gruta se convirtió en un pasillo del metro. Me

extrañó que no hubiera nadie y que estuviera casi a oscuras. Miré la hora en mi móvil y… ¡eran las 4 de la madrugada!. Entonces, me di cuenta de que al quitarme el reloj sin más, el tiempo había transcurrido de golpe como lo había hecho en mi mundo el tiempo que lo había llevado puesto. “Seguramente, me han faltado las pala-

bras mágicas”, pensé. No me importaba el tiempo que había pasado, pero pensé en mi familia y mis amigos; ¡estarían preocupados por mí!. Debía terminar aquel asunto cuanto antes y volver a casa para que estuvieran tranquilos… y ¡para comer! porque mi estómago sintió, también de golpe, la falta de alimento durante todas las horas pasadas en el mundo de los cuentos.

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Debía darme prisa.

*** El troll negro se asustó al verme. Era feo con ganas, peludo y maloliente. Tenía las orejas llenas de verrugas, los dientes negros (le faltaban algunos) y de la nariz le colgaban varios mocos que se movían al son del movimiento de su dueño… ¡era realmente como lo pintan en los cuentos o peor!

Luchamos durante un rato. Me mordió varias veces y yo, a cambio, le hice una llave de kárate que había aprendido en un cursillo de esos de autodefensa para mujeres. Me pegó un puñetazo y yo le devolví el golpe con la mano abierta (¡¡¡un buen tortazo!!!, como aquel que dice). Le empujé y cayó al suelo aturdido, momento que aproveché para abrir la garrafa donde se encon-

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traba Luzbelia, que estaba a punto de ahogarse, pues el pobre Siul, por más que lo había intentado, no había podido agujerear el plástico. El troll negro volvió a levantarse, esta vez con más furia. Parecía haber triplicado sus fuerzas (supongo que llevado por la ira) y yo casi no podía contener su forcejeo. Caí al suelo y casi aplasto al hada madre. Ella alzó su varita al aire para convocar uno de sus poderes, pero al comprobar que no funcionaba, se vino abajo su ánimo. Siul lloraba desconsolado entre un montón de trastos viejos que el troll tenía en un rincón de la gruta. Había perdido su fe en la magia por completo y tal era la causa de que la varita de Luzbelia no funcionara. El troll negro cogió una maza que tenía colgada en la pared y vino hacia nosotras con cara de pocos amigos. Yo cerré los ojos para no ver el

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final del cuento. No iba a ser un final de comer perdices y prefería no ser testigo de aquel momento. Protegí a Luzbelia con mi cuerpo esperando el golpe… Y de pronto se oyó una voz decir:

—Quieto ahí o te atravesaré con mi espada. Era Siul quien así hablaba, con su corazón lleno de valentía. En su mano izquierda (todos los duendes son zurdos, por si no lo sabías), blandía su espada, que brilló en medio de la gruta como un rayo de sol. A su espalda, otra voz acudió en nuestra defensa.

—Por el poder de la estrella, yo, Airam te devuelvo a tu tamaño y te condeno a morar en el bosque perdido por toda la eternidad.

Y…

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¡¡¡PLUFFF!!! El troll negro desapareció tras diez vueltas de espiral sobre sí mismo.

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LLEGANDO A COLORADO

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l hada madre y yo aplaudimos la valentía de Siul y la magia de Airam con gran entusiasmo y ellos vinieron corriendo a no-

sotras para abrazarnos mariposamente. Tras la alegría, Airam nos contó lo que había sucedido al mirar en el espejo.

—Cuando me miré en el espejo, no vi nada. Mi imagen no se reflejaba en él. Tan sólo había una luz con forma de estrella donde debía estar mi pecho izquierdo reflejado. Me fijé mejor en ella y vi el rostro de mi hermano dentro de aquella estrella hermosa. Al instante, apareció también vuestra imagen y, poco a poco, la estrella se fue haciendo más grande y más caras conocidas aparecían dentro de ella. Entonces, me di cuenta. Mi mayor tesoro, todo lo que soy, el motor

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de mi vida, es el amor por mi hermano y las personas que conozco. Esa es mi magia. La magia existe de veras y tiene muchas formas… cada uno debe encontrarla dentro de sí y seguir su estela. Entonces, fui a buscar a mi hermano, que lloraba en el rincón de los trastos viejos y le expliqué lo que había visto. Él se miró en el espejo y, en vez de su imagen, vio una espada brillante al fondo. El espejo, entonces, le devolvió su espada y le dijo: “Tu magia reside en la lucha contra el mal. Eres un guerrero de la luz y las estrellas te acompañan”.

Y colorín, colorado, este cuento… …este cuento lo debe acabar quien lo empezó, pues ella es la única con derecho a contarnos que pasó cuando volvió a su casa o que cuento contó a su jefe en el trabajo.

Eso, realmente, es otro contar.

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Escrito por Puri Sรกnchez, caminando a Flor

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