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Espiritualidad
Caminar con Jesús
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Jesús en el Evangelio y Juan Pablo II al entrar en el tercer milenio nos hacen la misma invitación: Remen mar adentro, para vivir el tercer milenio con pasión evangelizadora.
Cuando los apóstoles se pasaron la noche tratando de pescar algo en aguas superficiales, donde los peces comen tranquilos y pueden ser atrapados con facilidad, y no pescaron nada, Jesús les dio un mandato de amigos: “Remen mar adentro, echen la red a la derecha para pescar”(Lucas 5, 4). Jesús los premió llenando sus barcas de peces, pero no era comida lo que Jesús quería darles. Jesús quería darles una gran lección: La orilla es cómoda, pero es peligrosa. La orilla conduce al fracaso, a la desilusión. La orilla está hecha para las almas con mucho miedo, para los peces pequeños, para las gaviotas que sólo quiere picar y comer gusanitos en la orilla.
Las gaviotas de cielo azul y mar inmenso no son para la orilla. Los peces grandes no nadan en la orilla, nadan mar adentro. Los navegantes del reino de Dios son hombres y mujeres de alta mar, de aguas profundas, enfrentan el mar borrascoso, donde mueren las seguridades y las pequeñas verdades. Donde se vive en continuo riesgo, pero anclados en una gran verdad: La confianza en Dios. Los navegantes del reino son personas de almas grandes, que miran hacia la inmensidad, que no se recrean en un puñado de peces para comer. Ellos tienen el apetito de otros manjares de alta mar. La pesca milagrosa exigió dos cosas: fe en el Señor, y el riesgo de navegar mar adentro. Quien desea caminar con Jesús, crecer al lado de Jesús, recibe su apoyo, pero tiene que comprometerse totalmente. Jesús no recibe pedazos, ni mitades. Para caminar con Jesús hay que comprometer el alma entera. Un alma sin reservas, sin apegos de ningún tipo, un alma totalmente para Dios.
Al andar con Jesús, no olvidemos que Jesús tiene una fe grande en su Padre Dios, y puede andar sobre el agua. Nuestra fe en Jesús es pequeña, y no nos permite andar sobre el agua, pues nos hundimos como le sucedió a Pedro. Jesús camina sobre aguas profundas, sobre grandes riesgos y grandes compromisos. En cada escena, en cada idea, Jesús pone el alma entera, porque tiene una fuerza que llena el cielo y la tierra. Dar un paso con Él es comprometerse todo o hundirse. El amor de Jesús asusta, porque es un amor que absorbe como el agua profunda. Por eso caminar con Jesús es morir con Jesús. Pero no en una muerte que mata, sino en una muerte que vive, que resucita.
A nuestra Iglesia le gustan las aguas tranquilas, las aguas superficiales, el territorio de los peces pequeños. Así puede sentirse bien segura y tener todo controlado. No queremos buscarnos problemas, pero el Evangelio siempre causará problemas, pues tiene que proclamar el bien y denunciar el mal. A veces Jesús se conforma con decirnos: Porqué temen, hombres de poca fe? Ustedes son las verdaderas tormentas que deben sacudir los mares, y están llamados a marcar el derrotero del mundo. Remen mar adentro, dejen la orilla para las almas pequeñas, para los que se conforman con pan y peces para comer y no se sumergen en el Dios que los ama.
Las aguas profundas son las asambleas de la comunidad. El amor a Dios es el amor a los hermanos. Vivir en paz es vivir para Dios. Caminar con Cristo es llegar hasta el altar y volverse pan de vida, pan para ser partido y para ser comido. Celebrar la Misa con Jesús es cambiar el mundo. La tierra es un altar, el universo es una Misa, y nosotros somos la ofrenda de cada día en un ofertorio de amor.
Algunas de nuestras iglesias han perdido el clima de oración, porque no sabemos concentrarnos y ser todo para Dios. Es que Él debe llenarnos por dentro y por fuera y a veces el interior está vacío. La mentalidad del mundo debilita la acción del Espíritu en nosotros para garantizar la presencia de Dios.
Es muy fácil saborear bienes materiales, cosechar aplausos de manos débiles, acomodarse en barcas que se balancean en la orilla, pero el Maestro divino quiere un poco más. Jesús pide mucho, porque podemos dar mucho. Reactivar la vida de la Iglesia para una verdadera evangelización, implica un poquito más de sacrificio, colocándonos un poco más cerca de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Hay santidad en el mundo, hay santidad en la Iglesia, pero no es todo lo que debería haber. Estos veintiún siglos de Evangelio deberían haber impactado mucho más en el mundo pagano, y el mundo debería estar más lleno del gozo de Dios. El Señor nos llama continuamente a rejuvenecer su Iglesia, y a invadir los proyectos pastorales con un testimonio heroico, con un impacto de fe que salve al mundo.
Actualmente se oye en nuestra Iglesia Católica algún que otro lamento, pues en algunas parroquias que están absorbidas por muchos asuntos temporales, se va debilitando la cercanía al pueblo de Dios. Se dice que a algún pastor se le han perdido 99 ovejas, y sólo le queda una. La cuida bien, la peina bien, pero es una sola. Para ello necesitamos caminar con Jesús con alma de niño y locamente enamorados de Dios. Copiar el entusiasmo pastoral de Juan Pablo II y vivir el tercer milenio con pasión evangelizadora.