Cuentos para el andén nº15

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abril 2013

elmuro [3] andénuno [5]

Old man drive Medardo Fraile andéndos [9]

Kaputt, Marian Torrejón andéntres [13]

Renacer, Miguel Sanfeliu dindondin [16] decamino [17] brevemente [18]

Relatos en Cadena entrecocheyandén [20]

La ballena, Santiago F. Moreno metroligero [22] pormotivosajenos [23]

próxima estación...

Luis Mateo Díez

andénuno Óscar Wilde

brevemente Relatos en Cadena

entrecocheyandén Fuentetaja

metroligero holakokoro

Edita: grupo andén comunicación C/ Feijoo, 6 - 4ºA - 28010 Madrid | edicion@cuentosparaelanden.com | www.grupoanden.com Consejo editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Juan Carlos Márquez y Leticia Esteban Publicidad: publi@cuentosparaelanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com Ilustración: Coordinación: tiagertrudis.wordpress.com | Ilustración de portada e interior: © Iván Solbes http://ivansolbes.com | https://www.facebook.com/pages/Iván-Solbes-ilustrador/236604533848

Con la colaboración de:

Más cuentos en:


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elmuro

Finalistas:

Tema: Rincones

Rincón 1 - Aleksandra Peric. Belgrado (Serbia) Rincón, Cuenca - Irma Penilla (Madrid) Tristeza arrinconada - Carmina Córdoba (Madrid)

Ganadora: Rincones de La Rioja - María Ferreiro (Logroño)

Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@cuentosparaelanden.com Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y grupoanden.com Tema del próximo mes: Sobre ruedas

Te escuchamos: Cuentos para el andén @cuentosanden lector@cuentosparaelanden.com

www.grupoanden.com

En Cuentos para el andén lanzaremos en unos días nuestros primeros contenidos premium. Será en una nueva edición de este mismo número 15, que podrás descargar gratis como siempre y que incluirá entre sus páginas, para quien lo desee, la opción de descargar los audios con las locuciones de cuatro de sus cuentos por un precio reducido. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes. tw grupo andén comunicación

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Old man drive Medardo Fraile EL timbre se oye cuando hay luna nueva, como si el que llama quisiera borrarse entre las sombras. A las tres o las cuatro de la mañana no espero a nadie, porque nadie llama a mi puerta a esas horas. A esas horas duermo o lucho torpemente con las almohadas para acoplarlas mejor al sueño que busco, o me palpo el pecho para asegurarme de que estoy vivo cuando la brisa del amanecer hace chaquear la persiana o levanta la cortina como un aliento. Doy vueltas de noche entre las sábanas y cualquier chasquido o eco en la casa me hacen abrir los ojos, afinar el oído y esperar indefenso a que algo ocurra. A ratos, me hundo en profundidades somníferas y entonces, algunas veces, un timbrazo penetrante, intenso, que nada tiene que ver con el sigilo de la noche, vibra desmesurado, clavándose urgentemente en la casa por todos los rincones, pidiendo una respuesta inmediata. "No puede ser", me digo y, adormilado, me levanto del lecho y ojeo desde el mirador la puerta por entre las varillas de la persiana, y no veo a nadie y la noche despliega ante mí toda su indiferencia o su hipocresía de candor y silencio. Vuelvo a la cama y hago cábalas sobre el trasnochador invisible que reclama mi atención y perpetúa mi inquietud inexplicablemente, que odia mi descanso, que se vale de noches sin luna para hacer su invisibilidad más ostensible y medrosa; el visitante desvelado que quiere y no quiere entrar, al que no puedo tildar de ladrón o asesino, porque no hace eso, porque no tiene nombre. Pienso en la maldad gratuita de alguien, alguien que deambula o trabaja de noche y vuelve a su cobijo o pasa por mi calle resentido o empapado de alcohol. Alguien que no me conoce y llama a mi puerta y tal vez a otras sin motivo alguno, para que su acción sea más miserable aún. He pensado también en las bajas temperaturas de invierno, capaces de zumbar en los oídos del mundo, sellar con hielo una puerta o hacer retroceder un timbre hundiéndolo en el calor precario de la casa. Pero ¿por qué siempre con el cambio de luna, con las calles desiertas, en el filo hiriente de la madrugada, sin más luz que la del farol de una esquina lejana acorralado de sombras?

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La noche es una tregua universal en la que se espera el nuevo día. La orfandad de luz nos amedrenta a todos, animales y hombres; es un tiempo de echar las llaves a las puertas, de hablar bajo, de apagar luces para que la casa pase desapercibida y se borre como una más de la calle, a oscuras y en silencio; para sentir la maza del sueño y el cansancio y encogerse en la caverna de la cama y entregarse al misterio de lo onírico y tal vez gritar y despertarse angustiado de madrugada o sonreír a ojos cerrados por nada, por no sabemos qué, como si unas alas benéficas nos rozaran los labios. Tiempo de manosear en duermevela retales de vida que han sido olvidados, y tiempo de partos y metralletas silenciosas que entregarán al nuevo día millones de recién nacidos y de cadáveres. Tiempo del otro mundo, ¿qué mundo?, el que se expresa en ayes y crujidos sin explicación aparente, en roces, en cornadas repentinas de viento y voces quedas sin cuerpos que conspiran fuera, donde apenas puedes oírlas ni entenderlas. Como el que habla de algo natural, les he preguntado a varios vecinos que viven cerca si oyen algo impropio de madrugada y, a su vez, me han preguntado por qué y dicen que no, pero aseguran que, en el número 52 de la calle, han puesto una alarma que a veces se dispara sin motivo alguno y se pasa horas ululando si los dueños de la casa han salido de noche, y quizá lo que yo oiga sea eso. Me encogí de hombros y les di la razón. "Sí, quizá sea la alarma de esos vecinos", dije. Pero no es eso. Mi casa tiene dos puertas, la de la calle y la del cuarto de estar, que da al jardín. El jardín está vallado y hay a su vez en él una puerta ligera cerrada en apariencia con un picaporte. Sólo hay timbre en la puerta de la calle, pero sospecho que, el que llama por la noche, pretende que baje a abrir y, entrando por el cuarto de estar, cogerme por la espalda y ahora, cuando oigo la llamada, espero un instante escuchando y me voy a una ventana trasera del piso donde duermo y rebusco con la mirada en las sombras del jardín, donde los arbustos y los árboles se esponjan quietos en la noche o se dejan mecer obedientes a la brisa nocturna. Nadie. ¿Nadie? Trato de penetrar las sombras y veo bultos y formas extrañas que parecen moverse y comunicarse por signos, pero no oigo nada, nada, y vuelvo al lecho frío

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mirando a derecha e izquierda, vigilando uno tras otro mis pasos de sonámbulo, inseguros. El timbre de noche es una enfermedad que no curan los médicos. No sólo me despertaba antes al oírlo; ahora, cuando hay cambio de luna y siempre en realidad, lo espero sin dormir y paso noches en blanco en las que maldigo mil veces que no suene, porque no puedo conciliar el sueño y, si irrumpe de pronto escandalosamente, como una puñalada a traición, como una risa funesta, me sobresalto y espero unos minutos antes de levantarme sigiloso a averiguar la mano que lo pulsa y, después de idas y venidas solitarias por toda la casa, me tiro por fin en la cama como un cuerpo torcido, abandonado, deshecho, arrojado allí por alguien. He abierto dos veces la puerta de la calle y he estado allí, enfrentado a la noche, desafiándola, hasta que el relente de la madrugada ha invadido mi cuerpo semidesnudo con tiritonas imparables y hondos escalofríos. Más de tres veces he abierto la puerta de la casa que da al jardín y he buscado con temeridad detrás de los árboles, entre los arbustos y me he caído en la oscuridad, y me he levantado maltrecho, y he oído voces inexplicables e imposibles en un campo cercano donde juegan los niños en los días de sol. Esta noche, ¿qué noche?, he visto algo, por fin. Serían las tres o las cuatro de la mañana y sonó ese timbre que me mata y me mantiene vivo y, agotado como estoy, he tenido aún fuerzas para entreabrir la persiana del mirador y he visto, por fin, un coche alargado que parecía negro parado a la puerta de mi casa, y luego arrancó despacio, sin ruido apenas y, con una solemnidad extraña, dobló la esquina de mi calle y sólo con eso, sólo con su presencia de unos segundos, me he sentido aliviado, con el cuerpo más ligero y tranquilo, y me he encontrado sin miedo en la cama, seguro de que, esta vez, iba a dormir profundamente, como no lo he hecho nunca.

tw Del libro: Antes del futuro imperfecto. Ed. Páginas de Espuma, 2010. Medardo Fraile (1925 - 2013). Hasta siempre, querido amigo.

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andéndos

Kaputt Marian Torrejón

NUESTRA vida gira en torno al sol, como La Tierra. En cuanto sale a dar la cara nos venimos todos aquí, a reunirnos en la plaza. En verano a veces hace demasiado calor, la madera de los bancos quema y una luz abrasadora y amarilla ahoga nuestra respiración, mientras que en los meses más fríos del invierno solo salimos algún rato por las mañanas y el sol blanquecino nos enfría los pies y las orejas. Pero en primavera y en otoño nos dejamos acariciar muchas horas por un sol compañero, con el bastón entre las piernas y las manos apoyadas en él. Cuando llega Genaro -que tiene veinte años menos que nosotros, pero lo trae en silla de ruedas su cuidadora-, y ve que alguno de nosotros no ha venido a la cita diaria, hace un gesto de emperador romano en el coliseo, sacudiendo el brazo derecho con el pulgar hacia abajo, y dice: kaputt. Los demás asentimos porque pensamos lo mismo, y alguno repite el gesto: kaputt. Hace tres meses José no vino en unos días a la plaza y al poco tiempo caminamos detrás del coche fúnebre con las manos detrás, la cabeza gacha y en silencio. Genaro empujado por la rumana con su mano izquierda rígida sobre la manta de cuadros que cubre sus piernas; Miguel limpiándose a veces las gafas con el pañuelo y Enrique con la barbilla temblona. Pero en el fondo todos agradecimos no ser el que viajaba a la cabeza del cortejo. - A ver quién es el próximo -dice Genaro al día siguiente en la plaza-. Vaya cascajos estáis hechos. - Tú si que estás hecho un siete, cabrón. - ¿Un siete? Sí, y medio. Pregúntaselo a Nazca, que es la que me lava. A Genaro se le murió la mujer después de lo de la embolia y ahora vive con una de sus hijas, pero se ocupa de él una rumana porque la hija trabaja fuera de casa. Él se empeña en hacernos creer que le mete viaje a la rumana con la mano buena, pero no nos lo creemos porque ella se gasta muy malas pulgas; lo deja allí en una esquina del banco y luego viene a recogerlo sin sonreír ni un momento, engancha las agarraderas de la silla de ruedas y suelta secamente con su acento extranjero: venga,

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despídase que nos vamos; y Genaro obedece como un alumno acoquinado ante una profesora mandona. Si hay partida de petanca suele ganar Miguel, que todavía conserva un buen pulso, aunque ahora se empeña en decir que se ha hecho viejo en un año. Tiene ochenta y siete, y ha de ser precisamente el último, y no los ochenta y seis anteriores, el que lo ha hecho viejo. Como si fuera el retrato de Dorian Grey, o como aquellas borracheras en las que tomábamos mil copas, y siempre era la última la que nos mataba, como si las demás no hubieran tenido nada que ver. Enrique y yo lanzamos las bolas de la petanca errando el tiro, demasiado débil en mi caso, porque las fuerzas no me alcanzan para más, y nos hemos de aguantar. Pero si él se desvía un poco más de la cuenta de la bolita de madera enseguida se lamenta, alicaído: ya estoy viejo, este año he perdido mucho. Le reñimos por sus excusas de mal perdedor, pero exageramos nuestros errores y al final lo dejamos ganar para que no nos contagie la murria. Al fin y al cabo es el que ha ganado siempre, y Enrique y yo jugamos por él. No nos apetece empezar partida y nos hacemos los remolones; para qué, decimos, para que gane siempre el mismo. Aunque luego nos animamos y nos reímos con Genaro, que hace de árbitro y siempre tiene algo que decir. - Venga, figura -me dice cuando sostengo la bola con el vaivén del parkinson en la mano- que esto no es el parchís ¿Qué haces dándole al cubilete? Últimamente nos ha dado por fantasear con los extraterrestres. Un atardecer vimos en el cielo una luz lejana, prendida de un aparato metálico, que se desplazaba rápidamente sin dejar estela. Yo la señalé con el bastón. - Mirad, un ovni. - Es un avión, hombre, pasan a montones como ése- dijo Miguel. - Yo lo veo raro -opinó Enrique- podría ser un ovni; pero seguro que es un avión. - Sí, ya, un ovni; pues igual es que viene a por nosotros y se nos quiere llevar de viaje con los extraterrestres- soltó Genaro. - Para lo que nos queda por hacer aquí, yo ya firmaría- concluí-. Por mí que se me lleven adonde quieran. Desde entonces cada vez que vemos pasar algún avión yo les digo que es un ovni que viene a por nosotros, nos gastamos bromas con eso y a mí me gusta imaginar, aunque solo sea para el rato que dura la chanza, que esa fantasía es posible. Habría cosas nuevas que ver, seres desconocidos y lugares donde quizás el parkinson, el dolor o el cansancio po-

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andéndos

drían desaparecer. Tal vez ni siquiera habría que abandonar la vida con tanta prisa. Tal vez, aunque solo tal vez, tendríamos futuro. A Genaro y a Enrique ya los tengo convencidos de que es lo mejor que nos puede pasar, porque lo que es aquí ya lo tenemos todo visto y todo hecho; pero Miguel se resiste y dice que este último año ha perdido mucho y que ya está viejo para ir volando por ahí en naves de extraterrestres. Pero no solo nos fijamos en los aviones que cruzan por los cielos. A veces cruza por la plaza alguna mujer guapa que arrastra un carro de la compra y le seguimos el rastro con los ojos ocultos tras los cristales oscuros de las gafas, o bajo las sombras de nuestras boinas, mirando cómo balancea el trasero, esperando que Genaro, que siempre se pone poeta, suelte alguna animalada. Nosotros nos reímos y golpeamos el suelo con el bastón, y luego nos quedamos callados pensando cómo se nos ha pasado la vida y a qué pocas cosas se nos ha quedado reducida. Hace poco, en cambio, pasó por delante de nosotros una anciana enlutada que se paró frente a nuestro banco y se quedó mirando a Miguel con un semblante que helaba la sangre, pálido y sin expresión. Una sombra oscura planeó entonces sobre nosotros y la plaza se cubrió con patas gigantescas de arañas, como un bosque de troncos negros, que avanzaban muy lentamente. Mañana llegará el invierno. Hoy el sol apenas tiene fuerza, aunque es casi mediodía y al cabo de un rato de estar a la solana se suele sentir su calor. Pero hoy hace demasiado frío. Miguel no ha venido. Cuando la rumana ha dejado a Genaro en una esquina del banco él nos ha mirado a todos y ha preguntado por él. Nos hemos encogido todos de hombros. Quizás tenga razón y se haya hecho viejo en el último año. Quizás, si antes no lo remedia alguna nave extraterrestre, hayamos de ir pronto de entierro. Genaro ha chasqueado la lengua, ha apuntado con el pulgar hacia abajo y ha dicho: Kaputt.

tw Del libro: Limones dulces. Ed. Libros Certeza, 2012. Marian Torrejón. Licenciada en Económicas, pero -tal como afirma en su blog- más aficionada a los cuentos que a las cuentas. Sus relatos han obtenido numerosos premios literarios. Ha publicado el libro de relatos Limones dulces, por el que es candidata a los Premios de la Crítica valenciana de 2012.

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andéntres

Renacer Miguel Sanfeliu EL médico le dijo a mi madre que esperaba gemelos, pero luego sólo me tuvo a mí. Durante mucho tiempo pensé que ese hermano no nacido había encontrado la manera de esconderse dentro de ella, y le tuve envidia. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que se encontraba dentro de mí. A veces, lo sentía asomándose a mis ojos y mirando el exterior, sólo un momento, para luego volver a esconderse con rapidez. Cuando hacía esto, yo experimentaba un ligero mareo, una leve sensación de náusea. Al principio no era capaz de identificar la causa de mi mal y me asustaba; pero con el tiempo comprendí que el culpable era mi hermano no nacido, y entonces me enfurecí. Nuestra relación fue bastante problemática y difícil. Llegamos a enemistarnos. Decidí, durante unos meses, ignorarlo, fingir que no era consciente de su presencia. Sin embargo, un día, mientras estaba comiendo, noté que intentaba tomar el control de mi mano izquierda, y eso me enfureció. Me levanté de un salto, fui al cuarto de baño y me encaré al espejo. Le hablé muy seriamente. Si no había querido nacer cuando le tocaba era problema suyo, pero ahora ya era demasiado tarde, de modo que lo mejor que podía hacer era seguir quieto y no molestarme.

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andéntres

Pasaron varias semanas sin tener noticias suyas, por lo que llegué a pensar que se había dado por vencido. Un día, al poco de cumplir catorce años, me di cuenta de cuán equivocado estaba. Había ido a una fiesta y me fijé en una muchacha que estaba sola en una mesa. Antes que pudiera darme cuenta, me encontraba a su lado, de pie, y ella me miraba sin comprender. Mi cuerpo estaba paralizado. Comencé a sudar y supe que mi hermano era el causante. Me tapé la boca antes de decir alguna estupidez y, con un esfuerzo enorme, conseguí arrastrarme, arrastrarnos, ha-cia el exterior. Entré en uno de los jardines que adornaban el perímetro del local y me golpeé con fuerza el estómago. Creo que le dolió. Entonces mis piernas se doblaron bruscamente y caí al suelo. Me cogí del cuello y me abofeteé. Y de pronto, sentí su mano en la mía, y luego las piernas, como si se estuviera enfundando un mono de trabajo, y el otro bra-zo, y estiré el cuello todo lo que pude en un absurdo conato de huida, pero no pude escapar. Su cabeza me arrinconó hacia atrás y cogió el control. Quedé aprisionado, perdido en un rincón oscuro. Ha pasado mucho tiempo desde aquello, y ahora soy yo quien se asoma de vez en cuando a sus ojos. La gente suele decirme, sin darse cuenta de lo que en realidad ocurre, que he madurado.

tw Del libro: Anónimos. Ediciones Traspiés, 2009. Miguel Sanfeliu es autor de los libros Anónimos (Traspiés, 2009 - Col. Vagamundos), Los pequeños placeres (Paréntesis, 2011) y Gente que nunca existió (E.d.a. libros, 2012). También ha publicado en diversas revistas y libros colectivos. Gestiona el blog Cierta Distancia.

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dindondin

Mecal Pro 2013. Festival Internacional de Cortometrajes y Animación de Barcelona Del 4 al 28 de abril de 2013 http://mecalbcn.org/

Soñar es gratis Cortos muy cortos. Humor y crítica http://www.soñaresgratis.com

X Festival de Radio Almenara Junio 2013 En cofinanciación http://www.goteo.org

XIII Concurso Literario Cuentos Sobre Ruedas Hasta el 30 de abril de 2013 http://www.1arte.com

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decamino

Lana Connection http://lanaconnection.wordpress.com

LanaConnection nace en verano de 2011 como la unión de muchas manos que tienen en común la lana. Creció con el ánimo de compartir una afición, expresarnos por medio de la creatividad, disfrutar del trabajo colectivo y mientras todo eso ocurría robar alguna que otra sonrisa al que se tropezara con nuestros trabajos. Durante 2012 las intervenciones en los espacios urbanos se sucedieron una tras otra, cada una con su magia. En la Asociación LanaConnection nuestro fin es asesorar, ayudar, promocionar todos los proyectos que lleguen a nosotras, sean profesionales o no de este sector, con la intención de emplear en ellos lanas, hilaturas de otra composición y técnicas de tejido. Nos encantaría que las empresas que llevan tantos años luchando por recuperar estas tradiciones también nos dieran su apoyo.

tw El 2013 hemos colaborado con la Fundación Aladina, organizando con ellos una serie de talleres para el ala de oncología infantil del Hospital Niño Jesús, en Madrid. Además estamos preparando dos proyectos que podrán convertirse en los más grandes en España. Durante el mes de julio participaremos como invitados a intervenir el contenedor de EACEC (Espacio de Arte Contemporáneo El Contenedor) en Azuqueca de Henares, Madrid.


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brevemente

Películas Semana 19 de concurso: 7 de marzo de 2013 Ganadora: Yolanda Nava Miguélez

Sólo a las niñas guapas y a los hermanos que se las presentaban les era permitido el acceso; mi hermana y yo siempre nos quedábamos fuera pegados a la pared a la caza de algún sonido; si escuchábamos un disparo, nuestra imaginación nos sumergía en una del oeste, si era música, nos dejábamos arrastrar por románticos salones. Cuando salían les mirábamos ansiosos, ellos pasaban a nuestro lado sin mirarnos, sus hermanas tenían la falda arrugada, el escote suelto, y restos de lágrimas en las mejillas.

¡Milagro, milagro! Semana 20 de concurso: 14 de marzo de 2013 Ganador: Agustín Manzano Robles

-Y restos de lágrimas en las mejillas, insiste Manuela. -Le repito que no, dice el cura cogiendo sus manos con ternura. Manuela vuelve a casa cariacontecida. Deja las llaves y se llega hasta el salón en donde la talla policromada se alza a medio metro del aparador sumida en un llanto inconsolable. -Nada, no ha habido suerte hoy tampoco, dice acariciando el busto. No hay dinero para milagros. -Pues a ver cómo pagamos la hipoteca este mes. -No sé, murmura Manuela compungida.

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brevemente

Las relaciones Semana 21 de concurso: 21 de marzo de 2013 Ganadora: Patricia García Roldán

-No sé -murmura Manuela compungida mientras mira a su marido en el lado derecho de la cama-. Creo que necesito más espacio. -¡Querida! -le espeta él-. ¿Y por qué no se lo dices al tío que tienes a tu lado izquierdo? -Pues puestos así -le contesta Manuela ofendida-, ¡dile a tu secretaria que se arrime un poco más al borde de la cama!

marzo tw Relatos finalistas de marzo del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes saber quién ganó y consultar las bases en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.

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entrecocheyandén

La ballena Santiago F. Moreno Alumno de Escuela de Escritores

CUANDO le vio cerrar el puño tan deprisa, se le acercó. -¿Qué esconde en esa mano? -Una ballena, -contestó el hombre. -¿Y le cabe? -Sí. Sólo hay que extender mucho la palma y agarrarla fuerte. Y cerrar bien luego para que no resbale... Le puso una pastilla en la otra palma. El hombre se la echó a la boca y bebió un poco de agua para tragarla. Después, abrió el puño con lentitud y mostró su mano vacía al de la bata blanca. -Retornó al mar. -dijo con una mueca, una media sonrisa de hombre cansado.

tw Santiago F. Moreno Solana (Tiena, Granada, España, 1970). Desde el 2002, examinador de patentes en Munich, Alemania. Aficionado a crear historias que a veces pasa a papel -con desigual resultado. A gusto leyendo a Borges o a Poe. Recién se encontró con Bioy Casares. Hicieron buenas migas.

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metroligero - holakokoro

© Jasten Fröjen

tw Kokoro es un personaje singular, que se cuela en CpA, para contarte historias en pocas palabras.

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© Carmelo Rubio

pormotivosajenos

Cómo contar un cuento:

con sencillez, usando las palabras exactas

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Luis Mateo Díez

27/03/2013

P- ¿En qué tren estás subido ahora? R- En el tren de los setenta años, sin estación previsible. P- ¿Cuál es el peor aprieto en el que te has encontrado? R- Un andén sin principio ni fin. P- ¿La obra con la que más te has divertido? R- El Quijote. P- Completa la frase: Yo para ser feliz… R- Dormiría la siesta en la eternidad. P- Los trenes que se pierden ¿vuelven a pasar? R- Nunca llegan y jamás se van, si te acomodas a no hacerles caso en la felicidad de la sala de espera. P- Lo breve si bueno… R- Doblemente malo. P- ¿Qué libro te ha marcado? R- Hamlet de Shakespeare. P- ¿Qué libro estás leyendo ahora? R- Releyendo El espejo del mar de Conrad. P- Cuéntanos un truco infalible. R- Hacerse el tonto sin pasarse de listo. P- ¿Cuál es la mejor forma de contar un cuento? R- Con sencillez, usando las palabras exactas. P- ¿Un medio de transporte que prefieras? R- El tren. P- ¿Hacia dónde te orientas cuando buscas refugio? R- Siempre hacia casa. P- ¿Cuál es la ciudad donde te encuentras mejor? ¿Qué es lo que más te gusta de ella? R- Madrid. La calle. Mi barrio. Llegar al Retiro por Sainz de Baranda y volver por Ibiza. Con mis nietos.

tw “Termino una novela muy larga que se titula La soledad de los perdidos. Estoy ahora mismo perdido en ella”.

Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) es autor de, entre otras, las novelas La Fuente de la Edad (1986), con la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica, El expediente del náufrago (1992), Camino de perdición (1995), La mirada del alma (1997), El paraíso de los mortales (1998), Días del Desván (1999), Fantasmas del invierno (2004) y Azul serenidad o la muerte de los seres queridos (2010) todas ellas publicadas en Alfaguara. Todos sus cuentos están recogidos en El árbol de los cuentos (2006). Con La ruina del cielo (2000) obtuvo el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica. Es miembro de la Real Academia Española y Premio Castilla y León de las Letras.

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