nº39
juliagosto2015
elmuro [3] andénuno [5]
La agonía de un pueblo, Giovanni Verga andéndos [9]
Pájaros a la deriva entre constelaciones, Tere Susmozas andéntres [15]
Carne rota, Flavia Pantanelli cuentoscomochurros [18] lapuertadelanevera [21] diccionariodesaturno [22] sinopsis [23] brevemente [25]
Relatos en cadena dindondin [26] decamino [27] entrecocheyandén [28]
Bombazón, Ramón Molleda
novedades
metroligero [30]
Publicamos el relato ganador de la VIII temporada de Relatos en Cadena, que se hizo acreedor del premio anual de 6.000 € que otorgan Escuela de Escritores y Cadena SER: ¡enhorabuena!
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | edicion@grupoanden.com | www.grupoanden.com Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez, Kike Cherta, Juan Martini (Buenos Aires, Argentina) y Mónica Pano (Argentina) Publicidad: edicion@grupoanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com Ilustración: Ilustración portada e interior: © Leticia Esteban | www.leticiaestebanilustracion.com | latiagertrudis@gmail.com
Con la colaboración de:
elmuro
Tema: Barreras
Ganador: Barreras - Isabel Palop. Granada (España)
Finalistas:
Sin título - Alejandra Montiel. Neuquén Capital (Argentina) Rompiendo barreras - Pablo Vargas. Granada (España) Sin título - Edurne Oyanguren. Bilbao (España)
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@grupoanden.com Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.com Tema del próximo concurso: Calor
Te escuchamos: Cuentos para el andén @cuentosanden lector@grupoanden.com
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En este número veraniego (o invernal) de Cuentos para el andén huiremos de un volcán ayudados por Giovanni Verga, un clásico italiano del XIX, custodiaremos con Tere Susmozas un pequeño brote de esperanza que surgió en no sabemos qué planeta y cojearemos un poco por culpa de Flavia Pantanelli, una de las seleccionadas en el I Microconcurso que organizamos en 2015, que nos dejará la carne rota en un texto inédito de su próximo libro. Hablaremos también del fenómeno cochousing: mayores que se independizan. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
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andénuno
La agonía de un pueblo Giovanni Verga
"¡BOLETÍN sobre la erupción! Fuego en Nicolosi". La gente acudía de las inmediaciones, a pie, a caballo, en carroza, según sus posibilidades. Una densa polvareda dibujaba el zigzag de la carretera a lo largo de la cuesta, entre el verdor de los viñedos. A cada paso se veían carros que venían del pueblo amenazado, cargados de enseres, mercancías, maderas e incluso postigos y barandas de balcones; el desmantelamiento de un pueblo a punto de desaparecer. Y con los bártulos, encima de los carros y a pie, hombres y mujeres taciturnos que llevaban a cuestas niños soñolientos, con los rostros rojos por el calor y la angustia. A lo largo del camino, los lugareños de caseríos y villorrios se asomaban para ver con las manos en la barriga; alguna viejecita que colocaba una imagen milagrosa en el dintel de la puerta o en la cancela del huerto; los chiquillos que jugaban tirados en el suelo; y en las puertas de par en par de las ermitas, la estatua del santo patrón, reluciente bajo el baldaquín, como un fantasma aterido, con las velas apagadas y flores de papel delante. En la plazoleta de Torre del Grifo descargaban carretadas enteras de puntales y tablas para las casetas de los desterrados. Las bombas de agua regresaban a galope, con el estrépito de carros de artillería, y en lo alto, allí enfrente, detrás de un telón de ceniza, el volcán tenebroso arrojaba al aire, con un estruendo subterráneo, columnas de fuego a quinientos metros de altura. A la entrada del pueblo había un montón de carros y caballos, gente que gritaba y soldados con el fusil en bandolera; casi la vanguardia de un ejército en retirada. Se caminaba sobre una arena negra, entre dos filas de casas des-
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manteladas, deformes, con puertas y ventanas arrancadas. La gente todavía se afanaba en llevarse algo consigo. Por el balcón de una casa nueva bajaban un armario monumental, gritando: ¡Apartaos! Una vieja estaba al cuidado de unas gallinas sentada encima de un cesto, en un patio atestado con maderas y aros metálicos de hacer barricas. Y aquí y allá, a través de las puertas sin hojas, se veía a algún pobre diablo que daba la espalda a habitaciones desnudas, esperando, cruzado de brazos y el rostro largo, en silencio, como en la antesala de un moribundo. En la acera del Casino di Compagnia, alineadas en dos filas de sillas, unas señoras que habían ido a ver el espectáculo se abanicaban; los hombres fumaban; un vendedor de sorbetes pasaba ofreciendo agua fresca. El baldaquín del Santísimo estaba apoyado contra el muro, con los postes en un haz, y delante de la iglesia abierta, sin luces encendidas, se veía únicamente el resplandor de unos santos dorados en el altar de luto, al fondo. Y por encima de todo ello, del chismorreo y del estruendo, por encima de las explosiones del volcán, la campana tocaba a procesión, sin cesar un instante. Al Norte, en dirección al Etna, la carretera se alejaba en medio de dos hileras de arbustos de retamas, repleta de curiosos que iban a ver, riendo y armando alboroto, llamándose desde lejos. Se oían los chillidos sofocados de las señoras que se balanceaban sobre las albardas mal sujetas de las mulas, y las voces de quienes vendían gaseosa, cerveza, huevos y limones en tenderetes improvisados. A medida que los más alejados llegaban a la cuesta, se escuchaba gritar: ¡Mirad! ¡Mirad!, en un tono casi de júbilo. Enfrente, a derecha y a izquierda, hasta donde alcanzaba la vista, se veía el borde de una ribera escarpada, negra, humeante, surcada aquí y allá de grietas incandescentes, de las que brotaba una corriente de lava con un rumor seco de inmensos montones de escombros al caer. A dos pasos, las retamas en flor aún se movían con la brisa de la tarde; las señoras se agarra-
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ban con fuerza del brazo de sus acompañantes, con un estremecimiento delicioso; otros se dispersaban por entre las viñas, siguiendo el curso de aquella corriente amenazadora, saltando por encima de pretiles y hornachos, las mujeres sujetándose las faldas, en un ondear infinito de velos y sombrillas, mientras el crepúsculo moría al Oeste. Al fondo, la marina se desvanecía al par que la riada de lava parecía incendiarse en el horizonte tenebroso. Desde el pueblo perdido en la oscuridad llegaba ininterrumpido el tañido de las campanas y un murmullo confuso y quejumbroso, un bullir de luces que se acercaban como luciérnagas de paso. A continuación, de entre las tinieblas de la carretera, surgió una procesión extraña, hombres y mujeres, descalzos, golpeándose el pecho, recitando salmodias en voz baja, con una nota insistente y llorosa en la cual no se oía más que: ¡Misericordia! ¡Misericordia! Y en el bullicio negro e indistinto de los penitentes, entre cuatro antorchas humeantes al viento, se balanceaba un Cristo de madera, renegrido, rígido, casi siniestro, sobre los hombros de los hombres que se hundían en la niebla.
tw Del libro: Cuentos milaneses. Ed. Traspiés, 2013. Giovanni Verga (Catania, 1840 - 1922), fue uno de los precursores del "verismo", corriente artística que influiría en la literatura, la pintura y la música de su momento, también en autores contemporáneos como Francis Ford Coppola, que en El Padrino III le rindió un homenaje explícito. Es autor de Novelle rusticane (Cuentos rústicos, 1883), donde se encuentra el relato Cavalleria Rusticana, que sirvió para escribir el libreto de la ópera homónima de Pietro Mascagni.
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andéndos
Pájaros a la deriva entre constelaciones Tere Susmozas CUANDO ya casi había olvidado el verde, nació otra vez la hoja. Y nació erguida hacia el sol menguante y la luz estelar de la semi-noche perpetua, violenta. El primero en verla fue el niño sin pelo. Se asombró tanto que bajó corriendo la ladera estéril, atravesando el río sin cauce, hasta entrar en el poblado. Corrió tan aprisa que, al llegar, sintió sed. Sólo pude darle unos cuantos hongos desecados previos a la erupción del último volcán. Luego, a voz en grito, bajo el cielo de estrellas fijas, nos contó lo que había encontrado con tanto temblor en la voz que le creímos loco. Durante tres jornadas, con sus lunas dobles, insistió sin que le prestáramos atención hasta que, cansado de que nadie le creyera, con el dedo índice de una de sus manos, la dibujó en la tierra árida que nos encalla los pies. Desde sus ojos a la yema escueta de su dedo, alumbrados por Venus, pudimos reconocer la hoja. Fue tanta la emoción de los más viejos que, si les hubiera quedado algún jugo en sus ojos, habrían llorado. Con la mirada fija en la cabeza rosada del niño, los que aún teníamos aspecto ágil, por ser jóvenes o estar todavía sanos, ascendimos por la ladera tras él. Mientras andábamos, saludé en silencio los lugares donde habían estado mis cosas hacía algún tiempo. Lugares en los que había habido algo de mí antes de que todo fuera del negro basáltico y donde, ahora, nos esperaba la hoja. El niño no había mentido. Ahí la encontramos, sola, única, huérfana, elíptica, frágil, apenas larva, coronando un tallo corto y, quizá, débil. Su color verde saltó a mis ojos con tanta viveza que caí de rodillas en la tierra sintiéndome sin edad, ni nombre. Entendiendo la semioscuridad constante como el paso uterino del propio
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mundo, capaz de renacer por sí sólo una y mil veces. Aunque no pude evitar preguntarme qué arroyo subterráneo podía estar dándole vida. O si le bastaba la fuerza decadente del sol para nutrirse. O si era la luz inmóvil de las constelaciones quien le daba alimento. Como nos había guiado hasta ella, no pudimos hacer otra cosa que abrazar al niño. Lo abrazamos hasta estrangularlo e izando su cuerpo inerte, menudo como el de un ave, volvimos al poblado. Dijimos que no habíamos encontrado nada. De lo demás echamos la culpa a los perros enloquecidos por la rabia mientras amontonábamos neumáticos, tan viejos como inservibles, para construir una pira. El niño calvo era tan menudo que se consumió en poco tiempo. Si aún tenía madre, nadie lloró por él, pero sí graznaron algunos pájaros en lo alto al percibir, quizá, la luz de la hoguera. Para no oírlos tuve que taparme los oídos con las manos y mirar así, ensordecido, las llamas. Después, aprovechando las sombras que proyectaba el fuego, susurramos la existencia de la hoja a un grupo de elegidos. Dispuestos a conquistarla, algo más tarde, cargamos con unas pocas pertenencias y nos marchamos. Dejamos allí, durmiendo, a los ancianos con sus lamentos sin lágrimas, y a los que padecían la enfermedad oscura de la sed. Sólo habíamos dado unos cuantos pasos, cuando me pareció escuchar, como lejana, una risa viva, radiante, gozosa. Miré hacia el cielo y supuse que era Venus, la estrella ancestral, centro de todo. Y seguimos caminando, en silencio, tanteando en la tenue luz constante, hasta el lugar dónde nos esperaba la hoja. Nada más llegar, el paisaje gris y áspero comenzó a difuminarse ante mis ojos, casi a desvanecerse, arrugándose por los bordes como un mapa antiguo. Cuando logré rehacerme, temblaba tanto que besé los ojos secos y el rostro macilento de la mujer que estaba a mi lado. Luego miramos al cielo. Las estrellas colgaban tan bajas que parecía que el mundo estuviera a punto de comenzar a girar otra vez, saliendo de su estancamiento.
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Junto a la hoja, acampamos. No podíamos hacer otra cosa que congregarnos alrededor de ella, cuidarla y esperar. Por eso, aunque las noches, como los días, eran siempre heladas, claras, rutilantes, no nos importó dormir al raso. Y cada vez que se mecía con el viento, yo imaginaba en ella una bandera ondeando al aire. Porque la veía inmensa, multiplicándose hasta saturar todo de verde, mientras nosotros también crecíamos. Como ella, habíamos renacido. Por eso, siempre bajo la atenta mirada de Venus, solíamos unirnos los unos a los otros con la lascivia que nos otorgaba sabernos el principio de todo. Rompíamos así la calma mortecina del mundo con gemidos y susurros, risas que manaban del centro de nuestros estómagos encogidos. Luego, mientras todos dormían, a mí me parecía escuchar un croar de ranas a pesar de que no habíamos descubierto cerca ninguna ciénaga. Y otra vez la carcajada frenética de la vieja estrella que, ya en movimiento, parecía ir desplazándose hacia el sur. Poco a poco, la hoja iba creciendo. Solíamos guarecerla con nuestros cuerpos de las ráfagas de aire procedentes de la estepa. Mientras, pensábamos cómo la aislaríamos cuando llegara el solsticio de invierno o el insoportable calor del equinoccio. Incluso llegamos a construirle un cercado con piedras para guardarla de los hocicos de los perros vagabundos. Con el paso de los días, yo mismo le hice un espantapájaros con jirones de un traje viejo de buzo. Siempre me asustaron esos esqueletos alados que de vez en cuando tiznaban el cielo con sus reclamos sedientos. Pájaros a la deriva que no tenían dónde emigrar o posarse y que, a menudo, caían desplomados en pleno vuelo ante nosotros. Desapareció el sol por un tiempo y asomó de nuevo creciente para cuando el tallo sobrepasaba nuestros tobillos. La semioscuridad comenzó a disiparse durante varias horas por jornada para dar paso a una claridad templada, seguida de una oscuridad subterránea. El día y la noche parecían imponerse de nuevo con continuidad cíclica.
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Cierto amanecer, cuando aún dormíamos, el sonido de esa risa que yo achacaba a Venus me despertó, pareciéndome más cercana que nunca. Al abrir los ojos descubrí que un niño había saltado el cercado y estaba junto a la hoja. Tardé en incorporarme porque una de las mujeres dormía recostada sobre mí. Cuando pude hacerlo, comprobé que no era uno de los nuestros. Tenía los ojos, la piel y el pelo color ceniza, en sintonía con el paisaje volcánico. Como la primera vez que vimos la hoja, también él parecía hipnotizado por el verde. Al descubrirme mirándole, en vez de asustarse, con voz algo ronca y la marcada pronunciación de un acento extranjero, dijo algo que no pude entender. Mientras le susurraba que se alejara de allí, me levanté, cuidando de que mis movimientos fueran lentos para no asustarle. El niño me miraba fascinado, repitiendo una frase ininteligible mientras señalaba el tallo verde. Quizá sonreía. Poco a poco el resto se fueron despertando, poniéndose en pie tan sorprendidos como somnolientos. Temerosos, fuimos acercándonos al niño. Pero mientras lo hacíamos, se atrevió a tocar la hoja. Le gritamos casi enloquecidos y él, con un tirón brusco, la arrancó con su tallo y sus raíces que, largas, finas y amarillentas, temblaron al aire desprotegidas. Noté un calambre áspero en la boca del estómago mientras nos armábamos con piedras que levantamos contra él. Amenazándole con ellas, le ordenábamos que no se moviera. Aun así, el niño ladrón, saltó fuera del cercado sin soltar la hoja. Quisimos atraparlo. Pero el miedo a perder lo único que teníamos nos volvió tan torpes que él se zafaba hábilmente, una y otra vez, mientras yo sentía que era el propio mundo el que se me escurría entre los dedos. Finalmente salió corriendo. Aunque le perseguimos desesperados, era mucho más rápido que nosotros, debilitados ya por la sed. No tardó en perderse en el infinito del horizonte sin que supiéramos de dónde había venido, si fue real o sólo una manera perversa de despertarnos del sueño.
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Durante varias lunas estuvimos casi sin decir nada, sintiéndonos desolados. Apenas habíamos renacido para acabar siendo otra vez los mismos hombres. Luego, nos marchamos de allí porque, sin la hoja, aquel lugar no era diferente a todo lo demás. Ahora nos hemos vuelto errantes. El brillo de Venus no es visible a pleno sol y sólo a veces, en las noches más claras, la vemos parpadear a lo lejos. Ya no hablamos de futuro, pero tampoco dejamos de buscar algo que rompa el paisaje ceniciento. Por ahora no hay rastro del verde. Tampoco de nadie más, por ahora. Mientras caminamos, a veces, pienso en el espantapájaros que hice para la hoja y que quedó junto al cercado vacío. Me pregunto si seguirá allí, solo, olvidado, fantasmal, ridículo, quizá expectante.
tw Del libro: Terrestre océano. Ed. Torremozas, 2015. Tere Susmozas (Madrid). Ha participado en varias antologías como Relatos03 (Tres Rosas Amarillas) y La carne despierta (Gens). La revista Letures d´Espagne ha traducido al francés algunos de sus microcuentos. En 2014 fue galardonada con el XVII Premio Internacional de Relato Julio Cortázar.
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andéntres
Carne rota Flavia Pantanelli
SERVIME otra, Turco. Y cómo querés que ande, Turquito. No puedo pisar bien del todo, me tira la pierna, de noche me arde como el fuego. Mañana tengo que volver al puesto, todavía con la pierna inútil. Y ahí va a estar el patrón. El patrón de mierda y su perro también de mierda. Lo calé enseguida, apenas lo vi, que ese perro era jodido. Fue al pedo decírselo a Don Julio, qué me iba a dar bola, creído, como todos los de la ciudad. No, si el patrón es mas gil con los perros que con las minas. Al menos este no lo cornea, pero ya le bajó como tres terneros. Pedazo de perro es, para qué te voy a mentir. Un ovejero como hace mucho que no se ve. Dame otra caña, Turco. Sí, ya sé que es la última. A ver si se me apaga un poco algo acá adentro. Salud, hermano. Más de una vez le dije al viejo que el Rob se le estaba cebando. Una tarde, mientras volvía de la ronda, lo vi corriendo a los animales, entreverado con otros perros, de los que cru-
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andéntres
zan la alambrada. Y yo de perros sé largo rato. Se lo vi en la mirada. La mirada roja del perro cebado de sangre. Se debe haber cebado primero de hembra, después de sangre. Qué carajo importa si un perro es de raza, o de monte, un perro es un perro y, o tiene huevos, o no tiene. Y este tiene. Creéme, Turco, este tiene. Al principio no se siente mucho, y uno un poco se lo toma a joda, cree que el bicho está jugando. Después, cuando ves que no larga, cuando sigue, y empieza despacito a doblar la cabeza para la derecha sin dejar de mirarte con esos ojos de diablo, y tira para la izquierda. Tira de la carne y sentís como un trac y después otro trac de los músculos, los tendones cortándose, reventándose, ahí tampoco sentís dolor. No es dolor lo que sentís, es otra cosa. Y cuando empieza a saltar la sangre, te quedas mirando porque no entendés qué es eso. Ahí tampoco. Ah, me das la yapa. Salud, Turquito. A ver si me agarro una curda y después le van con el cuento al patrón, que lo vieron a Caballero salir borracho de lo del Turco. El dolor viene después, cuando la cosa empieza a enfriarse, y te ves la carne colgando del flanco, y sentís algo ahí que te late, y no es el corazón porque está en la pierna, más abajo de la rodilla, y la sangre que antes era roja y líquida se te empieza a poner negra. Ahí sí duele, pero lo que te mata es la desesperación porque sabés que estás a dos potreros del puesto, y montás con la fuerza de los brazos, porque la pierna la tenés inútil, y gracias a dios que el caballo sabe el camino, porque quedás boleado, cruzado en el apero y el campo se empieza a poner amarillo. Amarillo como el cielo, y de pronto ves todo negro y lo único que brilla en la negrura son los ojos del bicho, esos ojos endemoniados, y seguís escuchando por días y días el trac, trac de tu carne rompiéndose.
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andéntres
Y mañana va a estar ahí, tirado a los pies del patrón. Los dos tomando el fresco en la galería, y mientras Don Julio da las órdenes del día, el Rob se va a estar lamiendo las patas o descarnando algún hueso, igual que descarnaba mi pierna, mientras el viejo le pasa la mano por el lomo, le acaricia las orejas. Y yo: Sí, Don Julio; No, Don Julio, que no me vuelvo a meter con su perro; Sí, Don Julio, es como usted dice; Sí, Don Julio, hay dos terneros muertos en la zanja; No, Patrón, no son cazadores, son los perros cimarrones. Si, Patrón, mañana mismo le arreglo el alambre. Pero mirá, Turco: cualquier día de estos, apenas el viejo salga para la Capital me lo agarro al perro de mierda, lo llevo al bañado en la chata, y como que me llamo Carlos José Caballero, ahí nomás, le meto un chumbazo en la boca.
tw Relato inédito, será publicado en el libro Carne Rota, Ed. Modesto Rimba, en agosto de 2015. Flavia Pantanelli: Vivo en Buenos Aires. Tengo 48 años. Escribo lo que me raja el pecho y todo lo que me lo zurza. Escribo con todo el cuerpo, sin parar, hasta agotarme. Escribo con furia pero, más, con melancolía. Escribo porque ahí, negro sobre blanco, me despliego. Y entonces respiro. Y me miro. Y me comprendo.
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cuentoscomochurros
El
bosque 18
EN el corazón de nuestra ciudad hay un bosque frondoso de castaños. Cuando las mujeres de la ciudad echamos una cana al aire, decimos que nos hemos perdido en el bosque. Es la excusa que ponemos. —Dónde has pasado la noche —preguntan nuestros maridos. —Me perdí en el bosque —decimos nosotras. Por eso la autoridad ha iluminado el bosque, para que no se pierda la gente. Instaló fluorescentes de colores en los troncos de los árboles. Hay torretas con focos halógenos. Farolillos y capuchinas cuelgan de rama en rama. Nuestro bosque parece una verbena y, a poco que una se descuide, tropieza con los cables eléctricos que hay por todas partes. Pero no todo iba a ser negativo. Gracias a la iluminación, hemos descubierto las ruinas de un castillo en lo más intrincado del bosque. Nunca las hubiéramos visto, es verdad, de no ser por los focos. Como en bosque iluminado ya no hay manera de perderse, las ruinas nos valen de excusa. —Llegaste muy tarde anoche —dicen nuestros padres. —Me perdí en las ruinas —contestamos nosotras. Ha habido reclamaciones. Por eso la autoridad ha rehabilitado las ruinas del castillo, para que no se pierda la gente. Llevaron piedras de la cantera para levantar almenas y empalizadas. Se ha limpiado de hojas secas el foso. En el patio del castillo hay ahora banderolas y un estanque con carpas azules. Cada vez es más complicado echar una cana al aire. —Por qué llegas tarde a trabajar -preguntan nuestros jefes. —Me mordieron las carpas y fui a la enfermería — decimos ahora las mujeres. La autoridad está encerrada en su despacho buscando cómo domesticar las carpas azules del estanque.
iluminado
e
cuentoscomochurros
tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de las cuatro fotografías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churro que publicamos aquí. La fotografía es de Alejandra Montiel, finalista de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.
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lapuertadelanevera
Discutir ta Noelia Antoniet nto en pu el do ga lle Ha discutir, te que no quieres mbién he ta Yo entiendo. nevera, la a do rri recu allí. y no hay nada
Pepa M.B. Tú ves en ella un vampiro eléctrico, yo un a amante madre nutricia.. .¡ ¿Quieres aún discutir qu ien se queda esta nevera?!
Deuda Juan Carlos Sa nta La deuda exte rior se dispara. Mis pul saciones están al mínim o. La bolsa fluctúa y mi sueldo sigue en el congel ador.
Sandra es dicen Mis acreedor dinero. Yo que les debo beneficio les otorgo el da eu d de la
https://fotosdesdelabase.wordpress.com/ http://desiertosyjardines.blogspot.com.es/
Vender Mª José Mellado o corres Si vendes hum e se qu de o el riesg be y la nu en e rm transfo gue ar tormenta desc . za be ca sobre tu
Mikel Le he vendido mi alma al diablo, total, no creo en esas mierdas...
Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com
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diccionariodesaturno
Una nueva civilización está empezando de cero en Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos, ¿les echas una mano con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com
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earia o nec o s e n c ne cio n idad o a r s n sp to y ano un e na au ien eb m n u r. e el fu hu a d o si n el DO n de ente, , bajo Algu A m i T m . o e n ES unió rma tinu tima enc os co ctos r í n e e o g n R o . a 1. nte p nte c te le o p dada sus M.B d n a e u e a m iam ame situ ci do ep i io, a los razan ún. P r sar esar a los n ja sf c de / agi ane s, di n com ne a m i i m e e eta ie tor .com Ent qu on el b his ordpress a s se l 2. mal, mari ico d e ssas.w ale urre l d i p s u e a v ó d su ut di hugop s s ig sc ran jetivo e lo o tran n ello erlo https:// s d n l . in ob A do rol o e e s as ria desar cand TER a qu Pass a n N e o gi su bus FRO a lín . Hug ima eces ales, Gda n a s 2 1. U mbre líne . A v atur dro sy e la ntes tes n en. Pe ida ho d m e e i n r n s r íce dife cide o tie exp as j 2. D nsan a ac ue n en n ara rcía. pie ralelo ido q ierd n p e t a pa sen pre a d i G .es/ rad s. Ros pot.com l siem un t n RA nce ido .blogs ua ER o to el c GU lea c eprimnsamien n e 3 1. Peonesudjandounpe tructivoio. t.com.es/ lim ://dib es ton spo p o d s. An ero.blog htt g o erb ue 2. J mismodelcanc los /elpase :/ ttp
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sinopsis
«El último día» Aterrados ante el descubrimiento fortuito de una fórmula para paliar los efectos de la estupidez humana, tres jóvenes científicos polacos debaten sobre los devastadores efectos que podría desatar su hallazgo. Está en juego el fin de una especie, del planeta, más aún: de la liga de fútbol profesional...
Olsen
«La mentira» "¿Deseas realmente conocer la verdad?" Con este desafío a la curiosidad comienza la biografía no autorizada de uno de los líderes políticos más influyentes del pasado siglo. La desclasificación de sus notas en cajas de cerillas, servilletas y posavasos ha permitido desvelar la irrenunciable mentira diplomática que sostiene al mundo.
Maribel Rodríguez
¿Que los niños siempre dicen la verdad? Falso. Un ensayo psicológico que pone al descubierto las estrategias mentales que utilizan niñas y niños para mentir. Porque la mentira comienza antes de lo que tú piensas.
Gabriela Romero
Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com
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brevemente
Ganador anual de la VIII Edición de Relatos en Cadena
La costumbre Ignacio Artacho Lara Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón: los primeros garabatos intrascendentes; los avances prometedores que llevarían a laboratorios de medio mundo a disputarse sus servicios; aquellos insoportables castillos de ecuaciones que le consumieron las noches y el matrimonio; la hermosísima serie de bocetos de virus y bacterias merecedora de figurar en el catálogo de cualquier pinacoteca. Y, por fin, el hallazgo formidable, la cifra y la fórmula que -de demostrarse- supondrían el fin de la enfermedad. Todo estaba en aquella libreta que siempre llevaba en el bolsillo del pantalón y que ahora golpeaba rítmicamente contra el cristal a cada vuelta del tambor de la lavadora.
En el olvido
junio
Semana 33 de concurso: 22 de junio de 2015 Ganador: Ignacio J. Borraz Aquel ser diminuto que golpeaba la lente desde el otro lado bien podría haber sido el tío Francisco. Era una epidemia extraña aquella que azotaba a la tercera edad. A medida que nos íbamos olvidando de ellos, empequeñecían hasta casi desaparecer. Volví a mirar al ser y ya no le reconocí, solo me parecía vagamente familiar. En ese momento estalló como una frágil pompa de jabón y yo pude seguir con mis deberes de química.
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dindondin
Festival de música contemporánea 6, 13, 20 y 27 de septiembre. Organizado por la Asociación Madrileña de Compositores Teatros del Canal. Entrada libre. Madrid http://www.teatroscanal.com
Mongolia, el musical 18 de septiembre en La Rambleta Entrada: 15€. Valencia http://www.lovevalencia.com
Taller: Documental y periodismo de investigación 8, 15, 22 y 29 de agosto Distrito de Pueblo Libre. Lima http://www.enlima.pe
I Concurso iberoamericano de cuentos sobre discapacidad Entrega de materiales: 7 de septiembre Organiza: La Red http://www.escritores.org/
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decamino
www.jubilares.es
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Un jubilar (de iubilare=gritar de alegría y lar=hogar) es una cooperativa autogestionada de personas mayores que diseñan con métodos participativos el lugar donde desean vivir. Existen cientos de experiencias en muchos países, muchas se conocen como "senior cohousing". El fin de la Asociación Jubilares es la creación y mejora de entornos donde envejecer con autonomía y participando en la comunidad. Lo hacemos mediante la difusión de modelos de vida colaborativa a distintas escalas, investigación, promoción del paradigma de envejecimiento activo, o planificación de sistemas integrales y centrados en la persona.
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tw En la actualidad facilitamos la creación de comunidades jubilares en Madrid, Barcelona, Extremadura, Asturias, Canarias… Formamos parte del Grupo de Trabajo español de la Red de Ciudades Amigables con las Personas Mayores de la OMS. Estamos traduciendo al castellano el mítico "Manual de Senior Cohousing" de Charles Durrett. Visita nuestra web www.jubilares.es y participa en: blog.jubilares.es. También puedes hacerte socio/a.
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entrecocheyandén
Bombazón Ramón Molleda Alumno de Creatividad literaria
Aquella noche llovió torrencialmente y el agua limpió el polvo acumulado en las calles. A la mañana siguiente había dos novedades en la ciudad. La primera, el aire fresco y respirable que purificaba los pulmones de todos los ciudadanos. La segunda, un tipo desgarbado, sin reloj y sin corbata que amaneció tumbado bajo la estatua del ángel caído. Hasta tal punto estaba empapado que se hubiesen necesitado un par de cubos para escurrir su camisa de franela. Pero se levantó sin pereza, sin sentir el peso de la lluvia caída, y caminó con los brazos abiertos para secarse al sol o, quizás, para dar un abrazo a quien se lo pidiese. Así se comportan los tipos que no llevan reloj ni corbata, o los que no tienen el rostro enjuto ni impertérrito, ni los ojos enterrados en las fosas, esa clase de tipos que ya no existen en el tiempo pretérito en el que nos encontramos (encontraremos, encontraríamos). Pasaban las horas y la expectación comenzó a crecer en las avenidas del parque, por donde seguía transitando con los brazos abiertos, sin cerrar su sonrisa ni morderse la lengua. Y como tampoco evitaba el saludo ni escondía sus intenciones, alguien llamó a la policía. La cosa tenía mala pinta para él, pues ni siquiera sufría el acto reflejo de mirarse la muñeca aunque se hubiese olvidado el reloj, ni se llevaba la mano al cuello para ajustarse la corbata, que bien podría haberse dejado en casa (todos somos humanos; o seremos, o seríamos). Lo que levantó más suspicacias entre los agentes fue el hecho de que no le temblase el pulso, ni le importase pisar los charcos en su presencia. Además, se empeñaba en sonreír sin bajar la vista, disparándoles con aquellos ojos abiertos de par en par.
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entrecocheyandén
El hombre que le había denunciado se acercó para señalar algún que otro aspecto que la policía —absorta como estaba ante aquella mirada desafiante— había pasado por alto. Y eso que el bulto en el pecho —bajo los cuadros simétricos de su camisa— no era poca cosa, sino del tamaño de una cantimplora. —¡Quieto! —gritó uno de los agentes dando un paso atrás y desenfundando su pistola. El tipo sin reloj y sin corbata, que no tuvo que levantar los brazos porque aún no los había bajado, dijo unas palabras que nadie escuchó. —¡Atrás todos! —Ordenó el policía a sus compañeros- creo que lleva una bomba. Colocados a los metros reglamentarios le pidieron que se desabrochase poco a poco, muy poco a poco, la camisa. Decenas de paseantes se habían detenido también a una prudente distancia y, sin perder detalle, se hacían la señal de la santa cruz: líbranos, Señor, Dios nuestro (vuestro, de ellos). Una nube solitaria, no más grande que un elefante, ocultó el sol por espacio de unos segundos y se borró de repente sin dejar rastro. Cuando los rayos del sol volvieron a resplandecer en sus armas, los agentes ya estaban cegados por aquel órgano prohibido. En realidad nunca habían visto ninguno. Y qué tamaño. Un corazón viscoso como un animal despellejado, y a la vista de todo el mundo, palpitando a un ritmo intrépido. —¡Llamen a los artificieros! —vociferó el delator al borde de un ataque de nervios.
tw Ramón Molleda: Escribe relato corto y microrrelato desde hace veinte años. Ha escrito cuatro volúmenes caseros de relato: No se preocupe, Corramos un tupido velo, Episodios en REM y Mis primeras impresiones de ti, finalista del concurso Asturias Joven de Narrativa, 2002. Actualmente compagina la escritura con su trabajo como desarrollador de contenidos on-line. Su blog: www.deliberado.com
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metroligero - holakokoro
Š Jasten FrÜjen
tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.
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