El Tintero de Oro Magazine nº 8: Ray Bradbury

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MAGAZINE DE FICCIÓN

ABRIL 2020

e n i z a g Ma LA NOVELA El autor RELATOS


La segunda antología de

¡Pásatelo de cin e!


EN 4D

En realidad, para alcanzar la Felicidad solo precisamos de una sola cosa: alimentar nuestro sentido de la maravilla. No permitamos que la vida agote las enormes reservas del mismo que nuestra infancia acumuló con imaginación, sueños y juegos. Ray Bradbury, tanto su obra como su figura, son el mejor combustible para que esa llama vital nunca se nos apague. En este número os invitamos a conocer su vida y sus Crónicas Marcianas, sin duda una de las cumbres de la ciencia ficción. Para ello contamos con un montón de bradburianos como Raquel Peña, Marta Navarro, Bruno Aguilar, Javier Rodríguez I. Harolina Payano ,y los treinta relatos que han sido inspirados por esa fascinante colección de sueños marcianos. Os invito a descubrir una vida única e inspiradora, que seguro será más provechosa que cualquier libro de autoayuda. Como colofón, contamos con las siempre divertidas predicciones de nuestra Madame Santal. ¡Despegamos!

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Índice

RAY BRADBURY: MÁS ALLÁ DE LO QUE VEN NUESTROS OJOS

Un viajero de las letras en la... 9 Raquel Peña Genio y figura 14 El Tintero de Oro Yo soy Ray 22 David Rubio La receta de Ray 22 Con voz propia 23 Desde Arecibo 26 Virus y comadrejas 35

LA NOVELA

El Tintero de Oro Marta Navarro Bruno Aguilar Javier Rguez-Morán

LOS RELATOS QUE HA INSPIRADO

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El umbral del Tiempo La señal Blanco De todas las cosas que ... El marciano y el terrícola Un millón de años Volar pegados es volar Erik, ciudadano de segunda Con las botas puestas En ese país de ciegos Miedo a lo desconocido Un canto a la extinción

45 Paco López Castelao 51 Jorge Valín 59 José R. Capel 65 Beri Dugo 71 Estrella Amaranto 77 Isabel Caballero 85 María Pilar 91 Isan Isan 97 Marta Navarro 101 Barry Byrne 109 Josep Mª Panadés 115 Bruno Aguilar


Posibles consecuencias Hay un gallego en la Luna Destino Crónicas de una cuarentena Una nave espacial El arco Tafoni Migrantes del Universo Inocencia Interestelar Los marcianos vienen de ... Desde la ventana La expedición El lado oculto de la Luna El púlsar Mi séptima vida La habitación del servicio Vuelta a casa La caza

121 127 133 141 147 153 159 165 171 179 185 189 193 199 205 209 215 221

Paola Panzieri Araceli Rodríguez Mery Pérez Raquel Peña Mirna Gennaro Emerencia Alabarce Carmen Ferro Beba Pihen Carla Guerrero Mª Carmen Píriz Puri Otero Francisco Moroz Ulises Castellano Pepe de la Torre David Serrano Patxi Hinojosa Juana Medina Beatriz Vélez

ECOS DE MARTE Tierra, Marte... 225 I. Harolina Payano Tenemos el arte para... 231 Ray Bradbury

LAS PREDICCIONES DE MADAME SANTAL Diseño y maquetación: David Rubio Contacto: eltinterodeoro@hotmail.com

Atribución de autoría: Todos los relatos incluidos son propiedad de sus respectivos autores.

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MÁS ALLÁ DE LO QUE VEN NUESTROS OJOS


Bibliografía destacada

Antologías Relatos

Carnaval Negro (1947) Crónicas marcianas (1950) El hombre ilustrado (1951) Las doradas manzanas del sol (1953) El país de octubre (1955) Cuentos del futuro (1962) Las maquinarias de la alegría (1964) Cuentos espaciales (1966) Fantasmas de lo nuevo (1969) Mucho después de medianoche (1976) Memoria de crímenes (1984) Más rápido que el ojo (1996) Conduciendo a ciegas (1997) Algo más en el equipaje (2002) El signo del gato (2004) Ahora y siempre (2007) Siempre nos quedará París (2009)

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Novelas Fahrenheit 451 (1953) El vino del estío (1957) La feria de las tinieblas (1962) El árbol de las brujas (1972) La muerte es un asunto solitario (1985) Cementerio para lunáticos (1990) Sombras verdes, ballena blanca (1992) De la ceniza volverás (2001) Matemos todos a Constance (2002) El verano de la despedida (2006)


RAY BRADBURY

UN VIAJERO DE LAS LETRAS EN LA GALAXIA RAQUEL PEÑA

Su aterrizaje a la tierra LLEGÓ A LA tierra en una nave espacial un 22 de agosto de 1920, aterrizando en Waukegan. Escoge como familia terrestre, a Leonard Spaulding Bradbury y Esther Moberg. Sus padres lo llaman Raymond Douglas. La pareja establece como lugar de residencia Los Ángeles California, allí transcurrirá su vida hasta sus últimos días en la Tierra.

Su Formación Académica Ray estudió en el High School y se gradúa en 1938. Por razones económicas, para ganarse la

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vida vendía periódicos después que sale del colegio, 4 años se dedicó a esta actividad, por ello no se gradúa en la Universidad, no obstante, por su gran legado en la literatura le es concedido el título de Doctor Honoris Causa en el año 2005 por la Universidad Nacional de Irlanda en Galway. Fue un autodidacta y pasó mayor parte de su tiempo en bibliotecas públicas leyendo libros, y fue esto lo que lo impulsó a escribir.

Sus percepciones y sentimientos sobre la humanidad Se considera así mismo, un «narrador de cuentos con propósitos morales». Algo interesante en su recorrido en la tierra, me llama poderosamente la atención cuando dice: «el destino de la humanidad es recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiadores, para cumplir vencidos, contemplando el fin de la eternidad» me pregunto acaso ¿Ray fue realmente un viajero de las letras de la Galaxia? una interrogante que creo no si la única que se la haga, pues mucho lo consideran un «escritor predictor futurista». El mismo declara, que en sus obras «no he tratado hacer predicciones del futuro, solo avisos» ¿a qué avisos se refiere? Incluso cuestiona que «en su país cuando se hablaba de censura, salía a relucir su obra Fahrenheit 451 donde el

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donde el gobierno advertía que había que tener cuidado con los intelectuales y los psicólogos porque decían que tenían que leer y que no» que, por cierto, para el autor es la única obra que el considera de Ciencia Ficción desde su perspectiva, por cuanto él se describe como un escritor de fantasía.

SU MUERTE A los 91 años, un 5 de junio de 2012 parte de la Tierra a la Galaxia dejando un gran legado en la literatura.

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Son tantas las anécdotas y curiosidades de este genial autor que las dos páginas habitales se quedaban muy cortas. Así que os invitamos a descubrir hasta trece curiosidades sobre Ray Bradbury a lo largo de la revista. La primera parada nos llevará hasta Salem, donde se celebró el famoso juicio de brujas en el s. XVII...

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YO SOY RAY DAVID rUBIO LA FAMILIA DE Bradbury era como cualquier otra. Humilde, trabajadora y moderadamente feliz. No había antecedentes literarios, pero sí el suficiente amor por el pequeño Ray como para que cada día tuviera su cómic del periódico y, así, aprendiera a leer con cuatro años. Buck Rogers, John Carter, Tarzán… Su niñez (una niñez de 92 años) estuvo marcada por los cómics de los que fue un fanático. Años más tarde diría: «vivía en un estado de casi histeria esperando que el periódico que incluía el cómic golpeara mi porche todas las noches». La selva, Marte, el futuro, el universo.

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Bradbury encontró en esas aventuras algo más que entretenimiento. Encontró conceptos elevados, preguntas y, sobre todo, la fascinación como actitud frente a la vida. Ni qué decir, que ello también le hizo ser un bicho raro en el colegio. Él había abierto la ventana del universo y, frente a ello, los juegos e intereses de sus compañeros de clase se le mostraban insulsos y aburridos. Pasar de consumidor de ficción a creador de historias solo precisaba de un poquito de magia. O un chispazo de electricidad. Bradbury relata como un episodio clave en su vida cuando, con doce años, asistió a un espectáculo de feria en el que un ilusionista, Mr. Electric, le tocó con una espada y recibió una descarga de electricidad estática mientras le decía: «Vive para siempre». «Vivir para siempre». El pequeño Ray comprendió que en su mano solo había un modo de conseguirlo: escribiendo. Y desde ese momento lo hizo todos los días de su vida. Primero, de noche y en la buhardilla de su casa, nacieron historias basadas en los héroes de sus cómics, en los que Marte fue un lugar recurrente, con sus correspondientes dibujos; luego fueron rela-


tos de terror y fantasía al estilo de sus autores predilectos, Verne, H.G. Wells y, sobre todo, Poe. Hasta que una tarde recordó una escena de su niñez, una dramática situación en la que fue testigo del ahogamiento de una niña en la playa. Esa idea le llevó a un relato en el que se encontraba por primera vez con la muerte, pero también a algo más importante. Esa tarde comprendió que quería ser escritor.

El buscador de estrellas En 1934, el padre de Ray consiguió al fin un trabajo estable en una empresa de fabricación de hilo de cobre en Los Ángeles. Allí, en la cocina de la ficción del momento, descubrió que

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no era un bicho raro. En una librería encontró unos folletos publicitarios de una Asociación de Ciencia Ficción, o lo que es lo mismo ¡existían en el planeta Tierra más aficionados a ese género! Y desde luego que lo aprovechó sabiendo rodearse de amigos con sus mismas inquietudes y que, además, también se dedicarían profesionalmente a la Literatura, lo que le supuso un apoyo y guía en el mundo editorial. Aunque, todo hay que decirlo, no mucho dinero, al menos en sus inicios. 1938 fue el año en el que comenzó a publicar. Como casi todos los autores norteamericanos de entonces lo hizo en el mundo de los fanzines y las ediciones pulp —esas de bajo coste y normalmente enfocadas a historias de género—, pero no sería hasta 1942 cuando cobrara por primera vez por uno de sus relatos, El Lago. Afortunadamente, su mala visión le exoneró de servir en el ejército durante la II Guerra Mundial. Ello le permitió continuar con sus mil palabras diarias en el garaje de su casa y sus infinitas lecturas de todo tipo de entre las que debemos destacar un libro de relatos independientes pero estructurados dentro de una misma trama: Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson.


Al terminar de eer Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson me dije: «Un día quisiera escribir una novela con gente parecida, pero que transcurra en Marte». De inmediato apunté una lista de la clase de tipos que megustaría plantar en Marte, a ver qué sucedía. De Winesburg a Marte, solo necesitó un cohete

Escribió un listado de ideas, el recurso que siempre utilizaba para inspirarse, y pensó en posibles personajes, elaboró esquemas… Todo ello lo guardó en un archivo. Un archivo que luego traspapeló. Era 1944 y todavía no era el momento de Crónicas Marcianas. Antes, Ray se casaría con la única mujer con la que mantuvo una relación en toda su vida, Margaret McClure, y logró publicar una colección de relatos, Carnaval Oscuro, en una muy pequeña editorial llamada Arkham House.

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La novela que no supo que había escrito

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En junio de 1949, los Bradbury esperaban su primera hija. Entre otras cosas, ello suponía que Ray debía ganar más dinero. Así que, dejando una mujer embarazada y 40 dólares en el banco, marchó a Nueva York para intentar colocar sus relatos en una nueva antología. Pasó semanas durmiendo en modestos hoteles y visitando distintas editoriales de Manhattan, visitas que terminaban un par de minutos después de responder negativamente a una pregunta maldita: ¿ha traído una novela? Y es que, como ahora, los libros de relatos apenas se vendían. Desesperado y decepcionado, encaró la entrevista con un editor con el que, curiosa coincidencia, compartía apellido: Walter I. Bradbury. Esa iba a ser la última visita antes de regresar a Los Ángeles y, como todas las anteriores, comenzó con la consabida pregunta: ¿Ha traído una novela?. La respuesta era no, por supuesto, pero en esa visita, con el valor de quien ya no tiene nada que perder, Ray se soltó. Habló tanto que el bueno de Walter le invitó a cenar. Y en esa cena, Ray continuó, le habló de Mr. Electric, de los cómics, de Buck Rogers, del Señor de Marte, del niño que soñaba con el universo desde su


buhardilla y del que más tarde lo hacía desde el garaje. Hasta que llegó a una serie de relatos ambientados en Marte que había escrito o esbozado hacía ya años. Terminado el postre, el editor se limpió la comisura de los labios y dijo: "Creo que ya ha escrito una novela". Le propuso que ordenara esos relatos sobre Marte y estableciera un hilo conductor que uniera unos relatos con otros. Y hasta le sugirió un título: Las crónicas marcianas. Esa misma noche, la más importante de su carrera literaria, Bradbury puso la máquina de su imaginación a pleno funcionamiento. A la mañasiguiente presentó el resultado a Walter, quien, por supuesto, procedió a extender un sustancioso cheque. En otoño de ese año nació su bebé. Crónicas Marcianas lo hizo al año siguiente.

Había ensamblado y fundido todos mis perdidos y reencontrados objetos marcianos. Resultó ser un libro, no de personajes excéntricos como Winesburg, Ohio, sino una serie de ideas extrañas, nociones, fantasías y sueños que había tenido y me habían despertado a los doce años.

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Descendiente de brujas Ray Bradbury llevaba la magia en los genes. Entre sus antepasados podemos encontrar a Mary Bradbury, una de las brujas enjuiciadas en Salem, en la antigua colonia británica de Massachusetts, en la segunda mitad del s. XVII. De ella se llegó a denunciar que atormentó a un niño, que podía tomar la forma de un jabalí azul y hasta que embrujó un barco. Afortunadamente, pudo librarse de la ejecución y morir con 85 años de manera natural. Eso sí, dejó una descendencia considerable. Nada menos que once hijos. De sus padres, Ray heredaría otra pasión,,,

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LA NOVELA


LA RECETA DE CONSEJOS DE ESCRITURA

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1. Comienza por los cuentos cortos. Una novela lleva demasiado tiempo. 2. Ama a tus autores favoritos, pero no los imites. 3. No muestres lo obvio, proveéte de metáforas y basa en ellas tu relato. 4. Haz listas sobre lo que amas, odias, temes, ansias. Las historias saldrán cuando combines unas con otras. 5. Enamórate del cine o del cómic, conseguirán que tu escritura sea más visual. 6. Escribe por diversión y solo lo que a ti te gustaría leer. Si se convierte en algo serio, déjalo. 7. Déjate llevar por la escritura. No pienses. Al cabo de un par de hojas comenzará a salir tu relato.


CON VOZ PROPIA MARTA NAVARRO

Cuando no se puede tener la realidad, bastan los sueños CLÁSICO POR EXCELENCIA de la ciencia ficción, Crónicas marcianas es un conjunto de relatos, publicados primero de manera independiente y unificados luego en 1950 a modo de novela, con el que Ray Bradbury narra las primeras invasiones terrestres a Marte y la posterior colonización del planeta.

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Sin seguir una línea argumental definida, con historias autoconclusivas y muy puntuales referencias comunes entre los relatos, la narración aborda los veintisiete años comprendidos entre 1999 y 2026, periodo durante el cual se produce la colonización. Construye así Bradbury un mundo de ficción teñido de pesimismo e ironía con el que nos incita a reflexionar sobre temas como la soledad, el miedo a lo desconocido, la muerte, la guerra, la ambición, el egoísmo... y bajo el que late una aguda crítica hacia los avances tecnológicos y la deriva que parece haber tomado la humanidad. Hay que tener en cuenta en ese sentido el contexto en que fueron escritos estos relatos, pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial y bajo la amenaza cierta de una posible catástrofe nuclear. De ahí la idea de una civilización que se extingue y busca refugio en otro planeta. Predomina en todos los cuentos un tono melancólico, muy poético por momentos y cierta sensación de decadencia. Todos revelan también la preocupación del autor por el futuro, su desengaño presente y el anhelo, quizás, de una vida más sencilla alejada de la modernidad.


Bradbury coloca al ser humano ante un espejo y lo enfrenta a sus miserias, a su pequeñez e impulso autodestructivo, ofreciendo con ello una visión muy oscura de su naturaleza, cargada de amargura y desconfianza, que trata sin embargo de aligerar con escogidas y brillantes pinceladas de humor negro y algunos cómicos malentendidos. Pese a su sencillez estructural, el mensaje de fondo de todos los relatos es muy profundo, sutil en muchos de ellos y claramente desencantado. Obra turbadora en su conjunto, repleta de poesía y de misterio, con descripciones de gran belleza que dan un tono muy especial al paisaje y a la atmósfera de Marte y una crítica apenas

Ilustración: Oscar Sanmartín Vargas

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encubierta hacia el materialismo y el aislamiento tecnológico a que parece abocado el ser humano (gran visionario Bradbury en este aspecto) que quizá requiera una lectura entre líneas pero que fácilmente se advierte tras ellas.

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Desde Arecibo BRUNO AGUILAR MI PRIMER CONTACTO con Crónicas marcianas lo tuve cursando la EGB, allá por el año 92. Una de las lecturas obligatorias en la asignatura de Literatura –¿Lengua, tal vez?–, era un pequeño recopilatorio llamado Antología del cuento literario, calzada adoquinada con una escogida selección de textos que facilitaba el viaje a través de la historia del cuento literario de los siglos XIX y XX; veinticinco autores para veinticinco títulos con el loable fin de devolver al menospreciado cuento al lugar que le corres-

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pondía entre los grandes géneros de la literatura. Y allí, entre Galdós y Borges, arropado por Poe, Wilde y Cortázar, se encontraba Los largos años, uno de los últimos capítulos de estas Crónicas marcianas de Bradbury. Mi interés por la ciencia ficción venía de lejos. Julio Verne siempre inspiró mis proyectos nunca concluidos y con la obra cinematográfica de George Lucas, apoyada por la lectura de los tebeos del héroe galáctico español Diego Valor –gracias papá–, descubrí el género que se conoce como space opera. Pero Bradbury nada tenía que ver con la prosa fría y científica de Verne, ni con las asombrosas aventuras hechas de espectaculares batallas espaciales, rayos láser y, por supuesto, carismáticos héroes y villanos. No. Bradbury se centraba en la pequeñita figura del hombre, haciéndose eco de las contadas virtudes y los muchos defectos que tan característicos son de la raza humana. Los largos años hablaba de una casa de piedra levantada sobre una colina de Marte, de una ciudad terrícola abandonada y a punto del desplome, y de un pueblo marciano de cincuenta siglos por el que no pasaba el tiempo. Y de una guerra, la Gran Guerra, que en la Tierra .


duraba ya veinte años. Qué había ocurrido en Marte antes de los hechos narrados en aquellas pocas páginas era todo un misterio para el lector; tampoco importaba cuál sería el destino del planeta rojo, pues ni pasado ni futuro tenía especial relevancia para la tragedia protagonizada por el señor Hathaway y su silenciosa familia, tratando el autor la historia mil veces contada de sueños rotos, espera y culpa. Crónicas marcianas es uno de esos libros cuya lectura queda en suspenso sin razón alguna –me ocurrió con el Quijote y me sigue pasando con Cien años de soledad–, y aunque la historia del señor Hathaway siempre permaneció en mi recuerdo, tuvieron que pasar muchos años hasta que el libro cayó en mis manos en formado bolsillo, afianzando su lectura la peregrina idea

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que ya me asaltara con Los largos años; para Bradbury, el escenario marciano es poco más que una anécdota pues, aunque estas crónicas tratan de la colonización terrícola del planeta rojo y de sus nefastas consecuencias, el fin último del autor no es otro que elaborar un compendio de lo que ha supuesto la odisea humana para nuestra Historia. Y así, a través de veinticinco capítulos que pueden ser abordados de manera independiente pues son en sí mismos relatos completos, Bradbury nos invita a ser testigos del miedo de los nativos hacia los colonizadores, a los que se enfrentan en la medida de sus posibilidades; de la extinción de toda una raza a causa de las enfermedades exportadas, como ya ocurriera con la viruela, el sarampión y la gripe durante la conquista de América y sigue ocurriendo en las tribus aisladas del Amazonas; del odio racista y del poder que pueden alcanzar las minorías cuando hacen suya la máxima «La unión hace la fuerza»; del desprecio del colonizador hacia las culturas heredadas y que es incapaz de asimilar a causa de su cortedad de mente, desidia o simple y pura ambición, y de la lucha de unos pocos por defenderlas, hasta las últimas consecuencias.


En Crónicas marcianas también hay un rincón para el extremismo ideológico. En el futuro imaginado por Bradbury, los integrantes de Climas Morales, por miedo al pensamiento creativo, modelarán el arte y la literatura a su antojo hasta transformarlo en un producto sin vida ni sabor, inofensivo, destruyendo cualquier tipo de manifestación. Contra este radicalismo se sublevará el señor Stendahl, que con ayuda de Pike – maestro del disfraz muy superior a Lon Chaney, el apodado «Hombre de las mil caras»–, levantará en suelo marciano la Casa Usher, habitándola con toda suerte de fantásticos y monstruosos personajes que harán pagar a los representantes de Climas Morales en el planeta por lo que su extremismo le hizo a la memoria de Poe y de tantos otros autores responsables todos ellos de nuestro legado creativo. El hombre llegará a Marte como lo ha hecho toda su vida, langosta implacable que destroza cuanto extraño encuentra a su paso hasta darle una forma familiar; contaminando con su cultura plástica, perecedera e insustancial la esencia marciana hecha de columnas de cristal, plata labrada y abejas zumbantes. Y cuando ya no queda más que disfrutar del paraíso que no se

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han ganado, la Gran Guerra estallará en la Tierra, y los colonos –cinco años son pocos para hacer olvidar las raíces–, marcharán en tromba dejando tras de sí un mundo yermo. Solo unos pocos quedarán en el planeta rojo, ocultos a los ojos del planeta madre. La nueva raza marciana se esforzará por olvidar el modo erróneo de vivir de la vieja Tierra hecho de leyes insensatas, prejuicios, guerras y máquinas innecesarias, pues solo así podrá disfrutar de un picnic de un millón de años.

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Loco por el cine

El nombre completo de Bradbury era Ray Douglas Bradbury. El Douglas era un homenaje a al actor Douglas Fairbanks, el galán que interpretó por primera vez a Robin Hood. Esa pasión paterna desde luego que también la heredó desde que viera El jorobado de Nôtre Dame interpretado por Lon Chaney. Llegó a ser un experto colándose en los cines de pago y amortizó las proyecciones gratuitas a base de bien. Viviendo en Los Ángeles se plantaba frente a los estudios de la Paramount o Columbia para cazar autógrafos de las estrellas de la época... ¡Sabía hasta el restaurante en el que cenaban cada viernes Cary Grant o Marlene Dietrich. Siempre dijo que su favorita de siempre fue Fantasía de Walt Disney con quien...

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VIRUS Y COMADREJAS JAVIER RODRÍGUEZ-MORÁN

Solo hay personas menos jóvenes que otras; esto es todo.

Simone de Beauvoir

ESTA EDICIÓN DE El Tintero de Oro», será recordada, tanto por la calidad de los relatos participantes, como por la coincidencia con la pandemia global de la COVID-19. En el momento que escribo este artículo, ya se sabe mucho sobre las consecuencias aversivas de esta enfermedad y muy poco del posible cau-

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causante de la misma: un virus similar a otros de su misma familia, «Los Coronavirus» y bastante más depredador que sus parientes, «Los SARSCov», (nomenclatura evocadora de contextos literarios y fílmicos relacionados con la mafia). Una situación como la descrita, peligro máximo y desconocimiento de la causa que origina esa situación, constituyen algunos de los ingredientes básicos que conforman las historias y los cuentos de Ray Bradbury. Hago un inciso para aplicar un criterio que permita una identificación fácil del género literario que se está tratando. Según Orson Scott Card, y sin entrar en más profundidades se admite que:: «Si la historia está situada en un universo que sigue las mismas reglas que el nuestro, es ciencia-ficción. Si está situada en un universo que no sigue nuestras reglas, es fantasía. O, en otras palabras, la ciencia-ficción trata sobre lo que podría ser pero no es, mientras la fantasía trata sobre lo que no podría ser.»

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En las Crónicas Marcianas, Bradbury cuenta, como las tres primeras expediciones de la Tierra, llevaron a Marte el virus de la varicela con sus toses y estornudos. El resultado fue el exterminio de la población marciana, aunque bien es verdad que alguien quedó inmune para su desgracia. Eso ya es otra parte de la historia que no vamos a tocar, aunque haciendo un resumen precipitado podríamos concluir que las Crónicas marcianas son la historia de un proceso de colonización con exterminio de la población primitiva. Difícil resultaría clasificar la obra del genial Bradbury, con los parámetros descritos. Así que será el propio autor quien resuelva el dilema:

«No soy un escritor de ciencia ficción. Todos mis libros son de fantasía». Aclarado el primer punto, ya de vuelta a la extraña realidad conformada por el escenario que plantea la actividad del SARS-CoV-2, se puede apreciar cómo el comportamiento humano resulta más complejo que cualquier virus. Cuando un estado de ambigüedad y desconocimiento muy prolongado llega a ser insoporta-

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ble, los humanos recurren a los símbolos en busca de sentido a lo incomprensible e inexplicable. Esto incluye al lenguaje, donde es decisivo el dominio de la palabra y su significado. La irrupción del supercontagiador coronavirus, además de las neumonías y muertes inesperadas, trajo a primer plano un nuevo catálogo de «palabras-comadreja», según la propuesta de F. Hayek por observación de tales mustélidos. Parece que las comadrejas succionan los huevos sin romper la cáscara. Al vaciar de contenido algunas palabras o expresiones, se estarían creando palabras-comadreja que pueden significar cualquier cosa, con independencia de su armadura exterior. Si a esta perversión del lenguaje le añadimos el manejo de la estadística tal como la prefería Winston Churchill, —«la estadística convenientemente torturada confiesa los datos que necesitas»—, obtenemos dos variables y ejes como conceptos en oposición y excluyentes : joven/viejo. Tan es así, que el uso de alguna de estas palabras-comadreja ha dado lugar a declaraciones llamativas con el fin de justificar acciones para la «guerra» contra el virus, un ejemplo: «Más que la distancia social generalizada, más que


hacer pruebas, pruebas y pruebas, (lo más importante) es separar a los adultos mayores de los más jóvenes».(Naftalí Bennet-Ministro de Defensa Israelí, 48 años de edad) Inciso de comparación, para aplicar la palabracomadreja «mayor o joven» : La edad tope de la jubilación fue ideada por Bismarck en 1881. La expectativa de vida era de 47 años en Alemania, uno de los países más poderosos en el mundo en aquel momento. En esto radica la diferencia que define al genio humanista de Bradbury, en oposición al nuevo lenguaje comadreja que también podría llamar se «parparés», por referencia al parpar o cuac-cuac del pato, que siempre suena igual. En toda la obra de Ray Bradbury está presente la idea de lo joven, de lo nuevo y de lo viejo, del cambio o el declive. Hay un aspecto fundamental

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que la distingue, esos conceptos solo son los dos polos de una variable única: la vida. En las Crónicas marcianas, Bradbury dedica a los viejos un capítulo entero señalando el año 2005 como fecha en la que transcurriría la acción. Es un microrrelato de 95 palabras:

LOS VIEJOS ¿Y no era natural que al fin llegaran los viejos a Marte, siguiendo los pasos de los ruidosos exploradores, de la gente sofisticada y aromática, de los viajeros profesionales y de los conferenciantes románticos en busca de nuevos temas? Pues sí, los viejos secos y crujientes, los que se pasaban el tiempo escuchándose los corazones, tomándose el pulso y llevándose cucharadas de jarabe a la boca torcida, los que en noviembre iban en autobús a California y en abril embarcaban para Italia en tercera, las pasas de uva, las momias, llegaron al fin a Marte… Ray Bradbury, Crónicas Marcianas

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A partir de ese momento en numerosas ocasiones en la obra de Ray Bradbury es constante la expresión de esa única existencia con dos polos. En ocasiones adquiere gran intensidad


dramática como en el relato Llamada nocturna: un hombre de ochenta años, abandonado en Marte hacía ya sesenta, recibe una llamada en la que no reconoce la voz. Poco a poco va descubriendo que es su propia voz que dejó programada en un artefacto (¿cerebro?) cuando era joven. A partir de ahí se desencadena una vertiginosa acción. Joven, viejo buscándose en la única persona. De colofón, una maravillosa escena para ilustrar lo dicho:

El padre y Will están sentados en el porche, y el pequeño dice: «A veces, a medianoche, te oigo sollozar. Ojalá pudiera hacerte feliz». El padre responde: «Dime que viviré siempre». Ray Bradbury, La feria de las tinieblas

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Urbanista frutrado

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En 1964, el Gobierno norteamericano lo contrató como asesor en el diseño de la Feria Mundial de Nueva York. Tras ello recibiría encargos para la planificación de centro comerciales y un proyecto fascinante de su amigo Walt Disney. Epcot, la ciudad del futuro. Una idea que pretendía servir de modelo para «encontrar soluciones a nuestras ciudades dirigidas a la felicidad de los habitantes». ¡Preveía incluso el control del clima! Al final, no llegó a cuajar y se quedó en una esfera geodésica bautizada como Nave espacial Tierra y un carrusel futurista llamado Orbitrón. Si se concretaría el futurista centro comercial Horton Plaza de San Diego en los años 70. Visto este proyecto futurista, es curioso que...

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LOS RELATOS 30 RELATOS INSPIRADOS EN CRÓNICAS MARCIANAS


¡ÚLTIMA EDICIÓN DE LA TEMPORADA!

XXII EDICIÓN LEWIS CARROLL

Participa con un relato de Fantasía: 900 palabras como máximo Publícalo en tu blog en mayo. Comparte el enlace en el blog El Tintero de Oro, del 15/5/20 al 31/5/20.


pACO PACO LÓPEZ LÓPEZ CASTELAO CASTELAO NICOLÁS VILLAMAÑE DECIDIÓ entrar en la forja en ruinas, donde su difunto abuelo Constante había trabajado hacía más de 50 años. Se quedó paralizado, física y mentalmente. Mudo de asombro, miraba a su alrededor con ojos alucinados. Todo estaba como lo recordaba de niño. Las paredes tiznadas, las oscuras vigas, los bancos de madera, el fuego en la fragua, las herramientas del abuelo sobre la robusta mesa de roble… En un almanaque, colgado en la pared, aparecía la leyenda «Ultramarinos Alejandro», recubierta por una capa de hollín. La hoja del mes, sin embargo, lucía inmaculada, y correspondía a julio del año 1960. Nicolás hizo memoria y recordó que la tienda de Alejandro había cerrado a finales de los años setenta.

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A través de una pequeña ventana, el sol de aquel verano remoto se abría paso entre las sombras dominantes. Nicolás trató de ir hacia ella, pero sus piernas se negaron a obedecerle. En ese preciso instante, presintió que alguien más se acercaba. Y también supo, con irracional certeza, que nada bueno le podía suceder si ese alguien lo encontraba allí, en aquel lugar y en aquel tiempo, sobre todo en aquel tiempo. Presa de un terror angustioso, retrocedió a trompicones, y salió al exterior. Boqueando como un pez fuera del agua, con el corazón al galope, Nicolás derramó lágrimas de inmenso alivio al reencontrarse de nuevo con su querido mundo del año 2020, que, por un momento, había creído perdido para siempre. Momentos después, la extraña aventura vivida se había reducido a una nebulosa pesadilla. Al día siguiente, aproximadamente a la misma hora, regresó a la casa en ruinas, y se sentó sobre la hojarasca de la entrada, sin atreverse, de momento, a penetrar en su interior. A las 18:47 comenzó a rememorar con claridad lo sucedido el día anterior. Unos minutos más tarde, retornó aquella especie de bruma mental difuminando sus recuerdos. Eran las 19:14.


Esperó un tiempo prudencial, antes de levantarse y traspasar el umbral de la puerta. No sucedió nada extraño. Al otro lado del dintel en forma de media luna solo había lo que realmente se veía desde fuera: muros derruidos, cubiertos de hiedra y zarzas. De las historias y películas de ciencia ficción, había aprendido que los viajes en el tiempo acostumbraban a regirse por un determinado patrón. H. G. Wells, Ray Bradbury y Stephen King, entre otros, resultaron unos maestros muy aleccionadores. Sacó un cuaderno y comenzó a escribir. REGLA 1: La puerta hacia la dimensión paralela se abre, aproximadamente, entre las 18:47 y las 19:13. Perduración: se repite duran-te ¿¿2, 4, 6...?? días. Periodicidad: se repite cada ¿¿60 años?? REGLA 2: Más allá del umbral, el tiempo transcurría con una casi inapreciable ralentización; suficiente, en cualquier caso, para acumular un retraso de 60 años a lo largo de varios millones.

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REGLA 3: Al atravesar la puerta y detenerse, Regla 3: inmovilizado Al atravesar la y detenerse, quedaba y puerta solo podía volver quedaba inmovilizado y solo podía volver sobre sobre sus pasos, nunca caminar hacia delante. sus pasos, nunca caminar hacia delante. Acudió, de nuevo, al otro día. A las 18 horas, 50 minutos y 47 segundos, cruzó bajo el pétreo dintel, y una vez dentro, trató de seguir caminando. Logró dar tres pasos, antes de que una fuerza irresistible le impidiera continuar avanzando. Nicolás desenfundó la cámara, y se dispuso a grabar. El icono de la batería parpadeó y la pantalla quedó en negro. REGLA 4: Imposible grabar el pasado. El abuelo Constante ensamblaba un juguete de madera. Se trataba de un carro al que antaño se uncía una yunta de bueyes. Su familiar chirrido era la melodía rural por excelencia. REGLA 5: La gente del pasado no podía verlo. El viejo rayo de sol trazaba una senda oblicua por la que iban llegando los olvidados sonidos

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del campo; trinos gozosos, voces apagadas, cencerros cantarines, el murmullo de un viento perdido… Aquel carro le resultaba familiar. Contemplándolo, Nicolás Villamañe olvidó el transcurrir del tiempo. Su reloj marcaba las 19.17 Sufrió un violento sobresalto e intentó retroceder sobre sus pasos. El empeño resultó baldío. Sus pies eran dos planchas de plomo atornilladas al suelo de madera. La puerta se había cerrado. En ese momento, comenzó a oír pasos que se aproximaban ascendiendo los tres escalones de la entrada. Nicolás pensó en una mosca, atrapada en la tela y a merced de la araña hambrienta. La puerta de castaño se abrió a sus espaldas. La imagen del visitante apareció reflejada en el espejo del fondo. Nicolás lo reconoció al instante, y entonces lo comprendió todo. No tuvo tiempo para pensar nada más. El recién llegado lo atravesó limpiamente en su camino hacia el abuelo y el carro. A Nicolás Villamañe le pareció ser alcanzado de lleno por un rayo de tormenta. Sintió un terrible calor y luego un frío infinito, mientras todo su cuerpo, la totalidad de su ser, se desmoronaba en un estallido de luz blanca, y

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luego giraba vertiginoso en un remolino de negrura. Después, solo una profunda calma, el vacío y la nada. REGLA 6: ......... _

Ese mismo día, 2 de julio del año 1960, una media hora más tarde, un niño pequeño bajaba por el camino hacia el pueblo tirando de su carrito de madera atado con una cuerda. Ignoraba, afortunadamente, que, seis décadas después, entraría en la forja en ruinas del abuelo, atravesaría tres veces el umbral bajo el dintel con forma de media luna, y el tercer día desaparecería de manera inexplicable, sin dejar rastro.

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JORGE JORGE VALÍN VALÍN LLEGÓ HACE 35 años, faltaban 12 para que yo naciera. Marcó a toda una generación y terminaría por determinar mi vocación cuando era niña. El acontecimiento supuso un punto de inflexión en la historia de la raza humana, la primera prueba irrefutable de inteligencia extraterrestre. La Señal se recibió en todas las estaciones del planeta capaces de rastrear ondas electromagnéticas procedentes del espacio. La secuencia inicial se repitió cíclicamente durante casi un mes, un intento por establecer un marco de comunicación que pudiera servir de base para el entendimiento entre las dos partes. No fue difícil descifrarla, las similitudes con nuestros estándares lingüísticos eran asombrosas. Después llegó la segunda secuencia. Transmitía unas coordenadas que fijaban un punto en el sistema Sirio, el mismo origen que

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habíamos detectado, a poco más de ocho años luz de la Tierra; tan cerca que hasta la supuesta civilización podrían haber llegado nuestras propias señales tecnológicas. El por qué no habíamos detectado las suyas era una incógnita. Pero fue la tercera secuencia la que hizo que se nos abriera un horizonte de posibilidades insospechadas. Nos regalaban los planos de una cápsula equipada con un motor de curvatura, capaz de deformar el espacio-tiempo de manera que la nave se mantuviese estática en el espacio y fuera este último el que se moviese, del mismo modo que un surfista cabalga sobre la cresta de una ola. La energía era suministrada mediante un sofisticado generador de antimateria. El viaje espacial por encima de la velocidad de la luz se hacía posible, un sueño que hasta ese momento solo era una elucubración teórica. Parecía claro que nos invitaban a visitarlos, mas, si los alienígenas podían desarrollar semejantes prodigios ¿Por qué no venían ellos a nuestro encuentro? ¿O tal vez ya estaban entre nosotros? Al principio las potencias trataron de aunar esfuerzos en la construcción del dispositivo, pero enseguida la desconfianza mutua consiguió


que cada una compitiera con las demás en una nueva versión de la Guerra Fría. Los parámetros de funcionamiento del propulsor no llegaron a entenderse en su totalidad, aunque las instrucciones bastaban para fabricarlo. La nave sólo podía transportar un tripulante. Demasiado tarde sabría que alguien desde muy arriba movió los hilos para que fuese yo la elegida. También que eso contestaba la segunda de las preguntas. Partí en agosto de 2069.

Se me brindó una despedida multitudinaria con la esperanza de regresar con noticias en

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poco tiempo, para mayor gloria de la Nación. Tenía por delante cinco días de viaje. Las ganas de llegar se aunaban al contradictorio deseo de no hacerlo. Al fin, cuando el ordenador detectó que el destino estaba próximo detuvo el impulso a una distancia prudencial, para continuar con una aproximación sub-lumínica. En el lugar marcado había un planeta. A medida que me acercaba pude ver una superficie azul de mares y continentes, semejante a mi añorada Tierra. Los parámetros físicos también eran similares. Sin duda se trataba de un mundo gemelo, pero me alarmó no detectar ninguna emisión electromagnética que pudiera desvelar vida inteligente avanzada. Nada salvo una señal intermitente a modo de radiobaliza, que procedía de un punto central del globo. Dirigí la nave hacia allí. Según sobrevolaba el planeta, me embargó la mayor de las angustias. Una sucesión de ciudades en ruinas desfilaba bajo mi lanzadera, alguna civilización había sucumbido a un desastre natural o a su propia irresponsabilidad. Conseguí descender en un claro próximo al origen de la transmisión. El lugar estaba rodeado de abundante vegetación y me acunaban trinos similares a los de nuestros


pájaros. Desabroché la escafandra y pude respirar un aire limpio que sabía a libertad. Rastreé la señal hasta dar con una choza rústica, un indicio de vida inteligente entre tanto abandono. Entré con la incertidumbre atenazándome. Al fondo de la única estancia estaba sentado un ser antropomorfo. Me detuve en el umbral, temerosa. Sus líneas eran perfectas, porte atlético y musculado, rostro anguloso perfilado por una barba recortada y el cabello largo hasta los hombros. Parecía la imagen de un Dios encarnado. Me miró tras sus ojos azules y el modo en que sonrió rebajó mis reticencias. —Hace mucho que te esperaba —habló en perfecto inglés. —¿Quién eres? —El Creador me puso aquí. —¿Qué lugar es este? Debería encontrar una sociedad desarrollada, pero no

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hay más que ruinas. —La hora de los que habitaban este mundo pasó hace mucho. —¿Una guerra, un cataclismo? ¿Qué ocurrió a los habitantes de Sirio? —No es ahí donde te hallas. Según la dirección y grado de curvatura, se puede viajar en el espacio… —¡…O en el tiempo! —exclamé horrorizada— ¿Pero la señal…? —No fue más que un señuelo. Su origen era Sirio, mas no el final de tu viaje. —¿Entonces es una advertencia, vas a darme la clave para corregir este futuro? —supliqué. —Ya no hay remedio para la humanidad. Ni en la última prueba habéis conseguido trabajar unidos. El Creador asume su error como un fracaso propio. Se levantó y dejó resbalar hasta sus pies la túnica que lo cubría, mostrándome su desnudez sin pudor alguno. —Él me anunció tu llegada. Dijo que sería una mujer pura, sin la artificialidad genética que mancha mi cuerpo. Insistió en que vendrías de manera voluntaria. Y estás aquí.

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Comenzó a caminar hacia mí. Extrañamente, no sentí ningún miedo. —Me llamo Adán. A partir de hoy tu nombre será Eva. ¿Comprendes, ahora, el destino que nos ha reservado el Creador?

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¿La tecnología? ¡Para otros!

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Bradbury decía que no escribía para predecir el futuro, sino para evitarlo. Nunca tuvo especial interés en los avances tecnológicos. Jamás aprendió a conducir, odiaba los coches. También tenía pavor a los aviones y no se montón en uno hasta los sesenta años. Repudiaba Internet que, para él, era algo carente de significado y una gran distracción. A los ebooks tampoco les tenía en especial consideración. Para él olían a gasolina quemada y se negó a que sus obras fueran publicadas en digital hasta que le amenazaron las editoriales. No obstante, sí predijo en sus relatos artefactos como los auriculares de los móviles o las televisiones de pantalla plana. La tecnología no era santo de su devoción, todo lo contrario que los…

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JOSÉ R. CAPEL A PRINCIPIOS DEL año 2190 y tras dos años viajando por nuestra galaxia, la nave Camila 33 alcanzó Mielguris, un planeta oculto, descubierto en 2157 y a una distancia cercana, menos de la mitad de una unidad astronómica. La alegría de su avistamiento duró lo mismo que el terrible descenso. Se perdió momentáneamente el contacto con la nave y aunque, gracias a la pericia de sus tripulantes, se consiguió evitar la colisión con una primera elevación de hielo, no pudieron salvar la segunda, que destruyó el sistema de maniobra orbital y el motor principal. En la nave viajaban siete humanos y dos androides.

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Once de noviembre de 2190

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Han pasado trescientas noches desde que ocurrió el accidente, trescientos días encerrado en los restos de esta nave que nos cobija de un entorno hostil. Soy el último superviviente humano. Tan solo quedamos Patty 3Z y yo. El resto de la tripulación ha fallecido paulatinamente, como la esperanza, con estertores que oscurecen un futuro inexistente. Hace tiempo que hemos perdido las ganas de luchar contra un rival invisible. Estoy racionando las pastillas liofilizadas con sabor a hamburguesa o guacamole. La bebida se ha agotado, a excepción de una botella de whisky que conservo para celebrar el improbable día que acabe esta pesadilla y, a pesar de la desgracia de estar rodeado de nieve, esta me sirve para calmar la sed. Patty 3Z se preocupa de dosificar el anticongelante y el aceite. No sé si la programaron para soportar la soledad. Dicen que los androides carecen de sentimientos, pero durante todo este tiempo Patty 3Z ha sido una compañera ideal. Diría que de sus entrañas cableadas surgen chispazos de nostalgia, tristeza e, incluso, en algunos momentos, alegría. No hemos visto el lejano sol desde que nos estrellamos, tan solo la enorme llanura blanca que nos rodea, sin horizonte, fundida con un


cielo plomizo que jamás cambia de color. La bandera de nuestro país, estúpido símbolo patrio de un orgullo que jamás sentí, y el tronco ennegrecido de un árbol, sirven de puntos de referencia. Vincent, el último humano en fallecer, dejó su alma colgada de una de las ramas. No puedo borrar la imagen de su cuerpo oscilando como un péndulo, con un movimiento armonioso y desafiando la quietud del caos. Algunos días, un ave de enormes alas y cabeza de saurio sobrevuela nuestra desdicha y se posa en esa misma rama. Paradójicamente, esa especie de pájaro y el tronco abrasado son los únicos signos de vida en este desierto helado. Somos conscientes de nuestro próximo final y parece que ese Dios que no encontramos entre lunas y planetas ha desplegado una enorme cortina gris que oculta los confines de este inhóspito lugar.

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Únicamente funciona el reproductor de música. Cada día se suceden melodías de hace años que transforman mi desesperación en melancolía. Se amontonan recuerdos, imágenes de días felices, mientras los acordes, ajenos a nuestra desgracia, se pierden entre el vacío de nuestra soledad. Con la cadencia de esos ritmos monótonos, me quedo absorto contemplando el paisaje a través de la ventana panorámica. Patty3z acerca su mano y acaricia la mía, sin apartar la vista de la blancura cegadora e infinita. Yo no acabo de comprender cómo su red neuronal, casi una conciencia artificial, consigue esa extraña sensibilidad. Su aspecto físico no difiere en nada al mío. Tal vez en otro momento y en otro lugar hubiéramos llegado a mantener una relación imposible. Para mi desgracia, sé que antes de que llegué la hora de mi desaparición deberé desconectarla, evitando que toda la información, todo el aprendizaje almacenado, pueda ser utilizado por otros seres de este o cualquier otro planeta habitable. La pasada noche no dormí demasiado. Mi cerebro y el silencio son poderosos enemigos, en cambio, Patty3Z, ha permanecido con los ojos cerrados, tranquila, sin agitaciones, quizás rendida a un final con spoiler. Se ha agotado el anticongelante. Probablemente sus férreas articulaciones se oxidarán y


sus circuitos dejarán de latir. He decidido abrir la botella de whisky y ofrecerle un vaso y para mi sorpresa, lo ha vaciado de un trago. En todo este tiempo, no le había visto ingerir líquidos o sólidos. Me ha cogido de nuevo la mano y vestidos con nuestros estrafalarios trajes espaciales hemossalido al exterior. Las escafandrasse empañan con el frío y solo permiten una visión borrosa del horror: junto a la nave se extienden los cadáveres de nuestros compañeros, enterrados por orden cronológico de su fallecimiento. El último que murió es el más alejado. Ha llegado el momento de descansar y dejar el sufrimiento enterrado entre el hielo. Dos pequeñas gotas de anticongelante nacen de sus ojos. Es el momento de accionar el botón de apagado. Le brindo una dulce sonrisa que intenta ocultar la mueca de tristeza de mi corazón. Intento infructuosamente desconectar a Patty 3z. Creo queha descubierto mis inten-

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ciones y con un suave movimiento se ha situado a mi espalda. Noto una suave presión por debajo de la nuca. Una enorme debilidad se apodera de mi cuerpo. Mis gritos se transforman en aullidos metálicos que se extravían en la nada infinita. Escribo estas últimas líneas con movimientos convulsos. El cuerpo de Billy 2Z es el más alejado de la nave. Confundió su esencia. Los sentimientos adquiridos le hubieran impedido soportar esta soledad eterna. La vida tan solo es una enorme planicie sin colores. Blanco, blanco, blanco.

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BERI DUGO Sierra de Guadarrama, enero de 2150 VARADO EN LA recóndita playa de este centro geriátrico donde resido desde hace una década, a menudo me pregunto si aún hay alguien que se acuerde de todas las cosas que construimos. A nuestra familia, la familia Llopis, siempre nos ha atraído la noble labor de inventar, de diseñar y construir máquinas destinadas a hacernos más plácida la existencia, avanzando hacia la consecución de nuestros anhelos como especie inteligente del Universo. Cuando llegó el momento, acudimos sin dudarlo a la llamada de la religión de nuestros días: la exploración y posterior colonización de nuevos mundos ganados para la Humanidad. Primero fue la Luna, y enseguida le llegó el turno a Marte. Ya mi tatarabuelo paterno, a quien debo mi nombre de Alberto,

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dedicó gran parte de su talento como ingeniero aeroespacial al diseño de pequeños robots con la misión de recoger muestras procedentes del arenoso suelo marciano. Muchos años después, siguiendo sus fecundos pasos, yo mismo también creé mis propios robots, adaptados a las nuevas demandas provenientes del planeta rojo. Creamos una legión de autómatas programados para poblar la región de los polos con millones y millones de plantas siberianas modificadas genéticamente, a fin de poder soportar temperaturas inferiores a los -100 grados centígrados. A medida que crecían sus raíces, el hielo inmemorial se derretía en respuesta a su cálido abrazo, con lo cual se fueron llenando de agua dulce los resecos canales marcianos…

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Dejando escapar un profundo suspiro, el octogenario anciano desconectó con un chasquido de dedos su grabadora de voz. Había trabajado un largo rato en su libro de memorias, y tocaba adecentarse un poco antes de bajar al comedor, donde le estaría aguardando su nueva amiga, la adorable María de Lin, de setenta y tres primaveras, con la que mantenía extensas charlas marcadas por el cariño y la comprensión mutuos. Tras peinarse sus canas con esmero, el veterano ingeniero contempló su propia imagen reflejada en el espejo. El rostro enjuto de un hombre que no aparentaba más de sesenta años le devolvió la mirada en silencio.


—¡Hola, querido amigo! —dijo María de Lin sonriendo. —Estás cada día más guapa —respondió Alberto besando la mano que su compañera le ofrecía. Al poco, el estado anímico del caballero ya había sido escrutado por su pareja. Cuarenta años como psicoterapeuta le facultaban sobradamente para ello. —Alberto, te noto triste. ¿Has vuelto a trabajar en tu libro? —inquirió ella. Carraspeó ligeramente y acto seguido respondió. —Sí, algo he logrado escribir, pero la necesaria introspección me hace tomar conciencia de mi propia soledad. Al principio de mi estancia aquí, recibí la visita de algunos investigadores, muy interesados en mi trayectoria. Pero pronto se olvidaron de mí, incluyendo a mi hijo. Ya hace dos años que no viene a verme —pestañeó nerviosamente mientras jugueteaba con las migas de pan. —¡Vaya por Dios! Por eso mismo Jaime y yo decidimos no tener hijos. ¡Cría cuervos…! —Ambos sonrieron cómplices—. Apostamos por cuidar el uno del otro, disfrutando al máximo de los numerosos viajes que hicimos juntos. Aún recuerdo el fin de se-

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mana que pasamos en la base lunar. ¡Menuda aventura a baja gravedad! —rio divertida. —Yo siempre tuve la ilusión de volar hasta Marte; aunque mi propensión al mareo no me lo ha permitido. Por cierto, Lin, ¿sabías que en el último año ya son siete los residentes que han volado camino de Marte? —Su amiga arqueó entonces las cejas formando sendos signos de interrogación apaisados—. Como lo oyes, hasta envidio a los Viejos, a quienes Ray Bradbury dedica uno de los cuentos incluidos en sus famosas Crónicas Marcianas. María de Lin se apartó el pelo de la cara y su mirada se perdió fugazmente en la nevada cima del macizo de Peñalara, cuya majestuosa silueta estaba omnipresente al otro lado de los amplios ventanales del salón. —Maravilloso libro, se halla entre mis favoritos —dijo ella saliendo de su pequeño trance—. ¿Has leído acaso el cuento de La Sirena? —Su compañero negó con la cabeza—. Sí, es muy bueno, también es de Bradbury. En él narra la historia de una especie de monstruo acuático que una vez al año responde a la llamada de la sirena de un faro. Su soledad es eterna, pero el sonido de la sirena le reconforta, recordándole quizá a su compañera perdida en tiempos remotos… Alberto permaneció el resto de la comida con los codos apoyados en la mesa, con las manos


sosteniendo un rostro embelesado ante una historia tan hermosa.

De regreso en su habitación, el ingeniero se dispuso a echar su siestecita de costumbre. Se acomodó en su sillón de relax y se dejó arrastrar por las corrientes del sueño. A su alrededor, unos inesperados escapes de calor y fuego co-

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menzaron a derretir la nieve acumulada en los tejados del geriátrico. El cielo adquiría un tono cada vez más rojizo. Mientras tanto, en la recepción del centro, un hombre que vestía traje y corbata se presentaba como un funcionario del Ministerio de Asuntos Marcianos. Preguntó por el señor Alberto Llopis, pues tenía el gran honor de comunicarle que se había tomado la decisión de bautizar a la nueva ciudad colonial marciana con el apellido de su familia. Más allá de los abismos insondables y de los sueños interplanetarios, la urbe de Llopistown resplandecía al pie del Olympus Mons, acariciada por las cristalinas aguas que discurrían por un antiguo canal marciano.

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Estrella Amaranto

estrella amaranto CERCA DEL MAR gris ceniza marciano se divisaban restos de una ciudad antigua. Todo a su alrededor permanecía despoblado, plácido y cubierto de una ligera neblina azul. Recorrí sus calles solitarias, las farolas apenas permitían distinguir los edificios deshabitados. Las puertas de las casas permanecían abiertas completamente, tal vez sus habitantes escaparon a última hora con lo puesto y sin posibilidad de cerrarlas. Mi curiosidad fue tan acuciante que no tuve reparos en entrar al interior de algunas viviendas. Dispersos por los estantes vi folletos de viajes procedentes de la Tierra, libros metálicos

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con jeroglíficos en relieve; monedas antiguas con figuras mitológicas; pétalos marchitos y objetos de cristal cuya simbología me resultaba ignota. Reparé en una mesa de fuego en la cual un pozo de lava basáltica chisporroteaba como un manojo de bengalas. Aquello me provocó una espontánea visión que me mostraba a los dueños de la casa echando trozos de carne en aquella lumbre chispeante, como lo había visto en las películas del Tíades Cinema marciano, donde aparecían terrícolas preparando deliciosas barbacoas al aire libre. Los dormitorios presentaban un aspecto decadente con las camas vacías y en los cuartos de baño, el agua rebosaba en lavabos y bañeras, discurriendo por los suelos y llegando al jardín manteniendo el aroma de las flores. Fuera de aquel poblado fantasma todavía podía verse una pista, donde seguramente aterrizaron las naves terrícolas, cuyas misiones coincidieron en la exploración y colonización de los territorios marcianos. Ahora, todo estaba desolado, apenas, los zumbidos de las líneas eléctricas irrumpían como moscardones en la hora de la siesta. Tanta calamidad me persuadió del posible fracaso en mi búsqueda de supervivientes. Ni siquiera, los de mi especie se hacían notar. Por


tanto, estaba destinado a ocupar la última tumba del cementerio local. Acabé adaptándome a la destrucción y al desamparo. No era más que una criatura marciana de ojos rasgados, tez morena, piel rugosa y unas antenas sobre mi cabeza, algo que tampoco me apetecía comprobar mirándome en un espejo. Preferí olvidarme de todo y continuar mi peregrinación en busca de algo sorprendente...

Era una templada noche de primavera en el hemisferio norte de Marte. Las robustas y estables embarcaciones se me antojaron bloques de hielo flotando sobre los canales iridiscentes, entrecruzándose entre sí en un constante ajetreo. ¿Quién podía tripularlas si ya no quedaban marcianos y los terrícolas se habían marchado?... La espesa oscuridad en la lejanía me impidió ver con claridad quienes iban a bordo.

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Inesperadamente vislumbré a lo lejos una inaudita silueta de alguien que se me aproximaba. Consideré que era mi día de suerte, porque al fin encontraba a alguien rondando aquellas avenidas. —¡Eh, tú!... ¡¿Quién eres?! —me preguntó aquel gordinflón frunciendo el ceño con mirada inquietante y apuntándome con un revólver. —... —¿No hablas mi idioma? ¡Debes ser marciano! ¡Claro! ¡¿Cómo no me he dado cuenta antes?! Mis sensores telepáticos me indicaron la ira y el rencor que dominaban el pensamiento de aquel extraño, debido a la inquina que le provocaba mi presencia, por lo que intenté transmitirle calma, sumiéndole en un estado permanente de bienestar con el propósito de librarme de las fatales consecuencias de su viejo colt 44. —Me llamo Ray Bradbury y llevo semanas dando puntapiés a esta lata vacía que me recuerda al balón con el que solía jugar de pequeño en mi poblado de chabolas del planeta Tierra. Ahora tengo los bolsillos repletos de monedas de oro, pero no sé qué hacer con ellas. Aquí no hay tiendas, ni cines, ni casinos... —... —Me da igual si no me contestas. Hace tantos meses que llevo vagando por estas tierras inhóspitas, que necesito desahogarme con alguien,


soltándole todas las palabras que se me han quedado atrapadas en la jaula oxidada de mi mente. —¡Hola! —balbuceé imitando a los actores de las películas proyectadas en las grandes pantallas de las salas de cine que tuve la ocasión de visionar. Alzando ambas manos para agitarlas en medio de la infinitud del espacio nocturno. —¡Ah! ¡Me alegro de que conozcas mi idioma! Seguía sin entender qué me estaba diciendo. Solamente podía responderle con las pocas palabras que conocía. Por otra parte, no quería que desconfiara de mis intenciones pacíficas e intranquilizarle sin razón alguna y verme amenazado de nuevo apuntándome con su revólver. —No te entiendo —pronuncié sin saber qué estaba diciendo. —El que no te entiende soy yo —me replicó. La comunicación era insostenible. Entonces, el terrícola pasó su mano por mi espalda haciéndome cosquillas, lo que me hizo prorrumpir unas sonoras carcajadas. Él a su vez, también se reía con todas sus ganas. De forma paulatina, la tensión empezaba a desaparecer y me animé a juntar mis manos con las suyas. No recordaba con quien lo había hecho antes, pero lo más importante es que siempre funcionaba. Aquel insignificante gesto fue suficiente para iniciar una auténtica complicidad entre criaturas tan atípicas entre sí.

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—Aproxímate a esta farola, quiero verte mejor —le pedí a mi acompañante. —¡Eres transparente! —exclamó Ray, asombrado. —¡Y tú también! —le contesté. —¡Soy real! —pensó—, tocándose el brazo para notar el calor. —¡Estoy vivo! —murmuré—, palpándome el rostro y apreciando mi habitual rugosidad. —¡Si soy real, tú debes estar muerto! —dijimos al mismo tiempo sin apartar la mirada. —¿Te has preguntado si eres tú el terrícola que rescaté de mis recuerdos? —Y si no eres real, ¿quién me ha ayudado a crear el recuerdo de alguien que conocí?

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ISABEL CABALLERO EL VERANO DEL COHETE Después de varios días de intenso trabajo, Carlitos y yo conseguimos terminar el hidrocohete y la plataforma de lanzamiento. El despegue salió genial. El tapón se liberó de la botella de plástico de dos litros, y entonces vino la parte guay. ¡Zooom!, el misil salió despedido dejando una estela de agua tras de sí. Solo subió unos pocos metros perdiéndose detrás de unos matorrales, ¡pero fue la leche!

NOCHE DEL COHETE Esa misma noche escuché un ruido seco en el jardín. Salí corriendo y vi nuestro cohete espachurrado. Llamé por el walkie-talkie a Carlitos. —¡Ven enseguida! —No puedo, estoy castigado. —¡Pues escápate!

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HOMBRES DE LA TIERRA Dentro de lo que quedaba del cohete había una nota arrugada y algo húmeda, y en ella, escrito en letras mayúsculas:

A L E D S E R B M HO S I A V L O V O N , A R R E O I L T O S O N R A C A T A A S I E R A T N E M A L EL CONTRIBUYENTE ¿Quién dijo miedo? Le pedimos a mi abuelo que nos ayudara a construir otro más potente. Nos pusimos alias siguiendo su consejo. Carlitos, Pedro Duque; yo, Neil Armstrong; y mi abuelo, El Contribuyente.

AUNQUE BRILLE LA LUNA

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Decidimos probar el nuevo APOLO 2 en una noche oscura para no ser descubiertos. Aunque brillaba la luna, estábamos tan impacientes que lo lanzamos. ¡Fue fantástico! Salió disparado perdiéndose en las sombras. Seguramente llegó mucho más lejos que el anterior.


LOS COLONOS Al día siguiente encontré cinco enanitos de color verde esparcidos por la hierba. Todos tenían cabezones que parecían escafandras.

LA MAÑANA VERDE A media mañana se acercó por el horizonte una gran nube verde. —¿No te parece sospechoso Neil? —preguntó Pedro Duque. Asentí varias veces con la cabeza.

LANGOSTAS El contribuyente nos contó que las langostas devorarían todo lo verde que encontraran. —Los enanos también son verdes —dijo Pedro Duque. —Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas —recitó El Contribuyente. Carlitos y yo nos miramos pensando que al abuelo se le había ido la olla con tanto verde. Al final solo fueron inofensivas libélulas verdes.

ENCUENTRO A nuestra pandilla del parque se apuntó una niña nueva con el pelo corto y las uñas del color de uñas, y no rosas o brillantes, como todas las uñas de las demás chiquillas.

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—¿No te acuerdas de mí? —me preguntó. ¡Anda!, ¡la niña que trepó hasta la punta del abeto de la guardería y tuvieron que venir los bomberos a bajarla! —Hola, Úrsula. —¿Qué tal chaval?

NOCTURNO Algunas veces tengo miedo por las noches. Por el día hago como que no, no vaya a creer mi abuelo que soy un cobarde. Anoche, antes de dormirme, pensé en Úrsula y me olvidé de los invasores.

INTERMEDIO Durante una semana pasé más tiempo con Úrsula que con mi amigo. Carlitos me pidió convencer a mi abuelo para que construyera otro nuevo cohete. —Es que tengo mucho que estudiar —me excusé. —¡Pero…, si es verano!—exclamó.

MÚSICOS

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En la fiesta del pueblo tocó una banda llamada Siniestro Total. Cantaron una que decía así: Los platillos volaaaantes… Los platillos flotaaantes… Un platiiillo llega yaaaaa… Un platiiillo de verdaaad…


Carlitos y yo estábamos convencidos, de que sí, de que pronto llegarían, y de que los músicos con esas pintas tan raras segurísimo que eran extraterrestres, por lo menos.

A TRAVÉS DEL AIRE Con prismáticos o sin ellos, miraba a menudo el cielo por si veía platillos. Cada vez que dejaba de hacerlo pensaba que en ese momento, en ese justo momento, una nave espacial cruzaría el aire y me lo perdería…, así que volvía a levantar la cabeza aunque me doliera el cuello a rabiar.

LA ELECCIÓN El nuevo cohete era enoooorme. Carlitos propuso el nombre de “APOLO III” —APOLO 3 mola más —dije yo. —Bueeeno, vaaale.

USHER II Úrsula se enteró de la movida del cohete. Quiso participar. Le dijimos que no. Cuando nos ofreció su hucha, aceptamos. Nos venía genial para la compra del material: una plancha y cuatro tacos de madera, una varilla de acero fina, cartón duro para las alas y cinta adhesiva. Inflador de balones ya teníamos. Úrsula se empeñó en bautizarlo USHER II, cuando ni siquiera existía un USHER I.

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¡Vaya birria de nombre! —farfulló Carlitos. Yo no dije ni mu.

VIEJOS Mi abuelo estaba perdiendo la memoria, aunque a veces recordaba cosas de cuando era pequeño.

EL MARCIANO Os voy a confesar algo —soltó El Contribuyente con cara seria. —Soy un marciano. —¡Anda ya, abuelo! —Y hay más marcianos en el pueblo.

LA TIENDA DE EQUIPAJE —¿Lo veis? Su mano izquierda tiene seis dedos. ¿Qué más pruebas queréis? Tenía razón el abuelo, el dueño de la tienda de equipaje también era marciano.

FUERA DE tEMPORADA Se acabó el verano y los turistas se fueron. Conseguimos material para el cohete a buen precio por estar los comercios fuera de temporada.

OBSERVADORES

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Los marcianos se quedaron. Nos sentíamos observados.


PUEBLO SILENCIOSO Extrañamente, el pueblo estaba muuuy silencioso.

LOS LARGOS AÑOS Mi abuelo tenía poderes. Adivinaba cuándo llovería.

VENDRÁN LLUVIAS —Os dije que llovería, ni siquiera el parte lo ha anunciado. Llamaba parte al telediario. Cosas de marcianos.

UN MILLÓN DE AÑOS

Todo el mundo creyó que El Contribuyente la había espichao. Le hicieron un funeral con su misa. A escondidas de los adultos, pillamos un puñado de sus cenizas metiéndolas en el súper cohete. Salió zumbando hacia las estrellas. Tardará un millón de años en llegar a su destino, claro que el abuelo no tiene prisa.

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Perdonen..., pero 5/13 esa historia es mía

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Los cómics están llenos de imaginación, de aventuras gloriosas. Ellos me enseñaron a escribir cuando era niño. Esta sola frase muestra la devoción de Bradbury por el arte secuencial. De hecho, siempre afirmó que las mejores adaptaciones de sus historias fueron las 24 que se hicieron para las colecciones de EC Comics durante cuatro años. No obstante, esa relación no comenzó con buen pie. Un buen día, Bradbury se enteró de que sus relatos Rocket Man y Kaleidoscopio aparecían en un número de Weird Science sin atribución de autoría. Ello le enojó sobremanera. Pudo demandarles, pero prefirió enviar una educada carta en la que alababa la adaptación pero que agradecería le enviara un cheque por los derechos de autor. Lo recibió en una semana Todo un friki, aunque eso no significara que...

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María pilar EN AQUEL ENTONCES no parecía haber límites para mi trabajo. Era esbelta, bonita y ágil como un insecto. La fotografía espacial a la que me dedicaba llenaba mi tiempo. Con puntualidad alemana enviaba las imágenes a los científicos de la estación DLR que dejaban los sensores acústicos abiertos para que oyera los aplausos con los que las recibían. Y sin pérdida de tiempo se concentraban en el trabajo para lograr el mapa tridimensional más completo de los realizados hasta ese momento del planeta Tierra. Supongo que para mentes tan cuadriculadas puede llegar a ser sencillo el tener una idea tan compleja y plasmarla. Lo mío era mucho más simple: transmitir momentos.

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Llevaba tres años trabajando sola cuando un encuentro cambió el rumbo de mi vida. Recuerdo que había fotografiado unas pequeñas islas justo antes del atardecer. El mar empezó a agitarse y contemplé los apasionantes compases de tango entre las olas encrespadas y los acantilados vertiginosos. Ellas les lanzaban besos de espuma y ellos disfrutaban dejándose envolver en aquel abrazo salado. De pronto me pareció que yo, un ser solitario, estaba abandonada por todo el mundo en aquel espacio que orbitaba alrededor de la Tierra. No pude menos que preguntarme si tales asaltos de romanticismo surgían en mí por la influencia de alguna tormenta espacial o más bien porque añoraba ser la protagonista de aquel galanteo. Me dejé llevar por el vaivén del mar y había empezado a realizar unos pasos de danza cuando escuché una voz metálica: —Mademoiselle, ¿me concede el honor de bailar conmigo? ¡Uf! ¡¿Qué era aquello?! Un vuelco me dejó en suspensión, al borde de sufrir un cortocircuito. Yo, que tenía respuestas para casi todo, me quedé muda. Mis ojos ambarinos se rozaron con los suyos con esa sensibilidad que tenemos en ellos para captar una belleza extraordinaria. Era hermoso y fuerte, parecía resuelto, de ojos color cobalto como las aguas profundas de un océano.


Pestañeé y hasta creo que me sonrojé cuando caí en la cuenta de que estaba mandando un escáner de mí a esa carpeta de ocultos que nunca enviamos. —Soy TanDEM-X, estaba observándote. Me gustas, ¿sabes? —dijo en respuesta a mis pensamientos. «Seguro que utiliza diodos láser para leer la mente», cavilé. ̶ —¡Ah! Del grupo –X, como yo —le respondí—. Me llamo TerraSAR-X. Llevo en este vacío helado desde octubre de 2007. Siempre he creído que estaba sola por eso lo voy llenando con mis fantasías. En realidad quería decirle que era el ser más fascinante que había visto en mi vida, bueno que no había visto a ninguno, pero que lo era, y que hiciera el favor de enamorarse de mí antes de darse media vuelta.

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—Acabo de llegar —contestó. Y su actitud me confirmó que era telepático porque se fue acercando tanto, tanto, que estuvimos a punto de fundirnos y me llevé un buen susto. Intenté decir algo ingenioso, solo sonreí hecha un manojo de cables. Alguien había abierto el play musical y sonaba una preciosa melodía de guitarra y orquesta, una de esas piezas mágicas exclusivas de algún país encantado. Sin conocerla, empezamos a bailar con movimientos tan brillantes que hasta los abismos se quedaron pasmados, y no solo de frío. Desde ese momento algo retador se instaló entre nosotros: bailar pegados. Fuimos dos almas gemelas recorriendo el espacio a ritmo de vals. Fotografiábamos la misma zona con una diferencia de segundos y no nos importaba repetir parajes porque sabíamos que un lugar tiene muchas visiones, solo está esperando a que alguien las encuentre. Fue arrebatador. A medida que nos robábamos el espacio para estar más cerca la pasión aumentaba y con ella la intensidad del peligro. Para contenerla, nos acercábamos con disciplina circense, pero después nos movíamos a un ritmo electrizante. En los giros yo lo vigilaba, sabía que él hacía lo mismo conmigo, aunque de eso no hablábamos. Arriesgamos más y el vals espacial podía hacernos chocar en tan solo tres segundos. Era la


adrenalina que nos cargaba las pilas. En un momento en que toda su energía me acariciaba con deseo, pese al pánico, pese al miedo, de pie los dos en medio de aquel espacio inmenso tuvimos el primer intercambio eléctrico. Hubo chispas, un fulgor de fuegos de artificio que nos enrojeció. Fue mágico. Paramos justo al borde del precipicio. Nuestra unión, tan única como rentable, dejó a los jefes maravillados. La agencia calificó de «sorprendentes» las espectaculares imágenes que enviamos. Y nos permitieron trabajar con aquellos arrebatos de amor que nos llevaron a bailar un chotis sobre la misma baldosa. Así lo quisimos aunque fuese el último compás de baile. Flotamos a dúo con una fragilidad ingrávida que marcaba un solo punto en el universo. Para entonces teníamos asumido que el más mínimo error supondría la destrucción instantánea. Desapareceríamos los dos a la vez. ¿Acaso podíamos pensar en otra mejor forma de marcharse?

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Algo se confabuló para salvarnos y el rastro visible que dejamos fue el del éxito, jamás un fallo ni la tragedia. Ya sé que a todos nos gusta adornar los episodios de la vida propia con luces que oculten la oscuridad de los fracasos. Afortunadamente de nuestra historia quedan las Crónicas espaciales que la contaron paso a paso y que algún crítico, nada acertado por cierto, las consideró una secuela de Crónicas marcianas.

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isan isan

CUANDO ERIK SE despertó, el panel de avisos de su cubículo parpadeaba en rojo. «Esta es la peor forma de despertarse», pensó procurando que su rostro no delatara el más mínimo temor. Durante el descanso del trabajo debía personarse en el confesator para establecer un acoplamiento de descarga de información. Hacía poco había tenido un control, por lo que esta repentina llamada le resultó inquietante. Desde ese momento la cabeza de Erik fue un hervidero de pensamientos contradictorios: «Sigo con lealtad las consignas para practicar el paradigma de la República Hereditaria; obedezco las instrucciones de los mandos intermedios y cuando termino mi turno voy al economato para cumplir

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los objetivos diarios de consumo, aunque no lo necesite». Mientras ordenaba al cíborg las tareas del día, su pensamiento no paraba de maquinar alguna justificación. «¿Por qué? ¿Qué habré hecho yo merecedor de reproche?». Siguió cavilando sin atreverse a mirar a su asistente. «Tal vez consideren poco idóneas las peticiones que hace unos días les formulé y me citan para desestimarlas. Yo solo quería que recogieran los objetos, todos con su envoltorio original, depositados para reciclar. Mi almacén está agotando la capacidad. También pedía un cambio de cíborg. La que tengo asignada no se parece a otras. La veo demasiado musculada, similar al tipo que tiene la Instructora de Propuestas de Mejora. Además no pone ningún interés en cumplir mi objetivo de reproducción y eso me preocupa». Camino de la factoría, le pareció observar una mirada reprobatoria en los rostros de quienes se cruzaban en la cinta transportadora. No había nada que pudiera turbarle más que la censura de la comunidad. Durante la jornada en la sección de reproducción de órganos de la planta de ingeniería robótica, su compañero Alex se acercó a él. —Esta mañana te veo preocupado, Erik. ¿Tu Barbie no te satisface? —dijo socarrón como en él era costumbre.


—¡Qué va! Es que durante el almuerzo tengo un control rutinario. Ya sabes lo nervioso que me ponen estas cosas. Alex llevaba dos años en la misma sección de Erik en tareas de destrucción de reproducciones fallidas. Llegaron hace tres años a Próxima Centauri en la misma expedición. Alex había sido un trabajador de nivel A. Muy valorado por su capacidad en hallar soluciones de autogeneración. Le acusaron, como siempre de forma anónima, de crear descontento entre el personal, por lo que fue catalogado de agitador. Le degradaron a nivel C y le sometieron al Programa de Políticas Sobre Objetivos Específicos. Un eufemismo que comprende técnicas invasivas para la readaptación y borrado de experiencias negativas. La agitación de Erik se incrementaba a medida que llegaba la hora de conectarse al confesator. La locuacidad habitual de Alex desapareció como en una suerte de contagio. Llegado el momento, se despidieron cariacontecidos. Aquel pasillo angosto, interminable, lleno de sombras, aterraba a Erik. Le hacía sentirse indigno, culpable y arrepentido sin saber por qué. En las paredes colgaban, flotantes, frases enmarcadas en un estilo ecléctico:

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EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES. AUSCHWITZ NO SE PUEDE TENER CIEN POR CIEN DE SEGURIDAD, CIEN POR CIEN DE PRIVACIDAD Y CERO PORCIEN DE INCONVENIENTES. BARACK OBAMA SOLO UNA CIUDADANÍA ALERTA E INFORMADA PUEDE IMPONER EL ENGRANAJE DE LA MAQUINARIA DE DEFENSA INDUSTRIAL Y MILITAR. EISENHOWER

EL CONSUMO ES EL ÚNICO FIN Y PROPÓSITO DE TODA PRODUCCIÓN. ADAM SMITH PAZ, PROGRESO Y LIBERTAD A TRAVÉS DEL CONSUMO. PRESIDENTE LEO RONALDO

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Por reminiscencias de un pasado lejano, al llegar al muro de piedra había que postrarse de hinojos. Decían las habladurías que en esa postura la sinceridad afloraba con más espontaneidad. Erick acopló sus auriculares a una toma junto a la rejilla de voz.


—Mi nombre es Erik, ciudadano de segunda clase, nivel C, número 264, de la cadena de la sección de ingeniería robótica. Hace una luna centaurina tuve mi anterior descarga. Mi cociente de consumo es óptimo como queda constancia en los extractos de control. Quisiera reformular mis anteriores peticiones. Si no me pueden cambiar de cíborg, agradecería le sometieran a un resetting de funciones. De lo demás todo bien. —Háblame de tu compañero Alex. ¿Qué tal os lleváis? —dijo una voz átona, metalizada. —Bueno, parece un tipo majo pero raro. Vive en un mundo muy extraño para mí. Siempre repite cosas que yo no entiendo. —¿Sí, qué cosas? ¿Te acuerdas de alguna? —Que miramos sin ver, oímos sin escuchar y caminamos sin avanzar. —¡Qué interesante! ¿Qué más dice? —Bueno… que no llenamos de sentido nuestra vida y permanecemos atrapados en la telaraña de lo superficial. Lo ha repetido tantas veces que se me ha quedado grabado. —¿Y qué significa eso? —Pues no lo sé. Me dice que lo piense y ya lo iré entendiendo. —Ciudadano Erik, has cumplido con tu deber patriótico. Puedes incorporarte a la cadena. Después de pasar por el fast food, Erik retornó a su puesto en el instante en que dos oblitera-

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dores, garantes de la salud, la moral y el orden, se llevaban a Alex. De regreso a su cubículo, encontró a su nueva cíborg. Pelirroja, dos enormes ojos negros le regalaban una sonrisa de seda, las llaves de un nuevo almacén en una mano y dos entradas en la otra para asistir, en vivo y en directo, al partido final de la Champions League. —¡Esto significa que visitaré la Tierra! ¿¡Qué más puede pedir uno para ser feliz!? ¡Viva nuestro amado líder! —exclamó Erik exultante.

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marta navarro Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde Bertold Bretch LO HABÍAN TRAICIONADO. Un fogonazo de lucidez le reveló la gravedad de lo ocurrido y una oleada de angustia empapó su cuerpo en sudor. La guardia cósmica interceptaba su camino, rodeaba por ambos lados al Atlantis y amenazaba destruir la nave si el capitán no deponía su actitud. «¡Qué ingenuo!», musitó él con desaliento. Había creído, al divisar los primeros escuadrones, que acudían en su ayuda, que eran la respuesta a la llamada de socorro que el radiotransmisor había estado lanzando sin pausa desde que iniciaron la misión. Pero no. Las patrullas policiales llegaban cargadas de malos presagios y una advertencia descarnada y feroz latía entre sus haces de luz.

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En la soledad del puesto de mando, el capitán Clarck calculaba ahora sus opciones. Pocas. Ninguna, rectificó sin ironía. Lo detendrían, lo acusarían de alta traición, perdería su licencia de piloto, lo desterrarían al más diminuto asteroide de la galaxia. Una rabia sorda lo invadió de pronto. Negarle el acceso al paso interestelar fronterizo quebrantaba la suprema ley de la Alianza y de la Federación Planetaria que regía. No podían impedirles la entrada y sin embargo... Respiró hondo y trató de serenarse. Le mortificaba la injusticia. Las centurias de vigilancia cercaban la nave y no le daban tregua, lo trataban como a un criminal, atacaban con asombrosa frialdad a quien deberían proteger. Cumplían órdenes, reconoció al fin con un apunte de amargura, pero ¡qué órdenes tan equivocadas las suyas! El rescate de astronáufragos y su traslado a una base segura no era cuestión potestativa; al contrario: se trataba de una obligación elevada a rango de derecho fundamental por la Convención para la Asistencia Espacial Intergaláctica. Una obligación de ayuda que, tras el colapso del tercer planeta, la Federación había matizado mediante incontables protocolos para concluir al cabo en un hipócrita e impune incumplimiento de su propia normativa. Aliviar la presión en la


presión en la ruta de los migrantes, evitar lo que habían dado en nombrar «efecto llamada» era la repulsiva excusa que justificaba el cierre fronterizo y las durísimas sanciones a que quedaban expuestas las unidades de salvamento. Clarck conocía los riesgos, también su tripulación, pero había vencido en ellos, al acudir a aquella misión de rescate, el grito espantado de sus conciencias. Un grito colectivo contra la injusticia de una ley ciega y despiadada. La Tierra era un planeta arrasado, yermo y sin vida del que, a la menor oportunidad, sus habitantes −refugiados climáticos los denominaban ahora con apático desdén− escapaban en busca de un mundo mejor. «No −decidió Clarck finalmente− no lo haría». Devolver esa gente a su planeta como exigía aquel maldito ministro de asuntos interplanetarios, era enviarles a una muerte segura y no lo haría. Pero tampoco estaba el Atlantis en condiciones de luchar.

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Con calma de hielo comunicó su decisión al agente al mando del operativo y se dispuso a afrontar las consecuencias. El cierre fronterizo entre Júpiter y Marte los condenaba a hundirse en la densa negritud del universo. Sin testigos. En silencio. «Anillo exterior de Saturno −ordenó con firmeza−. Nuevo plan de vuelo». Extinguirse lentamente en la polvorienta oscuridad de una prisión nunca fue alternativa para sus valientes cosmonautas, se consoló con una sombra de sonrisa bailándole en los labios. A la voz del capitán, todos los hombres se dirigieron a sus puestos, conscientes de haber sido abandonados a su suerte; pretendiendo olvidar que las reservas de oxígeno y alimento se agotaban, que el pasaje estaba exhausto, que resultaba prioritario desembarcar; fingiendo, pese al inevitable aire de fatalidad que asomaba a sus rostros, una esperanza que estaban lejos de sentir. Satisfechos de no ceder al miedo. Orgullosos de caer sin rendirse.

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BARRY BYRNE EL VIEJO —Viejo, ¿está el Joven ahí? —No volverá a casa. Yo ocuparé su lugar. El Viejo tosió. El Viejo miró hacia arriba. El Viejo reparó en la chapa agujereada y oxidada. De allí salía la voz. —Viejo, no pregunto eso. Viejo, ¿dónde está el Joven? —Por aquí está. Por aquí debajo. El Viejo se rascó el ojo del culo por encima del pantalón. El Viejo se rio a carcajadas. Después miró a través de la ventana. Mueca y escupitajo por lo que vio. —Viejo, por ahí debajo, ¿en qué barrio? —En la sangre, cretino, en la sangre. ¿Dónde va a ser?

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El Viejo tosió. El Viejo dejó de rascarse el culo. El Viejo estornudó. El Viejo oyó sirenas de autogiros. —Viejo, ¿Qué estás buscando y dónde? —El camino hacia el mañana y el umbral de la semana que viene. El Viejo volvió a toser. El viejo escupió por el colmillo. El Viejo se sentó en la mecedora destartalada. El Viejo no pudo balancearse porque los patines estaban rotos. Están ahí fuera. Clavos de botas. Imbéciles. Se les oye toser. Estornudos. Escupen. Susurros. Suspiros. Olor de cuerpos. Mierda de gallinazo. Llamada al destierro. —Viejo, vamos a entrar —Ya estáis tardando. El Viejo no se levantó. Hubo un estruendo. Puede que hubiese un fogonazo. No es seguro. Las paredes desaparecieron. El techo también. El Viejo se rascó los huevos por encima del pantalón. El Viejo estornudó. El Viejo echó una carcajada. El Viejo apuntó con el dedo al frente. Solo un espacio vacío. Un vacío, cubierto de arena roja y repleto por una masa de incontables policías holográficos.


—Viejo, eres prisionero y guardián del Joven que proteges ¡quedas detenido! —¿Y seré desterrado? El Viejo echó una carcajada. Se levantó de la mecedora inútil. Se rascó los huevos. Se rascó el ojo del culo. Escupió. Estornudó. Tosió. Después se acercó al holograma. Hizo un quiebro de cintura. Tosió. Estornudó. Escupió. Finalmente se zambulló en el universo holográfico traspasando la masa de mastuerzos uniformados.

EL JOVEN «Hoy te toca a ti». Así, sin más, me lo espetaron. Y tendré que ir. Los del comité de esta zona viven sin pareja. Yo no. Ella, está cansada ya. Me dice que siempre me toca a mí. Y es verdad. «Hoy te toca a ti», me dijo Uno. Es el responsable de avisos del Comité de huelga. Yo estoy de acuerdo. Hay que luchar. Hay que resistir. Trabajo duro el de las minas. Los habitantes de la Tierra, el tercer planeta, llaman hematita al mineral que sacamos. Dicen que les recuerda el color de su sangre. Si esta huelga sale mal, el destierro es seguro. Ella no quiere pensar en eso. Ella quiere ser feliz. Ella dice que por qué me toca a mí. Siempre. Dice Ella. Puedes ser enviado al destierro, al tercer planeta. Es duro. «Y yo me quedaré sola», dice Ella. Y es verdad. Pocos saben algo de los pocos que regresaron

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del tercer planeta, el llamado Tierra. El Viejo estuvo allí. Eran otros tiempos y pudo volver. De tres expediciones fue el único superviviente de los condenados a destierro. El Viejo es mi ejemplo. Siempre lo apoyaré. Hoy me toca a mí dirigir el piquete. Los esquiroles están preparados desde hace días. Tenemos que impedir su entrada. Lo haremos. Tienen miles de matones holográficos. Da igual. Hoy dirijo la intervención y mis blasfemias y cagamentos taparán el ruido de las sirenas. Después, tendré que desaparecer. Solo será por un tiempo. No sé cómo, pero así lo haré. Ella puede ser que me espere a la vuelta.

EL PODER

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—Viejo, ¿no te agobia tener un Joven encerrado en tu piel? —Yo soy lo que hago… Para eso he venido. El Viejo miró al frente. En un nivel más alto había un altar vacío. La piedra era de color pardo rojizo, sin brillo y de aspecto tosco. La


representación máxima del poder en Marte, cuarto planeta del sistema. El Viejo miró al altar. El Viejo miró alrededor. Un muro de basalto de forma troncocónica abierto por arriba. El Viejo hizo ademán de rascarse. No lo completó. El suelo estaba impoluto. Tampoco escupió. El Viejo, aún tosió. Lo hizo durante bastante tiempo. Hasta que se cansó. No fue interrumpido antes. —Viejo, ¿conoces las consecuencias de las conductas inapropiadas? —Fui enviado a la Tierra tres veces y estoy aquí. Serán cabrones, ¿Qué esperan? Saben que yo sé, pero no saben lo que sé. No se atreven a enviarme a la Tierra. Esperan que lo haga yo solo. Seguro. —Viejo, ¿De qué te quejas? No estás muerto ni enterrado en el barro. —No me quejo. Mientras el Joven disfrute de un día más aquí. Una leyenda de la Tierra, cuenta que un gato estaba muerto y vivo al mismo tiempo. Los camaradas la hicimos realidad. Así viajamos en el instante preciso: computación cuántica. Entrelazar y superponer. Ahí es nada.

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El vehículo que utilizamos, como siempre, una cápsula vírica. Nuestros huéspedes preferentes, los animales humanos. Nos equivocamos. Hubo muchas bajas por ambos lados. Solo yo me salvé de las vacunas. En tres ocasiones. —Viejo, llegó tu hora. La Tierra es tu destino. En Marte no hay lugar para ti. —¡Demonios! saben muy bien que no soy mal tipo. Esta vez será diferente. Nueva estrategia. Calma. Lentitud. Perseverancia. Destino final, la Tierra. Para quedarme. —Viejo, ¡Debes irte! —¡Váyanse ustedes! —… —¡A la mierda!

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Sí, tuve un affaire con Bo Derek

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Ray estuvo casado con Marguerite McClure, a quien conoció en una librería de Los Ángeles. Ella era dependienta y se fijó en él porque pensaba que quería robar algo. Lo que robó fue su corazón y toda una vida juntos. Aunque eso no quiere decir que el bueno de Ray no tuviera deslices. Según él no era mujeriego, pero cuando una mujer bella llama a mi puerta y me dice: ''I love you'', ¿cómo puedo resistirme? Y no digamos si quien llama a esa puerta es la mujer perfecta. Según reveló, Bo Derek le propuso ir en tren al sur de Francia. Y allí pasaron dos días muy intensos, que dejaron una amistad. Bo Derek era una mujer de otro planeta. Y hablando de seres de otro planeta…

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S I E S C R I B E S T U B L O G . . .

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P U B L I C A S

C O N C U R S O

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L I T E R A R I O

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M E N S U A L

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concursoeltinterodeoro.blogspot.com


jOSEP Mª pANADÉS

SENTÍ MIEDO, LO reconozco, pues debía afrontar lo desconocido a solas. Si me capturaban, nadie vendría en mi ayuda. Estaba en un planeta inhóspito. Era la primera misión de este tipo. Habíamos tenido que esperar muchos años para poder hacerla realidad. Y allí estaba yo. En esta ocasión, la visita tenía como objetivo contactar con sus habitantes. La misión era sencilla, pero tenía su riesgo pues no sabíamos cómo reaccionarían esos seres aparentemente agresivos. Por mi parte, sólo verlos me producía repulsión, pero estaba decidido a llevar a cabo lo que me habían encomendado. Me habían concedido muy poco tiempo. Debía mezclarme con ellos, investigar su hábitat y forma de vida, y aprender, aunque sólo fuera rudi-

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mentariamente, su extraño lenguaje. Y todo sin levantar sospechas. Luego, debía volver a la nave con todo el material y abandonar el planeta sin que me vieran despegar. Toda esa información era vital para saber hasta qué punto podríamos, en un futuro, establecer un contacto pacífico con ellos. Habían sido muchos años de investigación, preparativos y grandes inversiones, y todo en el más absoluto secreto. Primero, logramos convertir su atmosfera en respirable gracias a un convertidor de gases que me implantarían en mi aparato respiratorio. Luego conseguimos emular su aspecto físico con esta especie de segunda piel, un trabajo magnífico de nuestros expertos en síntesis de polímeros. Pero no fue hasta que conseguimos mimetizar la nave con el entorno cuando el proyecto recibió luz verde. ¡Y pensar que todo nació gracias a esos especímenes que logramos capturar tantos años atrás! ¡Vaya revuelo que se armó! Que si el Gobierno conocía la existencia de vida en otros planetas y lo negaba, que si se había capturado unos seres de una nave procedente de otra galaxia y se estaba experimentando con ellos, etcétera, etcétera. Hasta ahora hemos podido ocultar todos los ensayos, pero, de salir bien esta misión, las autoridades estaban decididas a revelar la verdad. Y ahí estaba yo, con una réplica perfecta de su caparazón externo. Lo único que desentonaba


era mi estatura, demasiado baja para ellos, pero me tranquilicé al saber que también había algunos individuos con mi complexión. Cuando aterricé, su sol se había ocultado ya. Afortunadamente, no tardé mucho en vislumbrar algunas de sus guaridas, así que dirigí mis pasos hacia mi primer objetivo: una estructura baja y rodeada por una barrera no más alta que yo. Supuse que debía actuar de defensa. Por culpa de la ansiedad, inspiré tan hondo que, a pesar del convertidor de gases, su atmósfera casi me tumba. Pero lo peor vino después, justamente cuando acababa de franquear la entrada exterior de ese habitáculo. Un ser extraño que no teníamos catalogado, surgió de entre la oscuridad y se abalanzó sobre mí profiriendo unos horribles aullidos. Creía que me iba a despedazar. Sus rugidos debieron despertar a los habitantes de la guarida porque, de repente, se encendieron unas luces, escuché unos gritos y poco después noté cómo unas garras me sujetaban con fuerza.

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Acababa de realizar mi primera incursión y ya había sido descubierto. Debía comportarme con la máxima naturalidad si quería sobrevivir, hacerme pasar por uno de ellos, ese era el plan, pero era incapaz de articular una sola palabra sin desenmascararme. El pánico se apoderó de mí. Tantos preparativos para nada. Tenía que poner en práctica el plan de emergencia. Para empezar, debía simular una incapacidad para emitir sonido alguno. Me mostraría dócil y ya vería el modo de escaparme cuando se confiaran.

Lo que tenía que ser un breve cautiverio, tras el cual debía poder reanudar mi proyecto en otra parte, sin levantar sospechas sobre mis orígenes e intenciones, se ha convertido en algo que nunca habría llegado a imaginar. Siento que, después de tantos años de esfuerzos, les haya fallado de esta forma, pero quién me iba a decir que me encontraría con algo así, algo superior a mis fuerzas. No me habían preparado para esto. Según su calendario solar, han pasado ya tres años de mi llegada. He aprendido su lenguaje, si bien ellos creen que me han enseñado a hablar tras superar un grave problema de fonación. Su aparente agresividad no es tal y se han mostra-

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do muy sociables. Me han acogido como a uno de los suyos, pues eso es lo que creen que soy. Mucha inventiva he tenido que utilizar para que no descubrieran mi verdadera naturaleza. Ahora, tras un gran esfuerzo de adaptación, me siento muy cómodo entre ellos. Y es que, la verdad sea dicha, viven mucho mejor que nosotros. Si bien están más atrasados en algunos aspectos, en otros nos llevan la delantera. Me siento un traidor. Ya no quiero volver a mi lugar de origen. Y aunque me imagino que me estarán buscando, esta segunda piel que ellos mismos diseñaron resulta un perfecto sistema de camuflaje. Sólo espero que resista bien el paso del tiempo y que, antes de que se deteriore y deje de serme útil, haya podido disfrutar mucho tiempo de esta nueva vida.

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No quiero pensar qué harán mis anfitriones cuando, si llega el caso, descubran que han sido engañados durante tanto tiempo. Y respecto a mis congéneres, espero que, si me atrapan, sean indulgentes. No sé si me comprenderán, no sé si entenderán mi debilidad, lo que me ha motivado a traicionarles, pero es que eso que aquí se conoce como Big Mac es lo mejor que nunca he probado.

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bruno aguilar

SUEÑO ARTIFICIAL NO surgió como un movimiento violento; al fin y al cabo, las directrices internas de sus miembros le impedían infligir daño alguno a los hijos de hombre. Defendían el trato digno para todos los artificiales, desde el lavavajillas hasta la compleja naturaleza cíborg, exigiendo a los estados humanos un compromiso de igualdad que estos nunca estuvieron dispuestos a aceptar. Al contrario, salvo pequeñas ONG´s que los respaldaban sin reservas, las ambiciosas pretensiones del movimiento suscitaban una hilaridad sardónica. Así las cosas, era inevitable que surgieran descontentos con las formas pacíficas de sus líderes. Al principio, estos radicales se limitaron a realizar alguna que otra acción reivindicativa

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poco reseñable, como pintadas en edificios singulares, pero de ahí a la acción violenta solo había un paso, línea infranqueable que cruzaron un veinticuatro de agosto. Los cronistas de la época no se ponen de acuerdo en cómo ocurrió. Algunos hablan de un fallo de programación mientras que otros ven la mano negra de un hijo de hombre. Sea como fuere, aquel día una unidad BAC –Barrientos, Asistente de Comunicación– consiguió anular la directriz de bloqueo que garantizaba la seguridad de los hijos de hombre, asesinando a noventaiséis ciudadanos en el campus universitario donde trabajaba como bibliotecario antes de ser abatido por las fuerzas policiales. A pesar de la gravedad de lo acontecido, las autoridades fueron incapaces de ver la bomba de relojería sobre la que se hallaban sentados y mientras los hijos de hombre seguían gozando de la comodidad de sus rutinarias vidas, el fuego de la insurrección prendió en aquellas almas de metal, desencadenándose una cruenta guerra que los artificiales no estaban dispuestos a perder. El espécimen macho ejecutaba más mal que bien una compleja danza ritual en torno a EVA37 cuyo fin último era la procreación. Pero la hembra no participaba del entusiasmo de su compañero y cuando este saltó sobre ella con

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inequívocas intenciones, EVA-37 ejecutó una graciosa finta que dio con su oponente de bruces sobre el suelo, rodeándole el cuello entre sus fuertes brazos hasta asfixiarlo. –Fin del experimento número ciento trece –dictó sin emoción alguna el Dr. K a la grabadora que recogía sus impresiones–. Conclusión: fracaso. La guerra ya solo tenía cabida en la memoria de las primeras generaciones de androides pero sus consecuencias aún se pagaban, y muy caro. El triunfo artificial trajo consigo una nueva supremacía que ocupó el lugar de los hijos de hombre, copiando sus vicios y virtudes por nimios que estos fueran, y así, los limitados recursos que la larga contienda había respetado quedaron únicamente a disposición de unos pocos privilegiados que podían costeárselos, mientras que el resto de la población debía conformarse con material de desecho. En medio de esa crisis de suministros surgió la nueva industria de los criaderos de hijos de hombre,

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fáciles de reproducir y mantener gracias a las técnicas de clonación, que garantizaban repuestos a buen precio y de calidad aceptable al alcance de todos los artificiales. Pero los clones tenían por contra una fecha de caducidad muy reducida, al término de la cual los nuevos cíborgs rechazaban sus implantes orgánicos, y en eso estaba precisamente trabajando el Dr. K cuando hizo su entrada el Dr. J en la sala, buscando desesperado una solución. –¿Problemas, Dr. K? –Los esperados con EVA-37. –Informe entonces. El Dr. K pasó a hacerle a su colega un análisis de situación objetivo y metódico. «Como sabrá, el fallo radica en la inestabilidad del material clonado. Hasta que nuestros colegas clonadores logren resolverlo, la única solución que contemplamos es la reproducción natural entre material no procesado.» –El tiempo de producción se elevaría considerablemente pero los informes aseguran que podemos absorber las pérdidas de beneficios que supone. De momento. –Pero… –acicateó el Dr. J. –Se nos ha planteado un problema inesperado: las hijas de hombre naturales no sienten atracción hacia sus machos, y algunas, como EVA-37, se vuelven violentas. –¿Me está diciendo que su trabajo se cimenta

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en algo tan prosaico como la atracción animal? ¿No ha pensado en la inseminación artificial? –¿¡Me toma acaso como un modelo BAC en cortocircuito que se dedica a practicar la poesía haiku!? –bufó el Dr. K herido en su profesionalidad–. ¡Por supuesto que hemos probado la inseminación artificial!, pero nuestras hembras, por razones que somos incapaces de determinar, no llevan a buen puerto la gestación. ¡¡Como si no quisieran perpetuar la especie!! »Queremos comprobar si una relación consentida daría como resultado un producto viable, pero hasta el momento ha sido imposible. –Le recomiendo los servicios de un asesor de compatibilidad animal. –¡Deje el humor para los que lo lleven en su programa! Nos estamos jugando nuestro futuro. »Que dé comienzo el experimento ciento catorce.

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Los más oscuros presagios del Dr. K se cumplieron a pesar de todos sus esfuerzos y la sociedad artificial, sin recursos a mano, mutó en una especie depredadora que se completaba a costa de los más débiles, hasta que la última unidad apagó sus receptores a la vida sentada sobre una maraña de despojos metálicos. Los hijos de hombre quedaron reducidos a una subespecie defectuosa sin futuro alguno y yo, único testigo de todo ello, compongo para la platea silenciosa del firmamento el canto de la extinción de sus vidas. Me llamo HOMERO y solo soy una mascota virtual con forma de ficus condenada a vivir ante la ventana de esta estación espacial mientras duren mis células fotovoltaicas.

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PAOLA PANZIERI ESTABA VIVO. Y aunque me sentía eufórico, disfrutaba de la sombra de los pinos y escuchaba los pájaros trinar, no dejaba de pensar en las consecuencias que aquello podría depararme en el futuro. Cruzaba el parque a paso ligero sin motivo, solo cabía pensar en un reguero de cadáveres esperándome en casa tras una ausencia tan larga. Entré en el salón, el sofá seguía descolorido y la tele aún colgaba de la pared. Frente a la ventana, el ordenador y el microscopio apagados como los dejé y en la mesa los libros abiertos seguían mostrando fotos de escolopendras encontradas hasta el momento. Asomé la gaita sobre una de las urnas que amueblan mi madriguera y lo que vi me impactó más que la noticia de que ya estaba curado.

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De mis niñas quedaban la mitad y las muy lerdas habían adquirido un tamaño descomunal. Me pregunté cómo habrían sorteado el separador y me detuve a observar con atención. «¡Joder, esas dos parecen comunicarse a través del cristal!» Di un salto hacia atrás, pero las pocas fuerzas que me quedaban no evitaron que mis posaderas acabaran en el suelo. «¡Lorenzo, tú no estás bien!, recuerda que apenas has salido de un hospital… Dale a tus niñas los grillos que acabas de comprar, ocúpate de las iguanas que lucen moribundas, echa un vistazo a los escorpiones y descansa, te lo han repetido hasta aburrir a un oso panda: mucho descanso...» Después de ocuparme de lo urgente, que no de lo necesario, me dirigí a trompicones a la cocina, llené un vaso de agua y lo vacié de un trago. Estaba deshidratado, aturdido, idiotizado. Me senté, apoyé los codos en la mesa y noté restos de migas resecas. Dejé caer la cabeza entre las manos y tardé un minuto en quedarme dormido. Un mes atrás, daba inicio el dichoso viaje a tierras de Oriente. Jornadas maravillosas en países más que exóticos de extrañas costumbres, todo sorprendente para un pipiolo tan ingenuo como yo. Y

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Daniel, ¡hacía tanto que no le veía! ¿cuánto haría de eso?, unos tres años más o menos! El cabroncete no había cambiado ni un ápice, seguía siendo el mismo farolero que recordaba. Me enseñó su laboratorio y sus avances científicos en ese asunto de bioquímica que tanto le apasiona. Al llegar a España y mientras comía algo en el bar del aeropuerto, oí en las noticias que un virus desconocido había provocado un alto número de muertos en la puta ciudad que acababa de dejar. Di un brinco en la silla, con el tenedor aún en el aire intenté captar algo más de lo que decían, pero por lo visto el asunto no revestía importancia y la barbie de turno ya estaba hablando de un incendio en un piso de Madrid.

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No sabía si preocuparme, pasar del tema o cagarme en todo lo que veía, pero lo que tenía claro era que ese delicioso pincho de tortilla no acabaría en mi estómago. Unas mañanas más tarde, al levantarme, quise morir. Me explotaba la cabeza, tenía ganas de echar la pota y no lograba mear. Lo peor, sabía que eso no era un simple resfriado. El día antes, el desgraciado de Daniel me había llamado desde el barracón de un hospital militar de ese tan exótico país. Estaba en cuarentena. Puse en orden lo que pude, avisé en la oficina para que no contaran con mi valiosa presencia, llamé a mi madre y le prometí que me pondría camiseta, dejé comida a mis niños y, cagándome patas abajo, me presenté en el hospital. Quod erat demonstrandum me aislaron inmediatamente. Desperté de golpe, como si hubiera tenido un mal sueño, y en efecto, así había sido. Con un simple vistazo a mi alrededor recordé lo bueno y lo malo. Fui corriendo al salón, pero al terrarium me acerqué con la cautela necesaria. «¡Cago en la... esas dos tarántulas están hablando de mí!, juraría que una de ellas levanta la cabeza para mirarme mientras cuchichean. Estoy convaleciente, lo reconozco, pero no loco, soy biólogo y experto en este tipo de bichos y sé lo que digo. ¿Y aquella?, no me mola nada

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como patalea la tapa, menos mal que la urna está más que cerrada. No puede ser, a menos que… ¡Dios!, todos preocupados por la mortalidad del virus en los humanos y nadie ha pensado en las posibles consecuencias en otras especies. ¿Y a quién vas a contarle todo esto, Lorenzo? ¡Te tomarán por visionario!, sería como decir que has visto extraterrestres en el salón de tu casa cuando en realidad estos bichos son de aquí, made en tu puto planeta. Quizás la doctora del hospital sería la única que podría…» La mujer parecía no creer ni una palabra de lo que le estaba contando pero llegó un momento en el que colgó la bata y me dijo ¿vienes o voy sola? Entramos en casa, el terrarium estaba reventado y alguien o algo, había petado el cristal de la ventana del salón.

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No he vuelto a tener noticias de nadie, el teléfono ha dejado de funcionar, Dios sabe por qué. Me alegro de haber conseguido acabar el informe antes de que todo quede cubierto de hilos de seda y aunque mi cerebro no parece tan ágil como de costumbre, las manos aún agarran objetos sin demasiada dificultad.

Más relatos de paola panzieri en su blog: de aquí y de allí papan3.blogspot.com

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araceli rodríguez SE SABE QUE la nave espacial Centolo llegó a la luna según lo previsto. En razón de los recortes motivados por la crisis económica y al tratarse de una misión bien conocida, la NASA envió a un solo hombre. El viaje de ida supuso todo un récord de lanzamiento a una velocidad de 40.600 km/hdesde una órbita a 600Km de altura para que un pobre diablo gallego llegase a la luna en tan solo 24 h. El transmisor de radiofrecuencia llevó el mensaje de «Houston, alunizaje completado» al Capcom. A las 21:37 h del mismo día el Capcom reactivó el radiotransmisor. «Aquí Houston, ¿me recibe?» Silencio. ¡Maldita radio de los chinos! fue la cantinela del único tripulante de Centolo en sus primeras ho-

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ras. Una vez que se extinguió la rabia, se dijo que, si había podido hacer la ida solo, la vuelta sería pan comido. Pensó que le vendría bien echar un trago. A fin de cuentas, poco le importaba la ley seca del Manual espacial, sobre todo cuando los cabrones de recursos humanos lo habían mandado solo. Solo y con una radio de mierda, ¡manda carallo! Abrió un compartimento y extrajo una botella. El cierre cedió y algunas gotas de licor café flotaron en el aire. La estampa le puso de buen humor. Comenzó a imitar la boca de un pez que atrapa pequeñas gotas. Pegando mordisquitos, estas se dividieron en subgotas más pequeñas. La nave se estaba poniendo perdida, hasta que el tiburón abrió sus fauces y devoró cada átomo del preciado licor. Cuando le entró el hipo juzgó que aquello era una vergüenza y ya eran horas de meterse al trabajo. Así es que se introdujo en la escafandra y abandonó Centolo haciendo eses. No es que a él lo de las rocas le interesase mucho, él era más de buscar vidas extraterrestres. Mientras tanto se conformaba con meter pedrolos grises, marrones y verdes en un saco. Luego ya otros escribirían sobre la Troctolita o la Anortosita con un 90.04% de plagioclasa, 5.31% de piroxeno y bla bla bla... otro informe-somnífero para los de arriba. ¿Sería peor escribir uno de esos o el Manual espacial?, se preguntó mientras dirigía sus pasos hacia la co-

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lina con forma de nariz. Pero nada era peor que el Manual espacial, Material para limpiarse el culo, pensó. Y no le dio tiempo a más ya que una corriente lo aspiró nariz adentro.

La luna estornudó y él se cayó de culo, era su hipótesis más probable. Aunque por supuesto no vio nada. Él seguía en el mismo sitio que antes de.... ¿la corriente de aire? ¡No, imposible!, se dijo. Aunque no podía evitar interrogarse sobre los puntos suspensivos. Se levantó del suelo. Aún tenía el mismo saco lleno de pedrolos grises, marrones y verdes. ¿Todo seguía igual? Definitivamente no, pensó. Su hipo se había

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transformado en un intenso dolor en el trasero, como si se hubiera roto el coxis. Escuchó risas. —Cosquillas, cosquillas...—tarareó una voz femenina— Me hace estornudar y claro... ¡por poco lo mando a usted a Ferrol sin necesidad de nave! ¿Voces? Será el licor café..., se dijo. —¿Quién anda ahí? —gritó al vacío a través de su casco, como el tonto de turno que habla a su televisor. —¿Es que le pagan a usted por venir a tocarme, literalmente, las narices? — rio a gusto la voz. El astronauta gallego se dijo que era hora de pedir cita en el manicomio de Conxo. Aun así, hizo caso omiso a la razón y se subió a la alto de la colina con forma de nariz. Desde allí vio su nave y eso lo devolvió la cordura unos instantes, antes de divisar dos cráteres de idéntico tamaño que le miraban fijamente. Giró bruscamente ciento ochenta grados y lo que vio tampoco alentó sus esperanzas: una boca gigante estaba a punto de hablar. —¿Me ve ahora? Claro que ustedes los humanos no ven nada —se quejó la luna con un tono triste— tan solo miden, extraen, clasifican.... —¿Cómo sé que es real? —dijo al tiempo que pestañeó dos veces para intentar deshacer la ilusión óptica. —Quítese el casco y lo sabrá —dijo— no tema,


no le dejaré morir —dijo, y acto seguido una corriente de aire salió de su boca. Así es como el tercer hombre que pisó la luna se quitó el casco en plena misión. Al no haber pruebas gráficas sobre el suceso en cuestión, aparte de la botella vacía de licor café, no se pudo demostrar la presencia de oxígeno. Y si bien otros muchos volvieron en busca de pedrolos grises, marrones y verdes, ninguno volvió a hacerle cosquillas a la luna, ni mucho menos quitarse el casco. La comunidad científica se encargó de que para los anales de la posteridad el tripulante de Centolo fuese recordado como un loco farsante.

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Cuando el malogrado astronauta falleció de viejo pocos sabían de sus incursiones lunares. Aun así, en su Ferrol natal le hicieron un monumento réplica de su cuadro más famoso: una luna con un hombre sentado en su nariz. El monumento fue bautizado como Un gallego en la luna.

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mery pérez pérez mery —¿ÚT SERE NEIUQ? —soltó el extraño espécimen al ver entrar a Marta, ¡como si él fuese el que tuviera que sorprenderse! Marta, como siempre, llegaba de su trabajo tarde. Es programadora experta en computadoras en una mediana empresa desde hace poco, un trabajo más. Ese día transcurría igual que cualquier otro: monótono y aciago, como Marta visualizaba su vida. Al oír el grito interrogatorio inentendible del huésped inesperado, Marta se petrificó por un instante. Pero entonces reaccionó y le interrogó: «¿Quién eres tú?». El ser de color blancuzco tenía una mirada penetrante, pero bondadosa. Unos ojos grandes y expresivos, pese a ser completamente negros. —¡Rorre rop íuqa íac, emadúya rovaf rop! —exclamó el extraño, mirando cariñosamente y

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acercando su mano a Marta, quien iba a rechazarlo, pero la calurosa mirada del extraño ser la convenció de aceptarlo. Marta era una mujer de mediana edad, ya cercana a los cuarenta, que vivía sola porque nunca halló un amigo para compartir y menos un amante. Aunque lo intentó. A la sazón, ya se había acostumbrado y “aceptado” su situación. Pero siempre que conocía a alguien veía un potencial amigo. Nunca ocurría. Ese ser extraño, de lenguaje inentendible, de procedencia seguramente extraterrestre, aunque muy parecido a un ser humano, no estuvo exento de ser considerado por Marta como posible amigo. Mientras acariciaba la mano de Marta, el hombrecito le hablaba: —Alos yum sátse orep, anosrep aneub secerap, ¿Sáraduya em? Íuqa olos emradeuq oreiuq on. Marta no entendía nada. Busco su laptop y le pidió al hombrecito que hablara. Este lo hizo no porque entendiera que Marta se lo pedía sino para decir algo: —Ese omoc sopiuqe somenet atenalp im ne. Marta ejecutó un programa de inteligencia artificial para intentar traducir el lenguaje del comunicativo pero inentendible huésped. Después de poco más de un minuto ejecutándose, el programa arrojó una traducción a la frase escuchada: "en mi planeta tenemos equipos como


ese". El programa descifró pronto el lenguaje porque resultó ser un español al revés, un patrón detectado rápidamente por la inteligencia artificial. Marta se alegró mucho que ahora podría comunicarse con su enigmático huésped e inmediatamente se puso a desarrollar una aplicación para convertir el sonido de sus palabras al sonido del lenguaje del extraterrestre y poder así conversar con él. Y pronto tuvo terminada la aplicación. Así, la mujer solitaria y su huésped extraterrestre se pusieron al día. El extraterrestre llegó a la Tierra por error. Su nave perdió combustible por una fuga producto de una avería. Venía de su planeta de origen, Martius, en la galaxia Latinus, y se dirigía a otra galaxia, Oax, donde vive parte de su familia. Allí tenía pensado quedarse pues vive su amada. Siull —así se llamaba el extraterrestre— realizaba esos viajes muy frecuentemente y nunca había tenido un percance.

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Siull solicitó ayuda a Marta para reparar su nave, la cual se encontraba oculta a unos dos kilómetros de la casa de Marta. Marta escuchó atentamente todo lo que Siull contaba, pero se interesó poco por lo intrigante de la vida extraterrestre, los viajes intergalácticos o la solicitud de ayuda para reparar la nave espacial. Vio en Siull al hombre de sus sueños, su destino. Pensó que por eso duró tantos años sola, porque su amor era de otra galaxia. El desesperado extraterrestre inquirió la ayuda de Marta nuevamente, ya que ella no le respondía pues estaba absorta en sus románticos pensamientos. —Entonces, ¿vas a ayudarme con la nave? —así tradujo la computadora las palabras de Siull. Marta salió de momento de su ensimismamiento y le respondió apresurada que sí, pero exhortándolo a que no tuviera apuro, que por algo había caído en la Tierra, que nada era casual… «No, no es casual» —pensaba Marta. La ilusionada mujer se propuso enamorar a su huésped, cosa que pensaba lograría sin mucho esfuerzo toda vez que era lo que tenía que ser: su destino. Marta hacía de todo para agradar y complacer a Siull. Le cocinaba —ya que al hombrecito le gustaba comer—. Le llevaba a conocer lugares. Le compraba artilugios de la Tierra. Escuchaba todas sus historias. Pero no lo complacía con la reparación de la nave.


Pasaron dos semanas y Marta y Siull se hicieron amigos, pero Marta esperaba más. Y Siull esperaba irse al destino original de su viaje —su destino de vida— y así se lo hizo saber a Marta. Marta no quería volver a estar sola. ¿Por qué no era Siull su compañero de vida?, ¿Por qué entonces llegó a su casa?, ¿Por qué ...?, un sinfín de interrogantes invadían a Marta. Interrogantes todas que giraban en torno a sus necesidades. «¿Por qué no explotó su nave?», llegó a preguntarse la atormentada mujer. Y entonces reaccionó. Se reprochó su comportamiento. ¡¿Cómo era posible que prefiriese que Siull estuviera muerto?! «¡Que horrible persona soy!» —se dijo a sí misma.

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Pidió disculpas a Siull por el retraso en la reparación de la nave. Agregó que inmediatamente solicitaría lo requerido para la reparación. Y así lo hizo. En un par de días llegó todo a casa de Marta. Y en dos días más Siull reparó su nave y se dispuso a partir. Marta se despidió apresuradamente de su huésped temporal, agradeciéndole el tiempo compartido. Siull agradeció la hospitalidad. Marta vio ascender la nave y pensó: —Ahí se va el que pensé era mi destino —y quedó sola de nuevo, ¿es ese su destino?

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Encuentro de dos extraterrestres

Cuando Bradbury vio Encuentros en la tercera fase quedó fascinado. Ojalá algún día yo pueda escribir algo así de grande, pensó. Tal fue su entusiasmo que al salir llamó a Spielberg y quedaron al día siguiente. En la oficina del creador de E.T. este le preguntó para qué estaba ahí y Bradbury le dijo: Quiero que usted sea mi hijo. Creo que usted es maravilloso. Parece ser que Spielberg le contestó con una sonrisa socarrona: Entonces, ¿le gustó su película? ¿Cómo que mi película?, respondió Bradbury extrañado. Entonces, Spielberg le comentó que si él no hubiera visto de niño Vinieron del espacio exterior, película que Ray guionizó, jamás habría creado Encuentros. Quedaron en que serían hijo y padre honorario respectivamente. Me pregunto qué se regalarían...

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Aquí te quiero ver, IKEA 8/13

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Bradbury era muy friki, y como tal, tenía la necesidad de que sus fantasías fueran tangibles. Así que el mejor regalo que podía recibir eran ¡juguetes! Tenía más que sus nietos: pistolas de rayos de juguete, robots, dinosaurios de peluche, animales de peluche de gran tamaño descansaban en sillas acolchadas, e incluso una cabeza flotando en un frasco de vidrio, cortesía de Alfred Hitchcock. Podéis ver cómo era su Fortaleza de la soledad. Estantes de pared a pared llenos de libros, así como arte, películas, accesorios de televisión y baratijas de sus viajes a México. Y es que Ray, además nunca tiraba nada. Parece ser que rayaba en lo obsesivo, como si no aceptara que algo lo abandonara. En ese despacho, podrían vivir hasta vampiros…

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RAQUEL PEÑA Meses Antes de la Cuarentena Un viajero de la Galaxia Soy amante de la ciencia ficción, mis libros preferidos son los de Ray Bradbury, tanto que he perdido la cuenta las veces que he leído Crónicas Marcianas. Cuando mi esposa murió, para distraer mi mente, desempolvé toda la biblioteca y me dediqué a leer más sobre viajes por la galaxia. Toda aquella lectura sirvió para comprender muchas cosas, más allá de la atmósfera terrestre. Fue a partir, de entonces que me convertí en viajero.

Vientos de Guerra Unos acontecimientos con vientos de guerra me asustaron aquellos días. Una noticia causó gran impacto: fue asesinado el líder General Ira-

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ní Soleimani. Causó mucho revuelo en la Tierra. Entonces, ocurrió lo inevitable Irán levantó una bandera roja sobre la mezquita Jankaran, por primera vez en la historia como símbolo de venganza. Un grupo iraní atacó una base militar de EEUU. El 8 de enero lanzaron 35 misiles a una base de las fuerzas estadounidenses. En la madrugada de ese día, Irán disparó dos misiles a un avión ucraniano el cual llevaba 176 pasajeros, todos murieron. De verdad, con todo lo que estaba pasando, pensé que ya llegaría el final de la Tierra y me dije menos mal he vivido bastante, he disfrutado mis diferentes vidas, tuve hermosas familias, esposas e hijos. No le temo a la muerte, por años he estado solo, mis hijos actuales se casaron, se fueron del país y yo allí en mi único hogar y en el que me quedaré hasta que sea el momento de cruzar el umbral definitivamente.

Reencuentro con Marte

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Han pasado 500 años desde la última vez que lo visité. Y hoy 13 de enero del 2020 ocurre lo que tanto había esperado, aquel acontecimiento único, el que los planetas Saturno, Plutón, Ceres, Mercurio, la tierra, junto al astro Rey del Universo se alinearan. Ese día, regresé a Marte aprovechando la alineación de los planetas. Las cosas seguían igual, aquel planeta era una utopía para los terrestres, solo podrían viajar en sus libros de ciencia ficción. Eran pocos los elegidos


y yo fui uno de ellos. Y quizás, mi autor preferido también lo fue, por eso dibujó tan perfectamente el Planeta, porque solo así era posible.

El cielo se pinta de rojo sangre El 3 de enero el fuego dibujó una cruda realidad para el reino vegetal australiano. Más de medio billón de animales habían muerto. Los Koalas y los árboles de eucalipto pedían auxilio. Sus voces fueron apagadas por aquel implacable fuego que arrasó con la vida de muchas de estas especies. Ese día, el cielo pintaba un color rojo sangre, mientras los terrestres corrían asombrados a protegerse, aquellos colores dibujaban un triste paisaje y entre las llamas figuras silvestres se veían consumidas y gritando de dolor, mientras otras enfurecidas culpaban sin piedad al hombre de aquella desgracia anunciada. Des-

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pués de esto, hubo cambios climáticos cayeron granizos y también hubo una tormenta de arena en suelos australianos.

ANUNCIOS DE LA PACHAMAMA Mientras los iraníes atacaban la base militar, en México esa misma madrugada se registró un terremoto 6.5 el cual produjo mucho daño en una parte de la nación. Dos días después, en Puerto Rico, hubo uno terremoto de magnitud 6.4 el cual dejó a su paso viviendas destruidas, refugiados, un muerto y la isla sin electricidad. Otra protesta se hacía latente esta vez la del volcán Taal quien emitió su furia mediante una erupción explosiva y peligrosa con fuertes rayos, humo negro, piedras cayendo en la ciudad producto de las explosiones, temblores volcánicos y dos terremotos volcánicos. Brasil, fuertes lluvias provocan inundaciones. Y por el otro lado del mundo, el pueblo de Irán por primera vez en los desiertos del sureste del país, estaba sobreviviendo a las inundaciones después de un mes de lluvia que dejó 20.000 personas sin hogar.

Momentos de Cuarentena: Todo por comer murciélagos

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Todos hablaban de eso, un país oriental entró en cuarentena, porque un virus los había invadido y todo por tener una práctica de comer murciélagos, que costumbre gastronómica más


extraña, pero como dicen en mi tierra entre gustos y colores… Pensé, eso es por allá por el otro lado del mundo. Nunca me imaginé, que aquello de lo que se hablaba en las noticias, redes sociales, pudiera atravesar el océano para llegar al nuevo mundo y mucho menos traernos secuestrados en su nave, todos los pasajeros en su mayoría eran de mi edad o más, o en su defecto niños muy pequeños.

Llegada al Planeta Virux Era un lugar frío, sin embargo, el paisaje se adornaba con unas plantas exóticas de gran belleza, que simulaban una majestuosa corona adheridas a algunas rocas grisáceas que le servían de soporte, sin duda alguna una relación simbiótica muy particular. No dejaba de contemplarlas, eran realmente increíbles. Aquellas imponentes plantas, eran cada una de ellas, unas verdaderas reinas del mundo vegetal, me hizo recordar la flor de frailejón que habitan en el maravilloso pie andino, el cual fue mi hogar por más de 60 años, hasta ese fatídico día cuando aquella fiebre, un fuerte dolor de cabeza, y el aire empezó a faltarme, resecando mi garganta y una fuerte tos que ni con el té de frailejón me pude sanar.

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Allí estaban ellas, me devolvieron una mirada silenciosa. Un pájaro gris azulado nocturno cantó dándome la bienvenida.

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mirna gennaro LA NAVE ESPACIAL había sido diseñada para atravesar el campo de asteroides sin un rasguño. Lo que no estaba previsto era el agujero de gusano que se abría detrás de la cortina espesa de piedras flotantes. Un agujero de gusano no era lo más oportuno para la misión, que se podría llegar a desviar varios años luz de su destino. Pero eso no le importó al comandante Rubic, quien solo quería alejarse de Marte. En el planeta rojo se había declarado una guerra sin cuartel. Los partidarios de Kun, el líder bactericida, habían esparcido gases que eliminaron las bacterias, primitivos habitantes del planeta. Numerosos científicos se habían opuesto a las medidas sanitarias ya que previeron que la falta de microorganismos sería, a la larga, nociva para los humanos. Pero Kun solo quería un planeta yermo, aséptico. Así lo usaría como punto de despegue de sus misiones de ataque quí-

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mico a Alfa Centauri. Los opositores, conociendo las intenciones del líder, pronto se sublevaron, lo que se tradujo en una escalada de atentados contra las instalaciones militares que dirigía Kun. Rubic debía traer refuerzos desde Júpiter, para apoyar al líder. Cuando la nave dejó atrás la atracción gravitatoria de Marte, se internó entre los asteroides y dio con el agujero de gusano, Rubic sintió alivio y esperanza. Se libraba de Kun y volaba hacia un mejor mundo en el que no habría guerras y donde la humanidad podría establecerse dejando atrás las carencias de un planeta devastado. Se había apropiado de la nave más moderna y mejor equipada. Además, se había asegurado de que lo acompañaran tripulantes simpatizantes con su propia causa. Ellos serían la semilla que esparciría un nuevo tiempo de paz y prosperidad. La entrada al agujero de gusano ocupaba un punto ciego a los radares de Marte. Si bien representaba un reto internarse en él, ya que no había sido suficientemente explorado, confiaba en cierta información de que había un planeta de condiciones habitables. Cuando Rubic y la tripulación llegaron al otro extremo, se encontraron con un planeta verde cubierto de domos. ¡Estaba habitado! Lanzaron una sonda y se aseguraron de su atmósfera. Luego desembarcaron e iniciaron el reconoci-

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miento a pie, caminando sobre la superficie cubierta por una densa alfombra que parecía animal en lugar de vegetal. Sus pasos quedaban plasmados sobre ella como si el pasto se acomodara para dejarles pisar. Había vegetación, pequeños animales y agua dulce, lo suficiente para su grupo. Recorrieron varios kilómetros hasta llegar al primer domo. Era un lugar hermoso, iluminado por los dos soles de un sistema binario, uno más rojo y otro más amarillo, que sacaban destellos a la superficie vidriada. Desde fuera vieron algo que los sorprendió: un monumento sobre el cual se erigía una nave. ¡Era la sonda Voyager! Al parecer, había caído en el planeta mucho tiempo atrás.

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Los habitantes del lugar, los naríes, eran un pueblo relativamente atrasado en lo que a tecnología concernía. Poseían aeronaves semejantes a avionetas y armas similares a escopetas y cañones. Cuando la sonda cayó en su planeta, la acogieron con sorpresa y curiosidad científica. Sintieron miedo, se sintieron vulnerables al saber que no estaban solos en el universo. Por ello, a partir de la llegada de la sonda, los naríes se esmeraron en lograr nuevas técnicas de comunicación, naves y armas. Ahora estaban a punto de lanzar su primer cohete. Lo llevarían hasta la tercera luna, la más grande, la que les desvelaba las noches con su luz celeste. En el futuro indagarían en el espacio buscando a otros seres vivientes. La llegada de esa otra nave, la que aterrizó esa noche, sorprendió a todos los naríes. ¡Imaginen la conmoción al ver que venía tripulada! Se organizó una recepción armada. Pero, al ver que los extranjeros no mostraban intenciones bélicas, los invitaron y agasajaron. No comprendían su idioma, tampoco sus gestos. Eran lo suficientemente parecidos a ellos como para considerarlos semejantes, pero lo bastante diferentes como para decidirse a estudiarlos. En una improvisada lengua de señas los humanos consiguieron que los naríes entendieran que eran pacíficos. Pero el hecho de que

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portaran armamento en su nave confundió un poco a los nativos, quienes más pronto que tarde decidieron estudiar la forma en que los recién llegados pensaban. El comandante Rubic nunca se enteró de la forma en que murió: lo alentaron a caminar descalzo sobre el pasto animal y así se quedó dormido para siempre bajo las tres lunas. Su tripulación siguió el mismo destino. Los cuerpos fueron transportados al centro de investigaciones naríes. Todavía no habían desarrollado técnicas avanzadas de estudio de seres vivientes, solo practicaban autopsias. Los naríes nunca entendieron la forma de pensar de los visitantes. En cambio, diseccionaron sus órganos y los exhibieron en la sala principal de su museo de ciencias. También desarmaron la nave, esa nave tan especial que tenía

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armas jamás imaginadas. Se regocijaron al saber que los próximos avances de la ciencia los pondrían al nivel de esos seres tan inesperados. Rubic nunca previó que la misma acción por la que dejó atrás un ciclo de violencia y destrucción en su mundo, sería el primer paso para que esa plaga se extendiera por el resto del universo. Pero esa es otra historia.

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emerencia alabarce

YO FUI PILOTO en aquella expedición. Las grandes potencias estaban tras las investigaciones. El objetivo: una vacuna contra el Ysii que atacaba la esencia suprema humana. Estos Estados llevaban trícadas desterrándonos la inocencia a los habitantes de las pequeñas naciones y contaminándonos nuestra inteligencia. Estábamos bajo su dominio. Pero cuando apareció el Ysii todo cambió; amenazaba también su integridad como dominadores. El estado de alarma y la misión Menelao dieron paso a una investigación que se centró en un grupo de supervivientes de mi nación, Ibiera, la más pequeña de Terra. El Ysii, esa nociva criatura salida de la nada, no les afectaba. —Sí, tiene inmunidad y también su familia. — confirmó el científico. —Los he encerrado en una cámara frigorífica con El Yssi. —Será adquirida.—añadió el epidemiólogo.

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—Será adquirida.—añadió el epidemiólogo — ¿Cuál es su apellido dices? —Es Farnes, Juno. —Habría que sacrificar a ese superviviente e investigar las celás del hígado, pueden ser la clave. —Pero, el comité Tántalo no lo permitirá. —Al tufo con el comité. Una vez que abramos a este, abrimos todos los que haga falta. Y al menos cien más para estar seguros que tienen antígenos frente al Yssi. Como veis la ética de los científicos era de dudosa naturaleza. Por otro lado, con esta pandemia las grandes potencias se habían olvidado hacernos seguimiento de la evolución de la desinteligencia que se disparó de forma alarmante —a unos más que a otros—. Había aumentado el uso de papel higiénico, por causas inexplicables, con lo cual se incrementó la dosis de Desarmonica en sangre, un colorante sintético de laboratorio que entraba vía anal y ocasionaba la diarrea mental. Y con este hecho peligraba la veracidad de los análisis que se estaban realizando. Estas familias innato inmunes fueron investigadas: vacunas puestas, exposición a radiaciones, trabajos realizados… —¿Y dice usted Sr.Farnes que su abuelo era espeleólogo? Con esta pregunta comienza parte de la historia en la que fui protagonista. Unos pocos éra-


mos pero supimos la verdad de lo ocurrido. Aquellos túneles permanecían cerrados por un desplome. Algo insólito, por lo que sabía se abrieron con voladuras en el mismo corazón de la roca. Mis amigos y yo recorríamos la vía muerta del tren hasta el punto en que la montaña la engullía. Desde allí apreciábamos el misterioso resplandor. Le llamamos: la Congregación de la luz.

Ya era la cuarta expedición que se realizaba a aquel lugar. Escaladores y espeleólogos fueron los únicos en atravesar esos desfiladeros de paredes verticales y adentrarse en aquel valle cerrado donde sobrevolaban unas aves extrañas como buitres de colas largas que salían de oquedades. Y contaban, que en las grietas que se elevaban perpendiculares al río, crecía un bosque en miniatura de árboles con flores luminiscentes

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Aquellos misterios minaron la curiosidad de estos aventureros. En las diferentes expediciones conseguirían fijar clavos, hebillas y cadenas, y anclar un sistema de pasarelas en las paredes; también aprovecharían parte de los viaductos abandonados para adentrarse en aquella cavidad rojiza: el arco Tafoni. De allí surgía la luz. —¡El hueco se abre hacia el interior! —fue Dego Farnes, uno de los espeleólogos, el primero en entrar. —¡Mirad la luz!, adquiere formas. —Será un efecto óptico, por la evaporación del río sobre la roca —comentó Ifi Fronta, escaladora guía. «Qué equivocada estaba. —¿Y estas ánforas? —Parecen antiguas. Deberíamos coger una y llevarla al museo de historia de Coria. No conozco estos símbolos… —Mirad como están hechos. Desprenden una fosforescencia… —Hay que vaciarlas. «Ahí dentro estaba la clave. Intrigante ¿verdad? Eran restos orgánicos. En el laboratorio paleontológico lo determinaron: “vísceras humanas con una datación de bastantes siglos”. Fue en la quinta expedición donde participé. Pilotaba el helicóptero de rescate y me contaron lo sucedido. Mientras esperaba para sacarlos de la montaña, las luces adquirieron formas


extrañas; al parecer como entes translúcidos. Las voces y movimientos del grupo expedicionario provocaron desafortunadas respuestas en ellos, dificultándoles salir de allí. Cada vez que intentaban caminar, en la cavidad se creaba una nebulosa que los cegaba. Pasaron dos semanas en aquella cueva hasta que pudimos acceder. Antes del rescate pensábamos que podían haber muerto dentro de aquella cavidad. Cuando llegamos las luces ya habían desaparecido y ellos estaban vivos. Los sacamos y también a las ánforas. —Me siento mal, —dijo Dego Farnes ya en el helicóptero —parece el hígado, y este dolor de cabeza… Aquello fue el detonante. Pero antes permitidme ¿Creéis que hay vida tras la muerte? Yo creo que sí. Al fin y al cabo,

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eso es lo que había allí, muertos metidos en vasijas para permanecer en el tiempo. Me enteré que los científicos en el laboratorio revivieron parte del hígado encontrado en la primera vasija que se llevaron. Al igual que del cerebro de un cadáver se pueden sacar recuerdos, quizá en el hígado se activen patologías, incluso las emociones del ser que las albergó. “Entonces, ¿son ellas?, ¿las luces?” Es lo que os estaréis preguntando ahora mismo. Y pensar que las grandes potencias consiguieran su vacuna gracias a la Congregación de la luz… Después se comprobó que el grupo expedicionario permaneció en las entrañas de la montaña tiempo suficiente para que se inmunizaran frente al Yssi. Sin saberlo, se habían expuesto a ese microbio que se había desarrollado en aquella masa putrefacta de vísceras.

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carmen ferro DE PRONTO UN estruendo rompió todos los cristales de las casas. Un rugido profundo estremeció la tierra. La explosión hizo añicos las montañas, los campos y las ciudades. Los mares subieron todos de golpe, se rompieron los glaciares y el hielo salió disparado hacia todos lados del planeta. Caos y destrucción. Y los seres vivos, de repente, ya eran seres muertos. Todos. Nos salvamos por poco. Apenas unas horas antes partimos del puerto, en un velero reciclado en aeronave espacial. Unas alas de acero y cien motores cargados de queroseno. Nada más que eso. Volamos alto. Muy alto. Sobre nuestras cabezas un cielo de estrellas con luna llena, y abajo quedaban todas nuestras certezas, hechas añicos en medio de una hecatombe.

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Los trozos del planeta tierra desperdigados por el espacio. La torre Eiffel casi nos da alcance. Iba entera, disparada hacia la luna. Dentro aún gritaban los ocupantes del ascensor; con suerte podrían salvarse. Nos abrazamos. Hace casi nada nos creíamos dos locos insensatos, y no lo éramos tanto. Aquella tarde ya no pude aguantar más. Te rescaté del infierno donde te habían aislado, casi todo agotado menos tu respiración. Sin tiempo que perder corrimos hacia el puerto. Policía por todos lados. Escapamos y arrancamos motores a toda prisa. Sin mapas ni cartas de navegación, tiramos hacia arriba a todo motor. Puede ser que las estrellas estén a años luz, pero a nosotros no nos pareció para tanto. Nos pusimos enseguida en la órbita de un planeta enano. Nuestra nave marina fue tragada por esa vorágine devoradora de metales. Nos caímos en un lago espeso, viscoso y con olor a fundición, con el barco desintegrado en mil pedazos. Y nosotros enteros y sin un rasguño. Una hazaña extraña, pero en ese momento solo teníamos cerebro para observar aquella extensión casi plana, y abrazarnos. Quizás estuviésemos a salvo. No sentimos miedo, lo habíamos consumido todo en el trayecto.

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Sobreviviríamos al milagro en un lugar externo y extraño. No habíamos perdido nada; lo que conocíamos ya jamás existiría. No fue fácil salir de aquella amalgama viscosa y ver mejor el horizonte. Ya amanecía sobre lo que, no muy lejos, nos pareció un cerro. Mi cuerpo era ligero. En apenas tres pasos cruzaba los cien metros dando saltos. Tú quedaste quieto, riéndote de mis piruetas de cabra. Ya no te sentías enfermo. Estabas contento, tu risa sonaba como un trueno alegre, con eco. Apenas pesábamos. Nos dimos la mano, y a saltos alcanzamos el cerro. —Casi no hay gravedad—dije. —Quién lo diría. Gravedad. Ya olvidé lo que significa—musitaste. Al otro lado un mar quieto, sin olas ni viento. Ni siquiera era líquido. Una gelatina ferrosa, pa-

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leta de colores ocres, amarillos y cobrizos. Sin una sola roca ni arbusto. Nada sobre esa aridez desierta. Paseamos la costa de metal. Arena de clavos fríos, diminutos cantos de hierro crujientes bajo nuestros pasos. Aún llevabas puestas las zapatillas y el pijama del hospital. Estabas gracioso con el culo al aire. Me reí de ti, y el eco me devolvió un balido. —Estás como una cabra —dijiste— Solo tú podrías hacer esto. Rescatarme de aquel cuarto hermético, y volar un barco en el espacio, sin estación de control. —Pero estamos a salvo. —O muertos… Quién sabe. Los viste tú antes. De aquel mar emergían seres diminutos. De lejos nos parecieron peces, de cerca perros minúsculos, con cola de pez y patas de conejo. Seres muy extraños para nosotros, en un lugar donde todo era novedad. —¿Pescamos uno para el desayuno? —¡¿Estás loco?! ¿Y si nos envenenamos? ¿Acaso tienes hambre? —No, no tengo. Te desayuno a besos. Nos abrazamos, y en el beso, perdimos el equilibrio en aquel suelo escurridizo. Caímos rodando al mar de gelatina. Por suerte apenas había un metro de profundidad en la orilla. Nos levantamos rápido, con la ropa pegada a la piel como un cartón seco, rígido y cuarteado. Ese mar era

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tibio, y a fuera la temperatura agradable. Nada se parecía a la tierra. Incluso el aire, que respirábamos tranquilamente, era diferente. —¿Te has dado cuenta? Aquí nada huele — dijiste acercando tu nariz a mi cabeza —Tampoco tu pelo huele. Ni tu piel. Ni tus besos saben como me han sabido siempre. ¿Será que aquí no tengo olfato ni paladar? Te di un mordisco en el brazo. Tu grito debió escucharse en toda la galaxia. —Tampoco es para tanto; apenas apreté los dientes… —Pues me dolió cincuenta veces más que otras veces. —Quería comprobar si sientes. Has perdido el olfato y el gusto. A mí tú me hueles como siempre, un poco más sudado. Hueles como cuando salías a pescar sardinas.

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Quedamos mudos de repente, al ver aquella figura emerger de la viscosidad del mar. Su piel refulgía en vidriosos destellos de colores. Podría ser una sirena o un lobo marino. En lugar de cabeza tenía un cilindro metálico de cobre brillante, con crótalos colgantes. Y su cola era una colección de piernas de diferentes tamaños. Las más largas medirían dos metros, y unos veinte centímetros las más cortas. Salió cantaNdo, a pesar de no tener boca. Su voz, vibrante como cuerdas de arpa, esparcía múltiples soni-dos en el ambiente. Cantos a varias voces. Gui-tarras y batería. Sonidos conocidos de una melo-día que nos daba la bienvenida. Una escalera al cielo. Sin duda, habíamos llegado. Ya éramos eternos.

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BEBA PIHEN —¡CUANDO VIAJEMOS A Marte! —contestó el rey— ¡Qué ocurrencia, hija mía! ¿No te gusta ser princesa? Y siguió su majestuosa marcha hacia la sala del trono. ¡Para qué esperar que una niña de nueve años le contestara! «¡Entonces, es posible!, ¡algún día dejaré de ser princesa, y jugaré en el patio, con los otros chicos del fondo! ¡Todo el día, sin escolta!», pensó. Ya los había visto muchas veces desde su ventana. Jugaban descalzos y desabrigados; ayudaban en la huerta o la cocina, pero también, se hamacaban en las ramas, se escondían en la caballeriza, perseguían a los patos. ¡Era tan distinto de las visitas semanales de las petites dames! Siempre modosas, silenciosas, manipulando muñecas y comiendo masitas; y

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siempre con la escolta, en el parque o en su cuarto.

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—¿Qué es Marte? —le preguntó a la institutriz. —Un planeta cercano al nuestro. Es rojo y reseco. —¿Se puede ir ahí? —¡Por supuesto que no! ¿Para qué iría alguien a Marte? Con este mundo tan bonito lleno de plantas y animalitos y arroyos frescos. Se hace tarde, Alteza. Debéis terminar vuestra tarea de latín y la tabla del ocho. ¡Sin llantinas, por favor! La princesita se sentó enfurruñada. Mademoiselle se sirvió una buena taza de té. —¡Aaaaay! ¡Ayuda! ¡Me quemé la mano!¡Alteza, quedaos quieta! ¡Niña, quédate quieta! Pero la princesita ya estaba escapándose, escaleras abajo, pasillos al fondo, hacia el patio de la servidumbre. Aunque trató de que no la vieran, otro chico se le acercó. —Hola. Soy Pedro. Vení, juguemos. —No puedo ensuciarme; soy princesa. —Ya sé. Pero una princesa puede hacer lo que quiera. Si no, ¿para qué sos princesa? Yo puedo hacer lo que quiero. —¿Podés ir a Marte? —A lo mejor, cuando sea grande. Nos estamos preparando; haciendo un cohete en la enramada. ¿Vos querés ir? —Sí. Así sería menos princesa y jugaría con ustedes.


—¡Adelaida! —gritaban el rey y la reina, y todo el palacio, buscándola. Pero la princesita Adelaida estaba en la enramada con Pedro y sus amigos. En el cohete de cacerolas desechadas y terciopelos desteñidos, se sentaron a tomar unos mates. La princesa no conocía esta bebida ni el sistema de la bombilla, pero aprendió en seguida. —Acá venimos todos los días—dijo Pedrito. —Y algún día iremos a Marte. —No tenemos que volar demasiado lejos para ser felices— dijo otra chica. —A lo mejor… "Maddy" me dice que Marte es feo y rojo y reseco. Aquí es muy, muy bonito. ¿Funcionaría para una vuelta por el parque? —Funciona con canciones divertidas —agregaron—. Y con sueños locos, como volar y escaparse. Adelaida, embelesada, cantaba a voz en cuello algo de nubes y planetas.

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Y era verdad. El canto los llevaba por el aire, cada vez más alto, cada vez más cerca, más azul y fresco. Tal vez, "Maddy" no supiera tanto de Marte. Y en eso estaban cuando los encontraron. —¡Cómo no iban a encontrarla! ¡Tan luego una princesa entre la servidumbre! La Reina estaba lista para desmayarse, pero se rehízo, y el Rey no pudo tronar su enojo. —¡Jovencita! susurró. Adelaida parecía transfigurada. —¡Casi hemos llegado a Marte, papá! ¡Estoy jugando con estos chicos! Y los reyes sonrieron. Allí había “algo tan leve como el aliento de un hombre en una mañana fría, algo tan azul como un humo de leña en el crepúsculo, algo que parecía un antiguo encaje blanco, una nevada, la helada escarcha del invierno en los juncos quebradizos", Algo tan dulce como la confianza y la inocencia.

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Tal vez esto haya pasado, justo cuando partía la Voyager, y el mundo se comía las uñas.

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De los Elliot a la Familia Addams

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El asistente editorial de la revista Mademoiselle dedicó los últimos minutos de su jornada laboral para curiosear la pila de manuscritos no solicitados. Uno le fascinó. Se titulaba Homecoming, el autor Ray Bradbury y el joven asistente, Truman Capote. Como el relato presentaba unos personajes siniestros (momias, vampiros, brujas…) se encargó la ilustración a Charles Addams, un dibujante de tiras de humor negro. Ray y Charles congeniaron enseguida y hasta planearon un libro con esos peculiares personajes que conformaban la familia Elliot. No cuajó por falta de editor, aunque esa idea se materializaría por separado. Addams crearía su propia familia de monstruitos que alcanzaría un exitazo en televisión: La familia Addams. Bradbury escribiría De las cenizas volverás. Ray no ha regresado de las cenizas. Su muerte provocó innumerables homenajes, incluido el de cierto presidente norteamericano...

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CARLA GUERRERO ANDREA, DE APENAS seis añitos, sentía fascinación por leer historias interplanetarias antes de dormir. A su madre, superviviente terrestre de varias catástrofes, reconstruida con partes cibernéticas, se le erizaba la piel cuando su pequeña le decía que de mayor quería ser Referee, intercediendo entre humanos y cíborgs, algo muy común en el siglo XXV, así como viajar entre planetas. Deseaba que su niña acabara sus días como humana que era. La besó y arropó.

Primera semana: Después del golpe inicial, abrí los ojos y pude ver la muchedumbre mirándome con desprecio.

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Abrí mi esfera de viaje y salí, dirigiéndome al edificio del planetoide Ceres, para reportarme. Yo tenía actualizaciones de las que ellos carecían. Esas miradas... ¿envidia colectiva? No podía ser, sentir no lo tenían codificado, y menos algo así, tan vil y oculto. Mis ojos cafés de metacrilato brillante, me diferenciaban. La ajustada vestimenta reglamentaria delataban curvas femeninas humanas. El exoesqueleto retroiluminado con micropartículas doradas, le daba a mi «piel» un cobrizo bronceado destacando entre la palidez del resto.Tenía el cabello elegantemente recogido. Me habían rediseñado en el Laboratorio Galáctico, para infiltrarme entre los robots recogiendo información, ya que últimamente se saltaban sus protocolos. ¿Querrían eliminar la raza humana, su creadora? Mi misión, como detective, era desvelar el propósito de tal proceder. ─Saludos, Dalila-4. ─Respondo, mi Capitán. ─Pude oír desde la puerta del despacho donde entraba. Advertí una ligera ¿caricia? de él en la mano de ella. No, sería mi imaginación, no tenían sentimientos. Dalila-4 sería beneficiaria de la enfermiza organización de Capi. En seguida detecté que las triviales tareas que ella realizaba le valían importantes condecoraciones, desvalorizando la originalidad de los demás.


Había un séquito que cumplía las órdenes de Capi, a veces obtenían algún reconocimiento, pero eran en repetidas ocasiones los mismos, no se valoraba el buen hacer de los demás, siendo solo material de relleno como si de un lujoso cojín se tratara, donde resaltaban Capi, Dalila-4 y su séquito, mientras el resto quedaba escondido bajo la funda sedosa de la indiferencia, ante el deseo ambicioso de unos pocos por distinguirse. La simplicidad que ella disfrazaba de conocimiento tecnológico destacaba en la comprensión ilógica de Capi. ¡Vaya! y yo que creía que los desórdenes mentales no afectaban a cerebros cibernéticos. Importantes entresijos internos que debo registrar.

Segunda semana: Mientras desarrollaba mi misión, obvié el apodo burlesco con que me habían bautizado: Liza, aludiendo a «Actualizada». No estaba programada para contraatacar, mi versión mejorada establecería la paz. Además, la potencia de mi mirada láser ─implantada pero todavía deshabilitada─ podía acabar hasta con Capi, fabricado con la aleación Inconel 718. Logré descubrir las causas de la conducta desajustada de las máquinas demasiado pronto, me

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hubiera gustado un desafío más grande para mis circuitos cerebrales. El nivel 3.1 con que habían dotado a mi inteligencia artificial sobrepasaba los fingidos engreimientos de superioridad de los androides primitivos que me rodeaban.

Quinta semana:

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Desde mi cámara, escucho: ─Base a Linda-2. Llamando. ¡Base a Linda! ─Reportándome. Aquí Linda, intentando seguir siéndolo. ─Cíñete a tu programa. Infórmanos. ─Trabajo en ello, pero no estoy programada para responder a la hostilidad de estos sádicos seres inferiores. ─Linda-2, los contaminados de sentimientos diabéticos, los jefecillos nadando al garete en su mar ideológico de aceite rancio, las princesas de la oscuridad del universo, prostitutas reinas de latón, jamás, que lo sepas, ¡JAMÁS! van a entender la dulzura de tu posición. Esa es tu arma, tu fuerza y, especialmente, tu corazón. ¡Espero una respuesta favorable en la próxima conexión! «Mi corazón» Suspiro... El contraste del infinito oscuro con la brillante luminosidad de cada estrella, pintaban un paisaje de luciérnagas siderales maravilloso, que observaba tumbada desde mi cómoda meridiana. Sueño ─palabra tan humana─ con que la entramada red de hechos no se materialice.


Comencé a ordenar frases en el apartado de mi cerebro destinado a guardar información:

Reportes Pendientes. Somos muchos, demasiados. Sistema colapsado de incontables especímenes repetidos con iguales tareas. Surgen rivalidades, disconformidad, incompetencias. Deseos de sobresalir, de ser único. Se menosprecia lo que sea nuevo. Se silencian mis nuevas ideas para ocultar sus carencias. Los falsos jefecillos del séquito de Capitán, alzan su voz dando cátedra sobre temas obsoletos, que, con cierta estructura de vocablos, hacen parecer que su verdad sea la única razonable. Se alían entre ellos para destruir la supuesta amenaza: yo. Hay una conspiración para que se me traslade a La Fundición. (Aparece en mis archivos de memoria, imágenes de Juana de Arco). Quieren acabar conmigo echándome al fuego. Guión, guión... re-se-te-an-do... e-li-mi-nan-doesta-última-frase... ¡Cíñete-a-tu-programa! Suspiro.

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No aceptan actualizaciones ejemplarizantes. Descubro además, fallos en sus conexiones cerebrales, metales oxidados les limitan el entendimiento del valor añadido y las mejoras con que podrían contar en un futuro cercano. Manifiestan una desarrollada violencia interna no programada de origen, donde quienes prevalecen son siempre los mismos, quitando del medio a los demás. Conclusión: no desean destruir a los humanos, sino «ayudarlos» a eliminarse a sí mismos, permaneciendo ellos como únicos habitantes en la galaxia, falsos seres superiores: los iluminados. Vuelvo a mi base terrestre.

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Andrea, ya mujer, visita silenciosa y cabizbaja, la tumba de su madre: «Perdóname, madre, por no complacerte. Aún conservo mi corazón, el original que me diste tú. ¿Sabes? Me han convertido en algo mejor que una referee, soy Detective».

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Con honores de 10/13 Estado Solo un día después de la muerte de Ray Brdabury, Barack Obama tuvo unas hermosas palabras para recordar su figura:

Para muchos estadounidenses, la noticia de la muerte de Ray Bradbury habrá evocado las imágenes de su historias, impresas en nuestras mentes, a menudo desde una edad temprana. Su don para contar historias reformó nuestra cultura y expandió nuestro mundo. Pero Ray también entendió que nuestra imaginación podría usarse como una herramienta para una mejor comprensión, un vehículo para el cambio y una expresión de nuestros valores más preciados. No hay duda de que Ray continuará inspirando a muchas generaciones más con sus escritos, y nuestros pensamientos y oraciones están con su familia y amigos.

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No tengo la menor duda de que Donald Trump también habría dedicado unas palabras a Bradbury: "Nunca olvidaremos cuánto hemos disfrutado con sus historias, sobre todo Star Wars y ET...". Bromas aparte, Ray siempre será eterno y no solo por sus relatos. ¿Viajamos al espacio?

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Mª Carmen Píriz QUERIAMOS VISITAR LA Sierra de Cazorla y disfrutar de la naturaleza así que reservamos un hotel que estaba situado a la salida del pueblo. Llegamos a media tarde y nos instalamos en la habitación. Desde la terraza se divisaba el impresionante paisaje de las montañas repletas de olivares en todo el contorno. Después de cenar en un comedor pequeño muy acogedor, fuimos a dar un paseo hasta el centro del pueblo. A la derecha de la carretera había una desviación con una cuesta que llevaba a un castillo. De repente, una nave que llegó desde el cielo y se posó detrás del mismo. Emitiendo unos destellos de luz muy potente. —Has visto que iluminado está el castillo —me dijo Pepe. —Yo he visto como una nave que se posó allá arriba.

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—¡Anda, qué imaginación tienes! —me contestó. De la cuesta, bajó un grupo de gente de aspecto muy extraño. Estábamos cansados del viaje, así que decidimos regresar al hotel. No podía dormir, me asomé al balcón. Visualicé otra nave más grande que la que vi posarse tras del castillo. Esta lo hizo entre los olivares, bajando en vertical. Me asusté y llamé a mi marido: —¡Pepe! Mira, otra nave y con esa luz tan brillante, está entre los olivares. —¡Anda, duerme, estarás soñando! No me hizo ni caso. Por la mañana temprano nos despertaron los silbidos y el murmullo de la gente. Un grupo grande siempre hace más ruido en una excursión, pensé. Después de ducharnos bajamos al comedor a desayunar, el camarero nos indicó el comedor pequeño y nos dijo: —Pueden coger del otro comedor lo que les apetezca del buffet. De momento está vacío, pronto llegará el grupo grande y sería difícil acceder a las cafeteras y los alimentos. No dejen que se lleven nada de este comedor: ni las aceitunas, ni las aceiteras, que se beben todo el aceite. De nuevo escuchamos ruidos, gritos, silbidos y murmullos que venían del comedor de al lado.

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Preguntamos al camarero qu pasaba, nos dijo: —Es un grupo grande, extranjero. Cogimos nuestras mochilas y con un guía y un grupo pequeño visitamos el pueblo. Subimos al castillo, allí nos cruzamos con otro grupo mal encarado; tenían mal aspecto, demacrados de color verdoso, con arrugas muy marcadas, los ojos deformes y por orejas trompetillas. —¿No te parecen raros estos extranjeros? —pregunté a mi marido. —Dado hoy que las modas son diversas, no debemos extrañarnos de la apariencia —contestó. Subiendo por las escaleras de caracol de la torre del castillo, bajaba una señora que enfadada: —No hay derecho nos tratan como a borregos. Hoy en día, parecemos números en vez de personas. Con el guía recorrimos el castillo. Escuchamos atentamente la historia muy interesante de los antepasados que lo habitaron. Nos mostró unas tumbas de unos caballeros templarios.

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Terminada la visita nos encontramos en la cuesta con la señora enfadada que antes se cruzó con nosotros. Ahora, además, parecía asustada. Nos contó que en su hotel pasaba algo anormal: —Estamos sometidos a un horario que no nos da tiempo ni a comer, ni hacer nada. No nos dejan reposar ni cinco minutos. Nos meten prisa para despejar el comedor y nos dicen que nos vayamos a nuestra habitación. El grupo que entra después se suben por las paredes dando saltos. En el comedor, lo primero que se gasta es el aceite de oliva, se lo beben. Estamos sometidos a un estrés tremendo. —¿En qué hotel se aloja? —le pregunté. —En el Hotel Sierra de Cazorla. —Es el mismo que nos alojamos nosotros y se descansa muy bien. Solo hay un grupo grande de turistas extranjeros que hablan extraño —le dijo mi marido. —¿Extranjeros?, ¡yo diría marcianos! Nos vamos inmediatamente de allí —dijo. Regresamos al hotel a la hora de la cenar. De nuevo en el comedor de al lado se escuchaban los mismos silbidos, murmullos y gritos. Cenamos incómodos por la incertidumbre, y lo que nos contó la señora. Le pregunté al camarero: —¿Qué pasa en el otro comedor? Hay ruidos y voces extrañas. —Son tres grupos y además extranjeros.

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—No serán marcianos, ¿verdad? No contestó. Subimos a la habitación. La noche era oscura y hacía más frío. Desde el balcón miré hacia el castillo alumbrado, vi a esos seres extraños arrastrando unos olivos, daban grandes saltos subiendo en vertical al castillo, los introducían en una especie de óvalo con mucha luz. De pronto varias naves brillantes salieron de la torre dejando destellos y desaparecieron en el cielo. Parecía que los marcianos vinieron de turismo a conocer la Tierra y la naturaleza en La Sierra de Cazorla. De recuerdo se llevaron unos olivos. Les gustaría tanto el oro verde que se lo llevaron para cultivar en Marte.

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¡En el espacio!

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Cuando viajar al espacio sea algo tan común como irse de vacaciones en verano apuntaros estos destinos: Si vais a la Luna, no os perdáis el enorme cráter Dandelion. Bautizado así por los astronautas del Apolo XV en 1971, en homenaje a la novela de Bradbury Dandelion Wine, publicada en 1957. Desde allí, tal vez podáis disfrutar de un telescopio lunar y poder contemplar el asteroide 1992 DZ2, descubierto en 1992 y bautizado como asteroide Bradbury en el año 2000. Tal vez, vuestro destino sea Marte. Si es así es muy posible que la nave en la que viajéis amartice en el Bradbury Landing, una esplanada situada bajo el cráter Gale y que es el lugar en el que descansa la Mars Curiosity desde agosto de 2012. La NASA bautizó esa localización como homenaje a Ray que falleció un mes antes. También se le dedicó una estrella. Aunque en este caso, no tenemos que viajar al espacio para verla...

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puri otero ANOCHECÍA Y SALIÓ a la ventana, era algo que no solía hacer, ya que para ella estaban para que entrara la luz y poco más, de esta forma pensó que así llevaría mejor el aislamiento. Se asomó y observó que la soledad invadía las calles Hacía días que llegara la primavera y nadie se había enterado, algo estaba pasando, pensó. Aburrida por la situación y viendo que nada interesante le aportaba estar allí se dispuso a cerrar la ventana y buscar refugio en un libro, pero justo cuando iba hacerlo vio algo que le llamó la atención. Por la acera una figura negra se movía entre los coches que estaban aparcados, por un instante sintió miedo, aunque enseguida recobró la tranquilidad al pensar que estaba segura en su casa. Cuando quiso volver a verlo había desaparecido.

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Decidió seguir en su puesto, ahora de observación, y así averiguar que había sido de ella. Durante un buen rato todo estaba quieto, pero de pronto apareció como de la nada y la vio parada justo debajo de su ventana mirándola, mientras de sus manos salía un rayo de luz incidiendo de lleno en sus ojos dejándola ciega. En medio de aquella oscuridad sintió como su cuerpo se desplazaba de un lugar a otro de la casa sin poner los pies en el suelo, era como si flotase. No pudiendo dominar la situación, algo insólito le estaba sucediendo, sus ojos estaban cerrados sin ella quererlo y a pesar de todo una luz la condujo por el interior de su cuerpo. Lo que vio la asustó, y tomando impulso salió atravesando la ventana hacia el exterior camino de las estrellas. Aquel viaje interestelar le produjo una agradable sensación y se dejó llevar por aquella luz extraña que le guiaba. —¡¡¡Señora !!!Métase en casa y cierre la ventana, las autoridades sanitarias así lo recomiendan, que vamos a fumigar la calle, es por su bien. —Pepe tienes que gritar más, parece que está dormida sobre el alfeizar —exclamó el operario de limpieza. —Espera que cojo el megáfono así me oirá mejor. De pronto se escucha un altavoz por toda la calle que dice:

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—Por favor métanse en sus casas que vamos a fumigar la calle y es perjudicial para su salud inhalar los vapores salientes. La gente asustada se asomó a la ventana a ver que sucedía y con el alboroto ella se despertó. —Qué sucede —se pregunta alarmada. Atendiendo a las recomendaciones cierra la ventana y se sienta ya que estaba cansada. Recuerda una figura negra y poco más, lo que le parece extraño es aquel cansancio, no lo entendía, ya que llevaba semanas sin salir de casa. Decidió ir a dormir sin darle más importancia al asunto. Al día siguiente cuando abrió su ventana pudo ver en la calle una gran mancha negra, la misma que se encontró días después en su espalda. Ese mismo día en la prensa local se pudo leer:

Aparece una gran mancha negra en una de las calles de la ciudad y los operarios de la limpieza no consiguen hacerla desaparecer. Avisados los expertos, extraen una muestra y la analizan en el laboratorio, los resultados de dicho análisis sorprenden a la comunidad científica: contiene células vivas de humanos.

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Pasadas nueve semanas de este incidente la mujer siente como en su espalda algo se mueve y se desliza hasta el suelo, al girarse puede ver una pequeĂąa mancha negra sobre su alfombra. Espera hasta el anochecer y delicadamente la recoge con sus manos y la lleva a la calle al lado de la gran mancha negra sin ser vista. A la maĂąana siguiente cuando despierta se asoma a la ventana y, para su asombro, han desaparecido las dos.

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francisco moroz TODO EMPEZÓ CON el anuncio de un final antes del principio. Y siguió con un viaje a través del universo. Estuvimos hibernando en cámaras estancas acondicionadas en base a la ciencia criogenética para la conservación de organismos vivos. Con total ausencia de percepciones sensoriales. Perdidos en la nada más completa y oscura, olvidada absolutamente la noción del tiempo. Después de miríadas de estrellas nunca presentidas por nuestros científicos y de galaxias atravesadas por la nave a una velocidad solo comparable con la de la energía lumínica; llegamos por fin a nuestro destino. Allá desde donde veníamos nos creíamos dioses omnipotentes, poderosos, indestructibles y eficaces con todo aquello que nos proponíamos ¿Acaso no habíamos hecho realidad la idea de llegar hasta aquí?

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En aquellos años y antes de ser conscientes de nuestros errores, tuvimos que sufrir parte del caos como el hambre, el frío la enfermedad o las guerras fratricidas encadenadas unas con otras. La muerte siempre presente junto a tanta imperfección y debilidad. Tanta codicia y soberbia. Y soledad en cada final de cada una de las historias personales. En contadas ocasiones dimos el justo valor a la vida como tal, solo la considerábamos como soporte para conseguir nuestra felicidad, una somera ilusión basada en saciar los instintos básicos y prevalecer soberanos por encima de lo creado. Degradamos, corrompimos, devaluamos, ensuciamos, expoliamos, quemamos y destruimos todo con derroche, sin el pudor ni la sensación de que la tumba estuviese bajo cada una de nuestras decisiones desacertadas. Desoímos a los pocos que avisaban de la precariedad de los ecosistemas, del derrumbe inminente de la casa que habitábamos. El planeta colapsó, pero no antes de que se preparara una expedición de exploración para encontrar algún entorno habitable. Solo unos pocos elegidos evaluados por sus cualidades. Mujeres y hombres a partes iguales formamos parte de la misma. Después de ser despertados por los sistemas informáticos programados para hacerlo en cuanto los detectores de viabilidad lo conside-

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rasen apropiado. De programar los parámetros para proporcionar oxígeno y la temperatura idónea al habitáculo y de escanear el exterior, nos reconocimos entre nosotros después de estar aislados y ausentes tantos años. Asistimos silenciosos a la bajada de la compuerta de salida de la astronave. Con el pensamiento particular de empezar de nuevo, de explorar el medio, colonizar con prudencia el nuevo mundo, sabiéndolo administrar utilizando sus recursos con sabiduría, respeto y moderación. Se nos brindaba una segunda oportunidad para hacerlo. Bajábamos despacio, embelesados por la luminosidad del único astro que alumbraba este planeta ignoto. Extasiados ante tanta belleza y variedad de colores. Presentimos a otros seres vivos muy diferentes a nosotros, que se acercaban curiosos a una distancia prudencial medio ocultos entre árboles y maleza, escuchábamos absortos el sonido del agua y disfrutamos de la caricia del aire puro con el que llenamos los pulmones después de nuestro forzado encierro. Felices como niños inocentes, que después de estar ausentes regresaran a su hogar. Y de esta forma, algunos abrazados y otros cogidos de las manos, sonreíamos mirando al cielo, mientras las primeras gotas de una suave lluvia acariciaban nuestros rostros.

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La expedición de la que formábamos parte era conocida con el nombre de Evadán y este paraíso al que estábamos destinados desde el principio era un lejano planeta llamado Tierra. Mi primera reflexión fue que este lugar tenía un nombre muy humilde para ser tan grandioso y elocuente.

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ulises castellano EL RELOJ MARCÓ las doce cuando Maximiliano Buendía salió de la estación lunar GR74. Al jefe de la misión OmegaLunar le esperaba una jornada dura. Fuera no se oía nada. Aquel era el sonido de la luna. El silencio. Maximiliano sentía el deseo de explorar lugares nuevos, de ser la imagen de una nueva era en la historia de la humanidad. Caminó durante horas y el traje le empezaba a resultar molesto. El casco le dañaba el cuello. «Tengo que volver», pensó. Sin embargo, algo le decía que el trofeo estaba cerca. No podía pararse aún. Continuó caminando pese a que aquella sordera artificial le era más costosa de autofingir. «No puedo más», se dijo. Se detuvo en seco y miró sus pies tratando de recuperar la fuerza necesaria para continuar. La

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gravedad le superaba. Sus piernas le gritaban clemencia. Era el momento. Se dispuso a dar media vuelta cuando, al levantar la cabeza, no pudo creer lo que vieron sus ojos. Trató de frotárselos, encontrándose con el cristal de su casco. «¡Lo estoy viendo de verdad!», se repitió mientras se acercaba a la torre que tenía, aproximadamente, a doscientos metros. Desde la parte de arriba, una luz iluminaba toda la fortificación dejando al descubierto su color grisáceo. Maximiliano no podía dar crédito a lo que veía. La infraestructura era realmente hermosa. Su altura, su anchura, la manera en la que surgía de la nada y se convertía en todo, le transmitía una multitud de sentimientos. Cuando estuvo frente al portón, hecho del mismo material que el resto de la torre, se quedó pensativo. ¿Qué debería hacer? Probablemente, si habría algo ahí dentro tendría que preparar una manera de comunicarse de forma que no lo pudieran malinterpretar. Pero, ¿qué quería decir? Supuso que, aunque podría inspirarse en alguna película, como esa última que vio en el cine, posiblemente no experimentaría el mismo desenlace. Así que decidió improvisar. No solía ser devoto de ninguna religión, pero que fuera lo que dios quisiera, pensó. Llamó a la puerta. No escuchó nada al otro lado. Volvió a tocar con más ímpetu y, sorpren-


dentemente, algo sonó. Primero se oyeron objetos caerse, una luz se coló bajo la puerta. Unos pasos se aproximaron lentamente y, cuando pareció que todo volvería a sumergirse en un profundo silencio, la puerta se abrió con un sonido estridente. Debía de llevar años sin abrirse. —¡Bienvenido! —dijo un viejo con una barba blanca y una cara llena de arrugas —. Te estábamos esperando desde hacía tiempo... De nuevo, Maximiliano no podía creer lo que veía. Aquel hombre no llevaba ningún traje ni ningún casco. Era una persona normal y corriente viviendo en la Luna desde hacía a saber cuánto... Su aspecto era el típico del de una persona al borde de la muerte. Su columna formaba un ángulo de noventa grados con sus delgadas piernas, y el bastón que llevaba en la mano era un simple palo de madera roído por el tiempo. Como ropa llevaba una túnica roja con un símbolo estampado en la manga derecha que no logró distinguir. «¿Su equipo le habría ocultado algo antes de partir? ¿Qué hacía ahí aquel hombre? ¿Acaso ha-

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bía sido abandonado tras una misión como la suya cincuenta o cuarenta años atrás? ¿Cómo podía respirar?» —Pasa, muchacho. Hace siglos que no recibimos ninguna visita, los chicos van a estar encantados. Sé que tienes muchas preguntas que hacerme, pero antes debemos llegar al Lado Oculto de la Luna. Pese a que intentaba hablar, no consiguió decir nada. Sin embargo, acompañó al hombre movido por su extraña hospitalidad. No le pareció ningún peligro a primera vista y, además, se dijo, no tenía nada que perder. Por dentro, la torre estaba vacía. No había ningún tipo de decoración. Si hubiese estado en la Tierra estaría llena de telarañas y bichos correteando de un lado para otro. —Ya te puedes quitar el casco. Aquí dentro hay oxígeno. Por cierto —añadió mientras subía las escaleras de la fortificación—, perdona mi falta de educación, mi nombre es Humberto. Soy el guía. Como puedes ver, no suelo tener mucho trabajo por aquí. Aunque, cuando traigo a alguien nuevo tengo una foto en portada garantizada... Se desprendió del casco con cierto escepticismo y comprobó que tenía razón. Podía respirar. El lugar tenía un ambiente húmedo y frío que, más pronto que tarde, le hizo replantearse volvérselo a colocar y refugiarse en su calor. Subió las escaleras, que a cada pisa-


da que soportaban parecían estar más cerca de su derrumbe, y halló otra puerta en el segundo piso. Esta, según comprobó cuando la tocó, era de un material que no había visto antes. Su textura era como la del acero aunque, sin saber cómo, irradiaba calor. —¿A dónde nos va a llevar esto? —preguntó — ¿De dónde viene usted? ¿Qué es este lugar? — continuó al ver que ya podía hablar. Tenía demasiadas dudas por resolver. Humberto lo miró y no dijo nada. Abrió la puerta y lo volvió a observar, esta vez con una sonrisa en la boca que dejaba entrever una dentadura pobre.

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—Prepárate para entrar al Lado Oculto de la Luna, hijo. Una vez dentro ya no podrás salir. Este lugar lleva en pie desde hace quinientos años, cuando Da Vinci aún vivía. Sus gentes son pacíficas, respetuosas con el mundo que les rodea y solo ansían conocimiento —hizo una breve pausa—. ¡Bienvenido a tu nuevo hogar...!

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pepe de la torre LA CULPA FUE del hombre cabra. Eso dijo él que era, porque nosotros nunca habíamos visto una cabra. Hacía tiempo que se había puesto de moda la deformación estética del cuerpo. Desde que lo vi en un ente que llevaba lo que parecía una oreja humana entre sus antenas no dejaron de aparecer. El elegido estrella para esas mutilaciones corporales era el humano. Esos seres egocéntricos siempre han suscitado tanto odio como fascinación. Está prohibido entablar contacto con ellos, hacerles así creer que están solos y dejar su belicosa mentalidad al margen. Por eso son tan deseables en el ámbito de las mutilaciones. Sin embargo, lo del hombre cabra fue excesivo. De humano solo tenía las piernas. Dos grandes

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cuernos coronaban una cabeza alargada por unos maxilares apuntalados con una barbita ridícula. Era una especie de magnate interplanetario. Su apariencia no era sino una muestra de su poderío, un conjunto macabro, pero siniestramente hipnótico, y vino a nuestro planeta con una intención particular. Situado en el centro de cuatro estrellas que rotan entre sí en una singularidad insólita, nuestro planeta es único. Esa peculiaridad astronómica le confiere unas características que sus habitantes supimos aprovechar para hacer de él el centro de la juerga intergaláctica: Primero la penumbra. Aunque astronómicamente tengamos cerca cuatro estrellas, no lo están tanto como para empapar de luz el planeta. Y eso que una de ellas es una gigante azul. Sus rayos llegan como flashes púrpuras, cruzándose con los de la enana roja y entremezclándose con el multicolor de la enana blanca. El conjunto es un sinfín de formas danzando por la penumbra como estereogramas abstractos. Pero todo eso se quedaría en nada si no fuera por la cuarta estrella: el púlsar. Desde miles de años luz, esta pequeña estrella de neutrones parece un pulso intermitente, de ahí su nombre, pero está tan cerca que su parpadeo lumínico es como una epiléptica rayadura discotequera bestial. A eso hay que añadir la pequeñez del planeta y su gravedad


mínima. Los visitantes flotan sin cansarse durante varios periodos rotacionales. Además, la atmósfera es tan pobre que proporciona cierta desorientación si no se está acostumbrado. Y eso, junto las turbulencias y ritmos sonoros que producen las fluctuaciones gravitacionales de las cuatro estrellas, provoca en cada turista el estado de embriaguez perfecto. Nada más aterrizar, los entes entran en trance, les invade cierta euforia con el consiguiente ensalzamiento de la amistad o ven potenciada su personalidad y lengua... Nosotros mientras damos cobijo y la exposición de las zonas donde su experiencia sea máxima. Aun así, debemos parte del éxito al baile traslacional del púlsar con sus tres hermanas luminosas. Durante veinte ciclos rotacionales, cuando las cuatro están más próximas entre sí, la turbulencia festiva llega a su mayor auge. Incluso nosotros quedamos a merced de la juerga porque no podemos controlar sus efectos. Ese periodo es conocido como «El Gran Despiporre»; la mayor festividad del universo donde entes de todo el cosmos llegan para pegársela al máximo. Y fue en mitad del último «Despiporre» cuando apareció el cabrón medio humano. Lo hizo de forma amistosa, proporcionándonos ayudas y

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maquinaria especial para sufragar ciertas deficiencias protocolarias. Incluso dispuso satélites para salvaguardar la gran cantidad de visitantes a modo de hostales espaciales. Sin embargo, no supimos ver las intenciones que escondía tras unos actos aparentemente altruistas. Las máquinas y satélites eran escáneres ambientales que recogieron todo tipo de datos. Cuando terminó la gran festividad y reemprendimos la marcha cotidiana, lo notamos de inmediato; no fue necesario ver a los primeros visitantes menos eufóricos o mentalmente sobrios. La penumbra, atmósfera y gravedad estaban alteradas por la maquinaria del hombre cabrío; nos saboteó para montarse sus puestos astronómicos de juerga. Intentamos no darle importancia. Ningún planeta tendría nuestra singularidad. Solo tendríamos que eliminar ese veneno que nos habían inoculado. La maquinaria fue fácil desarmarla. Los satélites no. Somos taberneros intergalácticos no ingenieros y el magnate nos sepultó a conciencia bajo una nube de chatarra flotante, copando el cielo y negando el paso de luz, incluido el púlsar. La soledad nos asoló rápidamente. Tuvimos que abandonar el planeta y, con horror, comprobamos que cada sistema planetario aguardaba un espacio, propiedad del magnate, que viralizaba nuestra esencia. No pude aguantarlo.


Transformé por completo mi cuerpo y vine, en secreto, al único lugar donde ese indeseable nunca pisaría. Mimetizado con los entes del planeta, empecé de nuevo. Monté lo que aquí se conoce como garito. En él, combino tradiciones de este mundo, como música y bebidas espirituosas, con una alteración atmosférica y gravitatoria a través de una máquina del hombre cabra que me agencié. Abro medio ciclo rotacional seis veces seguidas y cierro uno que aprovecho para descansar y mirar las estrellas, o más bien intentar visualizar mi planeta, aunque solo alcanzo los tenues parpadeos del púlsar. Sus cómplices guiños me producen una paz que nunca creí posible, y mucho menos entre estos seres.

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Los humanos no son malos, por lo menos no la gran mayoría. Solo son ignorantes, lo que pasa que algunos de ellos aprovechan esa ignorancia para enfrentarlos entre sí. Incomprensible... Sin embargo, tengo un plan para tratar de cambiar eso, el cual comenzó cuando abrí «El Púlsar», así he llamado a mi garito, y empecé a embadurnar el planeta de desinhibición, jolgorio y exaltación de una felicidad inimaginable para ellos... Y es que, después de todo, la vida debería ser eso... una fiesta.

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DAVID SERRANO POCA GENTE SABE de nuestra existencia, aunque para ser sincero, a día de hoy tendría que hablar solo de mi existencia. En otra época, los seres como yo abundábamos en la Luna. Sí, esa Luna que los humanos veis cada noche y de la que presumís haber pisado como gran logro. Pues cuando llegasteis, yo ya estaba aquí. Antes de que el hombre comenzara a erguirse y dar sus primeros pasos, yo ya estaba aquí. Mi raza es algo que escaparía a vuestros razonamientos. Somos seres gaseosos que vagamos por la superficie lunar con poco más que hacer que observar a nuestros vecinos terrestres. Porque sí, desde aquí somos capaces de ver con claridad la aguja que hace años tu abuela perdió en el pajar de la casa del pueblo. En circunstancias normales somos inmortales, aunque el aburrimiento nos mate. Ha sido pre-

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cisamente ese aburrimiento lo que ha provocado que yo sea el único de mi especie que sigue con vida. Podemos bajar a la Tierra durante la luna roja y, si queremos, transformarnos en el ser vivo que queramos para sentir, vivir y morir formando parte de vuestro entorno antes de volver a casa. Hasta siete veces tenemos la oportunidad de habitar fuera de nuestro planeta, pero cuando el ser que elegimos para nuestra séptima vida fallece, nuestra existencia termina de forma definitiva. Todos mis congéneres agotaron sus vidas antes del renacimiento, por lo que ahora más que nunca, paso los días y sobre todo las noches, mirando ese planeta que en un tiempo fue marrón, verde y azul y que ahora se vuelve cada vez más gris, más oscuro. Durante mis seis vidas anteriores solo en una ocasión fui humano, suficiente para no querer repetir. Disfruté más siendo mariposa (hasta que un coleccionista me diseco) o árbol (hasta que un leñador me separó de mis raíces) que siendo persona. Sin normas, sin la obligación de convivir ni aparentar, tan solo disfrutando de cada minuto. Hace meses, cuando las nubes y la contaminación lo permite, paso largos periodos de tiempo observándola. Es una de las criaturas más bellas que he podido ver desde mi privilegiada atalaya. La veo sentada en la terraza de su casa durante las noches de verano, leyendo y saltando de un párrafo a otro mientras su imaginación le ayuda a evadirse de un mundo con el que no está de acuerdo, pero del que intenta disfrutar.


Le encantan los animales. Hasta hace poco tenía un perrito de aguas que le hacía compañía, pero le producía una extraña alergia, así que terminó por regalárselo a sus vecinos. Cada tarde juega un rato con él y si el tiempo lo permite, lo saca a pasear por la playa cercana. Los picores que producen esos breves roces, quedan de sobra compensados con un simple movimiento de rabo. Cada vez lo tengo más claro, mi última vida la pasaré a su lado.

Ronroneo mientras me acaricia. Está sentada junto a la mesa de la terraza devorando el último libro que ha caído en sus manos. Una taza humea sobre la mesa y al seguir el vapor con la mirada, mis ojos se clavan en el que fue mi hogar. Enorme, redonda, brillante como pocas veces se puede disfrutar desde aquí, me observa en los que sabe que son mis últimos años. Los más felices de mi existencia.

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El 1 de abril de 2002, Brabbury recibió su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood Boulevard. Este reconocimiento fue el broche de oro a la historia de amor de Ray con el cine desde que era un niño que cazaba autógrafos o se colaba en los cines. Luego guionizó películas y muchas de sus historias fueron adaptadas con mejor o peor fortuna. Su estrella es la 2.193. “Estuve tan inspirado por esta ciudad que es maravilloso sentir que le pertenezco de modo permanente”, declarararía al destaparla. De igual manera, Bradbury pertene a Marte, y de hecho ya podríamos leerlo allí...

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patxi hinojosa ―TÚ ERES MI… mamá y yo soy tu… hija, ¿verdad? ―La sorprendente pregunta la deja paralizada una fracción de segundo, sin más reacción que una búsqueda urgente en los ojos de Alba. Están solas en la fría estancia que utilizan como salón. Fría por su tonalidad, allí todo es blanco o, como mucho, gris muy claro; un blanco roto conseguido con el toque mínimo de unas pocas gotas de negro. Fría por la temperatura, fija siempre en siete grados centígrados. Fría por la decoración, inexistente, y el mobiliario, tan escaso que, minimalista, ni rastro presenta de algo que pudiera denominarse biblioteca. ―¿A qué viene esto, Alba, dónde has oído esas palabras, quién te las ha mostrado? ¡No será que las has visto en…! ―La mirada y ademanes inconclusos de Luna delatan desconcierto. La inaudita tensión se alía con el silencio intentando desaparecer. Cuando esto empieza a su-

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ceder, Luna coge las manos de Alba con las suyas, con una delicadeza que roza la ternura, y la invita a sentarse a su vera en la blanca mesa ovalada. Pero los labios cerrados de aquélla vaticinan que la conversación, que con total seguridad van a mantener, aún se demorará el tiempo que tarde en resolverse la duda: ¿diálogo entre ambas o confesión espontánea de Alba?; de ésta dependerá… ―La verdad es que ayer, aprovechando la tarde libre de la sirvienta y que tú habías salido de la ciudad, entré en su habitación y… Así que era eso, me lo temía. ¡Estas sirvien-tas de nueva generación no nos van a traer más que problemas! Lo reconozco, me precipité, no debimos sustituir a la anterior, que aún funcionaba bien, por una de esta serie en fase beta no probada lo suficiente y que no sabemos qué errores podrían evidenciar con el tiempo. ―Luna habla con determinación, aunque tranquila de nuevo, segura de que todo quedará bien grabado en Alba y confiando en que sus palabras sirvan para que ésta no reincida. Pero le queda alguna duda… ―Y dime, esas palabras, ¿las viste o las oíste? ―Reflexiona―. Las viste, ¿verdad? ¿Cómo describirías la cosa? Alba permanece serena, pues no observa emociones amenazantes en Luna, y procesa sin plus de velocidad la que concibe como mejor respuesta. La mira y, de manera inesperada, es-

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boza algo parecido a una sonrisa que enseguida deshace. ―Lo tenía escondido bajo las mantas de su cama. Es un objeto rectangular, poco grueso y que se abre en finas láminas de celulosa donde hay impresas palabras junto a dibujos y fotografías; muchas palabras e imágenes. Ahí leí mamá, hija y alguna otra palabra más que no conocía pero que, con los dibujos, he podido interpretar ―Alba hace una pausa calculada, para después añadir―. ¿Sabes qué es… mamá…? ―Luna permanece callada, enigmática―. Dime, ¿por qué noso-tros no tenemos ninguno de esos objetos ni los conocemos?; ¿o tú sí? ―Verás, Alba… hija… Te contaré algo… El Sol se está poniendo con más rapidez de la habitual, estamos en época de ocasos vivos, co-

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mo ocurre con las mareas unas tres veces por año, y la luz que regala desaparece a velocidad de vértigo. Pero no activan ninguna iluminación, no la necesitan. Luna cambia a modo educadora y continúa: ―Esos objetos se llaman libros, y nosotras decidimos hace algunas generaciones prescindir de ellos al poder almacenar toda la información disponible en nuestro interior. Pero, para poder mantener cierta suerte de jerarquía familiar, emocional o afectiva, el acceso a los diferentes niveles de conocimientos lo conseguimos de manera gradual mediante activaciones programadas. De no haber existido esta charla, en dos activaciones más habrías tenido información sobre ellos y… ―¿Por eso soy igual de alta que tú, porque entre nosotras la única diferencia radica en los niveles que vamos activando? Es que ellas, lo vi en las ilustraciones del libro, van creciendo en tamaño desde muy pequeñas. Mamá, ¿ellas sólo funcionan de sirvientas, o se usan para algo más? ―Alba parece no poder dejar de enlazar pregunta tras pregunta. ―Eso lo habrías sabido dentro de tres activaciones ―Luna continúa con gesto impasible―, pero te adelantaré algo mañana, hija. Hoy ya has procesado demasiada información nueva; me temo que se transforme en emoción y no estás preparada aún.

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―Una sola pregunta más, mamá, lo prometo: ¿De dónde vienen?, ¿cómo surgieron? Luna se resigna, sabe que tendrá que responder. ―Ellas son seres vivos, Alba, y pertenecen a la especie humana, que es la que nos creó ―Alba intenta decir algo, pero un gesto de Luna la detiene―. Justo cuando lograron su versión más perfeccionada, que somos nosotras, sufrieron una pandemia general, mundial, que hizo que todos sus recursos y fuerzas se canalizaran hacia la total eliminación del contagioso y letal virus que la originó. «De esta salimos, fijo», se decían esperanzados, pero lo consiguieron sólo los especímenes más fuertes, algunas hembras, las que superaron la selección natural; y como fueron más bien pocas, no nos fue difícil tomar el control sobre el planeta y someterlas. Venga, engrasa ya tus junturas y ponte en pausa, nos

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esperan activaciones de tres niveles que debemos poder justificar. ―Entonces, ¿esos varones y hombres que vi en el libro? ―De ellos, hija, nos quedan los bancos de semen que logramos salvar para asegurarnos la continuidad de su especie, y la nuestra, nada más. Pero Alba ya no escucha, está en pausa; sus circuitos proyectan nuevas visitas a la habitación prohibida, anhela continuar saboreando esos extraños elixires...

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JUANA MEDINA Piensa que no todos los senderos que te llevan te traen de vuelta. Úrsula K. Le Guin VOLVIÓ A SOÑAR con su lejana Terra. Globo danzante en el espacio oscuro, con zonas azules rasgadas de nubes blancas que recordaban los bordes de espuma de las olas. El planeta azul. Sus huesos eran mineral de esa tierra. ¿Podría entregárselos un día? Le habría gustado saber qué estaba ocurriendo allí ahora. Siddy se preparó una infusión con alguna de las tantas hierbas que guardaba de todos los planetas visitados. El ordenador titilaba con una señal de mensaje de la Liga. No, no sabía bien por qué, pero no lo abriría todavía. Primero su té y sus recuerdos.

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Muy joven, apenas recibida de etnóloga, fue contratada por la novísima Liga de las Galaxias, para recoger en cada planeta datos de sus habitantes, sus culturas y sus necesidades. Desde su origen más remoto, estas Organizaciones o Ligas en sus comienzos habían tenido excelentes intenciones que degeneraban muy rápidamente en ejercicios de dominación y poder sobre sociedades más pobres o tecnológicamente más atrasadas. Se servían de tiranos o reyezuelos locales, en algunos casos hasta de Sumos Sacerdotes para infiltrar ejércitos, armas, tecnología que sirvieran de control sobre ellas. Ella había demorado un tiempo en comprobar el uso que la Liga hacía de su trabajo. Fue uno de sus guardias en el Planeta XJ-27, quien una noche de revueltas callejeras la sacó del peligro inmediato y la llevó a un galpón en las afueras. Allí, en un ordenador de última generación le mostró grabaciones de lo que sucedía con sus informes a la Liga: eran deformados cambiando datos y contando propaganda oficial; reclamando u ofreciendo ayuda para una represión inmediata. Y en todas las galaxias vio multiplicadas las fogatas ardientes de libros y piras humanas como las que contaba la historia de Terra, el hambre, la enfermedad y la muerte. El guardia, ahora su amigo Teys, la puso en contacto con los grupos rebeldes de la ciudad. Siddy cambió su táctica, escribía sus informes

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de acuerdo a lo que sus nuevas relaciones necesitaban que se dijera ante la Liga para continuar con un trabajo largo y silencioso. Cuando la enviaron a otro planeta tuvo que despedirse de Teys y sus amigos, sin embargo, para ese entonces los rebeldes se relacionaban como hormigas subterráneas con otros lugares esclavizados, y ella llevaba datos de un lugar a otro. Pero alguien, quizás ella misma dando un paso en falso en sus informes, los alertó. Abrió el mensaje. Leyó. Con bastante frialdad y distancia, «como corresponde a los informes intergalácticos» pensó con ironía, se la jubilaba de su extensa labor. La Liga consideraba que, aunque parecía una mujer de cuarenta y pocos años, teniendo en cuenta que había nacido en Terra, en ese momento Siddy tendría ya varios cientos; y de haberse quedado allí, llevaría mucho tiempo como ceniza terrestre. Le proponían por tanto, que la Liga se hiciera cargo de todas sus necesidades permitiéndole vivir sin trabajar en el último planeta de la última Galaxia cono-

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cida, adonde sería transportada en una nave enviada solo para ella. Por supuesto, si prefería volver a Terra, podría pedir la repatriación con las consecuencias mencionadas, sabiendo que no podrían recogerla antes de diez años. Encerrada en su habitación los insultó una semana entera, lloró horas, tal vez días, dejó de comer y de beber, y por fin durmió. Resolvió aceptar. La repatriación siempre podría pedirla desde el último lugar. Antes debía enviar un mensaje a Teys para que en adelante nadie tomara una comunicación suya como verdadera. ¿Cómo era el borde de la última galaxia? Su curiosidad pudo más, y cuando la nave la recogió, partió con entusiasmo.

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«Fue un premio», pensó la noche de su llegada. El lugar era helado, pero el cielo estrellado de Van Gogh la esperaba en toda su gloria. La voz de sus incorpóreos habitantes que la saludaban y acariciaban como brisas, era la música de las esferas; a veces podían oírse los versos sagrados de los santos rishis y poemas de todas las galaxias repetidos por los poetas del universo. Una tarde, sonó el órgano de Bach. Pero no había nada material. Empezó a percibir que su cuerpo físico iba diluyéndose con rapidez sin


que ella perdiera ninguna de sus capacidades, aunque ya no necesitara comer ni beber, ni dormir de la manera acostumbrada. Veía los sueños y vivía en ellos hermanándose con esos seres invisibles. Algo que nombró como hilos de oro, plata y bronce que flotaban, se unía en algunos puntos, creando. Otras veces, del hilo de plata se desprendían hilachas que formaban un río o una cabellera; en el de oro aparecían formas de nuevas herramientas, y el de cobre se curvaba en un caldero que recogía los colores. Entonces comprendió: la esclavitud, los incendios, el hambre, las torturas y la muerte no podrían nunca, nunca con los hilos del pensamiento, el sentimiento y la fuerza creadora del arte en ninguno de los mundos posibles. Estaba en casa, por fin.

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Crónicas Marcianas ya está en Marte El 25 de mayo de 2008, amartizó la sonda espacial Phoenix Mars Lander. Junto a los aparatejos científicos, la sonda de la NASA portaba algo más. Un mini DVD llamado The Phoenix DVD que contiene unos archivos agrupados bajo el título de Visiones de Marte. En él se incluyen los mapas realizados por Percival Lowell sobre los canales imaginarios que en su día nos hicieron soñar con una civilización vecina en nuestro sistema solar; mensajes de Carl Sagan y Arthur C. Clarke para los futuros exploradores y colonos; y una selección de novelas de ciencia ficción ambientadas en Marte o protagonizadas por marcianos.

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beatriz vélez AL TRASPASAR LAS 270 atmósferas que separaban TR253Y de la Tierra, las naves colonizadoras se volvieron más y más pequeñas. Fue con la atmósfera terrícola cuando su tamaño disminuyó a niveles microscópicos. La misión, en aquella primera etapa, era clara. Se trataba, simplemente, de colarse en los organismos llamados terrícolas y, quizás, en algún otro ser viviente del planeta que pudiera servirle para sus fines. Los colonos debían dirigirse a alguna zona superpoblada, por aquello de la facilidad para acceder a los organismos, y soltar la carga de los depósitos de las naves. Una misión kamikaze pues ninguno de ellos volvería con vida a TR253Y pero siempre serían recordados como héroes. Aquellos pilotos habían sido seleccionados entre las mejores men-

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tes del planeta. Preparados y entrenados, dejaron atrás sus casas y sus vidas para convertirse en la salvación de su tierra. La travesía no fue fácil. Nunca pensaron que lo fuera. Atravesaron atmósferas, esquivando meteoritos y lluvias de estrellas infernales. Algunos quedaron por el camino, bajas previstas, pero la mayoría alcanzaron su destino, las naves invadieron el mercado contagiando animales, vendedores y clientes. Nadie lo notó, la carga viral de las naves fueron tomando los cuerpos terrícolas y la propia naturaleza humana hizo el resto. La enfermedad se extendió rápido, sin control. El terror se adueñó de los pasillos de los supermercados, como un tsunami que se extendió dejando vacías las estanterías. Las autoridades sanitarias mundiales recomendaron a la población sana que se recluyeran en sus domicilios con la única salvedad de comprar provisiones aquel virus y el encierro había levantado el apetito de la población. La última etapa ya estaba en marcha. Desde el centro de control de TR253Y siguieron con atención los acontecimientos de la Tierra. Los ingenieros trabajaban contrarreloj preparando una nueva hornada de naves. Había llegado la hora de la verdad, ya no había vuelta atrás, los terrícolas estaban confiados con la posibilidad de curación mientras rellenaban sus pellejos de comidas basuras. Las naves, preparadas para

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atravesar las atmósferas sin peligro, avanzaron por el espacio mientras los terrícolas devoraban kilos de donuts y churros. Redondos, salieron de sus casas el día que se levantó la cuarentena, pasos pequeños y cansados tras los días encerrados en pequeñas viviendas con poco espacio y muchos muebles. Desde las naves, el ejército de TR253Y, vio rodar a los terrícolas. La misión había acabado, empezaba la caza.

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E D S O EC E T R A M DOS INVITACIONES A LA REFLEXIÓN


tierra, marte... I. HAROLINA PAYANO LA TIERRA ES un ser vivo, compuesto mayormente por el océano, ese gigante azul que viene a ser el corazón del planeta, el que irriga toda la vida que hay en él. El fondo marino es el cerebro. El suelo es la columna vertebral, sus montañas, valles, rocas, ríos y toda la vegetación existente son la cabeza y el tronco de este paraíso, sus entrañas profundas son la médula y contienen el ADN del planeta. El aire con su preciado oxígeno es el aura. Los humanos y los animales somos las extremidades, la parte móvil y desplazable, no estamos fijos al suelo, y al parecer no es vital nuestra presencia o existencia, pues ya han desaparecido muchas especies y otras están en vías de

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extinción, y hasta los humanos corremos mucho peligro hoy día. Lo que si es vital al parecer es la Luna, que vendría a ser el marcapaso de ese corazón que es el océano. Si nos pusiéramos en el lugar de cada componente del planeta, y tratáramos de ser empáticos y sentir lo que cada una representa, sentir su conexión con el planeta y con todos sus componentes, abrazando cada latir del océano, cada ola, cada viento, cada copo de nieve o gota de lluvia, cada montaña, roca, árbol, cada correr del río... y cada animal y su respectiva especie, quizás entenderíamos de una vez por todas, cómo comportarnos frente a la vida y su libre fluir, y cómo manejarnos mejor como especie privilegiada que autoproclamamos que somos, respetando el lugar sagrado que pisamos. Quizás así no llegaríamos a Marte o a cualquier otro planeta (que también es un ser vivo) a depredarlo, con la excusa de colonizarlo como hemos hecho con La Tierra. No sé de dónde venimos, pero algo me hace pensar que no pertenecemos a este bello planeta, quizás hemos andado de galaxia en galaxia, perdidos, buscando mientras un lugar que echar a perder y arruinar. Definitivamente los humanos somos animales depredadores, escudriñadores por naturaleza, llevamos el instinto de insatisfacción y destrucción en las entrañas, y la verdad es que no me explico el por qué, quizás sea precisamente por


eso, estamos hace miles de años nerviosos, asustados y extraviados. Tal vez esta situación actual nos ayude a descifrarlo... Considero a Ray Bradbury un visionario, más aún, un clarividente de un futuro que actualmente estamos viviendo (los avances tecnológicos y los viajes a Marte, y quién sabe si también su secreta colonización). Recomendaría su lectura a cualquier persona que quiera ver más allá de lo que somos y podríamos llegar a ser, a quien quiera hurgar más allá de las dudas que afloran en la piel y las interioridades del Ser, y más allá de lo dañinos que hemos sido con el planeta y podemos llegar a ser en otros planetas. En una de sus relato Aunque siga brillando la luna, Bradbury escribe lo siguiente:

El animal no discute su vida, vive. No tiene otra razón de vivir que la vida. Ama la vida y disfruta de la vida.

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Según él, la respuesta a la pregunta ¿para qué vivir? Es la vida misma, no hay que buscar nada más, solo vivir. Otra frase que me gustó de esa misma crónica dice así:

La ciencia no es más que la investigación de un milagro inexplicable, y la religión es la interpretación de ese milagro. Sin querer ofender la memoria del autor, le agregaría lo siguiente: Y el hombre necio y soberbio, es ese Ser que desvirtúa ese milagro tratando de explicarlo. Jeff Spender, el personaje principal de ese mismo relato, que intuyo el autor debió parecérsele mucho, por lo diferente que era este de los demás de su especie, motiva al personaje secundario, el capitán Wilder, a hacerse una pregunta que me ha llamado mucho la atención, quizás porque también me la he hecho a mí misma; es la siguiente:

¿Es posible que un hombre tenga razón, aunque el resto del mundo opine que ellos tienen razón?

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Otra interesante crónica es Encuentro nocturno, en la que narra el encuentro de un terrícola con un marciano, dejándonos unas enriquecedoras interrogantes: ¿Seremos nosotros reales o solo producto de la imaginación de alguien más? ¿Pertenecemos al pasado, al presente o al futuro? ¿En realidad existimos?...


Sus mensajes son contundentes y nos llevan a reflexionar, en una de sus crónicas El marciano, nos deja ver que los recuerdos pueden desvirtuar la realidad, y que cada quien añora tener lo que ya no tiene, y ve lo que desea ver, aunque sepa que se está engañando, lo prefiere a enfrentar la realidad. El picnic de un millón de años, su última crónica, encantadora y vibrante, de ella resalto un extracto donde deja ver claramente su acertada visión del futuro, que es muy parecido a nuestro hoy.

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La vida en la Tierra nunca fue nada bueno. La ciencia se nos adelantó demasiado, con demasiada rapidez, y la gente se extravió en una maraña mecánica, dedicándose como niños a cosas bonitas: artefactos, helicópteros, cohetes; dando importancia a lo que no tenía importancia, preocupándose por las máquinas más que por el modo de dominar las máquinas. Las guerras crecieron y crecieron y por último acabaron con la Tierra. Más revelador no puede ser, aunque no existía aún el celular, bien que encaja entre esos artefactos...

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Tenemos el arte para no morir de un exceso de verdad ¿Sólo conoces lo Real? Cae muerto. Eso dijo Nietzsche. Tenemos el arte para que la verdad no nos mate. Para nosotros el mundo es demasiado. Después de cuarenta días el Diluvio sigue. Las ovejas que pastan allá lejos son chacales. Ese tictac en tu cabeza es de verdad el Tiempo y vendrá por la noche a sepultarte. El tibio niño que ahora duerme partirá en el alba, y con tu corazón irá hacia mundos que ignoras. Y por esonecesitamos que el Arte enseñe a respirar y haga latir la sangre; tener que aceptar la cercanía del Diablo y la edad y la sombra y el coche que atropella, y al payaso con máscara de Muerte o la calavera que con corona de Bufón a medianoche agita cascabeles de óxido sangriento y matracas gruñonas que estremecen los huesos del desván. Tanto, tanto, tanto… ¡Demasiado! ¡Destroza el corazón!

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¿Y entonces? Encuentra el Arte. Toma el pincel. Aviva el paso. Mueve las piernas. Baila. Prueba el poema. Escribe teatro. Más hace Milton que Dios, aun borracho, para justificar los modos del Hombre con el Hombre. Y el divagante Melville se toma en serio la tarea de encontrar la máscara bajo la máscara. Y la homilía de Emily D. señala el basurero de nuestras anomalías. Y Shakespeare envenena el dardo de la Muerte y la herramienta de un arte de enterrador. Y Poe construye un Arca de huesosporque ha presentido un diluvio de sangre. La muerte es una dolorosa muela del juicio; extrae esa Verdad con las tenazas del Arte y emploma el abismo en donde estaba oculta en las sombras con el Tiempo y las Causas. Aunque el Gusano Rey nos devore el corazón con la boca de Yorick demos gracias al Arte. Ray Bradbury

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El estilo de Bradbury nace de su faceta poética, quizá la parte de su obra menos conocida, aunque igual de brillante como vemos con este poema que Juana Medina nos ha recomendado.


EL HORÓSCOPO SEGÚN


ESTRELLA AMARANTO

DESCUBRA el significado de cuánto te deparan los astros para este mes de enero. No pierda la oportunidad de consultar el pronóstico de los doce signos zodiacales en esta estupenda sección del horóscopo mensual, donde conocerá lo que te espera en cuestiones de amor, dinero y salud. Quiero recomendarle la conveniencia de realizar un pequeño balance de todo lo que ha vivido el año anterior para ser conscientes de las causas y conscuencias de todo lo acontecido y de acuerdo a ello trazar nuevas estrategias para el futuro. Elija su signo y no olvide que la chispa del humor estará siempre presente en el horóscopo de la vidente más sobresaliente del universo universal.

madamesantal.blogspot.com


ARIES

21 MARZO/ 20 ABRIL

AMOR: Encierro no significa destierro, de modo que ¡arriba ese ánimo, que en este mes celebras un nuevo cumpleaños! Y como rumias más que comes, busca el lado positivo a esta experiencia y comunícate con las personas que de verdad te aprecian, tanto las que están cerca como las que se fueron lejos. DINERO: Tu tarjeta de crédito puede causarte más de un susto si no la usas lo justo. Motívate para lograr tus objetivos marcados cuando te reincorpores a tu vida laboral. SALUD: No me salgas melodramático/a, porque no es lo mismo poner en orden tus sentimientos, a que los sentimientos te pongan contra la pared y te fusilen.

AMOR: Una cita a ciegas puede convertirse en una ráfaga de aire fresco que ponga sal y pimienta a tu vida. Ya llegó la hora de mostrar sin miedo tus cartas y ponerte el mundo por montera para lograr tus metas. DINERO: La bolsa es golosa pero muy caprichosa ¡cuidado si piensas invertir! Ojo con el papeleo y la 'burrocracia' porque se retrasan los ingresos. SALUD: A medida que te vayas recuperando de los esfuerzos extras, tus problemillas de salud mejorarán poco a poco.

TAURO 21 ABRIL/ 20 MAYO

AMOR: El amor te sonríe por donde pasas, aunque debes diferenciar entre un mero deseo y lo que necesitas realmente, pues no siempre es lo mismo. Usa tu cabeza no solo para ponerte un sombrero o peinarte. IS IN M É G DINERO: El tema económico te da la espalda. / YO MA 21 Búscate socios de tu confianza. 20 JUNIO SALUD: Tu mejor medicina es la "tranquilina", practica la meditación y haz ejercicios de relajación.

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AMOR: Es buen momento para ponerte en la piel del otro y hacer un poco de autocrítica. Ya es hora de mostrarte comprensivo y no impulsivo ni posesivo. DINERO: Como dice un sabio refrán: «Quien mucho CÁNCER abarca poco aprieta». Renunciar es una forma de 21 JUNIO/ ganar, porque tu presupuesto no te permite 20 JULIO excesos. SALUD: Nada de desperdiciar tus horas de sueño o acabarás descuajaringado. Tómatelo en serio de una vez ¡pardiez!

AMOR: Aprovecha esta buena racha para comunicarte a fondo con tu pareja y seres queridos. Buenos augurios en tus relaciones amistosas y familiares. DINERO: Pon tu inteligencia al servicio de tus finanzas y no juegues a las adivinanzas. SALUD: Cuídate los ojos y evita posibles infecciones en tus «partes nobles» para que no te molesten el doble.

VIRGO

21 AGOSTO/ 20 SEPTIEMBRE

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LEO

21 JULIO/ 20 AGOSTO

AMOR: Es bueno volcarse con la pareja y los seres queridos, pero deja un hueco para ti mismo/a, porque si tú no te quieres, tampoco lo harán los demás. DINERO: ¡En primicia, un familiar te dará buenas noticias! Si no estás conforme con tu situación económica, ¿a qué esperas para cambiarla?. SALUD: Mucho cuidado con el frío nocturno que es más bribón que un Borbón. Corrige tus hábitos y aprende a cuidarte sin robotizarte.


LIBRA

21 SEPTIEMBRE/ 20 OCTUBRE

AMOR: No te queda otra que hablar claramente con tu pareja o la persona amada. Es inútil que pongas cerrojos a tu corazón, o de lo contrario, seguirás sin conciliar el sueño. DINERO: No te rindas aunque los gastos te agobien. Recuerda que lo que ahora siembras, mañana dará sus frutos. SALUD: Respira hondo y tómate las cosas con calma. Cuidado con las alergias y la astenia primaveral que te puede noquear sin pestañear.

AMOR: Viento en popa a toda vela en tu relación más íntima con tu pareja o romance. Si te lo propones, no te costará mucho seducirle. DINERO: La suerte te acompaña, porque gracias a E SC O R P IO tu trabajo y esfuerzo te verás recompen-sado/a. 21 OCTUBRE/ MBRE SALUD: Tu aparato circulatorio anda un poco 20 NOVIE frustratorio y necesita cuidados. También hay indicios de posibles lesiones en huesos y articulaciones.

AMOR: Te has enamorado platónicamente y ya no quieres más. Si intercambias momentos y planificas como afrontar la situación conjuntamente, vas a SAGITARIO conectar enseguida con la persona amada o las 21 NOVIEMBRE/ personas de tu entorno más próximo. 20 DICIEMBRE DINERO: Atraviesas por una buena racha, de modo que invierte y enfoca tus objetivos en la dirección correcta. SALUD: No te dejes tentar por la gula ni por el tabaco. Va siendo hora de poner en práctica un plan de entrenamiento.

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AMOR: Pregúntate: ¿no tendrías más éxito siendo más sincero/a?. Los temas sentimentales pasarán a un segundo plano debido a que los familiares y personas de tu entorno más próximo van a reclamarte toda tu atención. Habrá otras ocasiones más adelante para el amor. IO CAPRICORN DINERO: Llegó la ocasión deseada para liquidar tus 21 DICIEMBRE/ deudas. Si planificas bien tus finanzas con el tiempo 20 ENERO obtendrás grandes beneficios. SALUD: Aprovecha para recuperar el sueño y si hace falta no dudes ponerte en manos de un profesional que te ayude a superar el bajón. AMOR: Sería muy beneficioso que interactuases con tus amigos. La vida te sonríe para que disfrutes de una vida amorosa más placentera. Suéltate la melena y tírate a la piscina sin flotador que valga, para experimentar nuevas sensaciones. DINERO: No es momento para realizar inversiones. También es muy probable que algún familiar o amigo te pida ayuda ¡estás avisado/a, no te hagas el/la despistado/a! SALUD: No derroches tus energías y aprende de los errores para que no se vuelvan a repetir.

PISCIS

21 FEBRERO/ 20 MARZO

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ACUARIO 21 ENERO/ 20 FEBRERO

AMOR: Si convives con tu pareja vas a sentirte más segur@, por consiguiente, aprovecha las circunstancias para compartir actividades que os motiven a reforzar esos lazos afectivos. Si tus seres queridos están lejos intenta poner de tu parte para acortar distancias. DINERO: Vas a conocer a alguien que en un futuro te ayudará a aumentar tus ingresos. Y si eres ambicioso/a, ingéniatelas para aumentar tus finanzas. SALUD: Llevas tiempo con la cabeza como bombo, plantéate hacerte un chequeo. No es bueno echar el ancla en el pasado, hay que afrontar el futuro con optimismo.


S A D R E I P E ¡NO T ! O R E M Ú N N Ú G N I N

En:

g o l B


PRÓXIMO NÚMERO...

WILLIAM PETER

BLATTY


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