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Centenario de Pablo Albera

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Una herencia… un patrimonio

Don Albera, escribía a principios de 1921: “Cuando pienso el día en que, jovencito de 13 años, era acogido caritativamente por don Bosco en el Oratorio, me invade la emoción y una a una me vienen a la mente las gracias casi innumerables que el Señor me reservaba en la escuela de este dulcísimo Padre. Y conmigo cuántos deben repetir: de todo somos deudores del Venerable don Bosco. Nuestra educación y la vocación al sacerdocio, se lo debemos a la paternal solicitud de este hombre de Dios que nutría, para sus hijos espirituales, santo e insuperable afecto”. Sus recuerdos hoy son nuestro patrimonio:

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¡Cómo nos amaba don Bosco!

“El amor que nos tenía Don Bosco era algo extraordinariamente superior a cualquier otro afecto: nos envolvía a todos y enteramente, casi en una atmósfera de alegría y felicidad, de la que estaban alejadas las penas, las tristezas, las preocupaciones. Nos impregnaba el cuerpo y el alma de modo tal, que no pensábamos más ni en el uno, ni en la otra. Estábamos seguros que en esto pensaba el buen Padre, y esta idea nos hacía plenamente felices. ¡Era su amor el que atraía, conquistaba y transformaba nuestros corazones!

Cuanto se dice sobre esto en su biografía es bien poca cosa comparado con la realidad. Todo en él tenía para nosotros una potente atracción: su mirada penetrante y muchas veces más eficaz que una predicación; el simple movimiento de la cabeza; la sonrisa que florecía perennemente en sus labios, siempre nueva y variadísima, y también siempre calma; la inflexión de la boca, como cuando se quiere hablar sin pronunciar ninguna palabra; las palabras mismas serenamente dichas; el porte de la persona y su andar ligero y desenvuelto. Todas estas cosas obraban sobre nuestros corazones juveniles como un imán ante el cual era imposible resistirse, y aunque hubiéramos podido, no lo hubiéramos hecho por todo el oro del mundo, nos sentíamos tan felices de este personalísimo ascendiente sobre nosotros, que en él era la cosa más natural, sin afectación ni esfuerzo alguno. Y no podía ser de otro modo, porque de cada una de sus palabras y acciones emanaba la santidad de la unión con Dios, que es caridad perfecta. Él nos atraía hacia sí por la plenitud del amor sobrenatural que le estallaba en el corazón, y que con sus llamas absorbía, unificándolas, las pequeñas chispas del mismo amor, suscitadas por la mano de Dios en nuestros corazones.

“El amor que nos tenía Don Bosco era algo extraordinariamente superior a cualquier otro afecto: nos envolvía a todos y enteramente, casi en una atmósfera de alegría y felicidad, de la que estaban alejadas las penas, las tristezas, las preocupaciones.

Éramos suyos, porque en cada uno de nosotros radicaba la certeza que Él era verdaderamente el hombre de Dios, en el sentido más claro y amplio de la palabra.

De esa singular atracción surgía la obra conquistadora de nuestros corazones. El atractivo se puede ejercer también mediante una simple cualidad natural de la mente y del corazón, del trato y de los modales, las que hacen simpático a quien las posee; pero un atractivo semejante después de un poco de tiempo se debilita hasta desaparecer totalmente, y puede aún dejar lugar a inexplicables aversiones y contrastes.

Don Bosco no nos atraía así; en él los múltiples dones naturales eran transformados en sobrenaturales por la santidad de su vida, y en esta santidad estaba todo el secreto de esa atracción que conquistaba para siempre y transformaba los corazones”.

Somos herederos

Un exalumno escribió cómo don Albera se parecía a don Bosco: “de una piedad profunda y modestia ejemplar… se siente el verdadero hombre de Dios. Su grandeza está hecha de humildad cristiana. Ningún gesto, ni postura, ni palabras altisonantes… su palabra serena, llega a los más recóndito de las fibras del corazón”.

Estamos celebrando el 1er. centenario de la muerte de don Albera, el 29 de octubre de 1921 a los 76 años. Para ese año proponía un Aguinaldo que puede ser también nuestra herencia: “… el año próximo sea un año en el que todos trabajemos con empeño y concordia en hacer revivir a don Bosco en nosotros y en toda la obra salesiana: en nuestra vida de religiosos, en nuestra actividad de educadores, de pastores de almas; en los jóvenes que el Señor nos confía, en nuestros Exalumnos y Cooperadores, en todas las personas de las que debemos ocuparnos”.

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