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POBLE ESPANYOL BARCELONA
01 The Beach Boys con una tabla de surf en una playa de Los Ángeles en agosto de 1962. Dennis Wilson es el primero por la izquierda
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Miércoles, 18 julio 2012
The Beach Boys
02 Dennis Wilson en una fotografía de los años setenta
MICHAEL OCHS / GETTY
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Beach Boys / Dennis Wilson Son una de las bandas más míticas de la historia de la música; ahora vuelven a los escenarios, pero sin uno de sus miembros originales, el que mejor encarnaba la idiosincrasia del grupo
El auténtico chico de la playa DAVID MOREU
Las modas son uno de los fenómenos más desconcertantes de la sociedad caótica en la que vivimos, sobre todo si están relacionadas con la música. Hoy todas las cosas tienen fecha de caducidad, por este motivo no debe extrañarnos que los artistas surjan de la nada, disfruten de una época de esplendor y se desvanezcan en el horizonte, ante la indiferencia de la gente. Sólo algunas bandas alcanzan el privilegio de la inmortalidad y siguen haciendo soñar al público más allá de su época. Este es el caso de los Beach Boys, el grupo que creó la imagen más utópica de los años 60 y que hoy disfruta de una segunda juventud gracias a los grupos de indie y pop que los reivindican como su máxima inspiración, tal como quedó demostrado en la última entrega de los Grammy. Los chicos de la playa han acaparado portadas y titulares durante décadas, tanto por su música como por sus famosas disputas legales. Pero este año ha sucedido lo impensable y los miembros originales que siguen vivos (con Brian Wilson al frente) se han reunido para celebrar el cincuenta aniversario de su formación y embarcarse en
una gira mundial, que hará escala en Barcelona. Una noche mágica en la que volverán a sonar sus grandes éxitos y brillarán sus estribillos celestiales, aunque habrá un vacío al que muy pocos prestarán atención: Dennis Wilson no estará sentado detrás de la batería con su pose chulesca y su mirada de seductor. Pero ¿quién era realmente este personaje de leyenda? Para conocer su influencia en la banda y en la cultura popular debemos remontarnos a principios de los años 60 en la soleada California, donde entonces vivía la familia Wilson. El hermano mayor, Brian, quería montar un grupo de rock para interpretar sus canciones, pero aquel sueño no se hizo realidad hasta que Dennis le propuso escribir letras sobre surf, coches deportivos y escapadas a la playa. “Brian sacaba buenas notas y Carl (el hermano pequeño) era muy mal estudiante, lo suspendía todo. Yo era el que siempre se metía en problemas, en peleas y hacia salvajadas”, comentó el mediano de los Wilson en una entrevista. No en vano, era el único surfista de la banda y personificaba la imagen del chico rebelde e inconformista que vivía inmerso en un verano sin fin.
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Además, él fue el encargado de tocar la batería, puesto que era el único instrumento que quedaba libre en el garaje de su casa. En 1962 publicaron su primer álbum, titulado Surfin' Safari, y se convirtieron en estrellas, aunque el futuro les deparaba muchas sorpresas. En los siguientes tres años grabaron nueve discos, con éxitos como Surfin' USA, Fun Fun Fun y I get around, giraron por medio mundo y en 1966 alcanzaron la cumbre de
su carrera con Pet sounds, considerado uno de los mejores discos de la historia junto al Sgt. Pepper's de los Beatles o What's going on de Marvin Gaye. Pocos meses después editaron el famoso single de Good vibrations y Brian Wilson se sumergió en una profunda depresión (aliñada con narcóticos) que le impidió terminar las sesiones de su próximo disco. Fue entonces cuando Dennis tomó las riendas de la banda y demostró su potencial como compositor, aportando las mejores canciones de los siguientes lanzamientos de los Beach Boys. Nadie imaginaba que detrás del surfista indomable se escondía un gran artista, hasta que el mundo entero se rindió ante la belleza de Forever, una canción del álbum Sunflower de 1970 que compuso una noche por teléfono junto a su amigo Gregg Jakobson. Después de la resaca de sexo, drogas y rock’n’roll de los años 60, de haber convertido su casa en una comuna hippy, de haber salido de fiesta con Steve McQueen y haber entablado amistad con el mismísimo Charles Manson, Dennis Wilson parecía haber reconducido su vida y encaraba la nueva década con varios proyectos. Además de
Cuando Brian entró en crisis, Dennis tomó las riendas de la banda y demostró su potencial como compositor ahogó borracho en el océano que tanto amaba. Un final trágico para un artista que inspiró a millones de personas con su estilo de vida y que, sin pretenderlo, creó la imagen inconfundible de una de las mayores bandas de rock de todos los tiempos. Aunque el mejor epílogo de esta historia lo pronunció él mismo en una vieja entrevista: “Todo lo que soy y seré está en mi música. Si quieres conocerme, simplemente escúchala.” |
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A la derecha, un momento del montaje de la compañía Trànsit Dansa dedicado a Carmen Amaya
Ballant a la sorra La compañía de Maria Rovira hace un homenaje a Carmen Amaya, una de las bailarinas fundamentales del flamenco del siglo XX
Del Somorrostro al mundo Maria Rovira / Trànsit Dansa Ballant a la sorra TEATRE GREC / TEATRE ROMEA BARCELONA
Creación y dirección: Maria Rovira. Composición musical: Juan Gómez ‘Chicuelo’. Dramaturgia: Victoria Szpunberg. Presentado el 4 y 5 de julio en el Festival Grec. De la segunda semana de agosto al 2 de septiembre en el Romea. www.teatreromea. com; transitdansa.net
EDUARD MOLNER
Empezaremos por la Carmen Amaya, la gitanita de catorce años que ya conocen nuestros lectores. Escudero la considera como una de las mejores bailarinas españolas, y se la quiere llevar a América. Esta niña es un producto bruto de la naturaleza. Como todas las gitanas, ya debió nacer bailando. Es la antiescuela, la antiacademia. Todo lo que sabe, ya lo sabía cuándo nació (...) lo más impresionante es su nervio, que engendra sobresaltos patéticos, su sangre, su violencia, su ardor salvaje de bailarina nata.” Sebastià Gasch, consciente o no, creó un canon sobre el flamenco desde las páginas de Mirador, la extraordinaria revista política y cultural de los años treinta. El artículo citado, Cuadro flamenco, es de junio de 1932, Amaya tenía 19 años y no 14, pero era menuda y entonces nadie sabía a ciencia cierta su edad. Amaya no nació con Los Tarantos (1960) de Rovira Beleta, aunque la película tuvo la virtud de mostrar que el flamenco no era un invento franquista. Maria Rovira, con su espectáculo Ballant a la sorra, estrenado en el Festival Grec y que se podrá ver en agosto en el Romea, ha construido un homenaje vistoso y efectivo a una de las bailarinas fundamentales del flamenco del siglo XX. Un montaje que mezcla diferentes lenguajes coreográficos al servicio de la ilustración, desde la voluntad de llegar a un público mayoritario, pero sin renunciar a una cierta contemporaneidad. El flamenco ha evolucionado gracias a transgreso-
res como Camarón o Morente que, en su día, como la misma Amaya, se saltaron las normas. Ellos también fueron contemporáneos. “Un producto bruto de la naturaleza”, decía Gasch, una afirmación que Rovira ha trasladado a escena simulando con su cuerpo de baile las oleadas, que rompen en la playa del Somorrostro, llevando a su lomo a la nueva criatura que deslumbraría en los tablaos de medio mundo. Carmen Amaya era hija del mar y la arena, como ella misma decía a menudo. Había aprendido a bailar en la playa, en una Barcelona toda ella separada del mar por una frontera de miseria. Bailar era salir de aquello para dar una mejor existencia a los suyos. Así pues, en el baile iba la vida. En el fondo del escena-
El espectáculo huye de lo convencional para evocar a la bailaora Carmen Amaya desde la contemporaneidad rio un cañizo y delante de la arena, a pocos metros, el mar, aquí el espacio para el baile. Los supervivientes de las barracas del Somorrostro explican que cuando el mar se encolerizaba y mordía la arena con fuerza, a menudo se llevaba alguna prenda, los seres más frágiles entre aquellos pobladores de los márgenes. La escenografía de Quim Roy evoca esta fragilidad, pero al mismo tiempo, huye de la oscuridad: hubiera sido fácil montar barracas,
buscar el dramatismo, pero resulta mucho más evocador recordar con tonos claros, solares, que el espectáculo habla del nacimiento de una artista. La gestualidad y el movimiento del cuerpo de danza no es flamenco, pero cita en muchas ocasiones el flamenco. Una de las primeras escenas sitúa todo el grupo sentado en pequeñas mesas, en círculo, como tocan a los músicos flamencos, como esperan los bailarines, sentados. También es una cita la escena que se inicia bajo el título De lejos, un paseo de la solista Cristina Chacón con todo el cuerpo de baile situado detrás suyo actuando como un vestido flamenco que se infla y se desinfla, que gira y se eleva, con una atmósfera musical recreada a partir de Peter Gabriel. La dramaturgia de Victoria Szpunberg ha focalizado los grandes temas de la vida de Amaya, huyendo de una reconstrucción biográfica convencional. Claro está que todo eso podría evaporarse sin el anclaje del mismo flamenco, no sugerido ni evocado sutilmente, sino interpretado con el salvajismo de este “producto bruto de la naturaleza”, encarnado en este espectáculo en Cristina Chacón que “se apodera acto seguido del espectador con la enérgica convicción del rostro, con sus prodigiosas dislocaciones de caderas, con la rabiosa batería de los talones y con el juego variado de sus brazos”; son palabras del Sebastià Gasch de 1932, sobre la jovencísima Amaya, que nos va bien trasladar aquí. |
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Miércoles, 18 julio 2012
DAVID RUANO
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tocar con los Beach Boys, en 1971 no dudó en aceptar un papel protagonista en la película de culto Carretera asfaltada en dos direcciones, junto al cantante James Taylor. “Dennis era el actor más inusual que he conocido, puesto que no tenía consciencia de sí mismo. No prestaba atención a la cámara, simplemente vivía su propia vida”, nos comenta Monte Hellman, su director. “Estaba fascinado por el desarrollo de las escenas y a veces se sentaba a mirar lo que sucedía, como si fuera un espectador. Se olvidaba de que estaba rodando una película y nunca fue pretencioso”. Entonces se iniciaba la etapa más creativa de su carrera, que culminaría con la edición de Pacific Ocean Blue en 1977. Un álbum que recibió criticas entusiastas, gozó de buenas ventas y lo convirtió en el primer miembro de la banda en emprender una aventura en solitario. Un año antes había comprado un velero llamado Harmony, que simbolizaba su paz espiritual, y empezó a vivir como un nómada mientras lo restauraba. “Soy de California, pero no me gusta vivir como si perteneciera únicamente a un sitio. Puedo soñar con el mundo entero”, afirmó en una entrevista radiofónica. Aunque la relación enfermiza que mantenía con Karen Lamm (con quien se casó y divorció dos veces) le hizo recaer en el infierno de las drogas y nunca pudo terminar su segundo álbum, titulado Bambu. A principios de los años 80, Dennis Wilson lo había perdido todo, aunque el golpe definitivo fue su expulsión de los Beach Boys por culpa de las adicciones. Durante un año salió con Christine McVie de Fleetwood Mac y fue de gira con el grupo, pero cuando regresó a California se convirtió en un vagabundo que iba descalzo por la calle y vivía en un hotel. Por aquellas fechas conoció a una joven llamada Shawn Love, hija ilegítima de Mike Love (su primo y miembro de los Beach Boys), se casaron, tuvieron un hijo y todo ese caos se precipitó el 28 de diciembre de 1983, cuando el eterno surfista se