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desde la moderación de la mesa:

“¿Qué hacer con nuestra rabia?” El espacio del arte convertido en un lugar mercantilizado, jerarquizado, colonialista y patriarcal, cometiendo las distintas formas de violencia que ello conlleva. Espacios de arte elitistas, sacralizados por el academicismo, cultores de un mal entendido “arte político”, lugares escépticos, cerrados a la experiencia “sucia” del día a día, de la gente, de la población, de la calle. ¿A quiénes sirve el arte entonces? Desde ciertos sectores revisamos los procesos y buscamos algo así como devolver a este campo de creación y conocimiento su poder de acción social y política. Mi trabajo curatorial es más o menos reciente, y desarrollado entre espacios institucionales y el trabajo con comunidades, he desarrollado varias exposiciones con artistas principalmente de regiones, así como investigaciones sobre la relación del arte con lo social y político, sobre la labor de los artistas en nuestra historia reciente, viéndome impulsada por el estallido social a preguntarme por los espacios de arte, por su insuficiencia, sobre cómo potenciarlos, dinamizarlos y abrirlos a otros procesos; o sobre cómo salir de ellos, hacia dónde y con quiénes, encontrando en la noción de activismo una clave: más que tematizar “la política”, el activismo artístico contribuye a “producir” política (de la investigación “Perder la forma humana”). Contra la autonomía del arte y la idea de contemplación, aboliendo la distancia obra-sujeto, fomenta desde el acto de “poner el cuerpo” su socialización y multiplicación, lo colaborativo y la cooperación social.

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En un contexto de crisis social y política, vertiginoso también –donde el estallido social, la pandemia y el derrumbe de la utopía que fue el rechazo a la nueva constitución, se recuerdan como un sueño–, me pregunto ¿cómo desafiar las formas comunes? ¿Cómo sumarnos a estos procesos de cambios profundos? ¿Cómo aportar? Con el tema de la mesa “Curatoría y activismo, propuestas y desafíos en tiempos de crisis”, buscaba imaginar en conjunto otras formas curatoriales desde nuestros objetivos, desde nuestro querer accionar que es político, desde donde pensamos en cambios y parece que el otro bando nos pone el pie encima y sucede que no somos tantos y realmente somos pocos. Entonces hace falta una labor gigantesca para aportar a ese cambio más profundo que queremos: ¿cómo nos instalamos frente a ese contexto?

El llamado a reflexionar desde el cruce entre arte y activismo, propició presentaciones que –sin embargo– generaron otras discusiones y reflexiones que no había pensado, que hicieron se diera vuelta mi propia perspectiva. El tema activó cuestiones anteriores, como ¿qué temas desafían a la institución y nos impulsan a repensar los modos de exhibición? En las presentaciones de Valentina Inostroza (“Ahora que sí nos ven: curatorías situadas y feministas”), de Joanna Maza (“¿Sería posible que la curaduría de arte no sea humanista?”) y de Sebastián Lovera (“Censura institucional como ejercicio de poder sobre la curatoría: caso Carroña”), se trataron modos de visibilizar lo invisibilizado, los temas o grupos marginalizados, precarizados por un sistema de necropolítica, proponiéndose cómo reinstalarlos de algún modo: a los cuerpos de mujeres y disidencias en un museo-casa patrimonial de Valdivia; a los y las habitantes de favelas en Brasil a través de la práctica fotográfica; y a un imaginario de carnalidades, erotismo y violencia, obra de Lovera que fue censurada en espacios de exhibición de Temuco y que terminó siendo exhibida en la calle.

“¿Qué hacer con nuestra rabia?”, se preguntaba Valentina, invitando a imaginar cómo instalarnos desde el malestar; y, Joanna, desde un arte pos-humanista, más allá de lo patriarcal, lo dualista, antropocéntrico y colonialista, en prácticas del bien querer, implicando lo cotidiano, los afectos, el compartir.

Antes del Encuentro Curatoría en el Contexto Regional y hasta un tiempo después: probablemente aún no podemos definir lo que es la práctica curatorial en una frase, más aún si la pensamos de manera situada. ¿Qué es ser curador/a hoy y desde nuestros territorios? ¿Para qué? ¿Por qué son importantes estas preguntas? Gracias a las reuniones de preparación previa, que realizamos en conjunto, partimos desde cierto acuerdo: una curaduría puede abarcar acciones y experiencias más allá del formato exposición, proyectándola como herramienta política, debido a su potencial en implicancia con procesos artísticos, lo colectivo y el contexto. Sin embargo, lo que definió en parte el encuentro fueron las preguntas que se acumularon, las que quedaron sin ser dichas, o las que emergieron y quedaron como un alimento sin digerir en la Olla Común de Preguntas, recipiente para llenar y compartir que estuvo presente en todo momento.

Un gesto sin duda poético y político fue haber empezado el primer día en diálogo con Zunilda Lepin Henríquez, Zuny, curadora de semillas, lo que nos conectaba con un elemento en peligro desde la situación de precariedad frente al extractivismo y muy metafórico a la vez. Desde su práctica como cuidadora de semillas, nos dijo que éstas se guardan para ser compartidas y que son reservorios de memoria que germinan en la tierra, para la comunidad. Así, la curadora de semillas como una práctica en resistencia, donde el cuidado es pensar el sentido de reciprocidad y, por lo tanto, lo comunitario, la participación, la implicancia en un tejido social. Operando fuera del espacio del arte y de lo institucional: ¿es posible construir/ abrir otros espacios? ¿Es posible pensar otras formas de exhibición/acción, otras formas de vinculación? ¿Cómo “cuidar” las relaciones que se generan desde las prácticas curatoriales? ¿Cómo nuestras prácticas pueden permear el mundo del arte hacia la acción social y política? En contextos como los nuestros, regionales, marginalizados, con un sistema de arte precario, la curaduría es una práctica que casi no existe, donde muy pocas personas trabajamos desde la nomenclatura de curador/a, y –por lo tanto– está todo por hacerse. ¿Qué posibilidades tenemos desde el intercambio, el aprendizaje mutuo y el colaboracionismo? Curiosamente, en esta primera experiencia de encuentro en torno al ámbito de lo curatorial, no se habló tanto de esta noción, de sus alcances, formas, necesidades y desafíos, sino que primó el encuentro de diversidad de experiencias presentadas, donde se cruzaban nociones de lo curatorial. El llamado a postular con proyectos curatoriales que había en regiones, nos abrió a una riqueza que habita en los territorios más allá de Santiago y de nuestras propias centralidades, prácticas, expresiones, intereses, inquietudes, que significaron un aprendizaje. En mí, se disparaban muchos sentidos sobre lo que debía o no ser una curaduría en el contexto regional y actual, hacia dónde encauzar mis pro- pias inquietudes. Sin embargo, esa intensidad no nos permitió extendernos sobre la práctica en sí desde los contextos en que nos movemos, desde lo territorial, lo histórico, desde nuestros intereses políticos, pero sí a hablar siempre de ello, de algún modo, en la deriva. Un tema clave que atravesaba las presentaciones, debates y conversaciones era la noción de encuentro, lo comunitario, la importancia de la relación entre los cuerpos, saberes y experiencias. ¿Qué es en definitiva “comunidad”? ¿Cómo la vamos armando, potenciando? ¿Cómo aportar a esos encuentros en realidad y profundidad? Finalmente, hacia dónde tenemos que ir, cómo asumir las prácticas curatoriales. Y, sin embargo, estuvimos muy lejos de definirlas o –tal vez– este constante expandirse, contraerse, expandirse y reinventarse lo curatorial como una herramienta política de cambio y que cambia también en sí misma, imposible de asir de una sola manera desde nuestros contextos precarizados, sea otra clave.

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