La Voz del Inspector P. José Pastor Ramírez, SDB rjosepastor@gmail.com
“Hazte capacidad, y yo me haré torrente” Santa Catalina de Siena, una mujer del siglo XIV, doctora de la Iglesia, patrona de Italia y copatrona de Europa, en una ocasión recibió en la oración una estupenda invitación de parte de Dios: “Hazte capacidad, y yo me haré torrente”. Es decir, abre tu corazón y haré de ti un caudal inagotable de agua y de salud para beneficio propio y de todos. Hoy, también, los hijos e hijas de Don Bosco le pedimos a Dios lo que Él comunicó en la oración a la Santa de Siena: Ayúdanos a ser capacidad para que tú te hagas torrente en nuestro caminar. Lo propio de Dios es ser “torrente” y lo propio del ser humano es hacerse “capacidad” para que Él actúe. O, dicho de otro modo, Dios es un “río” que llena y rebosa la “vasija” de nuestra naturaleza humana, haciéndola más auténtica y sana. Cada persona de la comunidad educativa ha de musitar y convertir esta expresión en una especie de jaculatoria que repita durante el día. Ello centrará nuestra vida y pensamiento en Dios para crecer en vida interior. Considero que la imagen del torrente es una excelente metáfora para acercarse a Dios. El torrente evoca abundancia y exceso. Además, el torrente se ofrece independientemente de quién esté a la orilla del mismo para beber. No calcula lo que da, porque es donación absoluta. El torrente sacia con agua-amor-salud a todos. Si Dios se hace torrente para cada uno, también nosotros hemos de convertirnos en riachuelo de vida, de amor y de respeto para todos. Dios crea al ser humano como una vasija, capaz de recibir el amor donado que brota de su seno. Y la vasija por definición, es un vacío llamado a contener lo distinto de sí. Pues bien, lo que define al ser humano es justamente aquello que le falta, aquello que lo puede llenar, Dios. El principio que ha de movilizar la acción del cristiano es el amor de Dios previamente recibido. Pero también es cierto que no siempre que “ayudamos” a los demás, actuamos desde la gratuidad y del amor. Es decir, nuestras “buenas obras” no siempre desvelan la bondad de un corazón convertido. Esto lo encontramos en uno de los pasajes más desconcertantes del Evangelio; concreBoletín Salesiano Antillas
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tamente en Mateo 7,21-23: “Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre hemos arrojado a los demonios, y hecho muchos milagros en tu nombre? Entonces les diré: Nunca les he visto. Apártense de mí, malhechores”. De igual modo, el texto de la primera carta de San Pablo a los Corintios, capítulo 13, nos revuelve por dentro una y mil veces: ¿se puede dar a los pobres todo lo que uno posee y no tener amor? Parece que San Pablo no duda en ello. Si el amor se traga al otro, no es amor, sino carencia. Se pueden hacer muchas obras buenas y no estar movidas por el amor, sino por otras motivaciones, que identifico como, ocultas o inconscientes. Los individuos estamos llenos de carencias. Incluso, nuestras pastorales, bajo el pretexto de pureza evangélica, muchas veces son el escenario de un baile de carencias disfrazadas. Decimos hacerlo por Dios, o por los jóvenes, cuando en realidad nos mueve el afán de protagonismo, la urgencia de sentirnos necesitados e imprescindibles, la soberbia de experimentarnos mejores que los demás o el deseo de ser queridos. Entonces, no es amor lo que nos mueve, sino la carencia. Tales realidades no ayudan a crecer en la vida interior, sino más bien conducen a la noche oscura, a la depresión, al sin sentido, a la exigencia, al cansancio exigente y a la enfermedad ¡Necesitamos sanar! Si la vasija no se llena del torrente de Dios, lo único que suministrará es una especie de vacío que vampiriza a los demás. Solo si esta se llena de Dios dará y recibirá con humildad; se llegará a ser consciente de que no somos nosotros quienes damos, porque todo lo que tenemos lo hemos recibido, que somos simples instrumentos cuya única respuesta ha de ser: “Siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10). En este sexenio pediremos al Señor que vigorice en todos, el anhelo de ser capacidad, vasija, para que Él sea torrente, río. Que nos ayude a descubrir nuestras motivaciones ocultas o inconscientes para purificarlas. Que podamos evitar convertir las pastorales en el escenario de un baile de carencias disfrazadas. Que nos permita ser lo que estamos llamados a ser: personas y educadores de interioridad, sanadoras de los jóvenes. Septiembre-Octubre
de
2021