Cuentos para el andén nº12

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diciembre 2012 - enero 2013

elmuro [3] andénuno [5]

Vamos allá, Carlos Castán andéndos [8]

Dos veces Line Renaud, Ignacio Ferrando andéntres [13]

El callejón del grito, Tere Susmozas dindondin [16] decamino [17] brevemente [18]

Relatos en Cadena entrecocheyandén [20]

Ganadores del concurso “Entrelíneas” metroligero [22] pormotivosajenos [23]

próxima estación...

José María Merino

decamino La Industrial

brevemente Relatos en Cadena

entrecocheyandén Talleres de escritura Fuentetaja

metroligero Miguel Ángel Moreno

Edita: grupo andén comunicación C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid edicion@cuentosparaelanden.com www.grupoanden.com

Con la colaboración de:

Más cuentos en:

Diseño: www.jastenfrojen.com Publicidad: publi@cuentosparaelanden.com - Impresión: Exce Consulting Group Consejo editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Juan Carlos Márquez y Leticia Esteban Ilustración: Coordinación: tiagertrudis.wordpress.com Ilustración de portada e interior: © Giorgia de Maldè | http://giorgiademalde.wordpress.com | giorgia.demalde@icloud.com D.L.: M-42629-2011 El papel utilizado para imprimir esta revista procede de bosques gestionados de manera responsable.


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elmuro

Tema: Colores de ciudad

Ganador: Urbium 08, Gabri Solera. Madrid

Finalistas: Mañanas de domingo María Ferrer. Pontevedra Día de mercado José Antonio Grueso. Córdoba Colores de la noche en la ciudad Iris Contreras. Alcorcón (Madrid)

Concurso de fotografía Participa en nuestro concurso enviando tus fotos a lector@cuentosparaelanden.com. Consulta las bases y mira las fotos en Facebook, [Cuentos para el andén] en la pestaña “Notas”, también las tienes en www.grupoanden.com

Tema del próximo mes: Ciudad de sombras

Te escuchamos: Cuentos para el andén @cuentosanden lector@cuentosparaelanden.com www.grupoanden.com

Con este número lanzamos por primera vez Cuentos para el andén simultáneamente en papel y en aplicación para dispositivos Apple. Mira la contraportada. También publicamos a los ganadores del concurso “Entrelíneas”. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes. tw grupo andén comunicación

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andénuno

Vamos allá Carlos Castán

NO es que el médico le hubiera prohibido conducir del todo: podía ir al centro comercial o a merendar a la sierra, siempre viajes cortos, bien descansado y sin pasar de ochenta. El problema es que nadie se fiaba de montar con mi padre por pequeño que fuese el trayecto. Los momentos previos a los viajes eran tensos porque él era quien llevaba las llaves del coche, colocaba a conciencia los bultos en el maletero y daba por supuesto que conduciría, como siempre, aunque ese siempre, como todos los siempres más tarde o más temprano, había empezado a deshacerse como una pastilla de jabón sumergida en el fondo de la bañera. El problema volvía a ser quién iba a decírselo esta vez y con qué argumentos, con qué piadosos engaños acabaría en el asiento del copiloto, con los ojos llorosos y sin entender gran cosa. Él se ponía solemne: es que ya, si me quitáis hasta el coche, apaga y vámonos; mis hermanas se ponían más dramáticas todavía: desde luego ninguno de sus hijos iba a morir en la carretera por darle un capricho a él, se ponga como se ponga, que se adormece de improviso, que da un volantazo cuando pisa el arcén, que se pone nervioso tras los camiones. De alguna manera su vida había sido eso, llevaba en la cabeza el mapa de carreteras de España, gasolineras incluidas, de cuando iba a ver clientes aquí y allá. Llamaba por teléfono desde un hotel de Bilbao y a la mañana siguiente ya estaba en la otra punta, comiendo con unos señores de Sabadell, cerrando operaciones, merendándose el mundo. Yo miraba con tristeza sus pies para siempre sin pedales, sus frenazos contra la alfombrilla del coche.

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andénuno

Este verano hemos tenido que ir juntos a la playa. Nunca olvidaré su cara cuando, en el garaje de casa, le tendí las llaves del coche, como si tal cosa, como siempre, como si todavía estuviésemos viviendo dentro de ese siempre que se había agotado. Por un momento pensé que iba a derrumbarse de pura gratitud, pero en seguida se recompuso, buscó en la americana sus gafas sol, ajustó asiento y espejos, dejó a mano sus chicles y sus puritos y arrancó el motor mientras yo, con el cinturón desabrochado, me iba despidiendo de las cosas y la luz del día, apaga y vámonos, y de un mundo que no era ya el de siempre, cuando todo estaba en orden y mi padre telefoneaba desde el otro extremo de una carretera interminable.

tw Relato inédito. Recogido en la antología Mar de Pirañas. Ed. Menoscuarto, 2012. Carlos Castán (Barcelona, 1960). Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Profesor en un Instituto de Enseñanza pública en Zaragoza. Autor de los libros de relatos Frío de vivir (Salamandra, 1997), Museo de la soledad (2000, reeditado en Tropo), El aire que me espía (IEA, 2005) y Sólo de lo perdido (Destino, 2008).

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andéndos

Dos veces Line Renaud Ignacio Ferrando

TRAS la muerte de Fedra, nunca pensé en volver a ser feliz. Me levantaba a mediodía, bebía mucho, rellenaba el tiempo. Las tardes se quebraron entre botellas y concursos de televisión. A las siete, las paredes del piso se volvían una celda insoportable. Entonces bajaba al parque. A esa hora, los gritos de los niños habían cesado y los turistas descansaban en sus hoteles. El bosque se había convertido en una masa apretada de grises y verdes, de sombras entrelazadas. Fue precisamente en el laguito de Saint George, a esa hora, donde encontré a Isabel Gadez. Estaba en la orilla. Parecía ida, como idiotizada por la inmóvil superficie del lago. Abajo, a sus pies, se movían los barbos, casi deslizándose, como besando el borde de su vestido. El caso es que no se parecía a Fedra, al menos no entonces. Le dije algo, le pregunté algo. No recuerdo exactamente qué, pero nuestra vida, desde ese día, ha sido una consecuencia súbita, una apremiante necesidad de desdibujar a Fedra, de anular sus espacios, sus ritos, de olvidar su presencia y llenar sus cajones de pijamas y sostenes, de objetos que la neutralicen. Es cierto que con Isabel no ha habido los mismos excesos, pero tampoco lo contrario. La nuestra es una felicidad sostenida, ardua, que tiene mucho de complaciente. Viéndola ahora en el salón, mientras tatarea esa musiquita de Line Renaud -cuyo título no recuerdo-, reparo en la coincidencia. También Fedra, aquella tarde, cantaba la misma canción. También entonces le pregunté por el título. También ella dejó el aspirador a un lado, se encogió de hombros y brincó al borde de la ventana, "no sé", dijo. Fedra tenía esa maldita costumbre. De un salto se subía 8


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al ventanal, sacando medio trasero al vacío. Lejos, a su espalda, quedaba Saint George, la masa forestal y el laguito como una mancha ocre en el centro. Yo le recriminaba. No me gustaba que lo hiciera. Pero al mismo tiempo, ese medio cuerpo rendido al vacío, lo reconozco, tenía algo erótico, sublime, la mezcla de ella y el peligro, supongo. La tarde en que Fedra murió, el teléfono comenzó a sonar en ese instante, cuando ella estaba en el quicio imitando a Line Renaud, con el puño cerrado, "quién eres", cantaba, "quién eres". El teléfono sonó dos veces antes de que respondiera. Fedra parecía divertida, echada hacia delante, descalza, cubriéndose las rodillas con el elástico del vestido. Si hubiera sabido en ese instante que segundos después la vería caer al vacío, que llegaría apenas para rozar su mano y verla desprenderse, que sus brazos y sus piernas caerían inarticulados y rotos, flameados por el vestido, hubiera soltado el auricular y hubiera corrido hacia ella. Pero no lo hice. "¿Dígame?", pregunté al teléfono, "¿quién es?". Nadie respondió. Pero había alguien, estoy seguro, una respiración, un aliento, un hombre expectante al otro lado, "dígame", volví a preguntar. Fedra dejó de sonreír, "dime quién eres", siguió cantando, "quién". Y colgué y me acerqué a ella. "Se han equivocado", dije, pero no se habían equivocado. Probablemente fue entonces cuando Fedra perdió el equilibrio, probablemente, no sé. Ya digo que mi vida con Isabel Gadez ha sido eso, una duda sistemática contra lo que pasó esa tarde, en ese segundo, una ocultación deliberada a la que incluso yo, si soy sincero, me siento ajeno. 9


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andéndos

Isabel ha dejado el aspirador y está en la ventana, descalza. El parque queda detrás. El laguito, todo eso. Sigue siendo hermosa. La escena se repite con tal familiaridad que tengo la sensación de viajar en el tiempo, de poder remendar aquí los errores que cometí con Fedra. Me levanto y dejo el periódico y voy hacia ella. Ya se ha encaramado a la ventana, ya juzga desmesurada mi preocupación de siempre por no repetir lo que hacía mi esposa, sus mohines, sus gestos, sus rutinas, su modo de aproximarse, de tocar, de pintarse el esmalte de las uñas con un algodón entre los dedos. "Estás loco. Eres un excéntrico", dice, "yo no soy ella. Yo soy yo". "No", le digo, "baja del balcón ahora mismo". Pero mientras lo hago escucho el teléfono, una, dos veces, y nos quedamos ahí, yo paralizado por la similitud de este y aquel jueves, ella no sé, ella empieza a tatarear otra vez la canción, a competir con la voz enfisémica de Line Renaud, "dime quién eres, dime quién eres tú". Y descuelgo, y antes de preguntar escucho esa respiración agitada, tensa, dos veces, "¿quién es?", casi propia, "¿qué quieres?".

tw Relato inédito. Ignacio Ferrando (Trubia, Asturias, 1972) ha obtenido numerosos premios literarios de prestigio en los últimos años. Es autor de las colecciones de cuentos Ceremonias de interior y Sicilia invierno y de la novela Un centímetro de mar, Premio Ojo Crítico de RNE y el Premio Ciudad de Irún. Su último libro, de reciente aparición, se titula La piel de los extraños (Menoscuarto, 2012).

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andéntres

El callejón del grito Tere Susmozas

TODOS los días, a la misma hora, se escuchaba un grito. Lo oíamos cuando las manecillas del reloj marcaban casi las doce y el sol incidía en los cristales de los dos edificios enfrentados que, reflejándose uno en el otro, forman este angosto callejón. Un grito. Prolongado, agudo, trémulo. Emitido, quizá, por una mujer desde cualquier ventana. Aquí, donde todo parece hervir bajo un sol ardiente en invierno y calcinador en verano, que se resiste a resbalar por un cielo tan blanco que oprime, dibujando aristas de penumbra por donde se agitan, lentas y mutiladas, nuestras sombras. Y lo escuchábamos todos nosotros. Los que no salimos al alboroto de las avenidas, ni a la amplitud de las plazas -con sus fuentes y sus bancos-, ni de los parques mullidos, porque nunca nos movemos de aquí. Entonces, todo parecía quedarse inmóvil, como sujeto, apenas, por una cuerda tirante a punto de ceder y romperse. Porque lo único que se agitaba era ese grito. Al igual que una cometa impulsada por el aire, se alzaba desde nuestros oídos, rebotándonos en el pecho y en las sienes, erizándonos el vello de la nuca. Luego, cuando se perdía en el silencio, nos dejaba siempre algo de escozor en la garganta mientras nos preguntábamos quién sería la mujer que gritaba. Se lo preguntaba el anciano entumecido que, a menudo, dormita en su butaca, el adolescente con muletas al que siempre le sigue un animal lanudo, y la madre, joven y rubia, que acuna a un bebé albino quizá febril. También el barrendero demente, sin dedos en una mano, que barre el bordillo estrecho que nos hace las veces de acera. Y el mecánico, de uñas ennegrecidas, que resiste en su taller porque, de vez en cuando, algún conductor borracho choca contra la tapia que cierra el callejón. 13


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andéntres

Luego, cuando se apagaba el eco de ese chillido, nos mirábamos unos a otros -si teníamos cerca alguien a quien mirar-, o hacia los balcones, poniéndonos la mano en la frente como visera para que no nos deslumbrara el sol siempre a punto de licuarse. Pero nadie vio nunca a la mujer que gritaba. Así que la imaginábamos escondida tras algún toldo amarillento, sofocada en la penumbra ácida del interior de su casa. Poco a poco, tal vez a causa de la costumbre, hicimos nuestro el grito. Porque habituados ya a él, lo esperábamos cada mañana, pendientes del reloj a punto de marcar las doce. Y nos quedábamos inmóviles, en la calle o asomados en nuestras ventanas, como atentos a presenciar un ritual o una ceremonia. Lo hacíamos con el mismo respeto que se guarda un minuto de silencio en señal de duelo o protesta. Solidarios, así, con el alarido de locura, desesperación o dolor -quién sabe-, de esa mujer. Después, al cesar la reverberación áspera con la que rebotaba por todo el callejón, arqueábamos las cejas y movíamos apenas los labios, como si tuviéramos intención de preguntar alguna cosa, para luego quedarnos callados. Callados porque, en este reducto de sombras y calor, nadie se atrevió nunca a cuestionar el significado del grito. Así hasta que, cierto día, algo hizo que todo se tambaleara. Porque no sólo se escuchó el chillido de esa mujer, como ya esperábamos, sino que al suyo se unió otro más grave, ronco, hiriente. Quizá el grito de un hombre. Desde entonces, cuando con una leve vibración todo se ponía tenso, o resbalaba un poco más ese sol viscoso en el cielo pulcro -ensanchando las esquinas en penumbra-, al comenzar el grito, de inmediato, se le acoplaba ese otro bramido seco, fundiéndose con él. Entonces, todos volvíamos a mirar hacia las ventanas, con la certeza de que dos gritos siempre tienen más razón que uno solo. Luego, como siempre pasa en los espacios pequeños, todo pareció fermentar, hinchándose y creciendo.

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andéntres

Fue como si nos dejáramos arrastrar. Por eso, una mañana, lo que se escuchó al mediodía, fue mucho más potente que un grito y otro más que se le suma. Algo tan estremecedor que abrió, con la misma facilidad que se rasga una cortina raída por el sol, una grieta en uno de los edificios que nos cercan, desde sus cimientos hasta el tejado. Fue el chillido de casi todos nosotros. El del anciano que no se mueve, junto al del adolescente que no anda, hasta el del barrendero que pule la acera por la que paseamos constreñidos los que aún podemos caminar. Así, cada uno con sus razones, amplificando nuestras voces encogidas, nos uníamos al grito. Desde entonces no ha cesado de escucharse, casi unánime, todos los días, aquí, en el callejón. tw Relato inédito. Tere Susmozas nació en Madrid y es diplomada en Marketing y Publicidad. En 2010 publicó en la colección Ellas También Cuentan (Torremozas) tras conseguir accésit en el XXII Premio Ana Mª Matute, y en 2012 en la antología Relatos 03 (Ed. tres rosas amarillas).


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dindondin

Microteatro por dinero Tema diciembre: Por casualidad Tema enero: Por nuestros clásicos C/ Loreto y Chicote, 9 Triball http://www.teatropordinero.com

Conciertos para niños, teatro familiar y un musical Teatros del Canal. Madrid Del 20 de diciembre de 2012 al 6 de febrero de 2013 http://www.teatroscanal.com

Entretanto Magazine Un magazine on line de cultura y ocio http://www.entretantomagazine.com

Taller de cocina para niños Casa de Cultura de Torrelodones Del 26 al 28 de diciembre de 2012 http://www.torrelodones.es

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decamino

Espíritu23 Metro: L2 Noviciado | L1 y L10 Tribunal C/ Espíritu Santo, 23. 28004 Madrid www.espiritu23.com | @espiritu_23 | Facebook.com/espiritu23

Somos un espacio de trabajo, creación y cambio. Un local de dos plantas y más de 400 m2 en Malasaña. Un lugar para que profesionales y pequeñas empresas trabajen y compartan ideas y proyectos. Un centro para la creación. Creación artística y cultural, por supuesto, pero también de nuevas relaciones económicas y sociales. Un punto de encuentro de personas con inquietudes. Un sitio donde hacer cosas: talleres, teatro, catas, eventos, mercadillos de segunda mano… Lo que se te ocurra. Somos la pelota en tu tejado y queremos jugar contigo

tw http://www.espiritu23.com Coworking | Adelita Market | Navidades con Espíritu (actividades para niños) | Teatro | Apericústicos (conciertos) | Cursos de emprendimiento | Somos ritmo con Ramiroquai (Mayumaná) | Yoga | Pilates | Danza para niños | Superhéroes del reciclaje | Taller de radio con Radio Vallekas | Iniciación al cuero | Catas de vino con Bodegabierta | Talleres de foto | Yoga en inglés | Clases de swing | Instalaciones audiovisuales | Y muchísimo más: ven a conocernos y no dejes de proponer cosas.


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brevemente

Furia Semana 5 de concurso: 25 de octubre de 2012 Ganador: David Botija Ibáñez De la rutina insípida de su oficina de burócrata quemado; de los recortes de sueldo; de las deprimentes y reiteradas noticias sobre la crisis; de las colas en el supermercado; de los atascos en el metro... Estaba tan harto de todo que había tomado una decisión, una aspirina, una pistola de fogueo y un taxi. Entrando con decisión en el banco, sacó su pistola y encañonó al vigilante de seguridad. Éste señaló despectivamente con la cabeza hacia la interminable cola de clientes que, a su izquierda, aguardaban con la mano en el bolsillo de la chaqueta y contestó: -A la cola, como todo el mundo.

Obsolescencia Semana 6 de concurso: 8 de noviembre de 2012 Ganador: Víctor Lorenzo Cinca

n oct v

A la cola, como todo el mundo, me ordena la cajera. Miro a mi alrededor, ofendido. Estoy solo. Es más, en los pasillos del supermercado no me he cruzado con nadie. Es una broma, pregunto. Qué broma ni qué ocho cuartos. Espere su turno y déjese de tonterías, dice mientras hace avanzar la cinta sin nada encima. Coloco mi carro vacío detrás de donde imagino que aguarda el último y me quedo observándola con desconfianza. Cada vez que pasa las manos por delante del lector, sus labios perfilados se contraen para dejar escapar un silbido corto.

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brevemente

Locura familiar Semana 7 de concurso: 15 de noviembre de 2012 Ganadora: Mar Horno García Sus labios perfilados se contraen para dejar escapar un silbido corto. Parece fortuito pero sabemos que después se pasará un buen rato cantando. Seguimos a lo nuestro. Papá pega una nueva pieza en su maqueta absurda. Cándida enjuaga cansancio y platos en el fregadero. Mi hermana perfecciona su maledicencia con la vecina. Yo escribo. De pronto se deja oír un trino largo, un gorjeo maravilloso, quiebros imposibles, floreos, cascabeles, y, como todas las mañanas, vemos salir a mamá volando por la ventana. Volverá al atardecer para dormir en el perchero del dormitorio. Yo quería internarla pero papá fue categórico. -¿Acaso no quieres ser tú poeta? Déjala a ella que sea pájaro.

Cosas de niños Semana 8 de concurso: 22 de noviembre de 2012 Ganador: Cayetano Mingorance García Déjala a ella que sea pájaro, dijo el padre para zanjar la discusión entre hermanos. Mientras sonaba la alarma del horno, hubo tiempo suficiente para subirse al poyete de la ventana. -¿Estás lista? -Preguntó a su hermana. -¿Seguro que estas alas de cartón no son muy pequeñas? -¡Salta! Antes de que vuelva papá.

tw Relato finalista de octubre pendiente de publicación y finalistas de noviembre del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes saber quién ganó y consultar las bases en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.

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entrecocheyandén

Ganador

rió López Remodelación | Laura Sar

metro y hacerodelar todas las líneas de Finalmente, decidieron rem ordaba a los rec va cur en to ien vim stante mo las circulares, porque el con de los tiovivos. viajeros la feliz ingravidez

Finalista

z Temprano

a Díe Mírame a los ojos | Palom

bastante bien dimos. Nos sincronizamos Casi todos los días coinci én disimulo and el en er rec apa ndo le veo n. Noto su para no conocernos. Cua azó cor el es pienso que se me oye con él nes todo lo que puedo. A vec acio situ mil o gin nzadora. Me ima poco un o mirada: profunda, espera tinú con re se baja en Gran Vía. Yo en el to Jus durante el trayecto. Siemp . irar resp do pue Se acerca a mí. No Soy s". ojo más. Hoy vamos de pie. los a e puertas me susurra "míram rer, que sin momento que se abren las , otro a o am lo de mi vuelta: incapaz. Hubiera adivinado desde Tribunal.

Finalista

lanca

rcía Ob La pasajera | Francisco Ga

s". Miró el reloj: a: "Próxima estación Delicia Juan escuchó la megafoní ductor salió con el a, ajer Delicias subió una pas "Las nueve, voy bien". En vas muy retrasada, después dijo: "Las nueve, de su cabina y la besó, ina, el tren arrancó. arreglaré", regresó a su cab pero no te preocupes, lo s". "Es imposible", icia Del n ació xima est Volvió la megafonía: "Pró o y media. "Esto och Delicias?" Miró el reloj: las pensó Juan "¿Volvemos a no puede ser". á arreglado, ina, besó a la chica: "Ya est El conductor salió de la cab adiós mi amor". s un sol". vagón ella dijo: "Cariño ere Mientras abandonaba el

tw Relatos ganador y finalistas del concurso Entrelíneas, organizado por Cuentos para el andén, Metro de Madrid y Escuela de Escritores.

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metroligero - Miguel Ángel Moreno

Está la cosita muy mala... tw www.sintinta-miguel.blogspot.com


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José María Merino

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Decir siempre la verdad debería ser decisivo P- ¿En qué tren estás subido ahora? R- En uno que debe componerse de cuentos diversos, cada cual de un género y de un estilo…Tengo que engancharlos y encarrilarlos. Un trabajo de alta precisión ferro-literaria. P- ¿Cuál es el peor aprieto en el que te has encontrado? R- En la literatura, el día en que un público popular me pidió que le contase el cuento mío que había sido argumento de una película. Tuve que transformar de repente un cuento literario en uno oral. En la vida, una vez que, cruzando el Atlántico, el piloto nos dijo que había fallado un motor y que teníamos que hacer un aterrizaje de emergencia en las Azores. P- ¿Cuál es la obra literaria con la que más te has divertido? R- Los papeles póstumos del club Pickwick, de Charles Dickens, libro muy quijotesco, y Espérame en Siberia, vida mía, de Enrique Jardiel Poncela. En cuanto a mis obras, siempre me lo paso bien mientras escribo. P- Completa la frase: Yo para ser feliz… R- Tengo que olvidar esa idea platónica y absoluta de la felicidad que nos ha inculcado la religión. P- Los trenes que se pierden ¿vuelven a pasar? R- Se pierden sobre todo cuando los damos por perdidos. Entonces sí que no vuelven a pasar jamás. P- Lo breve si bueno… R- Nos hace desear que no hubiese sido tan breve.

P- ¿Qué libro te ha marcado? R- Varios que leí de niño, en los que estaba también la herencia del Quijote: Las aventuras de Huckleberry Finn, La vuelta al mundo en 80 días, Kim de la India…además de La isla del tesoro, naturalmente… P- ¿Qué libro estás leyendo ahora? R- Una novela, El hombre tranquilo, de Maurice Walsh (Reino de Cordelia); un libro de cuentos, Lazos de sangre, de Lola López Mondéjar (Páginas de Espuma) y un poemario, Canción errónea de Antonio Gamoneda (Tusquets). P- Cuéntanos un truco infalible. R- Decir siempre la verdad debería ser decisivo, pero vivimos en un mundo donde casi todo se sostiene en la mentira. P- ¿Cuál es la mejor forma de contar un cuento? R- Hacerlo con naturalidad y gracia expresiva: dos cualidades muy escasas, por cierto. P- ¿Un medio de transporte que prefieras? R- En Madrid, el metro; para visitar La Luna o Marte, la nave espacial. P- ¿Hacia dónde te orientas cuando buscas refugio? R- Como el alienígena de E.T.: a mi casa… P- ¿Qué es lo que te gusta de Madrid? R- Que es la ciudad más cosmopolita de España, una especie de "Gran Manzana" donde nadie se siente forastero.

tw Estos días José María Merino presenta su última novela, El río del Edén, una historia de amor, deslealtad, arrepentimiento y redención en que la naturaleza es un personaje más. La trama se desarrolla en torno a un padre y su hijo discapacitado, que caminan hacia la laguna en que verterán las cenizas de la esposa y madre muerta…

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