nº52
diciembre2016
elmuro [3] andénuno [5]
Tres microrrelatos de Ernesto Ortega andéndos [10]
La resonancia, Lidia Sanchis andéntres [15]
Abandonos, Carlos Díez del Corral cuentoscomochurros [18] lapuertadelanevera [20] diccionariodesaturno [21] Sttorypics [22] sinopsis [23] brevemente [24]
Relatos en cadena dindondin [26] decamino [27] entrecocheyandén [29]
novedades
Una nuez, Emilia da Silva
Con este número cumplimos cinco años, 1.825 días dedicados al relato, más de 500 cuentos publicados que suman más de 1.000 minutos llenos de buena lectura breve para que llenes tus trayectos breves.
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 28010 Madrid | edicion@grupoanden.com | www.grupoanden.com Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez y Kike Cherta (España), Juan Martini y Mónica Pano (Argentina), Mª Luz Carrillo (México) Publicidad: edicion@grupoanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com Ilustración portada e interior: Yellowkid | hola@yellowkid.es | http://www.yellowkid.es
Con la colaboración de:
elmuro
Tema: Manos
Ganadora: Manos 2. Mónica Ortega - Madrid (España)
Finalistas:
Sin título. Gonzalo Castiella - Bilbao (España) ST de la Serie MANOS FÉRTILES Jorge Boullosa (Bulhosa) - Ceuta (España) Sin título. Ángel Téllez - Hidalgo (México)
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@grupoanden.com Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.com Tema del próximo concurso: Escritorio
Te escuchamos: Cuentos para el andén @cuentosanden lector@grupoanden.com
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Aquí dentro vive una pareja que se conoció en la barba de un hipster, una familia con un robot doméstico, una mujer que acude a hacerse una resonancia y una pareja que encuentra un niño abandonado; las palabras que les dan vida son de Ernesto Ortega, Lidia Sanchis y Carlos Díez del Corral. Hablaremos de planes coolturales, de cómo combatir el remordimiento desde la puerta de la nevera y de cómo es el sexo en Saturno. Y de más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
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Tres microrrelatos de Ernesto Ortega
Desesperando “A la cola, como todo el mundo”, nos dijo un señor de corbata. Como mi mujer estaba embarazada y le resultaba incómodo pasar tanto rato de pie, prefirió esperarme en casa. Mientras avanzábamos salió de cuentas. El día que dio a luz no me atreví a ir al hospital, no fuera que me quitasen el sitio. Ahora viene todas las tardes con el niño a traerme un bocadillo de lomo. Así lo veo. En mayo hará la primera comunión. A ver si para entonces… De momento, aquí seguimos. Cada vez falta menos, aunque ya no recuerdo por qué habíamos venido.
Génesis NOS conocimos en la barba de un hipster. ¿Que cómo fuimos a parar a allí? Ninguno de los dos lo sabe con exactitud. Era una época en la que andábamos desorientados, sin saber muy bien qué hacer con nuestras vidas. Yo acababa de salir de una relación muy absorbente y ella se había marchado de casa porque no soportaba a su padrastro. Al principio nos evitábamos. Era una superficie tan frondosa y extensa que había espacio suficiente para que cada uno hiciese su vida. Pero una tarde que nos aburríamos, empezamos
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a charlar. Como íbamos desnudos —en la barba de un hipster no está permitido llevar ropa—, una cosa fue llevando a la otra y acabamos haciendo el amor. Quizás esto que estamos viviendo ahora es lo más parecido al paraíso que podíamos imaginar. Aquí estamos a gusto. No nos falta comida. Con las semillas que se quedan pegadas en la barba hemos plantado una tomatera, algunos frutales y varios ríos de hortalizas y legumbres. La temperatura es agradable. Los inviernos son suaves y en verano se crea un microclima que impide la acumulación del calor. Las puestas de sol son preciosas y es agradable sentir ese ligero cosquilleo que producen los pelos de la barba y el viento cuando vamos en bicicleta. Como apenas vemos la televisión, nos sobra tiempo para hacer el amor y charlar sobre Darwin y la teoría de la evolución. A cambio, siempre hay una señal WIFI a la que conectarse, con lo que estamos al tanto de como está el mundo afuera. En las últimas semanas, justo debajo de la barbilla, ha crecido un manzano. Alguna pepita debió de quedarse enredada entre la barba. Da unas manzanas rojas enormes, pero no nos atrevemos a probarlas. Esta mañana, hemos visto una pequeña culebra merodeando junto al árbol. Con gran aplomo ella la ha cogido y, con sus propias manos, le ha retorcido el cuello.
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Imperfecciones PAPÁ nos trajo el prototipo una de esas escasas noches en las que no se quedaba a trabajar en el laboratorio. Era de color gris metalizado, tartamudeaba al hablar y tenía un extraño tic en el ojo que le hacía pestañear constantemente. Paula enseguida se arrastró hasta él gateando y se agarró a su pierna. Papá dijo que podíamos probarlo, que todavía tenía que perfeccionarlo, pero que, cuando lo consiguiese, en todas las casas habría uno.
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La verdad es que aún tiene muchos fallos. Cuando nos cuenta cuentos, confunde los personajes y lo mismo le pone el zapato a Caperucita que envenena a Cenicienta. Es malísimo jugando a la Play y mamá siempre le tiene que repetir que no mezcle la ropa de color con la blanca. Pero nos lleva al colegio por las mañanas y nos coge de la mano cuando cruzamos un semáforo. Además, ayuda en las tareas de casa y mamá ya no está siempre de tan mal humor. Algunas noches, después de acostarme, los escucho charlar mientras ven la televisión. A veces hasta se ríen. Los fines de semana que papá no tiene que trabajar, lo desconectamos y vamos al parque de atracciones, al cine y a pasear por la ciudad. Lo pasamos bien y papá nos compra chucherías, pero yo echo de menos el frío tacto de su mano al cruzar un paso de peatones y me da la impresión de que mamá está deseando que llegue el lunes.
tw Del libro: Microenciclopedia ilustrada del amor y el desamor, escrito por Ernesto Ortega e ilustrado por Nacho Gallego. Ed. Talentura, 2016. Ernesto Ortega Garrido nació en Calahorra, La Rioja, cosecha del 71. De joven quería ser cosmonauta, vaquero, futbolista o ladrón de bancos, hasta que se dio cuenta de lo que lo que verdad le gustaba era escribir. Lo hace ocho horas al día para ganarse la vida como redactor publicitario y en sus ratos libres para vivir todas las vidas que se le escaparon.
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La resonancia Lidia Sanchis
ES agradable ir al hospital en sábado por la mañana. El aparcamiento está medio desierto a estas horas y no hay apenas movimiento de conductores desesperados buscando un hueco. El sábado es un día en el que sólo habría que ir al hospital a conocer a un niño que ha nacido o incluso a parirlo tú misma. Nadie debería morirse en sábado. Sólo nacer y reproducirse. En información pregunto dónde está la sala de resonancias. —Por esa puerta, a la izquierda, casi al final del pasillo. Un cartel con una flecha me indica el lugar y paso a la sala de espera. En la habitación sólo hay una persona, un hombre que observa fijamente la pantalla de su teléfono móvil, intuyo que esperando alguna respuesta. Saludo y me siento en el extremo más alejado de él. Encima del mostrador hay un letrero que dice que a los pacientes se les irá llamando por turno. Se les pide que esperen sentados. Me apetece completar la orden y escribir "y no se les ocurra hacer ninguna tontería". No lo hago, claro. Después de unos minutos la puerta de la sala de resonancias se abre y aparece una mujer. El hombre levanta por fin la vista del teléfono. —¿Ya está? —Sí. Ahora es ella la que saca el móvil del bolso y llama. —Papi, ya he acabado. ¿Dónde nos vemos? La mujer tiene unos cuantos años más que yo pero llama a su padre papi. Siempre me han reprochado que sea poco cariñosa. Y es que así no se puede. Una enfermera joven, rubia y con piercing, un arito en la aleta izquierda de la nariz, dice mi nombre. La corrijo.
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—Es Sanchis, no Sanchís. Rectifica sin molestarse. —Pasa a la cabina 2. Paso. Allí en la puerta comienza el interrogatorio. —¿Alguna cosa de hierro en el cuerpo? A veces, el corazón, estoy a punto de decirle. Creo que no lo entendería así que me limito a negar con un gesto. —¿Peso? —No tengo ni idea. Entre 50 y 60. Me mira con expresión de a quién quieres engañar. Pero anota una cifra en el formulario. —Te vamos a tener que poner un contraste. La miro con cara de susto. —Es como un gotero. Así podemos ver cómo pasa el líquido por las zonas de tu cabeza que hay que examinar. Me quedo más tranquila. —Quítate la ropa menos las braguitas y los calcetines y ponte esta bata y estos peucos. Braguitas. Peucos. Por un momento casi me convenzo de que me van a hacer un masaje para los cólicos del lactante. Cierro la puerta y obedezco. —¿Ya estás? Vamos. Otra mujer con bata blanca me espera unos metros más allá. —Hala, túmbate aquí y pon la cabecita allí. Aquí es una camilla y un gran tubo blanco en el que me temo que me van a introducir. La chica del piercing me pincha en el brazo. Mientras, la otra me va poniendo unos cascos en las orejas y encierra mi cabeza en una especie de máscara cuadrada de acero. Intento hacer una broma. Digo algo de las arrugas y de una muela picada. Ninguna de las dos parece haberme escuchado. —Sobre todo tienes que estar muy quieta. Si notas que te encuentras mal, aprieta este timbre. Y la mujer sin piercing me da una especie de sacamocos de goma que cojo con la mano izquierda.
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—No tienes que sentir nada extraño. Sólo escucharás ruidos. La prueba va a ser un poquito larga. —¿Cuánto de larga? No me responde. Considera que los dos diminutivos que ha pronunciado —cabecita, poquito— tienen que proporcionarme la tranquilidad suficiente. De pronto, la camilla se desliza hacia el tubo y yo cierro los ojos. Soy consciente de que estoy en un agujero del que no voy a poder salir en bastante rato ("la prueba es un poquito larga"). Pienso que la vida es como una mujer con los ojos apretados tumbada en una camilla que se desliza: si resiste la prueba, todo acabará tarde o temprano. Si no, un timbre encerrado en un sacamocos de goma la interrumpirá. Vivir es resistir, me digo como tantas otras veces. Intento pensar en algo agradable. La última imagen que he visto en el móvil es la de unas manos sujetando claveles rojos, y el último sonido, el de un hombre que decía "vamos a cerrar los ojos". Me concentro en eso, en no abrir los ojos. Hago fuerza con los párpados para que no se me escape esa belleza. Sé que si los abro tendré que pulsar el timbre. Mis oídos están ahora llenos de sonidos. Sonidos metálicos que parecen un ensayo de Kraftwerk; otros, cadenciosos como el ruido de un tren; la mayoría, puntiagudos como un cuchillo. Duran unos segundos, cesan, y vuelta a empezar. Ahora esas voces me están diciendo comecomecomecome y al minuto siguiente, upedeupedeupedeupede. Parece un sistema de publicidad subliminal y retorcida de UPyD para conseguir votos. Está a punto de darme la risa. Consigo que sólo se me mueva el pie derecho. Las voces continúan resonando en mi cabeza. Comprendo ahora por qué se llama a esto resonancia. Sigo con las tentaciones de abrir los ojos pero no lo hago. Empiezo a notar los brazos entumecidos, la espalda agarrotada. En caso de duda, haz periodismo, recordó Juan Cruz que decía Augusto Delkáder. No sé por qué me acude la memoria ese artículo de El País, precisamente en este momento en que estoy atrapada en este túnel donde andan desbocados mis moléculas, mis átomos y mis núcleos. En caso de miedo, haz literatura. En caso de pánico, haz literatura.
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El siguiente ruido que escucho es como el de los estertores de la agonía. O del orgasmo, pienso a continuación, sin poderlo evitar. Estoy a punto de curvar los labios hacia arriba. Pero me detengo justo a tiempo. Han pasado mil horas. En algún momento tendrá que acabar este tormento. Pero no parece que eso vaya a suceder de inmediato. Mi mente se ha ido a la playa de los Muertos, en el Cabo de Gata. Es el lugar que suelo visualizar para relajarme. La palidez del sol de aquel día de septiembre, la agradable brisa, el agua turquesa y la arena amarilla. Todo permanece intacto en mi memoria, salvo que aquella que estuvo allí ya no soy yo. Ni siquiera sé si aquella que estuvo allí era yo o una extraña que había usurpado mi cuerpo, como ahora los ruidos de la máquina y el líquido del goteo me roban los pensamientos. Empiezo a recordar cosas absurdas. Por ejemplo, al hermano de una tía lejana que se encontró a su mujer en la cama con otro. Eso sucedió hace tantos años que ni siquiera comprendía de qué estaban hablando esos adultos que pronunciaban nombres en susurros y palabras prohibidas. Evoco otros susurros. Tengo ganas de salir de allí y tomar un café. Pero sólo noto un sabor metálico en la boca. Se hace el silencio. Los ruidos han acabado. Los brazos me pesan una tonelada. La camilla se desliza hacia la luz. Abro los ojos. La mujer sin piercing me ayuda a levantarme. —Lo has hecho muy bien. Le aseguro que más me vale, porque no pienso repetir la experiencia. Ella sonríe, por fin, y yo también. Vuelvo a la cabina número dos y me visto. Compruebo en el reloj que no ha pasado ni una hora desde que llegué al hospital, desde que pensé que el sábado es un buen día para que nazcan los niños, desde que pude aparcar sin agobios y empezó a nublarse. Y me pregunto si esas dos mujeres de bata blanca habrán podido leer mis pensamientos. tw Relato publicado en gurbrevista.com Lidia Sanchis Sorribes (Burriana, 1967), es licenciada en Ciencias de la Información. Ha trabajado 30 años en diversos medios de comunicación y ahora lo hace como asesora del grupo Compromís en la Diputación de Castellón. Además, escribe en la revista digital gurbrevista.com. Ama las palabras y la radio.
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Abandonos Carlos Díez del Corral
EL niño es raro, seamos sinceros. Se lo digo a Olga haciendo un esfuerzo y esperando que no me malentienda. Es raro, simplemente. No es como la mayoría. Y eso no supone en sí mismo un defecto. Se lo repito esperando que me crea. De hecho, podía haber sido peor. Pero si queremos que de ahora en adelante todo vaya bien, hay que comenzar diciendo la pura verdad. Podría tener una cabeza enorme. O los pies. O ambas cosas. O ser raquítico, o inspirar miedo solo al verle por tener unos ojos saltones y una boca enorme que no deja de abrir y cerrar como si estuviera bostezando o reclamando comida todo el rato. Pero no es exactamente así. Pudo haber sido mejor, qué duda cabe, pero para ser alguien encontrado al lado de unos contenedores de basura no está nada mal. Seguramente sus padres le abandonaron allí por algún motivo que ni siquiera podemos imaginar. Incluso podían quererle con locura, y tuvieron que hacer un terrible sacrificio para que otros se hicieran cargo de él y pudieran sacarle adelante. Posiblemente eran pobres de solemnidad, pero no supieron hurtarse en su día a los placeres de la carne y lógicamente luego pasó lo que pasó. Claro que quizás no se trata de eso. Posiblemente sus progenitores eran dos personas acomodadas que podrían haber dado a su hijo un futuro radiante, pero llegado el momento se sintieron incapaces, o consideraron que no se lo merecían y optaron por entregarlo a la caridad pública como
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mal menor. También es posible que en estos momentos en los que Karuchito ya está con nosotros, le anden buscando por todos los hospicios de la ciudad con la esperanza de recuperarle, sin saber que nosotros al poco tiempo cogimos un avión y ya estamos a miles de kilómetros. En cualquier caso, si fuera posible, nos gustaría hacerles llegar un mensaje de tranquilidad. A pesar de ser unas personas problemáticas, mi mujer y yo nunca le abandonaremos, aunque en algunos momentos nos inquiete su mirada y pensemos en soluciones alternativas para su futuro. Pero que tengan claro que nunca le volveremos a abandonar junto a unos cubos de basura. Es demasiado cruel, y aunque estoy seguro que será un niño razonable y sería capaz de entenderlo tiempo adelante, no lo haremos. Ganas nos dan en ocasiones, seamos aquí ya definitivamente sinceros, sobre todo en esos momentos en los que por razones que nos son ajenas comienza a gritar con desesperación como si algo muy doloroso le atormentara, o simplemente le doliera el estómago hasta límites insoportables. Pero sucede que de repente se calla y sonríe satisfecho, como si acabara de ofrecernos una demostración de algo muy propio que quiere reivindicar ante nosotros o hubiera interpretado un fragmento de una ópera de Verdi, por poner un ejemplo.
tw Del libro: Vida amorosa de P.. Ed. edición personal, 2016 Carlos Díez del Corral Torrelavega (Cantabria), 1945. Ingresé en la Armada, hice Periodismo, un curso de posgrado de Psicología y di clases de tenis durante más de veinte años. He publicado catorce libros de relatos, misceláneos (aforismos, sueños, haikus, divertimentos) y uno de poesía Para saber que existo.
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Desaparecer ÉL ha insistido mucho. Yo decía que no, que qué vergüenza. Él ha insistido y yo he dicho: con una copita de vino, quizás. Hemos bebido. Ha cogido su cámara. Su voz se ha transformado: quítate la camisa, así, no del todo, ahora el sujetador, ahora las bragas, sonríe, no sonrías. Yo he sido complaciente pero ahora he cambiado de opinión. No quiero seguir, qué vergüenza. Pero él ordena: gírate un poco, dobla la rodilla, así. Quiero que se detenga, que deje de hacerme fotos. Levanto la mano: ¡para! Pero mi mano ya no está, se desvanece ante mis ojos, ante el objetivo de la cámara. Poco a poco, el brazo también desaparece, los pies, las piernas, mi cuerpo entero, y él no deja de mirar por el visor, de atraparme en el carrete de su cámara. Así, dice, así.
tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de las cuatro fotografías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churro que publicamos aquí. I Mónica Ortega, ganadora de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.
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lapuertadelanevera
Comer Tania AE er de qu No iero Com te con ar nt tu mano, ni te do sean to e qu ni manzanas, mpartir lentejas. ¡Solo co ntigo! co dulces postres
Juan Carlos Go nzález Abad Atrapé un mon tón de comecocos grac ias a tus granos de maíz. Los dejé en un tupper, está n para comérselos. https://caprich osliterarios.word press.com
Macarena ¿Comer y callar? Pues no trago... ¡viva la revolución! .blogspot.com.es/ http://noveleraanonima
Amonrá Te recuerdo, desde lejos.
Lejos
Rosi García lejos Tanatopraxia: a de rc ce a, m del al l. su fría pie ot.com.es iento.blogsp dounpensam http://dibujan
Remordimiento Paola Tena Ayer abandoné un hombre desesperado nadando contracorriente. Siento remordimientos. Tengo que abrir el libro y averiguar qué fue de él.
Maria de la Luz gaz Me invade un fu nsar pe al remordimiento ma le ob pr el que tal vez, su no y d da le so era mi cobardía.
https://www.facebook.com/microficciones
Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com
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diccionariodesaturno
Una nueva civilización está empezando de cero en Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos, ¿les echas una mano con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com
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. les rta o m al los a r eve a u p ia em s lor qu t.com.e G a t a l le spo de cic ero.blog O i o X b SE la erb cip e nti a de delcanc A firm a r . o l o e e 1 rgo s y s a lp ra po Gá eda t http://e na au . u e A tiliz e. d u a 2. R ndo. a r c f rm s bu e in e due mu n a al e m rad o s alo uand ent nero v N a m o ZÓ xtr s c .O RA evane aerse ana e struo 2 1. Dra no c d hum e mon an lta duc pa ath acu e pro n F o . J 2 qu lo lo. cie da nzue l e vid d Go da vo so a i t C D cau Era elo Ch RTA ájaro paña . E a s er LIB lp s e der E ás lig om.es/ E . n 3 1 lexa ga m gspot.c A ar blo a c ida14. 2. L ://perse p htt
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Sttorypics
Sttorypics
@Mauricio_VS Al final, después de tanto leer, decidió ir en busca de las cosas que sólo encontraba en los libros; de las cosas que no hallaba en su vacía realidad. Durmió, durmió para siempre. @rossanakar Seguir las instrucciones invocando a los personajes de cada libro. Memorizar y repetir sus nombres hasta desaparecer en una linea, una frase, una palabra... @Macilento
Entonces, todos los grandes escritos del mundo fueron reunidos en un círculo en medio del bosque con una sola intención: materializar a la criatura más compleja de todas, el animal más salvaje, bello y peligroso, fuente inagotable de toda gran historia digna de contarse. Bajo la luna, se hizo a sí misma. Yacía en medio del círculo. Cada mes Sttorybox elige una imagen de nuestro concurso de foto, sus usuarios escriben microhistorias en Sttorypics sobre ella, y nosotros publicamos las mejores aquí. I Sin título. Déborah Calderón - Campeche (México)
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sinopsis
«La carretera» En el inhóspito desierto de Arizona, la carretera puede ser tu última salvación; el interior de una vieja camioneta, la vida o la muerte. Por suerte esta historia se desarrolla en el desierto de los Monegros, donde Ernesto, un comercial de textiles, va en su coche a comprar tiritas...
Jorge R.
Conducía sin prisas, escuchando canciones de nuestra juventud. Ella dormitaba a mi lado, el sol acariciaba su piel. Era preciosa, aún más, después de veinticinco años y tres hijos. Un zumbido me alertó. El camión que, se había situado en paralelo a nuestro coche, miraba lo mismo que yo.
Elisabet Jiménez | https://deloamargodelcafe.blogspot.com.es
Subido en aquella azotea, respirando despacio y sintiendo el aire entrar en sus pulmones, miraba alrededor y su mirada siempre acababa en el mismo punto. Aquella carretera, esa que lo sacaría de allí, esa que ponía rumbo a su próxima parada olvidando lo que ya empezaba a ser su pasado.
Débora Fernández
Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com
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octubre
brevemente
Planta infantil Semana 6 de concurso: 24 de octubre de 2016 Ganadora: Patricia Collazo González Al otro lado de la ventana, pasan dos señoras regordetas, aunque Nico opina que son dos vacas. Tampoco nos ponemos de acuerdo con respecto al hombre de barba. Él cree que se trata de un cachorro de ornitorrinco. Menos aún si nos centramos en el coche de carreras. El muy terco dice que es ¡una cuadriga romana! Al final termino echándolo de mi cama. Él se levanta remoloneando y dice que mañana volverá a visitarme. Y que le diga a mis nubes que se porten mejor. Yo muevo el tubito del suero que se ha puesto en medio, y sigo observando mi trocito de cielo.
noviembre Urgencias Semana 7 de concurso: 7 de noviembre de 2016 Ganador: Domingo Jiménez Lacaci Sigo observando mi trocito de cielo a través de la ventanilla mientras pasa corriendo la azafata. En medio del pánico general, me doy cuenta de que estoy sorprendentemente tranquilo. Todo el mundo grita y llora pero yo solo puedo mirar ese sembrado amarillento acercándose a toda velocidad. No llevo papel, pero me quedan tres chicles. En un envoltorio escribo: Ana, te quiero. Diles a Juanjo y a Anita que les adoro. Y me meto la bolita de papel en la boca. En otro envoltorio, bajo la lengua: Julia, te he amado tanto. Ya sin tiempo el último, apretado en la mano: Espero que puedas perdonarme.
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brevemente
Desamor Semana 8 de concurso: 14 de noviembre de 2016 Ganador: Joaquín Valls Arnau "Espero que puedas perdonarme, querida, por el esfuerzo que te pido con mi último deseo", concluía la carta. Salió del tanatorio con la urna bajo el brazo. En vez de conducir los quinientos kilómetros que la separaban de la costa, como era su intención primera, fue maquinalmente hacia casa. Tras haber descartado, por cuestión de higiene, el fregadero, el lavavajillas, la bañera, el lavabo y el bidé, arrojó las cenizas dentro del tambor de la lavadora. A continuación cerró la puerta, seleccionó un programa rápido con centrifugado y pulsó el botón de encendido. No era el mar pero se le parecía.
tw Relatos finalistas de octubre y noviembre de 2016 del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.
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dindondin
Taller cervantino de versos populares Hasta el 14 de diciembre. Alcalá de Henares (Madrid) Aforo limitado a 20 plazas. Entrada libre www.hijosyamigosdealcala.com
Tino, el arte por exceso Hasta el 19 de febrero Museo del Traje (Madrid) http://museodeltraje.mcu.es
ED+C: El día más corto. Hasta el 21 de diciembre http://eldiamascorto.com/
Masterclass: La realidad virtual, el lenguaje de los sueños Viernes 16 de diciembre CaixaForum (Madrid) http://agenda.obrasocial.lacaixa.es
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decamino Suscríbete en
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“
I Casilda Saldaña
En Cooltural Plans sacamos la cultura de su contexto habitual para acercarla a la gente. Creamos experiencias únicas que integran cultura, vida social y gastronomía en un mismo plan. Bajamos a los artistas de los escenarios y los sacamos de sus estudios para conocerlos de cerca -y descubrir a la persona detrás del personaje-, organizando encuentros en espacios singulares -una coctelería, una tienda de muebles vintage, una galería de arte...- mientras disfrutamos de productos gourmet. ¿Nuestra filosofía? La cultura no tiene que estar reñida con el entretenimiento. Favorecemos la conexión entre el protagonista y el público con diálogos dinámicos. El objetivo es llegar al conocimiento a través de la emoción. Transformar la mirada.
”
tw Han estado con nosotros: Raúl Arévalo, Javier Gomá, Joan Fontcuberta, Lucas Vidal, Marta Sanz, Milena Busquets, Luis García Montero, Marwan, Soledad Lorenzo... Nuestros próximos encuentros serán: Fernando Trueba el 30 de noviembre y a partir de enero Lorenzo Silva, David Jiménez y Juan Mayorga. 27
entrecocheyandén
Una nuez Emilia da Silva Alumna de Fuentetaja, talleres de escritura creativa
DESPUÉS de comer, mi abuela se sienta enfrente del ventanal que da a la terraza y mira hacia afuera, a la calle. A veces, si tiene fuerzas y da el sol, sale a la terraza, coloca una silla pequeña junto a la pared de ladrillo y se sienta. Mira al vecino de enfrente limpiar el salón. Junta las rodillas. Desde que llegó la primavera duerme más. Muchas veces la encuentro dormida enfrente del ventanal, e intento no acercarme ni hacer ruido. Porque si lo hago se despierta. Siempre se despierta y dice que no dormía. Luego me mira. Se peina el pelo con los dedos. —¿Qué tal ha ido el día, pequeñita? Yo me acerco a ella para que coja mi cara con las manos y me dé un beso en la mejilla. Pero cuando llegué esa noche estaba despierta. Enseguida escuché cómo se levantaba despacio del sillón y se acercaba a mí. Anduvo apoyando las manos en la pared del pasillo para no caer. Luego se quedó quieta, de pie, a dos pasos de distancia. —Ha desaparecido una nuez —me dijo—. Una nuez. Miré a la cocina y vi la bolsa de nueces que compré la semana anterior. Ella me siguió la mirada. —No de ahí. Ha desaparecido la que dejé en un tiesto de la terraza. Apoyé la mochila en la pared y la miré para ver si explicaba algo más. No decía nada, cerraba con fuerza las manos en un puño. Intenté acercarle la cara para que me diera un beso pero se apartó. Me pidió que buscara la nuez. No entendí por qué le importaba eso, pero le importaba. Realmente le importaba. Aunque yo mañana pudiera ir al mercado y llenarle la casa de nueces, lo que ella quería era la suya. Su nuez. Encendí la luz de la terraza y salí a buscarla. Apenas se veía, porque era de noche y la bombilla era una vieja de resistencia que no servía para
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nada. Tuve que sacar el móvil y usé la pantalla para examinar las esquinas, el suelo, la pared de ladrillos. Encontré las tijeras de podar con el mango rosa en el fondo de la maceta de perejil. No encontré nada más. Se lo dije. —Qué raro —contestó. La mañana siguiente desayunamos juntas en la mesa pequeña de la cocina. Ella partió la pastilla de la tensión con un bote vacío de guindillas. Yo mojaba las galletas en el café. —¿Puedes buscarla ahora? Con la luz del día se ve mejor — dijo—. Iba con el tiempo justo. Si me ponía a mirar otra vez en la terraza seguro que llegaba tarde. Ella lo sabía. Por eso me miró. Tenía los ojos pequeños y húmedos, enrojecidos, la cara arrugada. Mi abuela no se iba a poner a llorar por una nuez. Me tomé el café de un trago y salí a la terraza. Noté cómo me seguía, y cómo se sentaba en su silla pequeña a mirar. Yo levanté el mantel de la mesa, aparté las revistas, revolví un poco la tierra de los tiestos que había colgados en la pared. No la encontraba. Se me ocurrió hundir más los dedos en la tierra, los hundí tanto que el tiesto se desenganchó de la pared y cayó al suelo. Todo se llenó de pedazos de maceta rota y tierra. Detrás de mí, ella encendió la radio y me miró. Tenía que irme. La besé en la frente, cogí la mochila y me marché. Ese día llegué tarde a casa, mi abuela estaba despierta frente al ventanal. Tenía todo abierto, hacía frío, una de las sillas de fuera se había volcado. —Me la ha quitado un pájaro. Estaba enfadada. Odiaba al pájaro. El pájaro que le había quitado la nuez. Me acerqué para darle un beso en la mejilla, pero ella me cogió la cara con las manos y me apartó. Luego se fue a la terraza, colocó la silla pequeña junto a la pared de ladrillo y se sentó con las rodillas juntas. Nunca salía de noche a la terraza. Eso me preocupó pero pensé que se acostaría pronto, que era decisión suya, que odiaba el pájaro. Se me ocurrió llevarle el jersey blanco que se ponía en invierno para estar en casa. De noche venía frío. Por la mañana estaba ahí, todavía. Tenía el jersey blanco agarrado con los dedos.
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entrecocheyandén
—Avisa al portero —dijo—. No había dormido. Había pasado la noche sentada en una silla de la terraza. Pensando en su problema. El problema del pájaro y la nuez. Le pedí que se sentara en el salón para hablar de ello, quería explicarle que eso no era importante, que el mundo estaba lleno de nueces, que no podía pasar la noche en vela en la terraza. No me miró. Me dijo que llamara al portero. ¿Para qué quería al portero? No se lo pregunté. Fui a buscarle porque era lo que mi abuela quería. El tipo estaba en la puerta del edificio con su chaqueta de vestir. Daba los buenos días y sonreía. También se reía si alguien decía algo gracioso. Aunque no tuviera gracia. Se reía con toda la boca. Una risa que salía del estómago. Le conté el problema de mi abuela, le conté que había pasado toda la noche pendiente de la nuez, sentada en la silla pequeña de la terraza con las rodillas juntas y el jersey blanco. Se rió. Se rió con el estómago y todos los dientes. —Buenos días doña Merche, ¿Cómo vamos? —Un pájaro negro de la dehesa me ha quitado una nuez —le dijo—. El portero le sonrió enseñando toda la hilera de dientes y sacó una nuez de su bolsillo. —¿Una nuez como ésta? Mi abuela la cogió con las manos arrugadas, llenas de venas. La miró. Se la acercó a los ojos. Luego nos sonrió a los dos. Al portero y a mí. —Es ésta. También le dio un billete de propina. En agradecimiento. Cuando llegué esa noche estaba dormida. Intenté andar despacio y sin hacer ruido pero se despertó. Dijo que no dormía. Se peinó el pelo con los dedos. —¿Qué tal ha ido el día, pequeñita? Luego me acerqué, cogió mi cara con las manos y me dio un beso en la mejilla.
tw Emilia es licenciada en Física y vive con su abuela. Escribe porque le gusta mucho y, probablemente, por otras cosas complicadas que no sabe explicar muy bien.
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