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Experiencia Vocacional
Pbro. José Ramón Encinas Encinas, Formador del Seminario
EL CAMINO DE MI VOCACIÓN
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1. Mi familia y orígenes.
Yo nací en Ures, Sonora. Mis papás son de San Pedro de la Cueva. Fuimos siete hermanos, que unos nacieron allá en San Pedro y otros en Ures. Mi papá se llamaba igual que yo, el nombre de mi mamá, que en paz descanse, fue Dolores Encinas. Una de mis hermanas fue religiosa, hace más de un año que falleció. En ese mismo año murió mi hermano menor.
2. Ingreso al Seminario.
Desde niño me llamaban la atención las cosas de Dios. Mi hermana, la que fue religiosa, y yo, le decíamos a mi mamá que nos despertara temprano para acompañarla a la misa, pues en ese tiempo las misas solamente eran en la mañana.
Fue así en las misas donde me empezó a gustar ver como el sacerdote celebraba, pero no solo eso, pues también, cosa curiosa, cuando los seminaristas llegaban al pueblo, yo siempre veía una unidad entre ellos, una alegría, que a mí me hacía pensar “ellos viven felices”. 14
Yo creo que les debo la vocación a mi madre y mi padre por su ejemplo de vida.
Me fui a los 15 años y me ordené sacerdote en 1967. Lo qué más se me dificultó fue la enseñanza. Tenía muy gran entusiasmo por ser sacerdote pero me costaba mucho aprender, ¡y ahora con más razón!
3. Comunidades en las que he colaborado.
La primera parroquia a la que me enviaron fue San Juan Bosco, con el Padre Quiñones. El Padre me asignó lo que ahora es la colonia “el Choyal”, cuando estaba en sus inicios, pues la mayoría de las casas eran de aquel cartón enaceitado. Ahí se levantó la parroquia de San Martín, que era un centro de la parroquia. Estoy muy agradecido con esa comunidad, porque la gente siempre estuvo dispuesta, era muy trabajadora.
Después de casi cuatro años en San Juan Bosco, me llamó el señor arzobispo Don Carlos, para que ayudara como “párroco”, en la parroquia de Nuestra Señora de Loreto en Banámichi. Cuando escuché la palabra “párroco” me asusté mucho, y lo primero que se me ocurrió decirle al arzobispo fue, “Señor, es que yo no me ordené para que me hiciera párroco”, naturalmente que Don Carlos se río de mí. Me invitó a que no tuviera miedo y que él me iba a apoyar, y yo otra vez le respondí
con miedo “así le ha de decir a todos”. Total que estuvimos platicando como dos horas y finalmente me convenció. No es que no haya querido aceptar por desobediencia, sino que me daba temor por la importancia del cargo, para el cual no me sentía preparado.
Estuve aproximadamente cuatro años en Banámichi, hasta que se enfermó el Padre Manuel Portela, que en paz descanse, párroco de la Purísima Concepción en Nogales, y me envió el arzobispo para allá. También fue difícil el cambio, pues pasar del pueblo a la ciudad pero sobre todo, “los zapatos” del Padre Manuel Portela, el Padre era una persona distinguidísima, organizada, trabajadora, muy conocedor de la pastoral, ¿Qué iba a hacer yo?
Otra comunidad en la que estuve fue Guadalupe en Cananea. Llegue a Cananea después de terminar las fiestas de la virgen en Nogales, como el 9 o 10 de diciembre, y el 12 del mismo mes murió mi papá, por lo que me tuve que ir a Ures. En Cananea fue una gran experiencia. Muchos problemas sociales a causa de la empresa de la mina, pero yo no me podía haber quedado callado ante las injusticias. Don Carlos siempre me aconsejó que la Iglesia tiene que defender a los pobres y que la injusticia se tiene que denunciar. Mis respetos para el pueblo de Cananea. Algo que me gustó mucho en esa comunidad fue las horas santas que los sacerdotes que estábamos ahí realizamos. La iglesia se empezó a llenar y se notaba un cambio en la comunidad. Muy suave, muy bonita experiencia que el Padre Gilberto Lezama siempre me recuerda, pues él estaba de vicario.
Después de Cananea, ya el arzobispo Don Ulises me cambia a Hermosillo a la parroquia de San Francisco de Asís, en la cual estuve durante ocho años. Después me cambiaron a Nuestra Señora de Fátima, en la cual estuve tres años. Y ahora aquí en el
Seminario Mayor.
4. Formador del Seminario.
Yo siempre les decía que buscaran a otro, alguien que verdaderamente pudiera hacer algo en el Seminario, pero un día me habló Mons. Ruy hizo la invitación a formar parte del equipo formador. Me puse peor que la primera vez que me hicieron párroco. El arzobispo me motivó a que compartiera mi experiencia y, aún con miedos, acepté. Estoy muy contento con el equipo de los padres formadores. Me siento acogido por todos y estoy muy agradecido.
5. Mensaje para las socias y socios.
No se desanimen a seguir orando y reuniéndose para este plan maravilloso de la obra de las vocaciones, porque es mucho el fruto, que no solamente vamos a esperar, sino que ya estamos viendo.
Qué bueno que ahora ya se están promoviendo más las vocaciones, que están bien organizados, que todos están participando y esforzándose para que haya más sacerdotes. Y aunque a veces sea difícil, porque un seminarista o un sacerdote deja este camino, ¡no se desaminen! Porque el Señor sigue llamando y muchos otros siguen entusiasmados.
¡Que Dios los bendiga y nos vemos pronto por el Seminario!