Cambié y Cambió el Mundo P. José Pastor Ramírez, SDB rjosepastor@gmail.com
Consolar no es lo mismo que mimar
Distinguidos lectores del Boletín: En el artículo anterior, de la serie: “La fuerza educativa de la presencia” se expuso la importancia de que el infante se sienta visto y reconocido. En esta ocasión se centra la atención, del amable lector, en la necesidad de que el educando se sienta consolado. El consuelo surge de la compañía. Y la compañía surge de la presencia. Así es como estamos presentes para consolar. Los conceptos aquí emitidos tienen como soporte el libro “El poder de la presencia” de Daniel J. Siegel y Tina Payne. Ellos sostienen que la experiencia interpersonal de tener a alguien que presencie su angustia y, posteriormente, recibir consuelo y conexión, crea una sensación de confianza que abre una vía a muchos mecanismos internos que alivian el dolor, reducen la angustia y crean resiliencia. El “inter-consuelo” es la puerta hacia el consuelo personal interno. Es decir, si he sido consolado, aprenderé a consolarme a mí mismo. La experiencia repetida del consuelo interactivo puede traducirse en el niño, en la capacidad interiorizada de consolarse a sí mismo cuando lo necesita. Cuando descubra, por medio de la experiencia, que alguien estará presente para él una y otra vez, cuando experimente dolor, descubrirá cómo estar presente para su yo interior, desarrollando la capacidad de consolarse autónomamente y de regular sus propias emociones. Cuando un niño aprende a ayudarse autónomamente a calmarse en pleno brote e ira, frustración, decepción o ansiedad, es prueba del crecimiento y el desarrollo de la corteza prefrontal, como el cerebro superior. Consolar a un infante lo ayuda a desarrollar el cerebro superior y promueve las funciones más evolucionadas de este, las ejecutivas: toma de decisiones y planificación sensata, regulación de las emociones y del cuerpo, Boletín Salesiano Antillas
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flexibilidad y adaptabilidad, empatía, comprensión de sí mismo y moralidad. Se puede obtener el “inter-consuelo” de muchos modos: saliendo de casa y respirando aire fresco, escalando montañas, acariciando al perro, nadando. El consuelo interior tiene una anatomía fácilmente verificable en los progenitores cuando estos están presentes y actúan a favor de los hijos. Este se forja de la siguiente manera: el cerebro superior del progenitor percibe la angustia del niño; el progenitor trata de acompañarlo por medio del consuelo interpersonal; el niño pasa a estar regulado; se estimula el crecimiento del cerebro superior del niño, lo que trae como consecuencia el desarrolla de la capacidad de consuelo interior en el niño. Los resultados a largo plazo se comprobarán en forma de mejores relaciones, una comprensión de sí mismos más clara, éxito y una felicidad general más amplia. Y a corto plazo se cosechará una relación paterno-filial más armoniosa, ya que ellos estarán más capacitados para tomar decisiones, controlar sus actos, pensar en los demás, comprenderse a sí mismos y comportarse de forma moral y ética. Para medir la intensidad de las emociones hablaremos de zona verde, roja y azul. La zona verde indica la conservación del dominio de sí mismo, sintiéndose seguro y bajo control. Se mantiene el equilibrio incluso cuando las cosas se complican. La zona roja nos alerta cuando las cosas se complican demasiado, debido a la ira, al miedo o a cualquier otra emoción incómoda que cree la clase de caos interior que los lleva a perder el control, razón por la cual el sistema nervioso se dispara. La zona azul, nos indica cuando el sistema nervioso se viene abajo. Cuando los niños abandonan la zona verde, perdiendo el control y entrando en el rojo del caos o en el azul del aislamiento, están desregulados. Es decir, “pierden los estribos”, porque la corteza prefrontal, dígase el cerebro superior, se Septiembre-Octubre
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2021