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El Ciento Historias ilustradas de cultura underground No desvelo ningún secreto al afirmar que vivimos una época incierta y que el mundo está cambiando a la velocidad del rayo. En el breve intervalo de tiempo que parpadeamos frente a la televisión o el ordenador es probable que dejemos de reconocer las cosas que suceden a la vuelta de la esquina. Llegados a este punto sin retorno, tenemos dos opciones: resignarnos ante los acontecimientos o cuestionarnos todo lo que nos rodea. Algunos artistas han aprovechado este periodo de desaceleración para reafirmar su vocación y darse cuenta de que la responsabilidad individual, aunque sea sobre el papel o la tableta gráfica, es la única herramienta que tenemos para cambiar el mundo. Este es el caso de El Ciento, un ilustrador apasionado por el rock and roll que ha plasmado su universo visual en portadas de discos, carteles de conciertos, artículos de prensa y también en las asombrosas cubiertas de la editorial Dirty Works. Bienvenidos a un viaje frenético por el underground con ecos sureños y la música de Guadalupe Plata. Texto: David Moreu. Web del artista: http://elciento.com
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Te propongo remontarnos a los inicios de esta historia tan marcada por la ilustración y la música. ¿Podrías contarnos de dónde eres, cuál es tu background y cuándo surgió tu pasión por el arte? Nací en 1984 en Pozoblanco, un pueblo al norte de Córdoba, y podría decirse que mi historia comienza, como la de tantos otros, alrededor de la televisión. Recuerdo flipar de pequeño con los Fraggle Rock, con series como Lupin y Sherlock Holmes, y películas como E.T. A los siete años mis padres me apuntaron a clases de dibujo con la mejor intención, pero la cosa no fructificó. Me aburrían tanto los bodegones que no tardé en abandonar. Prefería dibujar las carátulas de los casetes que me grababa mi primo o desarrollar torpemente pequeñas revistillas musicales llenas de caricaturas y textos sobre grunge o punk-rock, siempre a la par con mi hermano gemelo. Entre los dos llegaríamos a hacer unos cuarenta números que aun conservo. Desde ese momento conseguí que mi pasión por la música y por el dibujo confluyeran en un mismo canal, abriendo una vía que quizá podía convertir en una carrera profesional. Empezaste tu carrera haciendo ilustraciones para periódicos locales y colaborando en fanzines. ¿Qué aprendiste en esa etapa? ¿Cuál era la magia de los fanzines de antaño? Aprendí a convertir la música en mi refugio particular. Digamos que, por entonces, tenía ciertas dificultades sociales y tanto dibujar como escuchar música suponían para mí explorar territorios desconocidos, desde luego mucho menos hostiles que el mundo real. En esa etapa descubrí la mayor parte de la música que me ha marcado, como los Beach Boys, The Cramps, Jonathan Richman, Alex Chilton, Jayhawks, The Feelies, Gram Parsons, New Order, The Flamin’ Groovies, Marvin Gaye o Los Enemigos. Aprendí, sobre todo, a alimentar mi curiosidad y cuestionarme las cosas, a saltarme las reglas y pensar por mí mismo, y a forjarme un criterio ético y estético
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propios. Lo mejor de aquellos fanzines era la libertad y la irreverencia de quienes escribían. Podían hablar de absolutamente cualquier cosa, desde lo trivial a lo underground pasando por lo místico. Aquello era como pisar la luna. Formabas parte de un club secreto, de una pandilla de colegas interesantes que tenían más de macarra que de élite. También colaboraste con promotoras de conciertos haciendo carteles. ¿Estabas familiarizado con la escena de pósteres de rock de finales de los años 60? ¿Qué te atrae de este formato? Los conocía, aunque estéticamente los consideraba demasiado anclados a su tiempo. Realmente estaba más familiarizado con el cómic y la música, con Robert Crumb, 100 Balas y el Víbora, por poner algunos ejemplos. Aún así, siempre me ha gustado mucho la psicodelia, como The 13th Floor Elevators, Captain Beefheart, los recopilatorios Nuggets o The Flaming Lips, y supongo que eso se puede filtrar de algún modo. Con todo, diría que mi estilo tiene más que ver con el pop, los fanzines, el cómic underground y el punk. Lo que me atrae del cartel es precisamente su formato: ocupar un gran espacio físico que sirva para anunciar un momento concreto en el tiempo. Conectar mi visión personal con la banda o bandas que lo protagonizan siempre es un reto gozoso, más aun si se trata de nombres que admiro. No tardaste en dar el salto al mundo discográfico y diseñaste portadas de álbumes para bandas como los americanos Giant Sand. ¿Cuál es el secreto para que una portada llame la atención? No tengo ni idea del secreto. Tampoco concibo necesariamente la portada como un espacio en el que destacar o llamar la atención per se. En primer lugar, necesito buscar mi propia conexión con la banda, encontrar el imaginario en el que mejor conviven su arte con el mío y, a partir de ahí, perderme en el proceso hasta dar con la imagen más potente posible. Aquí tiene más peso la intuición que la lógica o la ra-
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zón, lo cual puede hacerme llegar a extremos insospechados. En mi caso, como soy autodidacta, nunca ha habido reglas que romper… porque no hay reglas. En cualquier caso, los límites debe marcarlos la banda o el cliente que te pide el trabajo. Mis referentes a nivel gráfico son gente como Robert Crumb, Charles Burns, Daniel Clowes, Raymond Pettibon, Guy Peellaert, Máximo Moreno, William Eggleston, David Sánchez o Miguel Brieva. Todos gente respetable y adaptada, como puedes comprobar. Desde hace unos años colaboras con la editorial Dirty Works y eres el responsable de sus cubiertas, que tienen una imagen muy potente. ¿Cómo es el trabajo habitual con los editores? Seguramente, Javier Lucini y Nacho Reig, mis socios en Dirty Works, te dirían que en nuestro trabajo hay sangre, sudor, lágrimas, maltrato y explotación. Pero la verdad es que trabajar con ellos es lo más parecido a no trabajar que he experimentado en mi vida. Nuestras reuniones jamás duran más de cinco minutos. Lo importante es dedicar tiempo a celebrar que la reunión ha terminado. En cuanto al anecdotario, te contaré cómo entré a formar parte de esta familia. Un día fui a Córdoba a visitar a mi querida editora Marga Suárez, de Bandaàparte. En esa ocasión me abrió la puerta un tipo que no conocía, pero que sospechosamente llevaba el mismo tipo de jersey y anillos que yo. Marga me lo presentó como Nacho Dirty Works y nos estrechamos la mano sin fiarnos un pelo. Su editorial se había quedado sin ilustrador y Marga me propuso como sustituto. De fondo sonaba Yuma, de Justin Townes Earle, y le hice saber a Nacho que era mi disco favorito del hijo de Steve. Siguió sospechando de mí. Me preguntó si conocía a Malcolm Holcombe y le dije que sí, que lo había visto en directo en la sala Rocksound de Barcelona. Nacho me contó que fue su road manager en esa gira y que debió estar a mi lado en el concierto, entre no más de quince personas. Marga se fue a dormir y Nacho y yo nos quedamos hasta las siete de la mañana contándonos la vida y
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forjando una amistad de las de verdad. No sería el ilustrador de Dirty Works de no ser por Marga y esa descacharrante primera noche con Nacho. En 2017 publicaste la novela gráfica Leyendas desde el Pantano. Guadalupe Plata. ¿Qué vinculación tienes con esta banda y qué influencia tiene la iconografía sureña en tu imaginario? Los conozco de Granada, de cuando su cantante y guitarra trabajaba en el bar Tornado y todavía no habían editado su primer 10 pulgadas. Guadalupe Plata siempre me ha parecido una banda espectacular. La iconografía religiosa, el blues, Robert Johnson e incluso el flamenco ya estaban previamente en mi ADN, pero la manera que ellos tienen de integrar ese imaginario en su propia evolución (o involución) ha ido en paralelo a la mía y me ha servido de inspiración. Lo que hacían era tan especial, tanto dentro como fuera de los escenarios, que alguien tenía que contarlo. Y como sabía que ellos no iban a hacerlo, decidí encargarme yo mismo. Eso sí, el libro es mi visión personal de su historia, no una biografía al uso. El sur es mi centro y mi raíz, una especie de brújula interna. La comida sureña, la vida social, la religión, las tradiciones, todo esto alimenta mi trabajo. Diría que mi filosofía está completamente impregnada del sur. Por curiosidad, ¿cuál es tu proceso creativo y qué técnicas utilizas habitualmente para realizar tus obras? No sé si acostumbras a llevar una libreta en la mochila para hacer bocetos en el camino. Hace mucho tiempo que no suelo llevar la libreta encima, quizá en algún viaje largo. Normalmente empiezo buscando mucha documentación. Como suelo trabajar con retratos, busco tantas fotos como crea conveniente, elijo una o varias y entonces las combino. Luego hago el boceto (o bocetos) a lápiz y entinto. Para el color, cuando es necesario, utilizo Photoshop. Antes solía utilizar lápices de colores o acuarela, pero hoy en día el formato digital me resulta mucho más práctico y cómodo.
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Teniendo en cuenta el avance imparable de la globalización, ¿qué cosas te inspiran para embarcarte en nuevos proyectos? ¿Cuál es la banda sonora habitual en tu estudio? Me inspiran las personas, con sus luces y sus sombras. Me inspira una buena historia, un buen libro, una buena película o el comentario de un camarero en el bar. La globalización es muy útil para contactar con alguien como Howe Gelb de la banda Giant Sand vía Instagram, para conocer a gente que está en la otra punta del globo y, en el mejor de los casos, conseguir nuevos encargos. Actualmente he vuelto a escuchar a Alex Chilton, cuya carrera en solitario me parece fascinante. Tan irregular como maravillosa. También me han encantado los nuevos trabajos de Tyler Childers y Sturgill Simpson en clave bluegrass. ¿Cómo has vivido los meses de confinamiento como ilustrador? Esta situación está generando muchas reflexiones y puede que nos ofrezca la oportunidad de no repetir errores del pasado. Estos meses me han servido de reencuentro con mi faceta de ilustrador. He podido retomar proyectos que tenía aparcados y practicar mucho el trazo con la tableta digital. También he dibujado por el puro placer de dibujar, cosa que a menudo se olvida ejerciendo esta profesión. En marzo sí que tuve un par de días de shock en los que no pude hacer nada. Estaba tan superado por la situación que me sentía incapaz de mover un dedo. Estaba bloqueado. Luego reparé en el tiempo que tenía por delante y decidí sumergirme en uno de esos trabajos aparcados, en parte por simple pragmatismo, en parte como burbuja o terapia. Mis reflexiones no tienen mucho de especial: ser consciente de la fragilidad del ser humano y ejercer la responsabilidad (o desobediencia) individual como única arma es algo que ya sabía antes. La diferencia ahora radica en lo que está en juego, que es la más pura y dura supervivencia. Como conclusión, he constatado que la crisis saca lo peor de mucha gente y lo mejor de otra, pero no tanta.
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Una de tus colaboraciones más longevas es con la revista musical Ruta 66. ¿Qué encargos te han hecho especial ilusión? ¿Cuál crees que es el papel de la prensa musical en la actualidad? Recuerdo con gran ilusión el primer encargo que me hicieron, entrevistar y dibujar a Sturgill Simpson. Ver el resultado en papel y, sobre todo, ver en persona la reacción del propio Sturgill ante mi trabajo es algo que guardo bajo llave en mi memoria. Lo mismo me sucedió con Lou Barlow y Bob Mould. A parte de estos tres encargos, los artículos que he compartido con mi hermano suponen la cuadratura perfecta de un círculo de más de veinte años de pasión por el rock and roll. Sin olvidar la portada del especial del 35 aniversario, un sueño húmedo de adolescencia hecho realidad. Creo que la prensa musical todavía conserva cierto valor, quizá residual, dada a la sobreinformación inmediata y la coexistencia de webs, blogs y magazines. Pero sí que hay autores con enjundia, solo debes buscarlos. Para terminar la entrevista, una pregunta de ciencia ficción: Si tuvieras una máquina del tiempo, ¿a qué época te gustaría viajar y a qué personaje histórico te gustaría conocer? Me encantaría viajar a los años 60, a los estudios Sunset Sound o United Western en Los Ángeles, y ser testigo de las grabaciones que Brian Wilson hizo para los discos Pet Sounds y Smile de los Beach Boys. O también al periodo 1976 - 1977 para visitar el club CBGB neoyorquino y compartir mesa con Lou Reed o Alex Chilton mientras actúan Television, Suicide y los Ramones. Como puedes ver, el viaje siempre sería en torno al rock and roll. En tal caso, quizá sí que me llevaría lápiz y libreta. ❧
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