Espiritualidad P. Gumersindo Díaz, SDB
Culpab
Guerra santa entre la cruz y Culpable, culpable, gritaron los malos, llevando a Jesús a morir temprano. El pudo quedarse un poquito más con ese amor grande que esparció en las calles, los montes y el mar. Culpable, gritaron las calles de Jerusalén. Culpable, gritaron los viejos en el Sanedrín. Mataron al hombre de la eterna juventud. Él pudo quedarse con nosotros un poco más, con esa piedad inmensa que guardaba en su grande corazón. Debió seguir viviendo entre nosotros con la comprensión que salvó a Zaqueo, a la Magdalena, o a la adúltera, perseguida por el pecado de los hombres que gritaban culpable, mujer, culpable. Y hasta el mismo Judas se llevó a la tumba, aquella palabra de un amigo fiel que podía salvarlo de la ruina eterna: ¿“Amigo, porqué”? Él abrió los brazos y abrazó a este mundo, y esos brazos santos quedaron clavados, Jesús moribundo. Boletín Salesiano Antillas
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Ángeles, pastores, tiernos animales, cantaron al cielo su dulce canción, porque allí nacía el Pastor del mundo, el hombre sencillo que amaba tanto, como ama Dios. Lejos de su cuna, allá en Belén, reinaba aquel hombre, Herodes el grande, con furia en sus manos y en su corazón. Culpables, culpables, gritaron Herodes, y aquellos soldados que mataban niños sedientos de vida. Qué dolor más grande se grabó en la tierra, planeta doliente. Los padres y madres, hermanos y amigos, lloraron de pena en cada rincón de aquella Belén. Qué tristes espadas, que mataban niños, y lloraban sangre al amanecer. Culpable gritó Herodes en la cárcel de Juan. Culpable, gritó Herodías, porque Juan amaba la verdad sincera. Culpable, se oyó en el silencio de la fría madrugada en Getsemaní, cuando Judas llegó a perseguir a Jesús Marzo-Abril
de
2021