nº51
octubre2016
elmuro [3] andénuno [5]
Universos paralelos, Daniel Monedero andéndos [10]
Un dragón de azoteas, Elena García andéntres [13]
Chatarra, Manu Pérez cuentoscomochurros [16] lapuertadelanevera [22] diccionariodesaturno [23] Sttorypics [24] sinopsis [25] brevemente [26]
Relatos en cadena dindondin [28] decamino [29] entrecocheyandén [31]
novedades
Dragón Blanco, MHHM
Se incorpora a nuestros andenes una nueva editorial: RELEE; cuenta también con taller literario que se suma además a los Talleres Colaboradores de CpA: un grupo que alcanza ya los catorce miembros, ¡bienvenidos!
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 28010 Madrid | edicion@grupoanden.com | www.grupoanden.com Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez y Kike Cherta (España), Juan Martini y Mónica Pano (Argentina), Mª Luz Carrillo (México) Publicidad: edicion@grupoanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com Ilustración portada e interior: Valentina Marcchioni | flaccidia.com
Con la colaboración de:
elmuro
Tema: Libros
Ganadora: Escena del crimen . Paola Tena - San Cristóbal de La Laguna, Sta. Cruz de Tenerife (España) Finalistas:
Fábula XV. Inma Núñez - Madrid (España) Sin título. Déborah Calderón - Campeche (México) Sin título. Adriana Petrigliano - La Rioja (Argentina)
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@grupoanden.com Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.com Tema del próximo concurso: Manos
Te escuchamos: Cuentos para el andén @cuentosanden lector@grupoanden.com
www.grupoanden.com
Esta edición entraña numerosos peligros, podrías desaparecer inmerso en universos paralelos, perderte entre la chatarra, ser sorprendido por un dragón blanco o lo que es peor: caer en las garras de un dragón de Komodo en tu propia azotea. Échales la culpa a Daniel Monedero, Manu Pérez, M. Henar Hernández o Elena García, no a nosotros, que somos la mar de majos y nunca te haríamos daño. También encontrarás otras cosas con menos peligro, pero con la misma miga. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
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Universos paralelos Daniel Monedero
SERÍA posible, podría extender el brazo y alargar la mano, tocar tu hombro, y tú podrías girarte con una suavidad que merece un aplauso, y es posible que respondieras a mi gesto con una sonrisa diminuta, así, como haces tú, incluso alargando a la vez tu mano y tocándome el antebrazo, como diciendo yo también estoy aquí, y sería probable que eso me animase a acercarme más, y con la otra mano atrapara tu cintura, tal y como sucede en las películas que ponen los domingos por la tarde, entonces yo acercaría mis labios a tu boca, donde siempre es verano o lo parece, nos besaríamos, primero sin atinar demasiado y después poniendo todo el cuerpo en ello, sería un beso de esos que se alargan y se encogen y son como una espiral en la que uno ya no sabe si está entrando o saliendo de un lugar, un beso así, lleno de lluvia y preguntas, que nos animaría a ir a casa, a la tuya o a la mía, qué más da, nos desnudaríamos, tropezándonos todo el tiempo con articulaciones que sobresalen y muebles que estorban, luego nos moveríamos acompasados como bailarines ebrios, un, dos, tres, y eres tan hermosa que dan ganas de aullar, no sé ni lo que digo, uf, me despertaría en tu cama o tú en la mía, por unos instantes no sabríamos ni de cuál se trata, porque nos hallaríamos fuera del tiempo y del espacio, igual estábamos tan ansiosos por hacerlo que hemos entrado en la casa de un desconocido, y por otro lado qué más da, ya nunca nos puede alcanzar ninguna bala, diríamos a la vez, porque hay como una telepatía rara entre nosotros, ¿te quedas a dormir?, yo te iba a preguntar lo mismo, y después de eso iríamos viéndonos con más frecuencia en un bar que hace esquina,
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con un camarero que silba canciones que siempre recuerdan a otras canciones, tú a lo mejor un día me regalarías un paraguas amarillo que se vería desde el espacio, y me sorprenderías diciendo que podíamos ir de viaje a un sitio que a mí siempre me había parecido deprimente, pero al llegar contigo me parecería un santuario en el que arrodillarse y decir gracias, y pasaríamos meses llevando horarios dementes, quizá tú te quedarías con el jersey que me compré en Islandia, y a mí eso no me importaría nada, al contrario, qué orgullo, vas vestida de mí, tú sonreirías de esa manera que, ay, de esa manera que, yo te diría frases llenas de ingenio impropias de un martes por la tarde, no sé, perfeccionaríamos la técnica de estar juntos hasta límites desconocidos, haríamos una lista de estupideces a las que podríamos dedicar tiempo si lo tuviéramos, aprenderíamos también a estar en silencio y a discutir a gritos, para luego abrazarnos y decir qué tontos, lo mismo un día nos parábamos delante de una tienda de lámparas, y uno, con cara de animal asustado, le preguntaría al otro ¿nos vamos a vivir juntos?, y viviríamos juntos, montaríamos muebles suecos, perderíamos destornilladores y parte de nuestra paciencia, nos compraríamos un felpudo para los domingos y otro para los días laborables, uno diría "bienvenido" con entusiasmo y otro medio bostezando, poco a poco llenaríamos nuestra vida de zapatillas de estar en casa y calentadores que se estropean una y otra vez, pero eso no nos desanimaría lo más mínimo, la gente como nosotros está como hechizada, puede ducharse con agua helada sin mover un músculo, un termómetro es un objeto inútil si uno vive con fiebre día y noche, yo posiblemente te dibujaría con el dedo un mapa en la espalda y tú tendrías que decir dónde está el tesoro, qué tesoro, preguntarías, no sé, inventaríamos algunas palabras de las que solo nosotros conoceríamos el significado, un día te encapricharías de un perro con
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una mancha negra en un ojo que recuerda a una lágrima y yo lo compraría para ti, hace falta un testigo cerca que vea lo que está pasando entre nosotros, porque viendo lo que pasa entre nosotros, uno sólo puede ladrar de felicidad, qué sé yo, mezclaríamos amigos de uno y familiares de otro, una macedonia de gente que no se conoce de nada, y a ver qué pasa, y lo que pasa es que yo no soporto a ese amigo tuyo, se cree mejor que nadie porque hace tiempo mordió en el cuello a una presentadora de la tele, pues anda que tu madre también, hay que ver cómo resopla cada vez que hablo, y ya sabes que a mí los resoplidos no, pero qué nos importa, que digan lo que quieran, que muerdan y resoplen hasta quedarse sin aliento, todo eso pertenece a otro país que no es el nuestro, nosotros hemos sobrevivido a una mudanza y a un vecino ruso y demente, hemos dormido en una casa vacía en el interior de una tienda de campaña, es verdad que a veces también hemos soltado palabras que contenían gusanos, si es que somos tan perfectos que tenemos hasta imperfecciones, ¿estás siendo irónico?, nunca creí que dirías algo así, y menos con un calcetín azul en la mano, pero poco a poco todo cansa, también lo bueno, a lo mejor ya no es tan bueno, un día me parecerá ver un gorrión en llamas a través de la ventana, y tú dirás, sin apartar la vista de un brazo desgastado del sofá, que me deje de lirismos pueriles y me centre, me dices que me centre, y a mí eso me dolerá igual que si me clavasen un abrecartas en el costado, lo mismo una semana después tú verías en la televisión un programa que a mí me parece impropio de ti, y yo te soltaría como sin querer unas frases crueles y llenas de aristas a las que tú ni siquiera me darías una respuesta, solo un suspiro, y a mí los suspiros no, ya sabrías tú que a mí los suspiros no, yo entonces sin decir nada me retiraría a mi habitación para calmarme y escuchar una canción que había olvidado, y allí, en mi
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cuarto, de pronto sentiría que soy el más solo de los hombres, abriría la ventana con la esperanza de que el aire fresco me trajera alguna forma de consuelo, y pensaría que no alargué la mano, que no te atraje nunca hacia mí como en las películas de los domingos por la tarde, que no tengo ningún paraguas amarillo, llevo puesto mi jersey comprado en Islandia, porque lo mío es mío, y me pregunto cómo se soporta una vida así, los lunes pesan toneladas y dan asco, y saldría de la habitación arrastrando los pies, pero entonces escucharía a alguien viendo un programa que no soporto, caminaría desorientado hacia el salón, me fijaría en ti, pero no eres tú, entonces quién está ahí, no sé, pero yo vi un gorrión en llamas, dime, qué demonios le pasa al calentador.
tw Del libro: Manual de jardinería (para gente sin jardín). Ed. RELEE, 2016. Daniel Monedero (Valladolid, 1977) es guionista y escritor. Ha escrito numerosos álbumes ilustrados y novelas para el público infantil, así como algunas de las series de televisión de más audiencia de España, como Siete vidas. Imparte talleres de guion y narrativa. Manual de jardinería (para gente sin jardín) es su primer libro de cuentos para el público adulto.
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Un dragón de azoteas Elena García
EN la azotea de mi edificio hay un dragón de Komodo. Lleva muchos días espiándome mientras tomo el sol. Al principio su presencia era un leve sonido. Luego se convirtió en una sensación. Unos ojos oscuros escudriñándome. Tengo un bikini con estampados y volantes pero nunca lo llevo puesto cuando subo a la azotea. No voy con la intención de tomar el sol. Me siento, observo, y me gusta sentir el calor de la luz sobre la piel mientras el dióxido de carbono presiona para que nada escape. Ni un ruido, ni una antena, ni un lamento, por las miles de ventanas que se abren y cierran en los edificios de alrededor. Me voy desnudando poco a poco, hasta quedarme en bragas y sujetador. Nunca casan. No importa porque no creo que despierte la atención de nadie. Todo el mundo está muy ocupado en sus propios asuntos, mientras abren y cierran las miles de ventanas de sus casas. Pero en las últimas semanas ese gran lagarto se ha instalado en la azotea y me mira. Me miró hace unos días, más intensamente y se aproximó a mí. Me pareció que estaba sediento. Sacaba la lengua de esa forma en que lo hacen los reptiles y miraba el charco que había dejado al ducharme con mi botella de agua. Aquel día hacía demasiado calor y el bicho sudaba sal. Lo rocié con el agua que me quedaba. En vez de esconderse, el dragón se tumbó a mi lado y continuó mirándome.
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Fue incómodo y placentero. Me asustaba tener tan cerca un lagarto tan grande contemplando cómo mi piel se erizaba con el frescor de las ráfagas de viento, cómo mis ojos se iban posando en el reflejo de la antena parabólica del octavo o en el resplandor de las sábanas recién colgadas del noveno. Y me gustaba la intensidad depredadora de su mirada. Extendió su garra y no supe qué hacer. Podía haber fingido que no lo había visto pero decidí posar mi mano entre la mullida oquedad de sus uñas. Desde aquel momento, se ha establecido entre nosotros una rutina. Ahora subo a la azotea todos los días y llevo mi bikini. Con sus volantes y estampados. Ya no me basta con el calor del sol. Ahora, también necesito la intensidad de sus ojos para sentir mi piel. Mi dragón de Komodo se deja acariciar por mi mano húmeda mientras nos observamos. Yo, queriendo que me devore y él, conteniendo el deseo de comerme.
tw Relato inédito. Elena García: estudiante tozuda de periodismo, relaciones internacionales y leyes dodecaédricas, fugaces e inservibles. Escribe para entender lo de dentro mirando a fuera. O al contrario, quién sabe. Escribe porque le gusta buscar las contradicciones y los agujeros de la naturaleza humana. Una vez ganó un premio.
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Chatarra Manu Pérez
MÍRALO, a punto de ser chatarra. Siempre lo fue. Viajamos en chatarra durante años por carreteras oscuras y autopistas pesadas. Aún te acuerdas de mi cara cuando cerré con cuidado la puerta por primera vez. Tú estabas a mi lado, mirándome y limpiándome las gafas con vaho. "Arranca, se nos hace tarde" dijiste, con esa sonrisa cómplice que pones en los días sin lluvia. Entonces yo puse mi mayoría de edad, recién estrenada, en la guantera descorchada de marfil con olor a cuero. Siempre era tarde. Pero la prisa duraba solo el principio del viaje. Luego todo se olvidaba. Como el día en que acabamos tirados, con el depósito seco, en una carretera de Portugal cerca de Faro. Mi mala cabeza, mi falta de previsión. Nos reímos. Juntos esperamos a un hombre más ancho que alto que nos recogió en una grúa vieja. No entrábamos los tres en la cabina, así que, tú, tan menuda, te ofreciste a ir agachada en el coche remolcado, para evitar ser vista. Yo charlaba en un español difuso con aquel hombre sobre nuestro viaje. Nuestro primer gran viaje. Somos novatos, le dije, se nos olvidó la gasolina y el tiempo. Él devoraba las horas para acabar su jornada. Nos dejó en la primera gasolinera que vimos, sin cobrarnos más que un café. Vaciamos los bolsillos de monedas y echamos los litros justos al depósito para llegar a la costa. Allí me quité la camiseta y te reíste de mí, de mi cuerpo delgado. Llenamos los asientos de arena. Aún queda arena en la palanca de
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cambios. "La quinta marcha huele a Portugal" te dije hace poco. Qué estupidez. Es la maldita sensación de sentirte independiente. También ese cuento que te enseñé: "La autopista del sur". Nos creímos pioneros de la Generación Beat, como Kerouac. Fue así como construimos nuestra Ruta 66 llena con árboles raquíticos y calor húmedo. Sudor y música en inglés. Cambia el disco si quieres, repetía a diario, sacando de debajo del asiento un estuche repleto de canciones conocidas por los dos. Solías poner música relajante cuando conducíamos por carreteras secundarias esquivando acantilados. Aunque nunca has tenido vértigo, lo sufrías por mí, para que no me distrajese. La mirada firme, recta. Las dos manos en el volante. Parecías confiar en mí, me gustaba, y te sentías a gusto, disfrutabas de las vistas. Hacías fotos para enseñármelas luego, en la habitación del hostal. El chirriar de los limpiaparabrisas en otoño. Nos resguardábamos dentro, con el frío en los huesos, esperando a que dejase de llover. Apenas podía oírte. Las gotas golpeaban con violencia el chasis. El cielo de esta ciudad es espeso, parece pintado con brocha. Teníamos nuestra rutina en los días importantes. Todavía de noche, yo te esperaba en la acera, con las luces apagadas. Tú bajabas de casa cargada con dos cafés calientes y bollos, yo te abría la puerta. "Arranca, se nos hace tarde", me volvías a decir, con esa sonrisa entre cortada prevista para el sol de mediodía. Ahora recordamos estas anécdotas. No hemos vuelto a nombrar el último día, en la sierra, cuando nos quitamos las botas de nieve con medio cuerpo fuera, tiritando, para no manchar las alfombrillas. Tuvimos que llamar a tu hermano para que viniese a recogernos. Las cuatro ruedas disfrazadas con cadenas se quedaron solas.
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Imagino lo que me dirá el mecánico: Lo sentimos, ha sufrido una enfermedad en el motor, una especie de taquicardia de hierro. No seas niño, es solo un objeto, no te pongas triste. De camino en taxi hacia el desguace, pienso que la máquina que lo aplaste hará estallar los airbag. Nunca tuvimos un accidente, acuérdate, estaban todos intactos. Guardábamos el tiempo en el cuadro del volante. El pasado protegido por un airbag. Este trozo de chatarra fue el punto 0 de un eje de coordenadas que no dejaba de moverse. Pensamos, en silencio, en encontrar otro rincón igual. Sin tapicería sucia, sin faros rojizos, sin cristales tintados. Pero nuestro. "Mañana salimos de viaje" susurras. Ya pensaremos cómo.
tw Relato publicado en la revista digital CTXT (Contexto y Acción) nº70, junio 2016. Manu Pérez Matesanz es periodista. Colabora habitualmente en varios medios digitales (CTXT, Murray Magazine) y publica relatos breves en revistas literarias.
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Mujeres felices I A los cuarenta y dos años, yo todavía estaba casada con Saúl. Compartíamos un piso de dos habitaciones en un barrio industrial de las afueras. Estaba lleno de humedades. Había hollín en el alféizar de la ventana y, en cuanto comenzaban los meses de calor, no faltaba algún insecto saliendo del sumidero de la ducha o del bidé. Me repugnaban aquellos bichos. Rociaba con detergente cada rincón, cada ranura en la madera. Embellecedores, rodapiés, marcos de puerta. También echaba lejía. Me esforzaba mucho por mantener la casa en orden, bien limpia. Llegué a creer que aquella era una tarea importante pero lo cierto es que era una tarea imposible. Al fondo del pasillo estaba la librería, con sus repisas forradas con papel de regalo sobre las que descansaba la colección de libros que había ido atesorando desde niña. Aunque me afanaba en que lucieran bien, algunos de esos libros se fueron combando por culpa de tanta humedad. Saúl y yo teníamos dos hijos. Cuando le dije a Saúl que estaba embarazada la primera vez, lo único que añadió fue que, si era varón, quería que se llamara igual que él. Yo le propuse cambiar una letra, nada más que una, para que el muchacho tuviera su propia identidad. Me costó convencerlo pero así fue como Raúl se llamó Raúl. Se parecía a su padre en todo, no sólo en las tres últimas letras del nombre. Era vivaracho, deportista. Un muchacho lustroso y bronceado.
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Al segundo le pusimos Marcelo. Era un nombre que me gustaba mucho. Marcelo ven aquí, Marcelo tráeme esto. Se me llenaba la boca con tanto Marcelo. Como si me estuviera entregando a una lengua de agua salada en una cala del Adriático, como si pasara la palma de la mano sobre las estrías de una vieja columna de mármol. Marcelo era un nombre cincelado en piedra. Muy al contrario que su hermano, Marcelo respondía a la descripción de soñador. No se parecía a ningún otro miembro de la familia y eso era algo que a mis ojos lo hacía aún más valioso. Iban los dos a un colegio en un barrio mejor que el nuestro. Fue exigencia mía que asistieran a un centro concertado. No confiaba en la escuela pública. Como Julia, la vecina del piso de arriba, no tenía hijos que atender, tomó la costumbre de acompañarnos hasta la parada del autobús todas las mañanas. Julia fue un buen apoyo en aquel tiempo. Era una mujer animosa y cubría mis silencios con una cháchara que conseguía hacerme reír. Era como llevar un transistor encendido todo el rato. Esas cosas ayudan. —Este chico será artista —decía Julia— y miraba a Marcelo con el arrobo con que se emplea una tía soltera. Luego daba una bocanada profunda al cigarro y disparaba el humo por la nariz. Julia no gastaba perfume porque tenía algún tipo de problema en la piel. Sólo jabón de pastilla de una marca buena. Se pintaba mucho, eso sí. Maquillaje hipoalergénico de una casa americana. Se lo entregaban en unas cajas de cartón bastante voluminosas que ella iba a recoger a la Oficina de Correos. Saúl decía que Julia se pintaba como una puerta y los chicos se reían con la ocurrencia del padre. Yo nunca había oído salir esa expresión de la boca de ningún otro que no fuera Saúl. Luego se popularizó. Dejó de ser una expresión genuina y eso le molestaba. —Lo de ir pintada como una puerta es algo que empecé a decir yo y ahora todos lo copian. ¿Dónde se cobran royalties por inventar expresiones afortunadas? —protestaba.
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II Mi primer coche lo compré al poco de cumplir los cuarenta y dos. Fue idea de Julia que me sacara el carné. Y lo aprobé a la primera. El coche era un Renault 5 rojo como una fresa madura. No era un color elegante, de esos granates metalizados. Parecía pintado al óleo, como si debajo de aquel rojo tan infantil se escondieran centenares de capas de pintura. Tenía un pequeño bollo junto al faro izquierdo y detrás una pegatina de Nuclear, no gracias. Saúl trató de quitarla con agua caliente y una espátula pero la cosa quedó aún peor. —No es la mejor idea ir lanzando soflamas desde la carrocería del coche —me decía— . Luego llega un radical que se molesta y te hace un destrozo. El coche era de segunda mano, claro. Lo compramos en un centro de vehículos usados que quedaba a unas pocas manzanas de casa. Fue Marcelo quien dijo: "Ese". Y a mí me pareció bien. Marcelo tendría doce o trece años cuando compramos el Renault 5. Raúl estaba entonces por los quince y andaba distraído la mayor parte del tiempo. Apenas paraba por casa. No era su culpa. Era rematadamente guapo y siempre tenía detrás alguna chica dispuesta a hacerle la vida más complicada. Cosas como esta eran las que pensaba yo entonces. Saúl miraba a Raúl con condescendencia. Siempre repetía el mismo comentario. —Este muchacho es igualito a mí. Se reía. No tuvimos más hijos. No hizo falta. Con cuarenta y dos años nadie debería. Raúl se sacó el carné a los dieciocho. En cuanto pudo. Su padre se gastó el dineral que no podíamos permitirnos y le compró un coche nuevo. Conducía demasiado rápido y derrapaba en las curvas pero no llegó a sufrir ningún percance.
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Respecto a Marcelo, no se hizo realidad el vaticinio de Julia. No llegó a ganarse el pan como artista. Es cierto que terminó Bellas Artes pero se empleó como profesor de dibujo técnico. Da clases en un par de academias donde preparan oposiciones. Le va bien. Ahora es él quien tiene ya cumplidos los cuarenta y dos. Viene a verme todos los domingos que puede. Si hace bueno comemos en la terraza. Le preparo coliflor gratinada o coles de Bruselas cuando llega el invierno. Eso es algo que le encanta. No es que hable mucho mientras come, pero sí lo suficiente como para que yo esté al tanto de las cosas que le pasan. Al fondo del pasillo, como en aquella casa primera del barrio industrial, están los libros. Alabeados, maltrechos, con alguna página pegada a otra. Pero ahí siguen. Marcelo se acerca y los mira. Acaricia los lomos y dice que le parece increíble que continúen conmigo. En una esquina está el código de circulación. Hace mucho que le plastifiqué las tapas. Para ese ejemplar guardo el mejor rincón de la librería. Marcelo nunca se sacó el carné de conducir. —No necesito carné —me dice—. En esta ciudad se va estupendamente a cualquier sitio en autobús o en metro. A mí me hace gracia esa actitud. Después de comer juntos, solemos ver cualquier cosa que echen en la tele. Luego él se levanta súbito. Dice que ya es hora de irse. Le oigo bajar los escalones de dos en dos. Me asomo y veo cómo se aleja camino de la boca del metro. Entonces, silbo. Sí, últimamente me ha dado por silbar. Yo, que nunca supe cuál era el modo correcto de juntar los labios y disparar el aire para que saliera un sonido armónico, ahora resulta que silbo. Cuando silbo se me iluminan los ojos. Contemplo mi reflejo en el cristal de la ventana y me digo que parezco una de esas mujeres felices que salen en los anuncios.
tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de las cuatro fotografías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churro que publicamos aquí. I Teresa Petrigliano, finalista de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.
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lapuertadelanevera
Feo Garcilako Saqué tu frustración de la nevera: está feo que la vea allí el niño. La subí al congelador.
Tania A E e ¡No es Feo, es qu o ad al st in ne no tie Photoshop!
Risa na María Reque as con ig d ón lb A . Risa ano entre tomate. Tu m bios. Risa. La . mis piernas atas. No te Tortilla de pat vayas nunca.
Macarena Fe rnandez Llegué con g anas de llora r, pero no me apetecía sala do; así que sa lí a buscar risas. No me esperes despierto.
com.es/ uyas.blogspot. spalabrasylast http://entremi
Ansiedad Afred Detrás de esta puerta está el veneno de la ansiedad. Y su antídoto. Cierra al salir.
Elisabet Jiménez seo y Y te abro con de dad... sie an te cierro con ate. ol oc ch el se acabó spot.com.es/ argodelcafe.blog https://deloam
Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com
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diccionariodesaturno
Una nueva civilización está empezando de cero en Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos, ¿les echas una mano con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com
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a par no s e s ya dio es cu s l a. r lo ib po pos rpetu ible, i o m d i e nc in icia anes ad p Inve Min O p I o l d ita N p ci da blo pr ans es. r OM nto n de infeli rma l. Pa t S e och IN ome cció rea la A ntra qu es nas n ru acar ia de o Ce M l t . e s 1 on ón gn an ab gu asc os al la c lizaci e insi l Océ c e n rea uqu en e o d uma d B a o h 2. rdid arg los . / ril c o de pe r aria t.com.es a t z c u a o in o b r p i r s r e p a t .blog d 3. F r el es . nci amiento e ida dad s M g o n ns a p rlos u e lo ni la np S com omu con de ujandou Ca O s n T c a e b d S i r d a d E a ida ttp:// ra la g queñ unid PU IM trem ía h a m e o p p 2 1. Eoxsi Garc acionesor unaa gran c ra p rl R rt ene po adas a po g A o n 2. stion nad s. ue . q ge eccio rrado er e nt chi G e, y v e sel s ce d ce Con mpr ojo lvez pro ción. ie m i Ga ra s rise a l E z a a i t T p i n u ER ov m sar so MU espid a inde scan les. la e o 3 1.dDerecho ora de dlos árb a h s de 2. L raíce las
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@Dianamartina77 Llevaba su infancia de la mano tras una triste sonrisa, teñida de soles y de tierra, pincelada de juegos truncados. Llevaba su infancia de la mano negándose a soltarla. @Search_Destroy Salvaje inocencia te mira, sin nada que temer, con lágrimas de tanto reír... Cuando levantes la cabeza para fijarte otra vez, habrá desaparecido, no puedes apuntar todo lo que ves. No puedes pretender verlo otra vez, amigo, está corriendo contra el viento.
Sttorypics
Sttorypics
@Marrodriguez
Resbalé, me sujeté en la rama, el nido cayó. No me asusta el castigo, yo sólo quería verlos de cerca.
Cada mes Sttorybox elige una imagen de nuestro concurso de foto, sus usuarios escriben microhistorias en Sttorypics sobre ella, y nosotros publicamos las mejores aquí. I Niño del predelta. Marcos Piaggio - Rosario (Argentina)
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sinopsis
«El desván» Durante las vacaciones de Navidad alquiló la misteriosa casa número 2013 de la calle librero. Su único objetivo era reventar la cerradura de la puerta del desván. La intriga y el deseo de conocer el secreto que guardaba aquel viejo sabio cuentacuentos lo llevó de viaje hacia un inesperado final.
Sandy Torres | https://sandydetorres.wordpress.com
Tras años de zozobra trabajando en banca, Catalina lo deja todo y decide retirarse a vivir en su propio desván; se verá rodeada de roedores domésticos, algunas cucarachas de confianza y mucho polvo, pero poco a poco abrirá su alma a ese mundo plagado de nuevas suciedades.
Gaucho Siete
Dos veces por semana, el desván de aquella casona antigua era el escenario de sus furtivas escapadas. El silencio reinante y un misterioso baúl lleno de viejos manuscritos, les transportaban a universos inimaginables. Devoraban letras, sin ser conscientes de que esos valiosos libros marcarían un punto de inflexión en sus vidas.
Elisabet Jiménez | https://deloamargodelcafe.blogspot.com.es/
Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com
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brevemente
Bizcochos Semana 3 de concurso: 29 de septiembre de 2016 Ganadora: Paloma Hidalgo Díez Y le manchaba los dedos de harina al entregarle el paquete con la ropa del niño, porque seguía poniéndose nerviosa cuando él venía a buscarle, y se disculpaba por haberlo hecho, y se limpiaba las manos en el delantal explicándole que estaban preparando un bizcocho, de yogur, y que no se había dado cuenta de lo tarde que era. Le pedía diez minutos, o quince, para darle una duchita rápida, y ponerle el pijama, para que no llorara al llegar si quedaba dormido en el coche, como la última vez que volvieron juntos de vacaciones, a final de julio, poco antes de que los domingos fueran amargos.
octubre Candor Semana 4 de concurso: 10 de octubre de 2016 Ganador: Paloma Hidalgo Díez Poco antes de que los domingos fueran amargos, éramos muy ingenuos. Creímos en lo de las siete vidas de los gatos hasta que Negrito se cayó de la terraza. Que serían los demás bebés los que fueran de goma, porque el nuestro no rebotaba en las escaleras. También estábamos convencidos de que el único riesgo de encender cerillas en casa de la abuela era hacernos pis por la noche en la cama y de que, como las noticias malas volaban, nosotros no necesitábamos despertarla de su siesta cuando se prendieron las cortinas de la cocina.
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brevemente
La casa de las citas Semana 5 de concurso: 17 de octubre de 2016 Ganador: Javier Urraca García de Madinabeitia Cuando se prendieron las cortinas de la cocina ella preparaba la mesa. Había probado a colocar los platos de las dos únicas maneras posibles y finalmente se decidió por dejarlos uno enfrente del otro porque en una primera cita no es bueno mostrarse ansiosa. Luego, recolocó el jarroncito, se miró en el espejo, se apretó firmemente las bolsas de los ojos y recorrió con sus manos las arrugas de su soledad previa. En ese instante sonó la sirena de los bomberos haciéndole salir del trance y sentándose en el butacón esperó a que la escalera del camión apareciera con su sargento al otro lado de la ventana.
tw Relatos finalistas de septiembre y octubre de 2016 del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.
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dindondin
World Press Photo Hasta el 1 de noviembre Colegio Oficial de Arquitectos. Madrid http://www.coam.org/es/actualidad
TV PARA NIÑOS Hasta el 13 de noviembre Centro Cultural de España (México) http://www.timeoutmexico.mx
Exposición Robert Doisneau. La belleza de lo cotidiano Hasta el 8 de enero de 2017 Fundación Canal. Madrid https://www.fundacioncanal.com/
Trekking urbano Hasta el 31 de diciembre Centro de atención al turista. Buenos Aires http://disfrutemosba.buenosaires.gob.ar
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decamino
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Nave 73 surge como un laboratorio de creación multicultural donde la innovación y la exhibición escénica son el pilar central, pero no el único. Nuestra filosofía es crear un espacio versátil que englobe actividades artísticas, sociales y comunicativas, proporcionando así un punto de encuentro entre diferentes ramas culturales que ofrezca una solución integral a las necesidades del sector. Diversas categorías artísticas engloban la oferta principal de la sala, ¡pero todo tiene cabida! Nave 73 está abierta a todo aquel que tenga una propuesta innovadora y arriesgada que compartir con nosotros.
http://nave73.es/
”
tw Nave73 encara su cuarta temporada teatral reforzando las líneas escénicas que han conseguido definir un estilo propio: Iván Bilbao continuará con la trilogía que ya comenzara en esta misma sala con Brotada y nos presentará Constelaciones familiares. Ambas obras compartirán cartel en Nave 73. Dramaturgos como Félix Estaire y María Velasco también tendrán protagonismo esta temporada con mOTELOh y Fuera de juego, respectivamente.
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Dragón Blanco MHHM Alumna del Taller de escritura de la biblioteca municipal de Madrid Mario Vargas Llosa
NO se explica cómo ha ocurrido. Él vive allí, en la pequeña casa de unos cuarenta y cinco metros cuadrados, al lado del gallinero también construido con sus manos y donde se protegen cuatro gallinas y un hermoso gallo mejicano de pelea, que le habían vendido sin saber que lo era. A la quinta gallina la mató un águila hambrienta que pasó por allí mientras el grupo disfrutaba de su paseo al aire libre. Yulong (Dragón Blanco) nació en Nanking, al este de China, y allí vivió con su abuela. En los años en que él nació aún no había llegado la Revolución Cultural de Mao Tse Tung. Ellos vivían en las afueras de la ciudad, era como una aldea rodeada de campos de arroz. Los vecinos cultivaban pequeños trozos de tierra para su propio consumo, aún no había llegado la explotación de los campesinos ni las expropiaciones. Eran pobres pero podían sustentarse con lo que producían. Allí se cultivaba la tierra dividiéndola en pequeños rectángulos de unos cinco por tres metros que se separaban entre sí con montículos de tierra y se sembraba en cada espacio un tipo diferente de planta. Lo recordaba tan bien y estaba tan fresco en su memoria lo que había visto de niño que intentó repetirlo aquí, en Castilla. Pero aquí no tenemos el hermoso río del que llegaba el agua y regaba las tierras de la abuela, ni el lago a unos pocos metros de su casa, y las montañas que rodean estas tierras no están cubiertas de vegetación frondosa, sino de pinos que cobijan a las chicharras en verano y que nos atruenan con sus cantos. La abuela de Yulong era, además, una mujer sabia, conocía cada hierba de los alrededores y cómo usarla para aliviar las dolencias comunes de la gente y con sus conocimientos y generosidad ayudaba a sus vecinos. Era querida y respetada. Inculcó en Yulong el amor por la tierra y a cultivarla con todo respeto y él retuvo en su mente cada una de las enseñanzas que recibió.
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A los cinco meses de edad su madre se lo entregó a su abuela paterna. Su padre había muerto y no era fácil para una joven viuda sobrevivir con un niño pequeño, así que la abuela lo crió y educó hasta que, cuando tenía ocho años, Yulong se quedó solo. Era un niño de mente inquieta y de inteligencia despierta, decidido y obstinado, metódico; iba andando a la escuela, a tres kilómetros de su casa, cada día, con nieve, lluvia o calor, sin zapatos, solo con unas sandalias y cuando llegaba a la Escuela se sentaba sobre sus pies a la espera de que se le calentaran, pero entendía que el saber le haría libre, tenía que aprender, estudiar. En la biblioteca de su ciudad leyó todo lo que le dejaron leer y resistió en su casa, solo, hasta que le obligaron a ir a un orfanato, ya que no había ningún adulto que se hiciese cargo de él. Estudió, se hizo acupuntor, aprendió y practicó artes marciales, sin descanso; su voluntad y disciplina eran tan férreas que soportaba el frío más intenso mientras practicaba cada día antes de amanecer. Abandonó la medicina porque la que se practicaba en los hospitales "no tenía alma". Acabó haciéndose ingeniero electrónico y llegó a ocupar cargos importantes en una firma internacional en su ciudad que le permitió viajar fuera del país. La Revolución Cultural ya estaba allí y Rusia era el aliado de China, así que le enviaron a Rusia y a Alemania del este. Conoció otros países de Centro Europa, Holanda, Bélgica, y después de muchos años trabajando dieciséis horas al día, decidió dejarlo todo y venir a España. La idea del chino que viene a España, al menos la que tengo yo, es la de un ser humano que sólo viene a ganar dinero para mandarlo a su país y que vive para trabajar, sin un momento de descanso y que solamente se relaciona con sus paisanos, en su, llamemos "ghetto", sin ideologías ni intereses ajenos al dinero. Yulong rompe todos esos esquemas. No ha venido a trabajar para ganar dinero, ha venido a trabajar para enseñar, sin cobrar, a quien quiera aprenderlo, cómo tener "salud y larga vida". Era su proyecto de vida. Vino a Madrid. Mi amiga lo conoció en un parque cerca de su casa. Su madre le dijo que allí había un chino que hacía una extraña gimnasia todos los días por la mañana temprano y fueron a verlo. Mi amiga me cuenta que cuando lo vio se quedó parada obser-
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vando sus movimientos armoniosos y firmes, sus saltos ágiles y calculados, concentrado en cada uno de ellos; pero lo que la enamoró fue el aleteo de sus manos que volaban, recogían el aire y parecían acariciarlo y soltarlo después mientras sus caderas dirigían el movimiento de sus piernas y pies haciendo giros precisos para encontrarse de nuevo inventando otra figura con todo su cuerpo. Era como una danza sin final, universal, sin "partenaire", donde la fuerza interna parecía mover su cuerpo. Se enamoró del Tai-Chi y decidió aceptar la invitación de Yulong para aprenderlo y enseñarlo después. Luego le conocí yo. Cuando me lo presentó mi amiga, Yulong me cogió con respeto la muñeca y me tomó el pulso; su diagnóstico fue contundente: "No salud, no larga vida, hacer Tai-Chi". Lo mismo le había dicho a mi amiga años antes y ella recuperó la suya mientras lo aprendía. Y, desde que nos conocimos se dedicó a enseñarme que la vida es sagrada, que somos responsables de nuestro cuerpo y tenemos que cuidarlo y para eso hay que comer alimentos no contaminados y hacer Tai-Chi para que nuestra energía interior fluya y no se estanque produciéndonos enfermedades. Quiso fundar su Escuela, pero no ha sido posible, sin embargo, ha ayudado a muchas personas a sentirse mejor dándoles masajes. Pero Yulong quería llevar a cabo la otra parte de su proyecto: cultivar la tierra, hacer agricultura natural, con sus manos, sin máquinas ni productos químicos, y para eso necesitaba encontrar un terreno. Le encontramos unas tierras y comenzó a trabajarlas. Sembró sus semillas de verduras chinas y fue aprendiendo mientras observaba sus errores y aciertos. Todo lo que cultivaba lo regalaba. Era su forma de enseñarnos a diferenciar el sabor, el olor y el color de las verduras naturales de las que solemos comprar. Un día, frente a una taza de té, en el jardín de mi casa, me dijo: "¿Tú crees que es casualidad que un chino de Nanking esté tomando un té contigo en esta casa?" "No lo se", respondí. Porque realmente no lo sabía ni lo había pensado. "Pues, no, no es casualidad, me dijo, estaba escrito que nos
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encontraríamos por alguna razón y esa razón es enseñarte cómo tener salud y larga vida" Ha sido feliz trabajando el campo como aprendió a hacerlo en Nanking, con sus manos, con respeto por la tierra; pero los campos castellanos no le han dado muchas oportunidades porque falta agua y los pozos se secan al llegar el verano. Hace unos meses me llamaron del pueblo: "al chino se le ha incendiado la tierra y se lo han llevado al Cuartelillo, no se sabe bien qué ha pasado" Yulong no se queja ni se lamenta. Volverá a empezar. Tenía que ocurrir así. Él sí cree en la Providencia (aunque no la llame así), o en que las cosas ocurren y las personas aparecen en nuestras vidas por algo y para algo. Y volvió a empezar. Y volvimos a comer acelgas chinas, pequeñas y olorosas y sopa de amaranto, roja, roja "buena para la mujer", dice Yulong, y pequeñas lechugas de sabor suave y nabos y rabanitos para la ensalada. Y aprendí a cocinar para que mi vida sea larga. Unos días después, sentados sobre una de las grandes piedras de granito que hay en la tierra que cultiva, contemplamos el campo maltrecho y devastado por el fuego reciente; un incendio no intencionado, posiblemente causado por los cuarenta y tantos grados del verano castellano, el mismo que por la noche refresca y nos hace dormir hasta con una "mantita". Yulong está pensativo, dice que estaba esperando hasta saber lo que tiene que hacer y cuando lo supo, decidió volver a China y nos dejó sus cultivos y sus gallinas con su gallo. Mi amiga, su alumna y fiel seguidora que da continuidad a sus enseñanzas de Tai-Chi, y yo decidimos ir a recolectar, como él nos dijo, las flores de las acelgas, pequeñas, amarillas, de tallo delicado, de sabor dulzón y de olor penetrante, a perfume asiático, que contienen la esencia de la planta, "¿quién, pudiendo comer la flor, come la hoja?, las flores eran el manjar de los emperadores", nos decía Yulong, "no dejéis que se estropeen, id a recogerlas". "Pero, ¿qué hacemos con las gallinas y el gallo, Yulong?" "Cuando pase la primavera los dejáis sueltos y que la naturaleza cumpla su ciclo" Y fuimos; pero en contra del deseo de su amo, les buscamos
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hogar a las gallinas en el gallinero de otro amigo, pero el gallo no lo quería porque era un gallo mejicano de pelea y le podía matar a sus gallinas; así que buscamos mil soluciones, entre ellas: que alguien lo matara y lo aprovechara en su cazuela, regalárselo a los gitanos que viven por allí para que lo llevaran a las peleas de gallos, o que lo utilizaran de semental, o lo que fuera, todo, antes de dejarlo por el monte a merced de las aves rapaces o de las zorras (en este pueblo sólo son zorras las que cazan y matan, nunca zorros). Al final, mi amigo decidió quedarse también con el gallo y nos fuimos a la "caza" de las aves. Parecía fácil cogerlas, pero una mala pécora se nos fue monte arriba y si no llega a ser por él, entendido en estos asuntos, todavía la estamos buscando. La técnica que utilizó fue de lo más sencilla: dejó que el gallo cantara, así llamó a la gallina, nosotros nos escondimos y la gallina obediente, atendiendo a su llamada, se acercó al gallo y ¡zas! la cogió. El gallo no nos dejaba acercarnos a sus gallinas, realmente ejercía de amo del gallinero, era hermosísimo, extendía las alas y mostrando sus plumas doradas y rojas imponía, y también picaba. Menos mal que vino a ayudarnos y los trasladamos a su gallinero. Tan felices por haber salvado a los animales de las alimañas del monte, nos volvimos a Madrid. Unos días después, llamé a mi amigo para saber si los animales se habían adaptado a su nuevo sitio. Mi amigo, apesadumbrado, me contó que a los dos días de dejarlos allí, un águila había matado al hermoso gallo. Cuando los fue a encerrar por la tarde en el gallinero, el gallo no estaba, mirando por aquí y por allá, vio un reguero de plumas, lo siguió y detrás de unas piedras encontró al gallo destrozado por el animal depredador. Realmente, Yulong tenía razón, nada es casualidad, hasta el destino de un gallo está escrito y él lo sabía.
tw MHHM, M. Henar Hernández Montero. Soy un espíritu nómada y desde que pasé a la "etapa del jubileo" lo soy aún más. Nací en Melilla, multicultural y abierta al mar. Los idiomas me han llevado a varios países para enseñar el nuestro. Mi nomadismo intelectual es insaciable. Una hoja en blanco siempre fue un desafío, una tentación, pero mostrar mis relatos lo ha sido desde hace un año.
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