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PATRIMONIO LITERARIO L UCÍ A HE RNÁ N D E Z
HABLEMOS DE PATRIMONIO CULTURAL
PATRIMONIO LITERARIO EDUCACIÓN Y PATRIMONIO LITERARIO COMO BIEN MATERIAL
LUCÍA HERNÁNDEZ «Todos los usos de las palabras para todos» me parece un buen lema, tiene un bello sonido democrático. No para que todos seamos artistas, sino para que ninguno sea esclavo. Gianni Rodari en: Gramática de la fantasía
INTRODUCCIÓN Escribo desde el contexto de la Universidad, en la que confluye la diversidad propia de una sociedad como la bogotana. Esta perspectiva me ha llevado a ver el patrimonio literario como un bien común que tiene unas condiciones materiales, cuyo origen continuo está en los escenarios donde ejercitamos las habilidades para leer y escribir. La educación, en efecto, despierta el interés de indagar por lo pertinente, lo relevante para las personas, en la acción de cuidar ciertos bienes (y ciertos otros, no).
En tal sentido, la reflexión que propongo a continuación se inspira en la definición de patrimonio que plantea la investigadora Beatriz Santamarina. En sus palabras, el patrimonio es “lo que una sociedad considera suyo y de lo que echa mano para enfrentar sus problemas”. (Santamarina, 2005: 47-48). Se trata de una definición que puede enriquecer una consideración sobre el patrimonio literario, en la medida en que apela al sentido de proteger lo heredado en un presente específico, con sus condiciones materiales. ¿Por qué preservar y, para qué legar? A partir de estas inquietudes, el propósito de este escrito es explorar las razones por las cuales nuestra comprensión del patrimonio literario debería incluir las prácticas concretas de lectura y de escritura que se promueven desde la educación.
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PANORAMA El Índice de Historia de la Literatura Colombiana, ihlc, proyecto de la Universidad de Antioquia, define el patrimonio literario en los siguientes términos: Se entiende por patrimonio literario la creación literaria, la crítica y la investigación, las traducciones de escritores, el legado etnoliterario y la tradición oral, como también las producciones relacionadas con el tema, divulgadas en formatos diferentes al impreso. Por sector literario, los actores del campo literario, autores, lectores, docentes, investigadores, editores y gestores, que hacen la vida literaria de un país y promueven su circulación en las diversas esferas y espacios de recepción en los que se producen las diversas formas del intercambio del signo literario; las entidades que de una u otra manera se relacionan con el desarrollo del sector: las bibliotecas, la academia, las editoriales, las instituciones culturales; los concursos literarios y talleres de escritores; los medios de divulgación de la literatura y de la crítica, especializados o abiertos al público en general, entre otros. (ihlc, 2012). La noción de patrimonio connota la idea de recuperar, de proteger. Según el planteamiento del ihlc , estas acciones involucran no solo las producciones lingüísticas, sino también
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el trabajo de quienes conforman el sector y las instituciones que hacen posible dicho trabajo, tanto en términos de producción o creación, como de circulación. Estos aspectos, como iremos desglosando, nos permiten comprender en qué sentido el patrimonio literario es un bien material, en la medida en que su existencia se concreta en disposiciones institucionales que encauzan recursos puntuales, en prácticas de resultados visibles y en agentes individuales que trabajan solos y en equipo. La definición del ihlc es un aporte a la abstracta consideración de la unesco 1 sobre bienes culturales. Al respecto, es de resaltar que los lineamientos para definir y regular el patrimonio a preservar son un interés reciente de las sociedades, de común acuerdo con una alianza de Estados. En esta tendencia, los gobiernos destinan recursos públicos según postulados oficiales sobre los criterios para determinar cuáles serán los bienes patrimoniales. Tales criterios, sin embargo, no suelen nacer de lo que efectivamente los ciudadanos reconocen como suyo, de manera que el uso real que se le da a los recursos 1 La unesco ha sido la encargada de marcar los lineamientos de la noción de patrimonio, cuyas primeras definiciones surgieron en la década de los 50. La convención más reciente en torno a tales lineamientos extiende la noción hasta los bienes inmateriales. Cf. Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, 2003.
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para preservación patrimonial, muchas veces va en una dirección distinta a la de prácticas por las cuales las personas se apropian de lo que su pasado en común les hereda. Este hecho nos muestra que, contrario a los preceptos jurídicos sobre el pasado, “la «patrimonialidad» no proviene de los objetos, sino de los sujetos, y el proceso de patrimonialización es un proceso de construcción de la memoria colectiva.” (Tugores, 2006: 19). Puesto que la Nación se compone de individuos reales, no de figuras abstractas como la de ‘pueblo’, es a ellos mismos a quienes concierne la memoria que comparten al vivir en sociedad y el legado que deciden perpetuar, a partir de las condiciones de su entorno inmediato. A partir de esta idea, entendemos que hay dos ámbitos que son propios del llamado patrimonio literario. Uno es el de la literatura, que nos remite a la tradición del canon. Lo abordaremos a partir de algunos planteamientos del teórico literario Harold Bloom. Otro, es el de la pericia en el uso de la lengua materna, que abordaremos más adelante desde la perspectiva de la educación.
EL CANON: INUTILIDAD SOCIAL DE LA LITERATURA El acervo de la literatura universal no solo implica las obras valiosas que han producido el ingenio y la disciplina individuales, sino también los destinos, en términos de circulación y de investigación, a que han sido conducidas dichas obras. Para alcanzar un lugar en la historia de la literatura, no habría bastado, por ejemplo, la dedicación de Gabriel García Márquez a la elaboración rigurosa de sus novelas, si nadie hubiera hecho el trabajo de editar sus escritos, estudiarlos y escribir sobre ellos. Y, aun con esta labor realizada, la obra del Nobel tampoco lo habría sido, si nadie la hubiera leído: si no circularan los libros, en librerías (incluso de segunda, a mejores precios, o hasta en Internet, en algunos casos), en diversas bibliotecas o, si no se leyera a García Márquez en las aulas de clase por las que pasan los doctores, los obreros, los padres de familia. Las narraciones de García Márquez, en primer lugar, registran una idiosincrasia propia de la región Caribe y hechos históricos que son parte del pasado compartido por los colombianos2. 2 La noción de patrimonio inmaterial trasciende las convenciones fronterizas y, hoy por hoy, se habla de los patrimonios de la humanidad.
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De ahí, su vínculo con la memoria colectiva y el interés que puede tener como documento. Pero dichas narraciones deben su lugar en el canon de la Literatura Universal más bien al virtuosismo con el que están escritas. “Uno solo irrumpe en el canon por fuerza estética, que se compone primordialmente de la siguiente amalgama: dominio del lenguaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría y exuberancia en la dicción.” (Bloom, 2005: 40).
de Chaucer o de Rabelais, consiste en contribuir al crecimiento de nuestro yo interior. Leer a fondo el canon no nos hará mejores o peores personas, ciudadanos más útiles o dañinos. El diálogo de la mente consigo misma no es primordialmente una realidad social. Lo único que el canon occidental puede provocar es que utilicemos adecuadamente nuestra soledad, esa soledad que, en su forma última, no es sino la confrontación con nuestra propia mortalidad.” (Bloom, 2005: 40. Cursivas mías).
En este sentido, el trabajo de quien escribe con particular ingenio es digno de ser considerado un bien común, pues lega a los lectores por venir un saber universal, que habla de inquietudes elementales como la muerte o el amor. Lega, así mismo, una muestra de las infinitas potencias creadoras de la palabra. Ambas cosas serán útiles para quienes, a su vez, decidan crear sus propias historias escritas, pues sin la inspiración de antecesores, nadie escribe. Y, serán de utilidad, también, para quienes hallen placer en las horas de lectura. Al respecto, Bloom continúa:
Desde esta perspectiva, la literatura incide en la vida espiritual de las personas, pues en la actividad solitaria del leer entablamos un diálogo con autores lejanos, en el tiempo y en las geografías, que han escrito sobre los temas que desde siempre han perturbado a los humanos, como la desazón provocada por la finitud y la certidumbre de la muerte. Dichos autores han llegado hasta nosotros, por el trabajo obstinado que los ha llevado a escribir con sagacidad, por el diálogo que ellos mismos han tenido con sus predecesores y con su presente.
La recepción de la fuerza estética nos permite aprender a hablar de nosotros mismos y a soportarnos. La verdadera utilidad de Shakespeare o de Cervantes, de Homero o de Dante, Esta amplitud aporta a la riqueza cultural de las personas mucho más de lo que pueden hacerlo los discursos sobre la identidad nacional.
Así, en este encuentro entre individuos que dedican sus horas solitarias a leer lo que otros han escrito, también de manera solitaria, se despiertan reflexiones que los hacen mirar su propia vida de un modo distinto, y comprender la complejidad de lo real desde ángulos diversos y ampliados. En tal sentido, la literatura no es útil a la sociedad: no modifica nuestro desempeño como ciudadanos ni reduce los índices de pobreza.
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Pero sí es una alternativa para que las personas nutran sus tiempos de soledad. Cuando leemos escritos virtuosos, al tiempo que nuestra sensibilidad se ve afectada, nuestras competencias lectoras se ven favorecidas. La literatura, en efecto, es determinante en el desarrollo de niveles eficaces de comprensión lectora, que son, en sí mismos, un bien que es deseable preservar y promover.
UTILIDAD INDIVIDUAL EN EL LEER Y EL ESCRIBIR DE UN MODO HÁBIL Las dinámicas de libre publicación y circulación solidaria del conocimiento en Internet nos recuerdan que “la totalidad de los rasgos culturales son potencialmente portadores de patrimonio” (Santamarina, 2005: 38), porque en la red circulan los contenidos que millones de personas se empeñan en preservar para que otros accedan a ellos y que, en efecto se perpetúan en la continua consulta y revisión por parte de los receptores. Las posibilidades de autoría que conocen los nativos digitales (y que hemos ido aprendiendo quienes no lo somos), confieren a los ciudadanos un nuevo poder sobre el saber comunitario; sobre las técnicas, los códigos, las creencias y las prácticas
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que, en sentido estricto, constituyen el bien común que queremos preservar y enriquecer para legar a otros, en la medida en que nos damos a la tarea de ejercerlo, consultarlo, usarlo, modificarlo y promoverlo. […] es necesario tener presente que también hemos pasado de una concepción estática y aproblemática del patrimonio, como un conjunto de objetos caracterizados por su estética, a una visión dinámica y problemática del mismo, definida a partir de su carácter social y donde interesan más los procesos de elaboración, circulación y asignación de significados. Esta nueva concepción ha permitido examinar los conflictos y negociaciones entre grupos y clases sociales, señalar los procesos de clasificación y legitimación de los recursos patrimoniales y poner de manifiesto cómo el patrimonio supone un ejercicio de distinción, o lo que es lo mismo cómo a través de él podemos observar mecanismos de exclusión o inclusión a partir de la jerarquización de ciertos valores. (Santamarina, 2005: 41). Tanto desde la perspectiva estatal, como desde la perspectiva del ejercicio ciudadano, la producción, la circulación y la preservación de los trabajos escritos tienen un carácter político. Pues, en ambos ámbitos se definen las ideas y las historias a ser conservadas, resguardadas a trazo de la acechanza de los totalitarismos. La esencia misma del escribir es la vocación de fijar las ideas, de imprimir la historia; de embalsamar
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con grafismos convencionales las historias susceptibles de escapar a la memoria de la gente, en ausencia de la narración oral como práctica extendida, o en ausencia de la propia memoria. Por eso ella, en sí misma, constituye desde que fue inventada, un bien del todo apreciable para cada cultura, ya que desde que existen tintas, imprentas (y editores y editoriales), plumas y pergaminos, la escritura es de por sí un acto de preservación. Así dice asumirlo el Estado moderno, al disponer la enseñanza de la lengua materna como una de las columnas en la formación del ciudadano promedio: ¿qué habilidades, disponen los gobernantes, han de ser desarrolladas en colegios y universidades? Y, ¿de qué maneras específicas creen los gobernantes, administradores de los recursos en común, se debe desarrollar el intelecto que preserve las ideas; de qué maneras concretas consiguen hacerlo sus decretos y leyes? Estas preguntas por la educación en cuanto escenario de circulación de muchas ideas escritas, regulado por un gobierno, ameritan una investigación continua que nos permita reflexionar sobre los fracasos y desaciertos de nuestro sistema educativo. Pero, dentro de los límites de este escrito, son preguntas que incitan a indagar por lo que las personas que se sienten parte de una comunidad, reconocen como suyo. Para las personas que tienen un título de bachiller y al menos uno profesional, así como para las personas que son parte de su entorno, ¿qué preservar y, para
qué? En las condiciones concretas con las que contamos los alfabetizados, ¿cómo vamos a preservar aquello que reconozcamos como nuestro? He pasado la mayor parte de mi vida en aulas de clase, en pupitres y en tableros. Allí he aprendido que las habilidades intelectuales son un legado, que se hace posible por el alcance real de un sistema educativo (masificado). Éste se sirve, en gran medida, de la disponibilidad de variados escritos propositivos. Mediante el estudio de estos textos, mediante la familiaridad con el pensamiento humano y la fascinación por los hallazgos, se espera que leer con perspicacia y saber escribir de manera clara y aguda, se constituyan en un bien material, heredado a partir de nuestra ejercitación con el registro escrito; un bien específico del que las personas puedan echar mano para solucionar sus problemas. Actualmente, en Colombia3, se establece para los colegios un promedio de seis horas semanales de clases de Español. La alfabetización, y el reconocimiento de los textos y autores más representativos del contexto social propio, inspiran un proyecto
3 La Ley 115 de febrero de 1994 dispone que el 80% del tiempo semanal de trabajo en aula durante toda la vida escolar, debe destinarse a las áreas obligatorias. Una de ellas es ‘Humanidades, lengua castellana e idiomas extranjeros’.
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de ciudadanía. Ésta se ejerce, desde la conformación de una esfera de lo público4, mediante la habilidad para reconocer los documentos públicos y para actuar, a partir de su comprensión. Desde que aparece la imprenta, documentos como los periódicos, los decretos, las leyes, los edictos, los libros, las revistas y los fanzines (hoy, también los foros), configuran un lugar de encuentro entre las personas. Éstas se ven convocadas allí, por asuntos que a todas les conciernen al vivir en comunidad, como los recursos destinados a educación y a patrimonio; la definición de las acciones delictivas; el cuidado de los ríos y páramos aledaños; las patentes de los medicamentos, o la distribución de las cosechas, entre muchos otros que se incluyen en lo que llamamos ‘público’.
4 Esta noción, en el pensamiento político moderno, es inaugurada por Habermas. Tal esfera tiene como función cuidar de lo público o, en otras palabras, discutir sobre los efectos del ejercicio del Estado, cuestión que concierne a todos los ciudadanos. El alcance político de esta definición se materializa, en palabras de Habermas, en la posibilidad de incidir en la decisiones jurídicas, por medio de la presión pública que está llamada a ejercer la esfera de lo común: “Solo cuando el ejercicio de la autoridad pública está, de hecho, subordinado al requisito del carácter público de la democracia, solo entonces la esfera pública adquiere una influencia institucional sobre el gobierno, a través del cuerpo legislativo”. (Cf. Habermas, 2002: 105).
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Debido a estos planteamientos, sostengo que saber leer y escribir y, saber hacerlo hábilmente, es un bien concreto, cuya apropiación por parte de las personas es deseable. Porque su capacidad de intervenir en la realidad, de actuar frente a las decisiones que otros toman e incidirán en su presente, se potencia con las habilidades de entender lo que se lee y de hacer circular las propias ideas, expresadas de un modo claro. Sin embargo, no hay curso, ni rápido ni prolongado, que le garantice a una persona un nivel competente de lecto -escritura, si esta persona, teniendo la voluntad de hacerlo, no puede dedicar suficientes horas para el desarrollo de la habilidad. Pues, para aprender a leer y a escribir bien, suficientes sólo son muchas horas: el conocimiento profundo de una lengua es una labor inagotable. Por estas razones, los programas de Educación superior en nuestro país, desde la autonomía curricular, acogen la continuidad en la formación lingüística de los futuros profesionales. Todos los programas universitarios cuentan al menos con una clase enfocada en la producción escrita y en la comprensión lectora. Así, luego del proceso orientado por los docentes y alimentado por el entorno vital de los niños y jóvenes, se esperaría que tal enfoque fuera un estímulo para profundizar en los laberintos del conocimiento y en la elaboración de las propias ideas.
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No obstante, el acto de leer y el acto de escribir son siempre una decisión individual. Ningún programa ni ninguna indicación pueden forzar en otro el impulso de estas actividades, cuya ejercitación es determinante para alcanzar un uso eficaz de la lengua escrita. Por eso, para la preservación del bien que es este conocimiento y este arte, es deseable que las personas encuentren motivaciones para animarse a escribir, y a leer (que es más difícil de querer). También es deseable, para tal fin, que la corrupción y la burocracia no absorban los recursos destinados a entornos educativos que, en toda la sociedad, favorezcan la producción y la circulación de las ideas. Reflexionando en la escritura como registro de la cultura de un pueblo, de una producción que puede favorecer su independencia, su autonomía, no deja uno de mirar con cierta malicia el mayor estímulo de algunos organismos internacionales e instituciones nacionales a la promoción de la lectura y a la investigación de la comprensión de ésta, en relación con el estímulo a la escritura en cuanto construcción de universos referenciales, emotivos y poéticos; no deja uno de encontrar en dicho estímulo la voluntad de mantener e incrementar la diferencia entre pueblos constructores y pueblos consumidores de conocimiento. (Arboleda, 1991: p. 9-10. Cursivas mías).
Desde esta perspectiva, podemos considerar incompleto el patrimonio literario de una cultura, si las herencias que nos deja la alfabetización se convierten en trabajo concluido, en piezas arrumadas de museo ruinoso. En otras palabras, los recursos destinados al cuidado de libros y documentos de interés histórico perderán trascendencia, si no inciden en las comunidades que mantienen viva una lengua. Esto, debido a la función social de la escritura, al ser vehículo de diálogo entre las personas; de conocimientos entre científicos e investigadores; de ideas entre seres humanos, y de argumentos entre ciudadanos. De ahí que en las sociedades sea tan importante el incentivo a la escritura, pues si escribir se convierte en labor del pasado, estaremos entregando al olvido los saberes y vivencias del presente. Escribir es, entonces, parte del patrimonio material cultural, porque las personas lo aprenden en aulas con condiciones específicas y en entornos reales; con obras tangibles a las que dedican horas de trabajo. Y escribir es un patrimonio también en el presente mismo, por lo que aporta a la vida de los individuos la experiencia estética de la palabra hecha para ser leída: una vivencia por definición solitaria y libre.
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UNA IDEA AMPLIADA DEL PATRIMONIO LITERARIO Recibimos de nuestros antecesores, no solamente los frutos de su inteligencia y los temas que merecen ser discutidos, sino también las maneras de hacer que van marcando las tendencias estéticas en una sociedad. “Todo escritor, tanto hombre como mujer, enfrenta el problema de la autoridad textual o de la voz poética ya que, desde el momento en que empieza a escribir, establece relaciones de afiliación o de diferencia para con los ‘maestros’ del pasado”. (Franco, 2008: 29). Retomamos entonces la idea del canon literario como patrimonio, en la medida en que acudimos al ingenio de los autores favoritos para inspirar la propia escritura: si, en nuestro contexto específico, aprendemos a familiarizarnos con las páginas inmortales de la literatura, se potenciará entonces nuestro gozo estético con la palabra escrita. Así, el sentido de la preservación no está dado sólo por la existencia misma de las obras, sino, sobre todo, por el lugar que se les da en el presente: por los recursos que se destinan a su visibilidad y a su protección; por los fines a que obedecen tales recursos; por el tiempo invertido en ellas y por las personas
en quienes pueden incidir. Y, por supuesto, el sentido de preservación está dado también por los conocimientos con que cuenta una sociedad, y por las posibilidades y los deseos de sus miembros para ejercer dichos conocimientos, pues, si algo descubrimos mientras nos dura el asombro en la escuela, es que el conocimiento es acumulativo: que las buenas ideas son el primer bien común de los humanos. En tal sentido, los caminos puntuales que recorra la educación, en una sociedad como la colombiana, son parte de los intereses propios de un llamado patrimonio literario. A pesar de que en nuestro sistema educativo se dispone una buena cantidad de clases dedicadas a la lengua materna, la mayoría de ellas, sin embargo, no dan para disfrutar a Gabriel García Márquez o a Juan Rulfo, ni, mucho menos, para que su lectura despierte el interés en escribir. Las razones por las que esto ocurre son variadas y complejas; su consideración excede los alcances de este escrito, si bien es fácil intuir la incidencia de las exigencias burocráticas. Pero, al menos para quienes hemos pasado por la escuela básica, es evidente que hay una limitación cuando no se han desarrollado las habilidades para entender lo que se lee. La limitación comienza cuando dejamos de aprender el placer que puede despertar la lectura y se agudiza, en consecuencia, cuando nos hacemos torpes para expresar con claridad y
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corrección nuestras propias ideas. Por eso, es deseable producir y preservar formas de educación que den ánimo a la voluntad de escribir y que tengan éxito en el desarrollo de las competencias para hacerlo. Recapitulando, este saber que emerge en la educación es heredable, porque saber leer y escribir de un modo correcto les permite a los ciudadanos dialogar con otros en el marco de la esfera pública, y porque la experiencia estética del leer y de recrear las propias ideas por escrito, es una alternativa enriquecedora para el uso del tiempo libre. Por estos motivos, los espacios vigentes con los que se cuente para el estímulo de la escritura, en las instancias que por ahora cuenten con los recursos para ello, son bienes concretos, materiales, que es valioso preservar. Es cierto que leer y escribir son decisiones individuales que son fructíferas si emergen de la libertad, luego la educación, inmersa en una sociedad saturada de información que no deja espacio a la soledad, tiende a fracasar en el avivamiento de tales actividades. Sin embargo, para quienes quieran y puedan escribir sus ideas, que haya espacios de circulación y de encuentro. Si estas ideas tienen un encanto, si despiertan curiosidad, incidirán en la vida de las personas y, si son útiles, quienes accedan a ellas las harán crecer; entonces, mejor aún si muchos quieren leer. La superación plena del analfabetismo constituye una invaluable riqueza, que se potencia de un modo notable si se
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estimulan las producciones locales, en tanto dan cuenta de los intereses, los referentes simbólicos y los conocimientos que, desde un presente activo, dan soporte al legado por venir. Es también invaluable la decisión de apropiarse de los conocimientos que el marco jurídico (además de otras circunstancias) direcciona en nuestra educación. Pues, somos seres sociales no solo desde la convivencia de los demás con nosotros en contextos compartidos, sino que también lo somos a partir del ejercicio autónomo, casi siempre anónimo, de nuestras facultades y recursos disponibles. De este modo, además de los grandes nombres del acervo intelectual, podemos incluir en la comprensión del patrimonio literario de nuestra nación, el reto continuo (éste sí, un bien inmaterial) que tenemos quienes ejercemos como docentes, estudiantes, u otros agentes productores de conocimiento. Es, entonces, parte de nuestro patrimonio que, en las clases dedicadas al trabajo con la palabra, se lea a Gabo y a Poe; a Arciniegas y a Nietzsche. Que, en las demás clases, la comprensión lectora nos permita ampliar nuestro conocimiento. Que se dedique tiempo en las clases y fuera de ellas, a leer y, a quienes les guste escribir, que cuenten con un entorno que les permita hacerlo con vigor. En este orden de ideas, la noción de patrimonio literario incluye la existencia de instituciones dedicadas a incentivar el
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trabajo de quienes tienen el interés y la habilidad de perpetuar, mediante la escritura, la memoria de lo que vive la sociedad. Lo que vive, digo, en términos de los conocimientos que preserva y de su historia, narrada desde un presente específico. En esta línea cabe destacar, por ejemplo, las publicaciones universitarias, escenario de encuentro entre los docentes investigadores; la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia; la Red Nacional de Talleres de Escrituras Creativas (Renata), del Ministerio de Cultura, así como las becas de creación que éste ofrece, y los Talleres de Escritores de la Universidad Central. Como experiencia local de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, podemos mencionar las revistas hechas por estudiantes universitarios para la circulación de sus trabajos, como La Brújula, y el concurso La Tadeo Al Pie de la Letra, promovido por su Centro de Arte y Cultura, para que se publiquen los mejores escritos producidos por los estudiantes en sus asignaturas, en distintos géneros como el cuento, el ensayo y la poesía. En general, los circuitos locales de producción y de circulación de textos escritos son parte del patrimonio literario, porque despiertan nuestra atención a los contextos reales en los que nos desenvolvemos como individuos, y ello nos hace seres más sensibles a la complejidad de las experiencias humanas y a nuestra posición en el entorno inmediato. Pero dichos circuitos sólo son posibles si contamos en el presente y en el futuro
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con lectores que entiendan correctamente y, ojalá de manera crítica, lo que leen; y se mantienen vivos si, además de su competencia lectora, quienes leen tienen deseos de conocer y de dialogar como autores, y cuentan con los medios para hacerlo. En este sentido, una noción ampliada de patrimonio literario debe incluir el desarrollo de las aptitudes propias de quien aprecia la palabra escrita. Estas aptitudes no son espontáneas ni etéreas, de manera que los recursos, orientados por una comprensión del patrimonio literario, deben dirigirse también a que las personas reconozcan como suyas las competencias para leer y escribir, y a que las ejerzan. Por eso, es legítimo considerar los ámbitos educativos como un patrimonio en sí mismos, pues en ellos se gesta el desarrollo de las destrezas lectoras y escriturales. De ahí se sigue, entonces, que también a su investigación y análisis deben orientarse recursos. Porque la educación concierne no solo a quienes hemos pasado por las aulas, como docentes y estudiantes, sino también a padres de familia y a la totalidad de los ciudadanos, que reciben los beneficios (y también los perjuicios) del saber profesional de los egresados.
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CONSIDERACIONES FINALES Asistimos apenas al despertar de las transformaciones que vive la noción de patrimonio a partir de las nuevas tecnologías. La revolución que ha supuesto Internet es equiparable a la que nos heredó la imprenta. Por eso, la discusión sobre los derechos de autor, para autores recientes y sobre políticas de digitalización, para obras clásicas, es del todo pertinente en reflexiones ulteriores en torno al patrimonio literario. Lo es, también, el acceso que favorece esta revolución, de la gente del común a la cultura cibernauta, porque la publicación en Internet libera los espacios de circulación de las producciones artísticas y de los saberes. El libre acceso a Internet aviva, de ese modo, las posibilidades de encuentro entre personas, porque permite la publicación de propuestas que los circuitos formales no permitirían circular. En nuestra época, empezamos a comprender la “capacidad [de la tecnociencia] para alterar el entorno simbólico y natural que habitamos, amenazando a veces los bienes compartidos que, como las plazas, la lengua, las matemática, el aire, las selvas o el genoma, son el fundamento sobre el que se asienta nuestra vida en común”. (Lafuente, 2007: 2). En este sentido, hablar
de patrimonio literario desde y para las nuevas generaciones va más allá de darles a conocer grandes obras que pueden divertirlas, enseñarles, ampliar sus perspectivas y enriquecer sus horas. Implica, también, invitarlas a reconocer de qué herencias y recursos pueden valerse para conducir hacia libres destinos sus propias producciones; sus miradas de la realidad; sus aportes al entorno inmediato que comparten. En síntesis, el patrimonio literario es al mismo tiempo el de la lengua y el de la literatura. El de la lengua, porque lo que hemos aprendido a hacer en nuestro idioma a través de la palabra escrita intensifica nuestras vivencias estéticas; define nuestras posibilidades de intervención en la esfera de lo público; despierta nuestras motivaciones para apropiarnos de la cultura a la que pertenecemos y de los aportes que podamos legar a la sociedad. Y, es el de la literatura, porque en la producción escrita se cifra el conocimiento que puede ser difundido y, por lo tanto, en ella se transmiten las perspectivas que van a ser propagadas, en el presente y en el futuro. La literatura es patrimonio, también, porque los poderes de la lengua registrados en las grandes obras son inagotables, luego los placeres de su hallazgo, también. Concluimos entonces con la idea que dio origen a este escrito: el patrimonio es lo que la gente reconoce como suyo y a lo cual acude para enfrentarse a su presente. Heredar es al mismo
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tiempo legar. Perderían todo sentido los esfuerzos por preservar la labor de los grandes pensadores, si no se hiciera con un propósito relevante para las personas que mantienen viva la lengua. Sería una quijotada cuidar del pasado, si no se hiciera algo con lo que de él se recibe, conforme a fines que emergen del ejercicio de la libertad, de la conciencia crítica del presente y de las vivencias estéticas particulares. Por eso es deseable que la educación tenga un lugar privilegiado en la conformación del patrimonio literario, desde el cual sea posible también abordar los cuestionamientos a que dan lugar nuestras maneras de enseñar a leer y a escribir. Después de todo, sabemos que en un contexto como el colombiano, es deseable al menos que los niños y los jóvenes cuenten con maneras alternativas y vivificantes de pasar sus horas libres.
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