¿PREPARADO PARA ENTRAR EN LA MENTE DEL ASESINO? NÚMERO 12 | MARZO 2021
M MA AG GA AZ ZI IN NE E
JIM THOMPSON
Monográfico
Página 98
7 2 E Y U L C N ¡I E D S O T A L E R ! S A T A P Ó C I PS
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F FI IC CC CI IÓ ÓN N
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UN CUCHILLO EN LA MIRADA i todavía no conoces a Jim Thompson no sabes cuánto te envidio. Tienes la enorme fortuna de un universo literario todavía por descubrir y, te aseguro, disfrutar. Porque no hay una sola novela de Thompson que puedas dejar a medias. De él dijo Paco Camarasa que era uno de los tres miembros de la Santísima Trinidad del género negrocriminal, junto a Chandler y Hammett. Esta revista pretende ser una invitación para que te lances por sus novelas en general y 1280 Almas en particular. Te invitamos a descubrir el autor , de la mano de Rosa Berros y Marta Navarro su obra maestra y, como no a leer 27 relatos inspirados en ella. 27 psicópatas deliciosamente malvados están espe-rándote en estas páginas para seducirte y atraparte como solo este tipo de personajes consigue hacerlo. Mejor que no te resistas.
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Atribución de autoría: Todos los relatos incluidos son propiedad de sus respectivos autores. Diseño y maquetación: David Rubio
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Contacto: eltinterodeoro@hotmail.com
A L M A S
JIM THOMPSON LA VOZ DEL MAL DAVID RUBIO
Estaba cansado de zigzaguear por la pradera y el puto, y viejo, poli parecía no tener otra cosa que hacer que seguirlo. También sentía el frío de la noche tejana pese a todo el alcohol que circulaba por su sangre. Necesitaba parar y sentarse un poco. Aunque el puto, y viejo, poli lo alcanzara. —Buenas noches —se presentó el agente—. Puedo pasar por alto muchas cosas y entre ellas está que un joven beba más de la cuenta y monte cierto escándalo en mi… —Vuelve a tu mierda de pueblo —respondió el joven. —Comprendo. —El agente enfocó con su linterna los alrededores de la pradera—. Decía que hay cosas que puedo pasar por alto, pero otras no. Una de ellas es que alguien no pague una de mis multas. El joven eructó.
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—Ahí tienes el pago de tu jodida multa, paleto — dijo sonriendo. —Comprendo. El agente sacó unos guantes de su bolsillo y se los puso. Después se le acercó golpeando con el puño de su mano derecha la palma de su mano izquierda. —Ja, ja, ja… ¿Ahora vas de poli duro? —Tampoco me gusta que digan que mi pueblo es una mierda. No digo que no lo sea, pero no es educado que un forastero lo califique así. Mira, he vivido aquí toda mi vida, todo el mundo me conoce. En cambio, a ti nadie te conoce. Y estamos solos. ¿Qué piensa de eso, un tipo inteligente como tú? ¿Qué crees que podría hacer un viejo y paleto agente como yo en un caso como este? El joven dejó de reír. Miró a un lado y otro. Estaban realmente solos. —Espere, espere… Estaba bromeando, ¡mi padre fue sheriff en Anadarko! Quizá lo conozca, le llaman Big Jim. —No, no lo conozco, aunque puede que mi memoria falle. De todas formas, quiero que tú sí recuerdes algo. No hay forma de saber qué clase de tipo es un hombre con solo mirarlo. No puedes saber nunca qué hará si tiene la oportunidad. ¿Crees que quizás puedas recordar eso?
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AMES MYERS THOMPSON es ese joven borracho y uno de los más grandes narradores del s. XX. Los años posteriores le curarían la juventud, aunque no su adicción al alcohol, a las drogas, a las mujeres… Por supuesto, jamás se olvidó de ese encuentro con ese agente en la soledad nocturna de Texas. De hecho, allí se plantó la segunda semilla que casi cincuenta años después germinó en la obra maestra que homenajeamos este mes: 1280 Almas. ¿Y Cuál fue la primera semilla? Para ello tenemos que retroceder unos años y conocer a la familia Thompson. Ser hijo del sheriff de un pequeño pueblo tejano, de una profesora y que, además, tus abuelos sean unos apasionados de la Literatura Clásica no es un mal plan de familia para un ni-
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ño, aunque como diría Thompson en su cita literaria más famosa: NADA ES LO QUE PARECE. Desde luego, su familia fue quien lo hizo escritor. Sus abuelos le contagiaron el amor por la Literatura; su madre le contaba todos los chismorreos de los que se enteraba a través de sus alumnos y esos fueron los primeros argumentos de sus relatos. Siendo ello cierto, también le legaron una muy temprana adicción al alcohol. Para que os hagáis una idea, su abuelo, para el desayuno, en lugar de leche y cereales le daba un vaso de whisky. ¿Y su padre? Bueno, su padre fue esa primera semilla de su obra literaria en general y de las dos novelas más célebres de Thompson: El asesino dentro de mí y 1280 Almas. Era un sheriff corrupto y manipulador. Un tipo capaz de todo para su beneficio, un superviviente. Y, además, un padre que se burlaba de que su hijo tuviera aspiraciones de escritor. La relación de Jim con Big Jim, apodo por el que se conocía a su padre, se ha calificado de morbosa y edípica. Lo amaba y lo odiaba; ansiaba su aceptación y deseaba matarlo; lo admiraba
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y lo repudiaba. Esos sentimientos encontrados sin duda los trasladaría a sus novelas. De hecho, cada una de sus novelas es un acto de venganza ante las situaciones vitales que vivió. Sea como fuere, esta relación paternofilial tan poco convencional tuvo un desenlace igual de poco convencional. En 1940, su padre ingresó, enfermo y medio loco, en una residencia de ancianos. Thompson le prometió que lo sacaría en un mes, que escribiría hasta dejarse los dedos para conseguir el dinero suficiente con el que ofrecerle la mejor atención médica. Sin embargo, para aguantar esas autoimpuestas jornadas de veinte horas de escritura, bebió mucho y se drogó más, hasta el punto que fue él quien tuvo que ser ingresado en un hospital. Al salir, ese mes prometido no solo había pasado. También se enteró de que su padre se había suicidado comiendo el relleno de un colchón. Las novelas de Thompson son de esas que nunca se dejan a medias, quizá sea porque supo introducir en ellas sus propias experiencias vitales. Y Jim siempre vivió, o malvivió, al límite. Para su desgracia y para nuestra fortuna.
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JIM THOMPSON
OBRAS OBRAS DESTACADAS DESTACADAS
Aquí y ahora (1942) Solo un asesinato (1949) El asesino dentro de mí (1952) Noche salvaje (1953) Chico malo (1953) Una mujer endemoniada (1954) Un cuchillo en la mirada (1955) Ciudad violente (1957) La huida (1958) Los timadores (1963) 1280 Almas (1964) Hijo de la ira (1972) La sangre de los King (1973)
UN CHICO MALO La adolescencia de Jim Thompson transcurrió en Fort Worth. Allí se estableció su familia una vez que su padre huyera a México para evitar la cárcel —lo pillaron en una de sus corruptelas como sheriff— y regresara como propietario de un pequeño oleoducto. La afición de Jim por la escritura seguía adelante con colaboraciones no solo en la revista escolar, sino en la prensa local. También siguió bebiendo y, pronto, comenzó a drogarse. Con diecisiete años entró a trabajar de botones en el Hotel Texas con un sueldo inicial de 15 dólares al mes que no tardó en subir hasta los 300 dólares gracias a las propinas de los huéspedes por su absoluta diligencia en atender sus peticiones. Peticiones que iban desde las moralmente cuestionables, prostitutas, hasta las directamente ilegales como las drogas (marihuana, heroína) o el alcohol, prohibido entonces por la Ley Seca. Su abnegación laboral le pasó factura. Dos años después, el estrés, el agotamiento, el alcohol, la tuberculosis y la depresión le provocaron una crisis nerviosa por la que debió ser ingresado, en un hospital. Esa fue la primera de
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de las muchas estancias hospitalarias que tendría en su vida. Dejó su trabajo como botones, pero no abandonó los bajos fondos. En los años que siguieron vagabundeó por Texas con empleos que apenas le daban para pagarse los albergues. Fue en este período cuando se produjo el encuentro con ese sheriff adjunto que hemos ficcionado como introducción. En 1928 regresó al hogar familiar, y con ello regresó a su trabajo de botones y con él a su diligencia en atender a sus huéspedes traficando con alcohol. Siempre flirteó con la cárcel, de hecho, el piso en el que nació estaba situado encima de la cárcel de Anadarko, pero nunca llegó a pisarla. Ese año estuvo cerca. La policía le requisó su stock y ello también le provocó problemas con los mafiosos. Solo le quedaba una salida.
LA HUIDA
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En Nebraska, Jim Thompson intentó sentar cabeza. Eso no quiere decir que dejara sus adicciones, algo que jamás se planteó, pero al menos quiso ordenar su vida. Se matriculó en la universidad en la carrera de Agricultura y en
Así relató Jim Thompson aquel encuentro con el sheriff adjunto en su juventud
«¿Estaba el agente tratando de asustarme? ¿O realmente estuvo muy cerca del asesinato? La respuesta, por supuesto, no estaba tanto en él como en mí. Yo solía ver las cosas en blanco y negro, sin matices intermedios. Era demasiado propenso a categorizar, naturalmente, usándome a mí mismo como la norma. El agente se había comportado primero de una manera; luego de otra; luego volvió a la primera. Y en mi ignorancia vi esto como complejidad en lugar de simplicidad. Él había intentado ser todo lo amable que su educación le había enseñado, pero mi respuesta no fue la adecuada. Así que había tomado otro rumbo. Fue simple una vez que vi las cosas a través de sus ojos en lugar de los míos. No puedo saber si me habría matado, porque ni él mismo lo sabía».
1931 se casó con Alberta Jesse, una telefonista católica. El matrimonio fue muy prolífico, enseguida tuvieron tres hijos, además de múltiples abortos. Demasiado para la pobre Alberta y demasiadas bocas que mantener, así que Jim tuvo que realizarse la vasectomía. Parece ser que sin anestesia. Desde luego que la vida parecía empeñada en no darle facilidades a Jim. Recapitulemos: familia de tres hijos, la universidad, múltiples trabajos para poder mantenerse (panadero, vendedor a domicilio, etc…) y, por supuesto, borracheras que junto a su tuberculosis le hacían ingresar cada cierto tiempo en el hospital. Demasiado. Lo que vivió en sus primeros treinta años sería el equivalente a treinta vidas para cualquiera. Había acumulado una infinita mercancía vital en su almacén. Todo estaba a punto para ser trasladado al papel, solo le faltaba centrarse en su escritura. La Gran Depresión se encargó de ello quitándole todos los empleos, o al menos los suficientes, que le alejaban de la Literatura.
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UN CUCHILLO EN SU ESCRITURA Pese a todo, Jim nunca dejó de escribir. A su regreso a Fort Worth en 1929, comenzó a publicar crónicas de temática criminal basados en casos reales en la revista Texas Monthly. Casos de los que tenía noticia gracias a su madre y hermana, que imagino intentaban con ello ocuparlo y apartarlo de su mala vida. Esa clase de literatura arrasaba en aquella época en Estados Unidos. Florecían las publicaciones Pulp de género negro y en el cine se asomaban las primeras películas de gánsteres como Scarface, Enemigo Público o Pequeño Cesar. Lo criminal estaba de moda. El gancho que tenían las crónicas de crímenes de Thompson es que estaban escritas en primera persona. Si iba a escribir sobre el mal, ¿qué mejor punto de vista que el del propio asesino? Eso le permitió adentrarse en las oscuras aguas de la mente criminal, intentar comprenderlo y, así, hacerlo humano. Esa primera persona del narrador es sello y marca de calidad de las novelas que escribiría años después. De esas crónicas destacó en 1936 Ditch of Doom en la revista Master Detective y que fue
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seleccionada por la Library of America en una retrospectiva de crímenes reales del s. XX. En 1938 dirigió brevemente el Writer's Project de Oklahoma, gracias a una subvención del programa de rescate económico New Deal. Duró poco en el cargo, pero al menos le ayudó a centrarse en su carrera como escritor y marchar a Nueva York para conseguirlo. No sin antes prometerle a su padre que lo sacaría de la residencia de ancianos en un mes. Ya hemos visto que no lo consiguió, pero sí logró publicar su primera novela en 1942, Aquí y ahora, una historia autobiográfica sin apenas violencia ni el estilo crudo y descarnado que lo caracterizó. Fue tan bien acogida por la crítica como poco vendida. El primer y auténtico Jim Thompson saldría en 1946 con Heed The Thunder. Con ella entró por derecho propio en el género negro y en el más lucrativo, aunque menos prestigioso, mercado del Libro de bolsillo, el nuevo medio de publicación a medio camino de las revistas Pulp y las novelas de tapa dura. Su siguiente novela Solo un asesinato (1949) fue su primer éxito de ventas, con nada menos que 750.000 ejemplares vendidos.
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E D S A M R O F 2 3 Y A H . A I R O T S I H A N U R CONTA O D A S U E YO LAS H Y A H O L O S O R E P , S TODA S E A D A N : A M A R T A UN E C E R A P LO QUE n o s p m o jim th
Thompson ya había afilado su cuchillo de escribir y había encontrado el medio para dar rienda suelta al asesino que habitaba dentro de él. La bestia estaba preparada. DIECIOCHO MESES SALVAJES
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No se me ocurre otro calificativo para definir el periodo más productivo de Jim Thompson. ¡Nada menos que doce novelas en solo dieciocho meses! Un hito que consiguió que le apodaran como el Dostoievski de diez centavos. En 1952, su amigo y editor Arnold Hano le contrató para su editorial neoyorkina de libros de bolsillo Lion Books. Este, que lo conocía, solo le pidió una cosa: que fuera productivo y confiable. A cambio le ofreció buenos adelantos, estupendas tiradas y total libertad en cuanto al contenido. Lo cumplió con creces. Ese mismo año publicó su primera obra maestra El asesino dentro de mí. La primera venganza a la figura de su padre encarnada en el sheriff adjunto Lou Ford. Un personaje perturbador que intenta esconder bajo un carácter pusilánime, la enfermedad que le corroe por dentro. La pulsión asesina que sabe que tarde o temprano resurgirá en su interior.
Narrado en primera persona, su calidad llevó a la editorial a postularlo como candidato al Premio Nacional del Libro. No lo lograron, por supuesto. La Literatura seria solo conocía de ediciones en tapa dura, no de esas novelas baratas en papel de pulpa y de contenidos sensacionalistas. Sin duda, Jim Thompson se tomó en serio esta aventura. Pero ya hemos visto que la vida parecía jugar con él. La televisión, además del cine, entró con fuerza en el competitivo mercado del ocio y la lectura hincó la rodilla. La fiebre por los libros de bolsillo pasó y la editorial cerró antes de llegar a los sesenta. Así que Thompson volvió a hacer las maletas rumbo a Hollywood. El cine llamó a su puerta, pero no le ofreció nada más que dinero. Y tampoco mucho. Afortunadamente, otra editorial de libros de bolsillo, Gold Metal, le permitió continuar escribiendo novelas, aunque a un ritmo menos frenético que antes. Eso desde luego repercutió para bien en la calidad. En esta época publicó obras que luego fueron adaptadas a películas tan taquilleras como La huida o Los timadores.
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THOMPSON EN HOLLYWOOD Un joven Stanley Kubrick fue quien le abrió las puertas en Hollywood, y podríamos decir que también fue quien se las cerró. El primer proyecto que le ofreció fue el guion de Atraco Perfecto (The Killing). Thompson fue quien elaboró el cuerpo del guion, sin embargo, Kubrick redujo su papel a mero redactor de diálogos. Pese al ninguneo, Jim colaboró de nuevo con él en Senderos de Gloria... con parecido resultado ya que pese a desarrollar él solo la historia al final lo relegaron como tercer guionista. A la tercera fue la vencida. tras terminar el guion de Lunatic at large, Kubrick le dio una palmadita en la espalda, guardó el manuscrito en un cajón y se puso a rodar Espartaco. Thompson lo mandó al carajo. a él y a Hollywood. Al menos hasta que le pidieron precio por los derechos de La huida, que protagonizaría Steve McQueen y El asesino dentro de mí, en la que Stacy Keach encarnó a Lou Ford.
Poco a poco su pluma se ralentizaba conforme avanzaba la artrosis de sus dedos. Los ingresos hospitalarios eran cada vez más frecuentes y prolongados. La tuberculosis, el alcohol, las drogas fueron venciendo a su salud. Ello lo hacía un escritor poco confiable para las editoriales que, poco a poco, se iban olvidando de él. Pero todavía faltaba su obra maestra.
1280 ALMAS En 1964 nació en el mundo de la ficción Nick Corey, un sheriff, otro más, que directamente era considerado un tonto, un tipo manejable y un esposo cornudo. Pero recordad que para Jim Thompson nada es lo que parece. Bajo esa piel se esconde un psicópata de los pies a la cabeza. Alguien dispuesto a hacer lo que se tiene que hacer para sobrevivir en esa América profunda ambientada en Pottsville. Un pueblo con una población total de 1280 personas «incluyendo a los negros, porque los leguleyos yanquis nos obligan a contarlos».
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Su impacto comercial no fue grande, si bien alcanzó el honor de ser la novela elegida por la editorial francesa Gallimard para celebrar el número 1000 de la Série Noire, la más prestigiosa colección de novela negra del mundo. Sus últimos años fueron un calvario en cuanto a salud. A los problemas ya crónicos se añadió un infarto cerebral que le provocó parálisis y unas cataratas que lo dejaron casi ciego. De su última novela El embrollo, dijo que no estaba mal, aunque hubiera estado mejor si hubiera podido ver lo que escribía. Murió en 1977. Ya hacía tiempo que no podía escribir. Arruinado y ayudado por sus amigos para pagar las facturas médicas decidió dejar de comer. Decidió morir. Era un autor olvidado, ni una sola de sus novelas estaba puesta a la venta en ese momento. Aun y así, le pidió a Alberta, su esposa, que no malvendiera los derechos, que diez años después de su muerte volvería a ser famoso. Desde luego, acertó.
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LA NOVELA ME PUSE A PENSAR Y PENSAR, Y LUEGO PENSÉ UN POCO MÁS. Y DECIDÍ QUE NO SABÍA QUÉ MIERDA HACER
ROSA BERROS
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la entrada de Potts County hay un cartel que dice «1.280 almas» y, como se supone que las almas están dentro de los cuerpos, Nick Corey, el jefe de policía del lugar, piensa que esa debe de ser la cantidad de habitantes de la localidad. Aunque claro, como le hacen ver sus amigos Ken y Buck, los mil doscientos ochenta comprenden también a los negros, porque los leguleyos yanquis nos obligan a contarlos; pero los negros no tienen alma. Y ahí ya, Nick no sabe que decir. Porque Nick por más que piensa y piensa y vuelve a pensar, generalmente termina por no saber ni qué pensar ni qué hacer ni qué decir. Nick es un hombre necesitado de que alguien le solucione los problemas, de que alguien decida por él y le diga cómo tiene que proceder porque él, por sí mismo, vive inmerso en una maraña de confusión. Ahora su mayor preocupación es seguir en el reino de los cielos, es decir, seguir siendo el jefe
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de policía lo que le supone dos mil dólares al año y alojamiento gratis con cuarto de baño incluido. Pero se acercan las elecciones y Nick tiene la preocupación de ganarlas y volver a salir elegido porque, de lo contrario, será expulsado del paraíso y puede que de los brazos de su mujer Myra. De manera que, como Nick nos cuenta me puse a pensar y pensar, y luego pensé un poco más. Y decidí que no sabía qué mierda hacer. Con tanta preocupación, Nick casi no come ni duerme... pero casi no hace otra cosa en todo el día más que comer y dormir. Nick se nos muestra en esta novela, escrita en primera persona, como un hombre de una indolencia que nos duele; su falta de opinión y criterio nos enerva; su holgazanería y falta de respuesta, salvo para intentar averiguar como puede seguir viviendo sin preocupaciones y con el menor trabajo posible, termina por despertar nuestro nerviosismo.
No me atrevería a decir que se equivoca, pero tampoco estoy seguro de que diga usted la verdad.
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Y es de este deplorable personaje de quien se sirve Jim Thompson para hacer la crítica de una sociedad que vive anclada en su más rancios y tristes rasgos de distinción (?): el desprecio a los negros que, sin serlo ya, siguen siendo esclavos de la ignorancia y la arrogancia de los blancos; los privilegios y los abusos de los caciques ayudados por quienes deberían defender el orden y la justicia; la miseria de los blancos pobres, casi tan desesperada, pero algo menos, que la de los negros. Y así, hace una crítica que va mucho más allá de la acción de la novela, porque si el desprecio a los negros lo traducimos (y generalizamos) por racismo; el abuso de los caciques lo ampliamos y le añadimos las corruptelas del poder y la política y a la miseria de los blancos pobres la llamamos simplemente pobreza, podemos extrapolar la crítica de esta novela y hacerla universal y atemporal.
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A ello ayuda el hecho de que no se especifica ni el espacio ni el tiempo de la acción. Transcurre en un lugar indeterminado (se trata de algún estado del sur de Estados Unidos que no llega a nombrarse) en un tiempo inconcreto, lo que hace que se pueda aplicar a cualquier situación, entorno y época. A pesar de sus reiteradas declaraciones, no tardamos mucho en descubrir, no tarda mucho Nick en ir descubriéndonos, que si hay algo que realmente sabe es qué hacer en cada momento y cómo hacerlo; si hay algo que Nick tiene son convicciones y las cosas muy claras. Nick Corey es uno de los personajes más fascinantes con los que me he encontrado últimamente. Sus pérfidos y bien calculados planes se ocultan tras una aparente holgazanería, una tan irritante como falsa indolencia y una totalmente irreal ineptitud. Nick es todo lo contrario de lo que nos quiere mostrar con sus palabras, aunque son sus palabras las que nos van mostrando quien es en realidad y cómo piensa, porque tras su falta de criterio, su no saber qué hacer, su falta de convicciones, se nos va manifestando, como sin darle importancia, el verdadero Nick Corey. Ese
que se siente realmente molesto porque "a algún idiota se le había ocurrido pensar que «hay que dar una lección a los negros», y habría hecho correr la voz entre otros idiotas" y eso le va a dar trabajo; el que decide que tiene que ganar las elecciones para no perder sus privilegios y decide hacer todo lo posible para ello.
De veras que voy a ponerme a castigar sin contemplaciones. Todo el que a partir de ahora infrinja la ley se las tendrá que ver conmigo. Siempre, claro está, que sea un negro o un blanco desgraciado que no pueda pagar sus impuestos. Nick Corey es un psicópata al que no le tiembla el pulso a la hora de disparar, calumniar y golpear, pero es un psicópata con sentimientos y con un peculiar sentido de lo justo, capaz de hacer justicia con más éxito que otros con métodos más convencionales. Una persona capaz de hacer reflexiones que nos dejan con el alma temblando como cuando
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define a su padre como una de esas personas que buscan soluciones fáciles a problemas inmensos. Individuos que acusan a los judíos o a los tipos de color de todas las cosas malas que les han ocurrido. Individuos que no se dan cuenta de que en un mundo tan grande como el nuestro hay muchísimas cosas que por fuerza tienen que ir mal. Y si alguna respuesta hay al porqué de todo esto — y no siempre la hay—, vaya, es probable entonces que no se trate sólo de una respuesta, sino de miles. Y nos quedamos pensando que Nick sabe de lo que habla, que Nick, además de un malvado astuto e inteligente, es un personaje entrañable, con una sensibilidad especial para atinar con las verdaderas respuestas a los problemas, aun cuando estas sean inexistentes; un personaje que actúa con contundencia, resignado e impotente ante su propia imposibilidad para entender algunas cosas complicadas de esta vida, porque, como termina su discurso:
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Me puse a pensar y pensé, pensé y luego pensé otro poco; y por fin llegué a una conclusión: que en cuanto a saber qué hacer, no sé más que si fuera otro piojoso ser humano".
MARTA NAVARRO
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ublicada por primera vez en 1964, 1.280 almas es la que suele ser considerada mejor novela de su autor, Jim Thompson, escritor y guionista estadounidense que, junto a Raymond Chandler y Dashiell Hammett, fue uno de los grandes maestros del género negro, pese a encontrarse su obra en la actualidad mucho más olvidada que la de aquellos. El narrador de esta historia, Nick Corey, es el sheriff de un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos, una localidad anclada en la ignorancia y el racismo donde malviven esas 1280 almas a que alude el título y donde aparentemente nunca pasa nada. Corey se presenta a sí mismo como un tipo tranquilo, alguien que no quiere problemas, que incumple con frecuencia su trabajo y a quien sus vecinos apenas toman en cuenta. La proximidad de las elecciones y el deseo de ser reelegido a toda costa para el puesto, pron-
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to revelarán sin embargo su verdadera personalidad. El riesgo cierto de perder la elección hará aflorar en él una naturaleza despiadada e inmoral, mostrándolo como un hombre astuto y calculador, muy alejado de la simplicidad que todos le suponen. Sin límite ni escrúpulos de conciencia, siguiendo un plan perfectamente trazado y al margen siempre de cualquier sospecha, el sheriff irá deshaciéndose poco a poco de todo aquel que se interponga en su camino, siendo su comportamiento el de un auténtico psicópata, justiciero y manipulador.
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Es la voz del propio protagonista quien relata en todo momento sus actos, quien los justifica y se adentra en su psicología sin remordimiento, casi orgulloso de su perversidad, para explicar su cansancio, sus miedos, su misantropía... Todo ello en un tono tragicómico que dota al personaje de un patetismo y una sinceridad que nos hace saltar de la sonrisa al escalofrío a cada pensamiento o cada reacción. Construye así el autor una novela oscura e intensa, sin héroes ni esperanza, con un trasfondo de crítica hacia las corruptelas políticas y las hipocresías sociales (hacia ese sueño americano transformado ahora en pesadilla) que deja un inevitable sentimiento de impotencia y desolación. Una mirada, la de Thompson, muy amarga hacia el ser humano que invita a reflexionar sobre los motivos de la maldad, los abusos del poder o las consecuencias de ciertos privilegios.
Todos los hombres matan lo que aman
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LOS RELATOS 2 7 ASESINOS
SERIE ESTÁN DESEANDO CONOCERTE
EN
PEPE DE LA TORRE
ENTRE UNAS CUATRO ESQUINAS ENTREUNASCUATROESQUINAS.BLOGSPOT.COM
ESTOY BIEN. MUY bien. Creo que nunca me he sentido así. Y eso que el scotch que sirven en este antro es acorde a su apariencia. Ya pensaba que estos locales se habrían extinguido: mesas roñosas con su juego de sillas enclenques, barra pegajosa y carcomida, estantes de botellas viejas bajo un sucio y agrietado espejo rectangular... Aunque lo más típico es esa perpetua penumbra solo contrastada por un pequeño televisor del siglo pasado que, colgado arriba del espejo, no deja de emitir macabros noticiarios. A estas horas de la madrugada es lo único que hacen, como si fuera necesario proporcionar vívidas pesadillas a noctámbulos enfermizos. —¿Quiere más? —dice el educado y bien vestido barman, traje color crema con chaleco y pelo repeinado de lado, algo que destaca sobre el cochambroso local. Asiento, aunque el whisky sepa a meado amargo. Él deja de sacar brillo a un vaso que debería estar disfrutando de una merecida jubilación y me rellena el mío. Un ruidoso coche patrulla pasa corriendo por la calle bañándonos con sus azuladas luces.
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...—Menuda hay montada —dice de nuevo mi elegante barman—. Desde que han encontrado a esa pareja mutilada aquí al lado no han dejado de pasar policías. ¡Menudo psicópata! ...Eso me extraña. ...—¿A qué se refiere? —pregunto—, ¿por qué un psicópata y no un asesino? ...Él deja la botella y coge un largo y afilado cuchillo de cocina que tenía a mano. ...—Eso se suele decir... —mueve el arma en el aire con una habilidad pasmosa. ...—Ya, pero ¿qué diferencia hay entre ambos? ...—Uno mata por algún motivo y otro porque sí. ...—No estoy de acuerdo —comenta un joven parroquiano bien trajeado que ha brotado a mi lado, como si hubiera permanecido largo rato mimetizado en la penumbra. Sostiene un pequeño cuchillo con una especie de estrecha apertura cortante en el centro de la hoja, como esos utensilios de cocina que también se usan para pelar frutas.
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—¿Por qué no? —pregunto mirándole. ...Él ríe y comienza a pasarse su estilete por entre los dedos cual malabarista. —Los psicópatas matan por necesidad —dice al fin. —Ya... —comenta el barman frunciendo el labio en señal afirmativa y apuntándome con su facón —, aunque un psicópata no mata de cualquier modo: disfruta de ello. El joven asiente mirando su cortador como un niño miraría su juguete favorito. ....Entonces, de una puerta lateral sale una mujercita rubia con el pelo recogido y ataviada con elegante pantalón de traje y camisa ceñida. Es hermosa y delgada, sus pechos se remarcan pequeños pero perfectamente formados. Se acerca a nosotros, no hay nadie más en el bar, y se sienta encima del joven. Acto seguido le quita el pequeño cuchillo y empieza a apretárselo contra el cuello. —¿Todavía seguís con vuestras rayaduras de cabeza? —dice como si supiera de lo que estábamos hablando. Él, sin embargo, la agarra con fuerza y le besa sin reparo a que ella pueda rebanarle media tráquea. No puedo dejar de mirarlos, se han convertido en los dueños de mis vergencias. De los besuqueos pasan a los lametones. Ella desliza la lengua hasta el cuello, donde mantenía el cuchillo apretado, y comienza a succionar la pequeña hoja de forma obscena...
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—¿Hay alguien? —Oigo de pronto a mi espalda. Me giro. Un agente de policía vestido de civil, o eso adivino por la placa que tiene enganchada en la trabilla del pantalón, asoma por la entrada. —¿El dueño? —comenta mientras entra. Vuelvo la atención a la barra y me veo solo. El barman y la lujuriosa pareja se han esfumado, como si nunca hubieran existido. ...—No está —titubeo poniéndome en pie y alisándome el pulcro traje—, pero no se preocupe, estoy al cuidado del bar en su ausencia —sonrío.
Él se desparrama en el taburete donde segundos antes había una pareja. Yo me interno detrás del mostrador con cuidado de no tropezar con los restos del barman que han quedado esparcidos en la otra parte de la barra con la cara desfigurada y un gran cuchillo de cocina clavado en el pecho. Después cojo una botella y lleno un vaso que él apura de un trago.
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...—¡Ah! —gruñe luego haciendo amagos para que rellene la copa—. ¡En mi vida he visto nada semejante! —¿A qué se refiere? ...—A la matanza de una pareja a unas manzanas de aquí... El cabrón les ha cercenado la piel a tiras; no sé cómo coño lo habrá hecho. ...Meto la mano en el bolsillo, acaricio mi preciado cuchillo pelador y me relamo recordando ese memorable evento. Él apura su vaso y vuelvo a llenárselo. Entonces, a su espalda, al fondo de la sala, se me vuelven a aparecer mi colección de almas encabezadas por el barman y la parejita feliz, aunque en este caso están callados y riendo de una manera exagerada hacia el poli. O más bien picándome a que engrose mi lista. «Serán cabrones», pienso, pero ¿por qué no? Después de todo, hoy está siendo un gran día… ...—¿Qué pasa? —dice volteándose hacia el fondo y luego hacia mí—. ¿De qué se ríe? ...—Nada, nada... —trato de serenarme—, es decir, ¿puedo preguntarle algo? —pero empiezo a reírme de forma ofensiva. Él se incorpora molesto. —¿Le ocurre algo, amigo? ...Yo, aún sonriente, me acerco mientras saco mi cortador sin que se dé cuenta, pero sin dejar de mirarle la yugular y le susurro: ...—Dígame, ¿sabe la diferencia entre un asesino y un psicópata?
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TITIRITERO BRUNO AGUILAR
MENSAJE DE ARECIBO MENSAJEDEARECIBO-RELATOS.BLOGSPOT.COM
–¿LE INTERESAN LAS las Hermes Ultimate? ...Me mira con recelo. Cualquier mujer se muestra desconfiada cuando un desconocido le dirige la palabra. Y no es para menos según los tiempos que corren. Debo soltar algo de sedal o se me escapará, y para ello nada mejor que la aparición del lameculos del encargado. –¡Qué pasa, Matías! ¿Haciendo horas extra? –Ya me iba, Jaime. Sólo quería ayudar a esta señora a elegir sus deportivas. –Por un momento creí que querías quitarme el puesto. ...–¡Qué jodío! –me despido con el desenfado del perfecto compañero de trabajo; debo cuidar mi imagen a ojos de la potencial «clienta». –¿Trabaja usted en Podium? –me pregunta la mujer, menos suspicaz. ...–Así es. Matías Ovejero, responsable de la sección de running. Acabo de terminar el turno pero la vi tan indecisa… Dejo la frase en el aire, mi mejor sonrisa de niño bueno dibujada en la cara. Tiene que llevarse esas zapatillas. DEBE llevarse las Hermes Ultimate, o mi plan se irá al garete. –No quisiera molestarle.
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–Para nada –un imperceptible cerrar de ojos me avisa; he de ir más despacio–. Hasta dentro de media hora no sale mi tren, y la estación está aquí mismo. La perspectiva de que tenga que coger el tren hace que me vea como a alguien de paso, y baja un poco las defensas. He resuelto el traspié por la mínima. –Entonces… ¿Qué puede decirme de las Ultimate? –pregunta al fin, interesada. –Ah, las Ultimate. Son lo mejor de la marca Hermes para el running –afirmo contundente y paso a enumerarle las supuestas cualidades de la ridícula zapatilla vendida por Podium en exclusividad. Para ser sinceros, las deportivas son una auténtica mierda, fabricadas en uno de los muchos zulos que en Bangladés llaman taller–. Pesan poquísimo, la mitad de esas que lleva usted ahora mismo, y el precio no está nada mal. »Y fíjese en lo flexibles que son, gracias a su tecnología de estrías de flexión. ¿Dónde suele ir a correr? De nuevo aquella sombra de duda en la mirada. En verdad es una presa difícil y debo recurrir a una de mis mejores artimañas. La llamo «El calzonazos». Repentinamente hago como si me
vibrara el móvil y tras disculparme escenifico para su incomodidad la típica escena del hombre de carácter débil subyugado a la voluntad de su pareja. «Hola, cariño. Ya salgo... No, no voy a perder otra vez el tren. Por supuesto que me paso por el súper. Adiós, adiós.» El resultado es instantáneo y la mujer deja de sentirse amenazada. –Le estoy entreteniendo. –No diga eso, por favor. –Su tren… –Tengo tiempo. De verdad. –Está bien… Suelo ir al Parque de las Tres Chimeneas, cerca de la iglesia de San Lázaro. –Perfecto. –¿Cómo dice?
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–Digo que estas zapatillas son perfectas –casi vuelvo a meter la pata por la puñetera precipitación–. La amortiguación de gel hace que sean las más apropiadas para practicar running en cinta o carretera, y ese parque está asfaltado. –¿Sabe? Me ha convencido. La joven se despide con un sincero «gracias», llevándose bajo el brazo unas Hermes Ultimate de la talla 38 ½, y yo corro en dirección opuesta para no perder el tren, pues realmente mi casa se encuentra a un cuarto de hora de viaje en el cercanías. Ya acomodado en el vagón no puedo más que sonreírle a mi reflejo en el cristal. No soy un psicópata a la manera de lo que nos tiene acostumbrado Hollywood: no acuchillo a nadie en la ducha disfrazado de mi madre ni me como el hígado del encargado del censo con habas y un buen Chianti. ¡Fffftttt! No. Yo soy un artista, un maestro del títere que maneja a su antojo los hilos de los protagonistas del drama humano, y actualmente ocupo mi tiempo con un interesante proyecto relacionado con la Ultimate. La opinión pública aún no sabe que la ciudad se halla bajo el terror de un asesino en serie. Actúa en el entorno de las Tres Chimeneas,
siendo todas sus víctimas corredores que calzan el mismo modelo de zapatillas, unas Hermes Ultimate. No sé si será un inmigrante asiático que perdió algún familiar en el reciente derrumbe del taller bangladesí donde se confeccionaba el material de la marca Hermes, por un sueldo de poco más de un euro al día, o si simplemente es alguien de la competencia con ganas de hundir Podium. ¡Qué más da! Lo cierto es que ya ha acabado con la vida de tres mujeres, un hombre y un niño. La policía conoce la relación entre los casos pero Podium ha recurrido a sus más importantes contactos para que no se haga pública la información, por razones obvias. Me enteré de tan perfecta oportunidad para practicar el arte de la manipulación por pura ca-
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sualidad, a través de un amigo policía de tendencia bocazas, y subrayo su condición de «perfecta» porque ya trabajaba en la sección de running de Podium y conocía las puñeteras zapatillas. Desde entonces, no hago más que contar a mis clientes las excelencias de la Ultimate, recomendándoles de paso el parque de las Tres Chimeneas. Puedo afirmar sin lugar a error que he sido el propiciador de dos de los fatales encuentros ocurridos en él. ¡Vaya! El pesado de mi vecino viene hacia aquí. –¡Matías! Contigo quería yo hablar. –¿En qué puedo ayudarte? –Como trabajas en Podium… ¿Podrías recomendarme unas? –Por supuesto.
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¡Participa con tu relato!
ABRIL 2021
XXVI EDICIÓN
SHERLEY JACKSON
LA MALDICIÓN DE
Hill House concursoeltinterodeoro.blogspot.com
ARAÑA
Y MOSCAS JOSÉ R. CAPEL
RELATOS EN RE MENOR RELATOSENREMENOR.BLOGSPOT.COM
LLUEVE. ME GUSTA el sonido de la lluvia. Y el olor después de la tormenta. Dicen que los aromas conectan con las emociones. No puedo asegurarlo. Me entretengo contemplando los transeúntes cobijados bajo paraguas o chubasqueros mientras espero que suene el timbre. Ya pasan diez minutos de la hora acordada. Un par de moscas aletean pesadas alrededor de mi cabeza. Su zumbido es molesto, interfiere en los acordes de Nick Cave. Suena el móvil. Se retrasará cinco minutos más. No hay problema, tengo toda la tarde libre. Llaman con insistencia, seis veces, tal como habíamos acordado. No es tan guapa como en las fotos de su blog. Nos damos un par de besos a modo de presentación y le invito a pasar. Le ofrezco asiento en el sofá, frente al ventanal que trasluce una impresionante panorámica de la ciudad. Ha dejado de llover. Accede a tomar una copa de cava. Parece una persona culta, se
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interesa por las fotografías y cuadros que decoran la sala, también hace algún comentario sobre alguno de los cientos de libros que descansan sobre una estrafalaria estantería. ¿Qué le habrá llevado a dedicarse a la prostitución? Se quita la blusa y la deja con cuidado sobre una silla. Seguramente se ha aburrido de mis respuestas monosilábicas. También se desprende de la falda, del sujetador y de las bragas. Parece no disimular su interés por un dinero rápido. Se acerca hasta mí y me acaricia el pelo. Tiene un cuerpo bonito, quizás unos pechos demasiado pequeños. Los aprieta contra mi espalda. Consigue que me tumbe en el sofá y se sienta a horcajadas. Apoya su cabeza junto a mi barbilla y la única vista que tengo es el techo. Por cierto, necesita una capa de pintura. En una esquina observo una araña oscilando, colgada de un hilo imperceptible. Bajo la cabeza y vuelvo a mirar a la chica. Con cierta habilidad se deshace de mi camisa y acerca de nuevo su rostro al mío. —¿Cómo me dijiste que te llamas, guapo? ...Su voz es desagradable, aunque intente ponerle un tono dulce. Por supuesto, no le voy a dar mis datos. Me repugna que añada la coletilla de guapo.
—¡Qué más da! Elige tú misma un nombre. ...Parece sorprendida por la respuesta. Pone cara de pasmo e intenta reconducir la conversación acariciándome las orejas. ...—Carlos. Me encanta. Mi primer novio se llamaba Carlos. ...A veces las cosas se tuercen sin más, sin apenas motivos. Tengo a la chica dispuesta. No ha sido barato, pero de consumarse, hubiera valido la pena. Lástima que hable. Debería amordazarla para silenciar su curiosidad o el afán de quedar bien o yo qué sé, pero que calle de una puta vez. —Mala elección. Mi padre también se llamaba Carlos. Un grandísimo hijo de puta.
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La imagen de mi padre envuelto en un plástico empapado me viene a la memoria. ¡Pobre hombre!, jamás se encontró su cuerpo. Mi madre murió pensando que la había abandonado. Llovía, como hoy. Charcos, barro y sangre son los últimos recuerdos del gran cabrón. —Lo siento. Bueno... te llamaré Jorge. ¿Qué te parece? ...—No se admiten cambios. El azar no ofrece segundas oportunidades. Eres tú la que te has interesado por ponerme un nombre y te ha tocado la lotería. ¡Disfrútala! ...—¿Qué quieres decir? Vamos, hombre. Tan solo es un nombre. —Estúpida puta. No tengo ganas de prolongar una conversación que ya ha fracasado. Su rostro cambia de color al verme con el revólver apuntando a su cabeza. —¿Quieres un cigarro? —¿Qué vas a hacer? Es una broma ¿no? No suelo bromear, tendría que haberlo adivinado en mi expresión. He intentado ser cortés ofreciéndole la posibilidad de fumar su último cigarro. Apuro la copa de cava y enciendo el cigarro que ella no se ha querido fumar.
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Las moscas vuelven a revolotear ajenas a la macabra escena que ha sucedido bajo sus alas. Su zumbido se detiene, atrapadas por la pegajosa seda de la araña que sigue tejiendo su trampa mortal. El humo de mi cigarro enturbia la imagen y obvio a las malditas moscas para concentrarme en la prostituta que yace en el sofá. Tres agujeros en la cabeza forman un perfecto triángulo sangriento. El azar incrustado en la frente de la puta que aún conserva la cara de asombro. Ni siquiera me dijo su nombre. Espero por su bien que Marcos, el amigo que me ha prestado el apartamento, tenga un seguro de incendios. Lanzo la colilla encendida a una papelera rebosante de facturas, cartas y papeles sin inte-
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rés. Vacío una lata de gasolina extendiéndola por todo el apartamento. No tenía intención de usarla, pero nunca se sabe que atajos tomará la casualidad. Un último vistazo antes de abandonar el apartamento me ofrece una curiosa imagen: la araña relamiéndose al ver sus presas tostadas sin intuir que ella morirá también abrasada, condenada por la lujuria de una mujer que jamás había visto.
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En mi defensa
MARTA NAVARRO
CUENTOS VAGABUNDOS CUENTOSVAGABUNDOS.BLOGSPOT.COM
Por encima de todo, no debo jugar a ser Dios Juramento hipocrático ORDEN, BELLEZA, EQUILIBRIO, pureza... Hubo un tiempo en que rozamos el cielo con los dedos. Un tiempo que huyó de la mediocridad y luchó por la excelencia, que fue mejor porque nosotros tomamos las riendas. Yo lo viví. Yo −último caballero de un reino sin corona− fui su artífice. Mi cuerpo decrépito mantiene intacta su memoria y no, de nada me arrepiento. No me atormenta lo que hice sino lo que dejé de hacer. Un orden superior, más allá del bien o del mal, justificó mis actos. A él me atuve. A mantenerlo destiné mi inteligencia y ofrecí mi lealtad. ¿De qué sirven culpa o remordimientos? No son más que absurdos desatinos. Insensateces que anidan en la mente de los débiles, que frenan el progreso de la humanidad y lo encharcan todo con su llanto. Orden, belleza, equilibrio, pureza...
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...El viento me trae a veces aromas de ese mundo naufragado. Estuvimos tan cerca... Presiento, sin embargo, que no todo se perdió. No alcanzamos a ver el resultado y es el resultado cuánto importa, bien lo sé, mas no por eso reniego de mis investigaciones. Al contrario, las reivindico con orgullo. Hubieran sido exitosas de haber podido concluir. Les faltó maduración y quizá... quizá en el futuro... quizá en una sociedad más valiente... ...Tachan ahora de locura lo que hice, sin comprender que todo fue en nombre de la Ciencia, en cumplimiento de un deber. Claman venganza los verdugos, me persiguen, me fuerzan a huir, a disfrazar mi identidad, a borrar la huella de mis pasos (¿qué será de mi hijo?, ¿quién cuidará de mi mujer?, ¡maldita sea!). Pero yo nunca fui un fanático y algún día, en algún momento, la Historia reparará la injusticia, validará mis hallazgos, rescatará mi nombre de la infamia y el olvido. ¿Acaso no ha de preservar siempre un científico la plena libertad de sus ensayos? ¿Y entonces? Porque... ¿cómo?, díganme, ¿cómo experimentar sin cobayas?, ¿cómo descubrir nuevos tratamientos sin comprobar su efecto sobre
los órganos, la reacción que producen en los cuerpos, el daño o la sanación? Orden, belleza, equilibrio, pureza... Breves chispazos de luz alumbran esta vejez cansada y solitaria a la que estoy condenado, mi mente lúcida nunca descansa y si hace años que me escondo no han de ver en ello miedo sino honor. Jamás darán conmigo. Ese será mi triunfo. La pérdida de mis notas es sin duda lo que más lamento de la enojosa situación en que me hallo. Mis cuadernos. Mis conclusiones. Mi trabajo. Un trabajo al que dediqué mi vida entera, que murió inconcluso y cuyas incógnitas, aun en sueños, todavía me torturan. ¡Lo echo tanto de menos!: la rutina del laboratorio −música de Wagner siempre como fondo−, la impecable bata blanca sobre el uniforme gris, las botas relucientes, perfectamente lustradas y aquellos rostros...
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¡Ah! aquel raro gesto, algo parecido al miedo, tal vez desconcierto, en la mirada de los elegidos −¡oh, Dios!, ¡qué momento!, ¡qué delicia!− Los gemelos eran mis favoritos, el conocimiento preso en su código genético todo un desafío y, al ir desentrañando poco a poco su misterio, al borde estuve de crear un ser perfecto, de demostrar la supremacía de esta raza ingrata a la que ahora mis logros avergüenzan, que me niega y me desprecia. No hay rencor en lo que digo, aunque sí duele la ignorancia que me acusa de romper el juramento hecho como médico y considera al Ángel de la Muerte, al brillante doctor Mengele, un asesino. Pero siempre fue la incomprensión −sin falsa humildad así lo reconozco− el destino de los genios. Orden, belleza, equilibrio, pureza... ¡Tanto saber perdido por la cobardía de unos mojigatos que todo lo confunden! ¡Aquellos no eran seres humanos, por amor del Cielo! Eran números dentro de un registro. Carne de crematorio cuya muerte nadie lamentó. Miserables y anónimos despojos. Simples judíos.
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a n r i M o r a n n e G
Disponible en
COMO ME ENSEÑÓ MI ABUELO DAVID SERRANO
BAJO MI EMBARCADERO DSR77.BLOGSPOT.COM
EL SOL COMENZABA a asomar entre las montañas cuando salí de las porquerizas. Caminé despacio hacia la granja, satisfecho de haber hecho bien mi trabajo, como cada mañana. Los cerdos crecían a buen ritmo y pronto estarían preparados para pasar por el matadero. Las carnicerías de la zona se los rifarían a sabiendas de que la carne de mis cerdos era la más sabrosa gracias a los cuidados que les proporcionaba a diario. Procurar que sean felices, que hagan ejercicio, una buena alimentación… todo eso junto era la clave para que el resultado final fuera el óptimo. En otras circunstancias no lo haría, pero tenía que ir al pueblo a comprar, así que me desnudé y tomé una ducha rápida. Me puse con calma la ropa que me esperaba sobre la cama. Primero los calcetines «un hombre siempre se viste por los pies», me repetía siempre el abuelo. De él lo aprendí todo, gracias a él era quien era. Me asomé a la habitación antes de marchar. Su melena rubia se recortaba sobre la almohada
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mientras su profunda respiración rompía el silencio de una estampa de cuento de Disney. La noche había sido intensa y tardó en quedarse dormida así que la dejé disfrutando del merecido descanso. Salí de casa, cerré con llave y me subí a mi viejo todoterreno decidido a comprar en el pueblo todo lo que necesitaba. Al pasar junto al instituto reduje la velocidad. Allí dentro pasé muchos de los peores momentos de mi vida. En mi época era algo habitual pero después le llamaron bulling y se convirtió en algo malo. Se metían conmigo por mi procedencia, decían que olía a cerdo. ¡Qué sabrían aquellos niñatos! Siempre fui limpio a clase. El abuelo siempre decía que era normal oler a guarro mientras se estuviera en la granja, pero, una vez entre el resto de la gente, el aseo tenía que ser algo primordial. A pesar de cumplir a rajatabla esa norma ellos siguieron acosándome. Aceleré para alejarme en el momento en el que comenzaron a salir adolescentes del edificio. En la puerta de la tienda, un cartel con la foto de una joven desaparecida cubría gran parte del cristal. Tenía una mirada tierna e inocente, con la ilusión propia de alguien que ha tenido una vida fácil, sin preocupaciones ni más problemas
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que decidir que ropa se pondría al día siguiente o elegir la pareja que le acompañaría al próximo baile entre su ramillete de admiradores. Era guapa, seguro que la mayoría de jóvenes habrían sido capaces de hacer cualquier cosa para conseguir una cita con ella. El interior de la tienda estaba repleto de cosas para la granja: los sacos de semillas ocupaban gran parte del local, pero me dirigí a la zona de herramientas consciente de lo que había ido a buscar. Me crucé con Sebas y me saludó con su efusividad habitual. Le devolví el saludo por educación, pero sin intención alguna de entablar conversación con él. Me daba asco, olía a cerdo. Era un claro ejemplo de lo que el abuelo jamás habría permitido en su granja. Gente como él provocaba que el resto de personas generalizasen y nos tratasen a todos como si fuéramos apestados. Al pasar por caja, el propietario me preguntó cómo iba la piara confesándome que estaba deseando saborear esa carne tan especial que solo una vez al año salía al mercado. Mientras me cobraba los recambios para la sierra eléctrica le confesé que estaba a punto de comenzar con la última fase del proceso de engordado. Alimentación especial durante un par de semanas y en un mes estarían listos para pasar por el mata-
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dero. Me despedí y al salir eché un último vistazo al cartel de la puerta. Seguro que ya habría despertado y esa dulce carita no estaría tan relajada como cuando la dejé atada a la cama. Mis animales darían buena cuenta de esa carne fresca, ideal para alimentarles durante los últimos días, tal y como el abuelo me enseñó.
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David Serrano
EL CONDE GUILLERMO BERTA FONT
LA HABITACIÓN DE MIMA LAHABITACIONDEM.BLOGSPOT.COM
EN EL ABISMO de una noche de insomnio, me encontraba en mi rincón predilecto del castillo. Era una sala sin ventanas, iluminada por solo un par de antorchas y en la que se podía perfectamente oler la sangre. —¡Pare, se lo ruego! —gritaba la mujer a la que torturaba—. Yo no secuestré a esos niños, lo juro —me aseguraba, mientras lloraba del dolor. —Parece que dislocarte los brazos no ha sido suficiente... ¡Gregorio, gira la rueda hasta los treinta centímetros cuando te diga y arráncale las extremidades a esta puta de una vez! —le ordené a mi verdugo entre risas. Lo estaba disfrutando—. Uno... —empecé a contar. ...—Yo no he hecho nada... Créeme, soy inocente —insistía entre sollozos. ...—Dos... —continué diciendo, ignorando sus súplicas. —No, por favor, se lo imploro... ..—Es tú última oportunidad —le dije, no pudien-
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do contener la risa ante su desespero—. ¡Y tres! ...—¡No, no, no! —chillaba, mientras se desgarraba la piel lentamente. ...—¡No pares, Gregorio! Esto es hermoso —exclamaba, a la vez que caía de rodillas al suelo al sentir como un cosquilleo me recorría todo el cuerpo. Siempre me pasaba cuando oía el sonido de los huesos rompiéndose. Me excitaba demasiado y no podía parar de restregar la mano por todo mi cuerpo. Estaba fuera de mi control. Pero, entonces, se hizo el silencio. —¡Hi de puta, la has matado! —le decía encolerizado a Gregorio, mientras le pegaba con mi bastón en la cabeza— ¡Ahora no podré verla arder en la hoguera! Con lo que me gusta oír sus gritos y oler su carne quemándose… En ese instante, los recuerdos me invadieron la mente. Delante de mí estaba mi madre, Dominica, una prostituta de los suburbios que descubrieron intentando envenenarme y a la que acusaron de brujería. —¡Ah, ah! —gritaba desesperadamente, siendo consumida por las llamas. Pero, entonces, nuestras miradas se cruzaron—. Tú… Ojalá te hubieras muerto cuando te parí, ¡maldito tullido! Todo
es por tu culpa, solo traes desgracia —manifestaba con ira. Sus gritos siguieron y siguieron, haciéndose más sonoros en la medida que el fuego la abrasaba. Cualquier niño en mi situación se hubiera traumatizado; pero, yo, en cambio, sentí una felicidad desbordante por primera vez en mi vida. —¡Muere! —aclamaba junto a toda la gente de mi alrededor. Pero, de repente, un chorro de sangre me salpicó en la cara. —Mierda, lo he vuelto hacer —dije con indiferencia, mientras los sesos de Gregorio caían por el suelo—. ¡Arnaldo! —vociferé, llamando a mi fiel ayudante. —¿Qué sucede, señor? —me preguntó educadamente. —Córtalo a trozos y dáselo de comer a mis perros. Necesitarán energía para esta noche —le
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explicaba, a la vez que me agarraba la mano derecha. ...—¿Le duele, señor? ...—Sí… ¡Maldita lluvia! —despotricaba, quitándome el guante. ...Al ver los dedos desfigurados, sentí como la temperatura de mi cuerpo aumentaba y empecé a golpear mi mano contra la pared con todas mis fuerzas. ...—¡Señor, se hará daño! —advirtió Arnaldo, intentando parar mi ataque de cólera. ...—¡Y qué más da, si no me sirve para nada! — afirmé con la mano ensangrentada. Mi deformidad me condenó a la desdicha desde que nací. Mi padre consideró que era una deshonra y, para evitar que el prestigio de la familia quedara perjudicado, nos abandonó a mí y a mi madre, dejándonos en la penuria. ...—¡Te odio, hijo del demonio! —me gritaba mi madre, apretando sus manos alrededor de mi cuello. Furioso, después de rememorar infames penurias, me fui a mi habitación, donde tenía a mi querida esposa atada. ...—¿Por qué no te quedas preñada? —le cuestionaba, al mismo tiempo que la penetraba y es-
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tiraba su pelo con rudeza. —¡Me hace daño, mi señor! —imploraba con el cuerpo entumecido, después de estar ocho días sujetada con unas cuerdas que le rozaban la piel de las muñecas y los tobillos. —¡Todas las mujeres sois igual de inútiles! — exclamé, golpeando su cabeza contra la dura cabecera de la cama hasta dejarla inconsciente Una vez me vacié dentro de ella, me levanté de la cama y me dirigí desnudo hacia la entrada del castillo para sentarme en el trono; el cual, había construido con los huesos de mis enemigos. Me encantaba apoyar mis manos sobre los cráneos de mi despiadado padre Fernando y mi hermanastro Samuel, quien sí pudo gozar de su afecto por nacer sano y talentoso, aunque no por mucho tiempo.
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—Señor, es la hora —me avisó Arnaldo, aguantando una bata para que me la pusiera—. Le esperan en El circo —decía. El circo era un evento que yo mismo creé para entretener a la nobleza y, así, recuperar amistades con familias que mi padre se enemistó por puras patrañas. Se realizaba en un edificio construido alrededor de un teatro romano, donde miles de animales y personas de todo tipo se enfrentaban a un duelo a muerte. —¿Qué sorpresa tenéis para esta noche? —me preguntó el obispo; quien, aun siendo de la iglesia, no se perdía ninguna de mis fiestas. —He traído a mis perros para que cacen a algunos esclavos —le respondí lamiéndome los labios, impaciente por ver la sangre derrochándose en el escenario. Me adentré entonces a las gradas, haciéndome visible a todos los nobles presentes, los cuales me aclamaron a aplausos ensordecedores. —Soy Dios —me dije a mí mismo, mientras alzaba mis brazos en forma de victoria.
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e d n ó i t s e u C cipios prin JOSEP Mª PANADÉS
RETALES DE UNA VIDA JMRETALESDEUNAVIDA.BLOGSPOT.COM
VEINTE AÑOS DE servicio y un historial impecable. No habría llegado a comisario de no haber demostrado mi valía. Desde que entré en el cuerpo de policía quise formar parte del departamento de homicidios. Enseguida vieron que tenía un ojo clínico para desenmascarar al más escrupuloso de los asesinos. Mario, mi compañero de fatigas durante todos esos años, me decía, con sorna, que, de haber vivido en el Londres de 1888, sin duda habría descubierto la identidad de Jack el Destripador. Pobre Mario. También prometía, y mucho. Habría llegado muy lejos de no haber sido por aquel inesperado y desgraciado incidente. Gajes del oficio. Es lo malo de meterse en asuntos turbios sin la debida preparación y sin nadie que te cubra las espaldas. Quería hacer méritos muy deprisa y eso le hizo demasiado intrépido y negligente. Ante los psicópatas, toda precaución es poca, pues son astutos e inteligentes. Por mucho que se lo repetí, no hubo forma de que me hiciera caso.
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Mario y yo nos disputábamos el honor de ser el policía con más casos resueltos. Pero siempre le ganaba por goleada y creo que eso espoleó su ego y lo llevó a sentir una evidente antipatía hacia mí. De colega amistoso se convirtió en mi peor enemigo. Se convirtió en mi sombra, siempre buscando un fallo o desliz con el que pudiera desprestigiarme. No dejo de pensar en él. Su muerte fue un daño colateral que nadie pudo evitar. No sabía a lo que se enfrentaba. Pisó el acelerador demasiado a fondo y no pudo frenar a tiempo. El hecho de actuar solo lo llevó a la tumba y a mí me dejó con un sentimiento de culpabilidad que los años me han ayudado a superar. Su envidia por mis logros se disparó cuando empecé a gozar de la admiración de todo el departamento. Había resuelto uno de los casos más complicados a los que habíamos tenido que hacer frente. En una semana se habían cometido cuatro asesinatos. Cuatro prostitutas habían aparecido degolladas en unos descampados cercanos a la carretera donde ofrecían sus servicios. El modus operandi era el mismo: un corte en el cuello producido por un cuchillo de filo serrado y una carta del Tarot junto al cadáver, la
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carta de la Muerte. No había duda de que se trataba del mismo autor. El comisario de entonces me había encargado el caso, solo yo podía resolverlo, me dijo. Mi estimado predecesor confiaba mucho en mis cualidades de sabueso. De él aprendí mucho, prácticamente todo lo que sé sobre mentes criminales. El caso es que a los pocos días de iniciar la investigación di con el asesino. Mario lo achacó a un golpe de suerte, pero fue en realidad mi astucia lo que me llevó al éxito. Mario no supo digerirlo. El asesino resultó ser un alcohólico, un sintecho que había ido entrando y saliendo de varios centros de rehabilitación que solo consiguieron convertirlo en un sociópata. Su cerebro estaba tan trastornado que ni tan solo fue capaz de explicar por qué tenía en su poder el cuchillo del crimen, con sus huellas, y cuatro barajas del Tarot, a las que le faltaba la carta de la Muerte.
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Aquello me valió mi primer ascenso. Me nombraron inspector jefe. Pero ahí no acabaron mis hazañas. El siguiente caso fue todavía más llamativo. En esa ocasión, los asesinados eran tres indigentes como el que había acabado con la vida de aquellas cuatro mujeres de la calle. Habían sido quemados vivos mientras dormían arrebujados entre cartones. Los habían rociado con gasolina y prendido fuego. Mario se apresuró a conjeturar que se trataba de alguien que quiso vengar la muerte de aquellas prostitutas, una compañera sin duda. Pero yo demostré que estaba totalmente equivocado, lo cual exacerbó su inquina hacia mí. En esta ocasión también di en el clavo en menos que canta un gallo. Mis sospechas recayeron en un tipo perteneciente a un grupo neonazi que hacía poco había protagonizado varias agresiones a mendigos que también dormían al raso. Por la descripción que hicieron de él, todo apuntaba a ese hijo de puta, pero el juez no quiso firmar una orden de registro por falta de pruebas y porque —todo hay que decirlo— era el hijo de un magistrado amigo suyo. Pero para mí no había obstáculos y me las ingenié para conseguir esa orden. Tuvimos que
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echar la puerta abajo. Cuando entramos en su piso lo encontramos muerto. Sobredosis. Y también hallamos algunos bidones de gasolina. Gracias a ese nuevo éxito, otro ascenso vino a recompensarme. Sucedí a mi jefe que, por un desafortunado accidente automovilístico, dejó vacante el cargo. Todo había resultado perfecto. Hasta que Mario se inmiscuyó. No sé cómo lo descubrió. Debió de seguir mis pasos, día y noche, sin que yo me percatara, algo muy extraño en mí. En eso debo reconocerle el mérito. No pude evitar eliminarlo. Sin duda me habría delatado. Después de lo que me había costado encontrar a aquellos dos chivos expiatorios y preparar las pruebas incriminatorias, por no mencionar mi perfecta imitación de la firma del juez. Manipular los frenos del coche de mi predecesor fue, en cambio, coser y cantar. No podía permitir que todo se fuera al garete. Mario no quiso atenerse a razones, por más que intenté convencerle de lo correcto de mis actos. Siempre he detestado la prostitución y la mendicidad. Es cuestión de principios.
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UNA JORNADA
a r o d a b r u t Per FRANCISCO MOROZ
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RECIÉN AMANECE CUANDO vuelvo a salir de casa dejando adentro dos cuerpos enfriándose en el dormitorio; una media hora exacta después de regresar del curro, en lo que está resultando ser una jornada nocturna de lo más movidita que empezó a torcerse, desde el momento en que unos niñatos se colaron, para hacer grafitis en las paredes recién enfoscadas de los pareados de lujo. Soy de los que piensa que cada uno de nosotros es responsable de sus acciones, y estas, sean buenas o malas, repercuten en el estado de ánimo de terceros, que de una forma o de otra participan en una especie de tablero de juego donde cada una de las piezas interactúa con el resto. Nadie, por tanto, tiene derecho a quejarse si le comen un peón o le tumban al mismísimo rey en una jugada arriesgada; aunque esta no haya sido lo suficientemente meditada. Para eso nos otorgaron inteligencia: para saber dirimir en cada
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situación la respuesta exacta y no dejar libre albedrío al impulso de la sangre y las entrañas. Por eso mismo pasó lo que tuvo que pasar. Di el alto a los grafiteros que salieron corriendo sin la intención de darme explicaciones de sus actos vandálicos. Aunque justo después de ser atrapados contra una valla tuvieran mucho interés en negociar conmigo para irse de rositas y sin castigo previo, pese a llenar de pintarrajos, casas destinadas a ciudadanos de bien. Naturalmente les hice reflexionar con la mejor argumentación sobre lo conveniente del arrepentimiento, que indefectiblemente conduce a la redención. Me miraron con desdén y cara de burla. Me juzgaron de inmediato, descalificándome, poniendo en duda mis capacidades profesionales para desempeñar mis funciones de cancerbero de la construcción. Adobaron innecesariamente su precaria dialéctica con palabras como maricón. Llamándome viejo cabrón y segurata de mierda. Pero gracias a mi paciente disposición, pude cerrarles la boca tan predispuesta al insulto y descrédito del prójimo, sin tan siquiera analizar sus propias máculas. Creo sinceramente que utilice con mesura mis palabras mientras aporreaba contundentemente sus huecas cabezas una y otra vez; hasta dejar de escuchar sus gritos y aplacar las voces que
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jaleaban dentro de mi cabeza. Cuando me recompuse, lo arreglé todo para no dejar rastro del paso de ese par de delincuentes descerebrados que habían trastocado mi turno y vejado mi dignidad de manera tan burda. A lo largo de la mañana el volcado de hormigón en las zanjas de cimentación haría el resto.
Esta circunstancia tan desagradable propició el que me viera en la tesitura de abandonar el tajo y regresar a casa cuatro horas antes de lo previsto, para ducharme y quitarme la ropa ensangrentada y encontrarme, con el panorama inesperado de dos cuerpos desnudos tendidos en mi propia cama, solazándose a ritmo de sexo; el de
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mi mujer y el de un extraño que me miró perplejo como si se le hubiera aparecido la virgen de Fátima. Las piezas del dominó convenientemente colocadas, caen consecutivamente si se empuja a la primera; y no hay dos sin tres ¡Bueno! En este caso cuatro. Y una acción tiene siempre su reacción, y a un hombre justo no se le puede amenazar en lo más sagrado como puede ser su trabajo, su familia y su honra. Y actúo en consecuencia, aún a pesar de mediar una petición de divorcio por parte de mi cónyuge. El destino es un depredador de almas, se ríe de nosotros cada vez que pensamos que las riendas las manejamos a nuestro antojo. Siendo, por lo contrario, lo más parecido a cabalgar un caballo desbocado.
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Recién amanece cuando vuelvo a salir de casa dejando adentro dos cuerpos enfriándose en el dormitorio y la escena de los hechos totalmente limpia de polvo y paja. Me río para mis adentros por el chiste que acabo de hacer dadas las circunstancias, y con solo dos palabras. El motor del coche aún caliente reacciona a la primera, respondiendo con celeridad al salir del aparcamiento. Ser vigilante de seguridad en una obra que construye una urbanización en las afueras de la ciudad no da muchas alegrías, pero sí suficiente tiempo para leer novela negra, mi género literario favorito, donde aprendo de los grandes maestros, a cómo tratar a esos listillos que se saltan las normas del juego establecidas de antemano, intentando predominar por encima del resto. Proporciona cierta sabiduría y me permite jugar en ocasiones con cartas marcadas que favorecen órdagos a la grande. Regreso con tiempo de sobra para que el relevo no detecte nada extraño en mi actitud. Destaco por mi amable presencia y mi equilibrio emocional. No tendré problemas.
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¡Pero claro! Acordaos de lo que os dije sobRe el destino caprichoso que sacude el tablero, descoloca las fichas y rompe las cartas cuando menos lo esperas. El imbécil que ha colisionado con mi coche hace un minuto, mientras salgo con prisa del aparcamiento, se baja muy excitado pegando voces, con actitud amenazante. Abro la puerta con tranquilidad, esbozando la mejor sonrisa de disculpa, pero empuñando en una de las manos la llave para los pernos de las ruedas. Quién sabe si este individuo carece de actitud conciliadora y dialogante. Dispongo todavía de una hora y tres cuartos para llegar al puesto de trabajo y solucionar el temita de las pintadas con el capataz. Espero que este se muestre comprensivo, de otra manera tendría que reconvenirle adecuadamente. Hay que obrar justamente.
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ISABEL CABALLERO
TARA
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JIM, UN JOVEN ingeniero de Oklahoma, vivió en nuestra casa durante varios meses. El trabajo de su equipo consistía en montar la cinta transportadora de 100 km. de longitud desde el yacimiento de fosfato hasta la costa. Mi padre, topógrafo durante una década en dicha mina, nos contaba entusiasmado que se trataba de los mayores filones de tales características hasta ahora descubiertos. —La capa de mineral tiene un grosor de 5 m. y unos 3.70 de profundidad. —¿Y eso es bueno? —Claro, hijo, facilita su extracción. Se estima que las reservas son de, aproximadamente, 1.700 millones de toneladas. ¿No es así, Jim? — preguntó al americano, quien añadió que la franja tenía de largo 84 km. La empresa Fosbucráa pagaba bien, más un plus por determinadas cotas de extracción y por trabajar en las denominadas por aquel entonces: «Provincias Españolas del Sahara Occidental». El
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Aaiún, su capital, crecía a un fuerte ritmo demográfico. Resultaba difícil conseguir vivienda, por lo que algunas familias solían hospedar a trabajadores, tanto españoles como extranjeros. A punto de cumplir los diecisiete, hincaba los codos para el examen de reválida de septiembre, y así tener acceso al curso de orientación uni-versitaria. El americano me ayudaba con el inglés prestándome sus revistas mensuales llamadas Selecciones Reader's Diggest. Solían llegar con semanas de retraso; a mí me daba igual que no estuviesen actualizadas. Jim dominaba el español salpicado de léxico mexicano. —Trabajé un tiempo por allá. Hasta tuve una noviecita que me enseñó lo que sé. —¿El español? —Y más cosas, cuate —dijo sonriendo. En pocas semanas pude traducir el libro que me regaló y que aún conservo: 1280 Almas. Gracias a él conocí otro tipo de aventuras diferentes a la de mis lecturas habituales. Desde el primer capítulo envidié al sheriff de Potts County: Nick, Nick Corey. El tipo decía de sí mismo que, desde que era un crío, nunca le habían faltado mujeres, que las tías le iban detrás…, se las tenía que quitar de encima a hostias. Yo había visto alguna que otra revista de
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mujeres desnudas, no muchas, algo de pornografía, y poco más. ...Los domingos y fiestas de guardar asistía a misa con mi familia. Al americano se le excusaba por tener una religión extraña. Dijo ser de confesión presbiteriana. Monseñor, la mayor autoridad eclesiástica de la Misión, nos advirtió que ser protestante en cualquiera de sus facetas, era peor aún que ser ateo. ...Le pregunté si él lo era, contestó que sí. ...—Ateo y comunista, como Jim Thompson, el autor del pinche libro. ...Desde entonces, el americano se coronó como mi ídolo. Seguro que, sin el cinturón del pecado mortal amarrado a su conciencia, tendría tanta experiencia sexual como el protagonista de mi libro preferido. ...—I´m a good boy —se excusó riendo. ...—¿Tú… un buen chico?, ¡no jodas!, seguro que te has follado a medio Oklahoma.
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Con él podía permitirme hablar con el descaro que se expresaba el sheriff Nick. —¿To fuck… dices? Vale sí, un poco, aunque no tanto. ¿Y cómo llevas tú el asunto? —Bueeno…, unos cuantos morreos, magreo de tetas a un par de chavalas, aunque todas las de aquí pretenden llegar intactas al matrimonio. Era mentira, lo de las tetas, pero no quería que Jim pensara que era un pringado. —Estás jodido, pendejo. Se dio cuenta enseguida de mi ignorancia y se convirtió en mi asesor sexual. Era tan gráfico en sus expresiones, que solo de contarme como había que hacer determinados actos, me excitaba más que todas las fotos guarras compartidas e intercambiadas con mi pandilla de muchachos tan novatos como yo. —Procura que se sientan únicas, aunque sean del puto montón. —Y decirles que están muy buenas. —¡Qué pedo!, ¡pues claro que no! Diles que son lindas, que te mueres por ellas, escúchalas con atención, disimula que no entiendes una papa de las cosas que largan, y hazte el romántico, aunque te importe una mierda esas vainas. —Pero… ¿cuándo crees que podré tirármelas? —Tranquilo, chico. Son ellas las que te lo indicarán, no con palabras, con actitudes. ¿Aún no sabes distinguir cuando una niña está calentita?
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Gracias a sus iniciáticos consejos empezó a funcionarme el método, al menos con algunas de las muchachas, aunque no terminaba de rematar la faena. —La que más me gusta es una que está loca por mi mejor amigo, pero este le ha dado puerta porque se ennovió con otra. Una joven formal, ni la roza, se la reserva para cuando se case. —Es el momento justo porque está vulnerable. Necesitará de tu comprensión. Lo tienes a güevo, ¿se dice así? —Más o menos. —De paso, cepíllate a la formalita. Tendrá muchas ganas, y si su novio ni la toca…, eso que te llevas ganado, chico. —La respeta.
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—¿Ahorita te vas a rajar, güey? —¡Un colega es un colega! —protesté. —¿Qué haría en tu lugar Nick Corey? —Seguro que cargarse al amigo y tirarse a la novia —contesté.—¡BANG! —Imitó el sonido de un tiro y el gesto de disparar con el índice; lo completó soplándose la punta del dedo. En poco tiempo me gané merecida fama de cabronazo entre los chicos y de encantador tunante con las nenas. Un malote en toda regla. Fue el mejor verano de mi vida. Lo peor vino después, el cabreo y castigo de mi padre por suspender la reválida a pesar del dominio del inglés; eso sí, con un acento medio gringo que te cagas.
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Así que me dije: «Nick, Nick Corey, las preocupaciones acabarán desquiciándote, así que será mejor que pienses algo y pronto. Tienes que tomar una decisión, Nick Corey, porque, si no, lamentarás no haberlo hecho». Así que me puse a pensar y pensar, y luego pensé un poco más. Llegué a la conclusión de que no sabía qué coño hacer. 1280 ALMAS, Jim Thompson
CARTA DESDE EL FUTURO ULISES CASTELLANO
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NUNCA VUELVAS A salir sin un arma. Es un consejo. Ya me lo agradecerás. De hecho, ahora que lo pienso, voy a escribir una pequeña historia que sirva para advertir a la gente sobre el mundo que se le avecina. No sé si funcionará, pues como ya sabes el humano es terco, a veces egoísta y siempre melodramático, pero soy de los que prefiere prevenir antes que curar. Quizás, todas las desgracias del hombre se deban a su propia naturaleza, y por ello después de leer esto decidas tirarlo a la basura, aunque solo es una hipótesis, tampoco es que sea psicoanalista. Puede, incluso, que hagas un avioncito de papel con mis letras, con el fin de regodearte de tu conocimiento sin fin, tildando mis advertencias de cínicas, y disfrutes su aterrizaje en tu cubo de basura, también repleto de textos que no están a la altura. En cualquier caso, no digas que no te lo advertí, porque sí que lo hice y, es más, te di demasiadas pistas... Corría el año dos mil cincuenta, en algún punto de Europa que no revelaré. Primera pista. Desde hacía varios años, las telenoticias habían dejado de emitirse, las radios solo servían para escu-
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char música y en internet tratar temas de actualidad se había convertido en delito. Me parece que con condena a muerte. No estoy seguro. La sociedad se había vuelto ciega para evitar caer en desgracia. En ese sentido, pienso que volvimos a la Edad Media. Las personas andaban por la calle rozando la locura; para que me entiendas, salir de casa era como entrar en un psiquiátrico de tu época. Aquí ya no hacían falta, pues estábamos todos locos. Las enfermedades, los fenómenos meteorológicos..., todo lo que un día ustedes negaron, en definitiva, pareció trastocar mentalmente al mundo entero. Segunda pista. Por aquel tiempo, que hoy me queda lejano, había decidido comenzar una nueva etapa en mi vida que tarde o temprano nos tiene que llegar a todos. Me marché de casa, con apenas veinte años, y no tardé en arrepentirme. La soledad fue desoladora. El mercado alimentario estaba destruido por las constantes catástrofes y había una escasez inmensa. Tuve que hacer contactos en la calle para poder comer todos los días. E, irónicamente, conseguí trabajar durante muchos años en un supermercado, donde solo veía comprar a los más ricos. Un día cualquiera, si es que así se le puede llamar a una nueva mañana con una nueva preocupación, un hombre tocó inesperadamente a la puerta de mi casa. Hasta entonces, había estado leyendo en el salón, viendo como una tormenta
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se hacía con el control de la ciudad y pensando en descansar durante mi día libre de la semana. No tenía otra cosa en mente. Pero, tan pronto como oí la llamada, mis pulsaciones dejaron de veranear. Cogí un cuchillo, lo escondí bajo la camiseta y fui asustado a ver quién era. La primera impresión que tuve al ver a aquel hombre, que resultó ser un viejo sucio y con una barba kilométrica, fue la misma que tiene una presa al ver a su depredador. Me apresuré a cerrar la puerta, hasta dejar un hueco casi imperceptible entre el marco y ella, y toqué con los dedos el metal que me rozaba la piel bajo la ropa: —Buenas, señor —se presentó tímidamente—. Me llamo Ramón. No sé si me habrá visto por aquí... Busco hogar desde hace días y nadie me ha querido escuchar.
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¿Qué hubieras pensado tú? En situaciones complicadas siempre me he preguntado qué harían los demás en mi posición. Yo, te adelanto, que no sabía qué responderle. Me quedé en blanco. Y, ciertamente, no supe decir que no a aquel señor. Con el tiempo, ambos nos hicimos amigos. Conocí un poco más de él y su familia, así como su historia, la cual estaba repleta de mucho dolor. Seguramente, al igual que la de todos pensé, pero la suya era la única que había oído en primera persona. Siempre era más impactante así. Lo miraba a los ojos y me veía reflejado en él: una persona olvidada, carente de felicidad y que seguía luchando por su vida simplemente porque era lo que tenía que hacer. A veces, lo observaba salir de casa y no encontraba a la misma persona que el día anterior. Hasta que llegó un nuevo periodo glacial. Solían producirse cada cinco años, y cada vez duraban más tiempo. Este se prolongó durante tres años. Miles de personas murieron y el mundo vio aún más mermada su población. El hambre y las enfermedades no tardaron en azotarnos otra vez. Y, de repente, en medio del caos la realidad se volvió abstracta. Algo intangible. Aunque pronto averigüé que yo no había sido el único en enloquecer. La ciudad se llenó de sangre y la gente mataba por pura diversión. Algo extraño si lo pensamos con calma. Pero sosiego era lo que más nos faltaba. Tercera pista. Ramón desapareció. Aún no logro
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recordar qué pasó después... Sigo pensando si me habré vuelto un psicópata... Por eso te aviso a ti. Ten cuidado. Tienes que prestarme atención: esa glaciación fue diferente. Algo quería matarnos, y ya no sé si lo han conseguido. No permitas que los poderosos llenen el mundo de sus gases y enfermedades. No permitas que mi locura te mate. Sus fines son malvados. Somos un experimento... El futuro. Pd: Perdón.
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diles que apaguen la luz CARMEN FERRO
CUENTOS EN EL ANDÉN CUENTOSENELANDEN.BLOGSPOT.COM
SIETE Y DIEZ de la mañana, domingo 4 de septiembre de 1987. Otra noche que no pude dormir. Horas y horas con los pensamientos en espiral. Supe que era ella desde que escuché el ladrido del perro del vecino. Ahora abre la puerta despacio. Me hago el dormido, como ayer. Y como todas las mañanas desde hace casi un año. No me gusta su trabajo, lo sabe y no lo deja porque le encanta fastidiarme. Me engaño. Ojalá. No es por mí, es por ese cantante de karaoke que la trae a casa y la deja en la esquina de la otra calle. Se creen que soy tonto. Inocentes. Va al baño. Es lo primero que hace cuando llega a casa. Eso y caminar de puntillas. El agua de la ducha me mata. Escucho como lava las huellas unos dedos que no son los míos. De unos besos que… Me levanto y voy a verla. —Perdona, amor, no quería despertarte —se disculpa—. Vengo reventada. Imagina, el bar a tope hasta las tantas. Una noche agotadora. No contesto nada. Si imagino más reviento. La reviento, digo.
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Encima me toma por imbécil. Hace poco me diagnosticaron un síndrome de esos raros. Dicen que la química de mi cerebro no funciona bien. Me dan pastillas. Algunas veces las tomo, otras no me da la gana y las tiro por el váter. No me dejan ser yo. Ella tampoco es imbécil, y me ha pillado. Trató de explicármelo, pero no me va a convencer. Nunca. Los cuernos no me salen del cerebro, me los pone ella. —Por eso te montas esas películas, Roberto. Deberías salir más de casa, hacer deporte, o algo. Siempre en la consola, jugando como los chavales. Estás enganchado. Sal, airéate. Pero nada, tú sigues ahí, dale que dale. Su teoría me ofende. Me calienta, me saca de quicio. Por eso le grito. ...—¡No estoy enganchado! ¡Me siento solo, abandonado! La muy hipócrita siempre intenta calmarme. Todo es por su culpa. Disimula bien, pero no me engaña. ...Lava los dientes. Mete la ropa en la lavadora. Se cree que así lava las pruebas y la conciencia. Va lista. Si ya me da lo mismo con quién se acueste, lo
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que de verdad me trae a mal vi vir es que no se levante conmigo. Aquí, en nuestro lecho conyugal ¡Joder! Tampoco le costaba tanto venir a darme un beso antes de desayunar sola ¿O no? Y meterse conmigo en cama alguna vez, para poder hacerme el dormido mientras ella juega a despertarme, como antes, aunque sea con esas caricias tan frías como sus pies helados. ¡No pido tanto! Pero no. Ella a lo suyo. De la ducha al sofá, ¡para no despertarme! Hoy quiero que venga a la cama. Estoy empeñado. La animo por las buenas. —Ay, Luisa, Luisa… Que no soy tonto, mujer. Anda, ven a la cama. Disimula un poco, cariño. Ven que hace frío y las sábanas están muy calientes. No viene, se hace la sorda. Me obliga a ir a buscarla. —¡Que te vengas, coño!
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La sujeto del brazo y la traigo. ¿Tanto le cuesta seguirme el rollo? Despertarme, sorprenderme. Quitarme la camiseta, desnudarse despacio. Dejar que la bese con rabia, morderle los labios, vaciarle la boca de los besos del otro. Hacerle el amor, aunque ella diga que no le apetece. Está cansada, debería entenderlo. Imagina, me lo acaba de decir. —Sé que estás cansada, cariño… ¡¿Imagino cómo te acuestas con el estúpido cantante de karaoke del bar donde trabajas?! ¡¿Imagino?! ¡¿Para mí estás cansada?! Voy a vaciarla de él por completo. Ahora está agotada. —Te haré caso, Luisa, tomaré todas esas jodidas pastillas. Voy al baño. Apenas tiene fuerzas para sujetar el móvil, ni voz para el mensaje a su hermana. Hoy sí llamará a la policía, la semana pasada no lo hizo. Se arrepentirá toda su vida. Ya oigo las sirenas. Me estoy mareando. Ella descansa, ahí, tirada en el suelo de nuestro cuarto. Pobre, mi Luisa… La quise tanto, y a ella se le olvidó. Intento aguantar despierto, solo hasta que en-
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tre mi cuñada para oírla chillar como una loca. No la soporto, es igualita a su madre, en paz descanse. Ese secreto me llevó a la tumba. La vieja, una santa para todos, ¡hipócritas! Era una alimaña adicta al café. Murió de un infarto. La muy jodida era hipertensa, y le gustaba la cocaína. Una pena. Una taquicardia bestial. Ella sabía que no debía tomar café, yo solo la mimaba. Era su yerno favorito, y esa tarde tomamos el vicio a medias, como coleguillas ¡Qué mala suerte! ¡Ay, pobrecilla mía, si viese en lo que se ha convertido la zorra de su hija! Mírala, ahí tirada en el suelo, casi desnuda. Se va a resfriar y después va a toser como una hiena ¡Joder! Y yo aquí desmayándome, sin fuerzas para ir a taparla.
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No sé por qué me preocupo. Se le ve el culo, que es lo que le gusta. —¡Tápate! Ni caso. Es una exhibicionista. —Todo este follón nos lo podríamos haber ahorrado si desayunases conmigo de vez en cuando. Si vinieses a la cama cuando te… Qué sueño tengo… ¡Luisa, diles que apaguen esa luz, coño! Cómo molesta, joder. Quiero dormir tranquilo. Viernes, 5 mayo de 1997. Son las doce en punto. Abandono este psiquiátrico de mierda. Nadie me espera. Ya estoy llegando al puente.
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—Bueno —contesté—, no estoy seguro de que tengas razón, Myra. O sea, no digo que te equivoques, sino que no estoy de acuerdo contigo. Vamos, que no tienes que insultarme, aunque sea un idiota. El mundo está lleno de idiotas. 1280 ALMAS, Jim Thompson
¿Cuál es el problema? JUANA MEDINA
FICCIÓN
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NO ENTIENDO CUÁL es el problema. Usted es abogado, explíquemelo. Antes de defenderla, tendría que oír la otra campana, creo yo. Era tan dulce, tan adaptable cuando nos conocimos. Siempre dispuesta a darme el gusto. Recuerdo un domingo de recién casados. Mientras leía el diario me dieron ganas de comer huevos fritos. —¡Quiero huevos fritos! —le grité a través de la puerta del baño donde estaba terminando de ducharse. Salió corriendo hacia la cocina con el pelo mojado y a medio vestir para darme el gusto. Era tan servicial entonces. Es verdad, me avisó que estaban en la mesa, pero ¿es que uno no tiene derecho a leer el diario con calma el domingo a la mañana? Cuando me senté a la mesa estaban fríos. Se los tiré a la basura. —¿Fríos, fríos, me servís la comida fría! —volví a gritar y me fui al bodegón a comer. Es mi derecho ¿no? Soy un profesional que trabaja toda
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la semana y merezco comer calientes mis huevos fritos. Volví tarde esa noche, después de haber ido al cine y a emborracharme en un bar. Como esa, hubo muchas situaciones parecidas y con el tiempo se fue poniendo más hosca, menos paciente más resentida. Pero no por eso yo pensé en divorciarme. Al contrario, quería ayudarla. Ella también trabaja. La oigo: «Además del trabajo de la casa». Pero no se lo digo. Esa es su primera obligación. Por otra parte, cuando quiere que hagamos mejoras en la casa o que salgamos de paseo algún fin de semana, yo le digo: —Habrá que ganar más… —porque lo cierto es que no gana tanto como yo y siempre está proponiendo cosas nuevas. Que por qué no ahorramos para comprar un auto, que por qué no podemos ir al río en el fin de semana, que por qué no invitamos a amigos a tomar una copa, y muchas pavadas más. Me gusta ver amigos, pero me parece que son ellos quienes deberían invitarme, después de todo no trabajo durante la semana para gastar en el whisky que se toman los amigos. Alberto y Matías solían invitarnos los viernes o sábados, pero llaman cada vez menos. Alberto se molestaba cuando comentá-
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bamos una película. Comentábamos es undecir, yo repetía lo que decía ella porque estaba de acuerdo. Era mi mujer, ¿no? Una vez me invitó a que fuéramos solos a un estreno. Quería ponerme a prueba, estoy seguro. Cuando salimos me preguntó qué pensaba. Como me había quedado dormido, no dije nada. —Si te falta el ladero, no sabés nada —dijo riéndose.
Es verdad que ella hacía buenos comentarios y yo las más de las veces me quedaba dormido. Después de todo un intelectual necesita descansar la cabeza de vez en cuando. ¿Cuál es el problema? No puede ser por eso que quiera separarse. Tampoco porque cuando salíamos a cami-
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nar, yo siempre fuera varios pasos más adelante. Solamente tengo piernas más largas, pero se quejaba de que la dejaba sola y no se podía compartir nada. Le pido que me entienda. ¿Le contó del robo? Era una fiesta grande y nos habían invitado a los dos. Ella iba a sacar las fotos. No quise ir. Había más gente de su ambiente. No iba a tener con quién hablar así que me quedé. A la madrugada, cuando salió buscando un taxi la asaltaron y le quitaron todas sus herramientas de trabajo. Tuvo que volver al lugar de la fiesta para llamarme. Llorando me pidió que la fuera a buscar. ¿Se da cuenta? Cómo no me iba a enojar, estaba clarísimo que era uno de sus manejos para mostrarme que yo debía haberla acompañado. Se lo dije. A partir de entonces está cada vez más distante y enojada conmigo. Sé que los dueños de casa y otras personas presentes me consideran un monstruo o algo parecido, y hasta he llegado a preguntarme si no será que alguno de ellos, tal vez Alberto no anda medio enamorado. No, claro que si quisiera engañarme no pediría el divorcio, pero ¿no será una puesta en escena para que yo afloje y vuelva a seducirla? Porque está claro que con lo que ella gana no
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basta para mantener la casa y el crío. Sí, sé muy bien que no puedo obligarla a vender la casa porque no es bien ganancial sino herencia de sus padres que me odiaban. ¿Dice que eso no tiene que ver con la simpatía o antipatía que me tuvieran? Puede ser, pero seguro que ellos querían que yo me fuera. Se los veía en la mirada. Y a propósito, si usted va a llevar el divorcio de su lado, es mejor que no quiera sacarme una buena pensión para el crío que con una escuela pública alcanza; y si me fastidian mucho desde ya le aviso que hay más de una mujer dispuesta a casarse conmigo, y ese día, mire lo que le digo, ese día le hago un juicio por loca y me quedo con el crío. Después de todo también es mi hijo. Aunque no estoy para limpiarle el culo. Soy un intelectual que trabaja toda la semana y precisa descanso. ¿Está claro?
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LA SABANDIJA ESTRELLA AMARANTO
AMARANTO
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«Sin embargo, hay un solo argumento posible. Las cosas no son lo que parecen». Jim Thompson
PARECE QUE LA leyenda que alberga el maldito lugar donde represento a la justicia muestra a las claras que ninguno es tan inocente como yo mismo, Nick Corey, convencido de ser la reencarnación de Cristo, haciendo buenas obras para persuadir a la gente de que no tiene nada que temer, ni siquiera al infierno, pues el deber les exonera de la responsabilidad. ¿Quién es más infame? ¿el que levanta el cuchillo o el que esconde la mano ensangrentada? El cementerio mostraba cierto parecido con la iglesia en un día festivo, las autoridades del condado y otros funcionarios estaban presentes para mostrarme sus condolencias. Tras las exequias por la muerte de mi esposa y del bueno de su hermano, me encaminé hasta el edificio del Palacio de Justicia. Subí despacio las estrechas escaleras de madera que daban acce-
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so a la segunda planta donde estaba mi despacho. Me aproximé al sillón dejándome caer, luego alcé las piernas para apoyar las botas Justin sobre el escritorio. Después, cubrí el rostro con el Stetson y disimulé unas cabezadas. No transcurrió mucho tiempo, cuando las voces de la señorita Amy Mason y Robert Lee Jefferson, fiscal del condado, me devolvieron a la realidad. —¡Nick, cabrón miserable! ¡Te vas a enterar! — escupió Robert, mientras le daba un manotazo al Stetson que voló por los aires. ...—¡Pagarás las consecuencias! ¡Te lo avisé! — añadió ella con el entrecejo fruncido y las mejillas enrojecidas, ahogándose entre las sacudidas del encono. ...—¡Qué diablos os pasa a los dos! ¿De qué jodida mierda estáis hablando? ...—¡No intentes esquivar el golpe, rata asquerosa! —vociferó Robert, prisionero del ciclón de la rabia, apuntándome con su revólver Colt 45 Peacemaker. —Confiésalo delante del fiscal del condado o seré yo, quien te delate y envíe un telegrama al gobernador. Sabes de sobra que fui testigo del
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asesinato de los dos chulos del burdel y no estoy dispuesta a que acuses a Lacey. ...—¿Quién coño os creéis que sois?... ¡¿De qué puñetas estáis hablando?!... No me puedo creer que os hayáis puesto de acuerdo para cabrearme con vuestras injurias. Si estáis jodidos no tenéis derecho a pagarlo conmigo. Soy un hombre honorable que teme el castigo de Dios y cumple con sus mandatos. Lo único que he hecho toda mi vida es trabajar de comisario ¡no soy ningún asesino! ...—Firma este documento con la versión oficial de los hechos y no enredes más con tus embustes la investigación de George Barnes, cuando fuiste tú quien apretó el gatillo —dijo Robert Lee en un tono solemne rompiendo con la uña del pulgar el sello de lacre de una botella de whisky, para darle un buen trago.
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—Me estás coaccionando y sabes que eso es ilegal, porque no tienes ninguna prueba, solo es la palabra de Amy contra la mía. —No te hagas el ofendido Nick Corey, tú los mataste y debes comerte tu propia bazofia — arguyó ella, clavándole la mirada enfangada de furia—. ¡No voy a incriminar a Ken Lacey! Permanecí aturdido algunos instantes hasta que fui consciente de las cadenas que engarzaban aquel puto collar que me habían puesto al cuello para demostrar mi vulnerabilidad y lo fácil que les resultaría desposeerme de mi placa de funcionario de policía. Sería mejor convencerle de que se trataba de una canallada por parte de Amy, ya que las mujeres nunca consienten que les den calabazas. —¡Cuánto lo siento amigo, pero has caído en su trampa! Pienso que te mereces conocer la verdad y no dejarte embaucar por las artimañas de las mujeres despechadas. Tal vez desconozcas hasta donde les puede llevar la desesperación... Recuerdo una pelea de gatas tratando de pillar un pez que nadaba tranquilo en su pecera. Como eran callejeras y su dueño las había rescatado de un destino incierto, no tenían un código de conducta, por lo que cada una trataba de
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llevarse el pescado a la boca, no obstante, el pez que era más listo, consiguió escurrir el bulto y colocar en su lugar a un pez de plástico. Entonces, una de las dos se tragó aquella réplica y murió asfixiada, aunque no bastó que muriera su rival para que la otra gata también picase el anzuelo, de modo que al final el diminuto pez disfrutó de una larga vida. ....—Lo que intento decirte, amigo mío, es que no te dejes engañar por ese rico bocado que te ofrece Amy. No dudo que en apariencia puede resultar muy tentador: condenarme a vivir entre rejas mientras ella se relame por dentro, como una gata desesperada y dispuesta a vengarse de mi negativa para llevarla al altar ahora que soy viudo.
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...—¡Bastardo, malparido! Crees que puedes reírte de nosotros con tu verborrea. No soy ninguna gata y menos aún estoy celosa porque prefieras casarte con tu trabajo. ...—Te recuerdo, querida, que me hablaste de fugarte conmigo cuando muriera mi esposa. ¿No será que te quitaste de en medio a mi mujer y su hermano? ¡Confiésalo, perdiste la cabeza! ...Escancié otro buen vaso de whisky a Robert Lee para comprobar que se lo echaba al gaznate y se atragantaba con la saliva. ...Me excitaba tanto escuchar el gimoteo de Amy arrodillada sin apartar sus ojos suplicantes, que me fue imposible detener el proyectil 9 mm que rebotó por las desconchadas paredes del Palacio de Justicia.
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LA HORA DEL DESAYUNO PURI OTERO
DULCINEA DEL ATLÁNTICO PURI-DULCINEA.BLOGSPOT.COM
—ASÍ ME GUSTA, veros a todos juntitos en la mesa para desayunar antes de irme al trabajo, eso me ayuda a enfrentarme con un nuevo día. —Buenos días. —… —¿No decís nada? —… —Parece que os comió la lengua el gato. —… —¿Tanto os cuesta responder? No pongáis esas caras de aburrimiento, ya sé qué a estas horas estáis medios dormidos, pero ya es hora de espabilar. —… — Veo que os comió a lengua el gato, ¡ja ja ja! Me voy a servir una taza de café, a ver, cariño ¿cuéntame que vas hacer hoy? Veo que te pusiste muy guapa, ¿no tendrás pensado salir así vestida con esa minifalda y ese escote?
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—… —¿Que no levante la voz me dices? Tú que eres la primera en gritarme cuando llego tarde… Este café es una porquería, ¿cambiaste de marca? Sabes que no me gusta que andes cambiando, me enerva. —… ..—¿Que estaba de oferta? y eso qué importa, si me deslomo a trabajar es para comer lo que me gusta y no lo que es barato. Que no se vuelva a repetir, ¡me oyes! y quítate esa ropa y vístete decentemente. ..—No hagas ruidos al sorber el zumo, Manuel, es de mala educación. —… ..—¿Cómo que es pequeño? Cariño, no me quites autoridad delante de los niños. —… ..—¿Que yo no sé qué? Tú sí que no sabes educar a tus hijos y vamos a dejar el tema que siempre acabamos mal. ..—A ver, Sarita, hija, ¿qué tareas tienes hoy en el cole? ¿Mates? Sabes que las matemáticas son mi fuerte, si tienes dudas me preguntas y te ayudo hacer los deberes. —…
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—¿Cómo que la deje a ella solita hacer los deberes? Es la peque de la casa y la profe que tiene en ese colegio, al que tú quisiste que fuera, no sabe enseñar. —… —Pues claro que yo sé más que ella y que todos. —… —Ya hace tiempo que no la tengo, se murió cuando yo era joven. La abuela Felisa, una gran mujer. Te tengo dicho que no quiero que uses el teléfono en la mesa y menos cuanto estoy hablando. —… ..—¿Que soy qué?, haz el favor de cortarte ese pelo, que pareces un desarrapado. Porque seas el mayor no te da derecho hacer lo que te dé la gana y mientras vivas bajo mi techo harás lo que yo te diga y punto.
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—Suegra, ¿qué tal ha dormido hoy? Usted siempre tan callada. No ponga esa cara, mujer. Si actúo así es porque soy el cabeza de familia y me deben respeto, incluida usted. —No se ría, ¿y cómo le digo como a mi hijo mayor que mientras viva bajo mi techo hará lo que yo le diga? —… ..—Cariño, si le hablo así a tú madre es porque me da la gana y si no está contenta puede marcharse cuando quiera y no me enredes más con tus reproches que se me hace tarde y no te olvides de comprar el café que me gusta, este es una porquería. «Din, don, din don». —Y ahora la puerta, ¿quién será? No te levantes, cariño, que de paso que salgo ya veo quién es. —¿Qué desean? ..—Somos la policía y venimos a registrar su casa, tenemos fundadas sospechas de que algo no va bien. ..—No se preocupen, pueden pasar, los acompaño hasta la cocina, allí están todos terminando de desayunar.
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Al día siguiente se puede leer en la prensa local: «La policía entra en una vivienda alertada por los vecinos del mal olor existente en el rellano y se encuentran los cuerpos sin vida de toda una familia, sentados a la mesa en evidente estado de descomposición, mientras el padre hablaba con ellos. Preguntado al susodicho sobre el caso responde que tenía prisa pues tenía que ir al trabajo. “No entiendo porque me tienen aquí encerrado con esta camisa de fuerza, yo no hice nada para merecer este tratamiento.”»
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Pero yo, bueno, yo siempre pienso bien de las personas mientras puedo. O, por lo menos, no pienso mal hasta que no me veo obligado a hacerlo. 1280 ALMAS, Jim Thompson
MATACHÍN
BEATRIZ VÉLEZ
CAFÉ LITERATO CAFELITERATO.BLOG
SÉ QUE TIENES tus ojos clavados en mí mientras me paso el cuchillo por la lengua para limpiar la sangre fresca de la hoja de acero. Puedo adivinar tus pensamientos, ya sé que conoces esa escena de Drácula, pero no puedo evitar darle al momento un toque de teatralidad, no siempre tengo público. No me sorprende que tus ojos no reflejen miedo. Quizás haya habido algún destello de asco cuando has conocido la trastienda, pero ni pizca de temor. No es extraño. Cualquiera que observara los cuerpos colgando en sus ganchos, sin cabezas, abiertos en canal y con los cubos bajo ellos recogiendo cada gota de sangre, habría intentado huir haciendo que las bridas se ciñeran aún más en sus muñecas. Nunca uses cuerdas, los nudos son traicioneros; las bridas solo pueden cortarse. En cambio, tú ni siquiera has parpadeado, tus pupilas se han dilatado, do-
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blando su tamaño, ¿sabes qué eso es señal de agrado con lo que se ve? No se puede confiar ni en el propio cuerpo. No, por favor, no desvíes la mirada, no puedes disimular, no puedes ocultar tu naturaleza. Eres igual que yo. Pero, para tu desgracia, no hay sitio en la ciudad para dos depredadores como nosotros. Era cuestión de tiempo, o acababas tú conmigo o era yo quien acabara contigo. La suerte ha estado de mi lado. Quizás en otra vida tengas la ocasión de ganarme. ¡Pero mira qué hora es! Me encantaría estar más tiempo charlando contigo, aunque seas de pocas palabras. Venga, no pongas esa cara, ya deberías haber notado la acidez de mi humor. Tu lengua está en la cámara frigorífica, ni te imaginas lo cotizado que está este producto. Tenemos que despedirnos. Hoy es un día fuerte de mercado y ya mismo no parará de entrar gente en la carnicería, mi producto tiene fama en toda la ciudad. Ese es el secreto de un buen negocio, ofrecer siempre la mejor materia prima y, ya ves, yo tengo buena vista para el género. Me has caído bien, creo que acabarás en mi mesa en vez de en la de alguien que no sepa
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apreciar tu sabor. Sería una pena desperdiciarte. Vaya, me voy por las ramas de nuevo, no tengo remedio. En fin, ha sido un placer encontrarte. No te muevas y todo habrá acabado en un abrir y cerrar de ojos. ¡Qué mala suerte vas a tener! Un error de principiante no haber afilado el cuchillo lo suficiente y parece que tu tráquea va a resistirse. No vayas a desmayarte ahora, no me defraudes. Sólo será un momento, voy por el hacha. Listo. Ha costado más desatascar el cuchillo de tu garganta que acabar. Siento que no puedas verte, seguro que te habría gustado el resultado tanto como a mí. ¿Dónde crees que debo colocar tu cabeza?, ¿qué tal quedaría en la vitrina? Sí, seguro que ese sería el sitio que tú mismo le habrías dado.
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Escribe un relato a la semana durante un año, es imposible que salgan 52 relatos malos Ray Bradbury
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BEATRIZ VÉLEZ
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ESCRIBE CREA JUEGA
DONDE MENOS LO ESPERAS MIRNA GENNARO
ISLA DE LOS VIENTOS ISLADELOSVIENTOS.WORDPRESS.COM
TODO DA IGUAL, la mayoría de la gente no entiende el mundo. Yo sí, lo tengo muy claro, así fue desde siempre, desde que era un niño y no permitía que nadie me quitara mis juguetes ni me los pidiera prestados. La única forma de conseguir lo que querés es olvidarte de esas mojigaterías que te enseñan por ahí los estúpidos bienintencionados de siempre. ¿Querés algo? Tomalo. ¿Qué te lo impide? ¿Te vas a preocupar porque alguien más no lo puede tener? ¿Para qué me voy a hacer cargo de la felicidad de nadie? ¿Alguien se hace cargo de la mía? Además, ¿se vive de esa felicidad de vainilla que vuelve a todo el mundo una oveja temerosa? ¿Sirve de algo tener sueños de felicidad? Los pies en la tierra, bien en la tierra. ¡Que se arremanguen, como lo tuve que hacer yo! Y si no les va bien, ¿yo qué culpa tengo? ¿A ver si alguna vez voy a tener que ponerle una alfombra a los pies de alguien para que consiga todo lo que nadie me regaló? Que si nos ponemos a hacer un recuento de cosas buenas y
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malas, yo tengo una lista enorme de experiencias que se inclinan hacia las malas. Pero por eso no me voy a poner en víctima, al contrario, sé que para vivir tengo que ponerme el traje de lobo feroz y hacerme cargo de lo que no le gusta hacer a nadie. Ahora tengo que despachar a un oponente. Qué más da. Él solo se lo buscó. Venir a enfrentarme a mí… Un suspiro y listo, lo saco del juego y, de paso, se me abren las puertas a unos dinerillos que necesito para seguir con mi vida tranquila. Porque a mí también me gusta tener una vida apacible, como cualquiera. Me gusta el licor, me gusta el sexo, un esnifado para ponerme pila y me gusta tomar un buen café importado junto a la chimenea. ¿Para qué es la vida, si no? No entiendo a los que se la pasan sufriendo. Ni que haciendo de mártires se ganaran “la grande”. Miren a mi vecino de abajo. El muy idiota perdió su trabajo y, en lugar de vengarse, se fue a ofrecer para un puesto de menor categoría. ¿Me quieren decir cuál es la categoría que está por debajo de un cadete? El muy idiota sigue esperando que se caigan unas migajas, unas sobras del sistema. Que ¿quién sabe qué es o quién es el sistema? Es muy fácil, el sistema es uno mis-
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mo. El sistema es tu voz interior que te hace seguir siendo una persona bien comportada, adaptada y todas esas chorradas que dicen sobre la convivencia en sociedad. Me la paso por el culo a la sociedad. Ella no me gusta y yo no le gusto a ella. Los dos sabemos que solo nos toleramos como en un matrimonio por interés. Por eso nuestra relación es tan buena, no tenemos que fingir. Yo no la soporto y encontré la forma de burlarla. Ella se burla de mí, a veces, pero voy con ventaja, no le temo a nada, no hay quien pueda conmigo. Como cuando terminé con mi pareja. Fue un corte duro y definitivo, pero no me privé de hacerle pasar algunos días de martirio, solo una pequeña compensación a tanto aburrimiento. Además, era estrictamente necesario para definir la situación. Si podía soportar el sufrimiento, someterse a la tortura psíquica, entonces ya no me servía. Odio a la gen-
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te que padece pasivamente el sufrimiento, a los estoicos y condescendientes, a los tolerantes y pacientes. Me revuelven el estómago, me producen rechazo. ¿Qué sería de nosotros si todo el mundo fuera así? El mundo se detendría, no habría impulso. A cada acción le corresponde una reacción, y, si no la hay todo se para. Por eso, cuando detecto esas señales, siento la obligación moral de acabar con ellos. Por el bien del mundo, por la salud de la Humanidad. ¿O me van a decir que le aportan algo a la sociedad? Pura estupidez, le aportan. Pura ñoñería. Y cuando me llegue el turno de estar en esa situación, solo pido tener un arma cerca para acabar con mi propia imbecilidad. Porque yo sí que valgo, yo sí que aporto y construyo para el futuro. Y quien no lo vea no merece ver el sol. Ahora me voy a seguir con lo mío, porque de tanto pensar ya me estoy pareciendo al inútil de mi asesor. A ese, en cualquier momento lo despacho. Pero aún no, todavía es un idiota útil y sé que me aconseja bien, porque él entiende a los inútiles que esperan que yo sonría y haga promesas. Luego vendrá la cosecha. Se aproximan las elecciones y no hay tiempo que perder. Porque donde menos lo esperas, hay una oportunidad de prevalecer.
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a n r i M o r a n n e G
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AQUEL BOMBERO PATXI HINOJOSA
MIS COSAS... ¡COSAS MÍAS PATXIHINOJOSALUJAN.BLOGSPOT.COM
UNA VEZ MÁS la luz de un nuevo día me sorprende encaminándome excitada hacia mi destino, donde preveo otra emocionante experiencia. Al poco de llegar, constato que el plan vuelve a funcionar sin fisuras importantes. Con la satisfacción oculta tras un esbozo de recatada sonrisa que esconde su verdadera naturaleza, observo cómo aquel varón, que al principio me miraba con disimulo, lo hace ya sin rubor, sin quitarme los ojos de encima. Yo correspondo, ahora provocadora, aguantando su mirada desde mi estratégica posición. Por fin se decide y se dirige hacia mí, confiado. Lo imagino justificando la atracción sexual ―¡tampoco somos tan diferentes!, pensará―; pero lo hará, supongo, confundido por la evidente contradicción que supone el sorprendente hecho de que cercanía y lejanía de parentesco se puedan dar juntas, como en nuestro caso. Ignora que pronto yacerá inerte a mis pies. No será el primero, ni el último. ¿Debería sentir lás-
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tima por ello, por ellos? No lo creo; pero si así fuera, yo seguiré empecinada en la anomalía, siempre me ha costado encontrar dentro de mí el más mínimo rastro de tal sentimiento, y las raras veces en que se me ha insinuado enseguida me han asaltado nuevos pensamientos perturbadores que lo han hecho desparecer. Así soy yo, y así moriré. Todo ello a pesar de que hay algo que me descoloca: ¿qué son esas gotas que resbalan desde sus ojos cuando intuyen lo que les va a ocurrir? Pero no he vuelto aquí, a sus dominios, a perder el tiempo con dudas que no llevan a ninguna parte; me he propuesto seducir al máximo número posible de esos individuos y eliminarlos, uno a uno, sin miramientos, disfrutando el placer que me proporciona el arrebatar una vida... tras otra. ¡Qué se le va a hacer, ese es su sino! ―sentencio―, estaban muertos antes siquiera de que sus madres los concibieran porque el mío era encontrarlos. Recuerdo que, cuando estaba llegando hasta aquí, me he cruzado con algunas de sus hembras, y he sentido cómo me miraban con desprecio; ¿envidia?, quizá, aunque he percibido en ellas una desconfianza teñida de temor, bien pu-
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diera ser porque no saben cómo interpretar los movimientos de mi cuerpo, con este caminar mío, más erguido, elegante y seguro que los suyos. Enseguida han desviado sus miradas y se han alejado, sin atreverse a más, a pesar de que la robustez de sus cuerpos les pudiera dar ventaja en un supuesto enfrentamiento físico que, por otra parte, no he llegado a contemplar. Terminada la misión de la jornada, abandono el lugar tras deshacerme de los restos de los desgraciados agraciados en el día de hoy al aprovechar la profunda sima que descubrí por casualidad unos días atrás. Una vez más la luz de un nuevo día me sorprende descolocado, con los ojos irritados, hinchados, y la impresión de haber dormido toda una semana. Ha vuelto a ocurrir, he sido una vez más esa cromañón que aniquila sin piedad a
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cuantos neandertales consigue engatusar en un intento de exterminar su especie. Supongo que en algún momento debí de oír a algún experto mencionar lo de esa misteriosa extinción, y mi subconsciente hace el resto recreándola durante mis recurrentes sueños. Reviso el planning de mis turnos de trabajo y confirmo que hoy no tengo guardia, que tengo todo el tiempo para mí; ¡que autopsien otros!, grito. Entro al baño y me examino en el espejo. No me gusta lo que veo porque intuyo que este aspecto enfermizo no desaparecerá ni cuando me afeite esta barba de tres días; aun así lo hago, me reconforta poder ocultar el gris residual con maquillaje para no boicotear el resto del disfraz: peluca, vestido ajustado, bolso, tacones de aguja... Acabo de prepararme. Decido que hoy toca Museo Antropológico, condicionado menos por mi sueño que por el hecho de que ayer leí que inauguran hoy no sé qué nuevo departamento. Entonces oculto el bisturí en el bolso, como hago siempre, y salgo de casa. Mientras me dirijo con obligada parsimonia al museo, viene a mi mente el recuerdo de aquel
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sabelotodo que intentaba convencerme de que mis impulsos asesinos provenían de algún trauma infantil, ¡qué sabría él! La expresión de su cara, su mirada suplicante en el momento en que le informaba de que se estaba convirtiendo en mi primera víctima, no las olvidaré jamás; tampoco cuánto estaba disfrutando, hasta el punto de estar pensando ya en ese preciso momento en regalarme una reincidencia. Al final no encuentro opciones de éxito aquí y, de regreso a casa, improviso una visita rápida.
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Confieso que odio a toda esa gente que vende su alma, y hasta a su madre, por un puñado de votos, o por poder. Siento que no merecen vivir. Y por eso actúo así. Pero no me malinterpretéis, si no existieran dirigiría mis actos hacia cualquier otro colectivo. Me encanta reincidir en esta reincidencia. Siempre por placer, nunca por vicio. ¡Lástima! Al fulano que hace un momento me restregaba su aire de superioridad no le ha dado tiempo de oír mis últimas reflexiones: reposa en el suelo en mitad de un charco de su propia sangre. También su diminuta grabadora digital. Estoy imaginando que para cuando vuelva a ver al loquero ya lo habrán aseado cuando, de repente, me acuerdo de aquel bombero pirómano con el que siempre me solidaricé. Sí, lo reconozco, esto lo hago también, como él, para salvaguardar mi trabajo.
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No estoy diciendo que seas un mentirosa, porque eso no sería educado. Pero te diré esto, señorita: Si amara a los mentirosos, te abrazaría hasta la muerte. 1280 ALMAS, Jim Thompson
s a r t n e i m a v e llu ALFREDO LUQUEÑO
MONOMANÍAS
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ME QUEDÉ PARADA un instante en el umbral de la puerta, había caminado con la lluvia golpeando mi espalda sin misericordia, imaginando mis mejillas sonrosadas por el frío, con los ojos cerrados y el agua deslizándose por mis pestañas, dibujando negros ríos de maquillaje, como el lodo que me escurrió en aquella ocasión. Tal vez esa sea la razón que cada vez que llueve me surge esta sensación estimulante. Me quedé allí inmóvil, viendo como peleabas por tu vida. Cuando pasó el pasmo me hice de tu pistola que había quedado en el piso fuera de tu alcance y disparé al hombre que estaba sobre ti. Te asfixiabas por la presión de sus manos y no lo podía permitir. Me acuclillé para empujar el cuerpo inerte de tu contrincante y vi que estabas mortalmente herido. Hice presión en la herida abierta para detener la hemorragia, pero la sangre ya se mezclaba con el charco de agua que mis ropas habían formado en el suelo.
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Levantas la mano para asir nada y me miras pidiendo piedad y te regalo mi sonrisa abriendo a penas la boca, con el labio inferior laxo como en éxtasis que tanto te excitaba y tus ojos se inundan de sorpresa. No debiera ser así, hoy te iba a matar, de diferente manera, y te maldigo porque sabes cómo me pone que arruinen mis planes. Hoy se me ocurrió matarte, fue al caminar bajo lluvia y ¿sabes por qué? durante los últimos años viví contigo con el propósito de hacer tu vida miserable y quitarte la vida. Aunque lo insinuaba nunca adivinaste que soy Isabella, la niña que conociste cuando tenía once años, la que corría a la par tuya. La que subía lo árboles con la misma rapidez, con la misma mirada concentrada y terca. Tú no aminorabas tu paso en consideración de que yo era niña. Y nunca te pedí que lo hicieras. Si tú comías naranjas con sal, yo comía membrillos. Si tú habías cazado un saltamontes yo atrapaba una araña de rincón. Si tú matabas aves yo les sacaba los ojos a los gatos de los vecinos, siempre siendo más audaz. Éramos lo mejores amigos, nos perdíamos en el húmedo bosquecito embrutecidos por el salvaje olor de
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la hojarasca mojada que se pudría en el suelo. Por eso fue tan extraño que cuando cumplí trece años empezaras a insistir en que yo fuera la princesa en nuestros juegos, me arrebatabas la cinta que mantenía mi trenza furiosa domada porque según tú las mujeres usan el pelo suelto. Tu declaración me dolió como una cachetada. Era la primera vez que me decías mujer, que me decías que yo debía hacer o dejar de hacer algo por ser mujer. Después de eso todo fue así, luchando conmigo para hacerme ver que era una niña y las niñas no hacían ciertas cosas. Las niñas le tenían miedo a las serpientes y a las arañas, las niñas no se liaban a puñetazos, ni maldecían.
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Y yo rebelde, seguía haciendo las cosas al revés de lo que tú querías, haciendo alocadas acciones para que no volvieras a llamarme mujer, y sabes qué: empecé a sentir un placer indescriptible al hacerlo. Un día de lluvia me vestí con una falda azul y llevaba el pelo suelto, como pensé que te gustaría. El agua pegaba la blusa a mi cuerpo y me miraste diferente, subimos la colina y tú te retrasaste, volteé hacia atrás y descubrí que mirabas mis piernas y tal vez mi ropa interior, el descuido me costó una caída que sirvió para que subieras corriendo para ayudarme a levantar. Te miré con odio, rechacé tu mano y bajé corriendo con el rostro batido de lodo, lluvia y llanto. Te sentía detrás de mí, gritando mi nombre. Entonces me alcanzaste y tomándome de la cintura me alzaste en brazos. Te grité todo tipo de palabrotas para que me soltaras, a cambió, tú me besaste, pusiste tu boca mojada sobre la mía llena de lágrimas y metiste tu lengua dentro de mi boca, entonces pateé tus genitales y aun así no me soltaste, por el contrario, seguiste besándome y no solo eso; violaste mi inocencia y mi esencia. Entonces me rendí y lloré; esa fue la última vez lo hice.
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Al poco tiempo me fui del pueblo y descubrí que ser mujer hermosa me daba muchas ventajas. Tuve algunas parejas que abandoné y después descubrí que era más fácil y con mejores beneficios quitarles la vida. Te confieso que la venganza fue el motor que me impulsó a buscarte y a urdir la forma de como asesinarte con saña para provocar el mayor dolor posible. Tú como detective eras propenso a desconfiar de todo, yo dejaba que dudaras de mí, de mis intenciones. Con todo, logré que me amaras, que me temieras y también logré adueñarme de tu voluntad. Encontré el verdadero placer en llevarte al borde del suicidio y salvarte en el momento final. Esta vez no voy a salvarte. No intentes hablar que se llena tu boca de sangre. No pienses que te odio, éramos los mejores amigos, es más, deja besarte los labios para beber un poco de tu sangre para ser hermanos y tú bebe un poco de mi veneno para morir en paz, solo un poco, el resto lo voy a necesitar porque mientras llueva seguiré amarrada a mis designios.
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Y C R E M K C A L B YESSY KAN
MANIFESTKAN YESSYKAN.BLOGSPOT.COM
ME SENTÉ A la mesa con la mirada adherida a las teclas de la vieja máquina de escribir. Mis dedos se movían ágiles, rápidos y de forma mecánica; escribía, borraba y hacía correcciones. ...–Mercy Black –oí decir a una voz ronca, mientras la puerta se abría a mis espaldas. ...–¿Qué haces aquí? –mascullé entre dientes. ...–¿Puedes explicar por qué cambiaste mi historia? ...–No sé de qué hablas. ¡Vete o llamaré a la policía! ...–¿Por qué te empeñas en cambiar el género del personaje? –insistió–. Te dije que la Lolita carece de carácter fuerte y decisivo, ¿no te das cuenta? ...Él se acercó a mí de forma agresiva, me agarró del brazo y dijo: ...–Reescribe la historia. Yo seré el psicópata y mi apodo "El asesino del escalpelo", ¿entendido?
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...No quise escuchar ni un segundo más, jalé mi brazo de sus regordetes dedos y grite: ...–¡Esta es mi novela y mis personajes! ¿Me oyes? ¡Míos! ...Seguido, el rostro de mi madre se deslizó bajo mis párpados, su voz en mis oídos que trataba de mantener tapados: ...«¡Mátalo! ¡Mátalo!» me indicó. Las palabras retumbaron en mi cabeza como un eco incesante. ...Comencé a jadear como si me faltara aire, mientras las palabras seguían ahí, muy bajito, desde ese negro rincón, alimentando mi nuevo estado de locura. ...–¡Fuera! –grité señalando la puerta imperiosamente–. ¡Fuera! ...–Mmm, tienes mal genio, ¿eh? –siseó, con enojo y autoridad mientras abría la puerta. ...«¡Rápido! ¡No lo dejes escapar! Vamos, haz algo, pedazo de inútil.» ...–¡Cállate! ¡Déjame en paz! –vociferé y antes de que pudiera escuchar algo más, me senté de nuevo en el escritorio y seguí escribiendo. ...En las últimas dos semanas, ya había logrado avanzar el manuscrito original de mi novela. Había pasado muchas noches sin dormir trabajando con los complicados personajes. Estaba a punto
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de volver a mi dormitorio cuando vi una silueta tendida en el pasillo. Era una joven mujer de cabello pelirrojo. –Me cansé de esperar tu llamada. Así que vine a mostrarte cómo será el final —escuché decir. Me volví rápidamente. –¡Oh, Dios!, ¡Maldito, hijo de perra! ¡Degenerado! –Escucha –dijo él con voz severa–. Tus insultos no sirven de nada. Es tiempo de acción; acción, no palabreo.
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Él colocó el cuerpo inerte boca arriba, cerró sus ojos y los labios entreabiertos, manchados de sangre. Tomó el escalpelo y comenzó a cortar la piel del rostro, dejando la carne expuesta por donde escurría la sangre. –¡Déjala desgraciado cobarde! –le grité una y otra vez. Mi mente se nubló y se llenó de caos, me sentí mortífera, al borde del frenesí. Alargué un brazo, agarré el abrecartas y se lo hundí en la sien. Él logró agarrarme por la muñeca y me tiró al piso, pero, tras forcejear, conseguí zafarme y veloz como una anguila agarré una estatuilla de mármol y, se la estampé en el cráneo repetidas veces hasta perder el conocimiento. Me desperté ahogando un grito. Mi cuerpo estaba cubierto de sangre, mis manos temblaban; y volví a sentir la presión en el pecho, aquella sensación de no poder respirar, a mi lado yacía mi fiance con la cabeza hecha pedazos. Durante el período de psicosis, olvidé por completo que hacía media hora lo había enviado a comprar café con donuts.
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En realidad, creo que no podía soportar que yo hiciera nada bien, porque si yo hacía algo bien, ya no podía ser el monstruo anormal que había matado a su madre al nacer. Y yo estaba obligado a serlo. Él necesitaba tener siempre algo de qué acusarme. 1280 ALMAS, Jim Thompson
O Y A R GA
R O D A P I R T S E D L E Mª PILAR MORENO
DEVANEOS
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«DUÉRMETE NIÑA, QUE que viene el coco y se come a los niños que duermen poco.» A los críos hay que cortarles las alas cuando son meones y que aprendan a estar calladitos. Lo dice esta nana, seguro que la conoces. Una nana que precipitó mi historia. Te la cuento porque no sé leer ni escribir. Llevo unos meses en esta cárcel de Vitoria y aquí paso los días sentado en la silla, junto a la mesa, con grilletes en manos y pies y una cadena que me une a la pared. Ya has oído los cerrojos al abrir la puerta. Fíjate en el ventanuco; ni alcanzo a ver lo que hay al otro lado, pero no importa porque todo sigue aquí, en mi cabeza. Ya le he explicado al juez instructor cómo se desarrollaron los hechos, y me he dado cuenta por sus gestos que no lo he convencido a mi favor. ¡Joder! A ver si contigo tengo más suerte. Tú eres galeno, un hombre de estudios, lo podrás explicar mejor que yo.
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Muchos son los curiosos que me visitan para que les cuente los asesinatos a cambio de unas monedas. Hasta me han hecho fotos, y una persona está dispuesta a escribir un libro. Siempre es agradable que alguien así se interese por uno. Ay, la hostia. Quiero contarte mi historia, pero me aturullo como las vaquillas en el prado. Tú querrás que empiece por donde se debe empezar. Me llamo Juan Díaz de Garayo y nací el 1821 en una aldea a una hora en burro de aquí. Tengo sesenta años. Las malas lenguas van pregonando por ahí que soy más feo que Picio. Claro que, nunca se atrevieron a decírmelo a la cara. Ya ves que soy alto y corpulento; eso sí, huraño y terco como una mula, sin más educación que los palos de un padre violento y borracho. En mi trabajo de gañán no debía hacerlo mal porque mis paisanos me reclamaban. Casado cuatro veces, solo me fue bien con la primera, la Antonia, que me concedía alivio diario. Cuando murió no tuve suerte con las otras, unas zánganas; eso que a mí se me iba la mano con facilidad, pero no conseguí doblegarlas. Por su culpa, con cincuenta años empecé a acechar a mujeres solas por caminos y veredas para sa-
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ciar mis apetitos sexuales antes o des-pués de acuchillarlas.
El día que empezó todo fue el 2 de abril de 1870. Acababa de morir mi segunda mujer en extrañas circunstancias, que en los infiernos esté. Era mediodía y andaba txiquiteando por las tascas de las callejuelas del centro cuando me encontré en una esquina con la Melitona. Le propuse lujuriar en la vereda del río Errekatxiki. Allí, me pidió cinco reales. «¿Por qué pagar lo
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que puedo tener gratis?», le dije. Se le desató la lengua. Encendido de ira la agarré del cuello y apreté con firmeza. Sus brazos y piernas trataban de separarse de mí, pero seguí aferrado hasta que aflojó. Para asegurarme, la arrastré hasta el río y le metí la cabeza en el agua. Revivió. Me ayudé hincando una rodilla en su espalda y cargué en ella toda la fuerza de que fui capaz. ¡Cómo se había abultado lo de mi entrepierna! Hacía tiempo que no sentía una excitación semejante. La saqué del agua y la desvestí rasgándole la ropa. Era regordeta y de piel muy blanca. Mirándola, me bajé los pantalones, le separé las piernas, me tumbé encima y empecé a metérsela. Estaba caliente todavía. La cubrí como un toro en aquel lecho verde junto al río. Después, la abrí en canal con mi cuchillo de monte, le saqué las entrañas y un riñón. Así fue la primera vez y parecidas las siguientes a lo largo de casi diez años. Abordaba a las mujeres en cualquier sitio solitario y descargaba en ellas toda la rabia incontrolada que despertaban en mí: las forzaba, estrangulaba, destripaba o apuñalaba. ¿Acaso soy yo culpable? ¿No le parece que con su provocación llevan su destino marcado en la cara? No siento sobre mi
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conciencia sus muertes. Si no hubiera sido yo, cualquier otro las habría asesinado. Siempre pasa con esas mujeres. Cuando terminaba, las abandonaba sin más porque me había ido envalentonando con mi impunidad. Llegué a creer que nunca me cogerían. La fantasía de la gente, al conocer los detalles de mis crímenes por la Llanada Alavesa, me bautizó como el Sacamantecas, una figura monstruosa que se convirtió en el coco de las niñas y de todas las mujeres vitorianas a las que se les ponían los pelos de punta solo con mentarla. La gente no podía imaginar que actos tan brutales los estaba realizando el vecino de al lado que era yo. Un día, que caminaba por una calle bastante concurrida de la ciudad, fui descubierto por una niña a quien no había visto nunca. Sin duda en la cabeza de esa criatura yo era la representación de sus pesadillas. Le clavé mi mirada atravesada como una rapaz a un conejo. La niña siguió señalándome con el dedo, gritando: «¡Es él! ¡Es el Sacamantecas!» La gente se me fue arremolinando con intención de lincharme. Un alguacil se abalanzó sobre mí y me inmovilizó. No le puse resistencia.
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EN EL NOMBRE DE DIOS PAOLA PANZIERI
DE AQUÍ Y DE ALLÍ PAPAN3.BLOGSPOT.COM
AL DESPERTAR ENTENDÍ que aquél era un día tan bueno como otro cualquiera para asesinar, más, si en ello te guía la mano del señor. Llegué al punto negro del camino, ese del cual tantas denuncias se apilan en los cajones del ayuntamiento, y me asomé al barranco. Después de todo tienen razón, pensé al observar que una sucesión de peñascos cortantes bajaba en picado hasta el cauce del río, una mala caída sería ciertamente mortal. ¡Deberían de hacer algo para solucionar el problema de una vez por todas! Según mis cálculos tenía tiempo de sobra y un breve Praeparatorio para lograr espíritu de recogimiento y humildad no me venía nada mal. Así que me senté en una roca dispuesto a liberarme del mundo profano y a penetrar en el espacio sagrado en el que Dios nos revela su Misterio. Cuando la paz había inundado mi ser y me sentí en armonía con el Señor dediqué unos momentos a la mujer que me quitaba el sueño.
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Ella no es como las demás. Culta, reservada, amiga de sus amigos y de las que se preocupan de lo que se tienen que ocupar. Una pena poner fin a su existencia máxime teniendo en cuenta su dedicación, su generosidad y su paella del día de los pobres, que de entre tantas, es sin duda alguna la mejor. Reconfortado y reforzado en mi convicción me levanté y me puse en acción con rapidez, aunque en ese lugar y a esas horas no solía haber gran afluencia, era mejor no tentar la suerte. Corté ramas y cañas con una tijera de podar que había encontrado en el jardín detrás de la iglesia y organicé con ellas una especie de barrera en el lado derecho del camino. Tras comprobar que el trabajo serviría a su fin escondí la herramienta entre un zarzal y avancé hasta al cruce. Ahí el camino se divide en dos, yo me dirigí por el que serpentea entre los campos en dirección al polígono industrial y me senté a esperar a la sombra de un naranjo. Te vi llegar cuando la tarde marcaba su fin, el sol dejaba de apretar y el aroma de azahar transformaba el aire en vapor perfumado, decía el poema que sin saber por qué me saltó a la mente en ese preciso momento.
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Sería la pérfida lujuria, el sátiro deseo o el tedioso aburrimiento del matrimonio lo que llevó a esa mujer a cometer actos impuros e impropios, aun así, no cabía perdón y más que, consciente de sus pecados, volvió a tropezar otra vez en la misma piedra. Pero al menos volvió a confesar. ¡No importa! «Si después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad practicamos el pecado a propósito, ya no queda ningún sacri-ficio por los pecados. Solo quedan una aterra-dora perspectiva de juicio y la furia ardiente que consumirá a los opositores. El que viola la ley de Moisés, muere irremisiblemente. Hebreos 10». Amen.
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Justo en ese momento y en pos de justificar mis palabras, apareció ella por el otro camino que llega al empalme. Avanzaba abriéndose paso entre cañas encorvadas, se paraba y tiraba de un perro que, atado a un largo ramal, se empecinaba en sentarse. —¡Señora Teresa! —dije y me puse a su lado. —Padre, ¿usted por aquí? —Los caminos del Señor son infinitos, hija mía. ¿Me equivoco o su compañero no aguanta más? —¡Perro tonto! —¡Traiga!, se me dan bien los animales. La mujer ladeó la cabeza y tras sonreír me entregó la correa. —¿Sabe, Padre? me alegro de haberle encontrado. He pensado mucho en lo que me dijo el otro día cuando volví a confesarme. Le aseguro que no volverá a suceder. —Todos podemos equivocarnos, hija mía… Dije y no pude acabar la frase porque llegábamos al tramo interrumpido por las ramas. La cogí del brazo para mantenerme a su altura, la mujer se hizo a la izquierda y entonces, de un golpe certero la empujé por la ladera, al vacío. —… pero Dios solo perdona una vez. —concluí y me mantuve en silencio de oración.
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Dejé al perro al lado de una verja, en las inmediaciones del pueblo. El animal no tenía culpa, no merecía el trágico final que sufrió su dueña. Alguien lo encontrará y si el estúpido del marido, deshonrado y mancillado no pensara quedárselo, lo haré yo que después de todo me llamo Francisco y he estado en Asís.
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Bueno, el caso es que, cuando llegaba el momento de votar, parecía que la gente se iba a quedar sin diversiones si se decantaba por mis oponentes. Lo único que podía hacerse sin correr el riesgo de ser arrestado era beber gaseosa y besar, como mucho, a la propia esposa. A nadie le gustaba demasiado la idea, esposas incluidas. 1280 ALMAS, Jim Thompson
EL FUEGO ILUMINA LA NOCHE ISAN ISAN
UNA CAPA DE BARNIZ UNACAPADEBARNIZ.BLOGSPOT.COM
EL DÍA HA trascurrido anodino, como suelen ser todos los días desde que tengo memoria. Siempre la misma rutina: desayuno, lectura y paseo jalonado con algunas pequeñas distracciones que voy encontrando por el camino. Por las noches se despierta en mí un afán de sensaciones a las que procuro dar satisfacción en la medida de lo posible. Las farolas llevan un rato encendidas y malogran el espectáculo. El banco aun siendo de madera es confortable, pero nada comparado a mi sillón de lectura. Desde aquí las vistas son inmejorables y la temperatura invita a repantingarse y disfrutar. La vida no tiene una explicación plausible. Por muchos datos que pudiera contar acerca de mi existencia, lo esencial quedaría oculto sin salir. Desde el momento que lo pusiera en palabras, lo habría desvirtuado. Me pregunto por qué mis pensamientos y mis hechos son así y no encuen-
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tro respuesta. He llegado a la conclusión de que no hay nada que justifique una vida, nada que merezca la pena. Las ilusiones, los proyectos no son nada más que fuegos fatuos que abren un mundo inalcanzable, hasta que nos damos cuenta de que la realidad lo relativiza todo. Las gentes se esfuerzan por ser mejores, por aprender, pero pronto sucumben a la mediocridad circundante y no se dan cuenta de que su vida no vale una mierda. Nací en una familia burguesa acomodada lo que me permite vivir con holgura. Pasé una adolescencia con pequeños sobresaltos y algún incidente que luego relataré. Mis estudios siguieron el camino previsto desde el principio hasta terminar la carrera. Me casé con la novia de siempre. Follamos regularmente, casi siempre el sábado, no por mi interés sino por el de ella que está empeñada en tener una prole a toda costa como tienen todas sus amistades. Ese no es mi proyecto. Podría seguir fingiendo toda la vida en un ambiente social cargado de convencionalismos. Lo cierto es que aborrezco todo eso. El optimismo me da náuseas. Es perverso. Los sentimientos de pena y compasión me asquean. To-
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dos los días salgo a la calle a ver las miserias de gente depravada, es lo único que me reconforta. Busco el ambiente sórdido, canallesco, de los barrios más degradados. Me voy a las estaciones de metro donde duermen los menesterosos. A los parques donde pernoctan los marginados, los drogados y borrachos. Donde la gente que lleva una existencia sombría destilada entre las brumas de una vida castigada por la miseria y el alcoholismo. No hace falta recorrer media ciudad. Miro los pintores callejeros. Estas pinturas serán lo suficientemente horribles como para interesarme un rato. En un alarde de vulgaridad me gusta echar-
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les una moneda, la más pequeña que encuentre, eso hace sentirme reconfortado, es mi forma de decirme que no soy como ellos y decirles que no tienen esperanza. Gente derrotada sin posibilidad de regeneración. Me detengo especialmente gozoso en las puertas de los bancos de alimentos, en las de las casas de caridad, en las entradas de los hospicios. Gentes que forman fila resignados a lo que les den para llevar a su familia. No, no tendrán familia. Puede que algunos vivan hacinados como bestias, pero eso no es familia. Son solitarios, aislados de la realidad. Caminan arrastrando los pies, sin levantar la vista. El mundo está lleno de perdedores y la vida llena de miseria, soledad y sufrimiento. Pero lo peor es la tristeza que trasmiten sus rostros. A veces me compadezco de alguien, pero creo que es mejor no sentir lástima por nadie. Lo que yo hago es el mayor favor que puedo hacerles. Deambulo marcando distancias y, mientras esto me entretiene, de vez en cuando encuentro una pieza de caza mayor. Aquella muchacha la encontré compungida, errática por el parque. Me dijo entre sollozos que su padre le había dado una paliza y echado de casa por golfa —le había dicho— y su novio se
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había desentendido de ella. Preñada, sin dinero ni un techo, necesitaba ayuda urgente. Fui con ella exquisitamente galante. Le prometí dinero y protección. Me acompañó esperanzada mientras componía su rostro. Al pasar por un callejón la conduje suavemente hasta el final, donde los contenedores. Al principio se dejaba, pero enseguida comenzó a gritar. Ahí la dejé. Su boca dibujaba una macabra mueca en un alarido silencioso de horror hasta que el fuego la borró. Siempre la recordaré porque, aunque hubo más, esta fue la primera.
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Ahora estoy contemplando el fuego iluminando la noche. Me lleva a mis doce años y me trae el recuerdo del lazareto donde empezó todo. Cómo movían el rabo, saltando de contentos, abrigando la vana esperanza de que, por fin, tendrían un hogar. Luego fue distinto. Con las llamas corrían desesperados en sus diminutas jaulas chocando contra los barrotes hasta que todo se calmó. Nadie me lo agradeció. Las puertas del asilo están abiertas, pero no sale nadie despavorido. El reloj de la historia hace tiempo que debía haberse parado en este lugar. No me gusta imaginar lo que está pasando en su interior. Quiero ver, cerciorarme de que la función acaba como la he diseñado. El espectáculo pirotécnico no se puede prolongar más allá de la noche. Estoy decepcionado con este fracaso. Debe ser la señal. Esperaré a que vengan a por mí. Por fin he llegado a una conclusión: no sé más que si fuera otro piojoso ser humano.
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UNA PIEDRA EN EL CAMINO CARLES LEO
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QUIZÁS DEBERÍAN CASTIGARME por hacer lo que debo, pero me lo ponen tan difícil. Si no fuera por sus súplicas, sus sollozos. Aunque empiezan faltándome al respeto, me insultan, me calumnian, pero acaban meándose encima cuando adivinan fugazmente lo que siento... Levanté el lapicero del papel y me fijé en las navajas suizas del expositor hasta que mi visión se difuminó. Estaba excitado. Un vehículo paró junto al surtidor. Una joven de hombros descubiertos se retocaba un fular que protegía su cabello. El conductor del descapotable, con una calva incipiente en la coronilla repostaba. —¡Bingo!, la última del día —siseé y continué escribiendo. ...en esos momentos para los que no soy más que un intérprete, apenas un instrumento de la naturaleza, soy quien abre los canales que llevan al conocimiento interior de todas las mujeres.
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Sonó la campanilla de la puerta, y un hombre rubicundo de sonrisa insegura, dio las buenas tardes como anticipo de un perfume dulzón más bien barato. —Buenas tardes —respondí y guardé mi diario mientras el cliente avanzaba entre las estanterías, deteniéndose en las revistas del corazón—. Si no encuentra lo que busca no dude en consultarme. —40 euros de gasolina… esta revista... y... —dijo sin levantar la cabeza. Sonó un claxon un par de veces, al tercer pitido, el cliente renegó entre dientes, y se acercó cansino a la puerta, asomando la cabeza al exterior. ¡Vaya, otro macaco amaestrado y dócil! —Jesús, cariño, si no hay de fresa ácida que sean de sabor a melón —chilló la joven de hombros descubiertos desde el descapotable. Cerró la puerta lanzando un bufido y se acercó al mostrador. —¿Tiene chicles de menta? —dijo matando la frase con una sonrisa. —Sí, claro. ¿Son para su hija? ¿Los quiere suaves o extrafuertes? —Para mi sobrinita. Y que sean extrafuertes — matizó y soltó una risita.
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...Comenzó a sonar el primer acto de Madame Butterfly en el hilo musical. ...—Aquí tiene, 80 céntimos. ¿Qué le parece Puccini? ...—¿Qué?... ¿Puttini? —dijo arrugando la nariz. ...Incliné a un lado la cabeza señalando con el índice al aire. ...—¿Qué…? —preguntó buscando en el techo. ...—Nada, olvídelo. Ha sido una torpeza por mi parte, disculpe —dije. Lástima quedarme sin cloroformo la semana pasada con la última pareja de invitados. ...Sólo obtuve un gruñido por respuesta y se alejó hacia las revistas dejando los chicles en el mostrador. No dejaba de cambiar el peso de su cuerpo de un pie a otro, parecía inquieto. Cogí un vaso de plástico, y acercándome al expendedor de agua me propuse empezar a jugar.
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...—¿Le apetece un poco? —dije manteniendo el chorro hasta que el agua llegó al borde del vaso. ...Lo bebí de un trago y volví a llenarlo, esta vez con un chorro más fino que tardó más en llenar el vaso. ...—Le aseguro que está muy fresca —reiteré, viendo como el movimiento de sus piernas seguía, esta vez con un rictus en su cara. ...—No, gracias —respondió. ...—Como quiera —contesté y volví a rellenar el vaso hasta casi rebosar. El sonido del chorro destacaba junto a la voz de la soprano. ...—¿El baño?... por favor —preguntó algo apresurado. ...—Por el pasillo, segunda puerta a la izquierda. —Esperé unos segundos mientras observaba su vivo paso hacia el baño—. Disculpe, olvidaba que está averiado. —Sonreí. ...—Ya, ya... —dijo frente al cartel colgado. ...—Puede, si quiere ser mi… invitado, utilizar el aseo de personal que está al final del pasillo. Jesús miró la espesa oscuridad al final del estrecho corredor, dio un par de pasos y se detuvo. ...—¿Dónde enciendo la luz? —preguntó. ...—¡Cómo lo lamento!, este interruptor está averiado, pero junto a la entrada del baño hay otro,
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le aseguro que ese funciona. Vacilante avanzó disminuyendo la velocidad según se sumergía en la oscuridad. —¡No se ve una mierda! —dijo deteniéndose. —Confíe en mí, espere y verá mejor —dije tras él. Metí la mano en el bolsillo y acaricié el frío filo de metal. El claxon sonó otra vez. Jesús se giró bruscamente y miró por encima de mi hombro. —Pero ¿qué le pasa ahora a esta? —dijo hastiado—. ¿Me permite? —dijo pasando a mi lado hacia la salida. Le seguí hasta volver al mostrador mientras él salía. Junto al coche comenzó a gesticular acalorado agitando los brazos. Ella sonreía sin siquiera mirarle a la cara. Cuando él bajó los brazos y se sentó al volante ella le habló. Él miró al cielo y le respondió. Ella dejó de sonreír y salió del coche dando un portazo. Escondí el paquete de chicles que había olvidado y disimulé. La campanita se agitó violentamente dando la bienvenida al sonido de sus tacones. —¡Buenas tardes!, creo que mi acompañante ha olvidado unos chicles. —Hola... pues aquí no los ha dejado —mentí y miré hacía el pasillo—. Quizás los haya olvidado
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en el lavabo unisex. Miró con ojeriza al exterior, y sin dudar avanzó hacia el pasillo. Reprimí mi sonrisa, y salí del mostrador tras ella. Mis dedos volvieron a tocar el frío filo metálico. —¡No, mejor no! —dijo mientras giraba sobre sus pies y retomaba sus pasos, esquivándome y clavándome su aroma—. Deme unos chicles sabor menta extrafuerte... los preferidos de mi exmarido —susurró al final. Le devolví el cambio y observé cómo se escapaba. El ritmo de sus tacones, la campanilla, el rugido del motor cuando se alejó. Suspiré. —Hay más peces que días.
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—Hay dos motivos. En primer lugar, no soy valiente, trabajador ni honrado. En segundo lugar, los electores no quieren que lo sea. —¿Cómo has llegado a esa conclusión? —Me eligen, ¿no? Y siguen eligiéndome. 1280 ALMAS, Jim Thompson
EL PACTO Y LAS 12 ALMAS RAQUEL PEÑA
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¡SÍ, SEÑORES! YO era para todos un hombre honesto y puro de corazón, eso era lo que ellos creían de mí. Todos en aquel pueblo de América me adoraban, confiaban plenamente en mí, me fui ganando la confianza de todos e incluso, ¡hasta de los que habían obtenido el poder! Yo quería tener una mejor vida y ¿quién no? ...¡Si, señores! Sin muchos estudios empecé a escalar puestos importantes. ...¡Si, señores! Eso lo logré con mi astucia, aunque todos decían que era un hombre bruto y que solo era un hombre con suerte, porque me uní al bando correcto y, bueno, me casé con Mery, ella me volvía loco, era ella la única que conocía mi ver-dadera esencia, pero a ella también le gustaba escalar posiciones, así que hicimos un pacto. Solo ella y yo. ...¡Si, señores! Mery era una mujer hermosa y, bueno, quien no se vuelve loco por una mujer bonita, aunque lo me atrajo de ella fue su inteligencia, ella era la que verdaderamente maquinaba todo.
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¡Si, señores! Una mujer malvada, pero irresistible… jajajaja ¿Quién no se vuelve loco con una mujer así? Bueno, ¡señores!, yo no era malo, realmente era un hombre bueno, pero Mery me llevó a cometer locuras, me convirtió en un asesino silencioso, nunca nadie sospecharía de mí, yo no dejaba rostros, ni huellas. Mery me decía: —¡Tranquilo, cariño, nadie jamás nos descubrirá! Es un pacto y los dos seremos ricos. Esa mujer no se salía de mi cabeza y, cuando menos lo pensaba, ya tenía un alma más para su cuenta. Vociferaba en mi loca mente: —¡Recuerda, es lo que convenimos, son 12 almas que debes darme, pero los más poderosos del pueblo, solo así podrás quedarte en su lugar! Bueno, ¡señores!, fue así como Mery me llevó cada mes a cometer un asesinato y cada uno fue agregándose a su lista. Recuerdo que el primero fue muy curioso, se murió ahogado con una semilla de una fruta, yo veía que los ojos se le ponían como un par de huevos fritos, y no entendía, hasta que lo vi caer en el suelo. Pedí ayuda, pero ya era demasiado tarde. ¡Señores!, se asfixió el pobre hombre, bueno ni tan pobre… jajajaja. Bueno, ¡señores!, el segundo fue más curioso aún, me pidió agua. le llevo un vaso, él se la tomó y resulta que el agua estaba envenenada.
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Eso dijeron los médicos que lo atendieron, y que se había suicidado… ¿por qué lo haría? Era su segunda alma para Mery. Todavía no sé cómo llegó ese veneno al agua. Bueno, ¡señores!, yo no soy un asesino, todo fue casualidad, y por supuesto culpa de Mery, pero no podía decir nada, no podía acusarla. Habíamos hecho un pacto. Yo era su asesino silencioso. Bueno, ¡señores!, el tercer mes nos fuimos de pesca el ministro y yo. Y no sé de dónde salió aquella culebra inframundo, no parecía terrenal… jajaja que lo picó. Cuando llegamos al hospital, no había antídoto y el pobre murió, bueno ni tan pobre… jajaja. La tercera alma de Mery. Bueno, ¡señores!, ya se me estaba acelerando el corazón, porque no quería salir con nadie po-
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deroso. Ustedes saben, no soy un hombre malo, pero ya me decían: —Sape contigo, no salgo más, el que se junta contigo termina muerto—, y se reían, se burlaban de mí, eso me daba mucha rabia, quería decirles que no era mi culpa, que era de Mery, pero guardé silencio. Mery me volvía loco, me gritaba: —Se está acabando el mes y no me traes mi otra alma, te tocarán dos el mes que viene—, me dijo muy molesta. Bueno, ¡señores!, yo le dije a Mery: —¡No, puedo! Nadie quiere salir conmigo, ahora dicen que llevo la muerte a cuestas… jajaja. ¡Que tonterías de esa gente! —Ellos mueren porque son unos tontos —eso me dijo Mery. Bueno, ¡señores!, pasaron 8 meses y me seguía reprochando, y todos se seguían burlando de mí. Mery me refutó: —Te queda un mes y te faltan 9 almas, así que cumple el pacto—. Un fuego se veía en sus ojos, me dio mucho miedo al verle, tan furiosa. ¡Señores!, había una cena de navidad, nos invitaron a todos, éramos 10, incluyéndome. Yo ese día, no me sentía bien del estómago, así que fui a la cena y solo brindé. Ocurrió algo curioso, todos murieron de un infarto, eso dijo el mesonero. Yo me había ido al baño, el vino me cayó
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mal. Cuando regresé Mery estaba allí. Ellos no la veían, pero era diferente, ya no la veía tan bella como antes. Me sonrío y se los llevó a todos. Bueno, ¡señores!, así llegué a ser el presidente de aquel pueblo, todos me temen y dicen que tengo un pacto con la muerte…jajaja. ¡Qué locos! Mery es mi esposa. Lo curioso es que nadie más ha muerto. Mery me abandonó con sus almas y amenazó a todos de que nadie se metiera conmigo, porque se los llevaría con ella. Bueno, ¡señores!, desde aquel día, ahora soy poderoso. Pensé, pensé, y fue cuando llegué a la conclusión como bien lo dice Jim Thompson en su libro: «Estaba todo tan claro para mí, Cristo sabía que estaba claro: ama a tu prójimo y no jodas a nadie a menos que se desmadre; y perdonémonos nuestros pecados. Por el amor de Dios, por el amor de Dios…»
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Los dibujos incorporados a la revista pertenecen, a joyas del cómic noir como estas:
DARWIN COOKE
JORDI BENET
SEAN PHILLIPS
FRANK MILLER
TAL PARA CUAL
JM VANJAV
HASTA EN 500 PALABRAS + JMVANJAV.WORDPRESS.COM
NO ME GUSTA hablar de mí con nadie. Solamente lo hago en los bares de carretera cuando el alcohol de madrugada me suelta la lengua. Soy el centro de atención de los parroquianos que se burlan de mi verborrea etílica. Qué cosas, cuando los dejo reírse a carcajadas de mí, mientras tambaleante trato yo de acercarme al servicio. Pobres infelices, ni por la cabeza se les pasa que use la puerta trasera del callejón. La mecha lenta en el depósito de combustible me permite tiempo de sobra para volver dando tumbos hasta mi sitio y al poco oír como explotan sus rancheras como por arte de magia. Sus caras burlonas se vuelven de desesperación al comprobar cómo, sus queridos vehículos tuneados, acaban ardiendo por los cuatro costados. Ya se sabe que quien ríe el último lo hace con más ganas. Mi personaje tambaleante por el exceso de bebida es la sólida cuartada que me exime, a su pesar, de la autoría de esas fogatas rodantes. Incluso aquella noche en la que los moteros me invitaron cada uno a una ronda para emborracharme para con la misma quedarse con mi ma-
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letín de muestras de bisutería como premio. Pobres ingenuos, cuando sus motos explotaron ordenadamente como fichas de dómino, se olvidaron de mí y de mis muestras tratando desesperadamente de salvar algo más que chatarra quemada de sus monturas. Todos tenemos algún punto débil y el mío fue la chica de la autocaravana. Astuta como una serpiente se acercaba a sus víctimas y los engatusaba con sus dos exuberantes buenas razones. A la mañana siguiente, en mitad de cualquier cruce secundario, aparecerían con una resaca monumental y en paños menores; los pobres paletos volverían a su casa, con el rabo entre las piernas, sin contar nada de lo ocurrido ni mucho menos con amago de denunciarlo. Conmigo la cosa cambió y, cuando me ofreció el último trago en su remolque, yo cambie los vasos y ella fue quien acabó drogada. Al intentar aprovecharme de la situación no conté con el as de su manga. Un dóberman que, de improviso y silencioso, me obligó a encerrarme en el minúsculo baño de la roulotte, hasta que ella volviera en sí. Por la mañana, reconociéndonos ambos los méritos del otro, decidimos probar a seguir juntos una temporada. Pusimos en común nuestras habilidades y, aparte de timar a los reprimidos aldeanos o quemar los vehículos de los más bocazas, competíamos entre nosotros para ver quién quedaría finalmente por encima del otro. Así empezaron nuestras andanzas que, casi a
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diario, tenían titulares en la prensa local y hasta estatal. Lo de la furgoneta que ardió con una pareja durmiendo dentro pasó como un desgraciado accidente. Cuando, en el servicio de un restaurante de veinticuatro horas, encontraron a tres miembros de una despedida de soltero con los pantalones bajados y sendos cortes de lado a lado del cuello ya no pareció algo tan accidental. La congregación religiosa asfixiada en pleno acto religioso, por una quema masiva de marihuana, tampoco tenía pinta de designio divino; más que nada por estar las puertas y las ventanas bloqueadas desde fuera.
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La escalada de víctimas, que detrás íbamos dejando, aumentaba al tiempo que el círculo policial nos iba cercando. Decidimos hacer una última hazaña antes de cambiar de estado; después ya veríamos. La fortuna nos llevó a un pueblo limítrofe en plena celebración de una boda con todos sus vecinos presentes. Lógicamente no tuvimos el menor problema para colarnos en la fiesta y echamos en cada ponchera una buena cantidad matarratas o de laxante. Después nos sentamos plácidamente a contemplar el espectáculo, ganaría quien más afectados suyos tuviera. Al poco, el parque donde se ofrecía el ágape se llenó de retorcidos cuerpos por el suelo gritando. Los demás, a priori más afortunados, como podían medio ocultos entre los setos, defecaban compulsivamente. Al día siguiente, desayunando al otro lado del estado, oímos la noticia de tan movida boda. Parece que nos confundimos en las dosis y, si bien con el laxante nos pasamos, con el matarratas nos quedamos cortos; los afectados por el veneno después de un lavado de estómago volvieron a sus casas. Los incontinentes sí tuvieron que seguir ingresados para poder estabilizarles; convinimos un empate técnico. Aprovechando que ella fue al servicio, edulcoré su café generosamente con matarratas, para acabar con esa igualdad. Como antes mencioné, ella era mi punto débil. No me importó que condujera sabiendo que en
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minutos el veneno la haría retorcerse de dolor. En esta ocasión yo tampoco preví que, mientras fui a coger un periódico durante el desayuno, ella me echará bien de laxante en mi zumo. Así, justo al empezar a descender por un zigzagueante puerto de montaña tuve que irme inexcusablemente y la con la máxima urgencia al pequeño servicio de la autocaravana. Desde allí sentado la empecé a oír gritar de dolor, una y otra vez con más fuerza y angustia en cada alarido, sin que mi incontrolada evacuación me permitiera moverme de la baza. No sé cuánto duró su agonía mientras, a golpe de volantazos, íbamos bajando por ese retorcido puerto. Solo sentí como, en un momento, mi cuerpo se elevó del improvisado trono, para a continuación inclinarse como en un vertiginoso salto de eslalon. Ella ya había dejado de gritar, así que, finalmente, yo había ganado; al menos durante esos breves segundos, de nuestra caída libre, por el barranco.
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como el sushi ARACELI RODRÍGUEZ
LA ESCRIBIDORA ARLYROD.BLOGSPOT.COM
DICEN QUE EL primer amor nunca se olvida. En mi caso y aun sintiendo el impulso siempre latente de la carne, me mantengo fiel a ella. Ninguna puede igualar su belleza, aunque a veces basta una mujer de espaldas con melena rubia para traer a Rennée de vuelta a mi memoria: sus últimas palabras, esa manera tan poco convincente de rechazarme, el sabor de su piel o la tensión de la carne a punto de estallar en mi boca.... —¿Qué se siente? —me preguntan todos. Entonces yo les respondo que es como comer sushi mientras escuchas la quinta de Beethoven. Dos placeres cruzados en la sinestesia perfecta. Aunque en realidad nada es comparable al placer puro y simple de la carne. La carne sin necesidad de violines. La carne cruda o cocinada a fuego lento tras mis caricias. Un ritual de amor que pocos entienden. Algunos lo llaman locura, pero hoy sé que toda razón de mi existencia se reduce a mi primera y única vez aquel viernes con mi profesora de alemán en la capital francesa. Fue el día que por fin resolví el misterio del color de sus ojos, con tonos cambiantes de ma-
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rrón, amarillo y verde. Estaba tan cerca de ella que sentía su respiración agitada. La estreché como un animalillo indefenso entre mis brazos mientras jugueteaba con su melena dorada, mi objeto fetiche. —Repasemos la conjugación del pretérito —sugirió Rennée retirando mi mano de su cintura. —Ich liebte, du liebtest, er liebte —dije yo susurrándole al oído. Mi boca rodó por su cuello, cruzando el suave mentón, mis labios alcanzaron el paraíso en los suyos. O eso creía, porque la memoria en un acto de compasión hacia mí, había borrado inconscientemente aquel intento fallido de beso. Eso me hacía saborear un pasado dulce que, con el tiempo, se fue revelando más amargo: mis ganas frustradas, sus pasos hacia atrás rehuyendo mi boca y la voluptuosidad de sus labios tensarse en una línea. La línea roja a mis deseos. —Repasemos la conjugación del presente —sugirió ella con la sonrisa torcida. —Ich gehöre dir, du gehörst mir —respondí. Quise aparentar que no me importaba, pero su rechazo me quemaba en las manos, en las mejillas, en la mirada sucia, en la osadía de mi boca. La idea de que con las prostitutas esto no hubie-
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se pasado se cruzó en mi cabeza. Fue algo fugaz, porque a esas alturas ya sabía que Rennée y yo estábamos predestinados. —Estudiaremos el futuro otro día —sugirió ella mientras recogía apresurada. —Ich werde dich essen —respondí. Ella se rio sin ganas y yo fingí ir a buscar una botella de vino. —Bebamos vino —le supliqué. —Solo una copa —fueron sus últimas palabras. Lo que vino después fue, créanme, un gesto de amor. De aquella manera conseguí tener a Rennée dentro de mí para siempre.
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MENTES MOLDEADAS CARLA GUERRERO
ESTÁ ESCRITO
CARLAGUERRERO-ESCRIBIENDO.BLOGSPOT.COM
SOY PSIQUIÁTRA, DE los buenos. Trabajé en mi consulta desde hacía treinta años. La pasión que me ha movido a ayudar a otros me ha dejado sus huellas... me encuentro casi ciego, mirándote, mi amiga Blanca, desde mi cama de moribundo. Esta hermosa ciudad de las luces, me ha quitado las mías; su río, el Sena, se ha tragado mis lágrimas, los parisinos son más que pacientes: inútiles cuerpos provistos de mentes enfermas, que yo... ¡¡JA, JA, JA, JA!! he ayudado. Otra vez estas voces en mi cabeza... ¡NO! no... no... aplauden que mi misión está cumplida, la memoria hace que me regocije de mis logros sobre los débiles. ¡SÍ! sí... sí... recuerdo a Luis, el pobre ignorante no conocía sus defectos. Por suerte estaba yo, una eminencia, para hacerle saber cuáles eran y reforzarle su baja autoestima. Le ayudé a enten-
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der que nunca cambiaría su desdichada existencia. Soy psiquiatra... de los buenos, de esos que van moldeando mentes. Después vino a verme Charlotte. La desgraciada me provocaba risa, con sus cardenales producidos por las manos correctoras de su marido, que intentaba disimular con maquillaje. El sádico era de los míos... un ser superior. ¡JA, JA, JA, JA! Cumplí mi parte como buen profesional, hundí la personalidad dependiente de ella en el pozo de la desesperanza de donde nunca nadie la podría recuperar. También traté a Carlos, fue difícil enfrentarme a él. Pero lo logré. Mis años de boxeador callejero en mi adolescencia me valieron para demostrarle quién manda. Mi agresividad le apaciguó, puse sus frágiles decisiones en el excusado de los perdedores. Las voces en mi cabeza... ¡NO! mi amiga Blanca, no me dejes... no te vayas... ¡ESCÚCHAME! es cú cha me... mmm... ¡buaaaa! no me dejes llorandooooo... Soy psiquiatra, de los buenos, conozco todos los entresijos de la manipulación emocional para
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ayudar... ¡JA, JA, JA, JA! Roberto, el inseguro. Duró muy poco en mi consulta hasta que al final. ¡Por fin! logré que se suicidara. Itziar, la víctima. Asquerosa ricachona floja que en toda su vida no pudo mantener un hombre a su lado, y los tuvo a ¡¡cientos!! Le lavé el cerebro de tal manera que pasa sus días recluida para no sentir el sol. Podría pasarme días enteros contándote mis hazañas, mis éxitos profesionales. De cómo he conseguido arreglar la vida de los demás sacrificando la mía.
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De cómo he podido sacar de la sociedad a los energúmenos seres que contaminan a los demás puros, los seres celestiales, los que merecen estar libre de ellos. Soy psiquiatra... ¿te lo he dicho? Dicen que el insano soy yo... ¡IDIOTAS! mi carrera ha sido brillante, los jodidos débiles de mis pacientes me acompañan en este recinto de paredes blancas, de rosas marchitas en el jardín. Están conmigo en estas habitaciones diseñadas para seres especiales como somos todos nosotros... todos juntos... todos amigos... Puedo seguir pasando consulta, todavía puedo ahogar en el mar de la desesperación más almas impías, corazones deshechos y mentes torcidas. Las voces... ¿qué está pasando? me preguntan, y responden que otra vez le estoy hablando a la blanca pared, mi amiga... ¡JA, JA, JA! Ha llegado mi hora, me resigno, lo acepto, después de todo mi misión está cumplida. ¡Ex-piro!
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