Alfonso Font

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Alfonso Font

El eterno arte de contar historietas A finales de la década de los 50 se vivió la edad de oro del cómic español y muchos dibujantes que trabajaban en agencias de ilustradores de Barcelona se convirtieron en celebridades gracias a los encargos que realizaban para editoriales extranjeras como Fleetway y Amalgamated Press. A pesar de que sus creaciones tenían miles de lectores en otras latitudes, tuvieron que afrontar una gran paradoja: seguían siendo artistas completamente anónimos en nuestro país. Aquellos jóvenes se especializaron en historietas de amor, relatos del oeste, sagas policiacas e incluso subgéneros tan demenciales como el terror gótico. Sin olvidar las portadas a todo color para novelas pulp que triunfaban en el mercado anglosajón. Uno de los nombres más destacados de aquella generación es el de Alfonso Font, un creador todoterreno que empezó su carrera en Bruguera y se consagró años más tarde con sus propias obras de ciencia ficción. Hablar con este referente de la ilustración significa emprender un viaje en el tiempo hacia una época donde la pasión por los lápices derrotó al conservadurismo del régimen y se encumbraron mitos del underground nacional como Tequila Bang y Clarke y Kubrick. Texto: David Moreu / Fotografía: Thesupermat (CC BY-SA 3.0) / Imágenes cedidas por Alfonso Font. / Web del artista: http://www.alfonsofont.com

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Te propongo remontarnos a los inicios de esta historia tan apasionante. ¿Podrías contarnos cómo descubriste la afición por el dibujo y cómo fue tu etapa de aprendizaje en Bruguera? Como la mayoría de dibujantes, empecé llenando márgenes de libros, papeles y libretas con rayones que pretendían ser dibujos de caballos, perros, piratas o cualquier cosa que se me ocurriera. No creo que tuviera más de cinco o seis años. Si alguien piensa que era un niño prodigio, le bastaría con ver los resultados para comprender que no lo fui. ¡De prodigio, nada! Tal como comentas, mis inicios profesionales tuvieron lugar en el estudio

que Bruguera tenía en la Avenida República Argentina de Barcelona. Allí me harté de hacer rayones y más rayones hasta que empecé a ilustrar algunas novelas de bolsillo. Por cierto, a Vázquez lo conocí más tarde, cuando yo ya no trabajaba en esa editorial. Después trabajaste para diversas agencias de ilustración en Barcelona. ¿Qué tipo de historietas hiciste? ¿Por qué crees que en aquella época llegaban tantos encargos desde el extranjero? De Bruguera pasé a Ediciones Toray, donde dibujé historietas del oeste y algunas policiacas. Más tarde pasé a Selecciones Ilustradas y luego a Bardon Art, donde hice Black

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Max, mi primera serie con un personaje fijo. Recientemente Fleetway la ha reeditado en Inglaterra y me pidieron que hiciera una portada. Les mandé una ilustración bien hecha y actual, pero me dijeron que necesitaban algo tan “malo” como lo de entonces. Incluso me hicieron un croquis de cómo tenía que ser. La razón de que nos llegara tanto trabajo de encargo desde el extranjero no era porque fuéramos mejores dibujantes (como creíamos nosotros), sino que era porque cobrábamos en pesetas, una moneda depauperada que permitía a los editores extranjeros llenar sus revistas por menos de la mitad del precio que debían pagar a sus dibujantes y guionistas. La


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gente de mi edad entenderá perfectamente de lo que hablo. La última etapa de los años 60 se caracterizó por el rock n’ roll y el aperturismo de la dictadura. ¿El ambiente en las agencias se parecía a lo que retrató Carlos Giménez en Los Profesionales? Lo retratado en Los Profesionales era cierto, sobre todo en Selecciones Ilustradas. También se hacían bromas en otras agencias, incluso en el estudio de Bruguera, aunque lo de Selecciones Ilustradas se llevaba la palma porque algunas podían llegar a ser sofisticadamente malignas. Pero éramos jóvenes y lo que hoy habría podido terminar a bofetadas,

entonces terminaba con unas risas y unas cervezas. En Bruguera existía la figura del jefe de redacción (en esos momentos era Lluis Casamitjana) y había la costumbre de presentarle las historietas terminadas. Un día de verano, con la ventana de su despacho abierta de par en par, recibió la visita de un dibujante de la casa que le llevaba unas 20 o 30 páginas para revisar. Casamitjana fue tirando las páginas por la ventana a un descampado que había abajo, mientras decía: “Ésta no me gusta, ésta está muy mal”. ¿Puedes imaginarte lo que aquel dibujante llegó a sentir? Lo que no sabía es que Casamitjana había recortado un montón de páginas en blanco del mismo

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tamaño que las dibujadas y, en un momento de distracción, dio el cambiazo. Los originales estaban bien resguardados en un cajón de su despacho. A mediados de los años 70 te trasladaste a París para seguir desarrollando tu carrera. ¿Cómo fue la experiencia en Francia? ¿Notaste una gran diferencia con las editoriales españolas? Entonces trabajaba en Selecciones Ilustradas y estaba bastante inquieto. Me salió la posibilidad de empezar a colaborar en la revista Pif con un guionista francés y junto a mi esposa decidimos mudarnos a París. Allí noté una gran diferencia en todo, sobre todo en los


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precios y el respeto por el trabajo. Fue una época muy positiva para mí y la recuerdo con mucho afecto. En Francia se hacían tiradas de cómics de 50.000 ejemplares e incluso más, pero ahora esto sólo lo consigue Astérix. Un día hablaba con los jefes de redacción de la editorial Vaillant (que publicaba Pif le Chien y el diario del Partido Comunista Francés, y que en sus mejores momentos llegó a vender 150.000 ejemplares semanales) sobre cómo obtener una serie de ventajas sociales y me dijeron: “Hombre, esto es una editorial comunista, pero para ciertos asuntos es como otra”. Hicieron la broma con la pronunciación similar de “comunista” y “comootra”.

Cuando regresaste a Barcelona estalló el boom del underground y de las revistas satíricas. ¿Podríamos considerar que en ese período se vivió realmente la contracultura de nuestro país? La contracultura es válida si trata de desmontar la cultura del establishment. Pero tiene que estar muy bien pensada para no acabar siendo un “todo vale” y atentar contra la cultura auténtica, la necesaria para un pueblo que salía del franquismo con unas evidentes carencias. Una cosa es querer quitarse de encima prejuicios antiguos para avanzar y otra distinta es mandarlo todo a paseo. La contracultura debe ser muy culta y didáctica.

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Entonces fue un boom, todo estaba en ebullición y había muchas ganas de hacer cosas que hasta ese momento la Dictadura había impedido. Con Víctor Mora empezamos el primer capítulo de una serie ecologista titulada Les compagnons d’Atlantis. Aunque quizá fue demasiado pronto para que los editores se preocuparan por si el mar estaba lleno de contaminantes plásticos y no tuvo continuidad. En la revista La Calle (la primera a la izquierda, decían) publiqué Tequila Bang, que pretendía transmitir un mensaje de izquierdas mediante aventuras divertidas para el gran público. Víctor Mora fue un hombre honesto y una buena persona, de trato fácil y asequible.


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Como creador de un personaje como El Capitán Trueno, en cualquier otro país hubiera podido vivir muy bien de los royalties. En los años 80 decidiste escribir tus propios guiones para Cuentos de un Futuro Imperfecto y Clarke & Kubrick. ¿Qué desafíos te propusiste como creador total de tus obras? Mi primera serie fue Historias Negras y más tarde hice Cuentos de un Futuro Imperfecto. Fue un reto porque mi idea era ser un autor completo, responsable de todo el trabajo. En la historieta de dibujo realista apenas se había usado el humor, algo que se dejaba para el denominado dibujo humorísti-

co. Yo he tenido siempre sentido del humor y me gusta mucho reír. Clarke y Kubrick me permitieron recrear una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, dos caras de un mismo individuo. Clarke es un hombre sereno, reflexivo, sensato y poco amigo de meterse en problemas. Luego está Kubrick, su antónimo. Serían el equivalente al sentido común y al arrebato en un mismo individuo. Son los héroes de sus historias, pero no superhéroes porque éstos son trágicos, oscuros y no ríen nunca (entonces mostrarían una parte humana y débil de sí mismos). Clarke y Kubrick son antihéroes, gente normal a la que se les estropean las cosas, sea una cafetera o el motor de una

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nave espacial. Como aficionado a la ciencia ficción escogí sus nombres en homenaje al escritor Arthur C. Clarke y el cineasta Stanley Kubrick. Eres un apasionado de la lectura, te encanta oler los libros antes de leerlos y aprecias el valor de los originales en el mundo del cómic. ¿Crees que se ha perdido algo por el camino? Los libros de hoy no tienen el mismo olor de los de antes. O eso o yo he perdido olfato. Pero sí que es cierto que el olor a papel impreso me ha gustado siempre. En el mundo del cómic (aunque me gusta más seguir llamándolos tebeos o historietas) hace tiempo


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que ha entrado la tecnología y, en raras ocasiones, se colorean los dibujos a mano. Hoy se usa Photoshop. Por lo tanto, los originales no existen más que de manera virtual. Yo todavía necesito mancharme las manos con tinta y pinturas, cuando soy yo quien colorea mis historias, claro. ¿Podrías detallarnos tu proceso creativo y qué técnicas utilizas habitualmente para dibujar tus proyectos? Supongo que haces bocetos a lápiz para desarrollar las ideas básicas. Uso tres tipos de lápices. Primero uno de portaminas, muy grueso y blando, que me impide hacer “líneas”. Con éste hago los bo-

cetos de las figuras, sin detalles, sólo con las proporciones y el movimiento. Después uso otro más delgado para concretar las figuras. Y termino haciendo los detalles con una mina de 0,5 milímetros. Luego viene toda una panoplia de plumas, pinceles, rotuladores, Rotrings, Artpens y cualquier chisme que encuentre y al que mi cerebro le vea una posibilidad de uso. Olvidaba mencionar un elemento importantísimo en mi trabajo: la goma de borrar. Una blanda y otra dura que compro por cajas. Para terminar la entrevista, una pregunta de ciencia ficción: si tuvieras una máquina del tiempo ¿a qué período his-

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tórico le gustaría viajar y a qué personaje legendario desearías conocer? Esta pregunta no tiene una respuesta simple. La curiosidad por saber y conocer cosas me llevaría desde la época de las cavernas, hasta un futuro muy lejano. No puedo quedarme con un período concreto ni decidir entre éste o el otro. En cuanto a personajes históricos no tendría ningún interés en conocer a reyes, príncipes, grandes generales, célebres cazadores o maltratadores de animales. Naturalmente sí que hay personas a las que me hubiera gustado conocer, pero la cuestión es: ¿Éstas tendrían algún interés en conocerme a mí? ❧


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