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Santi Pozzi. SerigrafĂa al poder
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Algunos viajes te cambian la vida para siempre. Esto es lo que debe pensar Santi Pozzi, un joven creador de pósteres de Buenos Aires que ha recorrido medio mundo para aprender las técnicas de impresión artesanales. Todo empezó cuando aparcó sus estudios para viajar a San Francisco, donde tuvo la oportunidad de trabajar en The Firehouse (junto artistas consagrados como Ron Donovan y Chuck Sperry), y a su vuelta a Argentina fundó la Imprenta Chimango, un paraíso dedicado a la serigrafía y a la impresión analógica. Una historia de viajes marcada por el cine clásico, por chicas aficionadas al rock independiente y por la voluntad de recuperar el arte perdido de los póstere s. Texto: David Moreu
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Cuando preguntamos a un niño qué quiere ser de mayor, habitualmente nos responde que le gustaría ser bombero, policía, médico o, incluso, cowboy como los viejos héroes de las películas del oeste. El poder de los sueños es enorme, por este motivo también encontramos niños que enseguida muestran interés por el arte y tienen muy claro que su futuro estará vinculado a los bocetos, a la creatividad y a los lápices de colores. Evidentemente, no todos tienen éxito, pero algunos logran que ese sueño se haga realidad. Este es el caso de
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Santi Pozzi. “Quizá a causa de cierta desatención emocional en mi infancia, me volví un pibe tímido e introvertido a quien le resultaba muy fácil distraerse dibujando”, comenta el ilustrador. “Mi madre pinta al óleo y me inculcó esa curiosidad por el arte. Nunca tomé clases, pero aprendí mucho copiando los dibujos de las historietas que leía”. Dibujar se convirtió en una obsesión para aquel joven de Venado Tuerto (provincia de Santa Fe) y lo hacía en todos los sitios donde podía, ya fueran los bancos del colegio, los cuadernos de matemáticas o las
libretas que llevaba consigo a todas partes. Pero no fue hasta que empezó a estudiar diseño en Buenos Aires cuando se dio cuenta de que ese pasatiempo podía convertirse en una forma de vida. Entonces decidió trabajar con distintas técnicas, experimentar con varios formatos y, sobretodo, recorrer el mundo en busca de nuevas experiencias. Muchas veces se afirma que el viaje es el destino, así que Santi Pozzi no dudó en hacer las maletas, despedirse de su familia y comprar un billete de avión a California. La meca
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de los sueños le esperaba con todos sus mitos, el glamour de las estrellas y los grandes artistas que habían forjado su imagen utópica. Aunque su aventura como diseñador empezó a tomar forma cuando decidió instalarse una temporada en San Francisco. “No sólo me fascinó su belleza, sino también su movida cultural con toda esa historia de beatniks y hippies”, afirma el diseñador. “Allí tuve la oportunidad de conocer a algunos de mis ídolos, como Lawrence Ferlinghetti y Emory Douglas, y también vi por primera vez los pósters de Victor
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Moscoso, Wes Wilson y Tadanori Yokoo en una exposición en el SFMoMA. Sin duda, esa fue la semilla de mi fascinación por el arte del póster”. No en vano, aquella ciudad de aires europeos y tranvías que surcan las calles vio nacer la escena psicodélica en los años 60 y encumbró a algunos de los diseñadores de carteles más reconocidos de todos los tiempos. Artistas de la talla de John Van Hamersveld y Rick Griffin, que sorprendieron al mundo con su mezcla de pop-art, rock and roll y surf en una época de rebeldía y cambio social. Pero han tenido que
pasar varias décadas y muchas modas para que surjan nuevos estudios dedicados en cuerpo y alma a la creación de pósteres, uniendo la tradición artesanal de la serigrafía con las nuevas técnicas del mundo digital. Sin duda, uno de los ejemplos más famosos de esta nueva ola es The Firehouse, un estudio regentado por Ron Donovan y Chuck Sperry. “Llegué a la puerta de The Firehouse con la esperanza de charlar con ellos y pedirles algunos consejos, pero ese primer día, Dave Hunter me hizo pasar y me mostró dónde estaba la escoba. Así supe
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que ya estaba dentro”, explica Santi Pozzi con una sonrisa cómplice. “Tuve que barrer pisos, pintar el baño, contar hojas y empujar racks de secado durante bastante tiempo, hasta que me dejaron imprimir algo. Pero siempre estuve atento, deslumbrado por lo que ocurría y absorbiéndolo todo. No hay mejor forma de aprender un oficio que trabajando junto al maestro. Y yo tuve a los mejores”. El primer encargo que recibió el joven artista fue diseñar algunos carteles para las proyecciones del Red Vic Movie House, una
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sala de cine situada en la mítica Haight Street de San Francisco y que entonces funcionaba como una cooperativa autogestionada por sus empleados. En su programación alternaban clásicos del séptimo arte con nuevos estrenos, pero siempre con la voluntad de sorprender al público que acudía a las sesiones. “Fue emocionante cuando me invitaron a participar en esa serie, puesto que el proyecto conjugaba dos de mis grandes intereses: los pósters y el cine”, comenta Santi Pozzi. “El mismo día que revisé la programación de la sala para elegir la
película, pasaban Breakfast at Tiffany’s en la tele. No tuve que pensarlo dos veces, la película me estaba eligiendo a mí. Siempre me gustaron los ojazos de Audrey, la música de Mancini e incluso había leído varias veces el libro original, así que realmente disfruté mucho de aquella oportunidad”. Este cartel se ha convertido en una pequeña obra de culto, gracias a su imagen transgresora, al juego de colores y a la libre interpretación de los iconos tan populares de la película de Blake Edwards. Sin olvidar la imagen surrealista de Audrey
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Hepburn con unas gafas de sol en forma de diamante que la acercan, por primera vez, al universo del cómic. A esta obra tan celebrada le siguieron carteles como el de Annie Hall de Woody Allen y el de The enigma of Kaspar Hauser de Werner Herzog, donde Santi Pozzi siguió depurando la esencia de las películas hasta sus elementos básicos y reinterpretando, sin complejos, su estética clásica. Pero un diseñador de carteles que vive en San Francisco y está descubriendo las técnicas de la serigrafía no puede permanecer al mar-
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gen de la escena musical de la ciudad. Los pósteres de rock tienen una larga tradición al otro lado del Atlántico y son la mejor oportunidad que tienen los artistas noveles para introducirse en la industria del espectáculo. La banda de rock que se cruzó en el camino de Santi Pozzi fue Yo La Tengo (auténticas estrellas del circuito alternativo norteamericano), aunque la historia detrás de aquel cartel tiene un componente personal muy curioso. “La razón por la que decidí hacer un póster no oficial para ese concierto de Yo La Tengo fue que quería impre-
sionar a una chica que me gustaba y es fan de la banda”, afirma con una sonrisa. “Gracias a la diplomacia de Ron, y a cambio de unos cuantos pósters, conseguí una entrada para el show que disfruté muchísimo”. Aquel cartel ya mostraba su creciente interés por unir la cultura popular californiana (como el surf y el rock) con elementos visuales propios de América Latina. A pesar de que nunca llegó a colgarse en la entrada de ninguna sala de conciertos, se trata de una obra colorida y original, que le permitió seguir experimentando con el formato, la tipo-
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grafía y la manera de contar historias en una sola viñeta. “El póster, al estar comprendido por una única imagen, debe tener cierto grado de polisemia, en un intento de que el contenido gráfico exceda los límites físicos de la obra”, comenta Santi Pozzi. “Debe narrar una historia y desarrollarse temporalmente, que intrigue y exija una participación del espectador. Es el lugar para la poesía en la imagen”. El último encargo que realizó en The Firehouse fue crear un póster para anunciar el programa del departamento de arte de la Free
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University of San Francisco, una organización que pretende acercar la enseñanza de calidad a todo el mundo y de manera gratuita. Aquel cartel, que llevaba por título Knowledge is power, le permitió posicionarse como artista comprometido con los tiempos que corren y enlazar su creatividad con el espíritu transgresor de la universidad. “Fue impreso por sus alumnos y pegado en las calles por ellos mismos. Creo que los pósters aún son una pieza atractiva y eficiente para difundir las ideas”, afirma el impresor con voz seria. “No sé si el arte
por sí mismo es realmente capaz de cambiar el mundo, me parece que esa no es su función. Pero sí considero que el arte, como forma de expresión espontánea y libre, siempre ha representado los cambios sociales de un modo más honesto que cualquier otro medio de comunicación”. No en vano, el valor cultural de una obra de arte excede el marco físico en el cual se expone y, actualmente, una pintada de Banksy en las calles puede ser tan significativa como un cuadro de Warhol en el MoMA. Sin duda, el resurgimiento del street art y la aparición de
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nuevos diseñadores de pósteres está contribuyendo a la libre circulación de ideas y a la proliferación de nuevas visiones del mundo (fragmentado) que nos rodea. Después de aquella experiencia de tres meses en San Francisco, Santi Pozzi regresó a Argentina para seguir sus estudios de diseño gráfico en la Universidad de Buenos Aires. Una vez allí, retomó las clases, diseñó algunos carteles para eventos y también le ofrecieron dar algunas charlas sobre las posibilidades de la producción de obra gráfica en serigrafía.
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Pero, más allá de acomodarse en la vida de estudiante, decidió dar el salto como empresario y montar una imprenta para desarrollar todo lo que había aprendido en The Firehouse. Así nacía la Imprenta Chimango. “Mi intención es imprimir obra gráfica sobre papel, tanto propia como de otros artistas”, afirma el ilustrador de pósteres. “Me gustaría constituir un foco de edición y publicación independiente, imprimiendo la obra de los nuevos talentos locales. También me gustaría devolverle al póster el valor de obra que se perdió
hace mucho tiempo, por lo menos en el ámbito local”. Aunque el mercado argentino es muy distinto al norteamericano, este joven impresor ya está estudiando cómo adaptar aquel modelo de negocio al mercado local, manteniendo la accesibilidad de precios, garantizando la difusión a través de internet y, sobretodo, creando un producto artístico (pero con fines comerciales). Estos son los tres factores que permiten una producción original, que trascienda los circuitos elitistas del arte y que lle-
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gue al gran público. Aunque la esencia de todo el proceso sigue siendo la creatividad y las herramientas artesanales. “En las técnicas analógicas, la impresión es un proceso creativo en el que se mezclan tintas, se encuentra el color, se elige el papel adecuado, se graba el schablon, se tira de la squeegee, entre otras cosas”, comenta Santi Pozzi. “Se piensa y se concibe la idea, pero es en el momento de impresión cuando se crea todo. Las ideas se vuelven concretas, lo virtual se materializa, ocupa un lugar en el espacio, se vuelve corpóreo y tangible”. ß