No. 1 DÍA IN TER N A C ION A L DE LA POES ÍA
RESPONSABLES: Daniel Medina Rosado Daniel Sibaja Mary Carrillo
En este número… Ensayo: Mario Bojórquez Entrevista: Manuel Iris Reseña: Ileana Garma Poesía: Marco Antonio Murillo, Melissa Nungaray Blanco, Mario Islasáinz, Luis Eduardo García, Rosario G. Towns, Jorge Bustamante Fotografía: Pacho de la Vega Narrativa: Franco Boczkowski
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MARIO BOJÓRQUEZ Espacio del sentido
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El mundo del hombre es el mundo del sentido. Tolera la ambigüedad, la contradicción, la locura o el embrollo, no la carencia de sentido. El silencio mismo está poblado de signos. Octavio Paz, El arco y la lira
a escritura es un espacio donde transita un desfile de sombras, con paso fantasmal, las palabras recorren su camino trazado por el pensamiento; en ocasiones, ese pensamiento v aga errando por galerías de una arquitectura esquiv a donde un pórtico se abre a la nada o a un pasillo sin puertas y sin fin. Las palabras, entonces, encienden sus propias luminarias y deciden un sendero posible, toman algún camino, deciden un recorrido y v an dando tumbos hasta que el andar es el propósito, ir y v enir es la respuesta a esa inmotiv ada marcha. La escritura se v uelv e un espacio innominado donde el deseo de decir es menos un objetiv o que un hacer. La escritura es sólo un v ehículo del diálogo entre las sombras, en la escritura esas palabras regresan al estado de pureza que las puso en mov imiento, son ya significación, dicen algo. Pero regresa con ellas algo de esa oscuridad, las palabras son portadoras de su propia incomprensión, la luz negra de su significado último se v uelv e estigma, dicen más de lo que enuncian, callan más que su natural silencio, son palabras y son sombras de un decir. Escribir como si se tratara de un ejercicio espiritual, una gimnasia de los fluidos de la conciencia, un hacer que es un decir haciendo, signos de una secreta realidad mental, palabra sobre palabra el significado v a construyendo el espacio de una escritura que describe un hilo del pensamiento múltiple. Ahora la palabra hunde un tajo sobre el discurrir disperso, obliga a la escritura a parir un pensamiento, acota, sublima el 3
hacer que cumple el propósito del diálogo, se dice lo que algo dice; escritura, entonces, que se ejercita sobre los significados de la palabra dicha. Pero si una palabra dice un nombre de cosa, la cosa v uelta palabra recupera un sentido aún más alto que aquel que tuv o, cuando mera cosa permanecía en el mundo sin hacer algo, sin significar. Escribir, por tanto, para ejercitar los músculos de la conciencia apagada por los destellos de lo real. Escribir nombrando las cosas del mundo. Pero ¿no son las palabras cosas? ¿no son cosas del mundo que pierden y adquieren significación al ser enunciadas? Escritura: decir con palabras las cosas del mundo significativ o. El hacer de la escritura nos v uelv e operarios del sistema del nombrar, decimos nombrando, damos un sentido a ese decir, la palabra intocada nos regresa al primigenio v alor de la cosa que se nombra. Si decimos noche, una temible oscuridad se apodera de la página, si decimos azul, el cielo resplandece en sus pequeños signos. Al nombrar el mundo y sus cosas echamos a andar el sistema de significaciones, una misma palabra recoge todos los sentidos posibles, por eso la escritura nos permite edificar la creación, hay en esos brev es signos un mundo. Otras palabras nos dirán mundos inexplorados, iremos de la mano de esas palabras para atrav esar el desierto de la incomprensión hasta llegar al oasis que ansiábamos conocer, beberemos las aguas de lo real en palabras totalmente desconocidas en esta nuev a significación. Lo nombrado tendrá, entonces, para nosotros, nov edad, aparecerá a nuestros ojos el v erdadero nuev o significado que la palabra nos ha permitido entrev er, se cumplirá el estado superior al que aspiramos, la escritura será un espacio donde se encuentran las cosas recién nombradas del mundo.
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Si las palabras son por un momento el espacio donde la escritura encuentra la plenitud de su decir, si en las palabras reside el significado superior ¿de qué materiales son hechas esas palabras que pueden contener las formas más puras del sentir y del pensar? Palabra: mecanismo del pensar. Pensamiento: concreción mental de una ilación de palabras. Sentido: coherencia superior entre palabra y pensamiento. Cuando escribimos nos encomendamos al espíritu al que llamamos Musa o Diosa o Inspiración. Entonces comprendemos que no somos nosotros, en particular, quien habla en los textos, es algo, alguien de más allá de nosotros quien toma la palabra y dice el poema, eso nos da la ilusión de que nosotros hablábamos pero es quizá el propio lenguaje hablando en nuestra escritura. Muchas v eces hemos sentido esa impresión, la sensación de que alguien más habla ahí en el poema. Cuando el poema es v erdaderamente bueno, sentimos que hay ahí una respiración, un tono, una timbre que nos rebasa, v olv emos a leer la página y sentimos que hay muchas cosas que no podemos reconocer como propias, no sabemos cómo ocurrió esa escritura y quizá nunca lo sabremos. Escritura que reclama de sí un lector propicio, un par de ojos que mitiguen el ardor de las sonoridades, las explosiones constreñidas de sus significaciones. Escritura que nombra al mundo de un modo tan nuev o que las estructuras de la realidad se conmuev en por este otro nuev o significado, así la luz se oculta en su propio destello para regresar más plena, más luminosa sobre los objetos que al ser nombrados adquieren un nuev o lustre, un v igor hasta ahora desconocido. Los objetos rev elan esa luz imprev ista que los ha bañado un instante y los ha v uelto v ív idas reproducciones de su mismo ser. La cosa intocada por la luz nunca es objeto reconocible, es materia impura que sin contorno se extiende en la masa difusa de su propia oscuridad. 5
La luz es flujo, candela, energía medible por otros instrumentos, por otras formas mensurables, por otras medidas. Las palabras en su promiscuidad toman otros sentidos de su contexto, se asimilan a su entorno y luego es muy difícil regresarlas a su estado primigenio, son palabras más mundo, son significado y mundo, están llenas de mundo, sólo de mundo es que ahora están llenas. Cuando v olv emos los ojos de la memoria hacia ciertas palabras llenas de significado que escuchamos o dijimos alguna v ez, percibimos que acaso ese significado se correspondía con el sentido que les dimos, pero que ahora, aunque conserv an su significado, su sentido se ha perdido. Son palabras que necesitan repoblarse, v olverse mundo, decir otra v ez lo que tan puntualmente decían en aquel contexto, en esa circunstancia remota, pero que hoy nos parecen tan alejadas de aquellas v aloraciones que resultan impermanentes, frágiles, prov isorias. Para eso puede serv ir la poesía, para fijar en algún modo las significaciones posibles de las palabras y su sentido último. Escribir sabiendo siempre que todo esfuerzo por hacer realidad las palabras, v olv erlas cosas acabadas, delimitadas por su propio v alor, sin asomo de v oluntad humana, ellas mismas cosas del mundo, sin mediación, sin rasgos de una personalidad, cosas por ellas mismas, en sí mismas, es, quizá, una posibilidad de renuncia, de abdicación frente a la arbitrariedad del signo, lenguaje nada más, sin historia, sin v ocación estética, sólo signos y sonidos. Escritura que se v uelv e referencia de sus propios alcances, que ofrece una mirada oblicua sobre los mismos márgenes de su expresión. Escribir sobre lo escrito para comprender mejor lo que ahí se dice, ahí donde ya no somos nosotros lo que habla a trav és nuestro. Escritura de la escritura, v uelta del cordel en el trompo que gira y desenrolla para ov illar de nuev o. Escritura que explica el explicarse, que alumbra lo que v a 6
ocultando en un mov imiento inv erso y correspondiente. Dicho del decir diciéndose, del callar callándose. Un inadecuado análisis de la sustancia poética nos presenta el maniqueo conflicto entre forma y fondo, esta oposición que ya los griegos abatieron con un tercer elemento: a la melopea (forma) y a la logopea (fondo) se le agregó un tercer elemento: la fanopea o el lenguaje figurado, es decir, el sentido. Cuando una palabra dice más que su significado, estamos ya en el terreno de la fanopea, cuando una palabra puede ser entendida fuera de su significado normativ o de diccionario y trasciende esas v aloraciones adquiriendo una nuev a densidad semántica, hemos alcanzado, entonces, la iluminación de la palabra.
Mario Bojórquez (Los Mochis, Sinaloa, 24 de marzo de 1968). Poeta, ensayista y traductor. Realizó estudios de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Autor de Pájaros sueltos (1991), Contradanza de pie y de barro (1996), Diván de Mouraria (1999), Pretzels (2005), El deseo postergado (2007), Y2K (2009) y Hablar Sombras (2013). Sus primeros libros han sido reunidos en El rayo y la memoria, 2012. Ha obtenido los premios nacionales de poesía Clemencia Isaura (1995), Enriqueta Ochoa (1996), Abigael Bohórquez (1996) y los Premios Bellas Artes de Literatura, Nacional de Poesía Aguascalientes (2007) y Nacional de Ensayo Literario José Revueltas (2010). Recientemente obtuvo el Premio Alhambra de Poesía Americana (2012) y la Distinción Príncipe y Poeta Tecayehuatzin de Huexotzinco (2012). Recibió las becas para jóvenes creadores del Instituto Nacional de Bellas Artes, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y de creador con trayectoria de la Dirección de Investigación y Fomento de Cultura Regional y de los Fondos Estatales para la Cultura y las Artes de Sinaloa y de Baja California. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2007. Colabora en www.circulodepoesia.com 7
MANUEL IRIS Manuel Iris = M Bistró = Ó Ó: ¿Qué significado tiene para ti el título de POETA? M: Bueno, ser poeta es una ocupación tan honesta, trabajosa y digna como ser panadero, carpintero, electricista o médico. Es igualmente importante, aunque en otro orden de ideas. Sin embargo, es v erdad que ser llamado poeta acarrea cierto prestigio social, y debe ser por esto mismo que el “titulo”, como lo llamas, de poeta, debe ser otorgado por la comunidad: no basta que uno declare ser poeta, sino que es necesario que la comunidad, la sociedad, lo acepte y te reconozca como tal. No hablo de reconocimientos institucionales como premios y becas, sino de tener algún lector, alguna persona que se haya conectado con tus palabras de manera profunda. Si no hay eso, no se ha dado el poema. Por otro lado, creo que el poeta no tiene la labor, como se ha dicho antes, de guiar a la sociedad, sino de ser su v oz, incluso sin pretenderlo. El poeta canta su circunstancia, pero esa circunstancia es la misma de los otros. El poeta no es un ser humano por encima de los demás, sino que es el más humano de todos, en medio de todos, porque es uno de todos. Habla de sí, porque (como dijo Whitman) contiene multitudes. 8
Ó: ¿Crees que todos los poetas deben tener un concepto de poesía? Y de ser así, ¿será necesario este concepto para generar una obra sólida? M: Por supuesto. Cada poeta tendrá su propia poética como cada cocinera tendrá su propia receta, y su propia mística, para preparar la sopa. Cada poeta escribe guiado por su intuición y por algunas pocas certezas personales. Estos son los componentes de su poética. Mucho de la maduración de un poeta consiste precisamente en formar su propia poética, su filosofía estética, su sistema de creencias creativ as. No se trata solamente de escribir poemas, sino de encontrar en la poesía el modo de expresar, de encarnar, tus encuentros con la trascendencia o contigo mismo y los otros. Un poeta no es un escribidor de poemas, sino un ser humano en contacto consigo mismo que es capaz de dejar testimonio escrito de sus encuentros. Por ello se ocupa mucho de pensar en poesía, no solamente en poemas, y el resultado de esas cav ilaciones es siempre una poética personal, una huella digital, un santo y seña.
Ó: ¿Existe algún proceso en especial para Manuel Iris a la hora de escribir poesía? M: Depende del poema, pero sí, existen ciertos ritos y procesos que me gusta seguir. Por ejemplo, la necesidad de música, no durante la escritura del poema sino en el silenciamiento anterior, cuando lo estoy pensando, cuando busco el tono. Siempre es el tono. Todo es el tono. Buscando el tono pongo música (le elección musical v aría dependiendo de la emoción que persigo), pienso en v oz alta, recuerdo otros poemas o v ersos míos o ajenos, tomo notas, camino en círculos, digo las primeras palabras en v oz alta y ya, cuando suenan posibles, cuando son sonoramente lo que necesitan ser, escribo el primer v erso. A v eces tengo el titulo listo y eso me sirv e como guía. La mayor parte de las v eces no tengo nada, ni siquiera una idea de lo que quiero decir. Soy el primer 9
sorprendido cuando leo el poema y me doy cuenta de lo que quería decir, y que solamente se ha rev elado en el texto, para el texto. Ya escribiendo, normalmente camino de un lado a otro, a v eces dándome palmadas en la cabeza como nerv iosamente, en los acentos. Pero esto no creo que sea un ritual sino el resultado de un tipo de ansiedad que se termina con el poema. Escuchándome, me parece que lo que te cuento es muy común, tal v ez le pase a cualquiera cuando escribe.
Ó: ¿Cuándo es que un jov en escritor se conv ierte en Poeta? M: Cuando logra escribir un poema que le hable a los otros honestamente. Cuando escribe un texto que parece que siempre ha estado allí y que, en v ez de inv entarlo, lo descubrió. Cuando se encuentra a sí mismo, cuando funda su propia v oz. Cuando encuentra su estilo. Todo esto, por supuesto, puede pasar a la edad que sea. Ó: Es bien sabido que “escribes poco” ¿a qué se debe esto? M: Supongo que es natural. Hay gente que escribe todo el tiempo y gente como yo, que escribe poco y lento. Mis libros tienen un espacio de 6 o 7 años entre uno y otro, y todos son muy brev es. No sé bien por qué. Tampoco es algo que busque a propósito. Si un día necesito escribir más, lo haré sin problema, pero hasta el momento mi necesidad expresiv a me ha pedido escribir poco, y el demonio interno de la autocrítica me ha llev ado a publicar todav ía menos de eso poco que escribo. Hay, por ejemplo, un libro que se promete en la nota de autor del Cuaderno de los sueños que ya nunca v erá la imprenta. Y como ese, v arios otros. No es ni siquiera una pose ni un excentricismo. No creo que hacer lo que
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hago garantice buena poesía. Sencillamente le estoy siendo fiel a una necesidad expresiv a y sus modos de manifestarse. El caso del libro brasileño publicado el año pasado es peculiar y no: son solamente 10 poemas, v arios de los cuales escribí 5 o 6 años antes de iniciar la empresa del libro, y otros 10 poemas escritos a cuatro manos con Floriano Martins. El libro fue escrito a lo largo de v arios meses y luego su publicación se frustró y retrasó casi dos años. Este libro entero por su historia, sus maneras y su tema es una excepción en mi poesía, y por eso es que lo aprecio tanto. Lo único que lo une con mis otros libros es su brev edad. De nuev o he escrito poco, en un tiempo extendido.
Ó: ¿Qué significa para ti, después de unos años, la figura del Ángel que proyectas en el Cuaderno de los sueños? M: La idea del Ángel rilkeano, que es la encarnación cegadora de la belleza, de la perfección, me persigue todav ía. Ya no le llamo Ángel pero ese espíritu sigue en mí, dado que la belleza es una de mis obsesiones mayores. Como en el Cuaderno de los sueños, en otros poemas se me aparece el Ángel contrapuesto o complementando la realidad, siempre imperfecta, salv o en el milagro. En Los disfraces del fuego, por ejemplo, hay un poema que habla de la hermosura y la muerte conv iviendo en los cuerpos, porque todo lo hermoso v a a morir: son el Ángel y la carne, pues, la trascendencia y la muerte. Como v es, es la persecución de un mismo motiv o, aunque ahora con el aderezo, la nuev a intuición, de la muerte.
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Ó: ¿Hay un “antes y un después” en la v ida de Manuel Iris al obtener el Premio Nacional de Poesía Mérida en 2009? M: Hay un antes y después en mi v ida luego de la publicación del Cuaderno de los sueños, que fue el libro que ganó el premio que mencionas. Gracias a ese libro algunos lectores autorizados, y muchos lectores en general, empezaron a llamarme poeta fuera de mi estado y hasta del país. He podido estar v igente (esa v igencia es una obsesión contemporánea contra la que hay que luchar para poder escribir en paz) durante años sin publicar apenas nada más, y eso lo agradezco mucho. Ese libro tan brev e ha dado muchos frutos, y generado muchas amistades, que es una de las mejores cosas que trae consigo la poesía. Creo que los sucesos más importantes en la v ida de un poeta son momentos poéticos, poemas, libros, y no premios, aunque por supuesto estos dan v isibilidad al libro. Ahora mismo, por ejemplo, agradezco mucho el premio que ha ganado Los disfraces del fuego, gracias al cual se ha publicado. Pero lo importante es el libro que, creo, representa una nuev a etapa dentro de mi poesía. Ó: Ahora que entramos en materia ¿cuál es el papel de los concursos literarios en México? M: Son muchos los papeles. Primero, dan de comer o más que de comer a un enorme número de poetas y escritores que por otro lado, no pueden encontrar empleos decentes en este país. Hay, es v erdad, muchos escritores ganapremios, dedicados enteramente a complacer jurados (¿un escritor que gana muchos premios, uno tras del otro, no es un experto en escribir como quieren que escriba? ¿No es un experto en crear para agradar o “sorprender”?), pero es v erdad también que muchos de estos escritores necesitan ese dinero para salir de algún apuro. Esto es algo lamentable. Los premios no deberían ser económicamente necesarios, pero lo son. 12
Junto con lo anterior está el papel canonizador de los premios. Se supone que un premio da prestigio al autor, pero esto solamente es v erdad si la obra premiada resiste la lectura y la crítica. El premio te asegura algunos lectores, pero no te asegura que saldrán de tu libro satisfechos. Incluso es posible que se pregunten ¿Cómo es posible que este libro tan malo haya sido premiado? Y ya, con eso se ha caído el espejismo del prestigio salido de los premios. El prestigio v erdadero debe salir de los poemas. El poeta debe prestigiar al premio. Los lectores, por su lado, deben acercarse a todos los poemas de todos los poetas sin pensar en los premios, becas o reconocimientos ganados por ellos. La lectura del poema no debe estar v iciada por estas cosas, porque es un acto íntimo, y a la intimidad se llega desnudo, y se espera desnudez. El campo literario mexicano está plagado de poetas llenos de premios. No debe importarle esto al lector. El lector lee poemas, no actas de jurado.
Ó: ¿Están los poetas cumpliendo una función útil en la sociedad? M: ¡Claro que tienen una función útil!, por eso no desaparecen, a pesar de que no falta el inocente que da a la poesía por muerta cada segundo día. Mira, los poetas están, cada uno, hablando siempre de sí mismos. Hacen eso porque eso es lo que hace cualquier persona y cada poeta (nunca se debe pensar otra cosa) es un ser humano como cualquiera. De este modo, el poeta habla no solamente de sí, sino más correctamente, desde sí. Desde su circunstancia habla de todos. Yo no puedo sino hablar desde la experiencia de ser Manuel Iris, pero esa experiencia es análoga a la de muchos seres humanos. Al cantar lo que me pasa, hablo de muchos. Y esto es útil porque nos hermana, nos junta, nos hace darnos cuenta de que no somos distintos, y eso es bello: reconocernos en el otro significa, tal v ez, empezar a considerarlo, a tener cuidado. O, cuando menos, empezar a entendernos a nosotros mismos. 13
Todo lo que he dicho es una función práctica de la poesía, y no es menor. Hacer humanos a los humanos no es poca cosa.
Ó: Rosario Castellanos nos recuerda en su ensayo El escritor, ese absurdo dinosaurio que Sartre, refiriéndose a Hispanoamérica, dice que preferiría ser médico, antropólogo, sociólogo o cualquier otra cosa, menos escritor. ¿Qué piensas al respecto? M: Yo pienso que cualquier escritor haría lo mismo si pudiera, pero no podemos: un escritor tiene que escribir y no puede entender la v ida, ni puede entenderse a sí mismo, sin la escritura. Si alguien puede v iv ir sin escribir, que lo haga. Yo no puedo ni quiero. Y además, los escritores, los poetas son necesarios. El mundo sin ellos sería bastante más miserable. Las palabras de Sartre hablan de la urgencia, y es v erdad: hay cosas urgentes. Pero las cosas urgentes no cancelan enteramente las necesarias. Escribir es necesario y, a v eces, también es urgente. Ó: ¿Qué sigue ahora para Manuel Iris? M: Viv ir del mismo modo sencillo con que lo hago todos los días en Cincinnati. Sigue ir a mi trabajo todos los días y regresar a casa para estar con mi mujer y a pasear a mis perros. Leer, salir con mis amigos y leer. Escribir y escuchar música y leer. Viv ir, tratar de ser feliz y estar tranquilo. Ahora no ando planeando un libro. Los disfraces del fuego me ha dejado casi v aciado, y me toca entrar a un silencio que no sé cuánto v a a durar. Lo que tarde en llegar el próximo poema. Mientras tanto quiero escribir ensayos sobre poesía y reseñar algunos libros que estoy 14
leyendo. Tengo algunos v iajes planeados pero son de índole personal, no literaria. Aunque uno nunca sabe. En general, no tengo conciencia de que ahora siga nada extraordinario, sino la aparición de la poesía, de vez en cuando. Ó: Y por último, Manuel ¿qué podemos esperar de Los disfraces del fuego? Yo espero que el lector encuentre poesía que lo haga sentir acompañado. Espero que algún poema, alguna imagen, haga sentir a quien lee que nos hemos comunicado, ambos, con alguna otra cosa más allá de nosotros. Eso es lo que yo espero. No sé qué cosa espere el lector, ni sé si la encuentre. Un libro es una botella lanzada al mar.
Manuel Iris (México, 1983) Es licenciado en Literatura latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán, maestro en literatura hispanoamericana por la Universidad Estatal de Nuevo México (EEUU), y doctor en lenguas romances por la Universidad de Cincinnati (EEUU). Poeta. Premio Nacional de Poesía "Mérida" (2009), Premio Regional de Poesía Rudolfo Figueroa (2014). Ha publicado Cuaderno de los sueños (Tierra Adentro, México, 2009), es coautor, junto con el poeta brasileño Floriano Martins, de Overnight Medley (ARC Edições, Brasil, 2014). Su último libro se titula Los disfraces del fuego (Atrasalante, 2015). Igualmente, fue compilador de En la orilla del silencio, ensayos sobre Alí Chumacero (Tierra Adentro, 2012). Ha publicado poesía, ensayo y traducción en revistas como Tierra Adentro (México), Casa de las américas (Cuba), Sibila (España) o Mapocho (Chile). Poemas suyos han sido incluidos en varias antologías, destacando Postal de Oleaje, poetas mexicanos y colombianos nacidos en los 80, publicada al mismo tiempo en México y Colombia, y la también binacional Espejo de doble filo: antología de poesía sobre la violencia México-Colombia. Ha sido becario de la fundación Charles Phelps Taft de la Universidad de Cincinnati en 2012, y del PECDA del estado de Campeche, en la categoría jóvenes creadores, en el área de poesía, en el 2013. Es miembro del seminario de investigación en poesía mexicana contemporánea de la UNAM. Radica en Cincinnati, Ohio, Estados Unidos. Email: manueliris65@gmail.com /Twitter: manueliris65 15
ILEANA GARMA (reseña) Sobre el poemario La luz que no se cumple, de Marco Ant onio Murillo
Mascarón de Proa 7:00 pm
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o era muy meticulosa a la hora de leer poesía. Me obsesionaba con la sinceridad. Con que un poeta no me mintiera, con la idea de que las palabras deben ser v erdaderas, tener relación con la experiencia propia del artista, con su historia, sus v iv encias, sus dolores y sus alegrías. Me costaba trabajo aceptar una poesía de inv ención, de la imaginación, el recurso de la historia, de traer el pasado al presente. Siempre sentí que algo se perdía con eso, que al poeta no le quedaba más que ser yoísta, sin embargo hace algunos años leí por primera v ez Muerte de Catulo el primer libro de poesía de Marco, y lo disfruté muchísimo. Es muy difícil explicar la sinceridad: cómo se puede hablar de uno mismo hablando de otro, cómo se puede reflejar el presente, describiendo el pasado, cómo la tragedia de alguien lejano, puede ser la nuestra, y sin embargo la poesía de Murillo lo logra, es lo que creo, y en aquel momento se lo hice saber, que me gustaba su trabajo, que creía que era un buen poeta. Hoy lo creo de nuev o. Mascarón de Proa es el primer poemario inmerso en este libro. Está div idido en cuatro pequeños apartados. Voy a realizar brev es paradas a lo largo de este libro, y 16
quizá me quede a v iv ir un tiempo sobre esos puentes, a v er pasar la tarde. Fragilidad de la isla 01:00 am Av ergonzada por mis prejuicios literarios, ‘Fragilidad de la isla’ se abre como un lienzo de cristal, un cuadro lleno de rostros, dónde el poeta se pierde, quiere perderse, para dibujar la tristeza, una sensación, una abstracción que él logra liberar del limbo de las palabras para v olv erla mineral: ‘Los sopladores de vidrio de Murano tienen una tristeza azul en la llaga de las manos‘. Y el poema en una forma de ev adirse, Marco ev adiéndose a sí mismo y algún artesano escapando del odio de su encierro. ‘sólo el poema permite imaginar cómo es salir de una isla’ cierra el poeta. Profundidades: 03: 17 am Mal que le pese a mis ideas, la poesía de Marco logra hablar de algo más que de sí mismo, sin poder ev itar hablar de sí mismo. Es así, la escritora siempre rev ela quienes somos, siempre nos desnuda, aunque no lo queramos. Cuando en ‘Profundidades’ Marco Antonio poetiza sobre el naufragio, un buzo frente a una mujer de ébano. Se trata de un poema sobre la belleza, la belleza de ciertos instantes, la manera en la Marco logra amar, no a una mujer, de piel o de ébano, sino los instantes, la construcción de los momentos. Marco es un director de cine que despliega una escena y la inmov iliza frente a nosotros. El buzo no puede hacer nada: ‘Nada turba la quietud de este instante. Digamos que una mujer dormida es un vaso que contiene toda el agua del mar’.
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Alfabeto de pájaros 05: 20 am Es preciso escribir poesía, es preciso leer poesía, parece decirnos Marco con estos poemas. Es preciso leer de nuev o la caligrafía de las paredes descarapeladas, la geografía de los v iejos automóv iles, las notas de las hojas amarillas de este inv ierno que apenas comienza a acrecer. Por eso el poeta apunta: ‘En secreto cada pájaro Representa una casa entregada al aire Un deseo por levantarse más allá De este arte de dibujar poemas Con hilos y alas en el calor de junio’ El artista, en general, no actúa mediante los conceptos de la lógica, mediante abstracciones, sino que posee una intuición directa de la v oluntad de v iv ir en el mundo, dice Witold Gombrowicz, y en este caso queda claro, que la poesía de Marco es una nuev a forma de leer este mundo, de rev elarlo, hacia formas que no conocíamos, nombrarlo de nuev o, porque así tiene que ser, para no caer en el pozo de lo cotidiano superficial, para no morir. Discurso sobre las ballenas 8:00 am Escribir de acuerdo a lo que estamos v iv iendo no nos obliga tampoco a nada, escribir de otra manera --contraria a lo que v iv imos-- sí nos obliga a ciertas posiciones personales sobre lo que estamos v iviendo, apunta Jesús Gardea, y es lo que me da un poco de miedo en la poesía de Marco, donde la línea del discurso no es para nada explícita. Es un trabajo de v erdaderas profundidades, de la búsqueda del hogar, de la identidad, del rostro:
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‘una ballena, dijo mientras se vestía, una ballena es todo el Mar de los Sargazos, nadie sabe dónde habitan o qué lentitud gobierna el pesado canto que extiende el nido sobre la superficie, para quien la divisa, la ballena es una casa en medio del camino entre dos mares…’ Lo que sugiere Marco es una poesía de los campos interiores, como si los pensamientos y las sensaciones pudieran pintarse de colores precisos. Coloca y arma escenarios desde los cuáles podemos mirarnos a nosotros mismo, mirarnos mirando a una mujer que es la ¿calma? ¿La libertad? El hogar, la v ida deseada. Barcos, ballenas, puentes que se extienden hacia el horizonte. Propone caminos, nos los entrega. Esto es Mascarón de Proa, de modo que uno puede entrar a este libro sin miedo, es recomendable, entrar sin ataduras e irse desv istiendo solo frente a una poesía donde los yoísmos quedan fuera, y es necesario.
Ileana Garma (Mérida, 1985). Es Egresada de la escuela de Creación Literaria de la Sociedad General de Escritores Mexicanos. Premio Nacional de Poesía Charles Bukowski, Premio Nacional de Poesía Francisco Javier Estrada (ambos en 2008). Mereció en el 2012 el Premio Nacional de Poesía Caza de Letras de la UNAM. Ha publicado los libros de poesía “Itinerario del agonizante” (Ayuntamiento de Mérida, 2006), “7 Obra poética” (Ayuntamiento de Mérida, 2012) y “Ternura” (UNAM, 2013). En 2014 fue becaria del FONCA en la especialidad de Poesía. Actualmente es directora de Manilka, revista de letras para niños y padres. 19
MARCO ANTONIO MURILLO
Profundidades Descenso al naufragio: la realidad apenas toca los pulmones del buzo, y los días del agua son más largos en la oscuridad de la madera. Allí abajo la luz pesa menos que el alma de las cosas sumergidas. Una mujer de ébano, desnuda, sin carne, es llama inmóvil. Los peces se arremolinan en sus ojos; sólo de esta forma pueden cerrarlos. El buzo le habla de un país donde el aire es como el agua, y la luz resiste a la memoria; pero la mujer, eternamente sincera, no logra escuchar más que la respiración, el profundo oxígeno de los minutos. Nada turba la quietud de este instante. Digamos que una mujer dormida es un vaso que contiene toda el agua del mar.
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Alfabeto de pájaros (Fragmento)
Los niños juegan con pájaros los sacan de sus jaulas amarran un hilo casi inv isible en sus patas y los dev uelv en al v iento. Entre risas la felicidad es una imagen donde el cielo coincide con la tierra y sólo existe el mirar. Entre risas los pájaros buscan cumplir su misión de semilla migratoria pero no saben que el círculo trazado de plumas y enigmas no v ence la mirada de los niños. En secreto cada pájaro representa una casa entregada al aire un deseo por lev antarse más allá de este arte de dibujar poemas con hilos y alas en el calor de junio. Por la noche cada pájaro v uelv e a su jaula y cada hilo de la v ida es dev uelto cautelosamente a la madre para que lo zurza u olv ide en la camisa que v estiremos mañana.
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Si el hilo se rompiera tal v ez perdieran para siempre su ritual de todos los días su ocarina circular de cielo y de tierra. Si pasara, en ese instante en que el v ínculo se rompiera y sólo quede el v uelo, la mirada perdida y por fin no exista la distancia en ese instante serían un poco más felices:
Marco Antonio Murillo (Mérida, 1986). Estudiante del MFA en Creative Writing por la Universidad de Texas en El Paso. Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos, en 2009. Premio de Ensayo de Crítica Universitaria (CONARTE), y segundo lugar en el Premio Regional de Poesía José Díaz Bolio, en 2011. En 2013 fue campeón del Torneo Express de Poesía Verso Destierro. Así mismo, ha obtenido la beca de Jóvenes Creadores del FOECAY (2009), y la Grant de la Universidad de Texas en El Paso (2013-2015). Es Autor de los poemarios “Muerte de Catulo” (La Catarsis Literaria, 2011; Rojo Siena, 2013) y “La luz que no se cumple” (Artepoética Press, 2014); y coautor de la antología de poesía yucateca Casi una isla (de próxima publicación por el SECAY). Fue incluido en el libro “En la orilla del silencio: Ensayos sobre Alí Chumacero” (Tierra Adentro, 2012). Actualmente es editor de la Revista Bilingüe Río Grande Review. 22
MELISSA NUNGARAY BLANCO 1 Adyacente ayer. Ojos de mi sombra en un millar de estrellas al esclarecer la flama, la flor respira. Duermo con la frescura del suplicio, anciana voz esclava del alma, extingo la ancestral raíz fuera del cuerpo. Prosperante frondosidad, devuelvo la dicción recobrando el tóxico poder del desliz humano. 2 Me quedo en ese círculo o pedazo de tierra con sabor a miel, gracias a la licencia que me han dado como anticipo de raíz concretamente ilustrada en arcos que hablan mucho al ir concluyendo el vuelo de adefesios que sanamente se atrevieron a dudar de la respuesta planteada en el agua que a cada paso derramó una especie entrañable donde sólo sabe e ingiere el viento. —Es el señor del tiempo— Grita el búho encontrado en las cenizas de la lluvia, sin considerar el resplandecer de la cercanía que se siente en las venas, que transcribe la pura e infinita posibilidad de ir muriendo en cada fonema que no entiendo. Fotografías en un cuento de armonía que aparecen en mi mente. Ahora recuerdo la triste y maravillosa destrucción. 23
3 Autenticidad del aire, lucidez que vuelve a mí implorando esa querida ansiedad de la corriente. Mar adentro, la frondosidad de los seres. Mítica es la palabra para definir los labios que se agrandan sobre la tierra. Una mirada muy amplia panorámica en las sombras, ángeles me llaman hacia allá. No son ellos, es la sangre la que me habla de sonidos errantes. Ojos, pulcra armonía. 4 Me piden que hable, no puedo decir, no me lo permiten. No entiendo mi lenguaje donde las aves intercambian sus picos, corrompen sus alas y muerden sus ojos, sigo pero siempre caigo en plumas volátiles de sangre estampadas en la piel, se unen en las venas. No puedo alejar lo que me hizo nacer en este siglo, no sé como volver a este cuerpo hay luces que me impiden entrar. Desecho las palabras de este organismo siguiendo el ciclo ancestral de la poesía que es la vida advirtiéndome de las horas que cantan el arte de las sombras. Tan apegada a la cueva que separa mis trozos de brazos que aún me quedan en la tierra. No puedo saber el principio de mis palabras, cansada y a la vez satisfecha de mis pasos alzo mi negra y oculta voz, y entierro mi cuerpo.
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5 Aquí sobre el interior de la luz creo en la muerte del pájaro. Llega la tarde con cuerpos de universos suicidas, adelante hombres con cabezas pasajeras. Insisto en la fantasmal palabra, giro recostada, en el olvido me encuentro un yo dueño de espejismos.
6 La muerte me desea, poseedora de mil cuerpos, me hace suya. Soy un alarido libre que navega en lugares siniestros, sin saber más del volátil ruido. Gruñido en la esquina, ramera oculta, ratón lagarto que se extiende tras la hora hundida en los senos de la mar.
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7 Sangre al aire, lenguas frotando la amplia voz mordiendo y arrancando la ira de la luz. Salta y entra al centro de la boca. Trágate esto demonio. Es un hastío escuchar: aisló el bozal de la sensatez. –Alza la lengua– dicen los altos maestros de la cordura, diminuta boca mírala, saboréala, háblale de nuevo, que sea confidencial. Es que no entienden la viuda palabra acompañada de whisky. Escocia. Una linda lengua, ahora en la clara espera de la mordedura inverosímil. Yo nunca miraré el fin del ser salvaje. Abre tu oído y extiéndelo en las cenizas de este libro.
Melissa Nungaray Blanco (Guadalajara, 1998) . Ha publicado en las revistas: Casiopea, Alforja , La Rueda, Reverso , Ciclo Literario, Periódico de Poesía, Punto en Línea, El Humo, Papalotzi, Vozquemadura, De la tripa, y Faro Cultural. Está incluida en el Muestrario de letras en Jalisco (Impre-Jal, 2007), en Medusas, cantos & sortilegios (Star/Pro, México, D.F., 2008), Canto de Sirenas (Cascada de palabras, Cartonera, México, D.F., 2010), Poesía para el fin del mundo (Kodoma Cartonera, Tijuana, B.C., 2012) y Poetas Parricidas (Cuadrivio, 2014). Es autora de los poemarios Raíz del cielo (Secretaría de Cultura de Jalisco/Literalia, 2006), Alba-vigía (Editorial La Zonámbula, 2008), Sentencia del fuego (La Cartonera, Cuernavaca, Morelos, 2011) y Travesía: Entidad del cuerpo (Editorial La Zonámbula, 2014). 26
MARIO ISLASÁINZ Este fin de semana los Soles negros cubrirán a las sombras artísticas volviéndolas invisibles, se desgajarán desde la oscuridad abarcándolo todo, las harán parecer una barca sin rumbo a la que acudir después de ahogado el mar, un silencio entre sordos imposibilitados de mirar tanta desgracia, queda la esperanza de hallar la forma de romper con la dolorosa indiferencia que lastima más allá del corazón. Y es que somos demasiados los menos y tan pocos los más, que no basta el remar con la desconfianza colgada al hombro y a contracorriente en este estéril riachuelo en el que aún algunos se atreven, cuando hasta el respirar provoca pánico al saberse inmerso en el -no se puededeshaciéndose en el inquietante –mientras-. ¿Qué hacer? Difícil resultaría el quedarse quieto, aceptar lo indefenso que se está en este significar dándose sin solucionar nada, mucho menos sacarse los ojos para deambular perdido en medio de tanta negrura, 27
intentando evadir con ello el saberse responsable de delitos no cometidos. ¿O es que lo somos? ¡Qué cabrón hacer entonces, malditos Soles negros¡ ¿Quién, quiénes para todos?, si el dolor solo crea mayor incertidumbre, tanta, que incontables han decidido marchar sin regreso, y los que todavía quedamos sobrevivimos ante el deseo de restarnos de esto que ya no es, sino pura y desgraciada impotencia.
Mario Islasáinz (Veracruz, 1959) Lic. en Psicología, Letras y Filosofía. Maestría en Literatura Hispánica. Publica desde 1981 para diversas revistas y suplementos culturales nacionales como extranjeros. Coordina talleres de creación literaria desde 1990. Dirigió la revista literaria Pasto Verde de 1993 a 2003. Ha editado más de quinientas plaquettes de escritores mexicanos y extranjeros en diversas colecciones de su editorial independiente "Letras de Pasto Verde" desde 1991 a la fecha. Tiene a la fecha publicados más de 20 libros, entre ellos, poesía, novela y cuento. Está considerado en medio centenar de antologías. Promotor y difusor cultural independiente desde 1989 hasta la actualidad.
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LUIS EDUARDO GARCÍA
El ginecólogo dijo escucho dos corazones dentro de su esposa y mi cerebro se iluminó al instante como una medusa. Imaginé tardes de futbol y scrabble. Cachorros helados, vacaciones en Disne… No está embarazada aclaró el doctor-dinero tiene dos corazones completamente saludables un milagro de la vida. Luego nos felicitó y nos fuimos a casa. De camino la tristeza cuajó en mi pecho como grasa fría. No nos iríamos juntos como la pareja de ancianos de Titanic. Cuando uno de sus corazones muriera dulce junto al mío ella seguiría viva pensando en los años futuros.
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Lindo poema a partir de Mr. Bacon El amor tiene edificaciones espinosas, claro. Caminos misteriosos. Claro. Pero según estudios recientes la mayoría de las veces no soporta el desfiguramiento. Hay varias hipótesis: 1. 2. 3. 4.
El El El El
amor amor amor amor
se aloja en la epidermis. es frágil como una membrana. tiene facciones finas. no sabe armar rompecabezas.
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Samuel 14:11-16 (Versión didáctica)
11 Dijo ella entonces: Te ruego, oh rey, que te acuerdes de Jehová tu Dios, para que el vengador de la sangre no aumente el daño, no sea que destruya a mi hijo. Y él respondió: Vive Jehová, que no caerá en tierra ni un cabello de
la cabeza de tu hijo. 12 Y la mujer dijo: Te ruego que permitas que hable tu criada una palab ra a mi señor el rey. Y él dijo: Habla. 13 Entonces la mujer dijo: ¿Por qué, pues, has pensado tú cosa semejante contra el pueblo
de Dios? Porque al decir el rey estas palabras se culpa a sí
mismo, por cuanto el rey no hace volver a su desterrado. 14 Porque de cierto morimos y somos como aguas derramadas por tierra, que no pueden volver a recogerse; ni Dios quita la vida, sino que proporciona medios para que el desterrado no sea de él excluido. 15 Y si yo he venido ahora para decir esto al rey mi señor, es porque el pueblo me ha atemorizado. Y tu sierva se dijo: Hablare ahora al rey; quizá el haga lo que su sierva le diga. 16 Pues el rey oirá para librar a su sierva de mano del hombre que
me
quiere destruir a mí, y a mi hijo juntamente, de la heredad de Dios.
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El pez hecho carne de dolor es una maravilla tecnológica. Es el más fresco y aromático hace milagros es el anti-semental más hermoso del pueblo no contiene sodio es más azul que lo más azul que hayan visto y combina con todo: lanzas, ajo, resurrecciones sus escamas curan la ceguera su esqueleto nunca se hunde
(es un misterio).
No batalle más con las vísceras el pez hecho carne de dolor ya está prelavado. Llame ahora y disfrute de la máquina divina para la transfiguración y la redención a un precio inigualable.
Luis Eduardo García (Guadalajara, 1984). Es autor de Dos estudios a partir de la descomposición de Marcus Rothkowitz (FETA, 2012), Instrucciones para destruir mantarrayas (Filodecaballos, 2013) y Una máquina que drena lo celeste (Zindo & Gafuri, 2014). 32
ROSARIO G. TOWNS Edna despierta Edna despierta con huellas enarenadas, piernas humedecidas. Tiene el torso bronceado, los años al descubierto; sonrisa coral y mirada al horizonte. Con cabellera revuelta y manos como estrellas marinas, se incorpora perezosa dejando rastro de sal, viento cálido entre estelas fluorescentes de luna. Al encanto discreto del trópico, entona su voz leve, sensual para evocar albatros; es libre al romper grácilmente la hora prima del alba. Mientras le miro especial, mágica, soy tan pequeña como ella… comprendo que Edna soñó: ser una sirena.
Hora rota Dejar de existir, comenzar a ser ya reptil ya pájaro Que éste resurgir sea estela en que se halle motivo y destino al florear la hora rota de las incógnitas. 33
20 + 1 de marzo Fue Día del Poeta y todo les pasó como si nada en calendario. Para nosotros, fue de menos smog impuestos y más nubes por descifrar. Vivimos en paralelo, de otro modo; algunos, taciturnos de melena y habano otros, con cara de cualquiera y el peligro en una pluma. Si topan con esta especie, analícen imiten intenten vivir con una locura clavada entre la garganta y la ingle; intenten vivir con un soñar rebeldísimo zurcido a lo largo de la espalda y que salpique chispa emocional, sobre todo, en días de lluvia; 34
intenten vivir con ojos de inspector a buen sueldo, transcribiendo el alma desde un secuestro consensual a plena calle, en un café o sobre un cuerpo sudoroso de bienamado. Si lo logran, quizá no aprendan Poesía ni tomen el lápiz con estilo, pero sabrán que pese a odiosos, somos imprescindibles.
Rosario G. Towns Nació en el Estado de México. Cuenta con una vasta publicación en lengua inglesa y española. Ha fungido como jurado, prologuista, crítica y organizadora en gran cantidad de eventos culturas, así como fundadora, directiva y miembro de número de varias agrupaciones literarias y editoriales. Ha recibido diversas distinciones por su labor poética. 35
JORGE BUSTAMANTE El fantasma Aquella sombra inadvertida posada al costado de la cama, expiada en una figurita empolvada en el desván emanando nostalgias pasadas. Aquel ser condenado al anonimato de su cintura, de sus manos, de su tacto, paliativo contra su soledad. Aquel rostro exiliado de los álbumes de la histeria del amor del delirio incontinente de la pasión. Sombra esbozada del ausente sepultada en el ataúd de la perplejidad. Aquel fantasma nace en las costas del olvido en la reminiscencia de aquella mujer, ambos de acuerdo en casi nada cada encuentro se juega el pan y la desdicha del ayer.
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Del poeta que explica al amor que es olvido y algo más II “Es cierto porque es imposible” Tertuliano Quien si no tú yo, nosotros, El conjunto: de puntos suspensivos… IV Nosotros, Los infaltables: los que esperan los que señalan la luna con ojos de gato los que se sueñan en balcones alunados. Nosotros, Los infaltables: los del deseo manco, el corazón cojo los que no aprendimos a olvidar, los que somos los que seremos.
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Como la poesía se trasforma en una panoplia contra la realidad
“Que mes será en t us ojos qué hora será en t u vida, qué pensaran de mi t us piernas”
Euler Granda A veces el deseo debe ser puesto en papel tapizado en un libro, documentado en un desván escondido de su cuerpo por temor a la culpabilidad, A veces el deseo es un pie de página ignorado en el dialogo frente al espejo, una palabra, no un cuerpo, un único lenguaje castrado por la indecisión. ¡Ah! pero cuando el deseo es piel, es palabra, es revolución, sería mortífero almirez si alcanzara al otro. Pero a veces y de vez en cuando: el deseo es la antesala de la frustración esa revista marchita en la sala de espera, que como de costumbre, volverá a ser palabra en un papel.
Jorge Bustamante nació en Quito en 1994. Autor de Histeria y otros delirios (El ángel editor, 2014). Ha escrito para la revista Utopía. 38
PACHO DE LA VEGA Serie: Marionetas Técnica: Fotografía digital No hay casualidades, somos títeres de nuestra inconsciencia. Carlos Ruiz Zafón
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FRANCO BOCZKOWSKI De Sarmiento a Córdoba En verano los regresos son más apacibles. Ant es cuando volvía de noche, t arde.
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o podías fijar la mirada. Aunque quisieras no podrías. A veces un punto cualquiera podía imponerse como objetivo, casi de forma independiente a la voluntad de la vista, pero antes de que seas consciente de que había acaparado tu atención, desaparecía sin que puedas aunque hubieses girado rápidamente la cabeza hacia atrás en su búsqueda. Volver a encontrarlo. Iba pasando a tal velocidad que no era concebible establecer con eso que te rodeaba durante unos segundos ninguna forma conocida de familiaridad. Iba pasando y no podías fijar la mirada. Si la concentrabas en un punto cualquiera, un árbol o una casa un poco más lejana, la sostenías por un tiempo quizá considerable en relación con lo rápido que pasaban otros puntos, pero finalmente como una fatalidad que imposible de evitar, la distancia puede en todo caso al menos demorar. Se salía del cuadro. No podías fijar la mirada. La podías alejar, llevarla casi hasta el horizonte, has ta donde ya a esta hora, y a pesar de que del otro lado los rayos fuertes del sol, incomodaban fastidiosos. Se veía medio borrosa, la luna, y se empezaba a notar una línea difusa de oscuridad. Si la llevabas hasta ahí, podías sostenerla por un tiempo, que parecía una vida entera, o al menos, un fragmento de tiempo que podía ser medido aunque fuera discutible que se pueda llevar hasta allí la mirada sin distorsionar lo que la verdadera mirada implica, es decir, percibir algunos rasgos, más o menos detallados de lo que se ve. Con la distancia podías, si bien no evitar, demorar la desaparición y prolongar el transcurso de la atención a la nada. Más acá, no podías fijar la mirada. Más allá, era cuestión de atemperar el movimiento postergando el instante en que
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la mirada también haya pasado y deba buscar nuevamente un punto fijo, aunque eso sea, más allá o más acá, ciertamente imposible donde posarse. Hasta hace un momento era todo menos fugaz, más asible. Incluso era quieto, todo tan quieto, que el movimiento se percibía desde antes que comenzara, cuando era simplemente una ilusión o una amenaza, el anuncio de que una espera inmóvil terminara para iniciar antes de que el polvillo se haya vuelto a depositar en la quietud, un lento recorrido que lo iba a hacer, otra vez, moverse y volar. Y luego de eso, también, era todo, es decir, el polvillo, los árboles, los animales, las casas, cualquiera de los puntos en los que hubieses podido, si querías o intentabas hacerlo, fijar la mirada menos fugaz. Podías, si querías, al menos por un instante, o un lapso que en relación con los otros, o con lo que vendría después, sería más o menos considerable, fijar la mirada. Hasta hace un momento podías, pero ahora, salvo que la distancia da la ilusión de que no es tal la velocidad, o de que los puntos más lejanos permanecen más tiempo, o no se alejan tan rápido porque están todavía, a diferencia de otros que ya no están. Aunque estaban cerca, podría decirse que están más cerca; ahora ya no. Ahora ya no podías. El cambio era paulatino, pero llegaba abruptamente, porque cuando te dabas cuenta, ya no podías: había cambiado, era distinto. Era dist int o: no había dónde fijar la mirada, ni había t ampoco, mirada alguna. Antes, cuando volvía de noche, era distinto: no había, al parecer, nada en que fijar la mirada. Hacia afuera, la oscuridad llenaba el paisaje, si es que aún después de que el transcurso de la jornada los hubiera ocultado. Cabía llamar paisaje a un par de árboles que, de tanto en tanto, fugaces, se aparecían para rápidamente desaparecer, y que en el momento del regreso ya habían sido reemplazados por algunas luces recónditas igual de fugaces, de un amarillo pálido, alrededor de las cuales sí se podían ver por un instante revolotear los bichitos nocturnos. Los bichitos nocturnos a veces entraban por la ventana, no ésta sino otra, porque por ésta no podía entrar otra cosa que no sea la oscuridad, o al menos la sensación de oscuridad que hacía que no puedas fijar la mirada, o que no 45
veas que haya algo sobre lo que se pueda fijar la mirada excepto por un pastito, algunas líneas, rayas sobre el asfalto, continuas o de trazo intermitente, bien cerca siempre, no lejos, porque lejos no había nada que mirar, salvo quizás, oscuridad, que era como no mirar nada. Era otra ventana aquella, distinta, por la que podían entrar los bichitos nocturnos, o las voces, o el ruido de un golpe para despertarte en plena noche. Más acá o más allá podías ver, no importaba la distancia, incluso hasta la otra hilera de casas y las del costado a través de un parque pequeño de veredas diagonales, hoy plagado de árboles. Más acá podías ver los árboles: un fresno, dos palmeras y también pegado a la ventana, un cantero que a veces luego de una poda, podía servir de asiento. Más acá o más allá, era indistinto, no pasaba, no se iba, podías fijar la mirada. Detenerla y ver por ejemplo, en un rayo de luz que ingresara oblicuo, bailar a las partículas de polvo hasta que luego de varias vueltas e interminables contoneos, se depositaran pacientemente en el suelo, o más fugaces e intranquilas se salieran casi con violencia de la exigua franja de luz. Pero sí pasaba, en realidad, y hasta se movía aunque hubieras podido fijar la mirada y detenerla. Sí pasaba. Un tiempo antes había sido distinto, o había parecido ser distinto. El parque, pequeño, era una plaza rectangular y vacía, con un cantero y otro en el medio, dividiendo el espacio que ocupaba el suelo irregular en el que jugaban los niños. Quieto, fijo, inmóvil en la ventana que lo enmarcaba como un cuadro, el espacio dejaba ver el otro borde, los costados, los límites marcados difusamente por calles también difusas sin veredas. Como ahora de golpe la calle recién abandonada a menor velocidad no ocupa el espacio de la ventana sino que lo hace un terreno amorfo, sin camino, ni césped, ni huellas que lleven a la garita, donde un grupo espera, paciente o no. Parece posible fijar la mirada y asegurarse que es el mismo punto que antes ahora. Afuera es el mismo y adentro es el cambio. Ya no hay en el terreno nadie que espere. Sí hay… del otro lado, o sea de éste, quien es esperado y que ahora más cerca, ya no está fijo y sin embargo, se puede sobre él fijar la mirada como ahora y devolviendo la indiscreción la fija sobre mí. Y yo la desvío otra vez hacia la ventana para comprobar q ue en este momento empiezan nuevamente a ser fugaces los puntos, de más acá, y de más allá, indistintamente.
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Más acá o más allá: era indistinto. No había tampoco mirada alguna cuando era todo oscuridad. Si traías más acá la mirada podías leer las palabras; se aparecían, fijas y amenazantes: “emergencia”, “salida” o “rompa el vidrio”. Y allí se quedaban, no pasaban, o si pasaban lo hacían llevándose también la mirada. Las inscripciones en el vidrio pasaban igualmente, aunque un momento antes, no. Pero ahora pasaban, como pasaba lo que estaba más lejos, más allá, y lo que estaba más acá, incluso más rápido. Un momento antes no y ahora sí, pasaban, como pasaban también por la ventana aquella, la otra, aunque hayas podido fijar la mirada, el fresno, las palmeras inmóviles o moviéndose. Y había sido una vez, no podía fijar la mirada en el suelo que iba pasando abajo, hacia atrás, pero sí podía mirar mis manos que aunque parecían quietas, simplemente apoyadas, se movían por encima del suelo en sentido contrario. El suelo era esquivo a la mirada, iba pasando, pero lo que sí podía ver, aunque se movían, eran mis pies, o al menos la punta de mis pies: el derecho ahora, el izquierdo ahora y así alternativamente, nunca los dos juntos siguiendo el recorrido del pedal, o más precisamente, imponiéndole al pedal el movimiento establecido, fijo, cíclico. Y esa vez había sido así: tampoco podías fijar la mirada, ni en el suelo, ni en las piedritas que parece que crecían en el terreno que formaba el camino y entre las cuales pasaban colándose, las ruedas negras y finas, primero una manejable, luego la otra más estable, pero menos dócil; ni tampoco en las casas que, dispersas se ubicaban separadas del otro lado de la zanja que hacía de cuneta, y a la que no bordeaban ni cordón ni vereda. Podías, desde donde yo estaba, sí, fijar la mirada en un árbol que un poco más lejos parecía querer imponerse solo con una especie de pedantería descarada a la chatura del horizonte. Podías sostenerla en el tiempo y llegar incluso a reconocer el tronco del eucalipto, pero de un instante a otro ya no. El árbol, que había parecido inmóvil, y que hasta había ido aumentando su tamaño como una amenaza de permanencia y de reinado absoluto sobre todo lo que en su aura hubiera estado incluido, se sumaba ahora al movimiento, pasaba como el suelo, como las piedritas del terraplén, como las casas. Arriba, las nubes empujadas por algo más que el viento, 47
pasaban también y se movían, en sentido inverso, es decir, en el mismo sentido que el camino y formaban por encima incluso del árbol, figuras que ni quietas se podían descifrar. El árbol cada vez crecía más, como si en lugar de desaparecer, más o menos rápidamente, como lo hacían el suelo, las piedritas del terraplén, las casas, quisiera con soberbia evidente imponer de manera definitiva su presencia como única totalidad entre tanta nada, como una reserva mansa de estabilidad y quietud entre todo lo que a su alrededor sólo parecía fugarse, moverse, irse. Podías fijar la mirada, sostenerla un tiempo, pero de golpe, abruptamente, desaparecía y ya no se veía. Arriba las figuras pasaban, se movían, y venían otras, pero abajo había desaparecido, había quedado atrás, envejecido como un hombre aunque un momento antes era un gigante, un momento antes era todo menos fugaz, más asible. Un moment o ant es era t odo menos fugaz, más asible. Ahora, más acá o más allá. Era indistinto; lo quieto y lo fugaz se movían, pasaban a una misma o distinta velocidad. Podías, podía, sin embargo, de haber querido o no, como de hecho lo fue sin querer casi como una fatalidad o imposición, como si no hubiera otra cosa que ver porque todo huía, se escapaba, entonces podías y podía mantener fija la mirada al menos por un rato, un tiempo considerable o no según el parámetro que se tome para medirlo, en la luna que a medida que la sombra iba ganando terreno adentro, se dibujaba más nítida y parecía haber vencido una timidez que apenas unos minutos antes la obligaba a mantenerse oculta, mimetizándose con el cielo, y unos minutos después casi desaparecería por completo y la dejaría ocupando, firme, el lugar que le correspondía, bien visible, al alcance de todos los que de este lado quisiéramos o no fijar en ella la mirada. Pero tampoco podías, porque unos minutos antes y unos minutos después lo impedían. Tampoco podías, entonces, fijar la mirada en la luna: también pasaba. Y lo que estaba más cerca, parecía pasar más rápido como si no valieran nada unos minutos antes y unos minutos después, y no hubiera tiempo para cambiar y ser la luna. Pero en realidad no
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era diferente, más acá o más allá, pasaba la distancia entre un punto y otro, pasaba. Es indist int o, es la demora, la dist ancia ent re un punt o y ot ro, aunque quisieras no podrías. Llegando el verano, los regresos son más apacibles. No se ven sólo las inscripciones en el vidrio, sino más allá, un cielo detenido, midiendo con la luz la demora entre un punto y otro. Se regresa a esa hora, de pie, apoyando sobre el costado del respaldo de algún asiento, la parte baja de la columna y se observa, más acá o más allá, variando la demora con la que transcurre el paisaje, lo que hay del otro lado, o de éste, de la ventanilla. Más acá o más allá es indistinto, pasaba y no se podía, ni en lo que estaba lejos, ni en lo que estaba cerca, ni en lo que estaba fijo, detener ni un instante la vista, por más que se pueda dividir al instante en infinitas partes y entender lo inmediato como transcurso, aunque quisieras no podrías… fijar la mirada.
Franco Boczkowski nació en Presidencia Roque Sáenz Peña, provincia del Chaco, en 1983. Reside actualmente en Córdoba, donde trabaja como docente. Su primer libro de poemas, Razones Personales, ha sido publicado por Editorial Nudista (Córdoba: 2013). 49
NO. 1 DÍA INTERNACIONAL DE LA POESÍA
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Responsables: Daniel Medina Rosado Daniel Sibaja Mary Carrillo
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