nº57
mayo2017
elmuro [3] andénuno [5]
La excusa termodinámica, Hipólito G. Navarro andéndos [10]
La Tasca Pepe, Manu Espada andéntres [13]
Satori, Camilo Romero cuentoscomochurros [18] lapuertadelanevera [22] diccionariodesaturno [23] Sttorypics [24] sinopsis [25] brevemente [26]
Relatos en cadena dindondin [28] decamino [29] entrecocheyandén [30]
novedades
Rutina, José Luis Ríos
Este número también hablará en otros idiomas en boca de Salamandraevents: un cóctel que combina eventos, cultura y la lengua de Shakespeare.
Edita: Grupo Andén C/ Feijoo, 6 - 28010 Madrid | edicion@grupoanden.com | www.grupoanden.com Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver, Juan Carlos Márquez y Kike Cherta (España), Juan Martini y Mónica Pano (Argentina), Mª Luz Carrillo (México) Publicidad: edicion@grupoanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com Ilustración portada e interior: Luciana Casenave | lusenave@hotmail.com
Con la colaboración de:
elmuro
Tema: Café para todos
Ganadora: Café en huevera. Ana García - Zaragoza (España)
Finalistas:
La tertulia. Enrique Farelo - Madrid (España) Mi café es-preso. Miguel Paniagua - Madrid (España) Sin título. Silvia Méndez - Buenos Aires (Argentina)
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@grupoanden.com Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.com Tema del próximo concurso: Libertad
Te escuchamos: Cuentos para el andén @cuentosanden lector@grupoanden.com
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En las páginas de este número 57 de Cuentos para el andén escucharemos una excusa de Hipólito G. Navarro, nos codearemos con lo más granado de la tasca del barrio con Manu Espada y viajaremos al oriente más tradicional en compañía de Camilo Romero. Descubriremos cómo son los presidentes en Saturno, liberaremos la rabia en papelitos amarillos sobre la nevera y leeremos la sinopsis de un nuevo libro jamás escrito. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
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La excusa termodinámica Hipólito G. Navarro
CONCLUIDO sin éxito el primer intento, no haber estrellado el coche a la salida de una curva, tampoco despeñarlo por uno de los innúmeros precipicios del recorrido, haberles vetado si acaso la entrada a ese paraíso, o qué sé yo, cualquier otra retorcida venganza de las miles que pueblan esta cabeza que alguna vez fue gobernable y enteramente mía, vayamos ya con los argumentillos, a la desesperada: Calentar el apartamento, el encendido de la chimenea de leña. ¿Puede haber algo peor en este mundo, me pregunto —y desencadeno con esta primera inocente vacilación una cascada de porfiados interrogantes, encarnizados en verdad, testarudos, quisquillosamente repetidos, en un ejercicio mental bastante simplón que debilita sin embargo como pocos otros el malestar de la jornada laboral—, puede haber algo peor, me pregunto, que desperdiciar dos o tres horas intentando encender la chimenea de la casita que hemos alquilado para pasar dos días de tranquilidad en plena sierra? Seguramente sí, me respondo de inmediato, seguramente es peor darse cuenta entonces de que la leña está verde y húmeda, de que no habrá más remedio que subir siete empinadas cuestas pueblo arriba para comprar madera seca si de verdad esperamos no morir de frío en cuanto caiga la noche. Aunque, pensándolo bien, tal vez sea peor que un avispado mercachifle del pueblo, con la piel tostada por el calor de su formidable chimenea, pretenda cobrarnos y nos cobre una burrada por un ridículo cargamento de leña, que no nos ayude siquiera a colgarlo en la espalda, que deje tirado de mala manera el mediano montón junto a nuestros pies congelados.
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¿Pero existirá algo peor en esta vida, por insistir que no quede, que se ponga a llover a mala leche cuando volvemos con la espalda rota debajo de los maderos? Quizá sí, quizá sea peor llegar al apartamento sin aliento y dejar caer los troncos en el salón para verlos todos brillantes y mojados, muy hermosos y fotogénicos pero igual de inservibles que los primeros (todavía peor, me temo, el ridículo que haremos secándolos con los trapos de cocina, mirándonos el uno al otro como diciendo: se hace así, ¿no?). Pero me engaño. Me engaño todo el rato, concienzudamente además. En verdad hay algo peor que todo eso, bien lo sé: volver a la carga con el mechero y los periódicos viejos, empecinados en la aventura sobrehumana de la fabricación del fuego, lograr siete brasas apenas y rodearlas de palitos menudos, alimentarlo todo con el esfuerzo envenenado y torpe del soplar y el soplar; maravillarnos luego ante la gama de naranjas y rojos que preludia por fin la arribada del calor, y no perder respiro, soplar otra vez, soplar y soplar y soplar. Cómo no va a ser peor, si a la vez que nacen esas tímidas lenguas amarillas que lamen por fin a la madera ansiosa comprobamos que el salón se ha llenado de un humo blanco que se desparrama por el techo como un rebaño loco de borregos. ¿Por qué no despeñaría por un barranco el coche?, me pregunto. Tendremos que abrir las ventanas sin remedio. Mientras las ovejas sedosas escapan a borbotones hacia un cielo que diluvia, los pingüinos y los osos polares del frío entran disparatados y dando gritos, trepan a los muebles, corretean por el pasillo y se cuelan en el cuarto de baño, debajo de las mesas, en nuestra cama. Es lo justo, se nos alcanza pensar, son los inevitables trasiegos de la energía: nosotros ofrecemos a lo de fuera nuestros malos humos, lo de fuera nos paga con su mejor y más cruel moneda del invierno. Pero esto no es lo peor, ni mucho menos, qué va; lo peor, sin adelantar aún los acontecimientos más netamente verdaderos, es mirar a la chimenea y comprobar cómo una llamita huérfana pide socorro con urgencia, oxígeno que quemar para desarro-
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llarse hermosa y devoradora. Peor, peor aún: volvernos sumisos hasta la chimenea, arrodillarnos y de nuevo soplar con todas las fuerzas y sin ninguna convicción de mejorar los resultados obtenidos durante cuatro o cinco horas, soplar más por inercia que por ganas, soplar porque se ve que hemos entrado en barrena definitivamente, sin posibilidad de rectificación. Claro que a la postre resulta más tremebundo aún descubrir una fogata impresionante, inesperada: tendemos a infravalorar la terquedad, también es cierto eso. Aterrador entonces ver esa candela doble, triple, caleidoscópica y gigantesca desde la perspectiva del mareo descomunal que hemos cogido después de tanto soplar oxígenos y respirar ceodoses, de tragar tanto humo lacrimógeno, cancerígeno, alucinatorio sin duda. Tremendo de verdad. Y todavía más espantoso, muchísimo más, dónde va a parar, sentir las náuseas enseguida, salir corriendo al baño y tener que hacerlo por encima del asco que desde pequeños nos produjo semejante desocupación. Con lo fácil que hubiera sido acelerar a fondo, dar un volantazo en lo más agudo de una curva, estrellar el coche contra el tronco de uno de los robles poderosos que bordean los últimos tramos del camino… ¿Pero existirá algo peor, por llevar las preguntas hasta el límite, existirá algo peor, me digo, que quedarse con el cuerpo vacío, hueco, y la cabeza dando tumbos recordando en su mareo las comodidades de casa, nuestras queridas estufas eléctricas, nuestras atmósferas hertzianas sin borreguitos ni pingüinos? Claro que sí; mucho peor será suspender una cena que teníamos planeada antes de hacer el viaje, una cena a la luz de las velas y el resplandor juguetón de las llamas en las paredes y en las cosas; peor será comprobar cómo el mareo va a más y nos obliga a acostarnos enseguida, sobre todo después de echarle agua a la chimenea y haber convertido el salón en una especie de volcán, con sucesiones interminables de fumarolas tóxicas que nos envuelven como en la peor pesadilla. Espantoso. Más espantoso todavía si consideramos que debemos acostarnos y posponer el amor para otro día porque las piernas las tenemos flojas-flojas y
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las cabezas nos dan vueltas en la almohada, cada una por su lado, dando tumbos, la mía viendo venir kilómetros de carretera a una velocidad de vértigo, como si estuviésemos metidos aún en la monótona ocupación de conducir para llegar a la sierra esta tan lejana y tan alta y tan fría y tan mojada y tan requetetán. ¿Pero verdaderamente es todo esto lo peor que le puede pasar a uno?, me pregunto. Ni muchísimo menos, me debería responder de una vez por todas, sin tanto rodeo y tantísima engañifa. Lo peor que le puede pasar a uno, a mí sin ir más lejos, es envidiarlos a ellos, a él y a ella, a ella y a él, que pueden coger quince días de vacaciones para descansar en esa sierra, y que yo, y esto es lo peor que le puede pasar a uno, con toda seguridad, yo tenga que entretenerme con estos pensamientos y estos juegos mientras miro y no veo la montaña de papeles sobre mi mesa en la oficina, que tenga que ponerme a construir, por así decirlo, mis casitas a la envidia y a la desesperación. Pero vamos, lo peor peor es que ahora mismo los envidie con tanta intensidad, a los dos juntos, sabiéndolos en aquel apartamento que yo descubrí primero. Y lo peor peorísimo —¿por qué no estrellaría el maldito coche en una curva?—, que él me dé tanta rabia, tantísima, no tanto porque sea mi hermano mayor sino porque, y todo hay que decirlo, él, maldita sea, él es un experto en robarme las conquistas, en encender chimeneas y en machacarme con eso de que yo, por más que pudiese volver a estar con ella en esa sierra como ahora está él, ahora que es verano y no hacen falta ni la chimenea ni las maderas, seguro que repetía como entonces y siempre tantísima torpeza, no solo con la chimenea.
tw Del libro: La vuelta al día. Ed. Páginas de Espuma, 2016. Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961) es uno de los más audaces cuentistas de nuestro país, con libros de relatos como El cielo está López (1990), Manías y melomanías mismamente (1992), El aburrimiento, Lester (1996), Los tigres albinos (2000) y Los últimos percances (2005). Ha escrito también la novela Las medusas de Niza (2000). Sus cuentos están recogidos en numerosas antologías del género en Europa y Latinoamérica.
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La Tasca Pepe Manu Espada
JACINTO se baja del andamio. Hace calor, así que se quita el casco, la parte de arriba del mono de trabajo, y se queda con una camiseta de tirantes que deja ver sus tatuajes. Se seca el sudor con un pañuelo y busca un bar en el que almorzar. A la vuelta de la esquina hay uno. En un letrero carcomido de Pepsi-Cola se acierta a leer Tasca Pepe, aunque le falte la primera "e". Abre la puerta y se sienta en un taburete de madera que cojea de una de las patas. El suelo está cubierto de serrín para tapar alguna inmundicia, y sobre el serrín descansan servilletas arrugadas y restos de colillas de Farias. En la barra hay una vitrina llena de grasa con pinchos de torreznos y patatas bravas. Hay cuatro mesas. Tres están vacías, pero en una de ellas están jugando al mus. —Órdago —dice Woody Allen. No es un tipo que se parezca a Woody Allen, no. Es Woody Allen. Jacinto coge un palillo y se lo mete en la boca sin dar crédito. La pareja de mus del famoso director es su actor favorito: Kevin Bacon. —Joder —se le escapa a Jacinto. Los contrincantes de Allen y Bacon se piensan si ven el órdago. Bruce Springsteen intenta abrir la boca, pero Stallone le amenaza con arrancarle el cuello si acepta la apuesta. Jacinto se pone de pie, pero en ese momento sale la camarera de la cocina. —¿Qué desea? —le pregunta Margaret Thatcher mientras se seca las manos con un trapo. Antes de que le dé tiempo a pedir entra en el bar Jackie Chan con un montón de cedés piratas que intenta vender a los jugadores de mus. Tras él, entra un nutrido grupo de clientes con Paul
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Auster a la cabeza, el escritor preferido de Jacinto. Junto a él están Madonna, Bill Clinton, Tiger Woods, Rania de Jordania, Cristiano Ronaldo, George Clooney, Britney Spears y Roger Federer. Rania pide unas patatas meneás y una caña, George un vermú y unas olivillas, pero cuando Bill está pidiendo un JB con cola, la camarera responde que antes tiene que servir a Jacinto. Paul Auster abre los ojos como platos cuando se topa con el rostro del albañil. Se acerca hasta él y grita: "¡Por Dios! ¡Tú aquí! ¿Qué haces en la Tasca Pepe? No me lo puedo creer". A Jacinto se le cae el palillo de la boca y se señala con el dedo índice. —¿Es a mí? —pregunta mientras la tragaperras le da la especial a Madonna. Paul Auster le echa en cara su modestia y le pide un autógrafo. —Es para mi mujer, en casa le tenemos a usted mucha admiración —dice con deleite. Jacinto coge una servilleta, el bolígrafo Bic cristal que lleva en el mono para señalar en las vigas y escribe: "Para Paul Auster, con devoción. Firmado, un fan". Paul Auster lo lee, le da un emotivo abrazo al borde del llanto, y Jacinto pide a Margaret Thatcher que le ponga una Fanta limón y un bocata de chorizo de Pamplona. En la mesa de al lado, Bruce ha visto el órdago de Woody, ante los ojos asesinos de Stallone.
tw Del libro: Zoom. Ciento y pico novelas a escala. Ed. Talentura, 2017. Manu Espada ha publicado los libros de relatos El desguace (2007) y Fuera de temario (2010), y otros dos de microrrelatos: Personajes secundarios (2015) y Zoom. Ciento y pico novelas a escala. Ha ganado varios premios de relato y microrrelato, y se cuenta entre los autores contemporáneos de referencia en diversas antologías del género.
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Satori Camilo Romero And the green trees grew pale W.B. YEATS
EL viernes Harumi Sasaki despertó y fue directamente junto con su padre —de tradición familiar floricultora— a los invernaderos, tal como lo hacía todos los días. No desayunó ni tampoco saludó a su abuela, a su madre ni a ninguna de sus dos hermanas menores. Hacía mucho calor. Durante el camino que separaba la casa del trabajo (un kilómetro para cualquiera de la ciudad; una linda y breve caminata para Harumi y su familia campestre), su padre le anunció: —Te voy a mandar a vivir a Osaka. Cuando este verano termine tu hermana Midori ya va a poder hacerse cargo de tus tareas y no te voy a necesitar por acá. —Sí, padre —aceptó ella—. ¿Con quién voy a vivir? —Acepté que el hijo de Watanabe se convierta en tu esposo. Lo vas a visitar para conocerlo y el mes próximo se van a casar. Él se encarga de los negocios de allá. —Gracias, padre. Harumi no se mostró desilusionada ni extrañada por la idea. Incluso se vio a sí misma idealizando algún que otro rasgo desconocido de su futuro marido. Recordó que la familia Watanabe era de buena estirpe, ya que tenían muchísimas florerías en la ciudad como también en Osaka. Pensó que era su destino y durante el resto del camino se sintió afortunada y agradecida por la decisión que su padre había tomado por y para ella.
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Una vez llegados al vivero, saludaron al resto de los trabajadores y empezaron a trabajar. Aproximadamente a las tres horas de trabajo, Harumi sintió un escalofrío desde la punta de los pies hasta el cuello y se desmayó. Su padre y otros compañeros que se encontraban cerca la socorrieron. Ella despertó horrorizada. Se incorporó y, tras beber un poco de agua y mojarse la frente, continuó con sus tareas durante todo el día, sin hacer comentario alguno. Ya finalizada la jornada, volvió junto con su padre al hogar. —Madre, supongo que padre ya te ha comunicado la noticia —dijo Harumi. —¿Qué noticia? ¿Qué noticia? —dijo Midori, la hermana del medio. —Voy a casarme con el hijo del señor Watanabe, allá en Osaka. —El hijo del señor Watanabe nació acá también, ¿no? —preguntó Midori, sin obtener respuesta. —Me llena de alegría, hija mía —le dijo su madre sin prestar demasiada atención—. Midori, buscá a tu hermana y ayudá a Harumi a preparar todo para la cena. —Yo la busco, madre. Que Midori haga lo otro —dijo Harumi y fue al cuarto de la hermana más joven. Cuando estaba a punto de entrar en la habitación, todo el asunto que había padecido más temprano volvió a hacérsele familiar. Esta vez, sin embargo, no se desmayó. Vistió y alzó a su hermanita y la llevó hacia la sala común, donde su padre y su abuela esperaban sentados en silencio. Acomodó a su hermana sobre un almohadón, se sentó al lado y esperó. A los pocos minutos, le salió del alma la necesidad de que le aclararan alguna que otra duda: —Abuela, ¿es verdad lo que dijo la radio? ¿Va a volver a ocurrir en Tokio? Apenas terminó de pronunciar las palabras, su padre la frenó solo con mirarla. La abuela, sin embargo, dijo:
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-Querida, nosotros solamente debemos trabajar y trabajar. Es lo que nuestra clase tiene como objetivo. Más que eso no podemos hacer, es nuestro destino y jamás nos podemos interponer ante algo semejante. Son cosas que gente como nosotros no debe entender. Harumi comprendió una por una las oraciones que su abuela le había obsequiado. Las guardó en su memoria. Deshizo —al menos durante esa noche— cualquier otra interpelación que tenía preparada y, por más que las ganas intentaron ganarle, no volvió a hacer ningún comentario al respecto. Al rato, Midori y su madre trajeron la cena. Comieron en silencio y se fueron a dormir. El sábado Harumi solo trabajó hasta el mediodía, ya que esa misma medianoche iba a partir hacia Osaka. Llegó a la casa, armó las valijas y se despidió de su familia, abrazando largamente a su abuela y a su hermana más chica, como si nunca jamás las fuera a ver nuevamente (al menos así). Tomó el tren y partió hacia Osaka. Durante el viaje, a la madrugada, tuvo un sueño en el que veía a dos hombres blancos desconocidos dándose, secretamente, la mano (uno cristiano, otro luterano; uno más trémulo, otro callado) en una ciudad situada en una isla, en una tierra que supo adorar a Odín, en un país ocupado por otros intereses, en un lugar que jamás tendría oportunidad de visitar. Tuvo la certeza, durante el momento, de que era algo que ya se había repetido de alguna manera u otra. Supo que los nervios de uno de los hombres tenían un motivo que fue común a lo largo de la historia de la humanidad: la traición desmedida, seguida de la culpa insoslayable. Volvió a despertar horrorizada y le surgieron ganas inmensas de abandonar
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el tren. Primero pensó en bajarse en la siguiente estación, quizás a algunas horas de distancia. Quería avisarles. Luego, simplemente pensó en tirarse del tren para que así, acaso, la culpa no se ramifique de manera tan rauda a lo largo de su persona. Pero ya era tarde: la culpa sabe cómo impregnarse en el alma, y así lo hizo, en silencio. Llegó el domingo al mediodía a Osaka y se encontró con su futuro esposo en la estación. Ambos quedaron conformes con el trato de sus padres. A los pocos meses se casaron, abandonaron los negocios y se trasladaron a la fértil y esperanzadora Argentina, donde tuvieron hijos, nietos y toda una familia entera. No volvieron a su Japón; menos a su Hiroshima. Harumi jamás le contó a su marido ni a nadie nada de lo que había soñado o sentido durante esos días previos al lunes 6 de agosto de 1945; jamás les contó que a las 8:15 de la mañana su alma (y la de millones más) se iba a partir en dos para siempre; jamás les contó que supo que su abuela no iba a poder volver a la casa durante la lluvia negra y que, años más tarde, Sadako, la menor de sus hermanas, iba a confiarle el peor de los males de un ser humano a mil grullas hechas de papel, quizá para que el hecho sea todavía más recordado por todos.
tw Relato inédito. Camilo Romero Maturano (Buenos Aires, 1992) es un escritor y músico argentino. Su primer libro publicado, Valses y otros relatos, vio la luz en diciembre de 2016. Actualmente cursa la carrera de Redacción literaria y está terminando otro libro de relatos.
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Los huevos de Juan Valdez PUEDE que no ocurriera exactamente así, pero esta historia debería comenzar al atardecer, allá en los Andes colombianos, con el archiconocido Juan Valdez a lomos de su mula Conchita, recortando silueta en lo alto de una colina. Se han detenido a contemplar las plantaciones de café y entran en primer plano respirando su aroma con un suspiro exageradamente hondo. Juan Valdez, que en realidad se llama Carlos Castañeda, sonríe ante las cámaras; según el guion solo tiene que hacer eso, sonreír y mostrar confianza en sí mismo, con eso basta para hacer llegar a la gente su mensaje: el café de Colombia es el mejor del mundo. Sin embargo, esa sonrisa esconde un temor, una sombra: alguien le está vigilando, lleva ace-
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chándolo toda la tarde escondido entre los tallos y las hojas. Esto es lo que se cuenta, lo que dicen por ahí, nadie sabe si albergaba o no ese temor, pero hay que reconocer que el detalle despierta la intriga y le atribuye a la historia cierto halo de misterio. Juan Valdez termina de rodar el spot y sube a su Jeep para conducir hasta las afueras de Medellín, donde vive con su mujer que, para más señas, se llama Samantha y es de Barranquilla. Un cañón de mujer la esposa de Juan Valdez, cuidado. Pero no diremos mucho más sobre ella, al menos por ahora, además los líos de faldas de Juan Valdez fueron tratados en su momento y ya no le interesan a nadie. El caso es que Carlos Castañeda entra en el salón, saluda a Samantha con un beso en la boca, (¿un beso sincero?, a quién le importa) y entonces ella, embutida en un vestido negro más bien corto, le sirve un vaso de salpicón fresquito fresquito que él se bebe hasta la mitad para después pedirle la ñapita, y entonces ella vuelta otra vez con la jarra a llenarle el vaso, y luego a menear el trasero de un lado a otro mientras sale por la puerta, batabún, batabún, y él, zalamero, le grita, ¿pero quién pidió pollo?, y no, no está hablando de comida, es un piropo típico de Colombia. Pero Samantha atraviesa el jardín sin hacerle el menor caso, y es que, por raro que parezca, esta vez el conflicto surge después, cuando ella se marcha en su deportivo a hacer un recado, y Juan Valdez, o sea, Carlos Castañeda, se queda solo en su chalet, a expensas de una noche sin estrellas, a unas horas en las que puede pasar cualquier cosa a las afueras de Medellín. Entra un poco tarde, es verdad, pero no han transcurrido ni veinte minutos cuando el conflicto llama a la puerta de Carlos Castañeda al grito de abre, hijuemadre, abre la puerta, cochambrudo. Todavía no le ha dado tiempo ni a quitarse el traje de Juan Valdez, cuando otra vez, en la puerta: abre, chiflamicas, abre impostor, te voy a dar plomo. Castañeda observa por la mirilla, se trata de un viejo con su mismo sombrero, su mismo bigote, la misma manta andina dobladita en el hombro. ¿Quién eres tú, huevón? ¿qué haces en mi casa, qué quieres? Soy Juan Valdez, le dice el viejo, el auténtico Juan Valdez, hijuepucha. Pero Carlos Castañeda también es Juan Valdez, un Juan Valdez bien verraco y no se deja intimidar así como así, por eso abre la puerta y venga, cálmese, parce, por qué no entra y nos tomamos un salpicón fresquito, eh, qué me
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dice, lleva toda la tarde dando vueltas por ahí. El auténtico Juan Valdez examina por un momento a su yo más joven, aprieta los puños y lanza un directo al estómago de Castañeda, que dobla el lomo sin mediar palabra, claramente no se lo esperaba, demonios, nadie se lo esperaba, pero la cosa no queda ahí, mientras Castañeda se recupera del golpe, el auténtico Juan Valdez se le ha plantado en medio del comedor y no deja de curiosearlo todo, acaricia las cortinas, los cojines del sofá, incluso se acerca a una foto de Samantha que hay sobre la chimenea y dice qué mujer tan bonita tienes, hijuemadre, pero Carlos Castañeda ya no atiende a razones y se le tira al cuello con las manos en forma de garra, y claro, ruedan por la moqueta como un par de amantes gemelos, con el gorro bien calado, bigote versus bigote, y rompen jarrones carísimos, y arrancan de las paredes cuadros complicadísimos de entender, y así continúan enzarzados un buen rato, sin darse cuenta de que en la marabunta de puñetazos, mordiscos y pisotones, una cartera sale despedida hasta los pies de Samantha, que acaba de llegar del recado y al ver la estampa, grita: ¡Carlos, por favor, no me lo pongas más difícil!, y ahora viene lo bueno, porque dicen que los dos se le quedan mirando como si les hablara a ellos, y claro, que mire Castañeda, pues tiene su lógica, pero Juan Valdez no se llama Carlos, ¿o puede que sí? El caso es que en Colombia nació el realismo mágico y por eso nosotros queremos creer que efectivamente sí, que el auténtico Juan Valdez también era un actor y se llamaba Carlos, Carlos Sánchez. Dicen que Castañeda encontró su cartera a la mañana siguiente mientras recogía la casa, porque la pelea tocó a su fin con la aparición de Samantha, pero luego, cuando se marchó indignada, batabún, batabún, los dos Carlos hicieron las paces y se quedaron hablando hasta tarde, bebiendo vino y ron, dicen que incluso llegaron a tratarse como padre e hijo, o puede que no (y qué más da), seguro hablaron de hembras y del café de Colombia, y aquí podría acabar esta historia de una manera más o menos feliz si no fuera porque ahora, dicen que Castañeda, o lo que es lo mismo, Juan Valdez, anda como loco preguntándose a qué Carlos se refería su esposa cuando dijo aquello de ¡Carlos, por favor, no me lo pongas más difícil!
tw Colaboración mensual con Cuentos como Churros: ellos eligen una de las cuatro fotografías seleccionadas de El muro y cocinan con ella un rico churro que publicamos aquí. I Alicia García, ganadora de nuestro Concurso de Fotografía de este mes.
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lapuertadelanevera
Juntar
Gonzalo tración con tu Junté frus es: me mis aspiracion rarísima. a p so quedó una n ngelador, co Está en el co . os nuestros sueñ
Queco Hay que dejars e de juntar tantas co sas y untar más esa crema de cacao en el buenísim o pan.
Condesa Imagínatelo en el horno, cubierto de b echamel y con queso fundido por encima. ¿A que ya te cae mejor?
Rabia Aurora Hildegarda La rabia porque él te dejó la estás pagando conmigo vaciándome a mordiscos.
Imaginar Miguel Paniagua vera Imaginar una ne el ra ta en im que al hambre en el mundo.
hez María José Sánc a la ce re pa se La rabia e qu impotencia, solo a. os es más ruid
Rosi García No hay vacu n que cure tu a rabia, pero hay h elado de chocola te.
http://aurorahildegarda.blogspot.com.es/ http://dibujandounpensamiento.blogspot.com.es/
Déjale una nota al mundo en La puerta de la nevera: www.grupoanden.com
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diccionariodesaturno
Una nueva civilización está empezando de cero en Saturno, aún no tienen claros algunos conceptos, ¿les echas una mano con el diccionario? Participa en www.grupoanden.com
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con e sus s a ol sd rríc mica e t ó s c e lo /o ar nd cas y ent o s i d e r p O ico trág s re ama. TR lúd enas o A E o c m j T e spe n esc s. eb de la E d . 1 pla vida ue os a q ntam m.es/ tem pias .B. c i m va co pro a M icó os le logspot. al. g p a tr ue n dario.b ion Pe c a a r ii n b q plac est d ito l 2. O a vez http:// b e e m ge as órd nai cad cido. eá r d l e co qu do acio Plá E ica uien ansn s. NT el ban l E b D pú s sig s tr ano zd . ESI PR rtavo d D.F a vida rsona ómico us m / 2 1. Polamida aje de sl de pees econtere en rsdpress.com tí Ca .wo s on ne er ers millo pod a un ruralblog a lo P . s a ast irnos , y 2 de lo mo /alm h a erg no no s que n co https:/ lev s e s sum océa a ne le da ural. o é to s, en les a R qu despu remo clavo m o l A n ad ra es de bat o, pa s de u ntes . N e r rte Ó r e I n i e a B a r l . S d p PA nimo Satu abisa obe a M ,a do . e os mo Pep Á n d . a s . 3 1 anillo s fond os, co gnios utiliz alma o u lo rn si alg oda t en mete us de s e t so os s / hac dos, om tod ando senti Toro ballos.c o u r l o o 2. C cinc Ánge todelosc s l e r u c e t gu .else Mi ://www p htt
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Sttorypics
Sttorypics
@Romahou Te pinté Me pinté Juntos Disfrazados Porque siempre fuimos un secreto Cuando el mundo nos descubrió, entramos en el muro. Aún seguimos allí Mirando el tiempo Viviendo el pensamiento Juntos.
@Zaciel Cuando no quedaron más paredes que pintar finalmente decidieron hacer arte.
@Nubis De historias de fantasmas, mis favoritas son las de graffitis que te observan. Cada mes Sttorybox elige una imagen de nuestro concurso de foto, sus usuarios escriben microhistorias en Sttorypics sobre ella, y nosotros publicamos las mejores aquí. I Sin título - Carlos Rivero - Badajoz (España)
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sinopsis
«Como una cabra» Era un político muy querido que amaba su trabajo y se desvivía por su familia, pero sin tiempo para él. Un día quiso desconectar de todo, disfrazándose de friki para asistir a un salón manga. Divertida comedia en la que el día que fue elegido presidente, nadie sabía dónde encontrarlo.
Miguel Ángel Toro | http://www.elsecretodeloscoroballos.com/
No soportaba el mutismo cerebral y corporal impuesto. Solo podía saludar con una mano, sonreír lo justo y jamás responder a las preguntas. A solas, en el cuarto de baño, sufría crisis: a cuatro patas balaba ante el espejo, mordiendo papel. No podía continuar así. Renunció a su corona.
Rosi García | http://dibujandounpensamiento.blogspot.com.es/ Miguel es un andinista en los comienzos de su aventura. Sabe que la altura afecta los sentidos pero se preocupa cuando a mitad del ascenso empieza a ver pingüinos observándolo desde las salientes. ¿Se estará volviendo loco?
Romynah
Tenemos el título del próximo éxito editorial, nos falta la sinopsis ¿nos ayudas? Participa en www.grupoanden.com
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brevemente
Al siguiente intento Semana 26 de concurso: 1 de mayo de 2017 Ganador: Álvaro Abad San Epifanio —¿8 de diciembre de 1980? —Mmmm… No. —¿9 de diciembre de 1980? —Tampoco. Lo siento. —¿10, 11, 12…? ¿Diciembre? ¿Enero? ¿Recuerda usted el año, al menos? Después de casi una hora el anciano seguía sin recordar. San Pedro se impacientaba. Los difuntos se le amontonaban. —Sin la fecha de fallecimiento no puede pasar. Así que elija: infierno o resurrección. De vuelta en casa, miró el calendario y con pulso tembloroso anotó la fecha en un papel que guardó en su bolsillo. Después abrazó el aviejado retrato de su difunta esposa y abrió el gas. —Ya voy, Teresa. Ya voy.
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¡Por mí y por todos mis compañeros! Semana 27 de concurso: 8 de mayo de 2017 Ganador: Manuel Menéndez Miranda "¡Ya voy!" El grito le sorprendió cuando aún no había tenido tiempo de ocultarse. Todos los escondites buenos estaban ocupados cuando llegaba y no le dejaban entrar con ellos. Era el más pequeño y siempre se burlaban de él porque le pillaban el primero. Las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas cuando al fin una cara amiga le hizo señas. Con una sonrisa corrió a esconderse agradecido en aquel lugar tan perfecto. Aquella vez lo consiguió. Fuimos incapaces de encontrarle. Tampoco nuestros padres, ni la policía, hasta varios meses después. Y desde ese día nadie vende barquillos en el parque.
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brevemente
Evolución natural Semana 28 de concurso: 15 de mayo de 2017 Ganador: Javier Regalado Herrero Desde ese día nadie vende barquillos en el parque. De la noche a la mañana cogieron sabor a angustia, y nadie quería comprarlos. Poco después fueron los helados, que empezaron a saber a envidia y a resentimiento, según si eran de nata o de vainilla, y el heladero tuvo que cerrar porque se armaba cada trifulca… Lo más reciente ha sido la orquestina. Las canciones sonaban a amenaza, y cuanto más 'allegro' tocaban, más espectadores huían despavoridos. Ya solo pasan por aquí los despistados y los optimistas, pero enseguida se van, en cuanto el crujir de las hojas les recuerda lo solos que están.
Volver a empezar Semana 29 de concurso: 22 de mayo de 2017 Ganador: Ernesto Ortega Garrido El crujir de las hojas les recuerda lo solos que están. La vegetación se ha ido extendiendo por el asfalto hasta sepultar por completo la Quinta Avenida y el Madison Square Garden. Ahora los animales campan a sus anchas por Central Park, mientras ellos pasean de la mano, completamente desnudos, sin ningún pudor, bajo la sombra de los árboles. Nunca han sido tan felices. Al fondo, como últimos vestigios del pasado, las siluetas de los rascacielos medio derruidos alertan de la historia. Por eso, cuando esa maldita serpiente vuelve aparecer bajo sus pies, ella, sin temor alguno, la coge con sus propias manos y la parte en dos.
tw Relatos finalistas de mayo de 2017 del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.
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dindondin
XVIII Certamen Literario de Relato Corto, Microrrelato y Poesía de Navidad "Ciudad Autónoma de Melilla" Hasta el 20 de junio www.guiadeconcursos.com
Directed by Women Certamen de cortometraje y largometraje para mujeres Hasta el 15 de junio www.festhome.com
Feria de la novela negra y policiaca Centro Cultural Bella Época-Cine Lido. México, DF Del 29 de mayo al 4 de junio www.timeoutmexico.mx
Fiesta mayor de la Prosperitat Barcelona Del 27 de mayo al 4 de junio www.guia.barcelona.cat
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decamino
http://salamandraevents.com/
En Salamandraevents no solo organizamos eventos, sino que combinamos experiencias y aprendizaje, situaciones divertidas y enriquecedoras con la práctica del inglés. Si tienes un nivel de idioma entre básico y alto, es muy importante ir haciendo oído y participar en conversaciones utilizando la lengua que estás aprendiendo; con nosotros puedes vivir una actividad lúdica, fuera de las aulas o de tu lugar de trabajo, donde disfrutar en cada momento mientras cocinas, mientras haces una película, teatro, canto o una excursión por tu ciudad. En Salamandraevents no ponemos límites: trabajamos con niños, con adultos y organizamos eventos de team building para empresas.
tw En junio nos embarcamos en una nueva experiencia: POP UP ART, tres días en los que reuniremos la obra de veinte artistas contemporáneos para que puedas visitar, ver… y comprar arte a precios sorprendentes. En A2 Garage, C/Hermosilla, 59 - Madrid, los días 1, 2 y 3 de junio, ¡te esperamos!
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entrecocheyandén
Rutina José Luis Ríos Alumno del Taller de relato breve en la Biblioteca Central de Ferrol (A Coruña)
TE acuestas. La canícula es insoportable. Coges el libro que hay sobre la mesilla. Y, como todas las noches, te dispones a leer unas páginas para tratar de quedarte dormido. En ese momento echas algo en falta: ¡Tu mujer! No está a tu lado como es lo habitual. Te acuerdas de que ya no cenó contigo (aunque eso es lo corriente). Lo cierto es que la televisión entretiene mucho, pensaste. Tratas de hacer memoria: ¿Desde cuándo no la veo? Diariamente llegas tarde de trabajar. Cenas cualquier cosa que encuentras en la nevera, te acuestas y cuando te levantas ella ya se ha ido a la fábrica. Recapacitas. Ayer ya tuviste la misma sensación de vacío, ahora que lo piensas. Te levantas. La buscas por toda la casa. Su parte del armario está vacía. En el baño tampoco están sus potingues. La llamas al móvil y una grabación te dice que ese número no existe. Me habré equivocado. Marcas de nuevo y oyes la misma grabación. Ves una nota pegada en el espejo del lavabo. Intuyes que lleva ahí mucho tiempo, pero no habías reparado en ella. La coges y lees: "Me voy porque siento que me ignoras. Adiós". Te sorprende que la fecha sea de hace tres años.
tw He dedicado mi vida a los números para sobrevivir, llenando con literatura mi escaso tiempo libre. Ahora le he dado la vuelta a mi vida: me dedico a la literatura para vivir y no me acuerdo de los números en mi escaso tiempo libre.
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