nº31
octubre 2014
elmuro [3] andénuno [5]
Autobiografía de un viajante, John Cheever andéndos [12]
Asimetría, Maite Núñez andéntres [14]
Dos hermanos, Ernesto Calabuig lapuertadelanevera [19] nueva estación
diccionariodesaturno [20] brevemente [21]
Relatos en cadena dindondin [22] decamino [23] entrecocheyandén [25]
Cicatrices, Renée Noemí Picaguá
novedades
metroligero [27]
Publicamos a los ganadores de Diccionario de Saturno: Una nueva civilización está empezando de cero en Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos, ¿les echas una mano con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | edicion@grupoanden.com | www.grupoanden.com Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez, Kike Cherta, Juan Martini (Buenos Aires, Argentina) y Mónica Pano (Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Venezuela) Publicidad: edicion@grupoanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com Ilustración portada e interior: © Sara Fratini | https://www.facebook.com/sarafra | www.sarafratini.tumblr.com | www.sarafratini.com
Con la colaboración de:
elmuro
Tema: Papel
Ganadora: La vida en una valla- Maite García (Madrid)
Finalistas:
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@grupoanden.com
Consulta las bases y mira las fotos en grupoanden.com y Facebook Tema del próximo concurso: En las nubes
Te escuchamos: Cuentos para el andén @cuentosanden
El almacen de papel - Enrique Pérez. Madrid Más allá del muro - Sara Lew. Garrucha (Almería) Sin título - Carmina Córdoba. Madrid
En las páginas de este nuevo número de Cuentos para el andén habita un cuento del gran John Cheever, icono del relato norteamericano crítico con la clase media acomodada; nos visita en formato breve una condena a la frivolidad de la mano de un drama femenino, escrito por Maite Núñez y hablamos de una feria del fenómeno Do It Yourself. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
lector@grupoanden.com www.grupoanden.com
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Autobiografía de un viajante John Cheever NACÍ en Boston en 1869. Los miembros de mi familia, maestros y capitanes de barco, habían vivido en Boston desde tiempos inmemoriales. Éramos pobres y mi madre era viuda. Regentaba una pensión. Mi hermano y mi hermana trabajaban, y yo me preparaba para hacerlo tan pronto como terminara la escuela primaria. Decidí entrar en el negocio del calzado y convertirme en viajante. Quería ser viajante como otros quieren ser médicos, generales o presidentes. Cuando tenía doce años dejé la escuela y conseguí un trabajo de botones en las oficinas de una gran empresa de botas y zapatos. El primer año mi sueldo fue de cien dólares. Después me ascendieron a conserje y al año siguiente gané doscientos dólares. No era fácil conseguir un empleo por aquel entonces y tenía que trabajar duro para mantener mi puesto. Cuando iba a trabajar las calles estaban desiertas y cuando volvía a casa, oscuras y vacías. Por fin tuve la oportunidad de aprender cómo funcionaba el negocio en una fábrica de zapatos de Lynn. Me mudé allí, me alojé en una pensión barata y aprendí cómo se hacen los zapatos. Aún sé cómo se hacen los zapatos. Conozco el precio y en ocasiones incluso la manufactura de casi cualquier par de zapatos que veo; aunque a veces me pongo enfermo sólo con mirarlos, de lo baratos que son. Pues bien, trabajé allí durante cinco años, y en 1891 mi sueldo ascendía a setecientos dólares. Aquel año, por primera vez, me dieron la oportunidad de realizar un viaje comercial. No lo olvidaré mientras viva. Cogí un tren de Boston a Nueva York y de Nueva York a Baltimore. Me gusta viajar en tren. (Cuando pasaba mis vacaciones en el campo bajaba a la estación cada día para ver pasar el tren). Tenía un nuevo
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traje, un nuevo bolso de viaje, un maletín con el muestrario y un nuevo par de zapatos. Los zapatos me hacían un daño de mil demonios. Desde entonces nunca he vuelto a llevar zapatos nuevos cuando emprendo un viaje. Llevaba la billetera repleta con el dinero de las dietas. También me gustaba el dinero. Siempre que tengo dinero en el bolsillo y cojo el tren para viajar a otra ciudad, tengo la sensación de que mi vida comienza de nuevo. Cuando monté en aquel tren, tuve la sensación de que mi vida comenzaba de nuevo. Como iba diciendo, en aquella ocasión viajé a Baltimore. Llegué a media tarde. Reservé una habitación sencilla en el hotel Carrollton. Había agua corriente, pero no tenía baño. La tarifa era de cuatro dólares al día, incluidas cuatro comidas abundantes, si las querías. Recuerdo que el hombre que recogía el sombrero a la entrada del comedor no entregaba resguardo, pero nunca se equivocaba al devolverle su sombrero a cada cliente. Una propina de diez centavos era más que suficiente. Los camareros eran educados y de apariencia distinguida. El comedor estaba en el segundo piso. Permanecí allí dos días y gané lo suficiente para cubrir mis gastos y mi sueldo con un margen ligeramente inferior al precio de venta estimado por la sede de mi oficina. Cuando regresé el jefe me felicitó. Aquél fue mi primer éxito, el primero de una larga lista de éxitos. Para entonces mi madre había muerto y mis hermanos estaban casados. No vi mucho a mi madre en sus últimos años de vida y siempre lo he lamentado. No me interesaba demasiado por lo que hacían mis hermanos. Tenía mi propia vida. Siempre estaba ocupado. Dondequiera que mirara, cualquier forma y color, e incluso la lluvia o la nieve, me recordaban las reuniones de ventas y los zapatos. Comencé a forjarme una reputación. Trabajé para esa empresa hasta 1894 y entonces me hicieron una oferta mejor en Syracusa, así que me mudé allí. En aquella época ganaba tres mil dólares al año. Viajaba en los trenes más rápidos, encargaba mi vestuario a un buen sastre y me albergaba en hoteles caros. Tenía muchos amigos y muchas mujeres. El
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tiempo pasó deprisa. Mi sueldo aumentaba mil dólares cada año. Aquellos años en la carretera fueron los mejores y parecían no tener fin. A menudo vendía dos cargamentos de zapatos mientras tomaba un whisky. La mitad del tiempo tenía más dinero del que podía gastar. Tenía éxito. Tenía más éxito del que nunca hubiera podido imaginar, ni siquiera cuando tenía doce años. Pasé todos esos años en trenes, clubes y hoteles. Mi zona cambiaba con cierta frecuencia y llegó un momento en el que había cubierto todas las regiones de Estados Unidos. Conozco Estados Unidos y adoro Estados Unidos. Ahora mismo podría recitar cientos de nombres de sus ciudades, al igual que puedo recitar nombres de mujeres. Conozco los hoteles y los horarios, e incluso el humo de sus trenes tiene un olor dulce para mí. Tenía diez trajes, veinte pares de zapatos y dos veleros en Boston que utilizaba cuando pasaba por la ciudad. Apostaba a los caballos en todos los grandes circuitos, y jugaba a las cartas, a los dados y a la ruleta. Era masón, miembro honorario de los Elks, y tenía dos pólizas de seguros. Mis cifras de ventas variaban en función de las condiciones, pero mis ingresos rondaban los diez mil dólares. Algunas temporadas ganaba un poco menos y otras superaba esa cifra con creces. Sequías, lluvias torrenciales, modas, decesos, rencillas entre compañeros, todo tenía una incidencia en el negocio, pero el negocio era esencialmente el mismo que había conocido desde los doce años. Si perdía un cliente siempre podía conseguir otro. Las compras las realizaban individuos para empresas particulares. Los zapatos que vendía eran caros y bonitos. El negocio sufría fluctuaciones estacionales porque los hombres llevaban botas en invierno y zapatos de cordones en verano;
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nadie lleva zapatos de cordones en invierno. Y si lo hacen es porque están locos. En 1925 mi sueldo comenzó a disminuir; de los diez mil a los ocho mil dólares. Entonces trabajaba para una empresa de Rockland, y tenía mi sede en el hotel Statler de Detroit. A finales de ese año la empresa se retiró del mercado. Empezaron a sentir que la moda tendía hacia los zapatos baratos. Fue una sabia decisión retirarse en aquel momento del mercado, en vez de quedarse a la expectativa, como el resto de nosotros, ingenuos. A principios del año siguiente representé a una empresa de Lynn, pero cerraron cuando llevaba trabajando nueve meses para ellos. Los hombres sensatos estaban abandonando el negocio y olvidándose de él. Pero yo no podía dejarlo, no podía olvidarlo. Tenía cincuenta y siete años. Me estaba haciendo viejo. No podía pensar en nada que no fuera trenes, hoteles y zapatos. Después traté de encontrar otra empresa que fabricara el mismo tipo de zapatos que estaba acostumbrado a representar, pero no pude encontrar ninguna. Todas estaban en venta o liquidando. Terminé por recorrer los caminos vendiendo zapatos baratos para una empresa de Weymouth, Massachusetts. Era la primera vez en mi vida que tenía que vender zapatos baratos y odiaba hacerlo. Había que vender mil pares de zapatos para ganar lo que te pagarían por un centenar en los viejos tiempos. Mis ventas apenas cubrían las comisiones, el sueldo y los gastos. Trabajé duro y vendí muchos zapatos, pero no obtuve ningún beneficio. Era como tratar de parar la lluvia con mis propias manos. Aquellos años no gané más de tres mil dólares. Poco a poco mis viajes empezaron a saldarse con números rojos. La forma de hacer negocios había cambiado más rápido de lo que yo podía cambiar. Las cadenas y los almacenes regentados por fabricantes sustituyeron a las tiendas particulares. Los zapatos baratos sustituyeron a los caros. Las tarifas de los trenes aumentaron y los hoteles no eran más baratos. Los pocos compradores independientes que que-
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daban no compraban lo suficiente para cubrir los gastos que suponían las ventas. Compras reflexivas, las llamábamos. Cuando cumplí sesenta y dos años no tenía trabajo. No he vuelto a trabajar desde entonces. Me estoy haciendo viejo. Mi póliza de seguros venció. Mi dinero se ha desvanecido. Mi hermano y mi hermana han fallecido. Mis amigos están muertos. El mundo en el que sé moverme, hablar y ganarme la vida, ha desaparecido. El ruido del tráfico bajo la ventana de esta habitación amueblada me lo recuerda. Hemos sido olvidados. Toda nuestra experiencia no sirve para nada. Pero cuando pienso en los días en la carretera y en lo que he hecho y en lo que me han hecho, casi nunca lo hago con tristeza. Hemos sido olvidados como viejas guías telefónicas, como almanaques, como la luz de gas o como esas grandes casas amarillas con cornisas y cúpulas que solían construirse. Eso es todo. Aunque a veces tengo la sensación de que he malgastado mi vida. A veces tengo esa sensación por la mañana, mientras me afeito. Me entran náuseas, como si algo me hubiera sentado mal, y me veo obligado a soltar la cuchilla y apoyarme en la pared.
tw Del libro Fall River, Tropo Editores, 2010. Traducción de Verónica Fernández Camarero. Este relato fue publicado en The New Republic el 23 de octubre de 1935. John Cheever (Quincy, 1912 - Ossining, 1982). Llamado "el Chejov de los suburbios", ofreció en sus relatos una mirada crítica de la vida, aparentemente idílica, en los barrios residenciales acomodados de la costa este norteamericana en los años de la guerra fría. Premio Pullitzer en 1979 por su libro de relatos The stories of John Cheever.
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Asimetría Maite Núñez
ME siento en el sofá, miro la tele. Bebo whisky con hielo, aunque no debería. Cambio de canal compulsivamente, la luz de la pantalla rebota en la ventana. Me hundo en los cojines. Tras unos minutos me paro en un programa. Es la final de un concurso de misses. Veinte chicas, jóvenes y con pocas luces, desfilan en traje de baño. Me inclino hacia adelante para verlas mejor. Las hay rubias, morenas, blancas, negras, de ojos azules, verdes. Son tan diferentes. Y sin embargo, me digo, hay algo que las asemeja. Son esas dos condecoraciones que lucen todas, esas hermanas gemelas, dos cúpulas vaticanas superlativas y simétricas. En conclusión, me digo, dos mierdas de tetas asiliconadas y falsas. Levanto el vaso y brindo por ellas. Que gane la mejor. O no, que gane la más tetuda. Cambio nuevamente de canal. Me quedo en las noticias. No os creáis. Porque el presentador está macizo. Guerrashambresdesahuciosmásguerras. ¿Y qué hay de mí? Yo también libro mi propia guerra. Noticias de sanidad. El macizo afirma que hay problemas con ciertas prótesis, su mala calidad las ha vuelto nocivas. Muchas mujeres han solicitado que se las extraigan. Me imagino a decenas, centenares de mujeres con pechos que explotan y quedan en nada. Y me alegro. Que se jodan. Por gilipollas. Levanto el vaso. También brindo a la salud de ellas. Miro el reloj. Es hora de dormir. Me voy al lavabo con el vaso. Preparo la caja azul. Me sitúo frente al espejo. Me quito la blusa. Desabrocho el sujetador. Extraigo de su
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copa izquierda la pirámide blanda y aterciopelada que hace invisible mi asimetría a los ojos de los demás. La dejo en la caja. Le doy las buenas noches. La quiero y la odio. Observo en el espejo la línea violácea que adorna mi torso. Notifica que allí antes hubo alguna otra cosa. Aprieto los ojos. Pienso en misses y cirujanos plásticos. Luego apuro la bebida y dejo que el cubito se derrita, como si le diera la oportunidad al hielo de recordar el agua que había sido.
tw Relato galardonado con el 1er Premio del V Concurso de relatos breves del Diari de Terrassa, 2014, en el que fue publicado en el mes de mayo. Maite Núñez (Barcelona, 1966). Licenciada en Historia Moderna y Contemporánea (UAB), ha cursado la licenciatura de Documentación (UOC) y el doctorado en Periodismo (UAB). Ha colaborado en diversas revistas literarias y en la redacción de textos de todo tipo. Sus relatos han sido galardonados en múltiples certámenes.
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Dos hermanos Ernesto Calabuig
NO sé bien dónde estamos mi hermano y yo. Pero hay un aire cálido, marítimo, y nos movemos con mucha agilidad. Es noche cerrada. Debemos de ser jóvenes. Tendremos veintitantos, aunque yo soy el mayor de los dos. Digamos que tenemos 25 y 20. Yo ayer no estaba aquí. Yo ayer tenía treinta y tantos, me dolían las rodillas, y me había vuelto sumiso y serio en una capital ruidosa. Hacía mi trabajo y echaba de menos un pasado discretamente heroico de colegios y deportes. Pero ahora no sé dónde estoy, aunque la sensación es dulce. Vamos caminando y veo que llevamos los dos un pantalón corto del mismo color. Parece que hemos hecho un viaje, un viaje raro, irreal, no premeditado. Sin embargo sabemos que no se trata de un sueño. Estamos junto a un paseo marítimo. La gente pasa diciendo: «¡Qué buena noche se ha quedado!». Hay luces de locales playeros, hay restaurantes al aire libre, terrazas ocupadas sobre todo por extranjeros. Y de repente mi hermano ha propuesto: «¡Entremos ahí!». Yo he respondido enseguida: «Claro. Tienes razón». Hemos entrado y los diferentes grupos de gente han ido facilitándonos el paso. Casi todos se han vuelto y nos han mirado, parece que por el gusto de vernos pasar. Hemos pedido un refresco y enseguida nos hemos fijado en la mesa de billar. «Juguemos», ha dicho mi hermano. No ha preguntado: «¿Jugamos?». Porque él ya sabía de sobra que me apetecería jugar. Y todo el tiempo este mecer, este tranquilizar y dulcificar del aire cálido que nos recuerda tanto a los veranos de la infancia y por lo tanto nos alegra el corazón. Este aire nos ha devuelto un brillo en los ojos que creíamos perdido. A mi hermano se le han vuelto otra vez grisverdosos y más cla-
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ros, como de niño. Estamos muy unidos. Juntos nos da siempre por sentirnos fuertes, libres de preocupaciones. Además nos reconforta saber que todos los nuestros se encuentran a salvo. Así que ha empezado la partida de billar y se han acercado dos mujeres jóvenes, resultan ser turistas alemanas que vienen a vernos jugar y a observar de cerca la agilidad que hay en nuestra manera de desplazarnos, todo este don que hoy, por sorpresa, nos acompaña. Nos sentimos tan relajados, y este aire nos hace tanto bien, que realizamos jugadas inverosímiles. No jugamos el uno contra el otro sino el uno afirmando al otro. Por otra parte no perdemos la concentración por contestar a las preguntas que nos dirigen las dos extranjeras. Nos expresamos de repente en un correcto alemán que a veces se vuelve un correcto inglés. No recordábamos hablar tan bien estos idiomas. «Estamos de suerte. Será eso —dice mi hermano—, como en aquella carrera del noventa y cuatro.» «Tienes razón —le respondo—, ¿pero no hemos jugado ya bastante al billar?»
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andéntres
Volvemos a estar de acuerdo: «Hagamos entonces lo que de verdad y por encima de todo nos divierte». Lo que nos divierte no es seguir allí coqueteando y dando conversación. Lo que nos divierte es volar: correr como diablos. Así que aprovechamos la iluminación y longitud del paseo marítimo y decidimos ofrecer una exhibición para nuestro deleite y el de los turistas, que ya orientan las sillas de las terrazas hacia nosotros. Algunos salen de los chiringuitos y se reclinan en la balaustrada del paseo. Vemos que comentan sobre todo acerca de nuestras fibrosas piernas. Parece que les llaman la atención. «Creo que bastará con una milla», digo yo, y mi hermano comprende enseguida que ésa es la señal de salida: el disparo. A nuestro paso no paramos de arrancar aplausos, ovaciones, palabras emocionadas. Casi todos lloran, porque ahora dicen haber comprendido la belleza, la armonía del correr. No sentimos cansancio. Corremos a la par, sin adelantarnos o querer dejar atrás al otro. «¡Son iguales!», oímos constatar a una señora. Como antes, con el billar, no corremos el uno contra el otro, sino el uno siempre afirmando al otro. Somos felices. Mi hermano parece tan feliz y pregunta sin jadear: «¿Lo notas?». «Sí —le respondo—. Tienes razón. Y estamos de suerte. No tenemos peso.» Hemos entusiasmado a cuantos nos miran y eso que aún no vamos a todo gas... Al terminar la exhibición nos abrazamos: —¡Somos los mismos! ¡Por fin somos los mismos! —exclama mi hermano lleno de alegría. —Sí. Yo sé que tienes razón. De repente el aire es diferente: se ha enfriado. El mar comienza a picarse. Estamos en la orilla, charlamos con el agua a la altura de los tobillos, pero la espuma se revuelve y a veces nos llega hasta la cara. El cielo parece que se abre por un punto en la lejanía, parece también que toma colores que no conocemos y finalmente nos deja ver la silueta de cinco animales salvajes. Los locales del paseo empiezan a cerrarse.
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Los turistas se apresuran hacia sus hoteles y apartamentos. Nosotros seguimos en la orilla. Un hombre viejo, con aspecto de pescador, que también ha contemplado nuestra carrera, se nos acerca y dice: —¡Ha sido tan bonito! Pero ahora... las trompetas... —No pensará que tenemos miedo a estas alturas —dice mi hermano—. Estamos preparados. Y yo añado: —Hace mucho que cuidamos para que los nuestros estén a salvo. —¡Pero qué decís! ¿No veis el mal cielo? —grita el pescador intentando sacarnos de nuestro letargo—. ¡Es el Fin del mundo! Mi hermano y yo tomamos aire y luego nos reímos: —Nos importa muy poco que sea el Fin del mundo. No tememos al Reino del que hablan. ¿Hacia dónde hay que ir? En el cielo se abre un remolino naranja como si rasgara fácilmente una lona de plástico: debe ser por allí por donde empieza el Fin del mundo. «Bastará con otra milla», le digo a mi hermano, calculando las distancias. Es la señal. El pescador nos ve marchar, emocionado otra vez por la levedad de nuestras piernas al alejarse sobre el mar. Parece que esa emoción es ya más grande que su preocupación por lo que se avecina. Vamos deprisa, juntos, sin adelantarnos. Somos iguales. Estamos de suerte. No tenemos peso. Corremos ahora a toda velocidad y las piernas nos responden. Ningún lastre nos lastra, ningún dolor nos duele, ninguna tristeza o melancolía nos limita, ningún temor. Seremos los primeros en ponernos bajo aquello. Llegaremos los primeros. ¡Y mi hermano parece tan feliz! tw Del libro Un mortal sin pirueta. Ed. Menoscuarto, 2008. Ernesto Calabuig (Madrid, 1966). Licenciado en Filosofía, ha colaborado en revistas como Revista de Occidente, Quimera y Nueva Revista. En la actualidad compagina la escritura con la crítica literaria y la traducción.
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lapuertadelanevera
Reflejo
Gema Moratal la Garcia Dejé mi reflejo en el primer cajón. Si te cortas al cogerlo, recuer da que el pegamento lo guardas tú.
Djobí
panta tienes Si tu reflejo te es biar, o dejar m dos opciones: ca r el espejo pe m de mirarte. Ro da. no servirá de na
Oteo Fearless Quererte es un acto reflejo.
Dídac Marín La caja está lle na. Trocear y met er en el congelador . Gracias. Jack .
Caja
http://www.cuentossinfinal.com/
Rosi García La nevera es la ros caja de los teso n. ca du que se ca
http://librosenvena.com/
Lucia Berruga abrir si no Se ruega no algo dentro: es para dejar regala esta caja no , los os et sus secr ia! b am rc inte http://sobrevolandolacultura.blogspot.com.es/
http://dibujandounpensamiento.blogspot.com.es/
Volver
Ulises Para volver hay que saber marcharse.
Luzma la luna: Quiero volver a ra perdí la escafand n ie qu y aquí no hay . ire resp
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diccionariodesaturno
Estrenamos nuevo juego: Diccionario de Saturno. Una nueva civilización está empezando de cero en Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos, ¿les echas una mano con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com
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lla r ina esarro m ca e d e e de que s lorars sd é d as v p a a cid agu de ex a tr rón pa iza z Bar l Ca re las imo ngela la a cer e re r Orti s o sob el án mo. Á n o ue ga acon mis in c pal d. te q s. Ed s o a n l a a a n o t o e u ues to anid nd iquiad s p o e s um sl lg elo a re de n la h Vu erdo un arín a c a u o us ee M 2 rec n b e su f mb ídac al.com/ e u r n t d i ar n er a. D sinf rrib dela ltitu vega a u Pon gunt .cuentos de r. A 3 phrettp://www ntre la men el na m.ar/ ad ra se d i l a e o fina olar p se avive ua ogspot.c r a l e . q bl v re on e v do Mo que evila bulista. en d c ermit i j a B m a e a l d r at 4 b Gabr/ieelefantefun la realia que p ech l f í / e : a s p los d htt un de se fanta r o n e ió om stra de acc je c Ab unto a a l s i r fini 5 al p ar el pass de ssi a t r rle or ru pa Rec o Fea da ría Ia r a f te lun Ma 6 O ón . Joséom/ i s . s o.c re bre Exp emio.letracer m u oh ww tid 7 bhttp://w la incegr uez car dri Sur o Ro Toñ
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brevemente
Duelo a muerte Semana 4 de concurso: 6 de octubre de 2014 Ganador: Nicolás Jarque Alegre Hoy parece que ella tiene la voz todavía más dulce que ayer y no da tregua. El viento del sur encorajina al mar y sus olas llegan gigantes a la playa. Los pesqueros más pequeños ya han perdido puerto y deben vagar en medio del océano, mientras, en el pueblo, las casas sufren las embestidas huracanadas, los perros enloquecidos le ladran a su canto seductor y el ánimo se nos desbarajusta con las súplicas de nuestros hombres amarrados. Aun así, resistimos con la confianza de que, recluida en el pozo seco, pronto se callará.
Distinta Semana 5 de concurso: 13 de octubre de 2014 Ganadora: Nadia Nieves Carnicer Recluida en el pozo seco, pronto se callará. Eso fue lo que le dijo su madre antes de irse. Cogió el cilindro de cartón pintado que hacía las veces de pozo en el pequeño belén, que disfrutaban montando juntas el día antes de Nochebuena y metió una bolita en él. "En esta bolita van envueltos todos los ruiditos que hace tu tripita". María se tumbó, hecha un ovillo, en la cama de la habitación que desde hacía tres meses compartía con su mamá y esperó. Esperó a que la bolita se callase, esperó a que su madre volviese, esperó hasta dormirse y soñó con otra Navidad.
Sombras
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Semana 6 de concurso: 20 de octubre de 2014 Ganador: José Luis Rodríguez Munilla Esperó hasta dormirse y soñó con otra Navidad, la del año anterior, cuando había un nacimiento en el salón y salpicaban el árbol las luces de colores. Soñó, arrebujado bajo las mantas, con el calor antiguo de los dormitorios antes de que las sombras salieran de detrás de los cuadros y tomaran la casa. Lo despertó el canturreo lúgubre de ella en la habitación de al lado, una sombra acunando un cuerpo en la oscuridad. La llamó. -Cariño, vuelve a la cama. Y se acostaron los tres. El muñeco fue el primero en cerrar los ojos. tw Relatos finalista de octubre del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.
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dindondin
Exposición Sebastião Salgado "Génesis" Desde el 23 de octubre CaixaForum. Barcelona http://agenda.obrasocial.lacaixa.es/es/-/genesis
En esto ver aquello. Octavio Paz y el arte Hasta enero de 2015 Palacio de Bellas Artes - Museo del Palacio de Bellas Artes. México DF http://www.mexicoescultura.com
TypoMad 14 y 15 de noviembre El Matadero. Madrid http://typomad.com/
Exposición Mika Murakami "Guardianes". Hasta el 21 de noviembre Fundación Bilbao Arte. Bilbao http://bilbaoarte.org/?p=4200850
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decamino
http://www.diyshow.es
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Un mundo de posibilidades se presenta ante nuestras manos en DIYShow, la Feria Internacional Do It Your Self que celebrará su cuarta edición en el Hotel Silken Puerta de América desde el 7 al 9 de Noviembre en Madrid. Amantes de las manualidades, fanáticos de las labores y apasionados por las cosas hechas a mano se dan cita en esta feria trendy que crece cada año y que se consolida en esta nueva edición afianzando las bases de la filosofía Hazlo tú mismo. Desde la moda a la cocina pasando por el bricolaje o la agricultura, DIYShow recoge el amplio abanico de posibilidades que abarca la cultura crafter. Talleres, cursos y stands para curiosear, conocer y aprender más sobre esta moda que llega desde Estados Unidos y que ahora arrasa en toda Europa.
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tw En esta nueva edición se hará un gran hincapié en el mundo 3.0, tanto a través de las redes sociales, como incorporando el enorme valor de los contenidos generados por los blogueros. El e-commerce será también tema central, presentando aplicaciones que facilitan la logística o el packaging.
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Cicatrices Renée Noemí Picaguá
CUANDO bajó del micro, amanecía. Luego de diez horas de viaje y siete años de ausencia, volvía a su pequeño pueblo natal. La terminal de colectivos, con lugar para tres coches, estaba casi desierta. A pesar de la premura de su viaje, se tomaría su tiempo para recorrer caminando las pocas cuadras que la separaban desde la terminal al hospital del pueblo. Adrede había omitido informar a qué hora llegaría. Necesitaba ese tiempo para sí misma, para tomar coraje, para poder mirarlo a los ojos. A los ojos y sin llorar, ojalá aún pueda reconocerla. Poco quedaba de la adolecente que había partido a la gran ciudad. Su cabello largo y rubio, sus anteojos y los colores pasteles que vestía en su vida pueblerina, habían cedido su lugar, para dejar emerger a una joven mujer de aspecto rebelde, cabello corto y negro, ropa oscura y borcegos, que llegaba al pueblo con dos mochilas al hombro. Todo estaba igual en el pueblo, alrededor de la plaza: la comisaría, la iglesia, la escuela y la panadería. El aire olía a cosecha recién levantada y bosta de vaca, como siempre. Notó que su corazón se aceleraba a medida que se iba acercando al nosocomio. Habitación cinco, la puerta estaba entornada. Desde allí podía ver a su madre, vigilante, recostada en un sillón, avejentada, cansada, repugnante. Con tan solo veinte años se había casado con un hombre acaudalado, treinta años mayor que ella. Era la única opción para una madre soltera con una hija de cuatro años y de bajos recursos. No pudo abrazarla, solo un beso en silencio y enseguida desvió la mirada hacia la cama evitando cualquier comentario.
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entrecocheyandén
Se sentó junto a él buscando su mirada, le tomó las manos, huesudas y frías. No se parecía en nada a aquel hombre fornido, al que la habían obligado a llamar papá. Lentamente él, abrió los ojos y en ese simple acto pudieron reconocerse mutuamente. Ella le sonrió socarronamente y en un simulado abrazo, acercó su mejilla para murmurarle al oído y recordarle, lo que al salir expulsada de su casa siete años atrás, le había prometido: "El día que te mueras voy a bailar sobre tu tumba". ¿Te acuerdas papito? -Le dijo. Retiró su rostro. Con mirada maliciosa y un gozo inocultable, vio cómo los saltones ojos del moribundo, se llenaron de lágrimas. Se levantó raudamente, dejando caer las manos inertes del enfermo. Usó alcohol en gel para desinfectar su contacto con ellas. Solo Dios sabía lo que le había costado tomar esas manos. Dos días después, cuando los albañiles llegaron a la tumba de Don Jaime para colocar su lápida, observaron azorados, que alguien había pisoteado la fosa donde habían sepultado al difunto. Al otro lado del pueblo, en ese mismo momento una joven citadina se disponía a abordar un colectivo. Antes de subir, miró a su madre y le dijo: Tu hija ya no existe, no la busques. Sin volver la mirada, subió al vehículo, con los borcegos empolvados y una mochila. Esa noche, en la desnudez de la ruta pampeana, un micro irrumpía con su luz en la oscuridad. Adentro una joven mujer de aspecto rudo y vestida de negro, sollozaba.
tw Renée Noemí Picaguá. Neuquén, Argentina. Alumna del taller de Poesía y relato, Nivel 1, dictado por la Universidad Nacional del Comahue, destinado a adultos mayores de 50 años.
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metroligero - holakokoro
Š Jasten FrÜjen
tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.
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