calle20#76 LA REVISTA DE LA NUEVA CULTURA marzo 2013
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Psic delia para coleccionar Los carteles han dado forma gráfica al imaginario del rock desde los sesenta y ahora resurgen de su letargo convertidos en piezas de coleccionista. Os presentamos a los diseñadores psicodélicos más destacados de esta escena underground.
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ace mucho tiempo, en una galaxia muy (muy) lejana llamada California, un grupo de artistas rebeldes cambiaron las reglas del juego gracias a sus pósteres de rock. Aquellas creaciones psicodélicas definieron la estética de una época irrepetible y se alzaron como iconos del pop art que hoy se exhiben en los museos más prestigiosos. Han tenido que pasar varias décadas y numerosas modas para que una nueva generación de diseñadores recupere la tradición de los carteles de conciertos y la eleve a la categoría de culto, en plena efervescencia del universo digital. Abrochaos los cinturones y desempolvad los discos de vinilo, porque empezamos un recorrido frenético por la historia de este arte. Texto David Moreu
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La utopía del ácido. Toda leyenda tiene un inicio y la de estos pósteres bizarros se remonta a la década de los sesenta en la Costa Oeste estadounidense, cuando las playas sucumbían al boom del surf, los jóvenes se oponían a la guerra de Vietnam y el rock simbolizaba la contracultura que se vivía en las calles. Mucha gente creía que la música era una herramienta para cambiar la sociedad de manera pacífica, aunque para otros también representaba un negocio en expansión y necesitaban llenar las salas de conciertos. Por este motivo, los mánagers de las bandas decidieron encargar carteles promocionales con imágenes provocativas que atrajeran a miles de jóvenes hambrientos de decibelios y diversión. Fue entonces cuando empezaron a brillar artistas como Rick Griffin, Víctor Moscoso, Wes Wilson y Stanley Mouse, que se convirtieron en referentes de la escena psicodélica gracias a sus creaciones para estrellas como Janis Joplin, Grateful Dead, Quicksilver Messenger o The Electric Flag.
A la dcha., sugerente cartel en serigrafía de Chuck Sperry para anunciar el concierto de Widespread Panic en el Riverside Theater de Milwaukee (2009).
El secreto de su éxito estaba en las ilustraciones lisérgicas, las calaveras, los ojos voladores y, sobre todo, en unas tipografías ilegibles que requerían cierto esfuerzo por parte de los espectadores. No obstante, el nombre más icónico y deliciosamente comercial de aquel periodo fue John Van Hamersveld, un surfista de Torrance Beach que sorprendió al público con sus carteles para shows de Jimi Hendrix y Jefferson Airplane en plena fiebre del ácido. «En aquella época la rebeldía surgía del ambiente, porque todas las cosas que sucedían tenían un efecto en nuestra manera de pensar. Podías optar por ser una persona convencional o descubrir cosas nuevas fuera del círculo donde te habías criado –nos explica el famoso diseñador–. Mi padre era ingeniero y mi madre era artista, pero eran muy conservadores… y allí estaba yo, en medio de un ambiente completamente distinto que me llevaba a experimentar cosas sorprendentes». Lamentablemente, ese sueño de amor libre y pies descalzos duró hasta 1969, cuando la NASA mandó el primer astronauta a la Luna, se bajó el telón del Festival de Woodstock y el futuro se presentaba más incierto que nunca.
Salvajes e imperfectos. Con la década de los setenta llegó el cine Blaxploitation, la gente se cuestionaba las cosas a ritmo del What’s Going On? de Marvin Gaye y los álbumes conceptuales se convirtieron en el formato más habitual dentro de la industria discográfica. La revolución flotaba en el ambiente y todo empezó a cambiar con el estallido del punk y con la escena hardcore, que popularizaron la filosofía do it yourself. Los pósteres de conciertos pasaron a ser obras de arte salvajes e imperfectas, mientas los flyers fotocopiados en blanco y negro triunfaban como el mejor medio de comunicación entre los aficionados a la música. >>>
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En esta página, tres pósteres diseñados por Abel Cuevas en los que se aprecia su obsesión por lo místico y las tipografías enrevesadas.
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Inmersos en un presente sin fin (como una versión trash del carpe diem), aquellos diseñadores bombardearon las estructuras más conservadoras de la sociedad desde sus improvisados estudios en garajes y lograron despertar la conciencia de una juventud sedienta de emociones fuertes. En el ojo del huracán estaba Winston Smith, el artista que volvió a poner de moda la técnica del collage gracias a carteles y portadas de discos para bandas como los Dead Kennedys. Este movimiento también contó con la aportación incendiaria de Raymond Pettibon, que se alzó como una de las grandes estrellas del cómic underground y creó la imagen inconfundible de la banda Black Flag a principios de los ochenta. Siempre se dice que esta fue la última gran época del rock y que desapareció por culpa de los CD y de la MTV. Aunque la década de los noventa acechaba a la vuelta de la esquina para ponerlo todo patas arriba...
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La nueva ola. Después de la resaca que supusieron el tecno-pop y el heavy metal azucarado de Sunset Strip, la música se reencontró con sus raíces distorsionadas gracias a la proliferación de sellos independientes. Entonces, las bandas tomaron de nuevo la carretera en sus viejas furgonetas, distribuían las maquetas en cintas de casete y soñaban con aparecer en fanzines amateurs, como hacían Mudhoney o Jane’s Addiction justo antes de dar el salto al estrellato. Aquel panorama marcó un regreso a la creatividad de antaño y lanzó la carrera de nuevos diseñadores, que hicieron las imágenes más cool de la escena alternativa. Curiosamente, la revolución empezó otra vez en San Francisco con la avalancha de colores y formas de Chuck Sperry, un artista políticamente comprometido que encandiló a grupos como Widespread Panic, Soundgarden, Rancid o The Black Keys mediante sus carteles hechos en serigrafía. «En esta era digital, donde todo es efímero y el arte se aprecia únicamente en la pantalla del ordenador, la gente quiere aferrarse a algo físico y artesanal –nos comenta desde su estudio, en el barrio de Haight-Ashbury–. Los pósteres de rock representan una forma de comunicación única y deben ser una interpretación de la imagen de la banda. Aunque sea un trabajo, también es una responsabilidad divertida». Esta filosofía de vida lo ha convertido en uno de los artistas más emblemáticos de este microcosmos musical. Durante años colaboró con Ron Donovan, otro gurú de los pósteres que ahora ha emprendido su carrera en solitario. Siguiendo la estela de diseñadores de éxito como EMEK, Coop y Art Chantry, encontramos a un joven apasionado de la psicodelia que responde al nombre de Jay Michael. Como si de un visionario de otra época se tratara, cada día se encierra en su estudio (bautizado como Fly Right Studios) y deja volar la imaginación en medio de imágenes delirantes que cobran vida más allá del papel. «Quiero que la gente que vea mis obras sienta algo, se emocione y pueda saborear ese impacto visual, porque es una explosión para los sentidos –afirma con cierto aire místico–. Yo soy un géminis zurdo que trabaja con el equilibrio y las curvas retorcidas del agua, la tierra, el aire y el fuego». Esta mentalidad zen ha enamorado a estrellas del rock como The Flaming Lips, Macy Gray o Jerry Lee Lewis, que no han dudado en confiarle los carteles más extravagantes de sus giras. La mecha estaba prendida y su influencia llegaría a todos los rincones del planeta. Aún así, nadie podía imaginar que este arte se convertiría en un negocio millonario y que las grandes empresas se rendirían ante su esencia transgresora.
Sobre estas líneas, un cartel de Jay Michael (Fly Right Studios) para promocionar el recital de Macy Gray en Baton Rouge. Formas sinuosas que se funden con títulos surrealistas.
Los pósteres de conciertos dejaron de ser simples objetos promocionales cuando el público empezó a coleccionarlos con auténtica devoción. Entonces, los artistas optaron por hacer ediciones limitadas de sus obras con la intención de darles un valor añadido y generar un mercado basado en el fetichismo. Evidentemente, su éxito en Internet no se hizo esperar y en seguida aparecieron páginas web ad hoc como GigPosters, Beyond The Pale y Wolfgang’s Vault, que ofrecen cientos de carteles únicos y rarezas. También han triunfado galerías especializadas que han contribuido a crear una mitología alrededor de este formato, como D. King Gallery, sin olvidar a las grandes marcas que desean aproximarse al mundo del rock porque saben que los jóvenes lo idolatran. A raíz de este fenómeno, el circo de la música ha dado la bienvenida a nuevos diseñadores que combinan el espíritu tradicional con una mentalidad propia de la era digital. El listado es interminable, pero en este dream team destacan nombres como Tara McPherson, que se ha coronado como la princesa de la escena independiente y ha creado imágenes para anuncios de Pepsi y Ray-Ban. En Chicago podemos cruzarnos con Jay Ryan y Mat Daly, que abrieron su propia tienda de pósteres y han ilustrado las giras más salvajes de Fugazi, The Shins o The Decemberists. Sin olvidar la belleza enfermiza de Jermaine Rogers, un artista de culto que colabora desde hace años con grupos de la talla de >>> Foo Fighters, Deftones y Radiohead.
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A la izquierda, un estallido punk en forma de cartel de Jimbo Phillips, un póster grunge de Frank Kozik y una de las ilustraciones de Jermaine Rogers para Radiohead.
>>> Aunque el caso más paradigmático de este matrimonio entre la pasión alternativa y el mundo comercial lo encontramos en el estudio de Jimbo Phillips. Un ilustrador de Santa Cruz (California) que se ha convertido en una estrella gracias a sus diseños para marcas de surf y skate, pero que no esconde su predilección por los carteles de bandas punk, como MxPx y Guttermouth. «Hoy en día hay demasiados logos hechos con ordenador y demasiados gráficos en 3D –nos comenta con una sonrisa–. La gente quiere ver ilustraciones hechas a mano, apreciar las líneas gruesas del rotulador y disfrutar del viejo estilo de crear imágenes. Yo siempre intento permanecer fiel a esta idea de arte».
Cruzando el charco. Puede que los Estados Unidos se hayan consolidado como el referente absoluto de este arte psicodélico, pero su onda expansiva ha llegado a otros países donde han aparecido diseñadores que marcan tendencia alrededor del mundo. Como es lógico, en España también nos
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hemos dejado seducir por la magia de los carteles de conciertos y encontramos artistas con historias asombrosas. Aunque, a veces, se trata de un viaje de ida y vuelta a la meca de los sueños. Uno de los casos más fascinantes es el de Frank Kozik, que nació en Madrid en 1962 fruto de la relación entre un soldado americano y una chica española. A los quince años se trasladó a California, vivió al límite, se alistó en las fuerzas aéreas y después consagró su vida al arte musical, aprovechando su espíritu autodidacta. Hoy se le reconoce como el gran impulsor de los pósteres de rock, gracias a sus trabajos en serigrafía para Pearl Jam, Beastie Boys y Neil Young, pero en 2001 decidió dar un giró radical a su carrera: vendió su imprenta a su amigo Chuck Sperry y se dedicó al diseño de toyz. De regreso a nuestro país es inevitable hacer referencia a sospechosos habituales como Javier Ezquerro, Leviathan o el estudio Bunker Graphics, que se han convertido en francotiradores de esta escena y han logrado poner una nota de
Cartel de Chuck Sperry para The Black Keys. A la dcha., dos obras de John Van Hamersveld de 1968 y 2009, separadas por cuatro décadas de rock’n’roll.
alegría a las calles con sus carteles. No obstante, uno de los creadores más prolíficos y respetados es Abel Cuevas, autor de nuestra portada de este mes. Con su universo visual repleto de personajes con barba, viñetas campestres y tipografías enmarañadas, nos lleva de vuelta a los inicios de esta moda en la Costa Oeste. «Puede que sea una cuestión generacional, porque crecí viendo esas obras tan espectaculares de los años sesenta y setenta y echo de menos encontrar algo así en la calle –nos explica el diseñador–. Empecé haciendo pósteres de grupos que me gustan y tengo la suerte de haber colaborado con algunos de mis artistas favoritos: MV&EE, Wooden Wand, Bill Callahan o Tom Carter. Al principio me daba un poco de miedo trabajar para gente que admiro, pero he descubierto que es muy inspirador». Ahora que ya casi nada nos sorprende, estas visiones psicodélicas resurgen para agitar las conciencias más acomodadas y arrastrarnos cada noche a los conciertos. // El resto es pasión, sudor y rock’n’roll.