nº45
marzo2016
elmuro [3] andénuno [5]
Atadas al poste, Alejandra Spinetta andéndos [14]
Tres microrrelatos, Lidia Sanchis andéntres [16]
Viaje de ida y vuelta, Paz Monserrat Revillo cuentoscomochurros [20] lapuertadelanevera [23] diccionariodesaturno [24] sinopsis [25] brevemente [26]
Relatos en cadena dindondin [28] decamino [29] entrecocheyandén [30]
novedades
Besar los sueños, Efraím Blanco
Publicamos en Decamino un artículo sobre Who Knows, una revista que, como nosotros, nace con pulso digital, pero con alma de papel. Y en un formato casi gemelo.
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | edicion@grupoanden.com | www.grupoanden.com Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez y Kike Cherta (España), Juan Martini y Mónica Pano (Argentina), Mª Luz Carrillo (México) Publicidad: edicion@grupoanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com Ilustración portada e interior: Alejandro Moreno
Con la colaboración de:
elmuro
Finalistas:
Tema: De colores
Sin título - Antonio Ruiz Córdoba (España) El color y ella - Alicia Gálvez Madrid (España) Cocodrilos en Venecia - Pilar Naranjo Ciudad Real (España)
Ganador: Escalera La Caixa - Alfonso Gamo - Madrid (España)
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@grupoanden.com Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.com Tema del próximo concurso: Vegetal.
Te escuchamos: Cuentos para el andén @cuentosanden lector@grupoanden.com
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Si lees este número de Cuentos para el andén iniciarás un viaje, varios en realidad, y te arriesgarás a descubrir que un beso en una estación puede hacer que veas doble; que también se puede besar un sueño; que tú puedes irte, pero a lo mejor hay una parte de ti que se queda; y que cada niño es un adulto a punto de escapar del regazo de su madre. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
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Atadas al poste Alejandra Spinetta Al Gauchito Antonio Gil
VOS, que no te vas a ir así como así. Ya sé que a la larga o a la corta me voy a acostumbrar a no verte, a no escucharte, a no esperarte. Eso no importa. Pero no te pienses que es cuestión de armarse el bolsito, mandarse a mudar y dejarme así nomás como si yo no existiera. No señora, conmigo no. ¿A ver si te creíste que abrías la puerta y listo? No, mi querida, no. Porque hay algo, y entendedme bien lo que te digo, hay algo que no voy a tolerar, que no voy a permitir: no voy a permitir que te lleves tus tetas. Así que si querés, llevate los chicos, llevate el perro, llevate la camioneta, llevate el televisor, pero me dejás tus tetas. Tus tetas se quedan acá, conmigo, en Peuhajó. Vos andate a donde se te dé la gana, me importa un comino lo que hagas vos”. Cuando Ramón dijo eso, quedé pasmada. Me dio tanto miedo que hundí el pecho y me las abracé. ¿Qué quería hacer este Ramón con mis tetas? ¿Me las quería cortar? “No, no te preocupes que no te las voy a cortar. ¿Para qué quiero tus tetas muertas? No, no, no, vos te vas hoy mismo, pero tus tetas se quedan acá, en esta casa y se quedan vivas. ¡Vivas! ¿Entendiste?”. La verdad, no entendí. Yo ya sabía que Ramón era medio loco y que cuando se enojaba le daba por decir cualquier cosa, por eso pensé que lo de las tetas era una excusa para retenerme, para conmoverme. Y es lógico, que te dejen. Encontrar a tu mujer, en tu propia cama, con tu primo... Hasta ahí, yo lo entendía a la perfección. ¿Pero que yo me vaya y le deje mis tetas? Eso si que no podía ser. ¿Cómo se las iba a dejar? ¿No era más fácil insultarme y revolear mis cosas como hacía cada vez que nos peleábamos? O denunciarme por adúltera, o…
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“¡Sí, ya sé! ¡Ya sé que para vos hasta sería mejor que te dé una paliza y que te eche a la calle, pero yo nunca le pegué a una mujer y no voy a empezar ahora! Y que te quede bien clarito lo que te voy a decir, porque no te lo voy a volver a repetir. Yo quiero dos cosas, nada más que dos. Una: que vos te vayas y dos: que tus tetas se queden. Porque nunca nunca nunca nunca en ningún lado voy a encontrar tetas tan divinas, tan grandes, tan dulces, tan suaves y suculentas como las tuyas. ¡Vos te vas hoy, sin falta!”. Que Ramón ya no me quería, era evidente y que se había obsesionado locamente con mis dos pechos, también. Ramón siempre había sido tetero, pero yo creía que era un tetero en general, de los que les gustan las tetas de todas, pero no, ahora me vengo a dar cuenta que no, que era tetero de mis tetas y que las quería más que a mí y más que a nuestros hijos. “¿Para cuándo tenés pasaje? Bueno, terminá de preparar el bolso, despedite de los chicos y vení que te espero en el patio”. Fui al patio. Esperaba una escena, un escándalo de llantos, malas palabras y gritos como para que se enteraran todos los vecinos del barrio. Pero no, por suerte estaba tranquilo. Me dijo: “Sacate la blusa”. Este me quiere retener por el sexo —pensé—, no se quiere dar cuenta, el pobrecito, de que cuando yo pienso en eso ya no pienso él, pienso en Ernesto. Pero bueno…, si tiene tantas ganas podemos hacer uno de despedidita, tampoco es para hacer tanto aspaviento después de todo… —¡Dije que te saques la blusa! ¡Carajo! Yo sabía que cuando Ramón pegaba esos gritos era porque estaba enojado de verdad. Me saqué la blusa. —Ahora sacate el corpiño. —Che, Ramón, que pueden ver los chicos… —¡Que te saques el corpiño te dije! ¡Carajo! En cuanto me lo saqué, se tiró arriba de mis tetas y empezó a tocarlas, apretarlas, besarlas, chuparlas. Les confieso que mis gorditas son muy sensibles, por eso me dejé llevar y perdí la noción de lo que estaba pasando. Y cuando quise darme cuenta, estaba atada de las tetas al poste de colgar la ropa.
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—Ahora andate, andate a donde quieras y llevate lo que quieras, menos las tetas. Cuando vuelva no te quiero ver acá. Prendió un cigarrillo y se fue. Pero se fue de verdad. Oí el ruido de la camioneta que doblaba en la esquina. Me dije: “Ahora me desato y me voy”. Pero no hubo forma, me había atado de una manera que era imposible darse cuenta cuál de todos los nudos era el que tenía que empezar a desatar para liberar mis meloncitos. A las dos horas, más o menos, sentí que adentro sonaba el teléfono. Vino Juana, la señora que ayuda en la casa, y me dijo que el señor quería que me fuera ya mismo, que ni un minuto más podía seguir en la casa. Y se quedó mirándome con los brazos cruzados, esperando a que yo me empezara a ir. Cuando Ramón volvió, era de noche, yo ya estaba casi en la vereda, pero mis tetas no. Mis tetas seguían gordas y turgentes en el patio, atadas al poste de colgar la ropa con los pezones mirando para el lado de la higuera. Entre ellas y yo, una lonja de piel uniéndonos. Ramón pasó al lado mío y ni me miró. Se fue directo al poste a ver a mis dos pechugas y noté que las habló: “Ustedes van a ser mis cautivas, mis esclavas, mis reinas, mis adoradas, mis criaturas de dios, las dos. Lindas, lindas, mis gorditas, pechuguitas jugosas, lindas”. No me van a creer si les digo que se abrió la camisa, abrazó al poste y apretó su pecho contra mis dos tetas atadas. Me conmovió. Me calentó. Decidí volver y esperar un tiempito más antes de irme así iba haciéndose a la idea de a poco y mientras tanto me desataba. Pero me rechazó, no me quiso. “Andate malagradecida. Andate y no vuelvas más. En esta casa ya no hay lugar para traidoras como vos. Andate lejos. Sos una sabandija, un mal ejemplo. Andate”. Lloré, rogué, supliqué… y así llorando, rogando, suplicando y cargando mis dos bolsitos seguí caminando y buscando un taxi. El pellejo que me unía a mis pechuguitas jugosas era cada vez más fino, elástico y resistente. Por suerte, porque mi miedo era que en algún momento no aguantara más y se cortara y me quedara, de verdad y para siem-
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pre, sin mis dos tetas. Si llegaba a pasar eso iba a tener que avisar rápido a Ramón para que las desatara y las metiera en un frasco con formol para que se conservaran, ya que tanto le gustaban. A las pocas horas, ya estaba en el ómnibus camino a Catamarca, donde me esperaba Ernesto. Ernesto no era tetero, era más bien culero, pero igual le iba a tener que explicar lo que le había pasado a mis tetas y qué eran esas dos cintas de piel que me salían por el cuello de la remera escote en V y se perdían por la ruta 40. Había reclinado el asiento y estaba a punto de dormirme cuando empecé a sentir que Ramón, en el patio de la casa de Pehuajó, empezaba a darles besitos, a los besitos les puso lengua. “¡Pará, Ramón!”, pensé. Me estaba calentando otra vez. Tuve que ir al baño del ómnibus hasta que Ramón terminó lo suyo. Y yo con lo mío. Llegué a Catamarca con dos piolines que me salían de la parte de abajo de la remera; era más cómodo así que del escote. Ernesto, que como ya dije era muy culero, me apretó los cachetes del traste cuando me dio el beso de bienvenida sin darse cuenta de nada. Me preguntó como había sido la despedida de Ramón. “Calamitosa”, le dije yo. Y no preguntó más. Como hacía bastante que no estábamos juntos, no perdimos tiempo. Llegamos a la casa y enseguida empezó con lo que a él le gustaba tanto y a mí también. Tan contento estaba que no le preocupó que yo no me quitara la parte de arriba. No le preocupó ni ese día ni los días que siguieron. Pero es como todo…, de repente le empezó a parecer raro que me hubiera puesto tan pudorosa de cintura para arriba. Ni que me tocara lo dejaba. Siempre le ponía una excusa: que me da frío, que vos no te conformás con nada, que te va a distraer de lo que te gusta tanto y haces tan bien. En realidad, tenía miedo. Miedo de que se ponga celoso, de que se enoje, de que me quiera cortar los piolincitos que me unían al resto de mi cuerpo, atado al poste de colgar la ropa en el patio de la casa de Pehuajó, apuntando a la higuera, mis dos gorditas, con Ramón. Pero tanto insistió e insistió que no tuve otro remedio. Cuando
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le conté, porque preferí que lo escuchara antes de que lo viera, pensó que le estaba tomando el pelo. Es que los piolines eran tan finitos que ni se veían. Le dije: “Dame la mano”. Me la dio. Muy suavecito la apoyé sobre los hilitos. No creyó que fueran de mi piel. Le dije: “Mejor te muestro, así me crees”. Y me saqué la remera. Pobre Ernesto. Se sentó en el borde de la cama y se quedó mirándome fijo con cara de abombado. Cuando reaccionó me preguntó si me dolía. Le dije que a veces me tironeaba. Me preguntó por que no cortaba los piolines. Le dije que no quería mutilarme. Me dijo que de tanto estar a la intemperie seguro que ya deberían estar secas, carcomidos por los bichos, achicharradas por el sol. Le dije que mis tetas estaban a la intemperie pero tan vitales y saludables como los dedos de mis pies, como mis pulmones, como mi lengua, como mis ojos, como… Me preguntó como podía estar tan segura si las tenía a cientos de kilómetros de distancia. —Porque siento todo a través de los piolines —dije. —¿Y que sentís? Me quedé callada mirando el suelo. Ernesto volvió a preguntarme: “Decime la verdad de una buena vez. ¿Qué pasa con tus tetas en Peuhajó?”. Seguí callada. Yo estaba ahí, parada delante de él con las botas y la pollera puestas, pero desnuda de la cintura para arriba, dejando ver con impudicia mis piolines que se perdían en la distancia… Ernesto esperaba que le contestara. Me estaba teniendo mucha paciencia el pobre. Yo no sabía si decirle o no, pero me hizo una pregunta boba y pisé el palito. —¿Y si te las pica un mosquito? —No, mi vida, no me pican los mosquitos, Ramón les pone repelente, las cuida, les pone crema, las abriga si hace frío… Me callé porque me di cuenta de que no le gustaba lo que le decía. —¿Y qué más le hace Ramón a tus tetas atadas en Peuhajó? ¿Te las toca? —Sí —dije sin levantar la mirada. —¿Y lo sentís por los piolines?
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—Sí. —¿Te las acaricia? —Sí. —¿Te las chupa? —Sí. —¿Y lo sentís? —Sí, siento todo lo que les hace Ramón. A mí se me llenaron los ojos de lágrimas, a Ernesto también. —Y… alguna vez ¿estuviste con los dos juntos, digo, con Ramón y conmigo al mismo tiempo? Se me empezaron a caer las lágrimas. Nunca lo había visto a Ernesto tan triste… Insistió con la pregunta, con la voz quebrada: —¿Estuviste con Ramón y conmigo al mismo tiempo? —Sí, mi amor. Ernesto se levantó de la silla y salió de la casa. No me quiso decir adónde iba. Él no era de irse por ahí, pobrecito. Ni me miró. Me quedé sentada, muy dolida, muy triste y justo en ese momento, cuando la única manera en la que yo tenía que estar era dolida y triste, lo empecé a sentir otra vez… “No, Ramón, ahora no —pensé—. Pará… ¡Por favor, pará! ¡Ramón, que no estoy de ánimo!”. Pero a la distancia no había manera de frenarlo. Entonces, como siempre, dejé que se diera el gusto. ¡Y lo que no me hizo! Cuando Ramón terminó con lo suyo, yo estaba un poco más contenta y me quedé dormida. Me despertó el portazo que dio Ernesto cuando entró a la habitación. Me vio desnuda en la cama y se dio cuenta enseguida. La cara se le transformó, nunca lo había visto tan furioso, él no era así. —¿Estuviste con Ramón? ¿Estuviste con él mientras yo no estaba? ¡Hija de tu buena madre! ¡Estuviste con él en mi propia cama! Intenté explicarle que no lo podía evitar, que Ramón en Pehuajó hacia lo que quería conmigo, que yo no lo buscaba, que era él… y que mis tetas eran tan sensibles que cuando Ramón empezaba… —Ernesto, mi amor, a mí por los piolines me llegan todas las sensaciones…”. —¡Cortate los piolines! ¡O te cortás los piolines o te vas!
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—¡No podés pedirme que me mutile! —No querés dejar de sentir a tu Ramoncito, ¿no? ¿Te gusta lo que te hace Ramoncito? —Me gusta lo que me haces vos. —¡No me cambies de tema! A mí también me gusta lo que te hago. ¿Te vas a cortar los piolines? —Mi amor…, no podés pedirme eso. —Juntá tus cosas. Te espero en el quincho. Fui al quincho. Esperaba una escena, un escándalo de llanto y gritos. Pero no, Ernesto estaba tranquilo, tomaba mate. Me dijo: “Sacate la pollera”. Me la saqué. “Bajate el calzón”. En cuanto me lo bajé empezó a manosearme y a besuquearme el traste. Debo confesar que tengo el traste muy sensible, me dejé llevar y perdí la noción de lo que estaba pasando; por eso, cuando quise darme cuenta, estaba atada del culo del poste central que sostiene el techo del quincho. —Cuando vuelva no te quiero ver acá. Andate. Andate de mi casa. Pero me dejas tu culo. Tu culo queda acá, en Catamarca. Prendió un cigarrillo y se fue. Pero se fue de verdad. Oí el ruido de la camioneta que doblaba en la esquina.
tw Alejandra Spinetta. Argentina, 1963. Vivo en Buenos Aires. Soy Docente y Licenciada en Comunicación Social y me desempeño laboralmente en áreas de comunicación de organismos públicos y privados. Escribo narrativa desde el año 2011. Tomé clases con Alberto Laiseca. Algunos de mis relatos fueron publicados en revistas digitales.
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Tres microrrelatos Lidia Sanchis
Sábado EN cuanto despierta sabe que no es un día como otro cualquiera. Primero, por la hora (se ha levantado un poquito más tarde); luego, por el vestido: hoy no es necesario ponerse ese feo uniforme del colegio como quien se pone un hábito. Su madre ha abierto las ventanas y anda con el plumero quitando todas las motas de polvo, reales o imaginarias, que encuentra en su camino. La niña sabe que esa luz de principio de invierno que se cuela por los ventanales será única y que tendrá que retenerla en su memoria para revivirla. El padre ha ido a almorzar al bar con los vecinos, esa costumbre tan nuestra que ese día especial también se prolonga un rato más. Madre o hija irán al mercado (no tienen más que cruzar la calle), un lugar que todavía tiene algún sentido. Probablemente, la madre cocinará macarrones o asará un pollo en el horno. Alguien compró el viernes una tableta de chocolate y ella y sus hermanas la devorarán en cuanto acaben de comer, sentadas frente al televisor viendo alguna película de Danny Kaye. Aún no tienen edad para salir a tomar café con sus amigas. O quizá sí. Pero no lo hacen. Hay una luz violeta que se cuela por la claraboya de la casa, una casa cerrada, construida con tan poca luz que ella ha ido avanzando a tientas hasta aquí, apenas iluminada por el recuerdo de aquel sábado de invierno.
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Ley de vida SALEN sigilosamente de las habitaciones de sus hijos después de haberles arropado y de haberles dado un beso, la tibieza de la piel sonrosada todavía en los labios, el tacto sedoso del cabello infantil aún en los dedos. Todas ellas tienen una sonrisa triste porque saben que esta es la última noche que arropan, besan y tocan: mañana ellos ya serán hombres que huyen de sus madres.
Indicios o esperanzas PERO nunca, sin saber bien por qué, dejarán de mirar hacia arriba. Porque era de noche cuando desapareció todo: primero, las plantas y las flores; después, los animales. Desde entonces ya no se escucha a las vacas mugir ni a los perros ladrar. El silencio se adueñó de las calles y un viento helado se coló por cada rendija de las casas. La gente se acostumbró a caminar entre la niebla, con la espalda encorvada. Se fueron encogiendo, disminuyendo, diluyendo. Aunque no pueden evitar seguir escudriñando el cielo en busca de una señal.
tw Microrrelatos inéditos, pertenecientes a la serie "Microrrelatos para leer en el tren" Lidia Sanchis Sorribes. Burriana, 1967. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universitat de València. Empezó su andadura profesional en la Cadena SER. Colaboradora en diversos periódicos de la Comunitat Valenciana: Castellón Diario, Las Provincias, Levante EMV. Delegada en Castellón de Mini-Diario. Redactora en el Periódico Mediterráneo. Los últimos quince años ha trabajado como editora, locutora y redactora en Ràdio 9, en la delegación de Castellón de RTVV, hasta su cierre el 29 de Noviembre del 2013.
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Viaje de ida y vuelta Paz Monserrat Revillo LA ventanilla de un tren a punto de salir es un observatorio privilegiado para saber en qué consiste despedirse. Si quisiéramos tener una visión global del asunto de los apegos humanos y escuchar el genuino sonido del velcro de nuestras relaciones (pegándose y despegándose) tendríamos que completar el trabajo de campo con una visita a una terminal de llegada de vuelos de un aeropuerto, con sus pancartas de bienvenida, abrazos exagerados y empalagosos grititos. Pero, como ocurre con la tristeza y la alegría en la música —cuánto mejor un bolero que la canción del verano—, da mucho más juego el desgarro de una separación que un recibimiento rebosante de azúcar. Es por eso que cuando, el otro día, vi a esa pareja despidiéndose en la estación del Norte como si estuvieran cantando un bolero, apoyé el codo en la ventanilla y me dispuse a disfrutar del espectáculo, rezando para que ese día el tren también saliera con retraso. Ella era joven, aunque no demasiado. Estaba en esa edad en la que, en la época de mis padres, todas las mujeres ya tenían hijos, mientras que ahora viven una interminable prórroga de la adolescencia. Él, en cambio, se situaba en esa incipiente madurez que tan seductores nos vuelve a los hombres. ¿Quizás fuera su profesor? Probablemente, pues ella llevaba una carpeta.
*Producida por la corteza suprarrenal, su tejido diana son los riñones. Actúa favoreciendo la conservación de la sal con el fin de incrementar la presión sanguínea. Aumenta en situaciones de alto contenido emocional (ansiedad, miedo, peligro).
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El abrazo era contundente y profundo. Había algo de violencia contra el destino de separarse que le daba un toque de desesperación muy atractivo para un voyeur tan fantasioso como yo. Por los altavoces anunciaron la salida del tren. El velcro se resistía a despegarse. ¿Quién de los dos subiría al tren? El último encaje de sus cuerpos derivó en un acrobático enlace de brazos y acabó en una caricia que él deslizó con tristeza por el rostro de la muchacha. “Cuídate, cuídate”, me pareció descifrar de la lectura de sus labios. La chica subió a mi vagón. Avanzó con gesto lento, concentrado. Ligera, como si levitase unos milímetros por encima del suelo del pasillo. El azar la depositó en el asiento vacío frente al mío, dándome la oportunidad de observar —con la cautela que requiere el voyerismo más sofisticado— cómo iba mudando su rostro tras el desgarro del velcro, cómo se iniciaba la cicatrización.
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El tren comenzó a moverse. Ella se aferraba a la carpeta y al bolso. Su mirada no apuntaba a ningún objeto del exterior, flotaba en el aire sin tratar de captar nada, sin tratar de comprender lo que veía. Una mirada acurrucada sobre sí misma como un perro que duerme. Llevábamos media hora de trayecto y yo estaba a punto de estallar de éxtasis por tener el privilegio de asistir en directo a la visión de un volcán en aparente calma, pero que emite ondas que avisan a los sismógrafos de su actividad. Entonces, abrió el bolso. Sacó una toallita húmeda, que se pasó por las mejillas. Después cogió su móvil, marcó un número que tenía archivado, tragó saliva y cuando contestaron al otro lado dijo: —¿Cómo va, cariño? Ya estoy llegando a la estación. Sí, sí. Espérame para el baño del niño, ¿vale? Un beso.
tw Paz Monserrat Revillo. He completado 53 vueltas al sol. Viví en una isla y en la costa de una península. Llevo una doble vida: a veces enseño biología a adolescentes, otras escribo mis desahogos. El resto del tiempo leo, cuido de mi tribu y paseo a mis galgos. Nadé en un Mar de pirañas (Menoscuarto 2012), escribí a cuatro manos 100 situacions extraordinàries a l'aula (Cossetània, 2014) y Nazarí ha acogido mis relatos hormonados en su catálogo. Riego semanalmente mi blog: http://pazmonserratrevillo.blogspot.com.es/
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drilos —No me gustan, Fabrizio —declara Doña Filippa sin apartar la vista de la fachada del hotel. Don Fabrizio se pasa un pañuelo por la frente y vuelve a mirar hacia arriba. —¿Y qué es lo que no te gusta? —le replica. —No estoy segura -contesta ella. —¿No te gusta cómo combina el rosa con el color de la pared? —No, no es eso, Fabrizio… —Pues tu hermano Giuseppe dice que son, ¿cuál fue la palabra que empleó?... ideales, él dice que son ideales. —Pero Fabrizio, ¿tú estás seguro de que los clientes no se asustarán cuando vean un cocodrilo en el balcón? —Filippa, querida, ¿es que no te das cuenta de que son de color rosa? —Claro que me doy cuenta, no estoy ciega, Fabrizio. Doña Filippa se coloca el abanico en la frente a modo de visera. El sol del mediodía le molesta aunque mantiene a los cocodrilos inmóviles, como si fueran estatuas. —Entonces, ¿cómo puedes decir que te asustan? Porque eso es lo que has dicho. Anda, Filippa, míralos bien y dime la verdad, ¿qué te parecen? —No me gustan los cocodrilos, Fabrizio, por muy rosas que sean, qué quieres que te diga. Yo misma los he visto comerse hasta un búfalo, ¡un búfalo, Fabrizio!, que se dice pronto. —¿Y dónde has visto eso? —En los documentales que echan por televisión. —Vamos, Filippa, ¿acaso los cocodrilos que viste en el documental eran de color rosa?
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—Pues no, no eran de color rosa, pero un cocodrilo siempre será un cocodrilo, ¿quién te dice a ti que no se van a comer a ningún turista? —Sabía que sacarías el tema, estabas deseando echármelo en cara. —No sé de qué me hablas —dice Doña Filippa haciéndose la tonta. —Sí que lo sabes, desde luego que sí, pero voy a aclararte una cosa: la idea de tener tigres de Bengala en el recibidor no fue mía, sino de tu hermano Giuseppe. Él dijo que los tigres nos darían ese toque de extravagancia que poseen los grandes hoteles europeos. —Pero este hotel es tuyo, Fabrizio, tú eres el dueño, tú compraste los tigres y tú, Fabrizio, fuiste el que pasó dos años en la cárcel por lo que ocurrió, ¿o es que ya no te acuerdas? —Claro que me acuerdo, dos años y un día; pero piensa, Filippa, piensa un momento. En toda Venecia no hay nada parecido, quizá en toda Italia. Estos cocodrilos, para que te enteres, provienen, nada menos, que de la India, y tienen la piel más suave que aquella bata de satén que te compré en Roma. Además no hay más que verlos, son de color rosa… —Y como son de color rosa… —comienza a decir Doña Filippa para que Fabrizio acabe la frase. —Pues eso, que como son de color rosa es imposible que se coman a un turista, y mucho menos a un búfalo. —No sé, Fabrizio, en la televisión parecían tan fieros… —Venga, Filippa, deja de preocuparte y vamos para dentro, ya verás cómo esta vez todo sale bien. Don Fabrizio se encamina hacia la puerta del hotel. Doña Filippa se queda sola en mitad de la calle, mirando hacia arriba con el abanico apoyado en la frente. —Ay, Fabrizio, eso es lo que dices siempre: no te preocupes, Filippa, que todo va a salir bien; tú tranquila, Filippa, ya verás como esto se arregla; no llores más, Filippa, que dos años se pasan enseguida...
tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de las cuatro fotografías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churro que publicamos aquí. La fotografía es de Pilar Naranjo, finalista de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.
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lapuertadelanevera
Trampa Aurora Hildegarda Como la araña, el ser humano con su trampa atrapa incautos, trama insidias y renta sinsabores.
Esther Ligero En el sótano ha y una trampa, levántal a, baja la escalera y me en contrarás. No te asustes.
http://aurorahildegarda.blogspot.com.es/
Rendija ellanos Ángeles Cast ndija se re A través de la la insisy ío escapa el fr e sucud a ad m tente lla s. lentos tesoro
Luis Checa la puerta Cierren bien jos míos, de su ego, hi ija se me nd que por la re a. escapa la vid . ra er Ti re ad M https://www.facebook.com/lcheka
Fiesta Esther Salí, dejo en la nevera tus mentiras por si te apetece arrepentirte.
Carmen Roiz El príncipe nunc a pudo encontrarla, Ce nicienta no perdió el za pato en la fiesta.
Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com
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diccionariodesaturno
Una nueva civilización está empezando de cero en Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos, ¿les echas una mano con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com
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de los to s pe udo. n u u j on re t felp a n c sob e en . Imm u de lpe jart ado es do e go ta de r pis a ion s d e c e s s a p aen ha ra ul y e to reg terés erdo LEY men e rec lastan ción y s in cu a n p le qu rm usto, de a 1. E rmas a. Te a : tu fu au o n g a no punt tieron llarn da de a su licad e p r t a a e i a t s d adv Ca sific re a y cla interp strad Te llimó s n i o la j Ga lecció uien dmin ilva a sb o aq ,a rS ruo t 2. Ce cad encia écto s n ea qu veni sillo. H mo qu e o n l co u bo te d llad z es/ m. rro éne nen a as t.co a s o p O de Jim rm a ogs po sabet ULT ga pe Garcí iento.bl r D e y i A uel . Rosi npensam en cu ta. El ura H c i u . 2 1 amas bujando rrado es gr es vec la c c p://di e s e c a v en y a con htt un a o e r iñ lla ier , qu cía 2. Nces ca ec rta r Gar s e o xp o ve sol id AD ra ine Héct ue adav . q ED e a L C rm en ma SO l al Chelo nfe nven e E . 3 1 tras e ero en otra. .com.es/ t o e j gu cia d .blogspo A . 4 n 1 2 se eida pre pers / p:/ htt
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sinopsis
«En la cima» La rocambolesca historia de el Gran Hugo, editor jefe experto en ortografía, quien luego de un desafortunado encuentro con el Tomo I del diccionario de la RAE sufre una lesión cerebral que lo lleva a los límites de la locura. ¿Lograrán vencerlo sus enemigas mortales, Homonimia, Homofonía y Sinonimia? El Gran Hugo, ¿en la sima o en la cima?
Paola Tena (@cromatide)
Después de veinte duros años y tras haber logrado superar todos los obstáculos, Marina no conseguía saborear el éxito. Muy lejos de aquella adolescente frágil y perdida, la nueva mujer soñaba cada mañana con regresar al pasado. Algo no encajaba. Vendió sus propiedades para desandar un camino que haría tambalear su presente.
Almudena Villalba Organero
Le costó tanto llegar que se sentía aturdida, estaba en lo más alto, se codeaba con los más grandes. La única mujer en la sala de reuniones significaba muchos ceros en su cuenta corriente a cambio de una carencia de escrúpulos que ahora, desde su sillón, trataba de recuperar.
Elisabet Jiménez
Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com
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Brevemente
Guerra de neologismos Semana 21 de concurso: 7 de marzo de 2016 Ganadora: Arantxa Portabales Santomé Serán solo cien palabras. Las esconde en su mesilla de noche. Durante el día, todas las que usa son inofensivas. Como por ejemplo "lavadora", "macedonia" o "cucharón". Las otras, las usa solo en la habitación. Si intento tocarla, abre su cajón y me grita: "Pilíapo" "Mustrode", "Calíproce"… Yo contraataco inventándole piropos: "Polimposa", "Malíbula"… Nunca funciona. Hoy decidí pedirle perdón. Así sin más. Se ha enfadado muchísimo. Ha sacado del cajón su peor insulto y lo ha silabeado furiosa: "PI-LI-CA-TRALLO". Cuando se pone así, no hay manera. Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase "lavavajillas", "espumadera" o "colesterol".
Diccionario ilustrado
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Semana 22 de concurso: 14 de marzo de 2016 Ganadora: Sonsoles García-Albertos Torres Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase “lavavajillas”, “espumadera”o “colesterol”. Dulce porque tiene cinco años, susurrase porque no tiene fuerzas para más. Mi hijo no duerme. Es muy inteligente. No sólo mira los dibujos de los libros, también los lee. Pero ni su padre ni yo hemos conseguido que aprenda a dormir. Mi marido se fue ayer de casa, me dijo que necesitaba soñar y que aquí es imposible. Yo me hago la dormida, para que mi niño no se sienta culpable. Ahora mismo estoy deseando que venga a susurrarme las palabras que ha aprendido por la noche.
tw Relatos finalistas de marzo de 2016 del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.
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dindondin
Ellas, las sufragistas Hasta el 12 de abril. Centro cultural Conde Duque. Madrid Entrada gratuita http://www.comiendopipas.com
Swingui qui vulgui El tercer y Ăşltimo domingo de cada mes, de 12 a 14.30h. Barcelona Actividad gratuita http://www.forfree.cat
Cuaderno de escrituras Hasta el 27 de mayo. Centro Cultural AcatlĂĄn, Lomas Verdes Entrada gratuita http://www.timeoutmexico.mx
Teatralia Desde el 2 hasta el 23 de abril. Teatros del Canal. Madrid Entradas desde 5 euros http://www.teatroscanal.com
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decamino
http://whoknows-mag.com/
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No somos como cualquier otra revista de Cultura Urbana Contemporánea. Who Knows Magazine quiere inspirar, explorar y evolucionar. Queremos sacar a la luz el talento de nuestra generación y entretener con artículos interesantes y de calidad; una publicación de exploradores y descubridores, creada por y para ellos. Trabajamos en dos soportes: nuestro espacio web y nuestro fanzine, que es nuestra gran motivación y aparece cada dos meses para reivindicar que las revistas existen para ser leídas, para despertar sensaciones que solo el papel puede transmitir. Who Knows Magazine nace para ofrecer buenos contenidos en un cuidado diseño contemporáneo.
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tw Trabajamos sobre el proyecto Who Knows Lab, un 'estudio editorial experimental': una experiencia enriquecedora, llena de conocimiento; un espacio para el diseño de productos editoriales innovadores que transmitan emociones más allá del contenido.
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entrecocheyandén
Besar los sueños Efraím Blanco Alumno del Taller de narrativa del maestro Francisco Rebolledo (México)
LE beso la frente, los ojos, la boca. Hundo mi cabeza en su cabello que es castaño, y suspiro, ansío, me robo el aroma todito y le pregunto si lo que huele es champú. -Vamos con calma -me dice con esa voz que me encanta. Así que le beso la espalda, los tres lunares, la cadera y luego regreso y meto la cara en su cabello que ahora es rubio y suspiro. Le digo que me encanta, que vayamos al cine y busquemos asientos libres en la última fila; le juro que ahí, en la oscuridad, la voy a besar como nunca he besado a ninguna mujer. Ella sonríe y me aparta un poco, delicadamente, con sus dos brazos. -Mírame a los ojos -me dice con esa voz que me acaricia los sueños. Pero yo no quiero, por eso meto mi lengua en su boca y la enredo a la suya, hago un nudo que aprendí en un viejo libro de amarres marítimos y juego a tratar de desenredarlo, sin éxito. Muerdo sus labios, más fuerte el de abajo, que me encanta, y ella se queja un poco con esa voz de niña mimada que me hace querer lastimarla más hasta llevarla al placer. Así que le beso un cachete, la oreja, el cuello. Ella se retuerce y aprovecho para hundir mi cara en la espesura de su cabello que ahora es rojo. Suspiro desde el fondo de mi pecho y le suplico que no me diga nada. Que si lo que quiere es decirme algo de su novio anterior prefiero no escucharlo. Quizá lo que quiere es hacerme sentir mal. No hago deportes ni soy un tipo atlético como el tipo aquel con el que posa tan contenta en su viaje por Europa; no tengo el auto con que aquel sujeto la llevó de viaje por la cordillera de los Andes; en definitiva, no tengo el porte elegante de su ex novio que la llevó de aventura por el majestuoso Gran Cañón. Por eso le beso las manos, los dedos, las uñas. Busco con delicadeza sus palmas para obligarlas a acariciarme la cara. Alcanzo a ver las palabras que se forman en su boca y procuro callarlas con otro beso.
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-Detente, por favor -me dice con firmeza. Y yo beso el contorno de su brazo que se empeña en alejarme. Serpeo entre sus movimientos y me abalanzo sobre su escote, debajo de la blusa, en sus pechos que beso, en sus pezones que mordisqueo y ella deja escapar un "¡Ay!" que no suena mal. Me excita. Mis manos la atrapan y la detienen lo suficiente para perderme una vez más en la hondura de su cabello, que ahora es blanco, y me deslizo por la curva de su cuello, por los diminutos vellos que enmarcan su piel, por sus hombros delicados y pecosos, hasta que desciendo con seguridad por la zona de su ombligo que es perfecto, diminuto, y yo lo bordeo y tomo destino rumbo al sur. -¡Auxilio! ¡Seguridad! -grita ella. Yo no tengo tiempo para nimiedades. Hurgo entre sus piernas, renazco en sus muslos, en el calor que me atrae a su sexo, donde mi lengua busca la fuente de la eterna juventud y la encuentra, y bebe de ella, y no hay nada que quiera escuchar en el mundo. Por eso escapo y me refugio en la selva de su cabello que ahora es negro, y le pregunto por qué huele tanto a medicina, por qué el cuarto está acolchonado y por qué me han atado los brazos con esta camisa de fuerza; quiero gritar pero el bozal me lo impide. Dos tipos me sujetan y no puedo evitar pensar si uno de ellos será el galán con el que posa tan contenta en su página de Facebook. Ella está muy callada. Pero me mira, y sé que me ama, nos amamos, y todo va a estar muy bien. -Sujétenlo para la inyección -dice con esa voz que me encanta. Y yo me pierdo en un sueño; le beso la frente, los ojos, la boca.
tw Efraím Blanco (@elEphra). Cuernavaca, México. Es egresado de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay del Estado de Morelos (ICM/SOGEM). Estudió Letras Hispánicas en el CIDHEM. Es fundador y director de la editorial independiente Lengua de Diablo. En 2012 obtuvo el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola con el libro Dios en un Volkswagen amarillo.
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