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Rocío Prieto Valdivia

Mi punto de risa

Antes que la muerte.

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Este año ha jodido, terrible de tres estado ; meses y una eterna pausa que carcome más allá de la salud física. Este año se debate entre lanzarse al olvido o dejarlo pegado a las suelas del zapato como una sombra diabólica y eterna en nuestro andar. Este año hemos sentido ese halo polar sobre nuestras cabezas, es la señora de todas las eternidades con descaro mirándonos, acechando omnipresente.

No hay anestesia más buscada que intentar regresar a esa normalidad entumecida de lo cotidiano en lugar de resignarnos a un nuevo juego de la vida. No hay mayor temor que enfrentarnos a nosotros mismos y sabernos irremediablemente incapaces de ir más allá de una pizca de años ante la inmensidad del universo y de los oleajes marinos con ese ritmo hipnotizante.

Pero tenemos otra opción, otra forma de salvarnos. Entender que llegará ese momento en que , como dice Normando nuestras lágrimas López, y partir de ese plazo duerman en el mar para realmente vivir. Todos tenemos fecha de vencimiento, aunque no la veamos, incluso aunque no la queramos ver.

El aprendizaje de este año es sabernos mortales y no dejarnos vencer aunque la ; vida insista en joder y joder, saber que solamente tenemos una oportunidad para hacer y que urge abrir los sentidos al universo para entender nuestro lugar y nuestra tarea en el corto andar sobre esta superficie.

No hay nada más liberador y esperanzador que sabernos efímeros, que saber que todo lo pagaremos con la vida y que después de nuestra muerte todo terminará y seremos olvidados, absorbidos por una fuerza universal de conciencia superior a la que jamás podremos acceder como los mortales que somos.

Cada día quedan de mí menos hojas y me acerco a ser ese árbol de cicatrices en lugar de ramas y de musgos en las raíces, ese árbol de que ni la leña se podrá. Cuando la última hoja caiga, mientras se transforma en nuevos modos de vida, espero haberme encontrado y saber quien realmente soy. Todo esto, como siempre, antes que la muerte.

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