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Amor teatral

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Una de horizontes

Una de horizontes

Jorge y Elena, Buenos Aires, año 1957

Había cumplido recientemente 21 años, siendo un empleado bancario mi vida transcurría alternativamente entre la monotonía de mi labor y la indefinición entre seguir la carrera de contador o dedicarme a la actuación. Supongo que durante ese año en Buenos Aires no eran pocos los jóvenes de ambos sexos que soñaban con la segunda alternativa. El cine sobre todo norteamericano impulsaba ilusiones y sueños sobre los que se montaban muchos de mi edad cabalgando hacia un mundo de fantasía que raramente se transformaba en realidad. Mi lugar de trabajo era el banco Mercantil, situado en una conocida esquina céntrica a metros de las avenidas Callao y Corrientes y quizás esa cercanía con los teatros y cines había influido reafirmando ideas de mi adolescencia. En aquel entonces participaba esporádicamente en un teatro experimental barrial que proponía

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estudio y actuación, donde el boca a boca atraía a los que vivíamos cerca. Ahí fue donde comencé a conocer el metier donde se comenzaba a fundir lo artístico con lo profesional impulsado por quienes en su mayoría, habían fallado en sus intenciones actorales. Luego de un tiempo desistí pues la política comenzó a infiltrarse y yo sin aspiraciones revolucionarias me fui alejando aunque no totalmente. En ese entonces mis ideas respecto de la vida no estaban claras, no diré que estaba confundido acerca del bien y del mal como condición elemental, digamos que todo mi entorno parecía provocar en mí una inseguridad por la cual tomar decisiones de importancia, realmente me costaban. Leía mucho, iba al teatro o el cine y las relaciones con las chicas, eran cuestiones que ocupaban buena parte de mi tiempo. Era bien parecido alto y favorecido físicamente, rubio de ojos claros y una dentadura alineada y perfecta. Con el tiempo fui adquiriendo buen gusto para vestir y cuidaba mi apariencia como resultado de la observación y educación que, en ese y otros aspectos había recibido en mi hogar. Por todo esto, me figuraba que estaba mejor armado “caballero” para la actuación que descansar mis posaderas en una silla durante siete horas leyendo y tildando planillas con cifras cambiantes. Así fue como una mañana de un sábado caluroso me dirigí a un teatro de la calle Paraná, donde solicitaban actores jóvenes, no mayores de 30 años con cierta experiencia, rubios y de buena complexión física. Sonreí ante los datos de referencia, pensando en la enorme cantidad de muchachos que con esa apariencia estarían esperando por ser elegidos. Cuando llegué vestía un pantalón azul y camisa de mangas cortas blancas con un par de zapatos color guinda que había comprado el día anterior. La entrada ofrecía a través de cuatro puertas voladizas fotos de actores que no reconocí y no había título alguno en la marquesina. Encontré la puerta de acceso tras fallar con dos y penetré en un hall no demasiado grande débilmente iluminado. Un hombre que se hallaba con papeles en una de sus manos me habló a través de la reja la “boletería” que se hallaba en uno de los costados: Si viene por el aviso, siga hasta el escenario atravesando el marco grande y use el pasillo del medio, precisó así lo que debería hacer. Así pues seguí sus instrucciones y atravesé la platea con sus asientos a ambos lados del pasillo notando que estaban tapizados en color rojo y me dirigí hasta el escenario donde había una mesa y tres sillas de las cuales dos estaban ocupadas. Las luces me impedían ver quiénes eran. Alguien de las dos personas que por la voz reconocí a un hombre me dijo que subiese por la escalera que se hallaba en uno de los bordes de la plataforma que accedía al escenario. Ahí fue cuando tuve mi primer contacto con Elena, una mujer de algo más de cuarenta y pico, de buena figura y rostro agraciado, fumaba un cigarrillo detrás del otro y parecía mantener un aire de excentricidad permanente. Luego de extenderme una mano fláccida y fría presentándose, hizo lo mismo con la otra persona, un señor maduro y calvo de aspecto severo quien me preguntó acerca de mis antecedentes, luego me enteré que era ex esposo de Elena. Me senté entonces por sugerencia del mismo en la única silla disponible mientras me acercaba una hoja que tomó de la mesa indicándome que la leyese en silencio. Al cabo de unos minutos y mientras yo repasaba las líneas, Elena me preguntó sorpresivamente ¿Conoces la obra Un Tranvía Llamado Deseo? Tardé unos instantes, recordé el nombre y al actor principal, Marlon Brando pero no pude hacer más memoria pues Elena que parecía impacientarse no esperó mi respuesta. Veo que no… Sí… sí –respondí agitando la hoja que tenía en una de mis manos y parándome. Entonces noté como me miraba, se acercó a mí y desprendiéndome los botones de mi camisa hasta casi la cintura, agitó mis cabellos al tiempo que me ordenaba: Lee las líneas y hazte cargo como si fueras un pobretón mal nacido, mal hablado, machista y vejador. ¿A quién me dirijo? –pregunté yo ahora sorprendido y tratando de ponerme en el espíritu del personaje. Mal preparado pensé y en medio de las dudas escuché su respuesta.

¡A mí!, a quien ha de ser –respondió tras lanzar una bocanada de humo. Hice lo que pude y lo repetí a pedido de ambos al menos una docena de veces, finalmente terminé transpirado más por las correcciones intimidatorias de Elena que por mi gesticulación, excesiva por cierto. Pensé al final, si estaba soñando o esa mujer pretendía que yo hiciese el papel de Kowalski, el polaco que interpretara Marlon Brando en la película que había visto hacía ya unos años. Entonces deseé escapar y que fuese lunes y estar sentado en mi escritorio del banco Mercantil. Estaba realmente amedrentado. Mientras esperaba, petrificado, Elena y el hombre cuchicheaban, yo seguí estático. Finalmente me pidieron que me sentase. Fue el hombre, que era el director de la obra quien me dijo que Elena se encargaría de darme algunos consejos. Luego de esto, se levantó y sin despedirse se retiró, quedando entonces solos Elena y yo sentados ahora frente a frente mesa de por medio en el centro del escenario. No has leído el libro, o visto la película, fue un éxito de taquilla y… Sí, lo recuerdo perfectamente, fue hace unos cinco años atrás, creo que en el Gran Rex, una película muy buena por cierto. Bien, te convendría leer a Tennessee Williams, el autor, para cubrir todas las líneas argumentales de la obra, Carlos se ha encargado de obtener la licencia traducida. Aunque ya se ha estrenado en Buenos Aires, hace ya unos años, me aclaró. Entendí entonces que Carlos era el hombre que se había retirado y que se había referido a los derechos de la obra. Pero… Comprendo que estés sorprendido –dijo interrumpiéndome y continuó –pero no tomes demasiado en serio lo sucedido, si luego de una semana no estás a punto, nada de lo que pasó habrá tenido importancia. No eres el único, hay otro pretendiente. ¿Cómo es eso? –pregunté Es solo trabajo, mucho trabajo y deberás hacerlo de 8 a 20 horas… No he actuado profesionalmente nunca, le parece que… Deja que la experiencia mande –dijo interrumpiéndome, mientras me acariciaba la barbilla y delicadamente continuó prendiéndome los botones de la camisa, luego me preguntó: ¿Tienes hambre? Quien podría negarse me pregunté mientras la observaba, era una mujer atractiva, seguramente dichosa y con cierto éxito. Su nombre me sonaba, aunque no podía precisar me imaginé que estaba en la primer línea de las actrices de la época. No era Mecha Ortiz, ni Delia Garcés, ni Zully Moreno, ni Amelia Bence, pero algo recordaba de ella en la radio, en fin así algo confundido, noté como había desaparecido y quedé como colgado en medio del escenario mientras las luces se apagaban, solo un débil haz de luz del sitio del apuntador había quedado encendido. En segundos apareció a un costado del escenario Elena, solo tenía colocado sobre su blusa floreada de fondo blanco un saco cortito que apenas le llegaba a la cintura de una pollera negra ajustadísima que delineaba un cuerpo sumamente delgado pero notablemente agraciado en sus curvas. Vamos –dijo y comenzó a descender por donde yo había subido hacía casi ya una hora y media antes La seguí como un perro falderillo y entonces le pregunté, ¿dónde vamos¿ y como toda respuesta, me hizo señas con su dedo índice silenciando mi pregunta y más que eso el interrogante general que esa mañana continuaba asediándome. Almorzamos en el Palacio de las Papas Fritas, su intención didáctica quedo demostrada a través de la hora y pico que duró la comida donde me hizo conocer parte de su trayectoria como actriz. Descolló en parte, cuando contó que había trabajado en la misma obra pero no en protagónico hacía unos años, junto a Mecha Ortiz, Carlos Cores, Aída Luz y otros en el teatro Casino. Finalmente pagó y nos levantamos dirigiéndonos a la salida. Corrientes estaba a pleno, hacía calor y el mundo iba y venía. Yo pensaba en los actores que había nombrado y me sentí a gusto. Bien, si así lo deseas, vivo aquí nomás en la calle Montevideo, puedo seguir asesorándote y prepararte para la semana que viene, pero antes, no quiero perderme una película que vuelve a darse con un gran actor…

Si usted quiere, déjeme que la acompañe e invite –dije tratando de compensar el almuerzo, nunca antes una mujer me había pagado un almuerzo, me sentía en falta, era algo estúpido, con las chicas era a la americana o pagaba yo… Bueno, dijo y caminamos juntos hasta un cine que estaba a metros de la calle Cerrito, el cartel anunciaba “Doble Vida” una película que según pude constatar estaba interpretado por un actor Ronald Colman. Una enorme foto del mismo luciendo como un hombre de color con un aro en su oreja izquierda era el anuncio más impactante de la película. El film me gustó, en realidad trataba sobre actores de teatro y pensé que ese había sido el motivo por el cual Elena estaba tan interesada. ¿Te ha gustado la película? Sí, buen trabajo del protagonista, nunca había visto actuar, me llamó la atención esa confusión con su papel en la obra que representaba en la ficción y la relación con su esposa, más el asesinato en la vida real de la camarera en ese beso de la muerte, me dejó impresionado -comenté. Sí, estoy totalmente enamorada de Ronald y su interpretación parcial de Otelo, así como el trastorno que padecía –dijo y agregó, continuamos en mi departamento ¿te parece?... Sin esperar respuesta, me guió hasta su departamento que no quedaba lejos de ahí. Era un espacioso sitio con un gran living que daba a la calle en un tercer piso. Me senté en un gran sillón de tres cuerpos de color negro y luego de un rato Elena sirvió café y mientras fumaba comenzó a relatar escenas de la película que hacía unos momentos habíamos presenciado. Sabés, dijo mientras bebíamos, sería bueno que practicaras lo que hemos visto, podrías hacer la parte final… espera un momento. Y sin decir nada más desapareció regresando al instante con un corcho en la mano. Toma, lo he pasado por el fuego, pásate un extremo por la cara para que el tizne te cubra el rostro como si el fueses el Otelo de Ronald Colman. Yo la observé deseando que mi expresión no delatase lo que pensaba de ella. Está totalmente loca, ¿dónde estoy metido? me dije. Pero recapacité, esta mujer es una actriz ciertamente obsesiva y pienso que quizás yo tengo más dotes de las que creo. Así fue que me embadurne el rostro con el corcho, luego lo dejé sobre un cenicero y esperé a ver como seguía todo eso, me había auto convencido que todo lo que sucedía era normal. Bien –dijo mientras se recogía el pelo y se aflojaba la blusa dejando asomar algo sus senos, ahora… deberías arrojarte sobre mí y repetir lo que le decía Ronald a la camarera… No lo recuerdo –dije más temeroso que ansioso mientras observaba sus pechos La escena, vamos, la escena con Shelley Winters, la acción en que ella, la camarera que lo había seducido, insinuó como ayudándome a recordar esa parte. Debes decir... “impúdico viento que besa todo cuanto encuentra, ramera descarada…” mientras piensas en matarme, pero hazlo con suavidad… Traté de recordar las líneas y esa parte del film mientras las pronunciaba, ella me abrazó con fuerza, y juntos caímos sobre el sofá y nos besamos con intensidad. Aún cuando hacía tiempo había dejado de eyacular a solas o frente a la imagen de alguna mujer ligera de ropas y haber tenido algunas aventuras, esta vez me sentí sobrepasado. No obstante, la lujuriosa embestida de Elena hizo que le levantase la falda notando que no llevaba ropa interior, fue un momento de voluptuosidad apremiante al penetrar su cuerpo junto a caricias, besos y finalmente una culminación que me dejó exhausto. Debo aclarar que volvimos a repetir “la escena” un par de veces. El fin de semana, pasó demasiado rápido para mis expectativas, el martes como quedamos, me llegué por la mañana para iniciar mi preparación y como mi primera vez me dirigí hacia la entrada. El mismo hombre que me había atendido en aquella oportunidad me dijo ¿Dónde vas?... Le expliqué que venía a ver a la señorita Elena y que… ¿Vienes por el papel de Kowalski? –aclaró, a lo que moví la cabeza afirmativamente. Pues ya está tomado, no haces falta, adentro está quien lo hará y leyendo frente al director su papel, una y otra vez. Puedo ver a la señora Elena, pregunté sorprendido No está, se ha ido y no la esperes, si no has sido elegido, pierdes el tiempo.

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