El Tintero de Oro Magazine nº 6: George Orwell

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MAGAZINE DE FICCIÓN

FEBRERO 2020

e n i z a g Ma EL AUTOR LA NOVELA

RELATOS GEORGE ORWELL

REBELIÓN EN LA GRANJA


La segunda antología de

¡Pásatelo de cin e!


EN 4D

En el número de este mes ¡nos vamos de granja! Nada menos que la Granja Animal imaginada por George Orwell, en una de las novelas más emblemáticas del s. XX. Y no solo del siglo pasado. Su lectura no es solo recomendable, es imprescidible para poder comprender cómo funciona la llamada Era de la Información. Os invito a conocer un poquito más tanto al autor como a su obra y para ello contamos con la colaboración de Yessy Kan y Raquel Peña con su biografía; a Marta Navarro y Rosa Berros con las reseñas de Rebelión en la Granja; y a Josep Mª Panadés que nos ofrece un relato mitad realidad, mitad ficción para escuchar a Orwell en primera persona. Y, por supuesto, los 29 relatos que han participado en esta edición con unas historias inspiradas en la novela que homenajeamos este mes. ¡Ah! Y por supuesto con las predicciones de nuestro oráculo particular: Madame Santal.

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Índice

GEORGE ORWELL: VERSO LIBRE 6

Yo soy George Genio y figura Historia de una rebelión La receta de Orwell

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Yessy Kan/Raquel Peña David Rubio Josep Mª Panadés David Rubio

LA NOVELA 30

Déjame que te cuente 31 Rosa Berros Con voz propia 40 Marta Navarro Más allá del punto final 44 David Rubio

LOS RELATOS QUE HA INSPIRADO 47 Temporada de caza Napoleón y Bola de Nieve Star Guars Vive y deja vivir San Martín Ocurrió en Chamalán La reunión de los loros Rebelión en Ataria Beso de vaca, pico de gallina La rebelión de los topos Fabricando sueños

49 Paco López Castelao 55 José R. Capel 60 Jorge Valín 66 Yessy Kan 71 Irene Rodríguez 76 Bruno Aguilar 78 Mirna Gennaro 86 María Pilar 92 Isan Isan 97 Raquel Peña 103 David Serrano


La araña y el chinche La revolución El ñandú y el juez Mientras haya maíz El desafío en la granja La epopeya del Buérdago Rebelión al vino tinto ¡Qué viene el lobo! Envestidura El búho, la serpiente y el pavo real También somos seres vivos A pata alzada El orden del día Al cobijo de la encina Un día de lluvia La señora cabra A elegir: Realidad o Fantasía A la caza del "Me gusta"

108 114 120 125 131 137 142 147 153 159 164 169 174 180 186 189 195 201

Emerencia Joseme Lucas Kurt Beri Dugo Beba Pihen Estrella Amaranto Barry Byrne Paola Panzieri Isabel Caballero Beatriz Vélez Juana Medina Rosa Boschetti Carmen Ferro Francisco Moroz Mª Carmen Píriz Marta Navarro Pepe de la Torre Carla Guerrero Mery Pérez

EL HORÓSCOPO SEGÚN MADAME SANTAL 204 Atribución de autoría:

Todos los relatos incluidos son propiedad de sus respectivos autores.

Diseño y maquetación: David Rubio Contacto: eltinterodeoro@hotmail.com

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UN VERSO LIBRE


YESSY KAN

RAQUEL PEÑA

Biografía

YO SOY GEORGE ¿O tal vez Erik? ORWELL NACIÓ DOS VECES. La primera fue un 25 de junio de 1903 en Motihari cuando la India era una colonia británica. En ese primer nacimiento fue bautizado como Eric Arthur Blair, hijo de un funcionario de la Corona británica, Richard Walmsley Blair y de Ida Mabel Limouzin, birmana de ascendencia francesa. Su segundo nacimiento tendría lugar años más tarde cuando, consciente de que sus escritos periodísticos y sus novelas podrían incomodar a su familia, decidió nombrar a su alter ego literario como George Orwell.

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EL JOVEN ERIK A los dos años abandonó la India junto a su madre y su hermana mayor, Marjorie, para vivir en Inglaterra, en un pueblo llamado Suffolk, cercano a un río llamado Orwell —curioso, ¿eh?—. Pero no adelantemos acontecimientos. Fue un destacado estudiante, de hecho, era el típico empollón. Y, como tal, era el rarito y solitario de la clase. Pero, afortunadamente, su aplicación le sirvió para que pudiera seguir estudiando ayudado por las becas que le concedían. De otro modo, jamás habría llegado al elitista Eton, donde según afirmó después fue relativamente feliz dado que podía vivir de manera muy independiente. También le permitió establecer contactos con estudiantes que en el futuro ocuparían puestos relevantes, como fue el caso de Cyril Connolly, que sería años después uno de sus editores. Durante estos años, amen de su pasión por la literatura —siendo H.G. Wells uno de sus favoritos—, desarrolló su primera etapa en el mundo de la escritura, curiosamente en la poesía. Sus temas preferidos serían la naturaleza, poemas satíricos y alguno patriótico. También comenzó su faceta periodística colaborando en las revistas estudiantiles.

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En 1921, ni las becas ni la economía familiar pudieron seguir cubriendo su vida escolar. Así que tuvo que empezar a ganarse la vida con 18 años y el primer empleo lo llevaría de vuelta a la India, nada menos que como miembro del cuerpo de la policía del Imperio en Birmania. Allí estuvo seis años, un período en el que se forjó buena parte de su ideario político al constatar la represión que las políticas imperiales ejercían sobre los nativos. Ahí nació su adscripción al socialismo democrático. Tras esa etapa, el todavía Eric regresa a Inglaterra con la intención de desprenderse de los años de disciplina militar. Aunque pretendía labrarse una carrera en la escritura, también llevó una vida un tanto díscola y excesiva que lo llevaría a realizar todo tipo de trabajos en los que duraba bien poco. También conoció la indigencia y la mendicidad. En 1928 se trasladó a París, donde vivía su tía, para ver si allí mejoraba su suerte. No mejoró, a lo sumo encontró un trabajo como lavaplatos en un hotel de lujo. Lamentablemente, estos años también sellaron su destino: enfermó de una tuberculosis que pondría fin a su vida en 1949.

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En 1929 regresó a su hogar paterno en Inglaterra. Esta vez si sentó cabeza y logró encauzar su carrera literaria colaborando en revistas y periódicos con numerosos ensayos y reseñas que le dieron una buena reputación por su calidad. Gracias a ellos, sabemos que consideraba que su estilo literario se aproximaba bastante al de Somerset Maugham y sus autores predilectos como Jack London, especialmente su libro La carretera o La gente del abismo. Dickens, Herman Melville o Jonathan Swift, serían otros de sus autores de cabecera.

EL NACIMIENTO DE GEORGE ORWELL

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Resulta paradójico que un defensor de la libertad de expresión decidiera esconder su nombre real. Pero es que la libertad siempre tiene un precio, y a veces ese precio lo pagan los seres queridos. Eric, conocedor de que sus opiniones y sus obras biográficas eran, digamos, controvertidas decidió proteger a su familia. Así que justo antes de publicar su primera obra biográfica Sin blanca en París y Londres (1933) pensó en un nuevo nombre. Pudo ser Kenneth Miles o H. Lewis Allways, pero al final se decantó por el nombre del patrón de Inglaterra, George, y por el nombre del emblemático río de Suffolk, Orwell.


Un año más tarde publicaría su primera novela de ficción Días en Birmania. Al siguiente, La hija del clérigo… Su carrera iba viento en popa, su figura adquirió un gran prestigio en la intelectualidad londinense. Y, entonces, llegó el año más importante en la vida de Orwell.

1936

El fundador de un club de ideología izquierdista, el Left Book Club, le propuso la escritura de un ensayo sobre las condiciones de los obreros del norte de Inglaterra. Orwell no solo recogió el guante, sino que decidió iniciar ese año conviviendo con ellos. Durante semanas compartió sus penurias, anotó sus testimonios y hasta consultó los registros de

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de salud e informes laborales. Ese período cristalizaría en su ensayo El camino de Wigan Pier, pero esa experiencia vital también reforzó su ideología socialista y puede explicar la decisión que tomaría meses más tarde. Ese mismo año también se casó con Eileen O’Shaughnessy. Lo normal en estos casos es que tras la boda la pareja se vaya de Luna de miel. Bueno, eso sería lo lógico si no te casaras con Orwell y, además, hubiera estallado una Guerra Civil en España. Una Eileen Blair guerra en la que uno de los bandos propugnaba el fascismo. Algo que una persona tan comprometida con su ideología socialista no podía dejar pasar por alto. Participó en la Guerra Civil española desde diciembre de 1936 hasta el 20 de junio de 1937. De esa experiencia se llevó un par de balazos y la constatación de hasta qué punto se podía manipular la información en la prensa; pero, sobretodo, una profunda animadversión al régimen comunista de Stalin. También se agravó la tuberculosis que padecía, por lo que tras su regreso a Inglaterra pasó una temporada en Marruecos para recuperar un tanto su estado de salud para encarar un nuevo período de guerra.

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LA II GUERRA MUNDIAL Su participación en este conflicto fue menos directa y fue precisamente en aquello que más odiaba y que tan bien reflejaría en sus dos obras más universales: el uso de la propaganda como herramienta de control de masas. En su ensayo Política y el idioma inglés (1946), dejó una buena muestra de la importancia de un lenguaje preciso y claro, argumentando que la escritura vaga se puede usar como una poderosa herramienta de manipulación política capaz de distorsionar la forma en la que pensamos. Entre 1941 y 1943 formó parte del Servicio Oriental de la BBC con la misión de conseguir el apoyo de la India y del este de Asia a favor de las fuerzas aliadas. Sí, Orwell durante este período se dedicó a la propaganda política. Y no solo él, su esposa trabajó durante estos años en el Departamento de Censura del Ministerio del Interior británico. Eran tiempos, sin duda, en los que había que renunciar a tus propias creencias en aras a un bien mayor, aunque ello le hiciera sentir como una naranja que ha sido pisoteada por una bota muy sucia.

SUS ÚLTIMOS AÑOS 1945 fue otro año especial para Orwell. Consiguió publicar su Rebelión en la granja, pero

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también murió su esposa, Eileen. La tuberculosis que padecía empeoraba de manera crítica, además, contaba con su hijo, Richard, de pocos meses de edad y al que había adoptado poco antes de la muerte de su esposa. Así que decidió irse a vivir a la isla de Jura (Escocia) junto a su hermana menor, Avril. Allí, su tiempo se repartió entre la escritura —escribió 1984—, la pesca, el tabaco, su hijo y un largo peregrinar de hospitales. También le dio tiempo a casarse por segunda vez con Sonia Brownell, una articulista de la revista Horizon en la que él también había trabajado. Parece ser que veía en ella un ser mágico y en su boda algo así como un remedio milagroso para la cura de su enfermedad. Lamentablemente, no fue así. Un 21 de enero de 1950, una hemorragia pulmonar acabaría con la vida de uno de los escritores universales que nos dejó el s. XX.

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Han colaborado en esta secciรณn:


SUPERSTICIOSO

Creía en la magia negra y temía ser víctima de un mal de ojo. De adolescente hizo un muñeco de vudú representando a un abusón del colegio. El caso es que este se rompió la pierna y murió de cáncer al poco. Orwell siempre se sintió responsable de ello.

+ SUPERSTICIOSO

Poco antes de morir se casó con Sonia Brownell, hermanastra de la famosa actriz Vivien Leigh. Fue tal el impacto que le causó que pensó que era un ser mágico y que casarse con ella lo sanaría. Lamentablemente no fue así.

FIEL A SU MANERA Pactó por escrito con su primera esposa que esta le permitía mantener relaciones sexuales con una antigua amante, Brenda Salkeld. Eso sí, solo podía hacerlo dos veces al año "lo justo para que fuera feliz".

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LISTA NEGRA Paradójicamente, al final de su vida elaboró una especie de lista negra en la que incluyó a distintos intelectuales y artistas afines al comunismo. Parece ser que como un favor a una amiga suya de la Inteligecia británica. En ella incluyó a Chaplin, Orson Welles y Katherine Hepburn entre otros,

NEOLENGUA

En 1984 creó palabras como Gran Hermano o doble pensar. Pero, sin duda, sería otro el término más popular y que serviría para nombrar a la época posterior a la II Guerra Mundial: Guerra Fría.

FUMADOR

Pese a la tuberculosis que padecía, se fumaba lo que no estaba en los escritos. Eso sí, encontró la forma de evitar que su hijo lo fuera. Con cinco años le dio un cigarrillo. Fue tal el asco que jamás probó ninguno más.

DESASTRADO

Parece ser que nunca cuidaba su aspecto físico y solía vestir trajes muy desgastados. No obstante, ordenó que al morir lo vistieran con esmoquin. El único que usó en su vida.

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S O T A L RE A R PA E S R I D A EV


HISTORIA DE UNA REBELIÓN JOSEP Mª PANADÈS NO LLEGARÉ A cumplir los cincuenta. Esta enfermedad acabará conmigo en pocos meses. Llevo ya tres años entrando y saliendo del hospital. Mi aventura parisina tuvo la culpa, pero aun así no me arrepiento de nada. —Eric, ¿con quién hablas, cariño? La voz de Sonia me saca de mis cavilaciones. —Con nadie, querida. Hablaba conmigo mismo. Cada vez lo hago con más frecuencia. Es un hábito que adquirí durante mi convalecencia en Marruecos, postrado en la cama con un agujero en el cuello, y que ahora he vuelto a recuperar. Repaso las distintas etapas de mi vida. Y aunque, como he dicho, no me arrepiento de mis

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actos, reconozco que mi carácter aventurero me llevó a vivir situaciones muy difíciles y arriesgadas. En general, no puedo quejarme. He sido lo que se llama un hombre de mundo. He vivido dos guerras y, como premio a mi audacia, recibí una herida de bala que aún perdura, como perduran los recuerdos. Cuando contaba con dos años de edad, mi madre, mi hermana Marjorie y yo abandonamos Motihari para ir a Inglaterra, la tierra natal de mi padre, a quien no volví a ver hasta dos años más tarde. Fue por un brevísimo periodo de tiempo, pero suficiente para dejar a mi madre encinta de la pequeña Avril. Ya no le volvería a ver hasta muchos años más tarde. De él y de aquella colonia británica que me vio nacer poco puedo decir. De esa época apenas me queda una nebulosa de recuerdos. Inglaterra pasó a ser nuestra patria de acogida. Durante mi adolescencia, viví cinco años en Birmania sirviendo en la Policía Imperial, tras los cuales retorné a Inglaterra con la pretensión de ganarme la vida como periodista y escritor. Más tarde vendría mi aventura parisina. Mi alma inquieta e inconformista me llevó a la ciu-

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dad de la luz en busca de una vida nueva y más estimulante. Mi vida bohemia acabó cuando mis escasos recursos económicos me llevaron a vivir en la indigencia. Pero era joven e idealista, y esos ideales me empujaron a luchar contra la injusticia social y el totalitarismo, y a combatir el fascismo sobre el terreno.

Ello me llevó hasta España, en plena guerra civil, luchando en el bando republicano, una experiencia que me causó desesperanza y frustración ante las falacias del comunismo, y el amargo recuerdo de una contienda que acabaron ganando los rebeldes. ¡Qué paradójico! Fui a matar fascistas y acabé tiroteado por los

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comunistas. Desde entonces, el totalitarismo ha inspirado mucho de lo que he escrito. Tras vivir seis meses en Marruecos, hasta estar totalmente recuperado, regresé nuevamente a Londres. Muchos lugares y en ninguno eché raíces. Debía tener unos treinta años cuando escribí mi primera novela. Por aquel entonces salía con Eileen, con la que me casé tres años después. Nuestra relación se deterioró cuando vio que no podíamos tener hijos. La adopción del pequeño Richard debía haber sido la solución, pero no fue así. Hace tiempo que no le veo, desde que me volví a casar con Sonia. Sin duda, el mejor recuerdo que guardo es mi estancia en Escocia, hace de eso unos cinco años. Necesitaba un retiro espiritual, como suele decirse. Eileen y yo acabábamos de adoptar a Richard y me sentía agobiado. Quise poner distancia para reflexionar sobre nuestro futuro como pareja y el mío como escritor. Así que me trasladé a Aberdeen, donde alquilé una casita a las afueras. Transcurrían las semanas y no había forma de arrancar la que sería mi quinta novela. Quería escribir una sátira sobre la revolución marxista, pero no acababa de cuajar. Pero una noche se hizo la luz. Estaba intentando conciliar el sueño cuando desde la granja de mi vecino se oyó una tremen-

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da algarabía. Pero nadie hacía acto de presencia. Un zorro o un gato montés debía haber entrado en el establo donde Alistair Henderson, el propietario, mantenía a sus animales a buen recaudo. Se oían relinchos, balidos, gruñidos y mugidos. Me asomé a la ventana. Solo pude ver al Border collie del señor Henderson ladrando frente a la puerta del establo. De pronto volví a sentirme miembro de la Home Guard británica, tomé mi fusil Mannlicher M1895, que por fortuna había traído conmigo, y salí en plena noche a plantarle cara a quien fuera que se había colado en el establo. Quizá no fuera un animal sino un ladrón que pretendía hacerse con la pareja de Clydesdale, los más cotizados caballos de tiro británicos, según me había dicho Alistair cuando un día le vi sacándolos de la cuadra.

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Mientras me dirigía raudo y armado hacia la granja, pensé que yo no era quién para meterme en ese berenjenal, que quizá debería alertar al bueno de Alistair, pero, por otro lado, el hombre ya era muy mayor para hacer frente a unos ladrones que, a bien seguro, también irían armados. Y aunque trajera consigo su vieja carabina, lo más probable es que saliera mal parado del encontronazo. Así pues, confiando en mi inmejorable puntería, me dispuse a hacer frente al culpable o culpables de aquel alboroto. Una vez frente al establo, di una fuerte patada a la puerta. Pero no se abrió. Si alguien la había cerrado por dentro es que el intruso era un humano, pero de pronto recordé que se abría hacia fuera. Sin duda los nervios me traicionaron. El caso es que de pronto se hizo el más absoluto de los silencios. Parecía que los animales habían enmudecido, solo pude oír algunos balidos y un bufido equino. Abrí, entonces, la puerta con cautela, esta vez en el sentido correcto, sin dejar de apuntar hacia el interior que, sorprendentemente, estaba a oscuras cuando hacía tan solo unos segundos había luz en su interior. Supuse que el intruso, solo o acompañado, la había apagado tras mi estruendosa patada y se mantenía agazapado en algún rincón. Esa situación me recordó mi lamentable experiencia cuando, en el 37, recibí el disparo en el cuello

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en una noche sin luna. Solo tenía dos opciones: dar media vuelta y alertar al propietario, y que a su vez llamara a la policía, o tener arrestos suficientes para echar a los intrusos. —¡Salgan con los brazos en alto! ¡Voy armado! —grité. Solo unos cuantos tímidos berridos rompieron el silencio. —Si se van por las buenas, les prometo que no los denunciaré —mentí. Ninguna reacción, salvo unos pateos y bufidos. Los caballos debían estar nerviosos. Algo tenía que hacer, no podía seguir así toda la noche. Entonces recordé donde estaba el interruptor, lo había visto cuando Henderson me enseñó el establo por primera vez. No lo pensé dos veces, corrí agachado hacia donde estaba situada la palanca y la accioné. Temí que una ráfaga de disparos acabara conmigo tan pronto como se hiciera la luz. Pero no ocurrió nada. Al darme la vuelta vi que todos los animales me estaban observando como si vieran una aparición. Parecía que me miraban con malos ojos por haber interrumpido algo muy importante. Me sentí tan violento, que de mi boca salió un “perdón, es que…”. ¿Perdón? ¡Por Dios! ¿Acaso me había vuelto loco? Pero cuando, tras cerciorarme de que allí no había nadie más que yo, me dirigía hacia la puerta, oí un vozarrón.

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—Ni se te ocurra contárselo al amo. Esto debe quedar entre nosotros. De lo contrario, te arrepentirás —era uno de los cerdos quien así habló. Y a continuación una de las vacas lecheras tomó la palabra. —Vosotros los humanos os creéis con derecho a esclavizarnos. Hasta ahora hemos sido muy complacientes, os hemos ayudado en el campo, ¿verdad chicos? —dijo mirando a los dos Clydesdale, quienes balancearon la cabeza en señal de aprobación—, os hemos alimentado a costa de nuestra leche e incluso nuestra propia vida — eso, eso, gritaron los cerdos y las ovejas—, por no hablar de la mejor lana Shetland —voceó un carnero con cara de malas pulgas—. Y ya estamos hartos del maltrato al que estamos sometidos. ¡Viva la revolución! ¡¡Viva!! Corearon todos. Me sentí mareado. ¿Me estaba volviendo loco? No podía ser el efecto de la altitud, Aberdeen solo está a unos veinte metros sobre el nivel del mar. Me quedé paralizado. Viendo que no me movía, el carnero se cabreó y quiso embestirme. El resto de animales lo imitaron. Corrí tan veloz como mis piernas me lo permitieron, hasta que tropecé, perdí el arma y me vi en el suelo totalmente indefenso. Cuando creía que iba a ser pateado y despedazado, un fuerte estruendo me sobresaltó.


Me desperté empapado. Mi corazón latía desbocado y sentía un doloroso martilleo en las sienes. Al cabo de unos segundos sentía un doloroso martilleo en las sienes. Al cabo de unos segundos comprendí qué me había pasado. La contraventana golpeaba con furia el ventanal. Eso fue lo que me despertó de esa maldita pesadilla. Aun así, me levanté de la cama y me asomé al exterior. La granja y el establo estaban totalmente a oscuras. El único sonido audible era el del viento huracanado. Atranqué bien la contraventana y volví a acostarme, pero ya no pude conciliar el sueño. Una idea empezó a rondarme. Ya tenía un argumento para mi novela. A la mañana siguiente, tras el desayuno, me puse a escribir. Nunca suelo poner título a mis obras antes de introducirme en la historia que quiero contar, pero en este caso hice una excepción. Lo tenía muy claro. La titularía:

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LA RECETA DE GEORGE ORWELL CONSEJOS DE ESCRITURA

E D S A L G A E R R U T I tra o R u l i C m í s S un E metáfora,

a n u sa. e e s r u p a m i c n r u e v N 1. ela u s e u q l a c e ati d m n a o r d g a a r u g fig lar a r b a l a p na u e s u a 2. Nunc ta. r o c a n , u a r r b a s a l u a a p d na pue u r i m i r p su e l b i s o p 3. Si es e. r p m e i da s e u a l p a o m í d r n p su cua a v i s a p z vo a l e s u a c 4. Nun a. v i t c a a n u z o , v a r a l e j r n usa tra x e n ó i c u c lo a n a u g r e e s j u e a d c n o min r 5. Nu é t n u o ífica t su n e i e c d a e r t b n a l e l a p uiva q e n u r a r ont c n e e d e u si p no. a s i e d i t t n o a c s a a l m g o idi s re a t s e e d uiera q l a u c a p 6. Rom ad. d i r a b r a b na u r i c e d e d

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PREGUNTAS QUE DEBES HACERTE EN CADA ORACIÓN

1. ¿Qué inten to decir? 2. ¿Qué pala bras lo expre san? 3. ¿Qué imag en o modism o lo hace más claro? 4. ¿Es esta imagen lo suficientemente fre sca para p roducir efecto? 5. ¿Puedo se r más breve? 6. ¿Dije algo evitablemen te feo?

Estos consejos de Orwell se encuentran incluidos en su artículo La política y el idioma inglés (1946). Son 4 páginas muy recomendables para ser "escritores cuidadosos". Basta con escribir el título y el autor en tu navegador.

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DÉJAME QUE TE CUENTE rosa berros

LA HISTORIA ES DE todos conocida. La novela es una fábula que quiere representar la revolución rusa y su transformación en manos de dirigentes autoritarios y paranoicos en un régimen que terminó siendo lo contrario a lo que pretendía en un principio. La crítica va dirigida particularmente a Stalin y sus purgas. No hay que olvidar que Orwell estuvo en España como miliciano en el POUM, el partido trotskista que se declaraba revolucionario y se posicionó en contra de Stalin. Su paso por el POUM, su participación en los Hechos de Mayo, en Barcelona en 1937, el secuestro y asesinato del dirigente del POUM, Andreu Nin, por Orlov, un agente del NKVD, precursor del KGB, y otros

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hechos que viviría en España en aquellos años, lo devolvieron a Inglaterra convertido en todo un antiestalinista que se declaraba socialista democrático. En la novela vemos los inicios de la revolución, auspiciada por un cerdo sabio, el Viejo Mayor, que lanza un discurso que sienta las bases que llevarán a los animales a hacerse con el control de la granja y a expulsar de ella al señor Jones.

Nuestras vidas son tristes, fatigosas y cortas. Nacemos, nos suministran la comida necesaria para mantenernos y a aquellos de nosotros capaces de trabajar nos obligan a hacerlo hasta el último átomo de nuestras fuerzas; y en el preciso instante en que ya no servimos, nos matan con una crueldad espantosa. ¿Es acaso porque esta tierra nuestra es tan pobre que no puede proporcionar una vida decorosa a todos sus habitantes? No, camaradas; mil veces no. ¿Por qué, entonces, continuamos en esta mísera condición?

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La explotación, la plusvalía, el capitalismo, las ansias de salir de la miseria de principios del siglo XX en los obreros y campesinos; todo ello está presente en este discurso del cerdo Mayor que morirá tres días después de su discurso. Los animales se hacen con la granja que pasa a llamarse Granja Animal. Los cerdos, que han aprendido a leer y escribir, sacan mucha ventaja al resto de los animales en cuanto a conocimientos y preparación se refiere y elaboran siete mandamientos que deberán cumplirse en Granja Animal y en todas las granjas que vayan consiguiendo echar a sus explotadores humanos y hacerse con el control: 1. Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo. 2. Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo. 3. Ningún animal usará ropa. 4. Ningún animal dormirá en una cama. 5. Ningún animal beberá alcohol. 6. Ningún animal matará a otro animal. 7. Todos los animales son iguales.

Así las escribieron en la pared trasera del granero Snowball y Squealer, dos de los cerdos más listos y líderes prácticos de la revolución junto a Napoleón.

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Al principio todo fue muy bien y la granja aumentó su producción que se repartía equitativamente.

Nadie robó, nadie se quejó de su ración; las discusiones, peleas y envidias que eran componente natural de la vida cotidiana en los días de antaño, habían desaparecido casi por completo.Nadie eludía el trabajo, o casi nadie. Aunque la implicación en la granja y en su revolución no fue la misma para todos. Los más listos y dispuestos son los cerdos, seguidos de los caballos, Boxer y Clover, y el burro, Benjamin. La yegua Mollie, sin embargo, no lo tuvo muy claro nunca. Ella tiraba del coche del señor Jones, y siempre iba muy engalanada con cintas en sus crines y mascando terrones de azúcar. El cambio no parecía serle muy favorable:

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—¿Y se me permitirá seguir usando cintas en la crin? —insistió Mollie. —Camarada —dijo Snowball—, esas cintas que tanto te gustan son el símbolo de la esclavitud. ¿No entiendes que la libertad vale más que esas cintas?


Poco a poco, los cerdos empiezan a distinguirse del resto de los animales. Se trasladan a la casa de los amos, empiezan a escatimar leche y manzanas que mezclan con su comida, empiezan a dormir en las camas... y misteriosamente, los mandamientos empiezan a cambiar y ya no son los que el resto de los animales cree recordar. Cuando los cerdos empezaron a dormir en las camas de la casa, el cuarto mandamiento se transformó en «Ningún animal dormirá en una cama con sábanas». Los contratiempos se suceden. Snowball es expulsado de la granja acusado de todo tipo de traiciones; Napoleón se hace con el poder absoluto... y con la idea de Snowball de construir un molino. A partir de ese momento, todas las desgracias de la granja son atribuidas a Snowball y sus traiciones. Los animales cada vez trabajan más y comen menos, pero están convencidos de que, sea como sea, viven mejor que antes, cuando el señor Jones era el dueño de la granja. Por si se les olvida, están las tontas ovejas repitiendo siempre que conviene «Cuatro patas sí, dos pies no». Aunque ese discurso cambia cuando a Napoleón y sus seguidores fieles les interesa hacer pactos y negocios con los señores de las granjas vecinas. Entonces el lema es «¡Cuatro patas sí, dos patas mejor!»

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Finalmente, en el muro trasero del granero, los mandamientos del principio desparecen y solo hay una frase en sustitución: TODOS LOS ANIMALES SON IGUALES, PERO ALGUNOS ANIMALES SON MÁS IGUALES QUE OTROS Algunos personajes de Rebelión en la granja son perfectamente reconocibles. Jones viene a representar la autoridad casi absoluta del zar Nicolás II, expulsado del trono en 1917; Mayor es Lenin, el ideólogo y teórico de la revolución; Napoleón es Stalin con sus acusaciones a todo el que le podía hacer sombra y con sus paranoias que terminaron con las purgas y la muerte de muchos de sus antiguos aliados, entre ellos Trotski, que había sido asesinado en Méjico, en 1940, cinco años antes de la publicación de este libro, y que está representado por Snowball. Me imagino que, para alguien más versado en aquellos tiempos, otros personajes del libro tendrán nombre y apellidos humanos e históricos que yo ignoro. Una perfecta alegoría de cómo los sueños, a veces, terminan convirtiéndose en pesadillas, de cómo el poder termina por corromper y en cuanto algún ser humano está por encima de otros en conocimientos y riqueza, terminará por poner al resto a su servicio para aumentar más

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aún, a costa de los demás, sus conocimientos y su riqueza, o sea, su poder. Puede que hoy, tantos años después de los hechos, la novela pueda resultar desfasada y a quien no conozca un poco la Historia le resulte ininteligible. Y, sin embargo, más allá de una metáfora del fin del sueño revolucionario de la URSS, es una metáfora del ser humano en cualquier época y en cualquier lugar, por lo que se puede leer como tal y no dejará de estar de plena actualidad. Pero leerla en 1945, cuando Stalin seguía gobernando en la URSS y aún lo haría durante siete años más, tuvo que ser todo un acontecimiento. Lo raro es que la novela no triunfó realmente hasta finales de los años cincuenta.

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ROSA BERROS

Cuéntame UNA HISTORIA

Pura LITERATURA elblogdelafabula.blogspot.com


MARTA NAVARRO

s o t n Cue s o d n u b a vag LlĂŠvatelos Contigo cuentosvagabundos.blogspot.com


CON VOZ PROPIA

marta navarro

Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír. George Orwell

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UNA NOCHE, el viejo cerdo Mayor, uno de los habitantes de la llamada Granja Manor, tiene un sueño, casi una premonición, que al despertar decide compartir con sus compañeros. Reunidos todos en un extremo del granero principal, a salvo de la mirada del señor Jones (propietario de la granja), una vez acomodados y captada su atención, comienza a hablarles del utópico mundo que soñó: un mundo donde todos los animales serían libres e iguales, lejos de la injusticia y el despotismo con que el ser humano los ha tratado siempre, del sometimiento a que se en-


cuentran atados y de la necesidad para lograrlo de rebelarse en algún momento contra tales ataduras. Sus palabras llenan de inmediato a todos de esperanza haciéndoles pensar que una vida nueva y mejor, más justa, libre de la tiranía y del yugo del hombre, tal vez sea posible. Mayor muere poco después y los cerdos, como animales más inteligentes de la granja, articulan entonces a partir de su discurso una ideología a la que denominan Animalismo que muy pronto habrán de llevar a la práctica tras el repentino e inesperado triunfo de la revolución. Así comienza esta cruda y satírica fábula en torno a la corrupción, la mentira, la opresión y la traición con la que Orwell parodia con absoluta transparencia el socialismo soviético y todo su entramado político. Repleta de simbolismos, la historia relata lo que ocurre tras la instauración de ese nuevo régimen surgido de la rebelión y cómo los cerdos, encabezados por el tiránico Napoleón, rompen el principio de igualdad por el que todos deberían regirse para pasar a dirigir con cruel arbitrariedad el destino del resto de animales. Transcurren los meses, la promesa de una nueva vida se incumple, trabajan todos como esclavos... Mientras tanto los cerdos mantienen el poder, falsean la verdad, viven con extrema

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comodidad y proclaman traidor a cualquiera que se oponga a sus designios. Pese a que los protagonistas son animales, el paralelismo con los líderes que encabezaron la Revolución Rusa es evidente: el señor Jones (el granjero contra quien se alzan) sería el zar Nicolás; el cerdo Mayor podría ser Lenin o Marx; Napoleón y Snowball, representan a Stalin y Trotsky; Boxer, el caballo trabajador, al proletariado; ovejas y gallinas a la multitud analfabeta que nunca cuestiona al líder... Con absoluto realismo muestra Orwell con todo ello el modo en que las dictaduras promueven la sumisión, cómo se asientan y endurecen manteniendo en la ignorancia a los más débiles, la falta de autocrítica que las caracteriza, el empleo del miedo y la violencia como arma de control y la infelicidad y la pobreza a que inevitablemente conducen.

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Escrita con la sencillez de una fábula clásica, es esta una historia lúcida y valiente que invita a reflexionar sobre los abusos del poder y la facilidad con que todo lo corrompe y manipula. Muy incómoda en su momento por la demoledora crítica a los totalitarismos que contiene, logró ser publicada pese a todo (tras varios rechazos) en 1945, manteniendo aún hoy toda su vigencia la alegoría sobre la que fue tan hábil e ingeniosamente construida.

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DESPUÉS DEL PUNTO FINAL La vida de Rebelión en la Granja

TARDÓ AÑO Y MEDIO EN PUBLICARSE La más que expresa crítica al régimen de Stalin, que era aliado de Occidente en la II Guerra Mundial, motivó hasta cuatro rechazos editoriales. Tampoco ayudó las restricciones de papel y ciertos problemas contractuales. EL PRÓLOGO PERDIDO

Orwell escribió un prólogo titulado La libertad de prensa. En él, de manera expresa, relacionaba la fábula con la URSS, además de defender la libertad de expresión frente a los canones intelectuales y sociales, Sin embargo, dicho prólogo no fue publicado originalmente. De hecho, no se conoció su existencia hasta 1971. MÁS DE 50 AÑOS PARA SER PREMIADA

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En 1996, ¡51 años después! le fue concedido el premio Hugo de Literatura Fantástica. En 2005, la revista Time la incluyó en su lista de las mejores 100 novelas desde 1923 a 2005.


LA NOVELA ¡DE LOS MIL TÍTULOS! Pese a que su título original Animal Farm es facilmente traducible a otros idiomas, parece que los distintos editores han querido ser originales. En España se la conoce como Rebelión en la granja; en Dinamarca y Noruega como Camarada Napoleón; en Suecia, Animales de granja; en Portugal, El triunfo de los puercos; en Brasil, La revolución animal. MÁS ALLÁ DEL PAPEL

Ha sido adaptada al cine en 1954, con una película de dibujos animados y en 1999 con animales reales. Netflix parece que pronto realizará una nueva adaptación. También fue adaptada como ficción radiofónica por primera vez en 1947, también tuvo su cómic en 1954 y se anuncia que pronto se producirá ¡un videojuego! También ha inspirado un album musical, Animals (1977) del grupo Pink Floyd CONTROVERTIDA

Y, por supuesto, siempre está en el punto de mira de distintas tendencias políticas con evidentes intenciones partidistas.

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tos a l e r rso de u c n o C al mensu mbre e i c i d e d A partir r en el a p i c i t r a podrás p os que t a l e r e od concurs on 16 c a t n e u ya c s. edicione latos

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RELATOS PARTICIPANTES EN EL CONCURSO LITERARIO DE

LOS RELATOS 29 HISTORIAS INSPIRADAS EN REBELIÓN EN LA GRANJA



TEMPORADA DE CAZA

PA CO LÓPE Z CA ST ELA O

EL PRIMER DOMINGO de septiembre del año 2020 comenzaba en Asturias la temporada de caza. La anterior había resultado trágica. La fatalidad, aliada fiel de la imprudencia temeraria, se había llevado por delante la vida de tres hombres: dos cazadores y un montero. De ahí que en la mente de todos los cazadores latiera un pensamiento común: extremar las precauciones y asegurarse bien antes de disparar.

Era mi primera jornada de caza. Estaba nervioso y emocionado. Y también asustado. Mi padre me había adiestrado para cuando llegara el gran momento. Esta noche apenas he pegado ojo. Me he desvelado temprano y he esperado, anhelando y temiendo, la llegada del nuevo día.

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Se pusieron en marcha al despuntar el alba. La caravana de todoterrenos se dirigió al coto de Argul. Una gran manada de jabalíes había sido vista en las inmediaciones de un bosque de castaños y abedules, allí donde el arroyo, que brotaba en la falda del Pico del Moro, remansaba y ensanchaba su cauce, antes de continuar su raudo descenso al encuentro del río Agüera. Alcanzado el paraje de destino se apostaron en lugares estratégicos. Un estruendoso y discordante concierto de furiosos ladridos, gritos de viva voz y órdenes apresuradas, trasmitidas a través de las emisoras, reventó la tranquilidad de la fría y despejada mañana de principios de septiembre.

Yo trataba de mantener la calma en medio del abrumador alboroto; pero, el corazón me latía muy rápido y la suprema excitación del momento me impedía pensar con claridad. Me dejé llevar por mi instinto. Los hombres aguardaban con las escopetas preparadas, el pulso acelerado y la respiración contenida. Se avistaron los primeros movimientos de los animales que fueron puntualmente radiados en vivo y en directo. Los monteros descendieron por la ladera boscosa para levantar las presas y forzarlas a dirigirse al otro lado del riachuelo, a campo abierto.

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Me separé de mis compañeros y me interné entre los árboles. En ese momento escuché un ruido cercano. Era un sonido inconfundible y se aproximaba rápidamente. Me parapeté al lado del castaño más grueso del bosque, aguardando. Y entonces, lo vi. Se trataba de un ejemplar joven. Él también estaba muy quieto y me miraba. En sus ojos había sorpresa y también miedo. Durante un largo minuto, ninguno de los contendientes realizó el menor movimiento. Tenían los músculos en tensión y la respiración acelerada; todos los sentidos en estado de máxima alerta. De repente, un potente vozarrón se elevó por encima de la bulliciosa algarabía y dio la voz de alarma. —¡Que van ahí!... ¡Que van ahí!...

El grito rompió el hechizo. Me giré rápido y corrí monte abajo. Mi antagonista hizo lo mismo en dirección opuesta. La manada de jabalíes irrumpió en estampida de entre los árboles. Los perros se lanzaron a degüello entre ladridos frenéticos y carreras enloquecidas. Explotó un maremágnum de órdenes perentorias y juramentos entrecortados. Sonaron varios disparos. Su eco rabioso se multiplicó retumbando entre los montes.

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Un berrido de agonía se elevó entre el clamor general. Algo grande y pesado se desplomó entre los abedules que bordeaban el arroyo y cayó sobre las aguas. Allí se quedó, retorciéndose entre espasmos convulsos y sangrando a chorros. El regato se tiñó de rojo. La muerte, como una plaga bíblica, aleteó sobre el bosque.

Aquella noche tampoco pude dormir. Mi primera jornada de caza había resultado horrible, mucho más espantosa que lo que pudiera haber imaginado en la peor de mis pesadillas. Mi familia y yo estábamos de luto. Mi padre había caído abatido entre los abedules a la vera del arroyo. Dos certeros y malditos balazos le habían destrozado la cabeza. Su madre y sus hermanos tampoco dormían. Estaban nerviosos y asustados. No se oía una palabra. Sólo miradas inquietas, movimientos bruscos y algunos sonidos breves e inarticulados. No hacía falta más. Todos sabían lo que pasaba en ese momento por la cabeza de los demás. La ausencia del cabeza de familia. Una sensación de pérdida y vacío, angustiosa y brutal.

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Yo lo había visto caer a lo lejos. Su postrer alarido de muerte aun resonaba en mis oídos, y seguiría oyéndolo durante mucho tiempo. Des-


pués se habían llevado su cuerpo y no había vuelto a verlo. Y casi mejor así. Prefiero recordarlo tal como era, pletórico de vida, fuerte y vigoroso. Yo recorría los montes en su compañía y él no se cansaba nunca. Yo no estaba asustado. Y tampoco nervioso. Sólo apenado. Y rabioso, muy rabioso, deseando vengar la muerte de mi padre. Estaba decidido. Iría a por ellos. Acabaría con ellos. Llegaría hasta el final. Moriría peleando, si fuera preciso. Me comportaría como lo que era. Un indómito jabato. Sólo el joven humano que me había encontrado y permitido huir se libraría de mi ira mortal.

El jabato gruñó satisfecho. Su berrido ronco resonó en la calma del bosque mientras alzaba la dura jeta y miraba desafiante la Luna llena. A continuación, cruzó de nuevo el arroyo y afiló las navajas de sus colmillos en el castaño centenario.

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Durante seis días y seis noches, las manadas de jabalíes en varios kilómetros a la redonda fueron reuniéndose junto al arroyo donde había caído abatido su congénere. Al amanecer del séptimo día, comandados por el hijo del difunto, comenzaron a descender hacia el pueblo. Todos tenían varias cuentas pendientes con los humanos, muchas muertes que vengar. La caza había comenzado.

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NAPOLEÓN Y BOLA DE NIEVE JOSÉ R. CAPEL

NAPOLEÓN HACE TIEMPO que ha abandonado la familia porcina, es como un humano más, a pesar de su cara de cerdo, su cuerpo de cerdo, sus patas de cerdo y ese hocico con el que sostiene un cohiba 50. Se ha instalado en un confortable loft de la zona alta junto a tres perros tan fieles como agresivos, y a una guarra vietnamita que conoció en el puerto. La guarra luce vestidos de Dulce Marrana y se pasa el día en la terraza intentando broncear su piel mientras saborea trufas y cava. En la revista Timo le han nombrado tocino del año. La fotografía de portada muestra su ufanía delante de una enorme bandera del país. En las páginas centrales nos cuentan sus hazañas hasta

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conseguir la posición que hoy ocupa. Su poder le ha convertido en el primer cerdo político, presidente de la región norte y firme aliado del presidente del país, un cargo que nadie duda que alcanzará en no demasiado tiempo. Napoleón ha delegado en Chillón la dirección de una de sus fincas preferidas. Una vasta extensión con varias granjas, bodegas, e incluso un restaurante exclusivo, de los de nitrógeno líquido y bellota esferificada, situado junto al río, donde se suelen reunir los cerdos poderosos de la región. Es curioso observar a los camareros, unos humanos que acatan sin rechistar las órdenes de un marrano trajeado. Precisamente, al otro lado del río, una frontera natural con la región sur, malvive Bola de nieve. Acusado de traidor, sin posibilidad de encontrar un trabajo ni digno ni indigno, porque la dignidad es una cualidad extraviada entre el barro, los excrementos y el cemento que le rodea. Su hogar es una planta baja derruida, compartida con dos gatos magrebíes y uno argelino y varias ratas autóctonas que también comparten piso, pero no gastos. Sus vecinos son unos borregos en sustantivo, aunque por su actitud también les sirve de calificativo. En la región sur apenas viven humanos, a excepción de su presidente, Narciso, que olvidó sus deberes para sus conciudadanos hace ya

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mucho tiempo. La mayoría de sus habitantes son gatos, perros sin raza, borregos y ovejas, burros y, por supuesto, ratas. La región está situada entre el río y unos suaves valles atiborrados de fábricas. El horizonte es un cielo negro tras una interminable hilera de chimeneas. A lo largo de su territorio, se extienden miles de destartalados edificios grises, sin ascensor, sin luz, sin agua, pero a precios de lujo. Incomprensiblemente, los borregos mantienen las banderas del país colgadas de los balcones, luciendo un orgullo colorido y vilipendiado de pertenencia a un país que desprecia su existencia.

Narciso vive en los suburbios de la región, en un pequeño palacio del siglo pasado y rodeado de hienas que alaban su reflejo y defienden sus posesiones. Ha tenido diversos encuentros con

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Napoleón y ciertamente siente un gran respeto por el cerdo. Napoleón, en cambio, detesta a Narciso y cree que sería necesario unificar las dos regiones en una grande, aunque no libre. Napoleón ha planificado una visita de cortesía a su homólogo humano de la región sur. Es consciente de que la mayoría de la zona está habitada por borregos y burros, y no será difícil, y menos con su oratoria, de convencer a sus habitantes de la necesidad de la unificación. El interés de Napoleón reside en la eficiente producción de las fábricas. Burros y borregos trabajan a destajo dirigidos habitualmente por perros dóciles y adoctrinados. En cambio, los gatos sobreviven de trapicheos, robos y prostitución. Napoleón conoce bien los burdeles del sur, donde se acuesta con dulces gatitas mientras su guarra vietnamita contempla idiotizada una magnífica puesta de sol desde su terraza. Cuando llega el día del encuentro con Narciso, Napoleón aprovecha las horas anteriores para acostarse con dos siamesas con las que practica posturas a las que no accede su cerda asiática. Satisfecho, enciende su habitual cohiba 50 y apura un licor afrutado mientras contempla la calle. Sus perros le esperan en un coche rodeado de un grupo numeroso de borregos ojipláticos, extrañados de que un vehículo de semejante categoría esté aparcado en su calle.

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Frente al burdel, en un bar regentado por un burro negro y una oronda señora sin dientes, Bola de nieve se toma una cerveza fiada. Las calles están empapeladas con carteles anunciando la esperada visita del presidente de la región norte. Bola de Nieve conoce las debilidades del tocino del año. Su compañero, el gato argelino, le ha informado de los pequeños vicios del cerdo. Bola de Nieve solo tiene que esperar su momento. Cientos de ratas corretean sin cuidado, chapoteando en algunos charcos embarrados que ralentizan la escasa circulación. Los borregos se apartan del automóvil cuando los perros abren las puertas al enigmático personaje que sale del burdel. El sol ha pintado tonos rosados en el permanente gris que ensombrece la ciudad. Un sombrero y unas inútiles gafas de sol, además de las solapas del abrigo alzadas, encubren la identidad del misterioso cerdo. Bola de Nieve se cubre la cabeza con un gorro raído y sale del bar. Sonríe al burro y a la señora oronda, que le devuelve el saludo con una sonrisa negra y hueca. Oculta un cuchillo oxidado y se confunde entre los borregos. La sangre de Napoleón colorea los charcos parduzcos. Dicen que Bola de Nieve hizo justicia, él sabe que simplemente fue venganza. Cosas de cerdos.

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—¡LAS MÍAS SON más grandes! —chilló el zorro Abel. —¡No, las mías lo son! —graznó José Luis el ganso. —¡Vosotros no saber nada, las mías ser las más grandes! —elevó la voz el castor Bill.

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Al colgarse los tres auriculares, Abel sonrió satisfecho. Aquellas riñas conseguían liberarle el estrés acumulado durante el día. Se colocó las gafas de sol y miró extasiado por la ventana hacia la noche iluminada, cuando el teléfono sonó de nuevo. —¡José Luis, ya te dije que las mías son mejores! —¡Guau, guau! «Carallo, el presi» —¡Abel, esta vez te has pasado! —Pedro ¿qué ocurrió? —Tenemos un serio problema. Te quiero en mi despacho mañana a primera hora. —Pero presidente, mira qué hora es. —Arréglatelas como puedas. Abel escuchó el pitido de la línea. Tendría que madrugar para coger un avión a la capital. El presidente exhibía una nada amistosa cara de perro. Tendió un papel al alcalde, con un texto escueto y membrete a pie de página. —Coño, ¿la NASA? —Pero no de las de pescar, ¡la del espacio! —Pues igual tenía que estar aquí el otro Pedro, la comadreja. —Calla y lee, Abel. Nuestra red de satélites se está viendo seriamente perjudicada por la iluminación de

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la ciudad de Vigo. Tenemos afectadas las comunicaciones. Las zonas Oeste de Europa y Norte de África son opacas para nosotros. Los astronautas de la ISS hace días que no pueden dormir. Exigimos pronta solución al problema.

—Estamos a nada de tener un encontronazo diplomático de primera magnitud —dijo el presidente mostrando un diminuto espacio entre los dedos índice y pulgar. —Pero, Pedro, ¡es Navidad! —¡Ni Navidad ni gaitas! Ya estás tardando en solucionarlo. Abel salió del despacho con el rabo entre las piernas. «Esto lo arreglo yo en un pis-pas». Aquella misma tarde un vuelo lo llevó más allá del Atlántico. Bill y Abel paseaban por la Quinta Avenida. Un tenue manto nevado cubría las aceras y un sinfín de luces multicolores brillaba sobre sus cabezas. —¡Oh Niu Yor, Niu Yor, dear mallor! Os quedó una ciudad bonita. Los bigotes de Bill el castor se erizaron de orgullo. —Ser mejor iluminada cada año, Abel my friend. Miles de turistas venir a ver este increíble espectáculo.

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—¡Pussy! ¡Qué árbol más grande! —el zorro señaló a lo lejos. —Giant tree, más alto que Empire State. Cosas grandes buenas para distraer… estoo para población estar orgullosa de su ciudad. —Of corse, ai anderstán yu ¡ai anderstán yu a lot! Tengo que rendirme ante tanta belleza, lo reconozco. Pero a nosotros tampoco nos fue mal ¡Hasta la NASA nos felicitó! —¿La NASA? —Bill encogió la nariz— ¿y qué decir a ti la NASA? —Ah, nada importante. Los astronautas de la Estación Espacial están encantados con nuestra iluminación. Tanto es así que no duermen para asomarse a contemplarla. —Bien para tu ciudad —rechinó el castor entre dientes. —Pero tenéis unas luces muy bonitas, Bill. ¡Reali biutiful laigs! Comenzaron a caer finos copos de nieve. «Se va a enterar este Caballero» iba maquinando Bill sin dejar de palmear la espalda del zorro, mientras ambos continuaban su camino rodeados de música y luminarias.

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El pato Donald tironeaba con rabia del tupé. Habían declarado la emergencia nacional después de que la intensidad lumínica a orillas del Hudson se hubiera multiplicado por tres en pocos días. Los problemas oculares en la zona se dispararon, y la vigilancia a la que sometían al resto del mundo mediante satélites estaba en entredicho. La gota que colmó el vaso llegó cuando desde la ISS reportaron que las luces oscilaban en código morse: "Os saludamos, amigos del espacio ¡Hou, hou, hou!". Dos semanas tardaron en obligar a las autoridades locales a frenar aquel despropósito. Cuando al cabo de ese tiempo volvieron a concentrar su atención en la olvidada ciudad de Vigo… —Bituin, bituin. Usted primero, presidente. Ambos mandatarios, café en garra, traspasaron el umbral y tomaron asiento en el lujoso despacho presidencial. —Me han transmitido que has hablado ayer con Bill por teléfono, Abel. —Sí, todo oquey. Muy amable Bill, hasta me dijo que yo era como el sol de una playa. —¿El qué? —Lo que oyes. —¿Son of a bitch? —el perro se llevó las patas a la cara. —Eso mismo. —¡Qué razón tiene!

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—Gracias, Pedro. —Ha llegado otro comunicado de la NASA. —¿Y qué dice? Tienen permiso para mantener la iluminación estas Navidades. Hemos girado treinta grados nuestros satélites para evitar interferencias. Mañana despega transbordador con cargamento de somníferos. Felicidades por su gran idea.

—Yo ya sabía que los americanos eran animales razonables —se regodeó Abel. —Supongo que tiene que ver con esto —añadió el presidente tendiéndole una fotografía satelital. El alcalde la tomó entre las zarpas y esbozó una amplia sonrisa. —¡Ah, querido amigo! No hay nada como darle a la gente algo que la ilusione para que olviden todos los problemas. Y modestamente presidente, en eso ¡soy todo un experto! En una pequeña ciudad recostada junto a la ría la multitud admiraba las luces de Navidad, que en las últimas semanas habían experimentado un extraño cambio. Sobre sus cabezas, barras y estrellas, rojo, blanco y azul, en una gigantesca reproducción de una conocida enseña nacional. Y el mundo siguió girando como si nada.

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VIVE Y DEJA VIVIR YESSY KAN

LOS ANIMALES ESTABAN ansiosos en la escuelita. No se hablaba de otra cosa que de la novela Rebelión en la granja. La maestra Vakanát se sentía plenamente satisfecha por la interacción de sus alumnos para discutir y debatir. —Bien. ¡Comencemos! —dijo la maestra—, imaginen una revolución en esta granja. ¿Quién creen ustedes que la haría? ¿Qué exigirían? —¡Yo! —gritó la oveja Snowflake—. Me ha inspirado el mensaje del viejo mayor con la idea «Rebelion». Nos tienen hartos los acosadores, por consiguiente, seré yo, quien incite a los compañeros a rebelarse. —¿Y qué exigirias? —preguntó la docente con curiosidad. —Exigiría una ley que responsabilice con cargos penales a los padres. Ellos son los culpables de la cruel antipatía de sus críos.

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—¡Así es! —secundó el lechón Gonzo—. ¡El bullying comienza en casa! Es allí donde aprenden a ser agresivos, viendo la dinámica familiar. La maestra pensó por unos segundos, cerró el libro con sus enormes manos regordetas y dijo: —¿Cómo no lo pensé antes? Tengo una idea. —¿De qué se trata, maestra? —preguntó el burro cortésmente. —El tema de hoy será El pensamiento crítico — contestó, volviéndose hacia ellos—. Este pensamiento nos ayuda a discernir y analizar soluciones a un problema en cualquier contexto. Así que tienen tres horas para elaborar una estrategia contra la tiranía de los agresores. Las maestras sabian que, en la granja del viejo tejano, se había formado una pandilla de equinos, la cual aterrorizaba a los animales de carácter débil y apacible. Cuando llegó la hora estipulada, los alumnos estaban listos. La maestra Vakanát, en tono solemne, se dirigió al grupo: —¿Y bien, alguna idea? —Si, maestra —respondió Snowflake—. ¡Acordamos formar una fraternidad! Todos los hermanos nos convertiremos en agentes activos contra el bullying. —A ver, explicanos —inquirió, justo cuando la directora Vakafëa entraba al salón de clases.

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—Hemos formado dos cuadrillas de quince para vigilar la granja. En el primer grupo están los vigilantes, que tendrán a cargo alertar todo tipo de actividad hostil; el segundo está compuesto por los defensores, quienes enfrentarán a los bullies en el preciso instante que un compañero esté siendo acosado. —¡Me parece una excelente idea! —Hay un grupo enorme de espectadores — señaló el pollino — que nunca dice nada, !pero ahora están dispuestos a cooperar! —¡Magnífico! ¡Todo depende de la fortaleza y la unión de cada uno de ustedes! —animó la maestra. La directora Vakafëa, a la que nadie se atrevía a cuestionar, añadió: —Por ahora, es el plan más prudente y viable. Finalmente, la campana del recreo interrumpió el momento.Todos salieron a almorzar. El chivito Kiwi comía heno fresco, cuando fue rodeado por cuatro perversos potrillos. Uno de ellos le pateó el trasero y le gritó: —¡Este forraje es solo nuestro!, deben aprender que todos los días a las 11:00 h, este lugar debe estar despejado.

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—¡Hey, el alimento es para todos! —gritó el pato Cuak. —¡Es cierto! —dijo el pavo colorado. —¡Cómo se atreven! —exclamó el potro más bravío, listo para atacar. Súbitamente, como por arte de magia, los miembros de las cuadrillas aparecieron por distintos lados. Snowflake gritó: —¡Basta, ya basta!, o se tendrán que enfrentar con todos nosotros. Tres potrillos alazanes recularon hacia atrás, pero el cuarto, el más fiero, no se dejó intimidar y parándose en las patas traseras dio un relincho con amenazadores ronquidos: «¡Eso lo veremos!», bufó. En el acto, todos se alinearon y lo observaron con miradas desafiantes. —¡Necio! ¿De veras no piensas desistir? —preguntó la oveja en tono preocupante—. ¿Por qué no te unes a nosotros? Quien tiene un amigo, tiene un tesoro. ¡Y no te imaginas hasta qué punto! —agregó, tratando de amansar a la bestia. —¡Será mejor que piensen de la forma más racional! —sentenció el becerro Köel—. !Nos defenderemos contra viento y marea para vivir libres y en paz! —¡Torbellino Zoom Zoom! —vociferó Snowflake. —¡Unidos!—gritaron todos al unísono, mostrando toda su fortaleza.

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Los potros se quedaron sorprendidos al ver la reacción de todos los animales apoyándose uno al otro. Y ante tal situación, los malvados desistieron, luego partieron al galope, siguiendo el sendero que descendía hacia el potrero. Indudablemente, aquel día marcaría el comienzo, de una nueva vida libre de bullying.

a j e l a r o M

er s e d r a j e d s o m e r e u Si q s a i c n a t s n u c r i c s a l e d s s víctima o m i v i v e u q s a l n e l sociales o r t n o c l e r a m o t e d s hemo . s o m s i m s o r por nosot

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IRENE RODRÍGUEZ

SAN MARTÍN

ANTES DE QUE las pezuñas tocasen el barro del que sería su nuevo hogar, el cerdo les dedicó a todos los animales que lo observaban una mirada altiva. Bajó del camión exudando arrogancia por cada uno de los poros de su arrugada piel y se dirigió a la pocilga con el morro alto y el rabo erguido. Un burro de aspecto tranquilo, pero con unos marcados músculos ganados a base de horas y horas de trabajo en el campo, se encontraba delante de la entrada entorpeciéndole la marcha. —Quítate de ahí, imbécil —dijo el cerdo con grosería. El burro se volvió con lentitud hacia él y lo miró confuso. —No me llamo Imbécil, sino Pepe —contestó en un agudo rebuzno.

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—¿Y a mí qué más me da cómo te llames? Apártate de mi camino, estorbas —ordenó con un amenazador gruñido. El burro Pepe no podía creerse que un desconocido pudiese ser tan desagradable, y lo miró extrañado. Aun así, prefería no meterse en problemas y se hizo a un lado sin decir nada más. —Vaya nombre de mierda, no podía ser más vulgar —masculló el cerdo mientras entraba en la pocilga—. Pero qué se le va a hacer, no todos pueden tener mi glorioso nombre. —Una vez dentro se giró hacia el exterior y les dedicó una mirada presuntuosa a los animales, que lo miraban anonadados—. Soy Carlomagno y desde este momento seré vuestro emperador. Sobra decir que hasta aquel día en la granja no había existido un jefe más allá del dueño. Jamás tuvieron un rey, mucho menos un emperador, y los animales no supieron cómo debían comportarse ante aquella figura. El emperador Carlomagno se quedó con la mejor zona de la pocilga, siempre era el primero en comer y, cuando les dejaban salir al prado, era el único que se podía tumbar en la sombra de La Gran encina. —Vosotros no tenéis el estatus suficiente para ello —decía con desdén. Ninguno de sus congéneres sabía lo que era un estatus, por lo que estaban de acuerdo en que


carecían de algo así, y se resignaron a apiñarse debajo de la sombra de una arboleda sin nombre. Desde la posición en la que el emperador Carlomagno se encontraba tenía unas vistas privilegiadas de los terrenos de la granja. Desde allí, tumbado sobre el césped, comía las bellotas que las ratas, bajo su mandato, le habían recolectado y veía como el burro Pepe tiraba, durante horas, de la rueda del molino. Se cansaba de solo mirarlo.

Cuando no estaba en el prado le gustaba pasearse por la granja y regocijarse con las penurias de los demás; como las vacas, que encerradas en su establo, estaban condenadas a ser ordeñadas día tras día. O las gallinas, obligadas a poner huevos todas las jornadas.

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«¡Ay!, la vida del cerdo es la vida mejor», pensaba siempre que regresaba a su pocilga. Ningún animal le llevó la contraria, nadie se quejó de su mandato dictatorial y lo dejaron hacer, pues todos, menos él, sabían porqué y para qué había sido comprado. El día en que Carlomagno descubrió su destino hacía mucho frío. Se encontraba en su pocilga, arrebujado entre la paja, cuando, al amanecer, los gritos exaltados de los humanos lo despertaron. —¡Al fin! Estoy deseando comerme una buena morcilla —dijo uno de ellos. —Pues yo no puedo esperar a que el jamón se cure. El cerdo de este año se ve muy jugoso. —Un tocino bien frito con unos pimientos, eso es lo que yo quiero. Los tres hombres se dirigieron a la pocilga y se acercaron a Carlomagno con cautela. —Ven aquí, cerdito. Es hora de comer. El emperador Carlomagno los miró con suspicacia. Nunca tuvo miedo de los humanos, pero el tono con el que hablaban no le daba ninguna confianza. Sin embargo, la promesa de comida fue suficiente para convencerlo. Salió tras ellos y cruzó toda la granja sabiéndose observado; todos los animales giraban las cabezas a su paso. Carlomagno sentía las miradas puestas en él y disfrutó de aquel momento de gloria inesperada.

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Cuando pasó por delante del establo le dedicó al burro Pepe una sonrisa arrogante y le guiñó el ojo a las ovejas se que asomaban por el cercado. No quiso fijarse en las miradas apenadas y llenas de compasión de los animales. Siguió a los humanos hasta un extremo alejado de la granja y el mundo del emperador Carlomagno se derrumbó cuando el matarife se acercó a él con un gancho metálico en la mano. Miró al hombre con confusión y dio unos pasos hacia atrás, pero los humanos lo agarraron con fuerza. Conforme el hombre se acercaba, la arrogancia de Carlomagno fue diluyéndose poco a poco hasta que no quedó nada. El pánico y la angustia inundaron su cuerpo y miró a su alrededor suplicando por un poco de ayuda, mas… —¡Feliz día de San Martín! —gritaron los humanos antes de colocar al cerdo Carlomagno encima del banco de madera que siempre utilizaban para la matanza. En la granja, los animales escucharon sus gritos histéricos y movieron la cabeza, apenados, por aquel arrogante cerdo que no supo ver el final que le esperaba.

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N E Ó I R R U OC N Á L A M A CH AGUILAR O N U BR

ÉRASE UNA VEZ una pequeña aldea de nombre Chamalán. Si la buscas en los mapas no la localizarás pues se encuentra más allá de donde muere el arcoíris, en un precioso valle abrazado por enormes montañas siempre coronadas de nieve. Un río de aguas glaucas nutre con placidez las oscuras tierras de cultivo, cubriéndolas de lozano verdor, y árboles frutales de la más diversa índole dan sombra y suculentos frutos a los vecinos durante todo el año. Por cierto… ¿Os he dicho ya que Chamalán está habitada por animales? ¡¿No?! Me lo temía. Por supuesto se producían algunos roces entre los vecinos, como aquella vez en la que Tony Zorro vendió una sortija falsa a Paca Asno; o aquella otra en la que los gemelos Mapache robaron las galletas recién horneadas de Carlos

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Oca; o aquella otra en la que Napoleón Cerdo, el alcalde, convirtió las calles en un lodazal para dar la bienvenida a su numerosa familia; o aquella otra... Bueno, creo que podríamos abreviar diciendo que era una agradable comunidad en la que se convivía en razonable armonía, pues los vecinos entendían los pequeños vicios y defectos de los demás como algo natural, aceptándolos de buen grado. Ahora bien, aunque Doña Luisa Urraca era de lo más tacaña, las hermanas Gallina no dejaban de cacarear y a Antonio Gato había que bajarlo un día sí otro también del árbol al que trepaba, lo que a todos molestaba por igual eran los ronquidos de Bernardo Oso. ¡Y eso que su osera se hallaba en una de las montañas más altas! Pero es que el grandullón y peludo plantígrado era capaz de hacer temblar hasta la casa más alejada de la aldea con sus resuellos, situación que empeoraba hasta cotas insoportables durante los meses de hibernación. Tal era así que tras una noche especialmente mala los vecinos se reunieron con el alcalde para presentarle sus quejas. –¡Mis pequeños no pueden descansar y por el día están inagua-gua-guantebles! –ladraba lastimera Jaimita Galgo. –Estoy tan estresada que mmmis ubres dammm requesómmm –mugía triste Lola Vaca.

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–Al menos tu terneeero pueeede disfrutaaaar del requesónnn… –balaron las ovejas como una sola–. Nosotras solo daaamos leche desnataaadaaa… Tantos fueron los argumentos en contra que Napoleón Cerdo no pudo más que solicitar avíos de escritura a su secretario, el señor Comadreja, para firmar de su pezuña y letra la orden de expulsión del caído en desgracia. Ya mojaba la pluma en el tintero que solícito le tendía su secretario cuando un inesperado redoble de tambor hizo vibrar las paredes de piedra que rodeaban el valle, dejándolos a todos paralizados. A la sorpresa le siguió una buena pizca de curiosidad y a ésta el miedo más desorbitado al ver cómo un numeroso grupo de individuos, de especie desconocida, doblaba la esquina para tomar la plaza del ayuntamiento con evidente actitud hostil. Mamíferos en apariencia, su cuerpo recordaba mucho al de Chita Chimpancé, aunque no lucían el espeso y bello pelaje de esta. Empuñaban agujones afiladísimos que dirigían a la muchedumbre y se cubrían con un caparazón que brillaba como el agua con las luces de la mañana. –¿Qué prodigio es éste? –gruñó para sí el que parecía ser el jefe de la manada al toparse con el

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concurrido grupo. Montaba a lomos de un pariente de Paca Asno, bien lejano, sin lugar a dudas, pues la luz de la inteligencia no iluminaba sus ojos, y desde su elevada posición examinó lentamente todos y cada uno de los rostros hacia él dirigidos–. ¡Gran día el de hoy! –exclamó satisfecho al término del escrutinio para después, pendón en mano, declarar a voz en cuello: »¡¡Reclamo esta tierra y lo que contiene en el nombre de…!! –¡¡¡JJJJJJRRRRRRRRRR…!!! El extraño no pudo terminar las palabras que dirigía a los aldeanos pues un ronquido, el más fuerte que nunca antes se escuchara en el valle, los sacudió con la fuerza de un tornado. Y a este le siguió otro, y otro más, sembrando el temor en el corazón acorazado de los invasores. «¡¡Nos hallamos ante las mismísimas puertas del infierno!! –gritó asustado el mandamás a sus hombres, intentando en vano imponerse al sobrecogedor estruendo–. ¡¡Compañeros, huyamos cuanto antes de esta tierra infecta!! –y se fueron corriendo en tropel por donde habían venido, descompuestos cual alma que lleva el diablo. Los vecinos quedaron en silencio, sin saber qué hacer, pues los acontecimientos habían durado lo que diez resuellos, aunque no les resultó difícil comprender que se habían salvado de un terrible

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peligro gracias a la inesperada interven-ción de Bernardo. –¡Pobre Bernardo! –se oyó decir de pronto a Petra Araña–. Seguro que pasa frío en su osera. Voy a tejerle una manta bien calentita. –¡Y nosotras vamos a llevarle mucha comida! – gritaron entusiasmadas las obreras del clan Hormiga–. Seguro que despierta con un hambre atroz. –¡Y miel! –dijo Guillermina Abeja–. No puede faltar miel. Y de esa forma, poco a poco, todos los habitantes de la aldea agradecieron de la mejor forma que sabían la ayuda que les había prestado, inconscientemente, Bernardo Oso. Y ocurrió que cuando éste despertó de la hibernación se vio tan arropado por sus vecinos que también dejó de ver los defectos que los caracterizaban, sumándose gustoso a la mejorada comunidad. Y fueron felices y comieron lo que cocinaban las perdices.

a j e l ora

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o m i j ó r M epudies al p sino , s a t No r l a f u s t r u i s v s u s por r o p o l a t í c i l e f des.


LA REUNIÓN DE LOS LOROS MIRNA GENNARO

LA BANDADA DE LOROS desplazó por el cielo como un nubarrón con vida. Uno a uno, fueron llegando al refugio entre la vegetación de la selva. Esta vez no se quedaron en lo alto de los árboles; alborotados, se internaron hasta llegar a un claro en el que se realizaba una pequeña reunión. Había tucanes, monos, jaguares, serpientes, tortugas y muchos más. Cada uno de los presentes asistía en nombre de su familia. La reunión se realizaba cada mes; los loros traían novedades de más allá de la pradera, de la zona donde vivían los hombres. —No hay nada que temer —comenzó a explicar Lorenzo, el loro. —Pero dicen que vendrán máquinas a talar nuestros árboles porque necesitan tierras donde cultivar esas plantas que dan frutos amarillos — repuso Javier, el jaguar.

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—No es cierto. Los humanos no tienen máquinas —los tranquilizó Lorenzo—. Solo tienen unos palos afilados que son muy débiles y apenas cortan un árbol. La reunión se disolvió. Los participantes se fueron a sus refugios pensando que nada podía pasarles. Y las rutinas de la selva volvieron a la normalidad. Días después unos tucanes llegaron, desesperados, a buscar refugio entre la espesura. Venían huyendo de un humo negro que se esparcía por el cielo como una telaraña de tormentas. —Los loros mintieron —dijo el jaguar—. Los humanos tienen algo peor que las máquinas: saben hacer fuego de rayos y lo están usando. —¿Tendremos que huir? —preguntaba Teresa, la tortuga. —No hay por qué temer —dijo el mono Natalio —. La vida siempre nos sonríe. ¿No ven esas nubes? Siempre habrá agua para apagar el fuego. Y esa vez el fuego pasó cerca, pero no los tocó. Bailó en sus ojos como un demonio que se mofa de quien lo mira y luego se alejó. Los animales, preocupados, se volvieron a reunir. Algunos propusieron hacer una marcha de protesta, pero los loros se opusieron, dijeron que no tenía caso, ya que estaba comprobado que el fuego no los afectaría nunca, porque estaban protegidos por el espíritu de la selva y de la lluvia.


Pero a los pocos meses, cuando llegó la estación seca, vieron las lenguas de fuego acercarse más y más, quemando todo a su paso y dejando un desierto humeante y negro. Corrieron hacia el interior de la selva. Se refugiaron cerca del río. Taparon sus ojos para no ver al demonio deglutir las ramas, los troncos, las flores y los animales pequeños que no tenían patas o alas que les permitieran huir. Esa vez los loros no se presentaron y los animales pensaron que habrían perecido con el humo, que duró varios días. Cada vez se extendía más tiempo el efecto de las quemas, se acercaba más y resultaba más indómito. Los animales se decidieron a protestar y salieron de sus escondites para ir a la aldea de los humanos. Pero, en el camino, los loros aparecieron a cortarles el paso. Con sus argumentos convencieron a los animales de que no tenía caso protestar, porque el avance del hombre era irremediable. Solo les quedaba abandonar sus tierras e internarse en lo más profundo de la selva.

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—A mí me enseñaron a dar pelea —dijo Javier, el jaguar. —No se puede pelear contra el fuego —respondían los loros. Y los animales terminaron dándoles la razón. La caravana, entonces, dio media vuelta y se volvió a la selva. Allí se despidieron de sus cuevas, sus madrigueras, sus nidos y continuaron viaje hacia lo más profundo. Pasaron días, semanas, meses y los animales se acostumbraron a sus nuevas moradas, sin embargo, un nuevo brote de fuego los volvió a empujar hacia el río, hasta el punto en que ya no tenían dónde afincarse ni de dónde proveerse de alimentos. Consumido el fuego y lo que quedaba de la selva, un grupo de teros temerarios decidió hacer una incursión en las tierras que ganaron los hombres. Allí pudieron ver a los loros, gozando de buena salud, siendo alimentados con el producto de las cosechas y recibiendo, a cambio, una específica instrucción sobre las bondades de la civilización y las maldades de la vida natural. Los loros repetían palabra a palabra, sin dudar. Los teros volvieron donde los otros animales y contaron lo que habían visto. —Los loros nos traicionaron —decía Teresa, la tortuga.

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—Está visto que los humanos tienen otras armas, además del fuego y los palos —decía Javier el jaguar, apesadumbrado. —Esas mismas armas, un día, se les van a volver en contra —aseguraba Natalio, el mono. Los animales no encontraron la forma de protestar. Los loros avisaban a los humanos cada vez que iban a acercarse con sus reclamos. Lamentablemente, las palabras del mono resultaron proféticas. A poco de migrar hacia nuevas tierras, un nuevo período de sequía se presentó y el incendio de la naturaleza hizo que los humanos perdieran no solo la selva, sino las cosechas y sus casas. Los loros trajeron, ahora, otras novedades. Los humanos se dieron cuenta de su equivocación, y necesitaban la ayuda de los animales para, juntos, luchar contra el fuego. Porque los seres que más conocen la naturaleza son los más indicados para proponer formas de recuperarla. Todos se miraron, incrédulos. Habían aprendido que las palabras de los loros acababan siempre en mentiras. Por eso enviaron un mensaje a los humanos: lo primero sería cambiar de interlocutor. Ya no volverían a confiar en los loros.

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REBELIÓN EN ATARIA MARÍA PILAR

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AITOR SALÍA DE comer del Ruta de Europa cuando oyó el móvil. Al ver el prefijo de Francia tuvo un mal presentimiento. Lo dejó pasar. Se cerró el anorak y corrió hasta el camión para protegerse del frío polar que asolaba la ciudad. Con las manos heladas conectó el motor y partió hacia Pamplona, su próximo destino, con música de jazz a volumen bajo. Volvió a sonar. Pulsó aceptar con el corazón en un puño. —¡Qué hostias pasa, tío! ¡¿Por qué no contestas?! —La voz autoritaria le confirmó lo que intuía. —¡¿Quién coño eres?! —le contestó intentando ocultar su nerviosismo. —Mira, Ortzi, a mí no me vaciles. Tenemos un trabajo para ti. «Ortzi —pensó—, el seudónimo que muy pocos conocían».


Rememoró su época de estudiante ahogándose entre botes de humo, gritos, tiros… silencio. Y en el silencio agazapado el miedo. Un profesor lo reclutó, junto a otros compañeros, para luchar por la libertad del pueblo. Más tarde, tuvieron su propia revolución interna y, como en Rebelión en la granja, el ala dura se hizo con el control de la organización. Aitor, ya entre rejas con la única compañía de los fantasmas de sus muertos, lo aceptó sin rechistar. Hasta que apareció Arantza con su taller sobre el caserío, una joven granjera de ojos vivos y risa clara, sin enemigos ni odios. Se apuntó, solo por su sonrisa. Lo cambió todo. —Tienes que ejecutarlo el veinte de noviembre —ordenaba el jefe. —Hace cinco años quedaron mis cuentas saldadas. Prometisteis dejarme en paz si no me iba de la lengua. Yo he cumplido. —¿Prefieres que hagamos una visita a Arantza? —A mi mujer ni nombrarla. Llamó a la empresa de transportes para coger días libres y a Arantza: —Una ruta por Europa… Sí, una semana… Imposible, no he podido negarme. Al atardecer, entraba en el bar Lagunekin de Baiona cuando los vio. Eran los dos de la foto, aunque no vistieran uniforme, conversaban relajados mientas degustaban un vino. Acarició la

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pistola calibre 9mm Parabellum en el bolso de la chamarra. Dos tiros a bocajarro y… Retrocedió. En el bar del Hotel de la Gare, tomó un café y otro y alguno más. Con las manos en la cabeza, se sentía animal acorralado. Le urgía tomar una decisión. Se desesperada. Había estado a punto de... «Por salvarla a ella», se decía. Después, pensaba desaparecer. ¡Pero qué insensato! ¿Acaso creía que la iban a dejar en paz? El sonido estruendoso del antiguo teléfono sobresaltó a Arantza. Soltó la oveja que no entraba mansa en la ordeñadora, cruzó por delante de dos cerdos retozones y alborotó a una docena de gallinas que picoteaban libres; para, por fin, llegar a la cocina y descolgarlo. El border collie que la había seguido le olfateaba las katiuskas. Lo acarició. —¿Eres tú, Aitor? Tan temprano y no me llamas al móvil... ¿Pasa algo? —¡Cómo me alegra escuchar tu voz! ¿Estás sola? —Sí, claro, la amama se ha ido al puesto con diez quesos que pesan lo suyo, es jueves, día de mercado. Ya tengo


los dos pollos de corral en la canasta. Son hermosos, nos los van a pagar bien. El cardo y los puerros en las cajas, también las manzanas y nueces. ¡Ah!, y el pastel vasco tradicional. Qué paliza nos dimos ayer; al final, llevamos cinco. ¡Huele a feria! Todavía está la mesa de madera untada de harina y restos... Cuando acabe de ordeñar lo llevo todo en la furgoneta —¡No! Ni se te ocurra meterte en el bullicio de la plaza. Las cosas no andan bien, ¿sabes? —¡Joer! ¡Me estás asustando! —¡Si te pasara algo! Escúchame... Han contactado conmigo, no tenemos mucho tiempo. Tienes que irte del pueblo. Corres peligro, Aran. Sabes que estos van en serio —El miedo la dejó con la boca abierta sin poder articular palabra—. A la amama le extrañará que no llegues —siguió Aitor—, cerrará el puesto un momento y se acercará al caserío. Lo entenderá todo con pocas explicaciones. Dale un fuerte abrazo de despedida. —¡No podrá soportarlo! Se morirá de tristeza. Los vecinos de toda la vida le harán el vacío... «¡Traidores!», pintarán en la fachada… —Rompió a llorar y no pudo seguir hablando. —Me duele tu llanto… ¡Maldita sea! Si pudiera borrar la causa que te lo ha ocasionado… Me gustaría tanto abrazarte… Oye, Aran, seguro que

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en cuanto ella sepa lo que ocurre, será la que te empuje para protegerte. Piensa que está hecha a los riesgos de esta vida desatinada. Ya sabes cómo ha tenido que luchar sin desmayo para salir adelante, eso la ha fortalecido y ahora vivirá con el afán de nuestro regreso. —¡Qué vacía se va a quedar la casa! ¡Qué sola la amama! —susurró Arantza. —Bueno..., pero tú no te reproches nada, Aran, tú no. Eh... sales de casa al anochecer sin equipaje, justo lo imprescindible, y coges el tren directo a Lisboa que parte de Vitoria a las nueve menos cuarto. Viajarás toda la noche. Por la mañana, estaré en la estación Santa Apolonia esperándote. Nos encontramos allí, ¿vale? Contaré los minutos comiéndome las uñas… La ansiedad me enloquece… ¡Ah! No olvides desconectar el móvil. —Dicen que allá, al otro lado de la frontera, duele el aire que se respira por la añoranza de la tierra. —También dicen que allá uno vive a pesar de las heridas. Perdóname, Aran, porque yo no puedo perdonarme. Sabes cómo te quiero.

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BESO DE VACA, PICO DE GALLINA ISAN ISAN

ÉRASE QUE SE ERA una granja repleta de animales. El granjero tenía algunos para trabajar, de otros sacaba huevos o leche y vendía los demás. Los que le parecían más sabrosos o no rendían lo que él quería iban directamente a su cazuela. También estaba Dragón. Su misión era vigilar para que no entraran desconocidos. En realidad, no era un dragón de verdad, le llamaban así porque tenía un aspecto terrorífico y cara de pocos amigos. Cuando ladraba retumbaban las paredes; el eco del sonido hacía temblar las plantas de la huerta y a los árboles agitar sus ramas como si tiritaran. Era un perro tan grande que parecía un mastodonte. Los demás animales le conocían bien y sabían que era un pedazo de pan incapaz de causar daño a nadie.

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El granjero estaba siempre de mal humor porque trabajaba todo el día alimentando a los animales, regando las plantas o arreglando las vallas rotas. Explotaba al buey, al caballo, al burro y a la vaca hasta dejarlos sin fuerzas. Perseguía a gallinas, conejos, patos, corderillos y gorrinos. Cuando se acostaba completamente agotado, sus ronquidos se oían por las cuadras. Ese era el momento en el que los animales se juntaban para celebrar fiestas sin que nadie les importunara. Sacaban las cartas, los dados, el ajedrez y más cosas y se divertían jugando hasta el amanecer. Algunos fumaban hierba de la huerta; el caballo la encendía sacando chispas al golpear una piedra con su pezuña. Cantaban, bebían zumos de fruta y algunos se amaban. Unos topos, que se habían colado sin que el granjero les invitara, vivían haciendo túneles debajo de los árboles. Por las mañanas recopilaban frutos secos y raíces y por las noches se reunían con el resto para compartir el producto de la cosecha. La vaca Paca y la gallina Josefina se querían, pero en la granja nadie, nadie les entendía. Decían los conejos cuando descansaban de… de…, bueno de hacer lo que suelen hacer los conejos: «¿Cómo coño van a tener hijos?», relinchaba el caballo: «Esto me parece muy raro». Los cerdos

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gruñían: «oinc, oinc, oinc» y cuando el pato les preguntaba: «¿Cua, cua, cua habéis dicho?», le respondían: «¡oinc, oinc, oinc!». Los pollitos no decían ni «pio» y los gatos miraban con ojos gatunos y callaban. «Beso de vaca, pico de gallina. Beso de vaca, pico de gallina», repetían a coro todos los animales. Entretanto bailaban o jugaban unos, aleteaban los patos o se revolcaban en el fango los cerdos mientras las ranas, croa que te croa, saltaban para no ser aplastadas. Pero a Paca y Josefina no les importaban los chismorreos porque un día, mientras hacían planes de futuro a la sombra de un olivo, el búho sabio, que se resguardaba de los calores diurnos en un hueco del tronco, les dijo:

ida v a t es n lo e e o t s r o o i mp val i s s á o ois s Lo m mor. No i s os a da r i l t v e o a s e n an u g i s d i é ra que a ten p o l d o .S ida s n e u c t i fel por o la a r a n t u u y disfr

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Como las fiestas de la noche eran tan divertidas, los animales rendían menos en el trabajo. Por eso el granjero cada vez se enfurecía más. Les estaba todo el día riñendo y empezó a pegar al burro, al buey que no decía ni «¡mu!» y al caballo que no conseguía que el granjero se pusiera detrás para soltarle una coz. Exprimía tanto la teta de la vaca que la dejaba seca y perseguía a la gallina porque la quería matar. «¡La quería matar!, ¡la quería matar» repetían atemorizados los demás. Una noche, que estaban todos los animales reunidos y muy disgustados, se dirigieron a casa del granjero que vivía solo. Los ronquidos les señalaron el momento oportuno. Entre todos lo cogieron y lo encerraron en un establo. Cada día le daban verduras, frutas, grano y una jarra de leche. Al cabo de poco tiempo, al granjero empezó a gustarle la comida vegetariana. Estaba tan descansado que se volvió apacible y no reñía. Cuando le soltaron prometió dejarlos libres y dedicar la granja solo a productos de la huerta. Los animales se largaron cada uno adonde quiso. Los cerdos se fueron a otras charcas con unos primos jabalíes. El caballo galopó y galopó hasta que de vista se perdió. El buey empezó a decir «mu» y más cosas. Josefina y Paca se fueron de crucero, vivieron felices y comieron…

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hierba y trigo. Al gallo no le importó porque su pasión era cacarear. Formó una banda de música con Dragón, el burro y el gato y se marcharon de gira con el nombre de “Los Trotamundos”. Pero esa es otra historia. Y quiquiriquí este cuento se acaba aquí.

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LA N Ó I L E B E R

S O P O T S O DE L RAQUEL PEÑA

UN PEQUEÑO PARAÍSO en cualquier lugar del mundo fue Ciudadela. La Madre Tierra le concedió grandes recursos naturales: ríos, hermosas cascadas, saltos de aguas profundas. Además de un sin número de minerales como oro, hierro y diamantes. Sin embargo, quienes la habían gobernado por años no supieron valorar este preciado regalo de la naturaleza. —Abuelita Gracia y ¿por qué hicieron eso si lo tenían todo? —preguntó sorprendido Tepuy, mientras su abuela le contaba una historia. —Tepuy, no comas ansias, escucha con atención y ya verás porque ocurrió todo en Ciudadela —puntualizó la Abuelita Gracia. Y prosiguió la historia. Todos los que estuvieron junto al poder del Cacique Topopemón se hicieron ricos, sin im-

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portarles la destrucción de su propio hábitat. En sus retóricos discursos, repetían una y otra vez que «vivían para gobernar a su pueblo». Para tener al pueblo a sus pies, les otorgaban regalos a todos aquellos que dependían de la dinastía toponiana, aunque esas dádivas, no eran nada desinteresadas, representaban realmente migajas y muy poco para los ciudadelos. —Abuelita y ¿qué significa dádivas? —interrumpió confuso Tepuy. —Tepuy dádivas son cosas que se dan de forma desinteresada, pero eso tenía un trasfondo oculto, lo único que perseguían con ello era tener a todos embobados a sus designios —explicó la abuela con gran tristeza. —Abuelita, pero ¿cómo un pueblo no se va a dar cuenta de que lo están engañando? —Ay nieto mío, como se ve que tú no eres de aquellos tiempos de Ciudadela, seguiré contando la historia y verás más claro. —Tomando aire y exhalando profundo, continúo la abuela relatando aquella historia a su nieto Tepuy. Ciudadela después de ser un pueblo próspero se convirtió en una tierra sombría. Aquellos ríos caudalosos, las inmensas cantidades de oro, hierro, diamantes y otros minerales fueron extraídos por los «topos mineros» del Cacique para negociarlo y eso fue lo que poco a poco la llevó a la ruina.

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Esta ciudad contaba con energía natural y disponía de acueductos de agua potable que venían desde los grandes manantiales. Hasta que sucedió la hecatombe aquel funesto día. La abuela guarda silencio y no continúa con el relato. —Abuelita Gracia ¿qué te ocurre, porque no sigues narrando? —Disculpa Tepuy, estos fueron días muy duros para nuestro pueblo. Pero es nuestro deber contarlo a las generaciones de relevo —reflexionó con acertada postura la Abuelita Gracia. Los ciudadelos, acostumbrados a contar con el vital líquido en sus hogares, nunca se imaginaron que vivirían una época de sequía jamás vista en Ciudadela. Todos se preguntaban: ¿qué ocurrió con nuestras aguas y nuestros enormes manantiales?

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Y el gabinete del Cacique Topopemón lo único que repetía: tengan paciencia, pueblo de Ciudadela. Hemos sido atacados por seres de otros planetas con alta tecnología y han succionado toda el agua de las montañas. —Caramba abuela ¿qué tontería es esa?, ¿cómo que seres de otros planetas?, ¡eso parece un cuento de ciencia ficción! —Pues sí, Tepuy, toda Ciudadela, en su mayoría lo creyó. Todos estaban sumergidos en el océano de la desesperanza y la ignorancia gracias a esta gente que nos gobernaban —musitó la abuela para que no la escucharan sus hijos. La junta de gobierno sacó un comunicado para llamar a la calma, diciendo al pueblo de Ciudadela que no se preocuparan que sus mejores hombres estaban trabajando para restablecer el servicio del agua pronto y para ello necesitaban utilizar nuevas fuentes de agua, pero que les llevaría mucho tiempo. Sin embargo, esta historia no era del todo cierta, pues la causa real de la sequía era la extracción de los recursos del subsuelo que habían producido daños al cauce de las aguas, provocando un caos total en Ciudadela: los paisajes florecidos empezaron a marchitarse, muchos de los habitantes empezaron a sufrir deshidrataciones, los centros de cuidado estaban abarrotados.

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Por lo que esto generó un ciclo de protestas de todos en Ciudadela, quienes exigían ayuda a otros pueblos vecinos, pero Topopemón no era muy dado a aceptar ayudas de nadie y les dijo: «Ciudadela podrá sola resolver su problema.» —Abuelita Gracia y ¿qué ocurre, ¿cómo nos salvamos? —Tranquilo,Tepuy, ya viene lo bueno del relato —dijo con una gran sonrisa la Abuela. Una mañana el joven topo George Orwell desesperado, porque sus padres morían deshidratados tomó un megáfono y comenzó a animar a los habitantes para ir a la montaña a buscar el agua para las personas que necesitaban con urgencia hidratarse. Fue sorprendente el número de ciudadelos que se atrevieron a ir con sus pimpinas en mano a buscar el agua. Cuando de pronto una unidad antimotín se dispuso a detenerlos. No obstante, sucedió algo inesperado: toda la multitud toponiana se subió al tanque y lo detuvieron. Los topos guardias no se resistieron. Y así, llegaron a la montaña liderados por Orwell, experto en Ingeniería Hidráulica, quien les indicó como obtener el agua pura de la montaña. El pueblo indignado gritaba: «Topopemón ya no te queremos». Los topos mineros huyeron despavoridos, algunos fueron apresados. Todo

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gracias a Orwell que contaba con apoyo de altos funcionarios de pueblos vecinos. Condenaron a todos los que habían causado un daño ecológico sin importarles la vida de su pueblo. Y Orwell fue aclamado por los habitantes de Ciudadela como su nuevo gobernante. Se cuenta que aquel pueblo en ruinas, desde ese día empezó a florecer, las aguas volvieron a su cauce, el sol volvió a brillar y un arcoíris emergió al pie del Tepuy.

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O D N A C I R B FA SUEÑOS

O N A R R E S DAVID

ERA UNA TARDE cualquiera en el aula de segundo de primaria cuando las detonaciones que sonaron en el exterior nos hicieron estremecer. Nos metimos bajo las mesas temblando, apiñados unos con otros con el miedo pintado en la cara y la débil convicción de que nada nos pasaría si permanecíamos juntos. Dentro de la sala se hizo un silencio que contrastaba con el ajetreo del exterior hasta que una voz lo rompió. Era la voz dulce y calmada de nuestra profesora, que como siempre en estas situaciones, sabía qué hacer y decir para que nuestra mente se evadiese por unos instantes de la triste realidad.

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LAS PRIMERAS LLUVIAS primaverales habían creado una fina capa de barro en las partes del bosque que no estaban cubiertas de hierba. El olor a tierra mojada, unido a la fragancia que emanaba de las plantas que pronto se llenarían de flores, hacía que un agradable frescor inundase el ambiente. Allí, en la parte del bosque en la que el lodo era más fino, dos gusanos se arrastraban alimentándose. Uno, el típico gusano de tierra, marrón y gordo, se alimentaba de limo y sin ningún tipo de miramiento animaba a su pequeña compañera a hacer lo mismo. A Luna (así le gustaba que la llamasen) no le gustaba el barro, ni arrastrarse y mucho menos, su compañero, pero era el único gusano que conocía. A su lado se sentía segura; sabía cómo evitar a los pájaros embadurnándose en fango y mimetizándose con el entorno, pero siempre la trataba de tonta. Cuando ella le explicaba que le gustaría salir del bosque o subir a los árboles para ver que había lejos de allí, él se encargaba de destrozar sus sueños a fuerza de hacerle comer barro. Luna no soportaba el barro. Ella quería volar.

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Una mañana que lloraba sola bajo un árbol, una pequeña abeja se detuvo a su lado. Era la primera vez que alguien se preocupaba por ella. Entre sollozos le contó su historia, sus miedos, esos sueños que escondía en lo más profundo de su mente como algo utópico. Chispa, así se llamaba la abeja, le sonrió. —Tranquila, el tiempo y nuestros actos ponen a cada uno en su lugar. Nunca renuncies a tus sueños, es más, conviértelos en objetivos y camina hacia ellos. Tú no eres como ese gusano. Tus ojos destilan alegría incluso cuando estás triste y, a pesar del barro que te envuelve, tienes un aura que lo traspasa y te hace especial. Tenía mucho frio y Chispa tenía que marchar, pero antes de irse, llamó a tres compañeras que cubrieron al pequeño gusano con un par de hojas para protegerlo de posibles ataques. Luna se hizo un ovillo y con el mensaje de esperanza todavía en su mente, se quedó dormida. La abeja reina destinó a Chispa a colonizar otra zona del bosque, así que pasaron varios días hasta que pudo volver a visitar a Luna. No había nadie

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Voló con Luna por el bosque haciendo mil piruetas y posándose delicadamente en las flores más bellas. Se elevaron por encima de las copas de los árboles para ver que había más allá del bosque y bajaron al barro. El gusano seguía arrastrándose y engordando, pero ahora lo hacía solo. Luna no le dijo nada, tan solo se acercó y voló sobre él para asegurarse que la reconocía. Le demostró que ella tenía razón, que ahora era feliz y que ni él ni nadie podrían hacer que eso cambiara. Nunca volvería a visitarlo. Habiendo tantas cosas por descubrir en el mundo no malgastaría su tiempo con un mal bicho. Se elevó hasta donde estaba Chispa y se alejaron volando. Se hacía de noche y su amigo tenía que volver a la colmena.

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En el exterior volvía a reinar la calma. No sabíamos en qué momento las armas habían dejado de disparar ni lo que nos encontraríamos a la salida de clase, pero estábamos tranquilos. Nadie nos cortaría las alas.

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Y A Ñ A R A LA E H C N I H EL C EMERENCIA JOSEME

UN BUEN DÍA, la araña Clotilde se instaló en la habitación más tranquila de la casa, justo en la esquina de la pared que lindaba al techo. Alejada del bullicio, preparó sus hileras. Y con delicadeza y dotes de malabarista, comenzó a tejer su tela de seda. Su hilo, más fino que un cabello, solo se veía con el sol; relucía en el instante mismo que la caricia del aire lo endurecía haciéndolo más resistente que una cuerda de violín. La araña ajustaba con precisión todo el entretejido conformando la red. El trabajo de confección le llevó días. Lo hacía paciente, abriendo zancada con poca comida y aún menos descanso. Todo iba bien hasta que algo se atrevió a irrumpir en su espacio.

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Bajo la alfombra asomaron un par de antenas arrastrando un cuerpo plano del tamaño de una semilla de manzana. Desde arriba Clotilde no se percató hasta que el individuo subió por la pared y se le puso en frente. —No te acerques más si no quieres desaparecer —amenazó Clotilde. —Aquí hay lugar para los dos, tranquilo —añadió El Chinche. —Tranquila, si no te importa. Lo estaré cuando te pierda de vista. —Solo subiré para asaltar a mis víctimas. No te inquietes. El resto del tiempo ni me verás por aquí. —Siempre que no me molestes no habrá problemas —despachó la araña. Acabando el día, El Chinche, con total descaro, recorrió la pared hasta llegar al centro del techo ante la atenta mirada de Clotilde. En estas, se dejó ver un cuerpo grande en la habitación. El Chinche ya estaba preparado para abordarlo, cuando justo iba a pasar a su altura. El insecto controló el salto, y zas, le cayó directo encima. Se introdujo por su cuello hasta llegar al pecho. Allí le inyectó su saliva y una dosis extra de anticoagulante. Le bastaron cinco minutos para

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chuparle la sangre. Cuando a su víctima le comenzó el picor, El Chinche estaba más que hinchado, saliendo por patas y dispuesto a irse al escondite. La araña con sus seis ojos no perdió detalle del poder invasor del desconocido, pero se despreocupó y descartó su competencia. Pasaron días de mutua ignorancia y tranquilidad hasta que El Chinche, haciendo uso de su buen nombre, irrumpió presuntuoso en el rincón de Clotilde mientras que ella confiada descansaba. —¿Así pretendes engordar la panza?, lo tienes difícil —se regodeó El Chinche. —¡Cómo te atreves a acercarte!, desdeñas mi habilidad depredadora —amenazó la araña. —Qué pérdida de tiempo elaborar esa red y esperar tanto ¡El tiempo es oro compañera! Y los trabajos artesanales tienen sus días contados. —¡¿Compañera?! —gritó ofendida—. Esto raya la humillación. Esta trampa me asegura el alimento. No diría lo mismo de tu arte de ensañarte con los demás. —Yo me hincho de comer sin esfuerzo alguno. Para qué gastar mi energía en hacer algo que se rompe con el roce de una de mis antenas —se mofó mientras le parte uno de los hilos de la red.

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—¿Cómo te atreves insensato? Te aventuras con mi paciencia. —De inmediato se armó de maña y reparó su hilo mientras prosigue. —Yo no necesito muchas capturas y tampoco preten-do cebarme. Mi trabajo es muy rentable; tengo suficiente para vivir. Incluso llego a liberar presas que caen en mi red salvándoles la vida. El Chinche no perdió ocasión y le rompió otro hilo de la red y después otro. —Mi astucia y habilidad para sorprender son armas que en la actualidad son más eficaces que tus manualidades. Si no tuvieras red, con seguridad, ni comerías. Es una estrategia la tuya poco inteligente para los tiempos que corren. La araña perdiendo la paciencia salió y saltó a un palmo de su invasor. —¡Puedo destrozarte tus delicadas antenas, sabes! —gritó Clotilde enseñándole sus pinzas bucales. Lo lanzó con cuatro de sus patas al otro extremo de la pared—. ¡Y ni te acerques! No me subestimes. Otro intento y te atrapo. Y esta vez sería para comerte, aunque me arrepienta. Me da que no eres plato de mi gusto. El Chinche pasó días sin molestar a la araña. Pero un día sucedió algo que le pilló por sorpresa. Se preparaba para arrojarse a su víctima y en ese instante, un viento fuerte irrumpió en la habitación, abriendo de par en par la ventana. Le

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desvió la dirección de caída y el chinche se vio precipitado al vacío. La araña observando lo que ocurría, levantó su abdomen y liberó uno de sus fuertes hilos a favor del viento que la adelantó hasta llegar al centro del techo. Con una habilidad asombrosa de trapecista, emprendió su vuelo arácnido, soltó su red y atrapó al Chinche en el aire. Visto y no visto. —¿Encima ahora no irás a comerme? —dijo malherido El Chinche viéndose envuelto como un algodón de azúcar. —Tienes suerte, me pillas comida para una semana ¡No te muevas, te vas a enrollar más! Espera, que te libero. —Vaya, no resultaste tan mala vecina. Me quedo en deuda contigo. —Cuando sople de nuevo el viento o falle la puntería de tu salto, puede que termines muriendo en tu propia caída. Pero recuerda, que yo seguiré viviendo conservando mi red.

Moraleja

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i t r o p s a y u r t s n o c e u Lo q a, id v u t r a lv a s e d e u p o mism e d la a t s a h , s o t s e y ya pu los demás.



LUCAS KURT

LA REVOLUCIÓN

—GRACIAS, COMPAÑEROS —comenzó su discurso mientras levantaba la mano para acallar al público—, gracias, compañeras. Estamos aquí reunidos, compañeros y compañeras, en esta asamblea internacional de emergencia convocada por las razones de público conocimiento, para poner fin al reinado del terror que los humanos nos están haciendo vivir desde hace muchísimos siglos. Hemos soportado durante demasiado tiempo su humillación, su violencia y su codicia. Es este el momento, compañeras y compañeros, de que nos unamos entre nosotros, olvidando las diferencias que hemos estúpidamente construido. Debemos convocar a esta lucha también a los compañeros del Sindicato Marino Internacional y no olvidarnos de la Unión Terrestre de Mascotas, quienes… —intenta decir mientras el público lo interrumpe con gritos y abucheos—. Por favor, ¡por favor, compañeros! Es momento de unirnos, todos y

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cada uno de nosotros. Debemos juntarnos para ponerle fin a este modelo que los humanos tan bien han defendido y que han sabido exportar también hacia algunos miembros de nuestra familia. Debemos aprovechar, queridos compañeros, a los humanos que ya han despertado, que han comprendido lo que nosotros venimos defendiendo desde épocas muy anteriores a las del camarada Mayor y del camarada Snowball. — gritos y exclamaciones bajan desde las tribunas en apoyo a los próceres e interrumpen nuevamente el discurso—. Debemos aprovechar a aquellos humanos que defienden nuestra causa, debemos utilizar a aquellos humanos que comprendieron que, como dice nuestro mandamiento, todos los animales somos iguales. Y no podemos dejar de reconocer, camaradas, el apoyo invaluable que han hecho los compañeros de la UTM a esta causa. Sin su ayuda, esta lucha sería mucho más desigual. »Les pido, compañeros y compañeras, por la memoria del Viejo Mayor, por la memoria del camarada Snowball, por lo memoria de los mil millones de compañeros quemados vivos en Australia, por la memoria de los dos mil compañeros y compañeras asesinados por segundo para servir de alimento a los humanos. Les pido hoy, a cada uno de ustedes y por la memoria de

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todos ellos, que salgamos de nuestras selvas y desiertos, de nuestras montañas y pantanos, de nuestros mares y océanos, que liberemos a los compañeros presos en zoológicos y laboratorios, que abandonemos nuestras casas y luchemos para recuperar nuestro mundo. Les pido, compañeros, que invadamos sus ciudades, tomemos sus fábricas y ocupemos sus hogares. ¡Este es el momento compañeros! ¡Hoy es el último día de su tiránico reinado! ¡Hoy debe comenzar un nuevo mundo, un mundo de igualdad, un mundo de fraternidad entre ellos y nosotros! ¡Merecemos una vida mejor! —Las últimas palabras del delegado Oliver fueron prácticamente inaudibles por los gritos, exclamaciones y cánticos que bajaban hacia el escenario.

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La asamblea estaba terminada ante el abandono del salón de prácticamente todos los delegados. Algunos alzaron vuelo rápidamente hacia sus ciudades, otros emprendieron el viaje al galope. Algunos, dando saltos, enfilaron hacia la estación de tren más cercana. La consigna era clara y todos repitieron el mismo proceso en cuanto llegaron a sus localidades: convocaron a su gen-te, tomaron linternas, alimentos, pinturas y todos los elementos que pudieran cargar y se fueron a la ciudad humana más próxima, al acuario más cercano, al laboratorio vecino que estuviese en ese momento torturando a algún compañero. Ese mismo día, todos los animales habían sido liberados, informados y estaban en camino a las ciudades. Rápidamente, los humanos aceptaron que los no humanos los superaban ampliamente en número y en organización y desistieron de su intento de iniciar una guerra armada contra todos los que defiendan a los revolucionarios. Esta vez, sin víctimas mortales, sin violencia física y en apenas unas horas, la segunda revolución había triunfado. Naturalmente, fue Oliver el primer orador de esa nueva era. Inició por recordar a los compañeros muertos y las atrocidades que los humanos llevaban haciéndoles durante años. Sin embargo, en una muestra de madurez absoluta,

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dejó de lado la sed de venganza e instó a la pacificación y al trabajo en conjunto de humanos y no humanos. Tenían como antecedente la primera experiencia revolucionaria: la habían estudiado, habían aprendido mucho de los errores de sus líderes y se habían preparado durante años para no repetirlos. Habían comprendido que no debían atacar a los humanos, que debían educar a sus ciudadanos para que no pudieran ser influenciados por líderes autoritarios o traidores, que debían educar a todos los animales en valores como la igualdad y la cooperación para así conformar una nueva sociedad. El trabajo más difícil sería convencer a los humanos de que este era el modelo correcto. Para eso contarían, por suerte, con la ayuda de los humanos ya convencidos. Por último, Oliver también sabía que el proceso sería largo y que iban a tener que estar preparados para defender las conquistas con garras y dientes cuando sea necesario, entendiendo que, si triunfaban, ésta sería la revolución definitiva. —Muy bien, niños —dijo la señorita Sofía mientras éstos guardaban sus útiles—. No olviden que mañana no tenemos clases. ¿Recuerdan por qué? —¡Es el 125 aniversario de La Revolución! — gritó uno desde el fondo.

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—Correcto. Hace 125 años, el canguro Oliver dio inicio a La Revolución. —Antes de irnos niños, recordemos nuestros mandamientos. Mandamiento primero —dijo la directora. —Todos somos animales —respondieron a coro. —Mandamiento segundo. —Todos los animales somos iguales. —Mandamiento tercero. —Ningún animal matará a otro animal. —Hasta el jueves alumnos y alumnas —saludó la directora. —Hasta el jueves señorita directora —respondieron mecánicamente.

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EL ÑANDÚ Y EL JUEZ BERI DUGO

NO CABÍA LA menor duda: ¡aquel prado de ensueño había sido remodelado por todo lo alto! ¡No se había escatimado en nada! Sin embargo, a pesar de la gran labor desplegada por aquella cuadrilla de animalitos abnegados, el resultado final no era, ni de lejos, semejante a lo esperado en un principio, y así se lo hizo saber al hermano ñandú el Comité de Asuntos Internos del prado de los Sueños Imposibles. La denuncia no se había hecho esperar. El responsable de aquella original decoración fue llevado a juicio. El fiscal, por más señas un altivo buitre leonado, de pico ganchudo y plumífera gorguera, recordó a los asistentes a la vista oral las barbaridades que había perpetrado el acusado. —En primer lugar, me atrevería a afirmar que el hermano ñandú, olvidando sus deberes como

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ciudadano de bien, y sus obligaciones como decorador oficial del reino, no ha tenido suficiente con saltarse olímpicamente las precisas indicaciones del encargo; sino que, obrando por completo al margen de la Ley, se ha atrevido a transformar por completo nuestro hermoso — hasta ahora— prado. El señor juez, ansioso por intervenir, abrió el pico e increpó al acusado, no antes de emitir su característico bubo bubo. —¡Desde luego! –exclamó el airado búho real— ¿A quién se le ocurre cometer tamaña infracción? —Disculpe, Señoría, pero yo no he cometido ninguna infracción —replicó el acusado sacudiendo sus plumas vigorosamente—. A lo sumo, se puede afirmar que he cometido una…originalidad —añadió el ñandú con orgullo apenas disimulado. —¿No ha delinquido? Entonces, ¿cómo llamaría usted a la acción de cambiar las flores por cosas que no son flores, así como los árboles, las piedras y las mariposas por cosas que no son árboles ni piedras ni mariposas…? —bramó el juez con los nervios a flor de piel, erizándose aún más las plumas de sus “orejas”. —¡Surrealismo, por supuesto! –sentenció el hermano ñandú de manera exultante.

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Saltando al unísono en sus respectivas butacas, juez y fiscal se pusieron sus gafas correspondientes para observar mejor a aquel extraño ser en que se estaba transformando el acusado. Por unos instantes, les pareció que la palabra ñandú equivalía a algún indescifrable jeroglífico del antiguo Egipto. Nadie se atrevió a hablar, a excepción del propio decorador. —En realidad, reconozco que mis cambios han sido un tanto excesivos. A pesar de ello, quiero hacer constar que aquello que hay, por ejemplo, en lugar de las flores de antaño son también flores, pero distintas… En cuanto a la razón que me llevó a confeccionar este paisaje tan original, me veo obligado a dar una explicación que, a mi modo de ver, debería ser bien acogida por ustedes. —Yo, como todos los asistentes a este juicio deben saber, llegué a este prado hace cerca de cinco años, procedente de las lejanas tierras americanas. Mas lo que ningún habitante de esta región conoce es el porqué decidí abandonar a mi familia para dedicarme, poco tiempo después, al exótico oficio de decorar prados y bosques. Pues bien, los motivos de mi partida

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fueron estrictamente existenciales —entre el público se abrió paso entonces un leve rumor de sorpresa. »Me explico… Allí donde nací y me crié la monotonía era aplastante; de ahí que la gente tuviese la tendencia a ser conformista y, en consecuencia, antipática y aburrida por naturaleza. Pero ese estilo de vida no era en absoluto de mi agrado, no me llenaba. Debido a ello, no encontrando una mejor salida a mi desencanto, una mañana me armé de valor y, haciendo acopio de aquello que precisaba para viajar, me marché de casa en busca de un lugar donde pudiera ser feliz. Detesto la monotonía del paisaje. ¿No os parece aburrido estar siempre seguros de poder identificar con una simple ojeada todo aquello que pasa ante vuestros ojos? Solo se trataba de enmascarar un poco las cosas, de tal modo que para tener plena seguridad de hallarse al lado de un árbol, habría que efectuar no tan solo un análisis visual; sino también olfativo, táctil y, por qué no, intuitivo. En definitiva, la vida sería así mucho más entretenida, basada en continuas interpretaciones de la realidad, haciendo más abiertas las mentes, alejándonos del conformismo. De repente, el bubo bubo anunció que Su Señoría iba a intervenir de nuevo.

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—Muy interesante su historia, debo admitirlo. Aunque para poder dictar sentencia, necesito que me aclare un punto: ¿a qué se dedica usted exactamente, señor Ñandú? —inquirió el juez con unos ojos anaranjados que centelleaban desde su redonda cabeza. —Su Señoría, resumiendo diría que me dedico a vidar prados —respondió el acusado saboreando sus últimas palabras. —¡Querrá decir que se dedica a decorar prados! —No, a vidarlos, esto es: a llenarlos de vida. Sí, a eso me dedico. Una vez concluido su alegato, el hermano ñandú calló y se sentó. Los asistentes al juicio, convertidos en entusiástico público, cerraron su exposición con una prolongada ovación que, muy lejos de quedarse en algo simbólico, sirvió para que el juez, animado por el fiscal, decidiera a la postre absolver al brillante decorador oficial del reino. Algún tiempo después, fue publicado un bando donde se anunciaba que el ñandú había sido nombrado juez del prado por expreso deseo de las autoridades del mismo. El porqué de este inesperado nombramiento estribaba en la necesidad de defender las originales ideas del popular decorador. Gracias a lo anterior, la vida en el prado continuó siendo entretenida durante muchísimos años…

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S A R T N E I M . . . Z Í A M A Y A H BEBA PIHEN

AMANECE. ALFA SALTA al palo mayor de la cerca, Infla el pecho y apunta con su pico al sol naciente. Majestuoso y brillante, sacude las alas rojas, tensa su cuello dorado y empina la cresta; se para firme sobre su eje, y lanza un sonoro Kikiriquí. Las sílabas se alargan en los ecos. Suena a orgullo servil, a obcecación patriarcal. Desde los gallineros vecinos, otros gallos se suman al ritual de machos soberbios y engreídos. Un torneo vibrante acorde con las plumas refulgentes y las crestas enhiestas. Pero algunos suenan preocupados. Y se cuentan sus novedosos e insólitos problemas. —Las hembras se están volviendo locas. No obedecen. No quieren “Lola”. —¿Y qué? ¡Fuércenlas! Para eso hay machos y hembras en un corral. —Yo ya estoy medio cansado para pelearme y sacudirlas. Uno se pone sentimental.

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—¡Ché! ¡Otro Kikiriqui, que el sol no se despabila! Kikiriquiiii. Kikiriquíii… Final del concierto. Cada uno a lo suyo. Pero Alfa y Tritón se quedan haciendo tiempo en una esquina de la cerca. —¿Vos sabés que en varios gallineros pasa lo mismo? Merman el aovo y le aflojan la disciplina a las pollitas. —Es por el gallo Pelao y su Cruzada —explica Alfa. —¿De qué hablás? —Un movimiento feminista en pro de la liberación de las gallinas. Y en contra del “pisado” —¿Qué cosa? ¿Cómo sabés eso? —Una vez lo escuché desde la tele del patrón, y até cabos. No soy tonto. Y también lo dijeron las pollitas. —¡No digás, che! ¿Pero te siguen pasando cosas en el gallinero? ¿Se te cuela el bicho ese? —Se coló un par de veces, el verano pasado. Pensé que era por las pollitas nuevas, la Clavelina y la Marimoña. Las primeras veces, la Negra y la Perla también se le encocoraron. Lo dejé tatuado a picotazos. —¿Y? —Y empecé a ver que las chiquitas estaban muy rebeldes; y las madres, demasiado tolerantes. Cuchicheaban. No me daban calce para el “apareo”. Y la Clavelina lo dijo: “Tiene razón el Pelao. ¡Basta de mandones!”

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—Estarían cluecas. Y vos, medio viejo para darte cuenta. Por ahí, ya no te importa mucho. —Puede ser… Mientras haya maíz… Pero el patrón quiere huevos y pollitos… Si no ponen, no hay maíz. —Cuesta mantenerse joven. ¿No? Todavía me falta, pero me cuido. ¿Y vos lo has visto al Pelao, che? —Hace mucho; las primeras veces en que se coló y se ganó el sobrenombre. Después se empezó a escapar y se esconde en el baldío. Lo oigo, nomás —¿Y qué vas a hacer si sigue entrando? —No sé. Por ahora, hay maíz. Alborota, pero no se mete conmigo ni me pisa a las damas. Tritón se aleja, y Alfa empieza su rutina: Se da una vuelta por el nidal. La Negra está “poniendo”. Lo que no pone es atención. Cacarea con la Perla; el pobre huevo sale despedido y se estrella en el piso. Y junto con el estallido de bombita de carnaval, una masa cacofónica invade el gallinero:

Vamos chiquitinas salgan a jugar que la vida vuela y hay que disfrutar

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—¡El Pelao! ¡Vamos, Perlita! No nos perdamos el show. —¡Clavelina, Marimoña, esperen! Alfa, sacude las orejas y la cresta para alejar el enojo. Después picotea. —Que corran y griten. Mientras haya maíz… Ya vendrán los pollitos en la primavera. ¡Sí! ¡Llegó El Pelao! Salta y recibe a sus fans, las pollitas en flor. Y a las gallinas, sospechosamente ágiles en la carrera. Ahí nomás, listo para escaparse, si hace falta, arranca con su show.

Pisa y pisa, el gallo mandón; acá hace falta un gallito que cante de corazón Cocococococorocó Alfa pesca la copla y se le atragantan dos maíces. —¡Epa! ¡Hijo ‘e puta! ¡Esto no lo tolero! —Corre, alborotado.

Hay que buscar otro gallo que se sepa divertir. Que sepa ser cariñoso y que nos deje vivir. Que no ande contando huevos ni granitos de maíz

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Alfa llega a la palestra, medio asfixiado. Despreocupado de su estampa, el intruso zangolotea las patas, aletea y cabecea, y amaga resbalones en los restos de barro y maíz. Su canto es opaco, pero machacón y sibilino. Como tironeadas por un sedal las damas se adelantan para rodearlo. ¡Sorpresa! En un revoltijo indigno de plumas relumbronas y ojos desorbitados reconoce al famoso Pelao: ¡Tritón! ¡El amigo! Las dos pollitas se balancean como poseídas. La Negra y la Perla, sus viejas compañeras de palo, también se han sumado al festejo. ¡Y hacen señales obscenas! Alfa se abre paso en la rueda, pisoteando bailarinas; pero las muy chifladas se le enojan y le picotean las patas. Para colmo, Tritón le toma el lomo por escenario y va hilvanando su canción a picotazos.

¡Este gallo está muy viejo no maneja el gallinero! ¡Las hembras tienen derechos! ¡Quieren elegir su gallo! ¡Aovarán cuando quieran!

Y entre carcajadas hacen trencito alrededor de la cerca. Alfa se endereza como puede y se refugia debajo de los escalones de la casa granjera. Los patrones están mateando.

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—¿Qué pasa con las gallinas, Alfa? —¡Se han vuelto locas! La mujer canturrea indiferente. “Este gallo está muy viejo. No le gusta el gallinero”. Alfa reconoce la tonada del Pelao en voz humana. —Andá a llevarles el maíz, Ramona, a ver si engorda ese otro gallo. Este va para la sopa, me parece. —Andá vos, que hace calor. A veces es cuestión de buscarse otro gallo. No por mucho mandonear se organiza un gallinero.

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EL DESAFÍO EN LA GRANJA

ESTRELLA AMARANTO LA AVARICIA ES un afán excesivo por atesorar bienes materiales y como tal impide ver el resto del paisaje, repleto de miles de matices... Cuando el sol declinaba, predominando el rojo anaranjado, mientras una mágica luz recorría el suave contorno de las nubes, haciendo ostensible la belleza de la bóveda celeste, era el instante en que el dueño de la granja, ubicada en plena campiña, procedía a revisar sus instalaciones. Se trataba de un rechoncho y palurdo campesino de ojos saltones que, acompañado de sus hijos, altos y desgarbados, procuraba controlar que todas las ventanillas de ventilación, así como las puertas de los distintos cubículos de la hacienda quedasen herméticamente cerradas. Aunque, acabó fracasando, ya que ellos se ocupaban de abrirlas después que él las cerrase. Últimamente, vulneraban su férrea disciplina,

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pues pensaban que no era justo el cautiverio al que sometía al conjunto de las bestias. Luego, ayudados por la luz de una lámpara de gas, se alejaban hasta la puerta de su vivienda, separada del resto de los cuchitriles del recinto, para disfrutar de un sueño reparador. El aire se mantenía furioso y glacial, especialmente de noche, cuando la nevisca cubría suelo y tejados, con palmo y medio de espesor. La luna llena brillaba encima de la montaña. Una luna helada y furibunda reverberando sobre la nieve sorda y apática que acolchaba los caminos que bordeaban decenas de pinares y abetos. Un ruidoso crujido en mitad de la noche despertó de súbito a los animales que, sin dejar de asomar sus hocicos, picos, fauces y morros por las ventanas y dinteles de las puertas de madera, permanecieron expectantes, sin evitar mirar a todos lados, tratando de encontrar al ladrón o al temido lobo, con el que en más de una ocasión tuvieron que enfrentarse. Sin embargo, esta vez, era un samoyedo, al menos eso fue lo que dijeron los perros de la granja, quienes se fijaron en su típica cola en forma de gancho. —¡Hermanos, vengo en son de paz, no os alarméis! —exclamó resoplando y sacudiendo la cabeza mientras el temor se filtraba lentamente a través de sus ojos vidriosos.

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—Oink..oink, oink, oink, —dijo el cerdo gordinflón llamando al resto de los animales para que acudieran a la pocilga. —Muuu... Beee... Cuac, cuac, cuac... Miauuu... Hiaaa, hiaaa... Ih, ih, ih... Pío, pío... Kikirikiiii... Clo, clo, clo... Hiii... Huu, huu... Croac, croac... — respondieron el resto de las bestias, emprendiendo apresuradamente la marcha en fila india. —¡Escuchadme con atención, porque os traigo una noticia muy importante! —profirió el extraño visitante, sosteniendo la mirada de todos los presentes. —¿Qué noticia?... ¿De qué se trata?... —preguntaron al unísono sin poder pestañear y rascándose el lomo o la cabeza. —Como algunos habéis adivinado, soy el perro guardián de la granja que dista una legua de aquí. Ayer un hombre adinerado le entregó a mi amo un fajo de billetes para comprársela. Le escuché decir que vendría pronto por esta hacienda a fin de hablar con vuestro granjero.

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—¿Por qué quiere adueñarse de las granjas? — articuló abriendo el hocico el caballo, con las cejas levantadas. —Según escuché decirle a mi amo, quiere demoler las granjas y edificar un parque de atracciones y espectáculos para niños, familias y adultos. Le explicó que ya tenía los planos del terreno y que sería el más grande del país. —Entonces ¿qué harán con nosotros? —interpeló uno de los patos. —¡Eso es lo que os quería decir! Os llevarán en el camión directos al matadero para sacrificaros y que el amo obtenga pingües beneficios. Se produjo tal tumulto a partir de aquella amenaza, que fue imposible poner orden a la reunión. Todos los convocados se retorcían de espanto emitiendo alaridos y gruñidos interminables, por lo que le pidieron al forastero que les ayudase a difundir la noticia por otras granjas vecinas, que muy probablemente estarían amenazadas por la codicia del rico empresario. Debían vengarse de semejante infortunio. —Amigo samoyedo, debemos defendernos y nada mejor que provocar incendios en nuestras granjas para que no resulten rentables a los ojos de semejante rufián y se olvide de sus execrables negocios. —Muuu... Beee... Cuac, cuac, cuac... Miauuu... Hiaaa, hiaaa... Ih, ih, ih... Pío, pío... Kikirikiiii...

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Clo, clo, clo... Hiii... Huu, huu... Croac, croac... — prorrumpieron el resto de los animales, emprendiendo apresuradamente la marcha en fila india de regreso a sus habitáculos. Al amanecer, subida a una loma, la numerosa colonia animal divisó unas espesas humaredas cubriendo el cielo de una lluvia de cenizas que se extendió por todo el valle, llegando incluso hasta la ciudad, lo cual sobresaltó a los habitantes, que solicitaron ayuda a las autoridades. Frente a aquella insólita contingencia, el pícaro especulador inmobiliario paralizó las negociaciones con los granjeros, atribuyéndoles un despreciable complot con objeto de hundir sus planes y llevarle a la bancarrota. Atónitos no daban crédito a lo que estaba sucediendo, por lo que insistieron que no eran los más indicados para cometer semejante despropósito, teniendo en cuenta su ambición por hacerse ricos con la venta de sus granjas. Entonces el gran estafador les miró tan fijamente que parecía tener dos puntiagudas dagas en lugar de pupilas, pronunciando con rotundidad una terrible sentencia: «Serán detenidos y acusados de pirómanos. Se les expropiarán sus propiedades, de las que pronto seré su propietario. La avaricia es un afán excesivo por atesorar bienes materiales y como tal impide ver el resto del paisaje...».

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LA EPOPEYA DEL BUÉRDAGO BARRY BYRNE

EL VENERABLE LIDER Burro de Chebis se había muerto. Era el único ocupante del torreón en la cima de la única mota del territorio. Cuando su cuerpo entró en putrefacción los buitres anunciaron su pase a la inmortalidad, siguiendo las previsiones. Sonidos de vítores interrumpieron al asistente de Horacio el Sucesor mientras colocaba la albarda de gala. Este sacudió la cabeza y fue señal suficiente para continuar el aderezo del personaje según su dignidad. Fuera del edificio, un individuo con los atributos necesarios manejaba el cordamen para dejar la bandera a media asta. En el espacio habilitado como patio del castro rodeado de fosos, una mezcla heterogénea de sujetos lanzaba sus lamentos al aire en algo parecido a un canto fúnebre. Una sinfonía de sonidos animales con

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su punto de armonía acompañó a Horacio en su salida del galpón:

Adiós al relincho del corcel de batalla, al tambor que conmueve el espíritu, al pífano que perfora los oídos… Horacio subió la rampa de tierra hasta la terraza superior del poblado, doblando las rodillas lo justo para llevar el ritmo. Antes de fijar la vista en la muchedumbre, giró el cuello varias veces para ajustar la albarda al cuerpo. Aprovechó una de las sacudidas y dirigió la vista a la torre de piedra, en lo alto de la mota al final de la amplia llanura. No pudo evitar una tensión visible en las orejas. Concentró la mirada en los asistentes de la plaza, casi de uno en uno. El galimatías y la cacofonía se fueron extinguiendo poco a poco hasta el silencio absoluto. Horacio no vio ningún burro. Algún zorro, cuatro cerdos, carneros, ovejas, dos viejos mastines, gansos, ocas y pájaros de vuelo confuso, amén de reptiles e insectos en continuo movimiento. Allí abajo no había burros. La ausencia como señal. Echó las orejas hacia atrás, tensó el cuello hacia arriba y de ese modo se dirigió a la masa expectante mientras pensaba. Así pudo transmitir su

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pensar con total claridad a todos los asistentes. «Hace mucho tiempo, tanto que el recuerdo se pierde, los humanos declararon la Era de la Transhumanidad. En uno de los puntos de su declaración el transhumanismo afirmaba que iba a defender el bienestar de toda conciencia donde fuese: en intelectos artificiales, humanos, animales no humanos, y en posibles especies extraterrestres. »Por la memoria del venerable líder Burro de Chebis, hemos sabido que los llamados animales no humanos fuimos incorporados en igualdad de condiciones al bienestar de los animales humanos. »El códice sagrado, Rebelión en la granja, inspirado por el profeta Eric Blair y escrito por el venerable George Orwell, que el Inmortal tenga en su gloria, nos ha enseñado los Siete Mandamientos de nuestra revolución.» La silenciosa arenga sin prosodia, fue interrumpida por saltos, vuelos y carreras en total algarabía por la explanada, en lo que parecía un homenaje a la memoria patriótica de los animales no humanos, presentes y pasados. Cuando el ocupante de la tribuna, levantó la cabeza, volvió de nuevo el silencio y la atención. «Hemos sido engañados. Esto hay que decirlo. De los siete mandamientos originales solo cumplimos dos, tarde, mal y nunca:

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Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo. Todo lo que camina sobre cuatro patas, nade, o tenga alas, es amigo. »El único y último líder Burro de Chebis nos engañó. Con falacias, llegamos a declarar nuestra independencia del gran grupo de la Transhumanidad y no pudimos participar como el resto en la búsqueda del crecimiento personal, más allá de nuestras limitaciones biológicas. »El sexto y el séptimo mandamiento dejaron de existir para el Burro de Chebis, cegado por el odio a los animales humanos, culpables de sus antiguas desgracias:

Ningún animal matará a otro animal. Todos los animales son iguales sLas reglas nunca se cumplieron y los rivales políticos en nuestro país independiente desaparecieron, siguiendo órdenes directas del ser que se pudre ahora mismo en la torre de la mota. »He dispuesto que el fuego limpiará hasta no dejar rastro de iniquidad en nuestros territorios. Mientras tanto, emprenderemos el camino hacia el sitio del que nunca debimos separarnos. Yo os conduciré como sucesor elegido, siguiendo los

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designios de aquel que siempre es y está y cuyo nombre lo cubre todo: ¡el Inmortal!» Como si de una señal convenida se tratase, algunos pájaros incendiarios, milanos negros y silbadores dirigidos por un halcón, portaron cañas y ramas encendidas en sus picos y garras, dejándolas caer sobre la vegetación seca en los alrededores de la torre El griterío animal fue en aumento a medida que todos procuraban tomar posiciones ventajosas para emprender la marcha hacia el pasado mítico en forma de futuro venturoso, anunciado por el nuevo líder Horacio el Sucesor. Así fue que la última parte del silente discurso quedó imperceptible para cualquiera: «Mi madre era burra y mi padre corcel brioso, como así lo fueron los padres de Burro de Chebis. Buérdago era él, buérdago soy yo. Ni él tuvo descendencia ni yo la voy a tener. Ese fue su ejercicio del poder y manejo del destino. La exterminación de cualquier rival. Los burros fértiles fueron eliminados. »Ya está encendida la mecha y es hora de marchar hasta que el fuego nos alcance. Con las últimas cenizas de nuestros restos se extinguirá la última moraleja de mi mandato: Los caminos de regreso nunca llevan al origen que no existe».

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I R E I Z PAN

N Ó I L E B RE O N I V AL O T N TI

A L O A P

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—PERDONE, ¿PODRÍA EXPLICARME por qué le llamaban Pepón? —A ciencia cierta no sé qué decirle, pero por aquí llamamos así a un melón de tamaño considerable.—Entiendo, y... oiga, tanta gente en el cementerio… ¿qué le pasó? —¡A ver cómo le explico! El asunto es que el pobre, de estrategia militar, ¡poca cosa! —¡¿Y eso mata?! —En este caso sin duda ninguna. Por sus preguntas me da que es usted forastero. —Sí señor. Venía a Villagatos a cubrir un notición, pero creo que llego algo tarde. —¿Quiere que… —¡Sería estupendo!, y cuantos más detalles, mejor. —Alejémonos y le cuento.


»Verá, dos tardes atrás y cuchillo carnicero en ristre, el difunto Pepón se desgañitaba desde la cima de una tarima improvisada con cajas en el establo de su caserío. Los numerosos asistentes a la primera asamblea revolucionaria del pueblo atestaban el local. El matarife y sus secuaces llevaban meses planificando la estrategia a seguir al haber sido nombrados por el personal Generales de la revuelta. Concluyendo, para obtener lo que pedimos ¡no se pagan impuestos y que les den!, remataba el hombre cuando entré. Aplausos, ovaciones y silbidos. Aquello parecía el lavadero en días de tormenta. Y entre tanto barullo, el escote de la tabernera. Cómo le diría... Es ella una mujer con alguna arruga de más, pero sin ninguna curva de menos. ¡Ay Señor, eso no se puede explicar con detalles! —No se apure, me hago cargo… —En fin, que había sido elegida por Pepón para obsequiar a los feligreses con chatos de tinto. Mala elección, la de ofrecer vino, se entiende. —Ya me figuro, vino y revolución: cada vez más barro en el lavadero. Exactamente. Y en cuanto el gallinero se tranquilizó, contesté a Pepón que evadir impuestos nos enviaría a todos a la cárcel. Y añadí que la revuelta empezaba a parecerse peligrosamente a la de La Granja de Orwell.

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—¡No andaba usted desencaminado, no! Qué gracia... —Ya, pues fíjese lo que pasó: »¡Algo he oído sobre esa granja!, comentó la culpable de mis sofocos, y se contoneó más de la cuenta al venir hacia mí, ¿De verdad piensas que el pueblo entero terminaría en la cárcel, Daniel? Ruborizado por las atenciones prestadas por tal monumento de mujer contesté que prescindiendo de los niños, así sería, y, por educación, añadí “señora Paloma”. Señora Paloma, señora Paloma… ¡pero si no hay niños!, dijo ella y su sonrisa se tornó traviesa… ¡Ay, Señor! Luego posó un dedo sobre la punta de mi nariz y preguntó: ¿O no llevas dos años en paro por eso, querido maestro? ¡Qué nos encierren a todos!, gritó y levantó la jarra de vino. —¡Dios santo, qué mujer! —¡No lo sabe usted bien! En fin, que el gallinero volvió a reventar. ¡Nos encerraremos nosotros mismos!, tronó el carnicero desde las alturas, esa es la grandeza de mi plan. ¡Mañana, en el ayuntamiento! El Borrego cambiará la cerradura y Ofelia traerá la caterva

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de mozuelos que tienen sus siete hijas. Entraremos con nocturnidad y alevosía, daremos portazo y nos declararemos ocupas. —¡Ya está claro lo de pepón! —Yo no quería decirlo, usted me entiende… En fin, que tal fue el impacto de la noticia que solo se oía el mugir de las vacas en los pastos lejanos y Pepón, alzó más su vozarrón, ¡ocho meses tendrán que pasar para el desahucio! Y ahí las cosas empezaron a torcerse: con la nariz roja como un pimiento morrón y desde lo alto de un montículo de heno, el estanquero agitaba la mano: Lo primero primero, diría yo… será averiguar si la estructura tiene cagaderos suficientes. La discusión estaba servida, quién decía cinco quién seis y quién que demasiado cagón había en el pueblo. ¡Que el cañero instale una docena de váteres! ¿Y los mandatarios del pueblo qué opinan de esto? ¿Esos mojigatos?, preguntó Pepón, si el cenutrio del alcalde se pone burro, ¡secuestro y pa dentro! el cura… en la iglesia. Casamientos ni uno y nada de muertes durante las jornadas de lucha. Del médico me encargo, que debe el cordero de Navidad. ¡Libertad, igualdad, fraternidad, que para eso pagamos impuestos como los de ciudad! Y ahí ya el lodazal al completo: ¡Por la Virgen María y todos los Santos reunidos con ella a las puertas del cielo para entender algo de todo este

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lío!, gritó Martín, el abuelo centenario del pueblo, ¿hay que pagar los dichosos impuestos, o no hay que pagarlos? Por si fuera poco, los truenos se oían cerca, un granizo “peponero” empezó a rebotar sobre el tejado del establo y las vacas volvieron en tropel. Pepón se encendió como una llama del averno, rojo de ira daba órdenes hasta a las reses que asustadas por el gentío no sabían adónde ir. Perdió el equilibrio, soltó el cuchillo y cayó hacia atrás haciendo saltar por los aires la montaña de cajas. La herramienta punzante aún dio unas vueltas en el aire y luego cayó tras su dueño. No se volvió a oír una voz y en el establo solo quedaron las vacas y un muerto. —¡Vaya una historia, amigo mío! De portada. Pero oiga… ¿y la tabernera? —¿Ve usted a la mujer con cara de “paso a la chica” al lado del cura? —La veo. —La parienta de Pepón, y Paloma, tres filas atrás, llorando a lágrima viva. ¡Vaya, vaya! Contemple las vistas y luego al notición.

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¡QUÉ VIENE EL LOBO!

ISABEL CABALLERO

—YO ERA EL puto amo del lugar hasta que dejé de serlo. Al fin y al cabo, les dimos trabajo a todos ellos. —Bueno, quitaremos lo de puto amo, Carlos, no queda bien para un artículo. —Por supuesto, solo era un comentario informal. No grabe eso. Mi hermano Carlos sacudió con el revés de la mano unas pelusas imaginarias de sus pantalones. Mantenía las piernas cruzadas; el blazer azul marino de botonadura metálica, abierto; los zapatos tan brillantes que se reflejaban en ellos los fluorescentes del techo. De vez en cuando echaba un vistazo a la pequeña grabadora que el periodista dispuso sobre la mesa y continuó hablando con cierta displicencia, algo habitual en él.

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—Mi familia tenía una granja de abejas negras canarias. Una raza que hace miles de años se separó de sus homólogas, las abejas africanas. Diferenciadas de sus congéneres, formaron una nueva especie en las islas. La marca de nuestra miel, con un alto grado de pureza, es equivalente a calidad y prestigio. Éramos de los primeros exportadores del país y lograre-mos serlo de nuevo Todo un hombre de negocio mi hermano, aprovechando al máximo la entrevista para publicitar el nuevo proyecto. Si los abuelos y nuestros padres vivieran, no sé si estarían orgullosos de nosotros. Recordé el declive del negocio familiar, el cierre, la bancarrota, el impago al personal. —La granja daba trabajo a mucha gente —intervine por primera vez siguiendo las reglas pautadas por él para promocionar la empresa. —Eso ya lo dije yo, María. Como le decía… éramos una familia importante. Los primeros bancos de la iglesia estaban reservados para mis abuelos y mis padres…, y para nosotros dos, claro —dijo señalándome con el dedo índice y a sí mismo con el pulgar. —Los forasteros solían preguntar quiénes eran esas personas. “¡Ah! Son los dueños de El Colmenar”, contestaba alguien. Así se llamaba la

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granja. El pueblo se sentía orgulloso de que el lugar fuera tan próspero. —¿Qué recuerda de su infancia, señorita? —Éramos felices. Crecí entre flores y abejas, entre aromas y zumbidos. Aprendí a respetarlas y a comprender su comportamiento. Jamás ninguna de ellas me clavó su aguijón. Ya le digo, era una niña contenta de vivir en el valle, donde el aire es limpio y florecen los almendros, el brezo, la lavanda… —El alimento de los bichos es la flora. —Interrumpió Carlos algo molesto por lo que él llamaría estúpido romanticismo. Continuó exponiendo que, al ser tan variada y diversa, hace que la miel sea sumamente especial, con unos matices y aromas únicos. —Por esa razón es tan requerida nuestra excelente producción. —¿En qué fecha será la inauguración de la nueva fábrica? —El próximo sábado. Está usted invitado, por supuesto. La Granja ya está en funcionamiento, no es tan grande como la original, pero estoy convencido de que pronto, ¡muy pronto!, volveremos a estar entre los primeros exportadores. —Disculpe Carlos, hay rumores de que sus abejas no son las originarias negras, sino una especie mezcladas con…

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—Chismes sin fundamento. Tenemos las genuinas abejas negras, las mejores, puesto que poseen una capacidad de supervivencia que muy pocas razas tienen. Son resistentes a las enfermedades, no solo por genética, sino por su comportamiento de limpieza bestial. El único problema es que son extremadamente mansas. —¿Y eso es malo?, disculpe mi ignorancia Carlos, supongo que al ser mansas no picarán. —Lo que ocurre es que la avispa lobo le dobla en tamaño. Los machos se limitan a libar el néctar diezmando el territorio, lo que no es poco, desde luego, pero las hembras, ¡joder las hembras…! — exclamó mi hermano. —¿Qué ocurre con ellas? —Son unas inteligentes asesinas —contesté al periodista —. En unas pocas horas los batallones de avispas pueden aniquilar a miles de abejas. Excavan sus nidos bajo tierra, y allí mantienen a las abejas que cazan en estado semiinconsciente, lo que supone alimento fres-

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fresco para sus larvas. Se llegaron a entrometer en mis pesadillas infantiles, más de una vez desperté aterrorizada pensando que me faltaba un trozo de la cara, una mano... Carlos me hizo un leve gesto para que no me extendiera, y entonces me callé. No conté que las lobos acabaron con las abejas en el invierno en que nevó por primera vez en el valle. Las que no perecieron, huyeron. En el cobertizo protegido del frio y de los ataques de las temibles avispas, se vigilaba con mimo los pocos paneles intactos que pudieron salvarse. Una reina aterciopelada, de velloso manto y sensibles antenas por panal. Multitud de macetas protegidas del frio servían de alimento a las supervivientes, en especial el aromatizado romero. Aquella madrugada de enero pude ver, desde mi ventana, luz en el cobertizo y salí casi sin abrigarme. Y ahí estaban, revoloteando por encima de las felices cabezas de mis abuelos. Mi padre quieto como una estatua cubierto en parte por ellas, un manto movible, un dulce zumbido de abejas. Sin embargo, no hubo más cosechas de miel. Aquello fue el principio del fin. —Son auténticas, garantizado, se lo aseguro — mintió. Mi hermano ha conseguido un híbrido muy parecido a la abeja negra canaria, un poco mayor

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y más agresiva. No hay que ser experto en mieles para distinguir la diferencia de sabor. Carlitos es un lobo feroz. La voz de alarma de: ¡que viene el lobo… que está viniendo!, no es solo una escena de un cuento de niños para no dormir.

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ENVESTIDURA

BEATRIZ VÉLEZ

DESDE SU PUESTO privilegiado de presidenta en aquella nueva sesión de investidura, la Gallina Clueca se afanaba para que sus señorías guardaran silencio. El pleno se había alborotado cuando el grupo parlamentario ovino, ausente casi al completo durante el debate, irrumpió en el salón esquilado y gritando. —Deteneeeed al impostor —vociferaron las ovejas al unísono— no es uno de los nueeeeestros! —¡No es uno de los nueeeeestros! —balaron descontroladas—. ¡Es un lobo, no pueeeeede ser presideeeeenteeeeee, es un terrorista!

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En el estrado, una oveja extrañamente alta y de orejas puntiagudas se limpiaba el sudor de la frente y daba tímidos pasos hacia la escalera sin perder de vista al respetable. El cuacuá nervioso de los Patos Nacionales se confundía con el cacareo de las Gallinas Democráticas Reunidas mientras que el grupo parlamentario de Porcinos por la libertad y Vacunos unidos chillaban que aquello era un ultraje a las instituciones legítimas del Estado. —Señorías, por favor, orden o me veré obligada a suspender la sesión —chillaba furiosa la presidenta que echaba de menos tener una maza como la de los jueces de la televisión para hacerse oír. Los diputados la desoyeron elevando la voz y gritándose consignas partidistas. Desde el paraíso, el pavo y el avestruz del grupo mixto picotearon sobre la barandilla intentando advertir a sus colegas de la grada inferior que el lobo se marchaba no sin antes despojarse de aquel disfraz ovejuno que lo tenía sudoroso y dejar un paquete sobre la tribuna. —¡Qué no se escapeeeeee! —avisaron desde Bovinos socialistas—. No puede habeeeeer pacto, es un traidor. El lobo echó a correr por los pasillos del parlamento. Una masa heterogénea de animales

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corría tras él atropellándose unos a otros. El lobo había perdido su oportunidad de acabar con políticas populistas desde el poder, su plan A falló, pero nadie podría evitar que hiciera mil pedazos aquel centro de corrupción y despotismo. Un buen revolucionario siempre tiene un plan B. Afrontaba el último tramo antes de perderse entre la multitud que esperaba la investidura con sus pancartas, sus banderas nacionalistas y sus cócteles molotov cuando escuchó el tictac frenético de la bomba, había olvidado apagar el micrófono y la cuenta atrás resonaba en todo el Parlamento.

No hubo tiempo para más. El reloj detuvo su cuenta atrás y un petardazo frenó en seco la estampida. La fauna parlamentaria se tocaba comprobando que estaban completos mientras una lluvia de papeletas de colores caía sobre ellas.

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El lobo se arrastró la mano por la cara con incredulidad, la bomba también había fallado. Los patos enmudecieron. Los pavos picaban mientras el gallo iba haciendo muescas en la pared. La Gallina Clueca carraspeó repetidas veces. —Señorías, una vez realizado el recuento — habló tímidamente la presidenta— el candidato no ha sido investido presidente pero, curiosamente, tenemos mayoría absoluta. Un nuevo rumor se instaló entre los presentes. —Este es un momento histórico, la primera vez que hay mayoría en un candidato que no se había presentado. Mientras el lobo salía de puntillas por la puerta principal, todas las miradas se volvieron al anciano burro que, al notar todas las miradas sobre él, elevó la suya por encima de las gafas. —¿Qué? ¿Yo? ¿Cómo es…? —la carrera repentina del toro interrumpió su improvisado discurso de investidura. Sus señorías asomaron sus testuces a la puerta del Congreso ante la atenta mirada de un pueblo al que se le descolgaba la mandíbula de la impresión. El toro, en un arrebato patriótico, había salido corriendo tras el lobo para evitar que escapara y, ni corto ni perezoso, se abalanzó sobre el cánido que,por fin, había conseguido resultar embestido.

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EL BÚHO, LA SERPIENTE Y EL PAVO REAL JUANA MEDINA

LA LLEGADA DEL pavo real causa una gran conmoción en la granja. El establo, el corral, la pocilga, el cobertizo, parecen una orquesta desafinada con todos los sonidos que salen de los sorprendidos animales. Perro y gato desde el lugar privilegiado de su libertad y su proximidad con el patrón, miran una jaula enorme, larga y alta que los hombres manejan con dificultad y cuidado. También los gorriones revolotean parloteando como siem-pre, cerca, pero guardando distancia. Ponen la jaula en el claro. Saben que el recién llegado elegirá su árbol y la rama que le convenga para dormir. El pavo real sale con cautela y

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cierta majestad.Mira su entorno, sigiloso da una vuelta y abre su cola. Los gorriones enmudecen. El perro, inmóvil, no se atreve a ladrar, respira agitado con toda su lengua afuera. El gato salta a una rama y clava sus ojos en esa cola desplegada. El gallo vuelve al corral con aparente indiferencia. Uno de los hombres dice en voz baja: —Es magnífico. Así, en los días siguientes todo gira en derredor del “nuevo”. Las gallinas cacarean un: «puro anillo, puro anillo, ni siquiera le trajeron hembra para poner huevos. Nosotras estamos todo el día criando pollitos y alimentando a otros con nuestros huevos.» El gallo quiquiriquea: «si hablamos de crestas, la mía es más vistosa, yo soy apenas más bajo.» Las cabras opinan: «demasiados colores, me, me pa-rece feo un animal azul.» El cerdo murmura ron-co: «es un vanidoso y orgulloso. No le preocupa nadie más que él.» Los únicos que no opinan son el perro y el gato. Ambos lo observan sin acer-carse demasiado. Una tarde que amenaza lluvia, el pavo real vuelve a abrir su espléndida cola. Ya con más confianza, el perro le pregunta: —¿Por qué hacés eso? —¿Y vos por qué estás siempre jadeando con la lengua afuera?

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El gato le maúlla meloso: —¿Sabés por qué te han traído? —No, allá de dónde soy los otros animales me respetan, porque para cuidarlos soy perro y gato a la vez, cazo alimañas, y los hombres me consideran sagrado. Mi dueña es una diosa. ¿Saben por qué me odian aquí? Yo no molesto a nadie… El gato se mueve sinuoso, y dice: —Nuestra belleza molesta a muchos. Guau, ladra el perro enfurruñado: —No es para tanto, ¿no? Quizás un día de estos te pongan a prueba. —Entre tanto, vos que los dirigís y los cuidás en nombre del patrón, ¿por qué no los invitas a reconocerse en los ojos de mi cola? Tal vez se callarían un poco. El pavo real vuela a su rama preferida, no muy alta pero bien protegida de la lluvia y se acomoda dispuesto a dormir. El gato, con el primer trueno, corre a la casa a refugiarse en las faldas de su ama. El perro va ladrando, empujando a

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todos a sus corrales. Un cabrito se escapa. El perro lo corre y lo lleva de vuelta, pero en el apuro engancha la pata trasera en un alambre. Llega a la casa lloroso y malherido. No saldrá en varios días. Escampa. El perro no aparece. Hay cierta desazón en establos y cobertizos. Les gusta que los cuide, pero la independencia no está mal. Sabrán cuidarse solos. Al salir de su refugio bajo el alero, los gorriones perciben un movimiento muy rápido en el pasto crecido y gritan: «yarará, yarará.» La serpiente avanza hasta una piedra al sol y desde allí, muy educada y sinuosa, les habla: «Shh, shh, shé que me temen. Creen que vengo a comerme sus crías y a envenenar al que se ponga cerca. No es así amigos, vengo a cuidarlos. He observado que tienen un orgulloso rival gracias al cual el hombre ya ni siquiera los mira. Les propongo un trato. Mientras el perro no venga, yo me quedaré bajo esta piedra vigilando. No me acercaré a sus crías ni a ninguno de ustedes, los protegeré y si el pavo real se acerca, lo morderé para liberarlos a todos de un inútil aristócrata que come ratones y otros animales cuando nadie lo ve. Es peligroso. Engaña con lo único que sabe hacer, desplegar su cola para que lo admiren.»

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Las gallinas tienen todos sus pollitos bajo las alas y el gallo lanza un desafiante grito. Vacas, cerdos, cabras, no dicen ni mu. En la noche ulula el grito del búho varias veces. Solo el pavo real endereza su cuello un instante, y vuelve a dormir. A la mañana faltan varios pollitos, hay huevos mordidos y un lechón muerto de una picadura. «Juro que no fui yo. Estuve toda la noche bajo la piedra.» Sisea y sisea la yarará ante animales que parecen dispuestos a pisarla, a atacar, pero no se atreven. «Iré en busca del pavo real, lo obligaré a confesar y lo mataré», protesta furiosa mientras sale de la piedra y empieza a avanzar. No va muy lejos. Imponente, aparece el pavo real. —¿Me buscabas? —¡Traidor, mentiroso! Mirá lo que hiciste, y los otros me culpan a mí. Antes de darte cuenta estarás muerto —salta la yarará mordiéndolo. El pavo real sangra pero no cae y pica a la serpiente hasta verla inmóvil. —Por si no lo sabés, soy el único capaz de digerir tu veneno y transformarlo en algo bueno. Para eso sirvo.

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ROSA BOSCHETTI

TAMBIÉN SOMOS SERES VIVOS LOS ANIMALES DE la granja viven con zozobra esos días del año. Al amanecer se han reunido para ver quién falta. Perro es el último en entrar al granero. «Son malvados, no tienen excusa» Perro escuchó desde su rincón. «Tienes razón, no se han dado cuenta de que también somos seres vivos» se alzan las voces llenas de preocupación. Con aires de pacifista Perro interviene: «¡Exageran! Los Patas Largas nos cuidan». Por decir cosas como estas, era considerado por los demás animales como la pata derecha del dueño de la granja. Con algo de desconfianza Toro se atreve a preguntar: —Tú que estás en sus correrías ¿Qué tienes que decirnos a su favor? Perro que no estaba acostumbrado a dar explicaciones se sintió intimidado. Aun así, respondió:

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—Todo lo llevan a bromas. He escuchado que nos incluyen en sus juegos, somos parte de lo que llaman “su cultura”. No creo que lo que pase durante estos días le haga daño a nadie. Ante las palabras de Perro hubo un silencio espectral. Mamá Cerdo bajó la cabeza para esconder sus lágrimas. Vaca le lanzó a Becerro una mirada tierna y preocupada. Caballo miró a Perro con ojos de reproche y Toro replicó, sin esconder su ira: —Si solo son juegos inocentes ¿Por qué durante estas fechas desaparece alguno de nosotros? —No lo sé, quizás el que falta decidió irse… —¿Me estás diciendo que mis bebés se fueron porque quisieron…? —reclamó Mamá Cerdo. Cuando Perro se dio cuenta quienes faltaban, guardó silencio. El resto de los animales aún confiaban en él, aunque empezaban a censurar su actitud complaciente con aquellos que tenían el poder para jugar con sus vidas. Luego salieron del granero dando por terminada la triste reunión. Los bachacos también se retiran con su comida a cuestas, pero antes le preguntan: —¿Por qué los defiendes?


Perro respondió con rapidez: —Son de trato fácil, los tengo comiendo en las almohadillas de mis patas… —No creemos lo que dices… Hemos visto cómo se comportan y no son fiables… —¡Yo soy el que lleva las riendas en la relación! Los acompaño a buscar su alimento, luego me dan lo mejor: huesos fibrosos. A cambio no me piden nada, sigo sin comprender la actitud de recelo que tienen contra ellos. —Perro terminó su relato emocionado. —No eres el amo de los Patas Largas, es todo lo contrario: Ellos te utilizan —dijo uno de los bachacos. —Tu ingenuidad te puede jugar una mala pasada, piénsalo bien. Síguelos esta noche y ve con tus propios ojos cómo son. —gritó otro de los bachacos antes de seguir con la retirada. Perro pasó todo el día preocupado. Al llegar la noche se encontró ansioso, pero se decidió a seguirlos para demostrar que los otros estaban equivocados. Dio un rodeo por el camino para no ser visto, hasta llegar a la granja vecina. Allí se abrumó por la cantidad de Patas Largas que se habían concentrado detrás de un círculo de madera. Gritan y beben de unas botellas. Respiró un olor desagradable, a sudor, a miedo, a muerte. Encontró un punto alto, un lugar para observar.

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Los ojos de Perro casi se salen de sus órbitas cuando vio a su amigo Toro, atado e inmovilizado en el centro del círculo. Le arrojaban agua hirviendo sobre las orejas hasta que lo hicieron enfurecer de dolor. Luego entraron al círculo varios perros, iguales a él, pero parecían fuera de sí, como si les hubiesen dado algo que los excitara. A Toro le soltaron sus ataduras para enfrentarlo a los perros perturbados en una lucha insólita, absurda. Perros que al morderlo con fuerza quedan colgados en alguna parte de su cuerpo, para morir en el impacto seco con el suelo luego de ser arrojados por el ímpetu triplicado de la furia de Toro. Mientras Los Patas Largas se divierten y ríen cuando alguno cae. Perro no pudo soportar más esa visión y se marchó horrorizado. Sus patas corrieron desbocadas y su mente revivió una y otra vez la conversación de la mañana.

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Llegó a la granja con aliento justo para despertar a los animales adultos que dormían. Habló rápido: Pidió perdón por su actitud, contó lo que había visto y explicó el «juego» de los Patas Largas, como pudo. Después de escucharlo con atención deliberaron hasta decidir escapar de esa granja. Con precisión planificaron la huida. Mamá Gallina recogió a sus Polluelos… Mamá Vaca despertó a Becerro… Para ir al mismo ritmo y ganar velocidad, los pequeños montan sobre los hombros de los grandes y fuertes. Los bachacos que conocían bien los atajos fueron los guías. Mientras los Patas Largas están ausentes, los animales caminan en silencio en la espesura de la noche. Buscan nuevos horizontes, otras tierras menos hostiles. La esperanza de alejarse de esos juegos macabros les da fuerza. La Luna se esconde para ocultar las huellas en las sombras y el viento sopla fuerte para que no se oigan sus pasos.

Ilustraciones de Rosa Boschetti

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A PATA ALZADA

CARMEN FERRO «¡ATENCIÓN!», DIJO LA perrita Ava ladrando bien fuerte, para ser oída por todos, subida en lo alto de la fuente central del patio. Ella, la favorita del dueño, es la encargada de comunicar las órdenes importantes a los demás habitantes de la granja. Solo tiene esa tarea. Así que, cuando Ava ladra, todos deben atenderla. —¡Abrid bien vuestras orejas! Tengo algo muy importante que deciros, de parte del señor Moncho, el amo y señor de todos los que aquí estamos. Presten atención al decreto, porque esto va a ser todo un reto. Escuchen en silencio y con respeto. Al fondo del patio, cerca del gallinero, las gallinas susurraban cacareos. Unas avisaban a las otras de que se hiciese el silencio.

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Ava ladró de nuevo, y cuando todos estaban atentos alrededor de la fuente, empezó el discurso diciendo: —Se nos hace saber a todos que, a partir de mañana, debemos estar en silencio y quietos, hasta que se nos diga cuando podemos movernos. —Pero eso es una tontería, ¿cómo vamos a estar quietos y en silencio, si en la granja el señor gallo nos despierta antes del día? —dijo el mayor de los cerdos apoyado en la verja de la pocilga. —Pues sí, señor puerco. Y aunque nos parezca de cuento, resulta que ahora hay humanos que vienen al campo a escuchar el silencio. Y solo toleran el canto de los pájaros. Eso sí, de los que no canten demasiado temprano. Solo de esos. Por eso nos advierten a todos, que debemos respetar su descanso, hasta que nos den permiso para ser como debemos. —Kikikí —rio el señor gallo—. Yo canto cuando debo. Así lo aprendí de mi padre, que antes lo aprendió de mi abuelo. Y si no quieren que cante que me corten el cuello, a ver luego quién fecunda los huevos del gallinero. —Sobre todo se le advierte a usted, señor gallo, que es el más madrugador. Se le ordena retrasar su reloj. A partir de ahora ya no podrá avisarnos a todos de que despunta el alba. Tendrá que esperar callado a que el dueño de la granja se lo

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ordene. Y así estaremos todos. En silencio, cada uno en nuestro sitio, hasta que se despierten los huéspedes de la casa de turismo rural. Que si los despierta el canto del gallo se molestan y protestan. »Y por si a alguno le tienta la desobediencia, tengan presente siempre, que de los ingresos de nuestro dueño depende nuestro sustento. Por eso debemos tomarnos esta orden muy en serio, de lo contrario pueden rodar cabezas. Y ya saben lo que eso significa —dejó bien claro la perrita. —Cacaracá cacá—se alborotó el gallinero—si se ponen así de bordes a ver quién pone los huevos. —Sin rechistar, señoras gallinas, dejen ya sus cacareos. Y a partir de ahora, canten solo cuando pongan huevos, y los niños de los huéspedes vendrán a recogerlos. Así estarán calentitos cuando vengan a por ellos. Y las que están incubando, que avisen cuando eclosionen los pollitos. ¡Disfrutan tanto, los niñitos! Ahora es así la vida. Esto es lo que tenemos ¡Adaptémonos! —¡Que se adapten ellos! —dijo orgulloso el señor pavo, exhibiendo el plumaje colorido de

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su cola—. Si no nos rebelamos acabaremos siendo sus esclavos. Y yo me niego. Ya es suficiente con el producto que les ofrecemos. Las ovejas, en una esquina, escuchaban sin dar crédito. Resulta que sus balidos ahora eran molestia para humanos borregos. —¡Urbanitas pretenciosos! No prestaré a mis borreguitos, para que les acaricien los rizos de lana sus lindos niñitos. Se acabaron las fotitos y los selfies con mis hijitos. —Yo balaré cuando me salga del badajo —dijo el cordero macho—, que para eso tengo los cuernos más retorcidos del barrio. Soy el patriarca de media granja. Y a mí estos no me callan. Las vacas y los terneros rumiaban sin decir ni mu. Hasta que Malú, la más vieja, abrió la boca y bramó: —Berraré cuando me salga de los cuernos. Porque tengo mala leche, y si me enfado, se me cuaja hasta el yogur. Las cabras quedaron calladas, apenas había cuatro, y les importaba un bledo las órdenes del mandatario. Siempre hacían lo que querían, no iban ahora a cambiarlo. —Entonces votemos la respuesta que vamos darle al señor. Yo solo soy la portavoz, diré lo que ustedes decidan. ¿Obedecemos o no? Que levanten la pata los que estén a favor, de obe-

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decer la orden del patrón. ¿Ni una pata alzada? ¡Concluye la reunión! Se acuerda por asamblea que no nos callarán ¡No señor! Ava abandonó su puesto de mando de un salto. Y se fue directa a casa de su amo para comunicarle lo acordado. Muy solemne, y sin mover el rabo, le dijo en cuatro ladridos bien definidos: —Muy señor mío, como portavoz de mis compañeros de la granja, le transmito la resolución acordada en asamblea, por unanimidad y a pata alzada. Le hago saber nuestra absoluta disconformidad con las órdenes recibidas. »Resumiendo, señor amo, le lamió junto al oído: Dígales a esos señores, que si vienen a disfrutar de nuestro campo, que se adapten y nos respeten. También somos seres vivos, con derechos ¡Que se enteren! Que madruguen. Que aprovechen el fresco de la mañana para airear sus pulmones, inflados de co2. Así tendrán menos tos. Que allí de donde ellos vienen, ni los perros pueden andar sin correa. Así que… ¡Ea!

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N E D R O L E A Í D L E D

FRANCISCO MOROZ EN EL ASCENSOR —No me apetece nada tener que ver de nuevo al animal del Primero-A. Menudo gallito de corral que está hecho, siempre vigilante de su corte de gallinitas a cuál más clueca y fea. —¡Claro! de tal palo tal astilla, que la madre no es ninguna joya pulida, es una ¡Co,co,cotilla! que cacarea cualquier rumor del vecindario, exagerando y adornándolo con elementos de su propia cosecha. A lo mejor “Don gallo” no quiere darse cuenta que ya tiene a la zorra dentro del gallinero. Que las hijas tampoco son unas santas. Esas sí que han sido pulidas.

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—Joé cómo os pasáis. ¿Pero qué opináis de la del Primero-C? Tampoco la perdáis de vista. —Yo la conozco como la vaca. —Pero si es flaca como sarmiento y más plana que una torta gazpachera. —La denominación se la he puesto porque tiene ¡Muuuu! mala leche la ¡Muuuu! jodía, ya sabéis, siempre sembrando discordia como buena cizañera que es. —Y además su marido le pone los cuernos con la ¡Co,co, cotilla! Del Primero A. —¡Mira! Eso no lo sabía, y mira que estoy al quite de lo que pasa en el rellano. —¿Y qué me decís de los del Segundo-D, los que viven de alquilados? —Que son una piara de cerdos de mucho cuidado, que yo creo que no saben lo que es el agua y que van dejando a su paso más rastro que una página pornográfica en un historial de internet. Gruñendo cuando se les llama la atención y berreando como gorrinos en día de matanza cuando hacen coros, con la música heavy que ponen a todo trapo y a cualquier hora. —Y dios nos libre de los del Segundo-B. Él un vago redomado que como perro que es, se pasa todo el día tumbado a la bartola o en el bar, sin mucho afán de buscar trabajo. —Y que ladra más que habla, cuando no está de acuerdo con la mayoría, creando polémicas innecesarias en las reuniones.

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—¿Y su pareja qué? Doña perfecta. Sin mácula, como la virgen María, que únicamente se relaciona con quien la reverencia y le baila el agua. Menuda perra está hecha con esas ínfulas de superioridad. Ni que fuera la condesa del “Porlosco”. —¿A esta también se la pule el del Primero-C? —Pues no te extrañe, menudo verraco en celo que está hecho ese… EN EL PORTAL —¿El del Tercero-A no trabajaba en la construcción? —¡Sí! presumía de ganar un pastizal, pero eso fue antes de la crisis. Después vino el despido y tuvo que vender el chalet adosado para venirse a vivir a este edificio. —Pues el dinero no le dio educación ni cultura. La prueba es como rebuzna el muy asno a su pobre mujer y como ignora los saludos de los vecinos en la escalera. Lo mismo que un borrico. —¡Ja, ja, ja! Eso es por la carga de la frustración que arrastra como mula. —¿Bajará hoy el patoso del Tercero-C? —¿El tartaja que no se entera de la misa la mitad? —Ese mismo, el "pato Donald". Hay que repetirle todo por activa, pasiva y perifrástica. Es un cansino de mucho cuidado que retrasa todas las

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reuniones. Siempre con sus ¿Cua, cua, cuándo hay que pagar? ¿A cua, cua, cuánto asciende la cuota? ¿Cua, cua, cuáles las causas de la derrama? —El que me mosquea es el ganso del SegundoA. —¿A quién te refieres a ese que vive solo y que tiene más pluma que un palomo cojo? —¡Ese, mismo! —Pues menudas yeguas entran en su casa, parecen modelos de pasarela. —No te fíes, también entran pavos muy vistosos. —Bueno a ver quién aparece en la reunión de vecinos hoy, que después se quejan los que menos participan después que somos pocos los que hablamos y lanzamos propuestas. —Es cierto, solo protestan en “Petit comité” como viejas del visillo. —Y ponen en entredicho lo que decidimos los demás. ¡Menuda fauna! ¡Solo saben criticar al resto! Habrá que cantarles las cuarenta algún día y dejar las cosas claritas. —Parece que baja el ascensor… —¡Hola vecinos, muy buenas tardes! ¿Qué tal todo? —¡Bien bien! —Que estábamos hablando aquí, que de hoy no pasa. O lo solucionamos ya en esta junta o esto

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se nos alarga en el tiempo. —¿A qué os referís? —A cambiar de administrador de una maldita vez. —¡Justo de lo que veníamos hablando en el ascensor! ¿Verdad? —¡Verdad, verdad! ¿Y cua, cua, cuándo le comunicamos la decisión? —Pues hombre ya iremos viendo sobre la marcha a ver quién le pone la puya al toro. —Es que menudo inútil que está hecho. Si hiciera su trabajo en vez de convocarnos a tanta reunión otro gallo nos cantaría. Por cierto ¿Qué tal su mujer y sus preciosas hijas? —Bien gracias. ¿Y a usted cómo le fue la entrevista de trabajo que tenía pendiente esta semana? —¡Shsss! Ya viene por ahí el administrador de la finca. —Hoy nos rebelamos y lo mandamos al carajo ¿Eh? —¡Mirad! Trae la misma cara de un buey gallego tirando de un carro… Mientras se va acercando, el administrador piensa: «¡Madre mía! Esta comunidad es como la granja de George Orwell. Y estos, un rebaño de cabrones dispuesto a ponerse de acuerdo para complicarme la vida. Tengo unas ganas de jubilarme para irme a vivir a la casa del pueblo. Al menos allí estaré entre borregos de verdad.» —¡Buenas tardes, señores! Veamos el orden del día.

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Mª CARMEN PÍRIZ

AL COBIJO DE LA ENCINA CON EL PASO del tiempo, llegaron eras de sequías que duraron años seguidos. Los campesinos se arruinaron en el campo. Al no poder recolectar cosechas y no ganar lo suficiente para el sustento de sus casas, las tierras fueron abandonadas. Los hombres emigraron a otros lugares de Europa a buscar trabajo para poder mantener a sus familias. Una tarde de setiembre en la que la temperatura era soportable fuimos hacia la carretera que conduce a un lugar de fábula. Nos desviamos por un camino de tierra, buscando un cortijo cuando, a lo lejos, divisamos un castillo. Hacía tiempo que me habían contado un cuento y quizá éste fuera el lugar. Al acercarnos, vimos una puerta con una verja roñosa y destartalada. Parecía un recinto deshabitado. Nos asomamos a su interior y en el patio del cortijo, vimos va-

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rios perros poco cuidados, unos patos, gallinas y unos pavos que picoteaban en el suelo. El lugar estaba muy sucio. Sentimos pena por esos animales solitarios y encerrados. De repente, uno de los perros se dirigió a nosotros: —Abrirnos la puerta que no estamos conformes con estar aquí encerrados —Se quejó de su miserable existencia. Nos contó el animal que su vida ya no era la soñada, que en tiempos de sus abuelos, los animales de allí tuvieron mejor vida. En el castillo vivía mucha gente, amos y criados, tenían mucha alegría y opulencia en este lugar. Pero llegaron otros tiempos y el lugar quedó abandonado Después de la muerte de sus dueños, los herederos dejaron de vivir en el campo y las tierras fueron descuidadas. Incluso los que vivían en el castillo dejaron de interesarse por el campo. —¿Y ahora quién se hace cargo de esto? —pregunté. —Viene un hombre cada tarde a traernos comida y agua. Pero no salimos de este patio y estamos aquí siempre aburridos. —Ya ni nos crían para ser vendidos en Navidad —dijo el pavo. Una de las gallinas que estaba en un rincón leyendo Revolución en la granja de George Orwell comentó:

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—Vamos a hacer lo que hicieron en esta granja, una revolución y si metemos ruido, nos van a escuchar. Los patitos picoteaban sin parar y al escuchar a la gallina, asistieron con su cabeza y dieron saltos de alegría gritando, cua... cua... cuaaaaa.

Entonces les dije: —Es muy buena idea, nosotros vamos a ayudaros a salir de aquí. Cuando venga ese hombre le conminaremos a que os deje salir y vosotros aprovechad la ocasión para escapar. Al poco, llegó el hombre y le preguntamos: — ¿Es usted quien les da de comer a estos animales? —¡Sí! ¡Pero esto es un desastre! Nadie, ni los

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dueños, vienen a dar de comer a estos pobres animales. Si no fuese por mí, hace ya tiempo, hubiesen desaparecido. La vida en el campo ya no es lo que era. Los nuevos dueños de este lugar viven en Madrid. Arrendaron las tierras a varios campesinos. El trabajo se hace con máquinas y ya no se utilizan animales. Antes aquí se vivía del campo y con el trabajo que éste producía muchas familias lograban el sustento. Los dueños del castillo tenían muchas criadas y se hacían muchas fiestas. Había mucha vida, muchos animales: caballos, burros, cabras, ovejas, toros, vacas, gatos... y de todos se sacaban beneficios. Hoy solo quedan estos perros, estos dos pavos, estos patos y unas pocas gallinas que están aquí solitarios y tristes. —¡Qué pena! que se haya ido la gente del lugar. —Mi abuelo Kea me contó que en otros tiempos eran muy felices. Todos los animales estaban muy alegres— rememoró uno de los perros —Salían del castillo a pasear todas las tardes con una niña que iba a por agua, montada en una burra y todos los animales iban tras ella cantando. —¡Pero hombre! estos animales quieren vivir en libertad y ellos no desean vivir aquí, siempre encerrados —le espeté—. Con que podría abrirles la puerta para que salgan a pasear campo a través de vez en cuando.

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—Pero ellos están acostumbrados a vivir así y vuelven por las noches a la casa ¡Son cómodos! Mientras les traiga su bebida y comida… —se lamentó el hombre. —Ya pero ellos preferirían otro modo de existencia, más dinámico pues no hacen sino quejarse de aburrimiento —intenté disuadirle... —¡Bah, que se vayan! De ese modo, no me veré obligado a venir a echarles de comer. Entonces veremos cómo se las arreglan. Los animalitos salieron y se fueron todos juntos hasta el borde de un riachuelo donde, había una encina muy grande. Debajo se refu-giaron y pasa-ron la noche. De día, correteaban por el campo y cuando tenían calor buscaban la sombra de la encina. —¡Vamos chicos a ver quién corre más! Vamos al río a bañarnos y, a lo mejor, hasta pescamos algún cangrejo— dijo el perro. Cuando al mediodía apretó el calor, juntos volvieron a la vieja encina. Ya no estaban solos, una piara de cerdos ibéricos comía bellotas plácidamente. El mayor de los gorrinos les dijo: —La encina es muy grande y cabemos todos, pero tengo que poner varias normas. —¿Qué normas? —preguntó el perro con curiosidad. —Tenéis que respetar el espacio y la hora del .


descanso. Y no hacer ruido... Y cuentan las crรณnicas que, de esta manera, vivieron muy contentos y felices. En libertad. Ah, y, como en todos los cuentos, comieron perdices

El que a buen รกrbol se arrima, buena sombra le cobija

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MARTA NAVARRO

UN DÍA DE LLUVIA ME TACHA LA envidia de egoísta y caprichoso ¡Menudo disparate! No lo soy en absoluto, pero se encuentra ya tan extendido ese rumor que obviaré el esfuerzo de negarlo. Ocurre que nunca conocí la timidez y quizá tomen los necios por desdén la imperturbable seguridad que me acompaña. El mundo me idolatra, es así y ¿quién soy yo para juzgarlo? Mi audacia y mi elegancia les fascina, esa rara mezcla en mi expresión entre indiferente y atenta, siempre distante y pese a ello vulnerable, tan propia de mi espíritu bohemio, de mi alma de bribón desvergonzado. Me siento en casa en cualquier parte, pero nunca en ninguna construyo mi hogar. Me hastía la rutina, no tolero lazos ni ataduras, con nadie soy

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complaciente y a nadie necesito. Sin embargo, una extrema propensión a cierta cordialidad afectuosa, un desbocado impulso hacia la calidez y la ternura, se apodera a menudo de mi corazón y eso −yo lo sé− es lo que me hace irresistible. Firme y enigmático en ocasiones, adorable e indolente en el momento justo, cuento por decenas los trucos que cual infalible conjuro utilizo para hacerme querer, acepto con honradez los regalos que la vida pone en mi camino y una sincera amistad ofrezco sin reservas a quien la necesita. A cambio de cariño −hablar de amor, tal vez resulte en mi caso excesivo− acallo entonces por un tiempo mi naturaleza indómita y, con magnanimidad, de mi preciada independencia cedo cuanto puedo. ¡Triste peaje con que el mundo por algún perverso e injusto motivo (¿extraña compensación, quizá?) castiga sin remedio a los seres superiores! Pero, no, aunque resulte imposible valorar con justicia la enormidad de mi renuncia, no me quejaré. Nunca fui desagradecido y jamás, ni aún en el más insensato de mis sueños, hubiera yo podido llegar a imaginar mejor compañera que la que me ofreció el destino. Encontrarnos fue cuestión de suerte. Tropezamos sin querer junto a una boca de metro una tarde cualquiera de invierno. Llovía.

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lBajo su pequeño paraguas arcoíris, resguardada apenas del aguacero, ella sonrió sorprendida, clavé yo con descaro mis ojos en los suyos y... simplemente sucedió. Sucedió como sucede en los cuentos: con la inmediatez, con la magia y la belleza de un flechazo inesperado. Inseparables desde el momento en que con tan impremeditada e inocente argucia cayó en mis redes, nunca ella −debo decir− ha dejado de adorarme con devoción de esclava: tolera mis ausencias, disculpa mis trastadas (incluso a veces, por increíble que resulte, juraría que le gustan), permanece atenta a todos mis deseos y así, sin sobresaltos ni preocupaciones, un día tras otro y otro y otro más, vamos dejando juntos la vida pasar. Algunas noches me ovillo mimoso en su pecho y mientras Clara, esta humana que un raro azar colocó en mi vida, rasca con mano experta y fuerza justa, siempre en el punto exacto, mis orejas peluditas −presumo de un tacto que en nada desmerece al terciopelo− yo ronroneo con deleite hasta casi quedarme dormido. Intuyo que esa pequeña zalamería mía conforta su alma, le calienta el corazón y la hace feliz ¡Y cuesta tan poco hacerla feliz! ¡Pobrecilla! Aún piensa que ella me adoptó ¡Es tan ingenua!

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LA SEÑORA CABRA PEPE DE LA TORRE —QUISIERA RETIRAR UNA onza alimenticia — dice la Señora Oveja. —Imposible —contesta, detrás de la ventanilla, el Honorable Unicornio—, en crisis alimenticia solo dispensamos Polvín. —¿Polvín? No... ¡Quiero comida de verdad! —exige la Señora Oveja. —Es el mismo alimento, pero deconstruido, facilita costes. —¿El mismo alimento? —La Señora Oveja empieza a enfurecerse—. Sé que lo mezcláis con tierra, ¡así es más rentable! —Pamplinas —contesta amablemente el Honorable Unicornio—. La estará tomando incorrectamente. Escuche: diluya una cucharada por vaso de agua, así obtendrá la papilla idónea.

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A espaldas de la Señora Oveja, en la cola de espera, el Señor Toro, detrás de la Señora Cabra, empieza a refunfuñar. —¿Por qué la dichosa oveja no acepta? —farfulla. La Señora Cabra no traga al Señor Toro, pero tiene razón, de nada sirve discutir con el Banco de Distribución y Almacenaje Alimenticio. Sin embargo, tampoco quiere darle más vueltas; su turno es inminente, después del Señor Caballo le toca. «Espero que no tarde tanto como la Señora Oveja», piensa la Señora Cabra mirándolo, el pobre parece muy nervioso y no deja de morderse la pezuña. —¡Vale! —resuelve la Señora Oveja—. Deme una microbolsa. El Honorable Unicornio apunta el pedido y aparece el Acrisolado Pegaso con una bolsita llena de un polvo color crema. —Aquí tiene. ¡El siguiente! —grita el Honorable Unicornio. El Señor Caballo se abalanza inquieto hacia la ventanilla. —Señor Caballo... —sonríe el Honorable Unicornio—, ¿qué hace aquí? Aún faltan dos semanas para su mensualidad. —Necesito otra ración... —No es posible; cada uno recibe en mensualidad lo correspondiente a sus labores. Debe trabajar más, Señor Caballo, su mensualidad es mínima.

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—Me refiero a una ración en concepto de... adelanto... —Ha agotado los adelantos correspondientes a sus siguientes tres mensualidades; lo sentimos... —¡No hay labores para mí! —explota de súbito el Señor Caballo—. Todo está mecanizado... Por favor, de équido a équido, ¡ayúdeme! El Honorable Unicornio sonríe y mira a un lateral. Entonces, aparece el poderoso e Intachable Grifo que pilla por sorpresa, y de las patas traseras, al Señor Caballo. —¡Monstruos...! —brama mientras es arrastrado hacia la salida—. ¡Ni animales mitológicos ni fantásticos! ¡Sólo monstruos...! —¡El siguiente! —grita mientras tanto el Honorable Unicornio, pero la Señora Cabra, sobresaltada viendo tal espectáculo, permanece inmóvil. —Quisiera hablar con el Director —muge el Señor Toro aprovechando el trance de la Señora Cabra y colándose. —Está reunido —responde el Honorable Unicornio. —Somos íntimos. ¡Llámalo! —Le repito que el Director, el Íntegro Minotauro, está reunido con el Jefe Superior por motivos de crisis alimenticia. —¿Jefe Superior...? —titubea el Señor Toro retrocediendo tembloroso y asustado—. Bueno. Ya... volveré.

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—¡El siguiente! —vocifera de nuevo el Unicornio. —Quisiera mi mensualidad, hoy es el día —comenta la Señora Cabra que, ahora sí, ha permanecido atenta. —¿Cuánto quiere? —Toda. —¿Toda? Señora, deje algo en depósito, si no el Banco retendrá una fracción. —Toda. —Hágame caso: saldrá ganando. —¡Toda! —corta ella groseramente. El Unicornio no insiste. —Lo que quieras... Si estás como una cabra es problema tuyo —refunfuña el Honorable Unicornio para sí mismo, aunque con el tono suficiente para que ella lo oiga. El Acrisolado Pegaso deposita dos maxibolsas y media. —Aquí tiene. —¿Sólo eso? —pregunta ella extrañada. —Ya sabe... La Retención por Totalidad va aumentando; estamos en crisis, además... —¡Vale! —corta la Señora Cabra aparentemente cansada de tener que aguantar a esta «gente». Coge sus bolsas y vira hacia la salida. «Será mejor que me vaya», piensa, «en tiempos de crisis ali-

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alimenticia una cabra debe de ser el tentempié perfecto para elJefe Superior: el Ilustre Dragón». Una vez afuera, libre de la toxicidad Bancaria, vuelve a respirar sin ningún tipo de asfixia, pero de pronto, a unos metros, ve al Señor Caballo sollozando en el suelo. Se acerca. —Señor Caballo... —dice sin saber cómo consolarle. Entonces, coge una de sus maxibolsas y se la da. Él no da crédito. Se levanta y la pilla instintivamente. —Señora... ¡Gracias! Se la devolveré, ¡lo juro! —¡Cállese! —suelta ella—, no puede devolver nada, he presenciado su trifulca, ¡dosifíquela! Al oír eso el Señor Caballo vuelve a llorar, pero ella le insta a largarse; la cercanía del Banco le aterra. Emprenden la marcha. Al poco, en dirección al Banco, se cruzan con el Señor Burro que, con una característica estaca amarrada al lomo, sostiene atada una zanahoria a la altura de su visión. —Dentro de poco todos acabaremos así —pronostica el Señor Caballo mirándolo. «Ya lo estamos», piensa ella. —¿Cómo hemos llegado a esto? —explota de pronto el Señor Caballo, deteniéndose y girándose hacia el Banco—. Antes nos labrábamos nuestro alimento, ¿se acuerda? Lo producíamos

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nosotros mismos. ¿Cuándo irrumpió este irreal submundo de falsos animales dictaminando nuestras vidas? La Señora Cabra no dice nada, aunque tampoco le apetece hablar del tema. Solo niega en señal de indiferencia. —Todo es tan surrealista... —suspira de nuevo el caballo bajando la cabeza. Ella, harta del tema y de su victimismo, reemprende la marcha rauda con la intención de dejarlo atrás. Él se da cuenta e intenta seguirla, pero está débil para hacerlo. —Señora, espéreme —dice entonces al verse rezagado. Pero ella finge no oírle. No obstante, a los pocos metros, movida por una especie de epifanía moral, se detiene y se gira. —Sabe —dice secamente—, la culpa es nuestra: es un mundo irreal, sí, pero mientras sigamos creyendo en él la sombra de desdicha que proyecta sobre nuestra realidad nunca se desvanecerá. —Se da la vuelta y continúa caminando.

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CARLA GUERRERO

A ELEGIR: REALIDAD O FANTASÍA —¡BAM! Tronó la puerta al cerrarse de golpe cuando entró el pato Lucio al granero. —¿Otra vez, Tino? ¿Esta vez «atinó?» ¡jaj! —preguntó jocosa la vaca Rosi. —¡Tantas preguntas tan tontas! —repuso enfadado Lucio, mientras se recuperaba de la reciente huida veloz que le dejó sin aliento. Tino, el hijo adolescente del granjero, encontraba sus mejores carcajadas lanzándole piedras a Lucio, para verlo correr en zigzag. Las preciosas plumas blancas brillaban al sol, dejando visualmente una estela al zigzaguear y su pico anaranjado que tenía una pequeña curva hacia la mejilla, parecía que le dibujaba una sonrisa.

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—Si sigues corriendo así no tendrás contento al jefe —advirtió escondiendo la risa el caballo. —No engordarás lo suficiente, ¿qué tal tu hígado? ¡jej! —rió el gallo. —¡Ríete ahora, que te tocará a ti en Navidad! — respondió Lucio malhumorado por las reiteradas mofas de sus compañeros. A la noche, cada animal se colocó en la parcela del granero asignada como habitación, aunque ninguno podía dormir. Sin apetito y sin demostrar el temor que le invadía, Lucio se fue al nido con su bandada. Con los ojos cerrados, le era imposible conciliar el sueño, los pinchazos de dolor cerca de su estómago no se lo permitían y cada vez le resultaba más difícil correr para esquivar las pedradas... era una realidad, la sobrealimentación le estaba haciendo estragos. Los patos jóvenes desconfiaban, mas no osaban preguntar nada. Rosi, preocupada, pensaba en inventarse bromas mejores para que su amiguito lo pasara lo mejor posible. El caballo agradecía en silencio que al jefe no le gustara su carne, aunque trabajaba muy duro, tirando del pesado carro que le enganchaban para trasladar los productos de la granja. Al gallo se le cruzaba por la mente que como era el único de su especie en aquella granja y ya tenía varios años no «le tocaría» en Navidad, como le había dicho Lucio.

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El cerdito era casi un bebé, nunca entendía las bromas de los demás y cada noche intentaba recordar cuál había sido la última que había dormido con su mamá. Las ovejas estaban tan juntas, que no se sabía dónde empezaba una o acababa otra. Sus lanosos pelajes se confundían como si de un cielo nuboso se tratara, y ellas sí que dormían serenas. Amaneció soleado, y en el prado de la granja donde los animales caminaban libremente, estaban atareados el granjero, su esposa y su hijo. —El mejor foie gras comeremos este diciembre —dijo el hombre. —Yo no quiero esa grasa asquerosa —replica Tino—, grasa de hígado de un pato enfermo ¡puaj! —Si tú lo único que haces es darle sufrimiento con tus pedradas —dice su madre. —Vosotros lo hacéis sufrir, metiéndole ese tubo largo directo al estómago con mala comida, le atravesáis por dentro del cogote sin piedad, así engorda y fabrica dentro de su hígado esa grasa amarilla que llamáis foie. Reinó un incómodo silencio por un momento, dejando los rostros serios. Un silencio absoluto, antinatural... no se oía el goteo del grifo mal cerrado, las ovejas paraliza-

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das no hacían chirriar la puerta de madera del corral; ausencia total del resoplar del caballo, o del cascabel de Rosi, la vaca; hasta el viento parecía estar de acuerdo con el muchacho, porque no movía ni una hoja. —¡Pues así será! —sentenció el granjero.

Una semana después, era notoria la cojera de Lucio en su deteriorada salud, junto con su plumaje opaco. Su organismo estaría fabricando una buena cantidad de foie... ¿manjar de los dioses? ¿exquisita comida para clientes adinerados? son solo algunas definiciones dichas por los considerados mejores chefs de los restaurantes más selectos. Definiciones que esconden su origen, que no hablan del maltrato animal; del

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dolor y malestar que cada pato o ganso sufre en el proceso de crear un capricho para el paladar que solo sirve para alimentar la vanidad humana, lejos de las necesidades de nutrición propias de la cadena alimenticia. —Otra vez ese chico molestando —protestó Rosi. —Ven aquí patito, Lucito, ¿dónde estás? Lucio lo observaba escondido hasta que Tino lo descubrió. No intentó huir, no podría, apenas daba saltitos que acompañaba abriendo sus alas como si fuese a volar para poder avanzar en cada paso. Fácilmente lo cogió Tino, y mientras el pato se retorcía abriendo su pico en silenciosa señal de súplica, ya que no podía emitir sonido con sus cuerdas vocales destrozadas por el tubo de la sobrealimentación, lo abrazó diciéndole: —Tranquilo, ayúdame a ayudarte. Era mediodía, su padre aún no volvía y su madre estaba entretenida en la cocina, tenía solo media hora para poner fin al sufrimiento del pobre Lucio de una manera digna. Montó en el caballo —quien miró interrogante al pato y este le devolvió una mirada de resignación— y galopó hasta dos granjas más al norte, donde vivía Amalia, la chica que suspiraba por Tino. Este le pidió por favor que cuidara de Lucio, que se repondría. Ella, ante la mirada

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cautivante del chico y al ver el estado lamentable del pato no pudo resistirse. Lucio quedó en buenas manos... aunque su estado era ya crítico. —No veo al pato —dijo contrariado el granjero a su esposa. —Estaba moribundo, a saber si ya no se lo comió algún zorro —contestó ella. —Nos conformaremos con el foie industrial de la ciudad.

A elegir: realidad para concienciar a los demás o fantasía, vanagloriándonos de lujos a costa del sufrimiento ajeno.

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A LA CAZA DEL "ME GUSTA" MERY PÉREZ

—RECUERDA: SUSCRÍBETE, DALE 'me gusta' y comenta —indicaba al final de su vídeo el halcón peregrino Carl, quien grababa sus hazañas y se había convertido en todo un influencer gracias a sus publicaciones. Y no fue cosa fácil para Carl llegar allí. Comenzó en las redes sociales publicando sus logros de vuelo. Un don que le fue otorgado por la naturaleza. Era capaz de alcanzar los casi cuatrocientos kilómetros por hora en vuelo vertical de picada. ¡Carl se sentía tan orgulloso de ello! —Más rápido que un Fórmula Uno —le comentó emocionado a su mejor amigo el pato Luis —. Pero eso no fue suficiente para la audiencia —agregó luego, lamentándose—. Me dijeron que publicara sobre mis pasiones y en lo que era bueno, que generara contenido de valor en esas

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áreas, que así atraería a la audiencia... Y así lo hice, amigo pato. Publiqué apasionadamente sobre el increíble vuelo con el que me premió la naturaleza y con grandiosos vídeos ilustrando mis hazañas. Pero no gané seguidores. —Sería tu seguidor, amigo Carl, si yo estuviera en las redes sociales. Me alegro de seguirte en el mundo real —le aseguró el pato Luis, a la vez que le abrazaba con afecto para confortarlo —. Pero entonces, ¿cómo es que ahora eres un destacado ínfluencer? —le interrogó algo confundido el pato. —Bueno, ya que no ganaba seguidores con mis hazañas de vuelo, me puse a ver las publicaciones de otros halcones, como el halcón mexicano Speedy. Resultó que tenía más de diez millones de seguidores y millones de 'me gusta' por publicar sus hazañas de cacería. Sabes que no me gusta la caza. De hecho mis amigos aquí son mayormente de los que cazaría… —le respondía el halcón cuando el pato le interrumpió para confirmar que Carl no era cazador. —Muy cierto, amigo, si fueras cazador me habrías cazado hace ya rato. —Y aún no me gusta la cacería, Luis. Pero me adentré a la caza. Sí, soy cazador. Está en mi naturaleza y con ello me he convertido en un gran influencer, incluso sobrepasando a Speedy, porque soy mejor cazador que él.

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Y así mis publicaciones gustan más a la audiencia. No comprendo aún porque les gusta ese tipo de contenidos, pero si así gano suscriptores, 'me gusta' y comentarios pues ¡enhorabuena! ¡bienvenidos sean! —¡Oh amigo, sé cuánto detestas la caza! Pero veo que tu amor por los 'me gusta' sobrepasa tu repudio por la cacería —agregó acongojado el pato. —Así es amigo. Vivo a la caza del 'me gusta'. ¡Y por ello hasta patos he cazado! —replicó el halcón entre avergonzado y perturbado.

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EL HORÓSCOPO SEGÚN


ESTRELLA AMARANTO

DESCUBRA el significado de cuánto te deparan los astros para este mes de enero. No pierda la oportunidad de consultar el pronóstico de los doce signos zodiacales en esta estupenda sección del horóscopo mensual, donde conocerá lo que te espera en cuestiones de amor, dinero y salud. Quiero recomendarle la conveniencia de realizar un pequeño balance de todo lo que ha vivido el año anterior para ser conscientes de las causas y conscuencias de todo lo acontecido y de acuerdo a ello trazar nuevas estrategias para el futuro. Elija su signo y no olvide que la chispa del humor estará siempre presente en el horóscopo de la vidente más sobresaliente del universo universal.

madamesantal.blogspot.com


AMOR: No te hagas (él o la) despistad@, ni te excuses con la falta de puntualidad de los autobuses y sal de tu zona de confort. No confíes en los ligues de las redes sociales, no vaya a ser que te lleves la sorpresa y tu pareja te tire de la oreja por vacilón. Sé detallista con tu chic@, e invítal@ a pasar un fin de semana en autocaravana para conocer la Toscana italiana. DINERO: Buen mes para mejorar tus ingresos pues te ofrecerán ARIES formar parte de una inversión donde tu habilidad de análisis te 21 MARZO/ producirá beneficios. Y si buscas trabajo vas a ponerte en contacto con alguien que ya tiene negocios para que te ayude. 20 ABRIL SALUD: Ándate con pies de plomo si no quieres verte hecho un eccehomo por tu cansancio acumulado. Mantente en forma y procura llevar una alimentación equilibrada o tu matasanos te producirá sueños kafkianos. AMOR: Soluciona tus desavenencias sentimentales, porque andas de picos pardos lanzando dardos a doquier. ¡Ándate con ojo que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo! Y no te disfraces de San Valentín porque te confundirán con un querubín que sabe tocar violín y tú solo tocas la pandereta cuando se te escapa una pedorreta para disimular. DINERO: Tendrás una entrada de dinero contante y sonante de una buena inversión que hiciste por navidades, eso te TAURO ayudará a subir la cuesta de febrero con reprís y buenas 21 ABRIL/ 20 MAYO copitas de anís para animarte. Pero compra una alcancía y procura que no quede vacía para lo que pueda suceder, que siempre es bueno prevenir antes que lamentarse. SALUD:Necesitas equilibrar tu actividad intelectual con la física, que te veo dando tumbos y aumentando de peso. No descuides tu salud por el trabajo. A últimos de mes, los astros predicen que puedas notar molestias musculares por pasarte tantas horas sentad@ por culpa del maldito ordenador. AMOR: Tendrás amores fugaces como pájaros audaces siempre de viaje. No prestes atención a la panda de cotillas polillas que pululan a tu alrededor para evitar caer en sus redes de pamplinas tan dañinas. En el caso de que el amor se marchite de no usarlo, ábrele la puerta y que se vaya a por tabaco. DINERO: La suerte te acompaña, de modo que sigue todo recto el camino emprendido y no mires atrás para no perder el compás. Cuidado con el ocio que te tiene enganchado como GÉMINIS a una sarta de chorizos ahumados, ya que es posible que lo 21 MAYO/ tuyo sea un derroche innecesario. 20 JUNIO SALUD: Aunque tendrás buena salud, practica algún deporte, porque aparte de ejercicios, dispone de un programa de limpieza de malos rollos. Respeta los ciclos de descanso e intenta llevar una equilibrada alimentación. Y si aún fumas, no te saltes el semáforo que está en rojo.

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CÁNCER 21 JUNIO/ 20 JULIO

AMOR: Parece que andas algo desbordad@ en el terreno sentimental, por tanto, si te sobran ligues o quieres quitarte de encima a tu novio o pareja, no le des muchas vueltas y sonríe al futuro con póliza de seguro, porque te traerá nuevas oportunidades. DINERO: Tus finanzas empezarán a crecer, pudiendo llevar a cabo ese ahorro tan deseado. Si tus ingresos están tiesos, búscate un trabajo en el extranjero que pagan más y mejor. SALUD: Debe comenzar por comer mejor. Con esta locura de temperatura a lo largo de este mes, conviene vigilar tu salud y hacerte un chequeo, porque ya sabes la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios! Recuerda la importancia de dormir.

AMOR: Sé más cariñoso con los tuyos. En cuanto a tu pareja no le avasalles con fogosidad, sé intuitiva@ y no caigas en el señuelo de los celos. Haz oídos sordos a esos comentarios que no te hacen mejor y no te vengas abajo, y menos por besugos tan tarugos. Mantente firme ¡digan, lo que digan, los demás! DINERO:Vigila tus derroches no solo de noche, porque se avecinan gastos importantes que dejan tiritando de golpe tu bolsillo sin dobladillo y evita esas compras compulsivas tan intempestivas que sueles hacer. SALUD: Si al principio se ha mostrado inestable como una veleta, parece que el resto del mes mejorará si te acostumbras a hacer ejercicio, llevar una dieta saludable y aprender unos ejercicios para relajarte antes de dormir. Necesitas vitamina C, para sentirte chipé.

VIRGO

21 AGOSTO/ 20 SEPTIEMBRE

LEO

21 JULIO/ 20 AGOSTO

AMOR: Será un mes de mucho estrés. Si alguien más llama tu atención, hay algo con tu pareja que no acaba de gustarte. Evita las discusiones, porque es preferible hablar sin gritar y sin causarte problemas. Disfruta del sexo con su pareja si todavía no tienes queja. DINERO: Para realizar con éxito esa inversión a corto plazo, debes aprender antes a gestionar de forma distinta tus finanzas y así obtendrás esos pingües beneficios sin artificios. SALUD: Tan variable como los tipos de interés, notarás cierta inestabilidad. Nada mejor que hacer caso al cuerpo para car-garte de energía y buenas vibraciones. Recuerda que no hacer nada de vez en cuando también es muy sano.

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LIBRA

21 SEPTIEMBRE/ 20 OCTUBRE

AMOR: Esa mala racha va a quedarse atrás. Acuérdate del sabio refrán: "A palabras necias oídos sordos", porque no hagas ni puto caso a los chismes. Las citas con tus pretendientes se harán más frecuentes, sorprendentes y hasta con postre especial. DINERO: Intenta evitar gastos extras, pues te surgirá un imprevisto y tendrás que romper la hucha del cerdito fosforito. Parece que la suerte te sonríe en los negocios. SALUD: Durante la primera semana es posible que te sientas agotad@, por lo que no está de más que hagas un plan de alimentación depurativa y antioxidante. Imita a la tortuga y tómate las cosas con calma. Haz ejercicio al aire libre para liberarte del estrés acumulado.

AMOR: Esa pasión anda muy alborotada... ¡Ten cuidado! No confundas el culo con las témporas ni seas rencoros@ si te hacen algo que no te sienta bien, es preferible decirle lo que te molesta y que sepa respetarte. No te vayas de la lengua contándole tus cosas personales a cualquiera o luego te caerás del susto. ¡La que avisa no es traidora! DINERO: Disfruta de tus ahorros, pero no los tires por la borda junto a la mula torda. Tus ingresos serán adecuados para disfrutar de buena solvencia. SALUD: Controla tus nervios, porque con tanta locura acumulada tu salud emocional se irá al traste. De momento la sangre aún no ha llegado al río, por lo que tu salud responde bien... pero podrías sufrir un revés si no te cuidas como debe ser.

SAGITARIO 21 NOVIEMBRE/ 20 DICIEMBRE

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ESCORPIO 21 OCTUBRE/ 20 NOVIEMBRE

AMOR: ¡Ay los celos qué cabrones son! están al acecho y te van a arrinconar como al gallo o gallina del corral... Evítalos de inmediato. Si esa persona te dejó de hablar, no permitas que se enquiste más, ya es hora de aclarar las cosas. Que el rencor no te prive de la amistad y busca ese apoyo familiar. DINERO: Tu faceta ahorradora está de buena racha, lo que te permitirá pagar las deudas y afrontar los gastos. No te fíes de los juegos de azar porque te podrán defraudar. Procura que el éxito profesional no se te suba a la chabeta. SALUD: Aún hace rasca y los cambios de temperatura no son buenos aliados para tu salud, cuyas defensas andan flojas, por lo que te aconsejo reforzarlas con buena alimentación, ejercicio moderado, descanso reparador y relax.


AMOR: Tu pareja está a punto de explotar ¡no la lleves al límite! Si las cosas con tu chic@ andan de mal en peor, evalúa si vale la pena seguir discutiendo. Deja de ser tan amable, a veces abusan de ti y no es bueno hacer el memo, aunque sea para apaciguar a las fieras. DINERO: ¡Enhorabuena! verás satisfechas todas tus CAPRICORNIO necesidades financieras. Sigue tu instinto en las finanzas, el ahorro y las inversiones... ¡Todo fluye entre almidones! 21 DICIEMBRE/ 20 ENERO SALUD: Canaliza el torrente de energía que llevas dentro, aunque no olvides cuidarte siguiendo unas pautas equilibradas con concierto de almohadas... Controla el frío y manteniendo el estrés laboral a raya, tu salud ¡inmejorable! AMOR:Puede aparecer un amor que incluso llegué a apasionarte, pero has de coger las riendas de su vida amorosa. Lo que hay con tu nueva conquista se mantendrá, pero permite que todo fluya y no le des vueltas al coco. Date el gusto de pasar un fin de semana lejos de casa y que salga el sol por donde quiera. DINERO: Se te avecinan gastos de envergadura sin armadura. Intenta encontrar nuevos ingresos, aunque sea IO del extranjero. Es probable que recibas dinero de una ayuda A C U AERRO/ 21 EN o subvención y de esta forma recuperarte algo. 20 FEBRERO SALUD: Si no cuida su estómago las cosas se pueden complicar. Ojo con tu práctica deportiva porque los excesos se pagan. Controla esos cambios que experimentas, de encontrarte bien un día a quererte morir al siguiente por culpa de tu indolencia con virulencia ¡menos mal que no produce flatulencia. AMOR: ¡Cuántos moscones a tu alrededor! criticando tu forma de ser... ¡Ignóralos! Intenta ser precavid@ con tus temas personales, que a nadie le importa si son o no amo-rales... Si un ex novi@ te busca desesperado y arrepentido, reflexiona con calma y no te precipites. Lo principal es si te apetece o no volverlo a ver, que ya sabes lo que te espera. DINERO: Por fin pagarás ese préstamo, lo que te aportará PISCIS bienestar y tranquilidad. Una persona allegada te ayudará 21 FEBRERO/ con un asunto delicado para mejorar tu negocio y que no 20 MARZO arrastre rémoras del pasado. SALUD: Tanta fatiga acumulada te genera un alto estrés. Duermes poco, no te relajas y para colmo no te pones la faja que te recomendó el terapeuta. Te veo en la cama una semana y ahora no es lo mejor que te puede pasar.

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MARGARET MITCHELL

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