BISTRÓ - No. 2

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No. 2


Bistró No. 2, abril – mayo 2015

Director: Daniel Medina Rosado

Consejo Editorial: Daniel Sibaja Mary Carrillo

En el número: Irma Torregrosa Aleqs Garrigóz Diana M. Deri José Ramón Peces Ángel Fuentes Balam Armando Pacheco Celeste Enríquez Adair Zepeda Pablo David Minini Luis Eduardo García

Arte Visual: Lenka Klobasova

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Melissa llegó al mundo sin saber que ya no es mundo. No sabe que el amor de su madre está incompleto. No sabe que nuestros pies se han endurecido del dolor. No sabe que vino a perderlo todo.

Melissa duerme y su padre grita su nombre ensangrentado mientras los poderosos clavan las uñas en nuestras sienes mientras nos roban el rostro mientras arrancan los ojos que no han dejado de llorar.

Melissa llora y no sabe que su llanto es el nuestro el de los hijos que aún no nacen el llanto de los muertos y los desaparecidos el ya casi extinto latir de la tierra. 3

Melissa no sabe contar, no sabe exigir, no sabe más que gritar una rabia que no sabe que es rabia de mover sus piecitos y sus manos, como otros niños sin padre como otros niños que no saben que vinieron a perderlo todo.

Melissa no sabe que su amor ha sido violentado que sus abrazos están mutilados y que somos cobardes para descosernos las bocas y gritar que su risa es lo más puro que nos queda.

Irma Torregrosa


EL PRIMO

Desde siempre, hasta siempre hay alguien semejante a nosotros en vigilias, pulmones, agonĂ­a. En capacidad de exterminar... o pereza. Alguien que nos comparte su mirada para habitar en nosotros y que nosotros, asĂ­, le demos vida.

Es un secreto a voces que todos sabemos.

Pero si uno habla de ĂŠl, se nos vuelve una loza en la espalda que, si bien nos salva del acribillamiento, te curva de humillaciones. 4


VALS

Contenme en el círculo perfecto de tu abrazo para que pueda perderme en las laberínticas promesas de la ciudad donde los espejos se trizan; y en el breve calor de tu vals mortecino recordar que sin cesar me llevas por las máscaras de ademanes caídos y sin cesar llegamos;

que el cansancio es hermoso pues libera blancas palomas de nuestro pecho afligido: la antigua cripta de un funeral de escombros;

recordar la distancia cada vez más fría que nos va separando de nosotros mismos, 5

de nuestro amor contenido en una lágrima que tiembla y se precipita con la belleza de aquello que no vuelve.

Quiero tenderme cobijado en una sábana sin orillas, al final de la nota de esta vaporosa música que asciende y se estrella en la alta bóveda y condensa y escurre y en un mar de nostalgia nos envuelve.

Aleqs Garrigóz


MITÓMANA DE RUTINA

Entre páginas encontré excusas y explicaciones, literalmente. fue así el cuestionamiento, el porqué de las razones detrás de mis manos y dedos. cuenta cuentos me vi de rutina diaria descubriendo que si mancho las hojas es como salvación de lo que busco creer. mi única razón es no sentirme tan culpable, hacerme ver que aún existe una verdad dentro de mí.

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Diana M. Deri


SOMBRA DE MI CALZADA

Cuando más camino, frágil es mi recuerdo. Tú, mi pueblo querido, la tierra de mis anhelos. Paseo por tus calles, en el frugal silencio. Por más que te miro, el ayer no lo siento. El rosal de tu plaza, testigo de un primer beso. Y el frescor de su fragancia, se quedó en el cimiento. Sombra que cobije un bautizo, calme un luto en entierro. 7

expoliada se ve la iglesia, árboles de un encuentro. Pocas sombras te cobijan, donde paren los abuelos. A comentar sus historias de lo que un día fueron. Ya mi pueblo querido, ese que tanto anhelo, Poco queda de ti que avive mis recuerdos.

José Ramón Peces


La noche no tiene brazos, solamente espuma que arrastra las últimas vacilaciones de mi cuerpo; soy una ola que golpea el peñasco de la soledad gigante, erosionando su piel, su angustiosa capa de caídos dientes que recogió de mis soñares hoscos.

La noche no tiene brazos que sujeten mis hombros ni mi nombre, carece de manos que acaloren mi pelambre. Entre sombras intento asir el volumen de una garganta que siembra un antiguo horror entre los hombres con su grito de impiedad y lumbre.

La noche no tiene brazos que sostengan el mundo, ni dedos para hacer la cruz. La noche no rodea como madre mi espalda rota. Los perros aúllan plegarias para extinguir la luna.

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Entre un amasijo de uñas y arena conservo las caricias de la noche. Nadie rasga los vidrios de mi habitación o mi faz turbia. Yo recuerdo cuando le amputé los brazos: quiso amarme.

Ángel Fuentes Balam


DIÁLOGOS MORTUORIOS (EL SER QUE VA MURIENDO)

Aquí me tienes como el pez que ha muerto exiliado de sus mares más profundos, como el niño que está a la espera de entrar a la pubertad y aún le faltan los años; me tienes atado como el tiempo a su pasado. El oráculo de todos se va cumpliendo: primero grietas nacen en la piel se marcan las décadas en los poros el sudor se va secando en la epidermis emana olor fétido

presagio de un entierro;

se sigue con el dolor: llagas en el momento del éxtasis temblor en las piernas las manos trémulas, ya inútiles los objetos lejanos la nubosidad en los ojos golpeados por una luz antigua; se llega al final: caos en la memoria el cerebro muta en ciruelo putrefacto agonizante el cuerpo se desvanece huesos calcio polvo entre las venas el corazón lento (maquinaria carne la savia derramándose líquido umbroso pálpitos desesperación la espera pausa entre latidos) las vértebras la piel las arterias híbridas texturas decadentes. Y aquí me tienes revuelto en pensamientos

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en el huracán de mil recuerdos, absorbiendo fragancias de hospital escuchando lamentos desquicios torturas; me tienes vigilante en la búsqueda constante de tu manto oscuro frágil penetrante…

Armando Pacheco

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AWENILI

No queda nada. Pero muerta te amo y nos amamos, aunque esto nadie pueda entenderlo.

Raúl Zurita

En ti camino: estoy desnuda: no sé dónde estoy. –Confundida, he despertado a un sueño horrible– ¿Eres tú? No pareces tú. Busco reconocerte en desiertos y praderas: Sí. Estás aquí. Más no sé si dormitas o has caído.

Mis pies están mojados, hay muchos charcos.

–¿Cuándo llovió así?–

Despacio avanzo. A lo lejos, escucho el rumor de algunas voces pero un ruido inconmovible las apaga. Se fuerza el silencio. La palabra que busco es miedo. Llueve otra vez.

Desde ti te miro, desde ti me atrevo a hablarte: despierta, levántate o despierta

–mi voz es suplicante–

pareces no verme, no escucharme, no sentirme y entonces noto: te estás ahogando.

Acaricio lo que de tierra en tu piel queda. Te recorro: tienes forma de niña huérfana.

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En tus grietas mis manos se hunden, también mis pasos y caminar cuesta.

–Caminar cuesta–.

Sobre tus piedras lanzo un llanto arrebatado. Sobre tus lápidas improvisadas lanzo un llanto arrebatado que es opacado por esta lluvia escarlata que no escampa. Me siento traicionada por tu impávida sordera, pero soy yo quien así, entonces te traiciona. 12

Incrédula y horrorizada contemplo tus presas desbordarse, cubro mi rostro y entonces llega el eco de antiguas primaveras, –de soles viejos– pero es de noche otra vez. Y otra vez llega y me arrastra este diluvio absurdo que te emana.


–Caos. El sabor de las lágrimas. El sabor de los ojos cerrados. No sé si la lluvia cae del cielo o si nace del dolor de tus entrañas. De nuevo el rumor de las voces. De nuevo la letanía lejana ya esperada que el ruido calla. Sé bien que la volveré a escuchar mañana–.

Amanece. Me incorporo con lentitud insoportable pero esta vez, sobre el vacío, ya no sobre ti, pues ya te llevo en mi espalda, como una cruz a cuestas.

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Celeste Enriquez


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EL REFLEJO DE KASIA

El cepillo acaricia la melena por detrás del cuello, dejando caer los ensortijados rizos sobre los hombros. Detesta la facilidad con que sus cabellos se enredan a cada rato. Es difícil reproducir con fidelidad la imagen que ve de sí misma cuando cierra los ojos con la suficiente fuerza. Las ondulaciones en su cabello imitan al de las muñecas antiguas, y la idea le parece bastante simpática. Ella es parecida a una de esas muñecas, un artefacto místico. O intenta serlo. Contempla su cabello con atención, aún inconforme. Sólo otro poco. Es más sencillo ir a la estética para evitar el enfado, pero no es lo que quiere. Kasia se entretiene ante al espejo, cuidando cada detalle; debe encontrarse del otro lado del cristal… tan cercano a lo que desea. Kasia ese es su nombre. Mientras más mira en el espejo más nítido es el recuerdo de la insatisfacción que le acompaña desde la infancia: no ser lo que siente que es. Pero sonríe. El gesto en su rostro es tímido, casi invisible. Piensa en ese espejo, en ella y en quien está del otro lado. Se observa, silenciosa. El reflejo que vuelve hasta ella cambia a cada momento, ya por la luz, ya por el movimiento. El cuello traza las líneas de su identidad única, la correcta. Ojos fijos en otros ojos. Más allá, a la interminable distancia de los cristales, el rostro del varón se complace al mirarla. El peso del mango del cepillo de madera anima su mano, mientras espera, con pequeños círculos en el aire. Las cejas gruesas, los labios caídos, la quijada torcida en su mueca de satisfacción. Él le mira, mira cómo se desenvuelve en su transmutación nocturna. Lleva el cepillo de nuevo por detrás de la nuca, y jala una y otra vez. La belleza está en el cambio. Y ella lo hace, siempre es algo distinto. No es que no le guste el modo en se ve, sino que quiere abandonarse a sí misma frente a lo que siempre ha sido. Es una dama. El espejo abre sus aguas para dejarle ver la profundidad de sus ojos, y a través de ellos la flama de su inocencia busca el camino que reivindique su sed interna. Todos quieren ser hermosos, es lo que más les importa. Kasia busca complacer la verdad enterrada en los límites de su cuerpo. El hombre acaricia sus manos cuando ella devuelve el cepillo a la mesa. Ella se pone en pie un momento, luciendo el talle del cuerpo. La belleza es el deseo elemental, el orden que rige su mundo. Kasia disfruta lo que sus ojos reconocen ante el espejo. Se alegra. Toma el lápiz labial. Tiene uno para cada noche de la semana; no le gusta repetir los colores. La monotonía causa demasiada angustia. El deseo de ser hermosa guía los dedos sobre los labios. La cera se deposita con gracia en la boca abierta. Cada vez revive la primera vez que lo hizo, su florecimiento, su regreso a la verdad. Hoy escoge un labial azul, casi metálico. El tono resaltará sobre la piel dócilmente morena apenas los destellos de las farolas nocturnas alcancen su boca. Parece que trata de besar la nada. No es posible que no piense en las palabras de Julio “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca…” La figura que brota en su mente se acerca a cada momento, y se funde con ella. Del interior de su bolso emerge una cucharilla pequeña, como de postres. Se enchina las pestañas con ese objeto desde la secundaria, cuando apenas era un juego; aprendió a fuerza de observar a sus amigas en los descansos entre clases. El destino tiene un cruel sentido del humor. Kasia es parte de la comedia terrenal.

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La pantalla del celular dice que son las siete veinte. Afuera ya oscurece. El pasillo de la vecindad se extiende frente a los departamentos hasta la calle, poblada por macetas y una escalera que llega hasta el tercer piso. El suyo es un hogar modesto, humilde si se quiere. Por fuera es apenas otra serie de habitaciones, idéntica a las demás, que guarda en su interior el mundo que ella se ha construido, un santuario en el que no tiene que fingir lo que no es. Las paredes descascaradas muestran las huellas de las lluvias del año anterior. El concreto lleno de cuarteaduras resiste el paso del tiempo. Resiste. Kasia termina con las pinceladas del rímel y se pone en pie. Examina con severidad la figura que se yergue en el espejo de la recamara. Necesita ser honesta consigo misma para encontrar lo que busca. Es hermosa. La falda entallada se pierde gradualmente sobre los muslos gruesos y lisos, que aún conservan la humedad de la ducha, ligeramente abiertos. Por encima, el resto de su cuerpo posa ante los ojos vívidos. A Kasia le fascina la forma en que la luz recorre sus nalgas atrapadas en la tela blanca. No puede evitar transitar con las yemas de los dedos el nacimiento de la cadera. Es un vestido sensual. Sin dar aviso, el sueño se traslapa con la realidad. Los delicados bordes de la blusa acentúan su femineidad reconstruida, transformada. Ya es lo que debe ser. Se polvea el rostro. Está lista. Sólo resta esperar. A las ocho, o un poco más tarde, habrá de llegar Zaida a la puerta de la casa. Siempre impuntual. Entre ambas existe un lazo inexpresable de fraternidad que les vincula, una unidad que las hermana. Son seres semejantes, y esa identidad mutua les ha servido para comprender la alianza que se han forjado, su amistad. Se tienen una a la otra cada que salen al mundo y enfrentan la batalla de quienes no quieren estar solos; las dos juntas son capaces de invocar la sangre que irradia aliento. Zaida y Kasia. El asfalto de la ciudad se extiende en las avenidas y callejuelas que rodean la cuadra, conocidas hasta el hartazgo. La calle es parte del hogar. A Kasia le impresiona la jovialidad destrabada de Zaida, libre de conflictos o temores, que llega a rayar en el cinismo. Es genuina, quien desea ser. Viste y camina del modo en que únicamente ella podría hacerlo. Sin embargo, guarda razón de su propia naturaleza como un acto de nostalgia. Se ha encontrado, decía Kasia, ella si lo ha logrado. La geometría de su cuerpo se remarca con los músculos ligeramente definidos debajo de las ropas. En algún momento tendrá que llegar. El resto de la noche les aguarda por delante, llena de secretos. La vida es difícil, algo cruenta. No hay mejor manera de decirlo. Es muy ingrata. Está llena de rincones oscuros que muchas veces ahogan los pensamientos. Pero se puede encontrar la forma de sobrellevarlo, Kasia lo sabe. Apenas salir de la Maquiladora de electrónicos llega a su casa para cambiar el sobrio uniforme por una vestimenta cómoda. Descansa lo que puede. Escucha música y platica con la vecina divorciada. Sobrevive. Más no es suficiente. Cuando el atardecer comienza a dejar detrás los rayos solares ella se encuentra preparando el ritual diario de buscar el máximo refinamiento posible. Las deudas le obligan a buscar la perfección que los cromosomas de sus padres le negaron de tajo… Cada automóvil, cada esquina plagada de transeúntes y luces, cada semáforo que brinda la excusa para que alguien le hable, cada posible cliente foráneo que sonríe

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detrás del parabrisas, el golpe los tacones sobre la banqueta… todo lo que la oscuridad contiene como una extraña verdad. Ella se alimenta de las maquinas, y el ruido, y los secretos. Pero sobre todo del amor, de la sed infinita de amor que despierta la carne. Siempre con prisa, siempre con miedo, siempre en la acera. La plata falta. Por fuera de la puerta de su santuario, ella cambia. En algún momento entre las losas de la sala y el cemento colado que sujeta la barandilla, ella cambia. Abandona la gracia para surgir como una luciérnaga de humo que esquiva las luces de la avenida que quieren acribillarle. Trata de lucir radiante para cada rostro que le mira, y después de observar de uno a otro lado, le abre la puerta del copiloto. El cuerpo camina por inercia, dejado de la voluntad, que aguarda lejos de la llovizna de la noche temprana, del ruido de los motores estacionados en doble fila. No hay placer en ciertas habitaciones de la ciudad, sólo compromiso y el henchido sabor del dinero sudado que se paga con las ventanas cerradas. Ella no es como las mujeres que anidan en la negrura de las cortinas cerradas de los negocios, piensa con rabia, no ha nacido con esa belleza despreciada por el maquillaje grotesco; no, ella es una dama, siempre lo ha sido, pese a todo. A cierta hora, nadie nota si las puertas de los hoteles sirven para salir o entrar. Ocho y dieciséis. El tiempo es una obsesión de quienes esperan algo… lo que sea. En una ocasión Kasia estuvo a punto de golpear a una madrota. Fue en una calle famosa de la ciudad, uno de los paraísos clandestino, de los que no se hablan en voz alta. Allí donde llegan muchos sedientos de amor, una enorme calle iluminada, plantada con cuerpos, corroída de beldad hasta el suelo. Fue donde conoció a Zaida. La mujer, cuarentona y enfundada en un vestido anaranjado, le culpaba de robar los clientes de sus chicas, y los que eran como ella, esas abominaciones. El golpe de la falsa moralidad era irritante. La sed que anima las manos se rige por la tibieza del cuerpo, no por buenas costumbres. Los automóviles iban y venían, unos paraban, alguien subía o bajaba, otros desaparecían al fondo de la calle. Zaida llegó en su ayuda contra las mujerzuelas que se habían juntado, y le acompaño de camino a casa entre gritos y burlas. Se convirtieron en buenas amigas porque necesitaban serlo. El negocio es muy sencillo: hay que conocer la ciudad, tragarse el orgullo y el coraje, salir, y convencerse de que vale la pena una noche más. Las mujerzuelas tratando de mantener la sonrisa, los judiciales siempre ambiciosos, los mismos pervertidos que comienzan pláticas grotescas y no dejan de pedir cosas de lo más extrañas, los dolorosos espectaculares que contemplan cada noche la dirección de todos los pasos. La oscuridad rodea las calles, las llena de fantasmas y falsos demonios. Kasia sabe que el mundo es un lugar demasiado hostil, y sabe también que no puede hacer nada, sino aguantar mientras pueda. Suena el timbre. Es Zaida, impuntual como siempre. El bolso debe estar en la sala, a un lado del comedor, sobre el mullido sillón. Se levanta y mira de nuevo en el espejo. Es perfecta. Tan perfecta como la noche que duerme entre las fachadas de los edificios deteriorados. Sonríe. Nunca es realmente tan malo, sólo hay que dejar atrás el corazón. Suena otra vez el timbre. Abre la puerta y saluda a su amiga.

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Sale. Va a cerrar la puerta. Por un mero accidente, o quizรกs nostalgia, mira su rostro reflejado en el vidrio de la puerta. Aquella figura no es como la del Cristo en la cabecera de su cuarto, lleno de bondad. Una lรกgrima se pierde en el maquillaje. El hombre atrapado en el reflejo le observa marcharse. Piensa en ese hombre, que ya no existe; ahora es el turno de ella, de la hermosa Kasia. La puerta de la vecindad deja que penetre el ruido de la ciudad.

Adair Zepeda

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CORRESPONDENCIAS

La primera carta llegó a su casa un domingo por la mañana. “Estimado Daniel Torres. Quizás aún tengas alguna reserva con respecto a lo planeado, pero puedo asegurarte que vos y yo nos las arreglaremos para sortear los inconvenientes. Que, dicho sea de paso, nunca suelen ser mayores. Es sólo cuestión de saber abordarlos y en ningún momento dudar de la decisión tomada. Por mi parte estoy buscando un lugar que se ajuste a lo que necesitamos. A vos te toca lo relativo a tu trabajo. Saludos.” Era una carta manuscrita, sin firma. En el sobre no había remitente, sólo su nombre, Daniel Torres, y su dirección. La segunda carta llegó el jueves siguiente. Y durante ese tiempo, la inquietud de Torres había aumentado. Descartó de inmediato la idea de que el correo hubiera cometido un error porque no era una carta enviada por correo. El sobre no tenía sello postal y el nombre del destinatario coincidía con su propio nombre. Intentó tranquilizarse pensando que era una broma de alguno de sus conocidos, porque el tono era de bastante familiaridad. Pero ése mismo domingo llamó a todos los que él suponía que podían estar detrás del anónimo y nadie se atribuyó la autoría. Después de un día bastante malo, se fue a la cama convencido de que la nota tenía algo de amenazante. Esa noche tuvo pesadillas y casi no pudo dormir. Al día siguiente, lunes, volvió de su trabajo y releyó una y otra vez la carta, atento a las palabras, a las frases y a la caligrafía. Pero no pudo dar con ningún dato que hiciera referencia al autor. Esa noche durmió mejor, pero se despertó cuando aún no había amanecido, con la cara empapada. Había llorado en sueños, pero no lo recordaba. El martes volvió a llamar a todos sus conocidos y tuvo la misma respuesta que antes. Todos negaron haber enviado la carta y algunos hasta se ofendieron porque Torres seguía dudando de ellos. El miércoles se despertó enfermo y no fue a trabajar. Pasó todo el día en la cama y a la noche volvió a leer la carta. Por primera vez cayó en la cuenta de que había muchas más preguntas que responder aparte de saber quién era el autor. ¿A qué plan se refería? ¿De qué inconvenientes hablaba? ¿Qué era lo que el otro estaba buscando y a qué necesidades tenía que ajustarse? ¿Qué era lo relativo a su trabajo? Eran muchas preguntas y le extrañó que no se las hubiera hecho antes. Pensando esto, en algún momento de la noche se durmió con la carta entre las manos. Al día siguiente, jueves, lo despertó alguien que llamaba a la puerta de su casa. Era un cartero. Esta vez, el sobre tenía destinatario y un sello de la república de Francia. “Estimado Daniel Torres. Surgió un inconveniente con el lugar que había encontrado para vos. Una lástima, porque estaba ubicado en Montparnasse, y creo que te hubiera

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gustado. La dueña no estuvo de acuerdo con el precio y no fue posible negociar. Pero bueno, seguiré buscando. ¿Cómo va tu parte? Espero que ya hayas avisado en tu trabajo. Verdier está ansioso de conocerte y charlar con vos los detalles de cómo te gustaría disponer tu oficina. Saludos.” Torres leyó la carta tres veces y estaba tan abstraído que se sobresaltó cuando el médico de la empresa tocó el timbre de su casa. Recién entonces cayó en la cuenta de que era jueves y tampoco había ido a trabajar ni había avisado. Mintió un malestar estomacal, que el médico creyó a medias pero que sirvió para justificar las dos ausencias. Una vez solo, Torres volvió a la carta. Contenía mucha más información que la primera. Pero no aclaraba nada, por el contrario, dejaba más preguntas sin respuesta. Alguien en París estaba buscando algo para él, Torres. Un departamento o una casa. Se trataba de un alquiler o una compra. Parecía que todo estaba arreglado, pero no. Había que seguir buscando. Mientras tanto, un tal Verdier estaba ansioso por hablar con Torres sobre una oficina. Quizás el sitio en Montparnasse y la oficina fueran lugares diferentes. Pero todo eso no dependía de él, ya alguien estaba ocupándose. Lo que más intrigaba a Torres era qué se suponía que tenía que avisar en su trabajo. Durante el resto del día, Torres se sintió más tranquilo. Pensó en distraerse un poco. Fue al cine, luego a cenar y esa noche soñó con una ciudad sumergida en el fondo del mar. Durante los diez días siguientes volvió a la rutina cotidiana. Fue a trabajar, visitó algunos amigos e hizo las compras para el resto del mes. Y un lunes recibió la tercera carta, que venía en un sobre con un sobre más pequeño dentro. “Estimado. ¡Encontré un departamento fabuloso! Está en el barrio de Montmartre, cerca de la basílica de Sacré Cœur. Es un cuarto piso sobre una calle muy tranquila. Estoy seguro de que va a ser de tu agrado. Verdier ya habló con Couturier y me preguntaron si ya habías solucionado lo de tu trabajo en Buenos Aires. Les dije que sí. Ya lo hiciste, ¿no? Están muy entusiasmados. Andá pensando en el veinte de este mes. Pd. En un sobre adjunto va el adelanto prometido. Saludos.” “Ya es una tranquilidad. La cosa va encaminada”, pensó Torres, abriendo el sobre que contenía el dinero. “Si Verdier y Couturier están tan entusiasmados, la cosa va bien.” Pensó también que el cuadro en general se veía mejor, aunque todavía no entendía muy bien qué se esperaba de él. Diez días más pasaron y recibió un sobre en su casa. Tenía remitente y fue necesario que firmara el recibo. Era de una compañía aérea, que lo felicitaba porque el señor Torres los había elegido para su vuelo y adjuntaba un pasaje impreso. Asimismo, le recomendaba que el día previsto se presentara dos horas antes en los mostradores de la empresa en el aeropuerto, para despachar el equipaje. Esto lo sobresaltó. No tenía nada preparado. Tuvo que salir esa misma tarde a comprar dos valijas, una grande para despachar y otra más pequeña, como equipaje de mano. Una carta lo esperaba cuando volvió a su casa. Dejó las valijas y la leyó.

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“Daniel. Si no calculo mal, hoy habrás recibido el pasaje. Como ves, pude arreglar todo para que salieras el veinte. No voy a poder ir a buscarte al aeropuerto, espero que no te moleste. La dirección del departamento es 15, Rue Dautancourt. En cuanto llegues a Charles de Gaulle, debés tomar el tren B hasta la Gare du Nord, allí tomar el tren E hasta Saint Lazare y luego la línea 13, hasta La Fourche. La Rue Dautancourt está a dos cuadras, no te podés perder. Te va a esperar la señora Dunois para entregarte las llaves. Saludos”. Faltaban aún diez días, pero a Torres le pareció que iba a tener que apurarse. Esa misma noche armó las valijas y se dio cuenta de que iba a necesitar una valija más. La compró al día siguiente. También compró algunos libros y dos corbatas. Dejó en orden la casa e hizo una copia de sus llaves para una vecina de confianza que iba a encargarse de las plantas y de mantener la limpieza. Llegó el día de la partida y camino al aeropuerto recordó que no había ido a trabajar en los últimos diez días ni había avisado. Al llegar a Ezeiza, llamó por teléfono para avisar que se iba. Se enteró en ese momento que de todas formas lo habían despedido. La secretaria que lo atendió estaba perpleja. Quiso comunicarlo con el jefe, pero Torres le dijo que no tenía tiempo, que ya lo llamaría. O no. Luego despachó las valijas, tuvo tiempo de tomar un café y subió al avión. Dieciséis horas después, entraba al 15, Rue Dautancourt. Era un departamento con dos habitaciones, un baño, una cocina y una sala. Las alacenas y la heladera estaban bien provistas. Desde el balcón se podía ver la cúpula de la basílica. Sobre el escritorio de la sala, encontró un sobre con su nombre. “Espero que hayas tenido un buen vuelo. Me hubiera gustado ir a buscarte al aeropuerto, pero me fue imposible. ¡Igual, si estás leyendo esto, es porque encontraste el lugar! ¿Qué te parece París? Y lo que viste no es nada. Ya vas a ver que con el correr de los días se pone mejor. En el primer cajón de la derecha en este escritorio vas a encontrar un celular. Ahí está el número de Verdier. Hoy descansá, pero mañana llamalo. No lo pospongas. Pd. En el cajón de la izquierda tenés papel, lapicera y la guía de Buenos Aires. Ya sabés lo que tenés que hacer”. Torres desempacó algo de ropa, se dio una ducha y durmió una siesta. Al despertarse se preparó un café y fue hasta el escritorio. Del primer cajón de la izquierda sacó las hojas y la lapicera. Pensó durante unos minutos, mientras tomaba el café. Buscó opciones, consultó la guía y escribió la carta, que comenzaba diciendo: “Estimado Agustín Ramos. Quizás aún tengas alguna reserva.”

Pablo David Minini

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LA LUZ DE LAS ESTRELLAS MUERTAS Texto realizado para la presentación del libro El show de los muertos, (Impronta, México, 2014) de Enrique Carlos. Ven al escenario y sé tú mismo, Dice el elegista a los muertos. Muestren Ahora —después de la existencia— Lo que estaban destinados a ser:

Mary Jo Bang, del poema El papel de la elegía

El show de los muertos es una obra en 17 actos llevada a cabo en un cementerio adornado con muy pocos leds. Es un álbum de fotografías en blanco y negro en el que todos los modelos cerraron los ojos. Es una visita guiada al museo de cera más glamuroso del mundo.

1 El show de los muertos es, en principio, un libro elegiaco. A lo largo de sus páginas se cumple lo expresado en los versos de la poeta norteamericana Mary Jo Bang, con los que abre este texto. Los muertos, en su particular tiempo congelado, pasan al escenario del poema a ser ellos mismos y a mostrar lo que estaban destinados a ser: leyendas, iconos. Podríamos entender el libro de Enrique Carlos como un acto de amor o admiración hacia ciertas figuras imprescindibles tanto de la cultura pop, como de la literatura y el arte, pero también como una indagación sobre la construcción de la celebridad. Podríamos concebirlo, claro, como el intento de dar forma a una de las nociones que más han angustiado y fascinado al ser humano desde siempre: la muerte y la dimensión que la rodea. Podríamos interpretarlo también como un canto.

2 Un verso de Ben Lerner: Algunos poemas líricos se hacen visibles mucho después de que deja de existir lo que los originó. Claro, como la luz de las estrellas muertas.

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3 En algún momento, la cultura pone en nuestra cabeza el debate sobre la identidad. El dilema entre el yo y la máscara, que probablemente incluya la convención que concibe a la última como algo que resguarda al verdadero yo. ¿Pero, qué tal si, como menciona Zizek en El acoso de las fantasías, lo que oculta la máscara es la ausencia de un yo verdadero? La máscara como prótesis. Menciono esto porque precisamente las figuras a partir de las cuales Enrique Carlos construye El show de los muertos son eso: personajes, máscaras capturadas en estampas familiares. La tentación de pensar en lo poco que conocemos de las personas —y más aún de aquellas investidas con los uniformes de la fama— podría llevarnos a la conclusión de que todo retrato de algún otro es un ejercicio superficial. Quizás. Pero también es muy posible que no haya lugar para excavar.

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4 Descompuestos relojes en el pecho su propio réquiem bailan mis zapatos. Los versos anteriores, tomados del primer poema del libro me parecen particularmente reveladores. ¿Cuál es el tiempo de los muertos, si es que algo así puede tener lugar? Lo único que podemos saber, evidentemente, es cuál es el tiempo en el que nosotros situamos a los muertos: la suspensión del conteo. Los muertos, fuera de supersticiones, pueblan una dimensión congelada en la que nada sucede. Los relojes descompuestos se encargan ahora. ¿Qué puede ser más representativo de esa suspensión que la imagen de James Dean dirigiéndose a su muerte en el Little Bastard?


6 El show de los muertos es también, y tal vez ahí radique buena parte de su encanto, un libro médium. Walkie Talkies espectrales. Una conversación con los que han abandonado nuestro mundo.

5 Se ha dicho mucho sobre nuestra imposibilidad para pensar o escribir sobre la muerte, o al menos sobre nuestra nula capacidad para hacerlo en términos concretos, críticos o verdaderos. Es ahí donde un tipo como Jean Baudrillard puede intervenir y darnos algunas pistas: Lo que importa es la singularidad poética. Sólo eso puede justificar la escritura, y no la miserable objetividad crítica de las ideas. ¿Qué quiere decir esto? Simplemente que hablamos de un asunto radical. Él pone en evidencia no sólo nuestra incapacidad para pensar o escribir objetivamente acerca de la muerte, sino del mundo en general. Lo anterior, lo sabemos, no es algo nuevo, y Kant, por ejemplo, ya lo proclamaba doscientos años antes que el filósofo francés. Sin embargo, Jean nos abre una pequeña puerta por donde podemos escurrirnos para no quedarnos como simples espectadores simiescos: la poesía. Todo se trata, parafraseándolo, de arrojar carnadas, trampas en las que el sentido sean lo bastante inocente para caer. Puede que la verdad siempre se haya tratado de eso: trampantojos, espejismos poéticos. Es luego de entender esto que un libro como El show de los muertos cobra mayor fuerza y sentido. Los poemas, escritos casi en su totalidad en primera persona, construyen algo cercano a una experiencia que no podría ser edificada lejos de lo poético (no importa que habláramos de una pintura, una película, o algo independiente al texto). Cada una de las voces líricas intenta describir su posición en ese no-mundo que habitan después de la existencia material:

Mi lengua se escabulle; gusano negro en la negrura.

Sobre mi cuerpo un hueco soy donde no cabe ni siquiera el llanto.

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Versos como los anteriores reflejan bien esa aparente ubicación del yo en un entorno nebuloso y completamente otro, pero no inexpresable. Un limbo en blanco y negro que es el negativo del mundo y escenario de este show. O quizás, no dejo de pensarlo, los poemas intentan representar el momento previo al desprendimiento. La última exhalación de lo humano y su lenguaje antes de ser asimilada por algo desconocido:

Me oculto bien, apago las luces. Le tapo los ojos a mi cuerpo

en la sombra espesa de los ciegos.

Luis Eduardo García

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SOBRES LOS AUTORES

Irma Torregrosa (Mérida, 1993). Es egresada de la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes. Tercer lugar en el Segundo Premio Nacional de Poesía Jorge Lara Rivera 2010; ganadora del Primer Concurso Universitario de Poesía UADY y Premio Regional de Poesía José Díaz Bolio 2012. Becaria de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2011 y 2012. Ha publicado en Círculo de Poesía, Revista Hysterias,Prisma Volante, Anders Behring Breivik. Estudia la licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Yucatán.

Aleqs Garrigóz (Puerto Vallarta, México, 1986). Premio de Literatura Adalberto Navarro Sánchez 2005, otorgado por la Secretaría de Cultura de Jalisco; Premio de Literatura 2008 de la municipalidad de Guanajuato; Premio Espiral de Poesía 2011 y 2012, otorgado por la Universidad de Guanajuato. Varias menciones honoríficas en concursos nacionales e internacionales. Ha publicado poemas en diversos medios impresos y electrónicos de México, España y algunos países hispanos. Figura en una decena de antologías editadas en México. Aficionado al cine de horror, la pornografía, la pintura y varios subgéneros musicales.

Diana M. Deri (San Luis Potosí). Autora del poemario Todos mis posibles significados (El Viaje y Pasto Verde, 2015). Estudiante de Psicología.

José Ramón Peces (Calzada de Calatrava, 1975). Trabaja actualmetne en el poemario Abierto Al Mar. Parte de su obra poética ha sido publicada en revistas, blogs y antologías.

Ángel Fuentes Balam (México, Yucatán; 1988). Maestro y Director de Teatro. Autor de los libros de poesía Melodía tu engranaje quieto y Cruóris o la rabia que fuimos Ha publicado en antologías como Pyramid © U.S. Poets in México, NYC. y Small Claim of Bones© Cindy Williams. Ha sido colaborador de las revistas Delatripa, JUS, Almiar, Sinfín, El mollete literario, Círculo de poesía, Río Arriba, entre otras.

Armando Pacheco (Nezahualcóyotl, Estado de México; 17 de diciembre de 1980). Escritor, periodista y músico de folclore latinoamericano. Tercer Lugar del Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara Rivera 2010. Primer Lugar del Premio Estatal de Poesía Joven Jorge Lara Rivera, ediciones 2003 y 2006. Mención de Honor Premio Regional de Poesía José Díaz Bolio, ediciones 2005 y 2006. Becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Yucatán 2007. Coordinador de la Sala de Lectura Melba Alfaro Gómez (Conaculta/ICY) desde 2003, y hoy biblioteca del mismo nombre.

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Fundador del portal y colectivo Letras en Rebeldía, en 2006, 2013, respectivamente, y del periódico cultural Arte y Cultura en Rebeldía, 2013. Publicado en las revistas Navegaciones Zur, Cantera Verde, Cultura de Veracruz, Letralia, entre otras. Reportero y editorialista del Diario del Sureste (1999-2001), Crónica de Quintana Roo (20012002) y Tribuna de Campeche (2002-2003). Su poemario Diálogos mortuorios está en proceso de impresión en la Editorial Catarsis Literaria El Drenaje. Actualmente es director editorial del periódico digital Yucatán Hoy (www.yucatanhoy.com).

Celeste Enríquez (Guadalajara, Jalisco). Maestra en Artes con especialidad en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Texas en El Paso y licenciada en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Actualmente está por comenzar el doctorado en Literatura Hispánica en la Universidad Cornell en Ithaca, Nueva York. Sus textos de investigación académica han aparecido en diversas revistas de México y Estados Unidos. Ganadora del Premio Nacional de Poesía Jorge Lara en 2014.

Adair Zepeda (Texcoco, Estado de México, 1986). M.C., Economista. XVI Premio Nacional de poesía Tintanueva 2014, con el poemario Reminiscencias. Mención honorifica en el 3er certamen de poesía Francisco Javier Estrada 2011, de la Casa del poeta Gonzalo Martré (Cd. Neza). Primer lugar del III certamen Buscando la Muerte, del Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, 2014. Actualmente es el Editor del proyecto Colectivo Entrópico. Ha publicado en las revistas Salamandra, Molino de Letras (Texcoco, EdoMéx), Aeroletras1 y 2 (Querétaro, Q.), El Perro 6,7, así como en digitales: Penumbria 23, Revarena Vol. 6, y otras. Los libros colectivos más recientes donde ha participado son: Sobre la brecha (C. Entrópico), Masturbación Latina (La Fonola Cartonera, Chile), Lo poéticamente incorrecto (MiCielo Ediciones), Hostal Entrópico (C. Entrópico), La llave de los secretos (C. Entrópico), ¡Está vivo! Homenaje a Frankenstein (Saliva y Telaraña), El infierno es una caricia (Fridaura), Turdus Mirula (Revista Mirlo, España), entre otros. levedadlunar.blogspot.mx. @adairzv Fb: E Adair Z V

Pablo David Minini (Buenos Aires, 1980). Cursó la carrera de psicología en la Universidad de Buenos Aires. Ganador del Concurso de Homenaje a Julio Cortázar 2013, por el poema Gotas. Ha publicado en la antología Veredas de Sueños.

Luis Eduardo García (Guadalajara, 1984). Es autor de Dos estudios a partir de la descomposición de Marcus Rothkowitz (FETA, 2012), Instrucciones para destruir mantarrayas (Filodecaballos, 2013) y Una máquina que drena lo celeste (Zindo & Gafuri, 2014).

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Lenka Klobasova es originaria de la ciudad de Brno, República Checa, incursiona en las artes desde temprana edad en la Academia L.S.U., en Brno, donde estudia dibujo, pintura, cerámica, escultura, grabado, litografía con el Maestro Emanuel Holek. En 1999 llega a México, donde asiste a los pintores mexicanos Manuel Guillén y Arturo Rivera, retomando así la pintura, dibujo y grabado. En 2004, estudia escultura y dibujo de figura humana en la Academia de San Carlos. En 2006 estudia con el maestro José Rodríguez en el Museo Nacional de la Acuarela "Alfredo Guati Rojo".

EN PORTADA: "Resurrección" , 30 x 30 cm , lápiz sobre cartulina

"Neurosis en penumbra", 76 x 98 cm , lápiz sobre cartulina, "Abeceda zivota" ,%0 x 70 cm , lápiz sobre cartulina "No speak evil", lápiz sobre huevo de avestruz No see evil" , lápiz sobre huevo de avestruz "Alenka" , 120 x 100 cm , óleo sobre tela "Irene" , 120 x 100 cm , óleo sobre tela "Deseo", 30 x 20 cm , carbón "Soberbia" , 30 x 20 cm, carbón

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CONVOCATORIA ANTOLOGÍA POÉTICA DIGITAL La Memoria de los Días

EDICIONES Ó convoca a todos los poetas de la lengua española a participar en la antología poética La Memoria de los Días. La edición de dicho trabajo será únicamente en formato digital procurando así un mayor alcance y una amplia exposición de los trabajos poéticos. La selección, revisión y cuidado de la antología correrá a cargo de los responsables de EDICIONES Ó (Proyecto editorial de la Revista Bistró).

BASES:

I- Cada poeta podrá enviar hasta tres poemas de su autoría, con tema y forma libres, escritos en español a la siguiente dirección electrónica: Ediciones_o@outlook.es II- Los trabajos serán enviados en formato .word con fuente Times New Román 12 e interlineado libre. III- Se podrá participar con textos inéditos o ya publicados, a condición de que incluyan los datos bibliográficos correspondientes. IV- Se enviarán dos archivos (.word): el primero de ellos contendrá el trabajo poético y el segundo será la plica de identificación correspondiente que deberá contener una breve semblanza LITERARIA incluyendo, además de méritos literarios (si los hubiese), el nombre, año y lugar del nacimiento. V- La convocatoria queda abierta desde la presente publicación hasta el día 19 de agosto del presente año. VI- Se seleccionarán hasta 30 poetas a quienes se les notificará por vía electrónica. VII- La publicación de La Memoria de los Días será totalmente digital y gratuita. El material será alojado en el portal ISSUU, así como en diversos sitios de descarga para su versión PDF. VII- EDICIONES Ó (proyecto editorial de la Revista Bistró) podrá hacer uso de los trabajos seleccionados únicamente para su difusión. VIII- Sólo se mantendrá comunicación con los poetas seleccionados. IX- El autor conservará los derechos de su obra. EDICIONES Ó únicamente pretende promover la poesía. X- La participación en la convocatoria implica su aceptación plena.

Para más información comunicarse con www.facebook.com/poeticaybistro

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