Cuentos para el andén Nº25

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nº25

marzo 2014

elmuro [3] andénuno [5]

Testimonio, Ricardo Doménech andéndos [10]

Dos microrrelatos de José Óscar López andéntres [13]

El fin de semana estaré bien, Liliana Colanzi nueva estación

100x500 [16]

Sigo soñando, Adriana Jardon dindondin [18] decamino [19] brevemente [20]

Relatos en cadena entrecocheyandén [23]

Crash, Rocío Vaquero Monje metroligero [25] pormotivosajenos [26]

novedades

José Mercé

Publicamos en este número el relato ganador de la convocatoria abierta 100x500 en la que seleccionamos sobre los primeros 100 relatos recibidos. ¡Llegaron en menos de 36 horas!

Edita: grupo andén comunicación C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | edicion@cuentosparaelanden.com | www.grupoanden.com Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Asesor de contenidos: Sergi Bellver. Publicidad: publi@cuentosparaelanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com Ilustración portada e interior: © Daniele Diella | Blog: danielediella.blogspot.com

Con la colaboración de:


elmuro

Finalistas:

Tema: Ruinas

Ausencias - Diana Torres (Barcelona) Sin título - Ismael Álvarez (Madrid) Torreon de Peñerudes - César Casatañón (Oviedo)

Ganador: Por dentro. Rafael Plaza (Madrid)

Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@cuentosparaelanden.com Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.com Tema del próximo mes: Andenes

Te escuchamos: Cuentos para el andén @cuentosanden lector@cuentosparaelanden.com

www.grupoanden.com

En Cuentos para el andén este mes estamos de celebraciones: estrenamos nueva modalidad de convocatoria abierta con 100x500, estamos a punto de estrenar web, y celebramos nuestro primer cumpleaños de edición 100% digital con la llegada de este número redondo, el nº25. Ya sólo nos quedan 75 para las tres cifras. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.

tw grupo andén comunicación

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andénuno

Testimonio Ricardo Doménech

AL principio fui de los que no le dieron excesiva importancia. Más tarde, de los que pensaron que no hay mal que cien años dure. Hoy creo, sinceramente, que esto no terminará nunca. Lo que más me inquieta, en el fondo, es que nos hemos acostumbrado a ellas de tal manera que ni siquiera les prestamos atención. Esta mañana, por ejemplo, me he encontrado al profesor Rodrigo, hombre culto y sensible si los hay. Iba a mostrarme su reciente edición crítica de las Saturnales, de Macrobio, cuando, al abrir la cartera de mano, súbitamente, han salido disparadas un montón de ellas, buena parte de las cuales han quedado prendidas en nuestras ropas. He podido advertir que él se las sacudía sin ningún gesto que denotara repugnancia, o al menos desagrado. Se las sacudía distraída, maquinalmente. Es lo que hace todo el mundo, lo sé. Pero que lo hagan hombres como él... ¡Qué distinto era todo al comienzo! Todavía estoy viendo la expresión descompuesta, los ojos alucinados de una vecina mía, Pilar, abandonando como loca su casa en el momento en que yo salía del ascensor. Llevaba en brazos a su hijo, de pocos meses, y el espanto la enmudecía. Entré en su piso... Qué escena tan horrible... Habían anidado en la cuna: allí estaban, tan felices y tranquilas, ni siquiera se molestaban en huir. Lo que más impresión me produjo no fue que estuvieran en un sitio como aquél, y en tan gran cantidad, sino su manera de estar:

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andénuno

orgullosas e indiferentes. Pues bien, el otro día fuimos mi mujer y yo a casa de Pilar, y he comprobado que no siente ningún asco, ni ninguna sorpresa, ante el hecho de que su piso, como la mayor parte de las viviendas de nuestra ciudad, esté literalmente plagado de ellas, hasta el punto de que es materialmente imposible dar dos pasos seguidos sin que, de forma involuntaria, aplastemos media docena en el suelo, produciéndose entonces ese chasquido tan característico, al cual, la verdad, no logro habituarme. Sí, qué diferente era todo al principio. En la prensa, en las conversaciones privadas, se hablaba, se discutía constantemente del asunto. Recuerdo aquellos monótonos comunicados oficiales -primero, del Ayuntamiento; después, del Gobierno- que querían ser tranquilizadores, a fuerza de hipócritas. Que no había peligro de invasión, decían. Que se habían tomado urgentes medidas de salubridad, tales como la fumigación de algunos parques, decían. Que se habían hecho estudios del subsuelo, decían. Que se había realizado el examen médico, preventivo, de personas residentes en las zonas más afectadas, decían... Decían, sí, decían muchas cosas. Y es curioso que hasta se puedan echar de menos aquellas declaraciones. En la actualidad, el Gobierno no se molesta en tranquilizar a nadie, porque nadie está intranquilo. La fuerza de la costumbre es muy grande, y hoy podemos dormir despreocupados, sabiendo que una gran cantidad de ellas duermen con nosotros, buscando el calorcillo interior de la cama, o paseándose por encima de nuestros rostros apaciblemente dormidos. Sí, qué diferente era todo al principio de la invasión. Me acuerdo de aquellos atardeceres, cuando las veíamos salir de sus escondrijos subterráneos y trepar aisladamente -una aquí, dos o tres más allá- por la fachada de nuestras casas. En esa época, las combatíamos valientemente. Primero, con insecti-

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cidas; después, con aceite hirviendo; finalmente, con palos y con escobas, con lo que fuera. Me pregunto qué ocurriría si volviéramos a intentar una acción de este tipo, pues quizá nos hemos dado por vencidos antes de tiempo. Es verdad que ni los rociados de piretro, ni el clordano, ni el DDT, ni las batidas de la policía y el ejército pudieron con ellas, como tampoco las batidas que, espontáneamente, organizaron las comunidades de vecinos. Hay que reconocer que no hacíamos sino dar palos de ciego, desde el momento en que se demostró que fracasaban nuestra ciencia y nuestra técnica. Pero sería interesante saber cómo se produjeron las primeras deserciones, averiguar quiénes fueron los primeros en decir -y con qué palabras- que era posible seguir existiendo como antes de la invasión y a pesar de ésta. No fueron los periódicos, desde luego. Cuando en éstos se empezaron a registrar síntomas acomodaticios a las nuevas circunstancias, se trataba de un sentir muy generalizado ya entre la población. En rigor, poco o nada sabíamos entonces de ellas, y bien poco es lo que sabemos hoy. Más con ánimo lucrativo que con el deseo de satisfacer la curiosidad que todos sentíamos al comienzo, se publicaron en seguida muchos libros de redacción apresurada, pseudocientíficos, pseudodivulgadores, con títulos llamativos, que inundaron librerías y quioscos; también el cine y la televisión hicieron su agosto. Recuerdo que me sorprendió el que, paulatinamente, dejaron de decirnos cómo nos podíamos librar de ellas y se pusieron a aleccionarnos acerca de cómo convivir con ellas. Por lo demás, los científicos sólo supieron explicarnos que estábamos ante un cambio brusco, radical e inesperado de la Naturaleza; que, con toda probabilidad, estábamos ante los comienzos de una nueva era. Pero poco a poco llegamos a perder la curiosidad, y ningún científico, ningún escritor, ningún periodista osaría hablar de este tema en la actualidad. Alguna vez he oído decir

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andénuno

que es un silencio dirigido, desde las esferas del poder, a fin de evitar situaciones alarmistas, actitudes desesperadas... Ojalá fuera así, pues eso demostraría que, al menos, y aunque latente, nos quedaba una cierta capacidad de respuesta... Pero yo pienso que se debe a la apatía y a la indiferencia de todos. Esa indiferencia y esa apatía nuestras pueden, desde luego, explicarse. Ciertamente, ellas están ahí, delante de nosotros, y no cabe ignorarlas. Pero sí cabe familiarizarse con su presencia hasta el punto de que ya no causen extrañeza, repugnancia o temor. La experiencia ha demostrado, además, que son pacíficas, que no atacan. El peligro de que propaguen epidemias se da por descartado; en este sentido, no son diferentes de los animales domésticos. Por lo demás, observándolas y observándonos, se advierte que son perfectamente compatibles con nuestros hábitos y costumbres. Seguimos disfrutando de nuestro televisor, de nuestro frigorífico y de nuestra lavadora; disfrutamos de nuestro automóvil, de nuestros fines de semana en el campo, de nuestras vacaciones pagadas... No han alterado en nada nuestra manera de vivir. Simplemente, están ahí: delante de nosotros, con nosotros... Pero en ocasiones parece que nos miran, ¿comprendéis?

tw Del libro La pirámide de Khéops. Ed. Salto de Página, 2011. Ricardo Doménech (Murcia, 1938 - Madrid, 2010). Desarrolló una extensa obra teórica y académica en el ámbito del teatro español del siglo XX. Ha escrito numerosas obras de ficción breve como Figuraciones (1977), Tiempos (1980), La pirámide de Khéops (1980) o El espacio escarlata (1989).

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andéndos

Dos microrrelatos de José Óscar López

El club de la siesta EMPEZÓ como una suerte de costumbre compartida por azar y ha acabado asemejándose a una reivindicación. Después de comer, todos venimos provistos de una almohada de viaje y con un gato entre los brazos. El gato es nuestro animal fetiche, por su naturaleza sesteante. Vamos distribuyéndonos por los rincones del cuarto de estar que, en el reparto de las tardes, corresponda cada vez. También nos repartimos sofás y cojines grandes por turnos: camas y cuartos separados se prohíben para evitar la tentación de escarceos carnales que desvirtuarían nuestro club. También todo tipo de sustancia que induzca al sueño. Definitivamente, están prohibidos los narcóticos y el sexo, así como las timbas o la conversación; también faltar a las obligaciones que cada uno tenga por la tarde. Sabemos que los otros echan en soledad sus siestas. Bueno, en realidad, la mayoría. Pronto comprenderán que, aunque seamos minoría, la unión hace la fuerza y, desvelados por tal inquietud, ya no podrán dormir. Con los ojos abiertos y desde sus camas o sus sofás, mirando al techo o, peor, a sus televisores, intentarán imaginar qué planeamos justo entonces; qué operación a gran escala, mortal, definitiva. En todo ello pensarán mientras nosotros, dulcemente abrazados a nuestros gatos y nuestras almohadas, en silenciosa paz, echamos nuestra siesta. tw Del libro Los monos insomnes. Ed. Chiado, Lisboa, 2013. José Óscar López (Murcia, 1973). Como narrador es autor de los libros de relatos Los monos insomnes y Nosotros, los telépatas (plaquette en formato electrónico, Suburbano, Miami, 2013). Ha publicado tres poemarios, va camino del cuarto, y ha colaborado como crítico y ensayista en diversas revistas y antologías colectivas.

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and茅ndos

Pasa un avi贸n PASA un avi贸n y deja una estela igual que la de un barco. Comprendes que el mundo est谩 sumergido.



andéntres

El fin de semana estaré bien Liliana Colanzi

UN día, después de que pasara lo que pasó, Diego dijo que yo tenía el carácter caprichoso de los hijos únicos. Hacía mucho calor y el aire acondicionado no servía y jugábamos a derretir cubitos de hielo sobre nuestras frentes. Por entonces el daño estaba hecho y lo que quería era alejarme de él a toda velocidad, como si eso fuera posible. Hacía calor y era de día y estábamos desnudos. En la tele pasaban canales pornográficos que ya no nos causaban risa, así que solo nos quedaba el refugio de la música, una cumbia villera sobre una niña a la que violan y matan en un descampado. No soy hija única, dije, y apagué la radio. ¿Entonces? No me pasa nada. No te lo voy a volver a preguntar. Me emputa que las mujeres se hagan las interesantes. ¿Estás enojada? No. Ya te pedí disculpas por lo de la otra vez. Estaba borracho. Y ya te dije que está olvidado. Las mujeres no son como los hombres. Nunca perdonan de verdad. Admitilo. Diego se paseaba por el cuarto enseñando su cuerpo duro y flaco. Parecés una muertita, me había dicho un rato antes, y yo había intentado moverme y hacer ruidos y pasarla bien. Nada funcionaba, aunque él me besara en los lugares en los que nadie más presta atención, como en los párpados y en el interior de las muñecas. Olvidate, dijo de repente, y se levantó de la cama para buscar una cerveza en

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andéntres

el minibar. Yo traté de cubrirme con la punta de la sábana. Así había comenzado todo. El doctor me advirtió que podría tener calambres de vez en cuando. Pero la verdad es que no sentí nada, ni entonces ni después. No como antes, cuando Diego venía a buscarme para reconciliarnos y acabábamos haciéndonos acusaciones espantosas por puro aburrimiento. Sos la cosa más linda, me decía Diego cada vez que lo hacíamos en ese motel demasiado grande y demasiado triste y demasiado feo que pagábamos a medias. Y yo sonreía y no decía nada, y cuando Diego me preguntaba en qué pensaba me daba vergüenza decirle la verdad, que estaba contenta dentro de mi propia piel. Una noche incendiamos todos los basureros del barrio. Cuando nos emborrachábamos se nos daba por quemar cosas. Esa vez llegó la policía. Era para morirse de risa, tres patrullas para apagar unos tristes basureros. Nos tuvieron encerrados toda la noche y la pasamos increíble. Al día siguiente llamó mi padre, que estaba en Chile haciéndose examinar el corazón, y me dijo que lo que había hecho era serio y que tenía suerte de que no hubiera acabado peor. Hacía tiempo de eso. No le teníamos miedo a nada. Pero si Diego se enteraba de lo otro, estaba segura de que todo sería distinto. Debe ser el calor, dije finalmente. Seguro es el calor. Huevadas, dijo él, herido, y nos callamos, los ojos fijos en las aspas sucias del ventilador. Faltan quince minutos, dije. ¿Nos quedamos otra hora? ¿Para qué? Qué sé yo. Para quedarnos. Ya no es igual cuando estamos juntos. Me siento mal y no sé por qué. ¿Es por mí? No sé lo que es. No sirvo para estas cosas, dijo Diego, y marcó el número de servicio del motel.

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andéntres

Tráigame la cuenta, ordenó, y empezó a vestirse dándome la espalda. Tan delgado que sus jeans eran de la misma talla que los míos. Nos gustaba intercambiarlos. A veces, también, me dejaba cortarle el pelo con una tijera de cocina. Nunca le dije que fui yo la que encontró a mi hermano y la que tuvo que descolgarlo. Tampoco le hablé sobre lo otro. No sé por qué, pero me habría gustado que supiera que no era, no había sido, hija única. Mi hermano nunca me llamaba por mi nombre, me decía pitufa, marciana, pingüino. Mi hermano, que me había enseñado a disparar una pistola de balines y a jugar póker y a aguantar la respiración debajo del agua, con el que me quedaba viendo tele cuando mis padres salían, con el que los veía llegar tarde, borrachos, insultándose. Pero ahora ya era tarde para decir esas cosas, para decir nada. Esta vez pago yo, dijo Diego cuando escuchamos el golpecito del mozo al otro lado de la ventana giratoria. Sacó un par de billetes arrugados de su billetera y los dejó en la charolita plateada. No se atrevía a hablar mirándome a la cara. Te llamo el fin de semana, dijo luego, y yo asentí y empecé a buscar mi ropa, todavía cubierta a medias por la sábana, mientras él esperaba sentado al borde de la cama, vestido y dándome la espalda. El fin de semana voy a estar bien, pensé, y vamos a beber y a divertirnos y todo va a volver a ser como antes. Solo tengo que estar bien el fin de semana. Pero no llamó ese fin de semana ni el siguiente. Y yo nunca le hablé a nadie de mi hermano ni de lo otro, y no volví a ponerme bien. Y pasó el tiempo. Una vez, en una fiesta, alguien incluso nos presentó, como si no nos conociéramos.

tw Del libro Vacaciones permanentes. Tropo Editores, 2012 Liliana Colanzi (Santa Cruz, Bolivia, 1981), ganadora del concurso nacional de microrrelato (Bolivia, 2004). Coeditó la antología de no-ficción Conductas erráticas (Alfaguara, 2009). Sus cuentos y textos de no-ficción han aparecido en varias antologías y revistas iberoamericanas. Es columnista del diario chileno The Clinic.

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100x500

Sigo soñando Adriana Jardon Ciudad de México. México

a 100x500 Es un ternacional in ia or at convoc 100 de relatos. Los recibidos. primeros textos 500 Palabras.

EN la oscuridad todas las personas podemos llegar a ser sinceras. Me suspendieron el servicio de luz hace un tiempo -diez meses para ser más específicospero como puede darse cuenta vivir en tinieblas no es tan malo como parece. La luz de las velas acaricia los sentidos. Siempre es bueno verse proyectado en las paredes o en el suelo para no olvidarnos de que estamos vivos y condenados. Su visita la esperaba hace rato. Mi deseo era que usted mismo se percatara de que el inmueble está en perfectas condiciones a pesar de que mi esposa ya no está para procurarlo. Me tomé la libertad de contratar a una sirvienta para que hiciera la limpieza. Tal vez piense que la luz de los candelabros disfraza los escombros que dejó el desdichado mes de abril, pero no es así. Hace unos días mandé a pulir el piso, concéntrese bien y verá cómo brilla, al mismo tiempo desprende un olor a caoba maravilloso, como el que le gustaba a mi Teresa. -Ya lo había percibido desde mi llegada. No cabe duda que usted se ha encargado perfectamente de todo. Aunque, no me lo vaya tomar a mal, pero de pronto me siento en medio de una pesadilla. -No tenga cuidado, es difícil acostumbrarse a la penumbra. Podría pensarse que la tristeza no se manifiesta en los objetos inanimados pero los muebles parecen estar encantados. Rechinan aunque se les ponga aceite y hay ocasiones en que las puertas se niegan a cerrar. Así es esto. -No veo por ninguna parte su radio antiguo, ¿acaso se descompuso? -No, lo vendí. La música ya no me apetece y por lo mismo de su antigüedad, recibí una buena cantidad de dinero. -Discúlpeme de nuevo, pero es que me gana la curiosidad, ¿por qué le cortaron la luz si parece que a usted no le falta el dinero? Me disculpo de nuevo por el atrevimiento. -Mire, señor Montez, desde que murió mi esposa no he podido plantar mis pies sobre el asfalto. Empaqué mi apellido, mis hábitos y los poquitos anhelos que me quedaban. Ella me hacía emocionar aunque ya me encontraba en la edad de la decadencia. Era mi calor natural, mismo que estas velas no pueden igualar por mucho que trate. Su mirada reemplazaba los escenarios más bonitos que un ser viajero puede presenciar. Como usted lo mencionó antes, vivo una pesadilla y la oscuridad la hace aún más real. No me tengo que enfrentar a nada ni a nadie, sólo la espero a ella. Sigo soñando.

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dindondin

enPAREDarte Concurso de paredes comestibles Madrid Hasta el 30 de abril http://espaciotrapezio.org

Concurso de cortometrajes del Festival de cine de Alicante Hasta el 30 de abril http://www.festivaldealicante.com

Concurso de cuentos de ciencia Hasta el 13 de abril http://www.educaixa.com

Para ser exactos… Los mayas y sus matemáticas (Infantil) Galería del Palacio Nacional. México D.F. Hasta el 27 de abril http://www.mexicoescultura.com

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decamino

eSpectacularKids es una videoteca online de espectáculos infantiles multilingües de calidad para visualizar en streaming. Su objetivo es ofrecer una alternativa a niños de entre 2 y 9 años donde aprendan mientras disfrutan y se entretienen con espectáculos de cuentacuentos, magia y teatro -las opciones disponibles actualmente en eSpectacularKids, aunque más adelante la empresa tiene en mente añadir todo tipo de artes escénicas, como circo, títeres,musicales…- representados por profesionales con recorrido. eSpectacularKids se presenta como una solución para familias con poco tiempo o presupuesto para consumir espectáculos culturales regularmente, así como para colegios.

http://espectacularkids.com/es/

tw eSpectacularKids se centrará próximamente en el desarrollo de la parte educativa del producto, con la generación de guías educativas (para padres y también para colegios) que ayuden a sacar el mejor provecho y permitan optar al aprendizaje de los idiomas a través de shows interactivos y con subtítulos. También están ampliando catálogo y su cartera de partners | press@espectacularkids.com

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febrero

brevemente

El anfitrión Semana 17 de concurso: 19 de febrero de 2014 Ganador: Francisco Victoria Cánovas

Y allí sigue, en silencio, acumulando polvo, junto al proyector de cine, el barco pirata y la nave espacial. Acumulándolo a manos llenas, infatigable, impaciente por tener terminada cuanto antes la isla donde poder dar cabida a tanto visitante inesperado.

marzo Adiós y hola Semana 18 de concurso: 5 de marzo de 2014 Ganadora: Lidia Sanchis Sorribes

Tanto visitante inesperado me llenó de zozobra. Mi padre, hombre algo tosco y de pocas palabras, nunca tuvo muchos amigos. Pero entre aquel grupo de gente que había acudido al tanatorio a despedirse de él y a darnos el pésame a mi madre y a mí, había bastantes rostros desconocidos: algunos hombres que supuse amigos de la mili o de la infancia, una mujer rubia y llorosa, otras que la consolaban. De pronto, alguien me puso una mano en el hombro. Me volví y vi a un joven que tenía mis mismos ojos. Nuestros mismos ojos.

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brevemente

Traición Semana 19 de concurso: 12 de marzo de 2014 Ganador: Florencio Meler Murillo

Nuestros mismos ojos le delataron. Estábamos jugando en el suelo cuando la puerta estalló. El hombre que entró por ella nos agarró del pescuezo y casi escupiéndonos gritó: ¡¿Dónde se esconde?! Entonces, el miedo de uno, o quizá el de todos, dejó escapar una mirada hacia la pared falsa. Luego todo fue muy rápido, en menos de tres minutos se habían llevado a nuestro padre. La vergüenza que nos ganamos aquella noche, en cambio, nos acompañaría para siempre.

Ofensa Semana 20 de concurso: 19 de marzo de 2014 Ganadora: Ana Sarrias Oteiza

"La vergüenza que nos ganamos aquella noche, en cambio, nos acompañaría para siempre". Cerró el libro. Si algo odiaba eran esos finales con moralina. Se levantó. Se tomó el tiempo de meter la camisa del pijama por dentro del pantalón y cargó la pistola. Luego cruzó el pasillo, bajo al sótano y mató al prisionero.

tw Relatos finalistas de febrero y marzo, del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes saber quién ganó y consultar las bases en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.

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entrecocheyandén

Crash Rocío Vaquero Monje Alumna del Taller de relatos del Patio Maravillas

ERAN las cuatro de la tarde y estaba trabajando en la gasolinera. Cuarenta grados. Agosto. El aire sabía a viejo. Era como si ya lo hubieran respirado antes. Era tan denso que daba sombra. En cambio, todas las canciones que salían de mi guitarra parecían pajaritos recién nacidos, que se caen del nido y se estrellan sobre el asfalto. Plaff. Miré mi reflejo en el cristal del escaparate, entre el expositor de chicles y las pilas de petaca; estaba gorda. Me giré y de perfil también estaba gorda. Había comprado una bicicleta estática para momentos como esos, pero sudaba sólo con mirarla así que tenía que conformarme; coca cola sin azúcar, sacarina y un abanico con el toro de Osborne, ras, ras, moviendo el calor. Estaba sonando Johnny Cash, ey Johnny, cántame otra, cómo me gustaría ser como tú y andar separando el mundo con los pasos. Sin embargo yo no separaba el mundo, estaba gorda, sudaba, y de mi guitarra nacían pájaros desplumados. Se había estropeado el aire acondicionado hacía dos semanas y creía que iba a estallar de calor. No hay peligro de incendio -pensaba- no queda una pizca de material incendiable en mi alma. Soy blanda, soy maleable, soy homogénea como un chicle mascado. Parece una tontería pero la guitarra era lo único que me hacía sentir bien. No entraba nadie en la gasolinera porque la gente no se mete en coches ardientes a las cuatro de la tarde así que dejé la guitarra en el suelo y fui a mear. Salía del baño, secándome las manos con un trozo de papel higiénico reciclado, cuando vi la rata. Gris, de cola larga, una auténtica rata de cloaca, fea, enorme, corriendo por mi impoluto suelo de gasolinera vacía sin el más mínimo respeto. Y ahí, delante de mí, entre paquetes de

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entrecocheyandén

pan tostado, periódicos, revistas deportivas, galletitas saladas… entre todas las cosas apetecibles que puede haber en una gasolinera, eligió y se puso a roer las cuerdas de mi guitarra. Casi podía oír cómo se reía. Más lista, más rápida, más hábil que yo. Entoces: Crack. Siempre me había preguntado cómo sonaría el cambio. Me había pasado la vida intentando cambiar; con revistas femeninas, con libros de autoayuda, con cassettes, con reuniones, con clases de aeróbic y con cremas de extracto de papaya. Pero no, el cambio es precisamente así, como ocurrió aquel día. Suena: crack, dentro de tu cabeza, crack que baja por la espalda, crak que sacude los dedos de los pies. Crack: ahí está, el cambio. En todas las gasolineras se guarda una pistola debajo del mostrador. Bordeé a la rata gris comedora de cuerdas de guitarra, que hincaba sus dientecillos en el Mi con insultante confianza, cogí la pistola con la mano derecha y alargué el brazo. Tenía el cuerpo tan tenso que no temblaba, no me bamboleaba de un lado al otro como un montón de gelatina dubitativa, era un cuerpo fuerte y compacto, como un arco guiando una flecha. Disparé: Bam. Justo, justo en el centro. El pellejo gris salió volando y aterrizó entre un montón de cds del Fari. Bam. Maravilloso. Orgásmico. La sangre le calaba la piel del pecho que se sacudía como si tuviera calambres. Disparé otra vez, desde arriba, muy cerca: Bam. Me miré en el reflejo del cristal, exactamente entre el expositor de chicle y las pilas de petaca, de pie, con la pistola apuntando en línea recta al suelo, la sonrisa ladeada a la derecha. Sublime. Aún sonreía mientras fregaba la sangre y al acabar, guardé la pistola en el sujetador.

tw Rocío Vaquero Monje. Narro todo el tiempo, en el metro, en la cola del super, mientras me hablan... Cuando no me cabe más, lo escribo. Descubrí el taller del Patio Maravillas donde estoy aprendiendo a socializar mis letras. Y sí, compartido es mejor.

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metroligero - holakokoro

Š Jasten FrÜjen

tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.

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pormotivosajenos José Mercé 12/03/14

Lo breve si bueno…

tres veces

bueno

P- ¿En qué tren estás subido ahora? R- Haciendo una antología de flamenco que creo que en año y medio pueda estar lista y un disco de cantautores con la Sinfónica, que espero esté ya en octubre. P- ¿Cuál es el peor aprieto en el que te has encontrado? R- La verdad es que hay muchos, pero el más grande la pérdida de mi hijo, lo demás es secundario. P- ¿El concierto con que más te has divertido? R- Trato de disfrutar muchísimo en todos, siempre que en mis conciertos hay gente joven, me divierto mucho y lo paso muy bien. P- Completa la frase: yo para ser feliz… R- Necesito muy poca cosa, levantarme todos los días, ver a mi familia bien. El día que yo me levante por la mañana y me digan que ya no hay paro en España, ese sería uno de los días más felices de mi vida. Hoy por hoy lo veo como una utopía, la verdad. P- Los trenes que se pierden ¿vuelven a pasar? R- Creo que es difícil, yo soy de los que dicen que "el que tiene la moneda, la cambia". P- Lo breve si bueno… R- Lo breve si es bueno es tres veces bueno. En la cultura del flamenco decimos que "cortito y flamenco".

P- ¿Qué libro te ha marcado? R- El Principito. Lo leí en un autobús, íbamos viajando con Antonio Gades. También soy un fan de toda la obra de Miguel Hernández. P- ¿Qué libro estás leyendo ahora? R- La reina descalza, de Ildefonso Falcones. P- Cuéntanos un truco infalible R- Los problemas, todos tienen solución menos la muerte. Mi truco es saber que "mañana será otro día". P- ¿Cuál es la mejor forma de contar un cuento? R- Que el cuento tenga mucha verdad. P- ¿Un medio de transporte que prefieras? R- Mi medio favorito es el coche. Me encanta conducir, me sirve de relax. P- ¿Hacia dónde te orientas cuando buscas refugio? R- Hacia mi compañera, mi familia, mi gente. Y siempre un buen amigo es importante, que no hay tantos. P- ¿Cuál es la ciudad donde te encuentras mejor? ¿Qué es lo que más te gusta de ella? R- Mi ciudad es Madrid, me gusta el asfalto, me siento muy feliz en Madrid, me siento un madrileño más.

tw El próximo 4 de abril, José Mercé actúa en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Madrid en concierto benéfico contra la ceguera y la mortalidad infantil. Todo lo recaudado irá destinado a la asociación humanitaria The International Help Alliance (IHA) para combatir la falta de Vitamina A que provoca ceguera a los niños malnutridos y para la construcción de un orfanato en Kenia.

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