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María Jesús Méndez
from Revista delatripa 43
by delatripa
Demersales en A mayor
Hablará el silencio: sobre cómo la elipsis es un recurso pasivo-agresivo
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Yo solo vine a hablar por teléfono es el título y el argumento principal del relato de García Márquez, y es precisamente la frase que condena a su protagonista. No por el contenido y el fondo del enunciado en sí, si no por todo lo que no dice, por lo que omite.
María forja su destino a partir de su incapacidad para defenderse, a partir de la incapacidad de argumentar su cordura. Este silencio que dice tanto, es precisamente el mismo silencio que vemos en los indigentes, la elipsis constante en la vida de mi tía Silvia (alcohólica) que murió atropellada después de ser la loca del vecindario por más veinte 20 años; en mi abuela María (psicótica), quién dormía con cuchillos bajo la almohada ¡qué coincidencia, también María!: (Ay María, te sé muerta desde hace mucho tiempo y aún tu voz y aún tus piernas se esconden tras la cortina por donde el ojo se lanzaba en busca del amor. Ay María, sonríe, no te han visto sola, ni llorando a los perros que dicen hambre con el hocico. Por todas las Marías del mundo, por las lágrimas de María, por la decrepitud de María, por la sola idea que despide su sonido, por la punta de sus dedos, su sexo inconforme y complaciente, por el vuelo del agua María. Tu tinta humedece la arena María, sangre de tu sangre María y tu costilla no se queda quieta María. Tú debes saberlo más que nadie María, dime que has sido feliz.)
En mi madre, María Elena (bipolar), quien escapó con un hombre casado en un arranque de euforia; en mi prima Tania (esquizofrénica), a quien encerraron en un manicomio a la edad de veinte años, en mí y mi otra yo. Todas y cada una de nosotras fuimos señaladas por los hombres de la familia. Mi abuela no recuerda ni su infancia ni cómo hacer ciertas operaciones matemáticas de las que te enseñan en la primaria, resultado de la terapia electro convulsiva que se practicaba aún en los años setenta. El primer verdugo, en cualquiera de los casos, incluyendo el de María de la Luz Cervantes, fue el silencio, un silencio con cara de hombre, un silencio producido por la carencia de valor de la palabra. Los locos son mudos e inválidos porque se les ha arrebatado toda credibilidad.
La historia de María, una mujer de veintisiete años (como yo), mexicana (como yo), bonita y seria (como yo) que “una tarde de lluvias primaverales, cuando viajaba sola hacia Barcelona conduciendo un coche alquilado sufrió una avería en el desierto de
los Monegros, es la historia que sucede en detrás de cámaras, más allá del olor a orines y cerveza de la locura, detrás de la ropa holgada y sucia de la demencia. Es el testimonio de quien tiene la suerte de no tener suerte. Pareciera que todos los locos solo necesitarán un teléfono y recordar un número, del otro lado alguien escuchará, si, seguramente alguien.
Y no solo el silencio de María es el que la condena, sino también el silencio del conductor del autobús, el del psiquiatra, el gran vacío silencioso en su expediente, el de Saturno; el silencio de María cada que vez que se iba de él a visitar otros planetas, el del gato. Se relame los bigotes junto a la ventana, mira (en silencio) a la gente que pasa sobre la acera de enfrente, se pasea por el regazo del Dios sin consolarlo. El gato y el silencio de su pelaje son la indiferencia, la traición y la deslealtad.
María fue a dar a los profundos infiernos, donde las mujeres se movían como en el fondo de un acuario. Y debía ser cierto, porque en verano, cuando había luna, se oía a los perros landrándole al mar. El claustro era una extensión del cuerpo, y en el cuerpo el encierro. Nunca logró salir de ese silencio denso como el agua en el que las atmósferas se apilaban sobre las palabras. En el agua, las palabras son ininteligibles. En el agua, el sonido viaja con mayor velocidad y es más fuerte. Las palabras se hacen gritos, cualquier pronunciamiento es un rugido y quien vive en la superficie nunca ha logrado escuchar el gorjeo de los peces.
Interés superior
Entre las llamas
La gran noticia entre la pandemia, la crisis económica y las protestas por la violencia policiaca, son los devastadores incendios en California, los cuales parecen imparables. Estos incendios se suman a los que en el verano austral de finales del 2019 y principios del 2020 en Australia asolaron la isla continental implacablemente. Sin embargo, es un fenómeno cada vez más común en el mundo, África, Asia, el Amazonas, incluso Alberta en Canadá, zona agrícola importante en ese país, han padecido de incendios. Este verano Alaska llegó a los 32° C, creando condiciones para la propagación del fuego. Datos de Global Forest Watch Fires, indican que la causa de estos incendios en todo el planeta, es la actividad humana, involuntaria o intencional, y la deforestación que provoca el cambio climático, además de las emisiones contaminantes a la atmósfera.
El cambio climático ya es una realidad, que aunque ciertos líderes intenten seguir negando, sus efectos son imposibles de notar, el planeta grita entre las llamas.
Quienes están siendo más afectados son las niñas y los niños; sobre todo los que viven en condiciones de pobreza, siendo las sequías y olas de calor los principales enemigos de la supervivencia de los menores, afectados por la desnutrición, las enfermedades gastrointestinales, o padecimientos como la malaria o la enfermedad de Lyme, que ha tenido un crecimiento acelerada en la infancia norteamericana desde su descubrimiento en 1975.
Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a vivir en condiciones de bienestar y a su sano desarrollo integral. Tienen derecho a vivir en un ambiente sano y sustentable, en condiciones que permita su desarrollo, bienestar, crecimiento saludable y armonioso, tanto físico como mental, material, espiritual, ético, cultural y social.
Para garantizar este derecho, la sociedad y los gobiernos, de manera local, debemos implementar medidas urgentes en favor del medio ambiente, como la reducción de emisión de gases, un mejor manejo de residuos, reforestación, rescate de mantos acuíferos contaminados, técnicas agrícolas sustentables, así como poner al alcance de toda la población alimentos de calidad y valor nutricional, y promover el uso de energías limpias y sostenibles.
La agenda de la infancia y la adolescencia 2019 a 2024, a la cual se comprometió el estado mexicano con organismos internacionales, contempla que la niñez debe estar al centro del quehacer público, privado y social. Aunque en el pasado informe de gobierno del 1° de septiembre de este 2020, no escuché ninguna
mención sobre resultados o estrategias sobre políticas en favor del medio ambiente o la infancia; quedamos todos los demás para recordarle a los que gobiernan la vital importancia de estos temas y ser nosotros los actores que impulsen la toma de medidas que mejoren las condiciones de vida para la niñez y para todos.