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Historia del sistema energético

La historia de la energía en Colombia: de la leña al sol

Colombia ya vivió un pequeño fin del mundo, o por lo menos, un simulacro. Fue en 1992, cuando toda su poblacióntse vio abocada a someterse a condiciones especiales que cambiaron el ritmo de todas las actividades, desde las más cotidianas, como la hora de lavarse los dientes para ir al colegio, hasta las más complejas, como los horarios de funcionamiento de la máquina productiva de la economía del país.

Décadas antes del coronavirus, el país tuvo un momento de parálisis transitoria en que se vio obligado a modificar la totalidad de sus dinámicas de funcionamiento para superar juntos una situación presionada por factores externos, y que golpeaba a todos y cada uno de los miembros de su población. Se trata del apagón, una medida de respuesta al Fenómeno de El Niño que trajo largas sequías que pusieron en jaque un sistema de generación basado principalmente en fuentes hídricas. Desde entonces, son muchos los aprendizajes que han llevado al sistema energético colombiano a robustecerse, diversificarse y consolidarse como uno de los más confiables y sostenibles del mundo.

Para muchos, en especial los millennials, el apagón marca el inicio de la historia de la energía en Colombia. No suele haber mucha claridad sobre lo que había antes, y solo desde entonces, los focos de la opinión pública han estado encendidos sobre el funcionamiento de las distintas formas de energía que se producen en el país. Antes del apagón, pareciera que todo era oscuridad.

Pero eso fue hace unos 28 años, y, en realidad, la historia de la energía en el país comienza mucho antes. Como lo enuncia la ley de la conservación de la energía, convertida hoy en todo un dicho popular: “la energía no se crea ni se destruye, solo se

Las primeras luces

transforma”. Y desde el inicio de los tiempos, este país ha tenido un potencial especialmente privilegiado para destacarse en el desarrollo de capacidades energéticas, gracias a la naturaleza de su geografía única y su posición en el globo terráqueo.

Colombia es escenario de una conjugación excepcional de recursos naturales. Desde grandes zonas boscosas, altos niveles de radiación solar y velocidades de vientos en el norte del país, sumado a enormes caídas de agua y una oferta hídrica seis veces superior al promedio mundial, hasta amplios yacimientos de carbón y depósitos de hidrocarburos que permitieron que este sector creciera hasta convertirse en un eje estratégico de la economía nacional.

Un potencial que el país se tardó en descubrir y explorar, y cuyo desarrollo requirió la confluencia de esfuerzos y voluntades de distintos actores de la economía, así como aprendizajes a base de prueba y error que llevaron a reconducir el sector cuando ha sido necesario responder a nuevas condiciones.

Durante siglos, la mayor fuente de energía en el territorio que pasaría a conocerse como Colombia fue la leña y el carbón vegetal, también llamado carbón de palo. Era lo que usaban los indígenas nativos americanos, y entonces abundaba como recurso.

Los conquistadores españoles trajeron consigo las velas y antorchas de sebo, que permitieron avanzar hacia una precaria forma de alumbrado para casas y calles, entre penumbras.

Los primeros esfuerzos de iluminación pública datan de 1807, en Santa Fe de Bogotá. Se trataba del encendido de faroles de velas de cebo, elaboradas con grasa de res.

Sin embargo, la escasa energía de la leña continuó por largo tiempo constituyendo la principal fuente de calor, empleada entre otras cosas para cocinar, proveniente de los bosques aledaños para las ciudades en que se concentraba la población y las actividades comerciales preindustriales.

Tal como lo expone el historiador René de la Pedraja Tomán, en el libro ‘Historia de la Energía en Colombia’, durante el periodo de la colonia, las presiones sobre los bosques crecieron a medida que aumentaban las necesidades energéticas de las ciudades y centros de explotación salina. En especial en poblaciones cercanas a las minas, como Santa Fe de Bogotá y las minas de sal de Zipaquirá y Nemocón.

La leña, cargada a lomo de mula entre las montañas, fue la chispa que impulsó los primeros fogonazos de desarrollo económico en el país y su capital.

Estas minas y las poblaciones en sus vertientes estuvieron continuamente abastecidos de energía, aunque la Sabana de Bogotá no era pródiga en bosques extensivos. Las poblaciones indígenas cercanas a Tunja y el altiplano cundiboyacense se encargaron de proveer la leña para las ciudades por medio de la denominada mita urbana en el Siglo XVIII, sistema de reciprocidad de trabajo que implementaron los españoles.

Este proceso de aprovisionamiento de leña sostenido en el trabajo de los indígenas se extendió hasta entrado el Siglo XIX, según los historiadores. A pesar de que para entonces ya había conocimiento de la existencia de grandes cuencas carboníferas en el altiplano, como lo comenta Henry Gonzales Ordóñez en el libro ‘Anuario colombiano de historia social y de la cultura’, la lenta combustión y las facilidades para el alto almacenamiento energético hacían que la leña resultara en principio más económica que el carbón mineral. Esto sumado que todavía era incipiente el desarrollo de técnicas de explotación minera.

Los registros hablan de una primera escasez de leña, por cuenta del crecimiento de la población y el consumo de combustible en la primera mitad del Siglo XIX. Fue creciendo entonces la industria del carbón vegetal, y alrededor de 1845 se consolidaba como la mayor fuente de combustible de ciudades como Bogotá y Medellín.

Así mismo, alrededor de 1865 empezaron a llegar al país lámparas de petróleo y gas, que ofrecían luz más consistente para las calles, en reemplazo del alumbrado basado en antorchas extendido en Santa Fe de Bogotá y Cartagena de Indias.

Los documentos históricos apuntan a que, posteriormente, el carbón mineral cobró mayor fuerza como principal fuente de energía. Sin embargo, la demanda no era suficiente para el desarrollo de una red de transporte. Los historiadores dan cuenta de una regionalización de las fuentes energéticas, alineada con el aprovechamiento de los recursos naturales y las capacidades de captación según los contextos de cada población. A finales del Siglo XIX, la Zona Andina del Altiplano y vertiente empieza a aprovechar las caídas de agua, dando nacimiento al desarrollo hidroeléctrico, que hoy por hoy representa un 70% de la energía eléctrica que se genera en el país.

Con las plantas hidroeléctricas se inicia el negocio de las empresas de energía eléctrica regionales, con modelos municipales de carácter público.

Se enciende el alumbrado público

En Colombia los años de penumbra se extendieron hasta finales del Siglo XIX. Puede decirse, de manera metafórica, que la leña y el carbón de palo, las velas y las antorchas representan la prehistoria del sector energético, los orígenes artesanales. La historia del sistema, tal y como lo conocemos hoy con sus redes de transmisión, arranca con el alumbrado eléctrico de las calles.

Un hito importante en los anales de la energía en Colombia es la inauguración del alumbrado público, un desarrollo que representaba el aterrizaje de la electricidad en el país, que empezó en la capital y pronto se extendió a las principales ciudades.

Su origen está vinculado a una propuesta del cubano Fernando López de Queralta, vinculado a la empresa Weston, según

consta en publicaciones del diario El Tiempo. En 1881 le propuso al gobierno de Colombia instalar el alumbrado público.

Para entonces, en Bogotá funcionaban cuatro tipos de alternativas para iluminar las calles: los tradicionales faroles con velas de cebo, reverberos que trabajaban con aceite de linaza, los faroles de petróleo y los faroles de gas.

Un sistema de alumbrado con energía eléctrica era la puerta de entrada a un sistema eléctrico. La expectativa era entonces tan grande, que en principio se realizó un ensayo en que los cables solo conducirían el fluido eléctrico, sin llegar a iluminar. El ensayo efectivamente funcionó en 1882, se firmó un acuerdo pero nunca se cumplió.

Ese mismo año, se producía en la ciudad de New York un acontecimiento histórico que tendría impactos sobre las vidas de poblaciones en todo el mundo: la inauguración de la primera central eléctrica que proporcionaba luz y fuerza motriz. Como se relata en el capítulo ‘El sector eléctrico colombiano’, del libro ‘Orígenes’, Colombia era por entonces receptor de nuevas tecnologías que se difundían por el mundo. A pesar de las guerras civiles que desangraban la nación, no se detenía la llegada de la navegación a vapor, los ferrocarriles, el telégrafo y la electricidad.

En 1886, el Gobierno Nacional contrata con la firma Ospina Hermanos de Medellín y Carrizosa de Bogotá y con Rafael Espinosa el alumbrado eléctrico para Bogotá. Traen desde Italia hasta Honda, y de allí en mula a la capital, las máquinas para hacer una realidad por primera vez la electricidad para el alumbrado público en Colombia.

Esos inversionistas constituirían, en 1889, la primera empresa eléctrica del país: The Bogotá Electric Light Co., con agencia principal en New York. La noche del 7 de diciembre de ese año, miles de habitantes de la capital colombiana recibieron con aplausos una nueva forma de luz, esparcida por un centenar de lámparas de 1.800 bujías que iluminaban las calles principales de la ciudad.

Mediante el uso de plantas termoeléctricas, se hacía realidad “el sueño de prolongar el día sin la incomodidad de las velas y las lámparas de petróleo y gas”, como lo consignan los historiadores en ‘Orígenes’.

Así, a finales del siglo XIX, la luz eléctrica aparecía como una de las mayores muestras de progreso del país. El impulso se extendió pronto a otras ciudades: la iluminación eléctrica llegó a Bucaramanga en 1891, a Barranquilla en 1892, a Cartagena y Santa Marta en 1893, y a Medellín algunos años después, en 1898.

“¡Ahora sí te fregaste, luna; te vas a tener que ir a alumbrar a los pueblos!”, dicen que dijo el bobo Marañas cuando se inauguró el alumbrado en Medellín, según referencia Luis Guillermo Vélez en su ‘Breve historia del sector eléctrico colombiano’.

Tras usarse para el alumbrado y el comercio, la energía empezó a llegar a los hogares; en principio, a las familias de los estratos más pudientes. También se extendió a talleres y fábricas, y luego, a impulsar los tranvías en diferentes ciudades.

El acceso a una fuente de generación de electricidad fue por entonces determinante para las nacientes industrias, por cuenta de empresas privadas o mixtas que obtenían concesiones de los municipios para desarrollar los primeros sistemas eléctricos y prestar el servicio en las distintas jurisdicciones.

El alumbrado público es un hito, puesto que la energía eléctrica es quizá el componente más evidente y cotidiano para los consumidores generales en su día a día. Sin embargo, para entender la historia energética de Colombia es necesario abar-

car un espectro más amplio, y desentrañar los comienzos de otras de sus mayores vertientes, en torno a otras de las riquezas del país: los combustibles fósiles, los hidrocarburos, y la evolución a fuentes no convencionales de energía renovable.

Sobre la base del carbón

Una de las fuentes de energía más abundantes en Colombia, ligada a su territorio desde la antigüedad incluso antes de la conquista española y a su desarrollo industrial, es una roca fósil que contiene energía solar almacenada en las plantas del periodo carbonífero hace más de 250 millones de años. Se trata del carbón mineral, utilizado desde la época de los indígenas muiscas en la meseta cundiboyacense.

Sus primeros usos se remontan a la época precolombina. Estuvo en los inicios de los intercambios comerciales primigenios del país, que dieron pie a la llegada de una diversidad de productos a distintos puntos del territorio.

De acuerdo con relatos históricos citados por revista Semana, los muiscas o chibchas comerciaban en el centro del país con familias indígenas que los rodeaban, entre ellos los pijaos, quimbayas, panches y guanes. Por cuenta de ese intercambio, llegó desde Tolima y Antioquia el oro a la laguna de Guatavita, donde nació la leyenda de El Dorado. Así mismo, por esta vía llegó al centro del país el algodón, necesario para tejer las mantas por las cuales son altamente reconocidos los muiscas.

Los muiscas empleaban el carbón para calentar masas de cerámica y preparar una especie de panes hechos con la sal de Zipaquirá y Nemocón. Esto, junto con las cerámicas cocidas, era lo que intercambiaban en los mercados. El carbón les proveía de una alta temperatura constante sin que fuera necesario talar árboles para leña.

Colombia es el país con mayores reservas de carbón en Latinoamérica, con recursos potenciales alrededor de las 16.992 millones de toneladas. Ha ostentado además la posición sexta entre los países más exportadores de carbón del mundo, con una participación de 6,3%, equivalente a unas 50 millones de toneladas de carbón anuales, según datos de la Unión de Planeación Minero Energética, Upme.

El carbón extraído de la base del cerro de Monserrate resultó indispensable para levantar las casas con pisos de tablón cerámico y techo de tejas de barro cocido en las primeras casas coloniales del barrio La Candelaria, en los orígenes de Santa Fe de Bogotá en torno a la Plaza de Bolívar. Así mismo, el carbón era un elemento esencial para que los primeros habitantes de la capital del país calentaran sus casas, con braseros donde colocaban los carbones ardientes.

Según la Upme, hacia 1940 se reportaba una producción nacional de 1,15 millones de toneladas de carbón, provenientes de las minas de Cundinamarca, Boyacá, Antioquia y Valle del Cauca.

La explotación se centró en sus inicios en alimentar las calderas de los primeros buques y locomotoras de vapor, según investigaciones de la Universidad Externado.

En el marco del primer tratado de libre comercio firmado con Inglaterra, en 1825, los primeros busques con calderas de vapor propulsados con leña y carbón empezaron a surcar el río Magdalena, entre Barranquilla y Honda. Reemplazaban las

románticas bogas, que a punta de varas apoyadas en el fondo del río impulsaban embarcaciones llamadas champanes, cargadas de mercancías tan pletóricas como pianos, máquinas, espejos, armas, textiles, porcelanas, seda, libros y esculturas que habían llegado al país como expresiones residuales de la Ilustración europea.

Por otro lado, la construcción de los primeros ferrocarriles se había iniciado en 1850 en el país, con el interoceánico de Panamá. En 1868 vino el de Sabanilla-Barranquilla, que conectaba el puerto fluvial del río Magdalena con el puerto marítimo de Puerto Colombia. Y en 1874 se construyó el de Antioquia, que en 1929 comunicaría a Medellín con el río Magdalena, mediante el túnel de La Quiebra, el séptimo más largo del mundo en su momento, con unos 3,7 kilómetros de extensión.

El carbón fue también vital para el desarrollo de las primeras fábricas del país; según el recuento histórico de la Universidad Externado, los hornos de sal y las ladrilleras se sirvieron del calor térmico y del hierro hallado en Boyacá. El hierro había sido encontrado por Benjamín Wiesner, mineralogista alemán, cuando buscaba plomo para abastecer de municiones a los ejércitos patriotas por encargo de Antonio Nariño, entonces presidente del estado soberano de Cundinamarca.

Así mismo, fue la materia prima de ferrerías de Cundinamarca y Boyacá que produjeron las tuberías del acueducto de Bogotá, maquinaria agrícola, lingotes, rieles de ferrocarril y rejas para balcones y jardines, entre otros. En 1865, sería el elemento base de la ferrería de Amagá, Antioquia, que fabricó molinos de pisones para minería de metales, despulpadoras de café y ruedas Pelton. Las investigaciones muestran que, por entonces, el país por primera vez aprovechaba para potenciar su economía un recurso minero diferente al oro, las esmeraldas, la sal y las arcillas, que habían representado hasta el 80% de la economía de la colonia.

El carbón iría cobrando cada vez más relevancia como elemento sustancial de la industrialización de Colombia, en amalgama con otros componentes siderúrgicos cuyo uso el país empezaba a explorar a gran escala.

Uno de los hitos de este proceso fue la constitución de la Empresa Siderúrgica Nacional Paz del Río, inaugurada por el presidente Gustavo Rojas Pinilla en 1954. Esta se abastecía de carbón de la mina subterránea La Chapa, cuyos túneles eran sostenidos con tecnología hidráulica y tenía dos kilómetros de bandas transportadoras bajo tierra para extraer el material. La Siderúrgica Nacional se concentró en abastecer la demanda nacional de aceros, vías férreas, estructuras de construcción y láminas industriales, entre otros.

Otras minas de Antioquia, Valle del Cauca, Santander y Boyacá, con una operación basada en pequeños y medianos mineros, abastecían a los desarrollos de industrias en las regiones. La mayoría se mantenían ajenas a los mercados internacionales debido, según los historiadores, a las grandes distancias con los puertos y la falta de infraestructura de transporte.

El carbón de exportación

La existencia de amplios yacimientos de carbón en la zona de El Cerrejón, en La Guajira, era conocida al menos desde el si-

glo XIX, como lo señala Roberto Junguito Bonnet en su libro ‘100 episodios de la historia económica de Colombia’. Sin embargo, solo hasta la década del 80 se logró un conocimiento aproximado del volumen de las reservas y la calidad del carbón. Durante esos años, las carboneras se apoyaron principalmente en la red ferroviaria para movilizar el producto con eficiencia, dada la falta de buenas vías que conectaran las zonas del país.

El Instituto de Fomento Industrial, IFI, había fundado en 1969 la entidad Cerrejón Carbonetas Limitada para coordinar los programas de exploración en el área. El IFI firmó entonces un contrato con el departamento de La Guajira, que le otorgaba derecho de explorar la zona central. A raíz de lo cual, realizó un concurso internacional para la exploración y explotación de los yacimientos.

El ganador fue Peabody Coal Company, al cual le fue otorgado el contrato a partir de 1972. Y en 1975, el área contigua de la concesión, conocida como Bloque B o Zona Norte, le fue asignada por el IFI a Ecopetrol, durante la administración del presidente Alfonso López Michelsen. Luego Ecopetrol hizo un concurso entre 17 compañías internacionales, y fue seleccionada la Internacional Colombia Resources Corporation, Intercor, filial de Exxon Corporation en Colombia.

El año siguiente, en 1976, el Gobierno Nacional y el Ministerio de Minas y Energía creó Carbones de Colombia SA, Carbocol, entidad industrial y comercial del Estado con el propósito de promover la industria del carbón en Colombia. Carbocol entró en un contrato de asociación con Intercor para explorar el área de Cerrejón, y convinieron que si las labores resultaban exitosas, entrarían conjuntamente a desarrollar el proyecto para explotar y comercializar el carbón de las minas.

Es así como en 1980, durante la administración del presidente Turbay Ayala, se confirma la presencia de reservas comercializables y se declara la comercialidad de la mina. Junguito Bonnet recuerda en su libro que, en ese momento, el entonces presidente de Intercor, Enrique Andrade, decía que si bien la existencia de carbón en el Cerrejón Norte se conocía desde hacía más de 100 años, solo hasta ese momento se comprobaba técnicamente su viabilidad comercial. Se estimaba entonces que podría llegar a niveles de 25 millones de toneladas por año.

La escala de la operación puso sobre la mesa el reto de buscar la manera más eficiente de sacar el carbón, con fines de exportación. La solución fue la construcción de una vía férrea hacia el mar en Bahía Portete, punto escogido para el puerto de embarque dado que por la profundidad de sus aguas se podrían cargar barcos hasta con 100 mil toneladas de capacidad.

Con el yacimiento de Cerrejón se inauguraba, a partir de 1983, el modelo de participación estatal en la operación minera de carbón a gran escala, mediante la asociación entre la empresa Carbocol, del Estado, y la multinacional Exxon.

Entre 1984 y 1985, la entidad estatal y la empresa multinacional se comprometieron a realizar inversiones por partes iguales. Se requerían alrededor de 3.300 millones de dólares, para extraer cerca de 15 millones de toneladas por año.

Según informes de la época, la producción de Cerrejón Zona Norte comenzó en 1984 con 800 mil toneladas. Al siguiente año, ascendió a las 2,7 millones de toneladas.

Estaba acordado que la fase de producción se extendería por un periodo de 23 años, de 1986 a 2008, al final del cual el complejo revertiría enteramente a Car-

bocol, según lo plasmado en el contrato de asociación. Y ese mismo año, 1986, Colombia lograba finalmente hacer su debut como exportador mundial de carbón.

La primera exportación se hizo con destino al Puerto de El Havre, en Francia.

Esas grandes inversiones en los proyectos de El Cerrejón, y también en El Descanso, en Cesar, le proporcionaron un impulso significativo a la producción nacional de carbón térmico, hasta llevarla a alcanzar eventualmente las 53,6 millones de toneladas en 2004, cuando se registraron precios de US$80 por tonelada.

En 1999, se formalizó un nuevo acuerdo suscrito entre la nación, Carbocol e Intercor, que prorrogó automáticamente el contrato de asociación por 25 años y permitió el acceso de terceros a la infraestructura de transporte y embarque de carbón. Y un año después, en 2000, con un decreto se aprobó la enajenación de la participación estatal en el complejo carbonífero mediante la constitución de la sociedad Cerrejón Zona Norte SA. El consorcio de las empresas Billiton, Anglo American y Glencore presentó la oferta de compra y culminó el proceso en octubre de ese año.

Registros que datan de 2015 muestran el nivel de desarrollo alcanzado por la industria del carbón en el país, con El Cerrejón como punta de lanza: El Cerrejón abarca una mina a cielo abierto de carbón que produjo en 2014 unas 34 millones de toneladas de exportación, un ferrocarril con 150 kilómetros de extensión, un puerto marítimo de cargue directo para buques de hasta 180 mil toneladas de capacidad, y unos 13 mil empleados. Se le considera el exportador privado más grande del país. ás de 30 años después de la apertura del sistema ferroviario, las empresas carboneras tienen una operación férrea equipada con tecnología de punta, que demuestran que dicho sistema destacaba por sus capacidades logísticas y de integración.

Más allá de La Guajira y el norte, la industria carbonera también tuvo desarrollo en otras zonas del país. En el altiplano cundiboyacense y en Norte de Santander se desarrollaron particularmente los carbones coquizables y las antracitas, un tipo de mayor calidad y precios.

La integración con la política energética del país ha continuado siendo limitada, como consta en los estudios de la Universidad Externado. Mediante plantas carboeléctricas solo se genera un 5% de toda la electricidad nacional: Termozipa, en Tocancipá, Cundinamarca, que demanda unas 462 mil toneladas de carbón al año; Termopaipa, en Boyacá, que consume unas 966 mil toneladas; y Termotasajero, en Norte de Santander, con una demanda de unas 300 mil toneladas.

El camino del gas desde los hogares

Otra de las caras de la historia energética de Colombia está en el gas propano y su uso en los hogares, otra de las riquezas innatas del territorio. Los orígenes de su uso como fuente de energía se remontan a la década de 1930, cuando se empezó a realizar una pequeña distribución de la poca cantidad de gas propano que se producía en Barrancabermeja y Tibú.

Desde entonces, el gas propano – o Gas Licuado de Petróleo, GLP - empezaría a com-

petir con el tradicional carbón, el queroseno y la energía eléctrica, que se posicionaba como el principal energético para la cocción de alimentos.

Con menos de 20 años de su aparición en el mercado, el bajo costo y el fácil transporte proyectaban al gas propano como uno de los combustibles domésticos preferidos en las cocinas. Y hacia finales del siglo XX, el Gobierno desarrolló planes de acción para llevarlo especialmente a las zonas rurales y menos pobladas, como una solución sostenible para hogares a donde no llegaban otras fuentes. Como lo expone la empresa Norgas, con el GLP se buscaba disminuir el impacto del carbón y otros combustibles en la salud de los usuarios, evitar la deforestación y la afectación al medio ambiente.

Uno de los mayores hitos en los casi 90 años de presencia del gas propano en el mercado colombiano se produce a mediados de 2008, cuando la Comisión de Regulación de Energía y Gas (CREG), presentó un nuevo esquema de comercialización de gas propano (GLP), para mejorar la prestación del servicio y proporcionar mayor seguridad para los canales de comercialización y los usuarios.

En la práctica, comprendió un cambio gradual de los típicos cilindros que hasta muy poco podían verse todavía en algunas cocinas y locales comerciales. Se les tecnificó y se hizo obligatorio identificar los cilindros con marca, numeración y un color característico según la empresa.

Gasnova, gremio que agrupa a la mayoría del mercado de GLP en Colombia, reporta en su informe estadístico de febrero de 2020 que en Colombia el servicio público domiciliario del GLP llega a 1.047 municipios (95% del territorio colombiano), y es utilizado por 4’303.844 hogares que consumen un promedio mensual de 52 millones de kilogramos de GLP, y un total de 628 millones de kg. al año.

En el mercado actual hay 65 compañías reportando ventas, según el Sistema Único de información de la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios - SUI.

Desde el punto de vista de emisiones contaminantes, el GLP presenta ventajas respecto a los combustibles líquidos y sólidos. Su condición de alta portabilidad le permite llegar a cualquier sitio sin depender de altas inversiones en redes desde una línea matriz de suministro del combustible. Se trata además de un combustible de combustión limpia con bajo contenido de carbono, por lo que se le considera una alternativa energética para generar calor que contribuye a la calidad del aire y a reducir las emisiones de gases efecto invernadero.

En cuanto al gas natural, como lo referencia la CREG, el desarrollo de la industria es reciente. Su desarrollo como servicio público data de mediados de la década del 70, gracias a yacimientos descubiertos en La Guajira. Los campos off-shore de Chuchupa y Ballena fueron hallados, entonces, por la empresa Texaco.

Entraron en funcionamiento comercial en 1977, con la primera conexión otorgada a la firma Gases del Caribe para la distribución de gas natural en Barranquilla.

Luego, en 1986, con el programa ‘Gas para el cambio’ se le dio un impulso a ampliar el consumo de gas en las ciudades, con interconexión nacional entre yacimientos y centros de consumo. En los registros de la CREG consta que, en 1993, el Gobierno Nacional definió que Ecopetrol lideraría tal interconexión, para lo cual se requerió de la construcción de más de 2.000 kilómetros de gasoductos entre La Guajira, el centro del país y los Llanos orientales.

Posteriormente, entre 1997 y 1998, la CREG señala que se entregaron concesio

nes de áreas de distribución exclusiva para extender la cobertura en Quindío, Caldas, Risaralda, Valle y Tolima.

Además de adoptar estrategias para masificar el uso del gas natural como fuente energética, el Gobierno Nacional ordenó ofrecer condiciones económicas especiales como descuentos y bonos para beneficiar a quienes usaran el Gas Natural Vehicular como combustible.

La CREG indica, además, que desde 2007 Ecopetrol, la petrolera venezolana PDVSA y Chevron suscribieron un contrato para la compra y venta de gas natural entre Colombia y Venezuela por 20 años.

El recorrido del petróleo

Colombia no es un país petrolero, pero es un país con petróleo. Esta frase se ha convertido en pieza de colección del refranero de la industria energética, porque sintetiza bien el papel del petróleo en la historia de la economía del país. No es suficiente para competir como un jugador importante a nivel internacional, pero sí suficiente para convertirse en una de las cartas clave de la economía nacional.

Los inicios de la actividad petrolera en el mundo se remontan al descubrimiento del método para destilar queroseno a finales del siglo XIX, el cual marcó el paulatino abandono del aceite de ballena como fuente de iluminación; aparecerían progresivamente las lámparas de queroseno y posteriormente el alumbrado eléctrico, como lo consigna la Asociación Colombiana de Ingenieros de Petróleos, Acipet, en su libro ‘Cinco décadas en la historia de la ingeniería de petróleos en Colombia’.

Con este avance empezaron a proliferar en el mundo pequeñas refinerías.

Los primeros registros de petróleo en Colombia datan de la época del conquista española, según explica Germán Espinosa, presidente de Campetrol. Cuando los conquistadores llegaron a las vecindades del territorio que hoy se conoce como Barrancabermeja, encontraron rezumaderos de petróleo. Depósitos, emanaciones viscosas que se conectaban con la superficie entre las fallas geológicas. Eran usados por los indígenas en el municipio de La Tora para el calafateo de sus canoas y protegerse del sol, entre otras cosas.

La Standard Oil de Nueva Jersey sería, sin embargo, la compañía que dominó el sector petrolero colombiano durante la primera mitad del siglo XX. De acuerdo con Acipet, la compañía entró al país en 1920. Fue mediante la fusión de una de sus filiales con la Tropical Oil Company, empresa que tenía el derecho a producir petróleo en la Concesión de Mares, en esa misma zona de Barrancabermeja, Santander.

La Jersey, mediante sus filiales, obtuvo control de toda la cadena de exploración, producción, refinación, transporte, distribución interna y exportación de petróleo a Estados Unidos. En 1926, una de esas filiales inauguró una de las grandes obras de ingeniería del país, el oleoducto de la Andian National Corporation, que transportaba el petróleo del Magdalena Medio a la costa Caribe.

Sería hasta 1951, con la reversión del contrato de concesión de Mares y el nacimiento de la Empresa Colombiana de Petróleos, Ecopetrol, que terminaría el dominio de la Jersey sobre la actividad petrolera.

A pasos firmes

Previo a este dominio, algunos empresarios nacionales habían incursionado en el negocio petrolero. Uno de ellos fue Diego Martínez, que produjo aceite de iluminación para el mercado nacional mientras entraban las empresas multinacionales. Otro modelo, especulativo, fue el de adquirir derechos de explotar petróleo en el país para venderlo a compañías internacionales. Como los baldíos petroleros no tenían gran demanda, al encontrarse en zonas de difícil acceso, los empresarios adquirían los derechos de explotación mediante contratos de concesión con el Estado. Se realizaban por un periodo fijo, entre 20 y 50 años, y luego emprendían una labor comercial con inversionistas norteamericanos o europeos interesados en el potencial petrolero. Cuando llegaban a un acuerdo, se concretaba la venta de la tierra o el traspaso de la concesión a la compañía extranjera.

El novelista y poeta caleño Jorge Isaacs, autor de María, obra icónica de la literatura latinoamericana, fue el primer empresario en obtener una concesión para explotar crudo. Como lo relata el libro de Acipet, el escritor ubicó yacimientos de petróleo en el Urabá y de carbón en La Guajira.

Roberto De Mares fue el segundo empresario que obtuvo una concesión de este tipo. Comprendía territorios en Atlántico y Barrancabermeja. El contrato establecía un periodo de 30 años al comenzar la explotación, con un 15% del producto neto para el Gobierno, y 1.000 hectáreas baldías por cada uno de los primeros cinco pozos en que se lograra la declaración de comercialidad.

De igual manera, Virgilio Barco había obtenido la concesión de Tibú, en Norte de Santander, región del Catatumbo.

Mediante un acuerdo de De Mares e inversionistas norteamericanos nació la Tropical Oil Company, que asumió la concesión en 1919. Para dar el aval, el Gobierno Nacional fijó como condiciones una reducción del terreno entregado originalmente, el compromiso de la construcción de una refinería, venta del petróleo a precio de Nueva York y sometimiento de la compañía al marco legal colombiano.

Aquella concesión comprendía cuatro yacimientos importantes: Infantas (1916), La Cira (1926), Colorado (1945) y Galán (1945). La Tropical Oil Company determinó, de acuerdo con sus estudios del terreno, que los pozos de Infantas producirían más de 2.000 barriles por día. En 1922 entró en operación la planta de refinación que construyó como parte de las obligaciones asumidas con el Gobierno. El siguiente paso fue facilitar el transporte de petróleo hacia un puerto, para sacarlo del país.

Se construyeron dos oleoductos en esa época. La Andian Corporation Limited se ocupó en 1923 de construir un oleoducto para conectar los pozos petroleros de la concesión de Mares con Cartagena. Así mismo, se construyó un oleoducto de Tibú a Coveñas.

Acipet señala que, según cálculos que datan de junio de 1950, para entonces se habían perforado unos 2.100 pozos de petróleo en Colombia. 1.373 se habían perforado en territorios de dicha concesión, de los cuales se habían obtenido más de 390 millones de barriles, el 60% originados en La Cira y alrededor del 29% en Infantas.

Perforaban entonces con percusión, y usaban las llamadas catalinas para extraer crudo. Tiempo después vendrían el bombeo mecánico con balancines.

El campo La Cira-Infantas, localizado a

unos 300 kilómetros al nororiente de Bogotá en el valle medio del río Magdalena, se nombraron así en honor a las infantas de España. Más de 100 años después de haberse descubierto el petróleo en Colombia, sigue produciendo alrededor de 60 mil barriles por día, ahora en manos de Ecopetrol. En total, se calcula que ha producido más de 1.400 millones de barriles en toda su historia.

Ecopetrol nació como una empresa mixta, con capital privado pero con el Estado colombiano como el mayor inversionista.

Bajo la figura de las concesiones de explotación, llegaron al país empresas como Exxon, Chevron y Texaco Gold, entre otras. Las empresas pagaban impuestos y regalías y asumían el control de toda la operación, con lo cual vendían solo una parte de esa producción para la refinación interna. Existían la refinería de Barrancabermeja, de Cartagena y algunas pequeñas en El Guamo.

En 1974, bajo el gobierno de López Michelsen, se expidieron decretos que cambiaron el viejo modelo de concesiones por la figura de contratos de asociación, como recuerda el ingeniero Germán Espinosa, presidente de Campetrol. Cuando las concesiones empezaron a revertir, Ecopetrol como empresa del Estado empezó a manejar todas las operaciones.

El contrato de asociación fue un giro en la historia petrolera del país. Con este, todas las inversiones de riesgo y la etapa exploratoria las asumía la empresa inversionista, a su cuenta y riesgo. Si hacía un descubrimiento comercial le presentaba la solicitud a Ecopetrol, el socio colombiano. Si se aceptaba la comercialidad, Ecopetrol entraba a repagar las inversiones exploratorias, y la aportación de los recursos para el desarrollo del campo se dividía 50/50.

Uno de los detonantes para este giro se produjo en 1972, cuando Colombia perdió la autosuficiencia petrolera. El país se vio obligado a importar crudo, comprárselo a los concesionarios para poder cargar las refinerías. Colombia era un país muy rural, con una economía muy limitada, en la que tener que importar grandes volúmenes de crudo, que fueron más de 70 millones de barriles por más de 5.000 millones de dólares, representaba un duro golpe.

El ingeniero Germán Espinosa explica que esto sucedió porque los precios de petróleo estaban entonces muy deprimidos, los concesionarios no tenían incentivos para hacer inversiones y mantenían las operaciones a mínimos. “El país iba creciendo y necesitábamos más crudo del que producíamos y teníamos esa situación de pérdida de autosuficiencia, que afortunadamente se recobró en 1983 con el descubrimiento de Caño Limón”, precisa.

Caño Limón se desarrolló rápidamente, y en diciembre de 1985 se ponía el primer barril de petróleo en el oleoducto Caño Limón – Coveñas. Desde entonces, ha producido más de 1.600 millones de barriles. Sus características de roca y fluidos, con un acuífero activo que empuja el petróleo y llevó inaugurar la utilización de sistemas de levantamiento artificial con bombeo electrosumergible. Marcó un hito en los contratos de asociación, y hoy produce alrededor de 40 mil barriles por día.

“Por más de 35 años hemos venido entregando energía barata, abundante y económica para atender las necesidades de refinación. Hoy día las refinerías tienen la capacidad de carga del orden de 350 mil barriles por día”, afirma Germán Espinosa, presidente de Campetrol. Explica que el país produce alrededor de 886 mil barriles por día promedio, con lo cual hay una diferencia de 400 mil barriles que es lo que se está exportando y “genera una riqueza al estado y la sociedad colombiana”.

Posteriormente, en 1989 vinieron descu-

brimientos importantes de pozos en Cusiana y Cupiagua en la región de la Orinoquía. La etapa exploratoria inicial estuvo a cargo de Triton Energy, que logró interesar como socias a la inglesa British Petroleum, BP, y a la francesa Total Energie. Se hizo por primera vez exploración en el piedemonte.

El proyecto de explotación del campo costó alrededor de 6 mil millones de dólares, e implicó la construcción de un oleoducto de Ocensa desde Cusiana hasta el Porvenir, Valle Medio del Magdalena, Bosconia y de ahí hasta Coveñas, con más de 800 kilómetros de extensión. En 1994 empezaría la producción comercial en forma.

Más recientemente, en 2019, el Gobierno del presidente Iván Duque impulsó un sistema permanente de asignación de áreas que ha permitido desenmarañar el potencial de desarrollo de off-shore, el frente de costa afuera que Colombia ha explorado mínimamente, y convertir contratos de evaluación técnica –sin mayores compromisos- en contratos de exploración y producción. Después de cinco años sin firmar ningún contrato petrolero, en 2019 se firmaron 32.

El desarrollo eléctrico regional

La llegada de la luz eléctrica a las calles fue uno de los primeros fenómenos energéticos en cambiarle la cara a Colombia, pero tardaría en afianzarse hasta llegar a representar el 70 de la energía que se genera en el país. Solo hasta la década de 1930 empezaría a extenderse el uso de la electricidad en la industria y el comercio, y en los hogares para cocción de alimentos y fuente de calor, en sustitución de la leña. Se popularizaron las estufas eléctricas y calentadores de agua en los núcleos urbanos.

El primer periodo de expansión de sistemas eléctricos regionales estuvo impulsado por iniciativas de carácter privado, como consta en registros del libro Memoria Empresarial de la Universidad Eafit.

En Bogotá, en 1896, la Sociedad Colectiva de Comercio Samper Brush reemplazó a la Bogotá Electric Light Co, para lo cual instaló el servicio eléctrico permanente en la ciudad y la primera planta hidroeléctrica, en el río Bogotá. El 6 de agosto se ponía al servicio la Hidroeléctrica El Charquito, que además de alumbrado público proporcionaba iluminación a hogares y energía para algunas fábricas incipientes.

Eventualmente se transformó en una sociedad anónima con el nombre de la Compañía de Energía Eléctrica de Bogotá, para permitir que empleados entraran como socios. Y en 1927 se fusiona con la Compañía Nacional de Electricidad, y conforman las Empresas Unidas de Energía Eléctrica S.A. El municipio se quedó con la mayoría de acciones, pero los accionistas privados minoritarios conservaban el control administrativo. En 1959, se convertiría en la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá; y más tarde, en 1989, en la Empresa de Energía de Bogotá –EEB-.

En la Región Caribe, el origen se dio por una planta de vapor abastecida de carbón que suministraba en 1892 alumbrado público e iluminación para unas 300 casas. Por el industrial Evaristo Obregón, que quería asegurar energía para su textilera, se constituyó entonces la Compañía de Energía Eléctrica de Barranquilla. Un sistema parecido se implementó en Cartagena. Así mismo, en Sincelejo se instaló una planta para alumbrado público propiedad

de la empresa extranjera The Sincelejo Electric Light and Ice Co. Estas empresas terminarían siendo adquiridas, en la década del 30, por la Compañía Colombiana de Electricidad. Hasta que en 1967 se crea la Corporación Eléctrica de la Costa Atlántica, Corelca, diseñada para coordinar el desarrollo de los sistemas eléctricos distribuidos en los distintos departamentos de la Región, y que hasta entonces se habían manejado de manera aislada.

En 1895 fue el turno para la Compañía Antioqueña de Instalaciones Eléctricas, en Medellín, con capital de un grupo de accionistas, el departamento de Antioquia y el municipio de Medellín. Pondría en servicio, en 1898, una hidroeléctrica en la quebrada Santa Elena. En 1918, e Concejo de la ciudad decretaría su estatalización y la convertiría en la Empresa de Energía Eléctrica de Medellín. Eventualmente lideraría desarrollos hidroeléctricos en las cuencas de los ríos Guadalupe y Grande, hasta convertirse en 1955 en las Empresas Públicas de Medellín.

En el Valle del Cauca, la familia Eder fundó en 1910 la Cali Electric Light & Power Co. Construyeron una hidroeléctrica sobre el río Cali, para proporcionarles fuerza motriz a sus ingenios. En 1918 la empresa se convirtió en la Compañía Colombiana de Electricidad, una firma estadounidense que se encargó del servicio hasta 1947. El municipio de Cali compró entonces todos los activos de la empresa, para transformarla en 1961 en las Empresas Municipales de Cali – Emcali.

Poco a poco las empresas fueron quedando en manos del Estado; en algunos casos, por presiones de las clases políticas, y en otras, dado que las compañías de energía no prestaban un servicio de calidad lo cual hacía necesaria una intervención.

Fue en 1936, con la Ley 109, que se determinó la mediación del Estado en las empresas prestadoras de servicios públicos, lo cual las obligaba a someter sus tarifas al consentimiento del Gobierno Nacional. Y se declaró el suministro de energía eléctrica como servicio público fundamental, con lo cual, las empresas podrían ser expropiadas en condiciones en que el interés de la población estuviera de por medio.

Tras la creación del Instituto Nacional de Aprovechamiento de Aguas y Fomento Eléctrico, en la década de los 50 se realizaron los primeros estudios con miras a interconectar el sector eléctrico colombiano. En 1966, se firmaba el convenio para la integración del sector eléctrico y el ensanche de capacidad, que daría paso a la articulación de la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, las Empresas Públicas de Medellín y la Corporación Autónoma Regional del Cauca.

Interconexión Eléctrica S.A. (ISA) nace en 1967 con la misión de asumir la coordinación del suministro de electricidad y articulación de los servicios eléctricos de las regiones, planear la expansión del sistema de generación y construir y operar nuevas centrales de generación, de ser necesario.

Sin embargo, el sector eléctrico colombiano entra en una lenta crisis en los años 80. En 1985, el gobierno de Belisario Betancur decide congelar las tarifas de energía para evitar impactos en la inflación, y esto termina por afectar a las electrificadoras. Múltiples factores de ineficiencia marcan esta época, con una fuerte politización de las empresas estatales y el desarrollo de grandes proyectos con sobrecostos y atrasos. El sector termina convirtiéndose en una carga para el Estado, hasta llegar a la quiebra.

La Nación se vio obligada a asumir pasivos por cerca de USD $2.000 millones, lo que representaba el 40% del total de deuda externa del país. Las empresas se enfrentaban a una alta insolvencia financiera y grandes fallas en la gestión administrativa. El Go-

bierno asumía las deudas que se generaban y tomaba el control de las empresas.

Y justo cuando el sector estaba más vulnerable, fue duramente golpeado por un Fenómeno de El Niño, caracterizado por fuertes sequías que pusieron en jaque al sector de generación basado principalmente en fuentes hídricas, y evidenciaron los problemas de su falta de respaldo. Se afectaron los embalses generadores de energía eléctrica, y pusieron en crisis a ISA, la empresa de servicios públicos del Estado.

La consecuencia fue el apagón en 1992, durante la presidencia de César Gaviria.

Grandes racionamientos nacionales, que llevaron a algunas zonas del país a pasar hasta más de 18 horas sin energía, definieron esa época. En algunos departamentos se decretaron seis días de cárcel para los derrochadores de agua.

Fue un regreso a las épocas de oscuridad.

El mundo postapagón

Colombia aprendió la lección a las malas y pasó la página de los racionamientos para siempre. A partir de la nueva Constitución de 1991 se reestructuró el Ministerio de Minas y Energía, y el sector eléctrico empezó a regresar a empresas privadas.

Se definió entonces un nuevo esquema de prestación de servicios públicos; podrían ser prestados por particulares, en tanto que el Estado se reservaría el derecho de ejercer regulación y control para asegurar la prestación eficiente.

Se “liberaliza” el mercado con fuertes implicaciones para el sector eléctrico: se introduce la libre competencia y el fomento a la inversión privada, así como la privatización de las compañías estatales. Las leyes obligan, además, a que las empresas separen sus actividades económicas para evitar una integración vertical. Las medidas propician la llegada de inversionistas extranjeros.

Con las leyes 142 y 143 de 1994 se reestructura el mercado eléctrico, con medidas para asegurar la disponibilidad de una oferta energética eficiente, con reglas para evitar prácticas monopólicas o abusos de poder.

El sector eléctrico se divide en generación, transmisión, distribución y comercialización, con lo que se crea la Bolsa de Energía, en la que se realizan intercambios comerciales que definen el sistema hoy. Es en 1995, cuando entra en funcionamiento el Mercado Energético Mayorista, conformado por los distintos actores.

Interconexión Eléctrica se separa en dos compañías: ISA, enfocada en transmisión de energía, e Isagén, dedicada a la generación. Se transforma también la Empresa de Energía de Bogotá. Se separan sus actividades y surge Codensa, para distribución y comercialización, y Engesa, para generación y comercialización.

Se activa el Cargo por Confiabilidad, como mecanismo para que las plantas térmicas se mantengan alerta y entren a suplir el suministro en caso de emergencia por sequías.

ISA comienza a operar en Perú, Chile, Bolivia, Ecuador y Brasil. Celsia ingresa a Panamá y Costa Rica. El servicio de energía eléctrica llega a cerca del 98% de la población. Instituciones como la Comisión de Regulación de Energía y Gas, Creg, y la Unidad de Planeación Minero Energéti-

ca, Upme, le proporcionan una necesaria cuota de institucionalidad al sector para acompañar su desarrollo.

El sector eléctrico colombiano se posiciona como uno de los más respetados y confiables del mundo, con la mejor oferta de servicio en Latinoamérica, después de Chile. El país figura en el puesto 16 en el ranking global de sostenibilidad medioambiental del Consejo Mundial de Energía. Con un modelo basado principalmente en energías limpias y renovables, cuya participación oscila hoy entre el 50% y el 90% de la matriz de generación.

Dado que el agua es la principal fuente de generación, el sector representa menos del 2,9% de las emisiones totales de Gases de Efecto Invernadero (GEI), según datos de Acolgen.

Y desde el apagón de 1992, el país no se volvió a apagar.

El siguiente capítulo en la historia energética comprende aprovechar algunas de las mayores riquezas que tiene el país por su posición geográfica, y que permanecen todavía sin desplegar todo su potencial. En todo el territorio colombiano hay niveles de radiación solar y velocidades de vientos que abren enormes oportunidades para avanzar hacia un potente desarrollo de fuentes no convencionales de energía renovable.

Según la Upme, el país cuenta con un potencial futuro de unos 33GW solamente en la Región Caribe, donde la radiación solar alcanza a 5 Kw/m2/día, un nivel ideal para la generación de energía solar fotovoltaica. Estas fuentes se destacan por su carácter limpio, con cero emisiones, además de implicar mínimas intervenciones e impactos sobre el medio ambiente.

Si bien existían estudios académicos sobre el potencial en el país, hasta hace unos años estos desarrollos se consideraban demasiado costosos para su viabilidad. El ingeniero Germán Corredor, presidente de la Asociación de Energías Renovables, Ser Colombia, explica que por cuenta del auge que estos proyectos tuvieron en Europa en la década del 2000, los precios de elementos como los paneles solares y aerogeneradores bajaron y se hicieron más eficientes.

En el año 2014, la ley 1715 les da un impulso a las renovables reglamentando incentivos tributarios como exención del IVA y la renta durante un periodo. Esto hizo que muchas empresas internacionales se interesaran en traer proyectos al país.

Ya en el país hay proyectos como la granja solar en Yumbo, Valle de Celsia, y el parque solar flotante que EPM instaló en El Peñol, Antioquia.

En octubre de 2019, el gobierno del presidente Iván Duque realizó una subasta de contratos a largo plazo para fuentes no convencionales de energías renovables, exitosa por primera vez. Participaron 20 generadoras y 23 comercializadoras.

Se incorporaron con el proceso 2.250 megavatios, con ocho de estos proyectos de generación, cinco eólicos y tres solares. Equivale a casi el 10% del total de la capacidad de sistema. Siete empresas se encargarán de desarrollarlos.

El gobierno ha explicado que, con esto, se diversifica más la matriz eléctrica y se complementa, para estar mejor blindados en caso de un evento climático extremo como el Fenómeno de El Niño. Si el agua falla, siempre estará el sol, la brisa o las térmicas. De esta manera, será mayor la certeza de que el país no se volverá a apagar. vLa historia de la energía en Colombia comenzó con indígenas aprovechando la energía sol almacenada en rocas fósiles, carbones. Era apenas natural que, después de casi dos siglos, su evolución llevara al sistema de regreso al sol, la fuente que no se apaga.

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